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Transcript
PRESENTACION
El nuevo paradigma criminológico de la exclusión social
Roberto Bergalli
(Universitat de Barcelona)
El libro y su Autor deberían ser los dos aspectos que se traten en una
Presentación, como la presente. Mas, tanto uno como otro de tales aspectos
están para este caso tan estrechamente entrelazados que no creo posible
tratarlos separadamente. Antes bien, comenzaré suministrando una visión
panorámica acerca de cómo este libro y su Autor constituyen resultados de un
proceso en el cual el último, o sea Jock Young, ha sido partícipe y protagonista
de una auténtica revolución paradigmática en el campo del conocimiento
criminológico, habiendo ayudando decisivamente a transformarlo.
Cuando llegué al Reino Unido para llevar a cabo un período de estudios,
al final de la década de 1960, me encontré allí con un entonces restringido pero
vigoroso movimiento de intelectuales que pretendían impulsar una visión crítica
y comprometida respecto de aquellos aspectos del pensamiento criminológico,
elaborado desde el último tercio del siglo XIX, con los cuales se había cumplido
una manipulación ideológica. Dicho movimiento, contrariamente de quienes se
ocupaban en el área cultural hispano hablante de los fenómenos relativos al
delito y la criminalidad, estaba conformado por una estirpe de intelectuales
formados en diferentes disciplinas sociales; creo recordar que casi ninguno de
ellos era jurista. El movimiento al que aludo no se concentraba aisladamente en
la investigación y posterior debate de las ideas que se ponían en circulación,
parecido a lo que pueda hacer cualquier otro grupo de estudios, tanto en su
seno como proyectándose hacia otros círculos de pensamiento. Este
movimiento comenzó a adoptar, ya como práctica pero también como
expresión de sus ideas, no sólo una simpatía sino asimismo una vinculación
militante con las expresiones de denuncia que para entonces formulaban de
manera avezada los grupos que reclamaban contra la estigmatización y la
marginalización de quienes se identificaban con las demandas de un no tan
incipiente pero si ya muy vigoroso feminismo -sobre todo en el lugar de su
nacimiento como Women Liberation Movement (Movimiento por la liberación de
las mujeres) o de las Suffragettes (Sufragistas)-; o de quienes postulaban
contra la discriminación de las personas que participaban en opciones vitales,
prácticas y costumbres homosexuales (originales grupos de gays y lesbianas);
o de los que eran adictos al consumo de substancias ya para entonces
prohibidas (cannabis, en particular). De tal movimiento surgieron,
posteriormente, los líderes más representativos de una manera particular de
entender y problematizar la cuestión criminal. De ellos, quizá quien hasta la
actualidad se ha perfilado como uno de los más representativos de entonces, y
lo sigue siendo hoy en la expresión de un nuevo paradigma criminológico, es el
autor del volumen que aquí se presenta. Mas, de este autor, de su obra
conjunta con colegas de antaño y hogaño, o de sus aportes individuales, me
ocuparé posteriormente.
1). Esta doble vertiente de crítica y militancia permitió al movimiento del
que estoy hablando que se identificara como uno marginal, en cuanto a normas
y valores compartidos para la época por una gran mayoría social. El expandido
consenso que reinaba en la sociedad británica, especialmente en la década
aludida y en años posteriores, reflejaba la enorme aceptación de una ecuánime
redistribución del producto social que el keynesianismo había generado y que
se había propagado en lo social, mediante políticas estratégicamente puestas
en prácticas por el Labour Party de aquella época. Sin embargo, y pese a esa
diseminada justicia social con positivos reflejos en el campo de la salud
(National Health Service, 1948), de la educación pública, de la vivienda, de la
juventud, de la vejez (Aged People ), etc., la sociedad británica continuaba
estando fuertemente influenciada por el robusto, penetrante e influyente peso
de los valores victorianos, prorrogados hasta después de la Segunda Guerra
Mundial (cfr. Seaman 1966), los cuales la habían dejado lastrada por un
moralismo decimonónico para nada coherente con el cambio social. Ese
cambio social se aceleró con la paz, el desarrollo tecnológico y una convivencia
favorecida por los extraordinarios aportes que el amplio programa de
nacionalizaciones comportó (así fue nacionalizado el Bank of England, en
1946; la industria del carbón, bajo el Coal Bord en 1946; la aviación civil, bajo
tres Airways Corporations, reducidas luego a dos –British European Airways y
British Overseas Airways – en 1949; el transporte público fue nacionalizado
bajo la British Transport Commission y colocada su gestión bajo seis comités
ejecutivos que administraban los puertos y los ríos interiores, los ferrocarriles,
el transporte urbano de Londres, el transporte de mercaderías y algunos de
pasajeros nacionales; la producción, el suministro y la distribución de
electricidad fueron puestas bajo la British Electricity Authority, según la
Electricity Act de 1947; la industria del gas fue asimismo ubicada bajo un
nacionalizado Gas Council, en 1948; mientras, una ley de 1949, estableció la
Iron and Steel Corporation of Great Britain que tuvo una corta vida pues los
Conservadores las desnacionalizaron en 1953. Estas transformaciones
otorgaron al Gobierno en manos del Labour Party un considerable control sobre
vastos sectores de la economía y en importantes esferas de poder, transporte y
aviación civil. Mas, lo que debe ser destacado como la mayor cosecha social a
la cual contribuyeron los tres mayores partidos políticos de la época, fue la
legislación del seguro social. De este modo, debe ser observada la National
Insurance Act de 1946. El primer Gobierno labour de Clement Attlee, seguido
por el trabajo del gobierno tory de Winston Churchill en período de guerra, y
continuado con la implementación que hicieron los laboristas, puso en práctica
un esquema que había sido aprobado por un Gobierno predominantemente
conservador sobre las bases de un Informe diseñado por un liberal convencido.
La publicación del Beveridge Report en 1942 (Report on Social Insurance and
Allied Services), elaborado por William Henry Beveridge –luego Barón-,
seguido por el proyecto difundido por el Gobierno Churchill como un White
Paper en 1944, se coronó con el establecimiento de un Ministry of National
Insurance en el mismo año. Las recomendaciones del Informe Beveridge
fueron ejecutadas por el Gobierno Churchill, haciendo aprobar la Family
Allowance Act la cual otorgó un gran apoyo a las familias de clase trabajadora.
Pero, sin duda, fue el proyecto de National Insurance, convertido en la referida
ley de 1946, el que llevó a asegurar compulsivamente a la población adulta
para beneficios por enfermedad, desempleo, pensiones de jubilación,
pensiones de viudedad (con subsidios para huérfanos), ayudas por maternidad
y subvenciones por fallecimientos.
II
Esta política social fue el mayor instrumento para una convivencia
ordenada que dio lugar a ese consenso al que se aludía antes. De tal manera,
los años que siguieron hasta el final de la década de 1960 pueden y han sido
caracterizados como los del Welfare británico a través del cual, aunque se
perpetuara el modelo de una sociedad rígidamente configurada en clases, con
valores y pautas de comportamiento impuestas desde sus estratos superiores,
el equilibrio y una cierta armonía caracterizaron ese viraje colectivo, después
del drama de la segunda Guerra mundial. Tal como en otros países europeos
que procedieron a la reconstrucción de sus aparatos productivos, el Reino
Unido produjo un salto de calidad en los niveles de vida que fue a repercutir
sobre las particulares concepciones de la cultura social, legadas por aquella
herencia victoriana. No es dudoso entonces afirmar que el contraste de valores
de clase estuvo amortiguado por ese bienestar difuso aunque, a la postre, las
contradicciones comenzaron a manifestarse.
A lo dicho debe agregarse la fuerte y creciente variedad étnica
producida por los procesos de descolonización, lo cual reportó variados flujos
de llegada de inmigrantes. Mas, si la aparición de comunidades libres de
personas de color en las ciudades británicas, desde la última parte del s. XVIII
en adelante, tuvo lugar en condiciones de extrema pobreza (Law I. and
Henfrey, J. 1981), desde que los gobiernos británicos advirtieron la necesidad
de legislar en estos campos de las relaciones interétnicas, junto a la presión de
tales flujos, se hicieron esfuerzos que redundaron en favor de un
multiculturalismo mucho más equilibrado. Tales esfuerzos se manifestaron con
la institución en 1962 del Commonwealth Inmigrants Advisory Council (CIAC),
orientado hacia el bienestar de los inmigrantes y su integración, o con la
creación del National Committee for Commonwealth Immigrants (NCCI) que
extendió el trabajo del CIAC y apoyó el establecimiento de una red de comités
locales.
1.1)
Desafortunadamente, todos estos rasgos que caracterizaron la sociedad
británica de los primeros veinte años de la segunda post-guerra mundial,
comenzaron a debilitarse. El crecimiento de las demandas para el cumplimiento
de los objetivos de bienestar se hizo más agudo, en tanto tales objetivos
comenzaron a hacerse menos alcanzables para determinados grupos y el ritmo
del proceso productivo se hizo más lento. La crisis energética que rápidamente
atravesó Occidente, manifestada con la denominada “guerra de los seis días”
en 1966, también fue responsable de producir efectos sociales en las
sociedades, como la británica, embarcadas en vastos procesos de cambios. De
tales maneras, el contraste entre antiguos principios morales y la aparición de
nuevos valores sociales quedó a la vista.
2) En este marco de situación es cuando la National Deviance Conference
(NDC) aparece en el firmamento de la discusión criminológica, de orientación
social. De esta asociación de sociólogos radicales se ocupó largamente
Massimo Pavarini (1975) y yo mismo traté posteriormente de informar sobre
ella a la comunidad hispano hablante (1983), intentando transmitir tanto las
diferentes contribuciones formuladas por integrantes de la asociación, cuanto
las fases por las que fue pasando su orientación. Protagonistas de estas
III
expresiones de la NDC fueron, en particular, Ian Taylor Paul Walton y Jock
Young. Los tres, juntos a Stanley Cohen y otros u otras pretendieron poner al
descubierto la naturaleza política que revestía la lucha de grupos marginados
(alcohólicos, drogadictos, enfermos recluidos en hospitales psiquiátricos,
presos, etc.) como lucha de clases, lo que les permitió traducirla en praxis
política. De esta manera procedieron a liberar al pensamiento criminológico de
su clásica visión anormal o patológica sobre el acto criminal y el desviado,
tratando así de otorgar una ‘racionalidad alternativa’ y una correspondiente
autenticidad al comportamiento de aquellos marginados. Fruto de sus análisis
fueron algunas obras, entre las cuales una producida por los tres primeros
autores citados arriba se constituyó en algo así como en una biblia de la
‘nueva’ criminología (1973), en tanto que con una enorme desenvoltura
pusieron al descubierto todas las falacias con las cuales se había venido
encubriendo la que había sido, hasta entonces, la única teoría criminológica.
Sin embargo, y pese a la conjunción establecida entre J. Young y S. Cohen, el
primero (Young 1975: 64) reprochó al segundo y a la simpatía de éste por lo
que se denominó la ‘nueva teoría de la desviación’ -aludiendo con ella a lo que
el segundo denominó como ‘enfoque escéptico’ (Cohen, 1971: 40)-, haber
caído en un ‘romanticismo desenfrenado’1 sostenido en una posición de
‘idealismo de izquierda’ (left idealism) en sus primeros escritos juveniles, quizá
porque Young, de este modo, estaba reaccionando contra la más poderosa
expresión individual dentro del espectro contra el cual él estaba reaccionando.
En efecto, la tradición criminológica había potenciado lo que se denomina
como ‘paradigma etiológico’. Éste se asentaba sobre la creencia que el
conocimiento criminológico sólo podía ser de naturaleza empírica, dada la
necesidad de obtener los datos que sirvieran para demostrar las causas de
porqué los autores de la conducta criminal actuaban así, de modo que
cualquier forma de investigación debía concentrarse sobre ellos. La búsqueda
de tales objetivos debía llevarse a cabo aplicando el método científico, propio
de las ciencias naturales y arraigado en un concepto incontrastable de ciencia
que se aplicaba mediante el método positivo. Para entonces, no importaba que
el mecanicismo que regía al mundo natural desde Newton y Bacon hubiera sido
reemplazado por el relativismo de las nuevas leyes impuestas desde las físicas
atómica y cuántica, mientras las disciplinas sociales y humanas habían
comenzado a adoptar otros métodos. No obstante, el nuevo impulso teórico
que la Escuela de Chicago proporcionó sobre la base de estos nuevos métodos
(la ecología social, la desorganización social, la asociación u organización
diferencial, los procesos de aprendizaje, las subculturas criminales, etc.), estas
teorías no se apartaron del determinismo de la conducta humana que ahora
pasaba a ser ambiental, substituyendo al biológico (Taylor, Walton, Young 1973
cit.:126-130). Esta herencia del positivismo y la historia de fondo de la
criminología de fines del s. XIX y primera mitad del XX fue clara y
absolutamente desmentida con aquella obra, luego ampliada por todo el
movimiento de ideas que se apoyó en la propuesta radical de ocuparse de la
sociedad como un todo ante lo que aquellos autores criticaban como la historia
de la despolitización de los problemas criminológicos (ibidem 1973: 294,
versión en castellano).
1
Para analizar el papel cumplido por el pensamiento romántico en la teoría de la desviación, Jock Young
remite aquí a otro trabajo suyo anterior (1972).
IV
El libro aludido tuvo una difusión notable en el pensamiento
criminológico del espacio anglo-parlante y en la mayoría de los países
europeos. También en los latinoamericanos, pues la traducción al castellano de
dicha obra coincidió temporalmente con la expansión del terrible poder punitivo
que asumieron las dictaduras burocrático-militares en el cono sur del subcontinente para perseguir a las disidencias, estrategia ésta que se apoyó en la
asociación entre la antigua teoría de la peligrosidad criminal (elaborada en el
marco del positivismo criminológico) y la entonces ‘moderna’ doctrina de la
seguridad nacional o continental (construida para equiparar la subversión
político-social con la criminalidad) como yo mismo pretendí demostrarlo
(Bergalli 1982). Mientras tanto, en España no fue fácil hacer conocer La nueva
criminología (1973), por lo menos hasta 1983 año en el cual, hasta la
publicación de nuestros dos volúmenes de El pensamiento criminológico nadie
había hablado acerca de la obra de los tres autores británicos, ni de lo que
estaba aconteciendo en el debate abierto en el Reino Unido, en Escandinavia,
en la República Federal de Alemania, y en Italia ámbitos todos estos en los
cuales las posiciones críticas habían ya cuestionado abiertamente la ‘historia
oficial’ de la criminología. En estas manifestaciones, el nombre de Jock Young
rápidamente adquirió una presencia y un prestigio comparables al de Loukh
Hulsman (Rotterdam) y al de Alessandro Baratta (Saarbrücken), impulsores los
tres de las respectivas corrientes con las cuales la que vino en llamarse
Criminología crítica, al menos en Europa, ha sido posteriormente reconocida.
Estas corrientes fueron el ‘realismo de izquierda’, el ‘abolicionismo radical’, y el
‘derecho penal mínimo’, respectivamente encabezadas por cada uno los tres
nombrados aunque sin duda hoy debe agregarse a aquellos los nombres de
otros estudiosos críticos que les acompañaron en cada una de esas iniciativas.
Incidentalmente, quisiera aquí destacar que esas tres corrientes también se
expresaron en los terrenos de la docencia y el debate académico, primero de
una forma marginal y, posteriormente, ya en cierta manera institucional. En
efecto, el nacimiento de lo que fue denominado como Common Study
Programme on Criminal Justice and Critical Criminology (CSP), impulsado por
los tres nombrados Young, Hulsman y Baratta, tuvo inicialmente una actividad
totalmente autónoma hasta que, lentamente, primero fue acogido en el
Programa Erasmus de la Comunidad Europea para la Educación (con lo que se
obtuvo un modesto aporte financiero) y, luego, comenzó a ser aceptado en los
ámbitos académicos a los que pertenecían sus iniciadores (Centre for
Criminology, Middlesex University; Fachgroep Criminologie, Erasmus
Universiteit-Rotterdam; e Institut für Rechts- und Sozialphilosophie der
Universität Saarlandes-Saarbrücken), respectivamente . Posteriormente, y en la
medida que otros grupos fueron incorporándose al CSP (y éste es el caso del
de Barcelona), la acogida del mismo por parte de instituciones universitarias
europeas fue otorgando pleno reconocimiento no únicamente al CSP, bajo la
forma de actividades de post-grado (al comienzo de 1980 ofrecíamos en
Barcelona, con el apoyo institucional del Centre d’Informaciò i Documentaciò
Internacionals a Barcelona-CIDOB, un Curso de Postgrado ‘Justicia Criminal y
Servicios Sociales’), sino también a las posiciones críticas que emergían de las
tres corrientes encabezadas por Young, Hulsman y Baratta. En el presente,
aquella iniciativa marginal se ha transformado en planes de estudios, de grado
y post-grado en diferentes universidades europeas (al originario CSP se
2.1)
V
incorporaron las universidades de Ghent, en Bélgica; de Barcelona, en España;
y de Tracia-Komotini, en Grecia, mientras, en la de Middlesex, en la de Ghent y
en la de Barcelona se ofrece como un MA; este es el caso del Master Europeo
‘Sistema Penal y Problemas Sociales’ y de la especialidad en Sociología
Jurídico-Penal del Doctorat en Dret que yo dirijo y coordino, respectivamente,
en la Facultat de Dret de la Universitat de Barcelona).
El ‘realismo’ encabezado por Jock Young ha trabajado, desde fines
de la década de 1970, en particular con las contribuciones de John Lea y Roger
Matthews, desde una comprensión de la criminalidad en la que el concepto del
delito adquiere un contenido real, y dentro del cual la presencia de la víctima se
revaloriza en tanto ese comportamiento adquiere una dimensión intra-clases,
en el sentido que el mismo existe y se expresa entre autores y víctimas
pertenecientes a la misma clase social, y no inter-clases como lo ha hecho la
victimología convencional en tanto que el impacto del delito se creía
proveniente de las clases bajas sobre las altas. Pero, la victimología radical
auspiciada por los ‘realistas de izquierda’ ha podido demostrar que la clase
trabajadora resulta víctima de los delitos provenientes desde todas las
direcciones (Young 1986: 23-24). Cuanto más vulnerable económica y
socialmente es una persona, lo más seguro es que ambos, tanto los delitos
cometidos por un miembro de su misma clase o los de cuello blanco, tendrán
lugar contra él. Con la realización de los Merseyside (Kinsey 1984) e Islington
Crime Surveys (Jones, MacLean and Young 1986) se despejó el camino para
ese tipo de ‘realismo’ y desde el nuevo paradigma surgido Jock Young propuso
los Ten Points of Realism (1992) con los cuales sugirió abordar los cuatro
mayores procesos que habían transformado el pensamiento criminológico, a
saber: a) la crisis etiológica como una consecuencia del aumento de las tasas
del delito; b) la crisis de la pena en términos del fracaso de la cárcel y una
revaluación del rol de la policía; c) la acrecentada conciencia de la victimización
y de los delitos que anteriormente eran ‘invisibles’; y, d) una cada vez mayor
demanda pública, al igual que la crítica, por la eficiencia y la responsabilidad de
los servicios públicos.
2.2)
En una geométrica representación del delito, los ‘realistas de izquierda’
sugirieron un ‘cuadro’ ideal en cuyos vértices colocaron respectivamente a la
víctima, al autor, al Estado y al público. Este cuadro representa el marco en el
cual los actores sociales e institucionales crean y definen el delito. El primero y
más destacado de esos vértices estudiados por los ‘realistas’ es el de la
víctima, mas no considerado como lo ha hecho la victimología convencional,
sino en el sentido que se ha señalado antes, es decir en una más precisa
relación entre la víctima y el autor que se debe extraer mediante estudios más
localizados, o sea concentrados en la misma área a la que pertenecen ambos.
El fracaso de la etiología desarrollada por el positivismo criminológico, en
tanto que la búsqueda de las causas del delito únicamente se concentraba en
el autor, supuso para el ‘realismo de izquierda’ la necesidad de un
desplazamiento de dicha búsqueda hacia los otros vértices del cuadro
geométricamente trazado. De este modo, también el público y el Estado fueron
objeto de prioritaria atención, junto con la víctima considerada de la forma
descripta. En efecto, a partir del reconocimiento que el delito realmente existe y
VI
constituye un problema, en cuanto el análisis del crecimiento de las tasas de la
criminalidad y el limitado incremento de los recursos puestos a disposición de
las agencias de control punitivo les demostraban que poco se hacía para poner
coto al temor del público, los ‘realistas de izquierda’ comenzaron a prestar
mayor atención a la necesaria colaboración entre la policía y los ciudadanos.
Ello así, pues la demostración que el simple aumento de los recursos policiales
desaparece dentro de una burocracia siempre en expansión (Lea et al., 1987:
39) y que el flujo de información del público hacia la policía es crucial (ibidem:
40), en el sentido que las denuncias de los ciudadanos constituyen el corazón
de la actuación policial para que la última pueda actuar con eficiencia. De este
tipo de afirmaciones fue que los realistas concluyeron en que el delito no es un
producto único del individuo separado de la estructura social, ni tampoco, por el
contrario, sostuvieron la opinión de quienes destacan el primordial efecto de la
estructura quitando importancia al individuo (v. Lea y Young, 1984: 60). En su
visión no hay espacio para el determinismo ‘orgánico’, ni para el ‘social’. El
enfoque realista es de tipo constructivista, en el sentido que en su ‘cuadro del
delito’ todos los vértices juegan un papel, para definirlo, dentro de un contexto
social e histórico dado.
Por cierto que las propuestas de los ‘realistas de izquierda’ generaron una
polémica con las otras tres corrientes de la denominada ‘criminologia crítica’ y
muchas intervenciones podrían contrastarse (incluso, aunque de forma
minoritaria, desde el ámbito hispano hablante) con las réplicas que los realistas
británicos dieron a ellas. Mas, pienso que esta clase de cuestiones no forma ya
parte de lo que aquí debo tratar. Lo importante es destacar cuál ha seguido
siendo el pensamiento de Jock Young, autor del presente libro en la línea que
él contribuyó a trazar, en particular después de las primeras manifestaciones
de debilitamiento del Welfare británico, a lo que se aludió antes, en el final del
apartado 1).
2.3) En efecto, mucho después que The New Criminology diera el alerta
acerca de la influencia que las transformaciones sociales eran un claro índice
de la estructura del delito y, sobre todo, de las formas de su control, se abatió
sobre el Reino Unido un nuevo gobierno tory. Pero, en esta ocasión fue por
primera vez conducido por una señora, la tan recordada dama de hierro,
Margaret Thatcher quien llevó a cabo la mayor operación de transformación
económica que recuerda la sociedad británica después de la Revolución
Industrial. El capitalismo popular puesto en marcha influyó decididamente,
primero sobre el mercado laboral y, luego, produciendo efectos sobre la propia
estructura económica. En ello tuvo un influjo decisivo la profunda
transformación de las formas de gobierno de la economía, para lo cual la
libertad del mercado y el imperio de sus propias reglas en substitución de los
modos de regulación que había impuesto el control público de aquella se
constituyeron en las bases de dicha transformación. El gobierno de Mrs.
Thatcher, entre 1979 y 1990, y su liderazgo del Conservative Party que ella
pasó antes a encabezar desde 1975, habiendo reemplazado a Edward Heath,
se movieron hacia posiciones de clara derechización, de modo que la política y
la sociedad británica asumieron la mayor polarización registrada desde la
segunda Guerra mundial. Su gobierno impuso la privatización de las industrias
y las utilidades nacionalizadas, trató de instituir el mercado en los terrenos de
VII
la educación y la salud atendidos por el Estado, y redujo el papel de los
gobiernos locales como proveedores de servicios. Su absoluta oposición hacia
la unión monetaria y económica con Europa sirvió para radicalizar, mucho más
todavía, la tradicional resistencia de ciertos sectores británicos a tales uniones
con lo cual la aludida polarización trascendió al mismo terreno cultural.
Los efectos que semejantes políticas tuvieron en el campo social y, por
consiguiente, sobre el costo del delito, fueron inconmensurables.Por ello,
muchos estudios realizados demuestran algunas características principales.
Quizá puede constituir el más serio y amplio de tales estudios el llevado a cabo
por Ian Taylor, otro de los co-autores de The New Criminology e, igualmente,
impulsor de la NDC, desafortunadamente ya fallecido. El estudio que cito ha
sido publicado en un volumen editado por Paul Walton y Jock Young para
verificar si veinticinco años después (1998) eran todavía válidos los puntos de
vista de aquella primera gran obra. En este trabajo, Taylor señala las
características del modelo socio-económico impuesto por las políticas de
libertad de mercados, a las cuales responsabiliza del veloz aceleramiento de
las tasas de criminalidad en Inglaterra y Gales, coincidiendo con las que
destacó Elliot Currie (1998) asimismo para los Estados Unidos de América
como similares a las que se deducen de las políticas fijadas por el Partido
Republicano y llevadas a cabo en los dos gobiernos de Ronald Reagan (19811989).
Así, entonces, los cinco procedimientos mediante los cuales el avance de
la ‘sociedad de mercado’ promueve el delito en los Estados Unidos, según
Elliot Currie pero coincidiendo en ellas para el Reino Unido, como lo sostuvo
Ian Taylor (1998: 234-5), son los siguientes:
1.
La ‘sociedad de mercado’ promueve el delito produciendo un
significativo crecimiento de la desigualdad mediante el proceso
de generar concentraciones bastante destructivas de manifiesta
privación económica.
2.
La ‘sociedad de mercado’ ha estado erosionando la capacidad
de las comunidades locales para suministrar apoyo a la gente
sobre bases informales, mediante recursos cívicos y municipales.
La destrucción de los recursos locales ha sido uno de los
elementos centrales, causantes de la inhabilidad de las
comunidades locales para facilitar la socialización y la
supervisión de la gente joven, la que actualmente se encuentra
en las esquinas de las ciudades y los estacionamientos
suburbanos, amenazando dificultades y provocando miedos y
ansiedades locales.
3.
En términos de los efectos sobre el mercado laboral y sobre los
recursos para la atención a los niños, el progreso de la ‘sociedad
de mercado’ ha constituido un elemento clave en las tensiones y
presiones que ha debido soportar la ‘unidad familiar’. Los
problemas de la fragmentación familiar, ampliamente informados,
incluyendo la rápida aparición de la familia mono-parental como
un ‘problema social’, fueron claramente conectados con el
impacto que tuvo el desencadenamiento de las fuerzas del
VIII
4.
5.
mercado sobre los modelos de vida de los norteamericanos de
clase baja y las comunidades étnicas establecidas.
El desarrollo de la ‘sociedad de mercado’ en los Estados Unidos
(por ejemplo en la presión ejercida para privatizar los servicios
sociales en muchas ciudades norteamericanas) se ha mantenido
mediante el rechazo a cualquier clase de prestaciones estatales
o públicas para aquellos que han perdido su puesto de trabajo
como resultado del avance de las fuerzas del mercado.
La ‘sociedad de mercado’ en los Estados Unidos favoreció la
institucionalización de lo que Currie llama una ‘cultura de la
competencia darwinista’’ por el status y los recursos, en
particular por su constante aliento de un nivel de consumo que la
economía de mercado ha sido incapaz de proporcionar a todos
los ciudadanos, al menos por medio de canales legítimos.
Ciertamente que todos estos procedimientos, vinculantes de la ‘sociedad
de mercado’ con la presión y las tensiones que encuentran sus expresiones en
un rápido incremento del delito, no fueron pensados por los autores citados
como formando parte de una exhaustiva lista de los ‘efectos sociales’
provocados por una ‘sociedad de mercado’. Ni tampoco ellos arguyeron que
todos los problemas de las sociedades contemporáneas pudieran ser simple y
abiertamente atribuidos a la ‘liberación de las fuerzas del mercado’, o a lo que
alguna vez es denominado como ‘la reducción del Estado de bienestar’. La
mayor observación que puede hacerse a estos argumentos es la comprensión,
compartida por economistas de variadas posiciones, en el sentido que se ha
producido un colapso irreversible, tanto en América del norte como en Europa,
de lo que se conoce como la ‘economía industrial de masas’, con su enorme
potencial de empleo. Semejante situación, marcada por un proceso gemelo de
‘mercadización’ y de global transformación económica, resalta la necesidad de
una estrategia nacional de modernización y cambio, aunque asimismo asume
la responsabilidad de haber provocado la reconversión de las fuerzas de
trabajo, asegurando el desarrollo de la investigación y el suministro de un
básico nivel de infraestructuras públicas en términos de transporte, escuela,
vivienda y así sucesivamente, como asimismo de un enfoque alternativo que
arroja todos estos problemas dentro del mercado, tal como lo fue durante los
gobiernos británicos de Margaret Thatcher y John Major (1990-1997).
3) El cuadro que he intentado pintar en el apartado anterior describe el
terreno en el que se han arraigado todos los procesos de exclusión social en
general en las sociedades industriales de Occidente, a lo largo de la dos
últimas décadas. En lo que atañe a la sociedad británica, en la cual el proyecto
de la social democracia se había implantado con tanto vigor, el derrumbe de
las políticas públicas a manos de las leyes del mercado constituyó el substrato
sobre el cual se gesta el aumento de las tasas del delito. Estos dos aspectos
son tratados por Jock Young en los dos primeros capítulos del volumen que
presento. En efecto, De una sociedad de inclusión a otra de exclusión y Delito y
discordia en la edad de la Modernidad tardía (Caps.1 y 2) enmarcan las causas
y los efectos de la creciente criminalidad que se registra en el período de 19601975, de pleno empleo, cuando los parámetros de vida habían alcanzado los
más altos niveles jamás conocidos en la historia humana, y en el contexto de
IX
de una vasta expansión de los recursos para asegurar el bienestar general
(ibidem: pp. 62-65). La incomprensión de esta nueva situación tuvo, asimismo,
otros efectos pero en el ámbito de la teoría criminológica. Ésta ha pasado hacia
una comprensión del delito y su control desde posiciones que determinaron el
florecimiento de la post-Modernidad con el colapso de las reglas absolutas, sus
insistencias en la naturaleza precaria de la causalidad y su acento sobre la
ironía de la naturaleza opresiva y la auto satisfacción de la intervención social
como parte de una metanarración del progreso. Estos cambios provocaron
inevitablemente unas inestabilidades en las dos esferas del orden, dice Young
en la presente obra (ibidem: p. 82):: en aquella de la recompensa y en la de
comunidad, o sea qué es lo que los ciudadanos ven como lo adecuado para
obtener sus recompensas en el propio mercado y cómo ellos ven el equilibrio
entre sus deseos como individuos y sus responsabilidades hacia la comunidad.
Desde estos puntos de vista es que se produce el viraje en la Modernidad
tardía, generando otras concepciones del delito y su control que se reflejan en
la tabla 2.3 (ibidem: p. 81. De aquí en más es de donde el actuarialismo y “la
nueva penología” desenvuelven sus teorías (ibidem: pp.109-113).
Resulta altamente ejemplar e ilustrativa la manera mediante la cual
Jock Young toma sus distancias con las teorías criminológicas que pretenden
explicar cómo hay que asumir la criminalidad de la transformación hacia la
sociedad en la cual el mercado pretende substituir al Estado. Esto se puede
verificar en los capítulos Canibalismo y bulimia; Esencializando al otro.
Endermonización y la creación de la monstruosidad; y, La criminología de la
intolerancia: policía de ‘tolerancia cero’ y el experimento carcelario
norteamericano (Caps. 3, 4 y 5). Esas teorías criminológicas arraigan, según
Young (ibidem: p. 110), en la imposibilidad de mantener los parámetros de vida
absolutos que construyó la Modernidad social, los cuales se esfumaron ante el
pluralismo de valores, el resultado de la inmigración y la diversidad subcultural.
Si bien el mundo social se fue convirtiendo en algo más diverso, sin embargo
se hizo más difícil, alentando la intolerancia y haciéndose más exclusivo. Este
tipo de mundo requirió el desarrollo de nuevos modos de control social, ante el
aumento de la diferencia y la dificultad. Captar la criminalidad de un mundo
excluyente y proponer modos para controlarla constituyen los objetos de
conocimiento de las nuevas teorías. Algunos de estos modos están
constituidos por la criminología actuarial, la cual es calculadora y evaluadora
del riesgo que supone la ubicación de cada persona en una graduatoria social,
cuyos extremos diseñan mundos agudamente segregados, sea el de los hiperricos o el de las clases subalternas. Este tipo de criminología se preocupa más
por la minimización del daño que por la justicia, mientras para ella las causas
del delito no son vistas como una pista clave para la solución del problema del
crimen. La actitud actuarial, como se mencionó, es calculadora del riesgo, es
evaluadora y probabilista, no se ocupa de las causas sino de las
probabilidades, no pretende un mundo libre del delito sino otro en el cual las
mejores prácticas para la limitación del daño sean claras. Así las cosas, la
actitud actuarial refleja el hecho que el riesgo, tanto para los individuos como
para las colectividades, ha aumentado mientras el delito se ha convertido en
una parte normalizada de la vida cotidiana, de forma que el delincuente está
aparentemente en cualquier lado, tanto en la calle como en un despacho
importante. Se comienza a desconfiar de todo y de todos, de forma que el Otro
3.1)
X
se encuentra en cualquier lugar y no es únicamente el criminal o el marginal. La
inseguridad se convierte así en el eje de cualquier actividad, motivo por el cual
lo más trascendente es hacer seguro cada momento para evitar lo riesgoso,
aunque ello no se alcance y todo sea meramente probabilístico.
Esta tendencia actuarial ha dado pie al aumento de una presión sobre
el sistema de justicia criminal para que sus instancias alcancen un mayor grado
de eficacia, aunque ellas se conviertan tanto en causa como en efecto del
crecimiento de la población penitenciaria. Esto constituye la base de la New
Penology que Young analiza, describiendo y criticando el discurso actuarial
sostenido por Malcolm Feeley y Jonathan Simon tanto en un ensayo
vastamente difundido (1992), incluso traducido al castellano (1995), como en
otras contribuciones, de modo que también en aquel ámbito cultural –
Latinoamérica como España- dicho discurso está penetrando para servir así a
aquellas políticas eficientistas que tienen tanta vigencia y suministran sostén a
las doctrinas neo-liberales. Como es sabido, estas últimas pretenden encontrar
una racionalidad sistémica para alcanzar sus fines de reducción de las políticas
públicas, a la vez que por esta vía entienden obtener el mayor nivel de
eficiencia en aquellas actividades que todavía queden reservadas al Estado.
Estas actividades, aún cuando efectivamente muchas áreas del derecho a
castigar han comenzado a ser privatizadas, han de tratar ya no más con
individuos –como lo han hecho tradicionalmente los sistemas penales
modernos, de inspiración iluminista- para dirimir sus responsabilidades y
procurar su rehabilitación (el clásico tema de los fundamentos y los fines de la
pena), sino que se orientan por técnicas para identificar, clasificar grupos
sociales evaluados por su peligrosidad y por la inseguridad que generan. De
estas maneras, las instancias del sistema penal, en particular las policías y las
cárceles, llevan a cabo tareas que antes de suponerlas dirigidas a obtener la
prueba de la culpabilidad como, respectivamente, a ejecutar las penas de
forma útil y así lograr la rehabilitación del condenado, sus objetivos son los de
cuantificar, agrupar y clasificar los menos de los más peligrosos. De aquí
proviene el constante y mayoritario empleo de métodos cuantificadores (tablas
de predicción, técnicas para identificar, clasificar) para poder vigilar, confinar y
controlar grupos de individuos. Esto es lo que están llevando a cabo los
sistemas penales encargados de aislar a quienes resultan criminalizados por
pertenecer a contingentes humanos que actualmente representan un riesgo o
peligro para la seguridad, así en abstracto, tales como los inmigrantes, los
drogadictos, los sin techo, etc. De cualquier manera que sean, causa o efecto,
los geométricos crecimientos de las poblaciones alcanzadas por los sistemas
penales y, en especial, las penitenciarias, tanto en las cárceles de los países
post-industriales como en las de aquellos relegados de todo desarrollo, antes
que frutos de la ‘nueva penología’ se convierten en resultados de un uso
discriminatorio de los sistemas penales, de una cultura punitiva en plena
expansión sobre las clases sociales más débiles y de un permanente desprecio
por los derechos fundamentales de quienes así se transforman en ‘clientelas’
obligadas de ellas.
3.2)
En el presente libro, Young se ocupa seguidamente de rechazar dos
tipos de positivismo: el individual como el social (ibidem: 131-133). El primero,
es aquel relacionado con las causas individuales de exclusión, las cuales se
3.3)
XI
explican en términos o mediante teorías culturales; éstas explican que el delito
se produce por una falta de cultura, de socialización, de arraigo simbólico en la
sociedad, en la comunidad o en la familia. El segundo, está también constituido
por un modelo deficitario, pues en este caso el delito es visto como producido
por una ausencia de bienes materiales, o sea de la desigualdad, la pobreza, el
desempleo, etc. Esta explicación se vincula entonces con la privación absoluta;
por consiguiente, las personas cometen delitos por que no están incluidas en la
economía. La mayor o menor inclusión, al igual que la exclusión, según unas
como otras, constituyen entonces causas de las conductas humanas. La última
–la exclusión- provoca reacciones sociales negativas, y da lugar a la expulsión
de individuos o grupos fuera de la sociedad.
Las respuestas que provocan ambos tipos de exclusión, tanto la
individual-cultural, cuanto la social-económica reproducen las metáforas de
Levi-Strauss sobre la antropofagia y la antropoemia, en cuanto aplicadas a
constatar los modelos de sociedades caníbales y de otras que vomitan los
rechazados (delincuentes). De esta manera, retomando el tan renombrado
modelo paradigmático de Robert K. Merton, presentado en su famoso ensayo
Social Structure and Anomie, Young cita el caso de una sociedad descontenta
que devora vorazmente a las personas e incondicionalmente las expulsa. Esto
es lo que constituye un caso típico de sociedad bulímica, pues la bulimia es la
condición por la cual se manifiesta un hambre continua e incontrolada. Ello así,
pues el orden social del mundo industrial avanzado es uno que engulle a sus
miembros, asimila y consume culturalmente masas de personas a través de la
educación, de los medios de comunicación y de sus participaciones en el
mercado (ibidem: p. 133).
3.4) Los últimos tres capítulos de La sociedad excluyente, cuales son: Un
mundo que se sostiene reunido y cae por partes; Conteniendo el caos en
suspenso: el mantenimiento del orden entre extranjeros comprometidos a la
ligera; y, El contradictorio mundo de la Modernidad tardía (Caps. 6, 7 y 8)
suministran varios panoramas. En el primero (Cap. 6), Young hace una muy
lúcida comparación entre los dos experimentos sociales que brindaron, tanto la
sociedad incluyente de la década de los años de 1960, cuanto la sociedad
excluyente de este último tiempo; a ambos los presenta como sendos fracasos.
En el segundo de los señalados (Cap. 7), presenta un cuadro muy vívido
acerca de cómo se configura una variedad de mundos sociales coexistentes en
la ciudad multicultural contemporánea, para analizar la cual recoge los
mecanismos defensivos que George Simmel había descripto ya en 1909
refiriendo las experiencias de vida en las grandes metrópolis de entonces como
Berlin y Londres, tales como una actitud displicente, un acercamiento
calculador hacia los demás y ciertos hábitos de reserva por parte de los
habitantes. Asimismo, repasa ciertos aportes de los autores de la primera y la
segunda generación de la Escuela de Chicago quienes, siguiendo en parte a
Simmel, caracterizaron los mundos sociales coexistentes en la ciudad, para
recomendar a los estudiosos de los fenómenos urbanos una observación
directa y participante de los mismos si pretendían asumir las características de
reserva y distancia de los ciudadanos, el anonimismo de la ciudad y la
dominación imperante por los lazos abstractos del dinero. Por último, utilizando
la reacia imagen del paseante (flanêur) de Richard Sennett, Jock Young se
introduce en la diversidad de la ciudad que provoca fuertes contradicciones
XII
entre los mundos subjetivos y el externo mundo urbano, lo que genera la
separación entre diferentes grupos sociales. De aquí en más, la contradictoria
naturaleza de las ciudades de la Modernidad tardía, analizadas por Zygmunt
Barman, sirve a Young para replantear algunos conceptos claves que padecen
transformaciones a la luz de los fenómenos actuales en la vida urbana; tales
como el de comunidad y el de diferencia, los cuales adquieren otros contenidos
frente a las transformaciones que engendra el multiculturalismo.
4) ¿Qué queda en este libro, La sociedad excluyente, de las originales
posiciones de Jock Young criticando a los teóricos de la desviación y cómo
construye él este paradigma criminológico de la exclusión social dentro del cual
coloca su ya conocido realismo de izquierda?
Esta doble pregunta que acabo de formular se comienza a responder
arriba, en el apartado 2), cuando se hizo mención al reproche que Jock Young
dirigió, en su momento, a los partidarios de la ‘nueva teoría de la desviación’,
calificándoles de ‘idealistas de izquierda’. Mas, por lo que ese reproche
significó, en su momento, en el marco de la denominada ‘criminología radical’
británica de finales de la década de 1960 y de los primeros años de la de 1970,
habría que inquirir por qué la actitud de Young, de entonces, está siendo
descalificada sólo precisamente muy de reciente y no sólo como asentada
sobre un enfoque inadecuado acerca de la historia de las ideas, sino también
como altamente selectiva en su interpretación de la temprana historia de la
criminología radical (v. Cottee 2002). Sobre todo si se tiene en cuenta que en
tales descalificaciones todavía se le atribuye a Jock Young el haber procedido
a realizar una ‘engañosa caracterización’ del trabajo de Stuart Hall, cuyo
fundamental libro Policing the Crisis (co-escrito con Chas Critcher, Tony
Jefferson, John Clarke y Brian Roberts) habría sido censurado por Young en su
aparente fracaso de ‘tomar seriamente el delito’ (Taking Crime Seriously). Pero,
esas descalificaciones aumentan si se considera que en el libro The Drugtakers
(1971), Jock Young habría él mismo incurrido en un semejante ‘idealismo de
izquierda’ al intentar reconciliar aspectos del interaccionismo simbólico con la
teoría subcultural de Robert K. Merton.
¿Qué se pretende expresar con este juicio, aparentemente demoledor?.
En mi particular opinión, semejantes afirmaciones corren el riesgo de perder
objetividad si no se tiene en consideración el panorama histórico en que se
produjo, tanto la recepción de dicha ‘nueva teoría de la desviación’, cuanto el
reproche formulado por Young a quienes (entre ellos, el mismo Stanley Cohen
con su posición escéptica) sostenían e impulsaban esa recepción en Gran
Bretaña. Ciertamente, contrastar las descalificaciones de inadecuación con la
historia de las ideas y de alta selectividad que se dirigen a la crítica de lo que
Young denominó como ‘idealismo de izquierda’, supone reintroducirse en el
clima moral y político de la sociedad británica de las décadas de 1960 y 1970,
clima que, como ya señalé, estaba entonces todavía fuertemente permeado por
los valores morales de una sociedad victoriana, aunque superada en sus
niveles de bienestar social. El autor de tales descalificaciones es un joven
quien, sólo de reciente ha completado su Ph.D. en el Departamento de
Criminología de Keele University y, aunque yo no le conozca (desconociendo
también su tesis titulada Conflict and Misunderstanding in British Criminology),
XIII
debo descontar su origen británico. Por esto último, me tomo la libertad de
suponer una cierta desatención de su parte por un período de la historia
británica en el cual se plantearon las primeras propuestas de un nuevo (para
entonces) paradigma para el conocimiento criminológico, construido en el
marco de confluencia de los aportes del interaccionismo simbólico con ciertas
categorías del pensamiento marxiano. A este tipo de conocimiento, hace ya
veinte años, lo he concebido como: la primera criminología radical, de cuño
marxista, que transforma el nuevo paradigma de análisis del fenómeno criminal
y de la desviación en general –desde su molde interaccionista- y lo enraíza en
una teoría crítica y materialista de la sociedad capitalista (Bergalli, 1983 cit.:
226).
Hay también que tomar en cuenta que las propuestas de Jock Young y
sus colegas se manifestaban en el Reino Unido en momentos en los cuales la
social- democracia del Labour Party se proponía como una tentativa exitosa,
renovadora y de futuro no sólo para la sociedad británica. Sus promesas y las
satisfacciones que este programa procuraba a las clases medias y trabajadoras
contrastaban, sin embargo, con valores morales muy arraigados a través de
toda la estructura social. La tensión manifiesta entre satisfacciones materiales y
rígidos principios transmitidos desde los niveles superiores hacia los inferiores
de la jerarquía social (Britain is tradition, enseñan los mayores a los jóvenes,
los maestros a los niños), muy posiblemente ha actuado como disparador de
revulsivos contra costumbres y hábitos sociales. Comportamientos que hasta
entonces eran mantenidos en la obscuridad, cubiertos por prejuicios, salieron
repentinamente a la luz y se manifestaron con todo desparpajo, avivando
profundos sentimientos que desde siempre separaban las conductas
reprobables de las aceptadas. La identificación de tales comportamientos como
no perjudiciales para la convivencia fue asumido inicialmente por el conjunto de
intelectuales de la aludida NDC, mientras sólo posteriormente se produjo su
difusión social. La introducción y el empleo de la categoría de la Social
Deviance, proveniente de una cultura social ya instalada en el Welfare desde
hacía más de dos décadas, como la entonces vigente en los Estados Unidos,
fueron sin duda entendidos por ciertos intelectuales muy radicalizados como de
uso benigno frente a los que ellos entendían como necesariamente
transformador, no sólo de hábitos y costumbres sino también del nivel de
tolerancia hacia ciertas conductas cuya represión suponía una auténtica
censura moral. La básica imputación que Young hacía a los idealistas de
izquierda se asentaba sobre el abandono de la consideración del Estado y, en
general, de los aspectos estructurales que rodean la aparición de las conductas
desviadas, aunque reconociera que tal tipo de comportamientos estaban
íntimamente relacionados con la reacción que ellos provocan, de modo que la
llave para controlar el problema del delito se encuentra en el control de la
reacción contra la desviación antes que en el cambio estructural (v. Young
1981: 291), lo cual revela que Young no disintiera con la recepción de la teoría
de la desviación, proveniente de la Escuela de Chicago, sino con la forma de
su recepción en el Reino Unido, desvinculada del contexto social y político en
el cual se proponía. En consecuencia, es tanto comprensible que intelectuales
como Jock Young disintaran, incluso dentro del marco de la propia NDC, de
otros colegas, quizá tan partidarios de introducir ‘románticamente’ el concepto
de conducta desviada en el lenguaje del conocimiento criminológico británico
XIV
de los años 1970, cuanto no parece aceptable que más de treinta años
después de la disputa promovida por Young en el seno de la criminología
radical, se pretenda ahora formularle una crítica con desatención de aquel
contexto, por más que tal crítica se asiente en un enfoque hermenéutico sobre
la historia de las ideas y presuma de recoger diferencias con el pensamiento
de Jock Young que antes no se habían manifestado todavía (Cottee, op.cit.:
403).
La segunda parte de la pregunta expuesta al comienzo de 2) mantiene
una estrecha relación con alguno de los énfasis que Jock Young resaltaba en la
crítica a los idealistas de izquierda, o sea que no puede formularse teoría
criminológica alguna que no esté relacionada con los aspectos estructurales y
con el Estado de la sociedad en la cual se pretenda analizar la cuestión del
delito y de su control. Pues, esto es lo que precisamente él lleva a cabo en La
sociedad excluyente, entendiendo que los fenómenos de exclusión constituyen
los rasgos distintivos de toda estructura social desregulada, sin límite ni control
para las fuerzas que imperan en el mercado las cuales, predominando por
sobre los intereses públicos se convierten en impulsoras de las actividades que
aún realiza el Estado. Esta situación configura el terreno en el que germina la
exclusión social. En efecto, a lo largo de toda la obra Young hace un muy
vehemente repaso de los factores que han transformado la sociedad incluyente
del último tercio del s.XX, estable y homogénea, en la sociedad excluyente del
comienzo del s.XXI, caracterizada por la polarización de la riqueza y la miseria,
y la desagregación social. Explora la exclusión en sus tres niveles: la exclusión
económica del mercado laboral; la exclusión social entre personas de la
sociedad civil, y, las siempre expansivas actividades excluyentes del sistema
de justicia criminal.
De esa perspectiva económico-estructural, Young pasa al campo de la
teoría política procurando demostrar la necesidad de crear una nueva
concepción de la ciudadanía y otorgarle un carácter reflexivo a los estudios
culturales sobre la Modernidad tardía y/o de su tránsito hacia la postModernidad.
Así las cosas, la exclusión social se convierte en el fundamento de un
conocimiento criminológico que reconoce en los aspectos estructuraleconómicos de toda sociedad los límites de toda investigación que pretenda
explicar lo relativo a la génesis del delito y de su control, objetos de aquel
conocimiento. De tales maneras, este tipo de investigación se aparta de los
métodos aplicados por la criminología tradicional y debe recurrir a los más
variados de la sociología, la economía política y la teoría del Estado. Así se
configura el nuevo paradigma que introduce Jock Young en el pensamiento
criminológico para las sociedades del tercer milenio.
Barcelona, diciembre dos mil dos.
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