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LA ANSIEDAD INFANTIL: VENCIENDO LOS TEMORES (II) Como iniciamos en el número anterior, los trastornos de ansiedad también son frecuentes en la infancia. Un ambiente cambiante, la creciente exigencia del entorno y la falta de autoconfianza son alguno de los factores que influyen en la causa de los mismos. Estudios recientes confirman que, la falta de detección y el no abordar estas dificultades cuando existen en edades tempranas, pueden favorecer la aparición de cuadros depresivos y otras patologías en la edad adulta, pues los trastornos de ansiedad en los niños no desaparecen por sí solos, sino que, por el contrario, se intensifican y predisponen a padecer otros trastornos emocionales. Fobia Social En ocasiones lo podemos confundir con la timidez, pues resulta difícil saber y determinar dónde está el límite entre una dificultad, timidez, y una incapacidad, fobia social, para relacionarnos con los demás. La intensidad de los síntomas de malestar que se generen en el niño/a, lo limitante que resulte el comportamiento poco social o “tímido” para el niño/a, los problemas que le generan el tener que hacer frente a una situación social, serán elementos que nos permitan determinar si es o no un problema. Si el niño/a tiende a evitar contactos y reuniones sociales poco familiares, o tiene “berrinches” en estas situaciones, si prefiere actividades y juegos solitarios que no le obliguen a relacionarse, si le preocupa en demasía lo que los demás puedan pensar de ellos/as, la crítica y la humillación en público, quizá esa timidez haya pasado ya a ser más un problema de ansiedad social. En este caso, la ansiedad desencadenada por la participación en situaciones sociales, puede llevar al aislamiento y a síntomas depresivos de tristeza, soledad, poca competencia personal, baja autoestima, lo que a su vez precipitará una mayor evitación de las mismas. Como se evitan, la posibilidad de practicar habilidades sociales será mínima, y de esa forma se cronifica el problema. Trastorno Obsesivo- Compulsivo Este trastorno suele aparecer hacia los 8 años, aunque no resulta fácil de reconocerlo. Las obsesiones son ideas que aparecen de forma abrupta e involuntaria en nuestra mente, interfiriendo en la vida normal de quien las padece. Son difíciles de controlar y se acompañan de una sensación de malestar y ansiedad. Las compulsiones, son pequeños “rituales” que llevamos a cabo, o pensamientos que tenemos, para poder escapar o aliviar el malestar que ha generado la obsesión, o para impedir que algo malo suceda. De esta forma tendemos a pensar que podemos controlar el entorno. Tanto las obsesiones como estos pequeños rituales de control que llevamos a cabo, interfieren de forma negativa en la vida del niño/a. Las compulsiones que desarrollan los niños, al igual que en los adultos, dependen de sus temores u obsesiones. Algunas de ellas pueden ser: Lavarse las manos con una frecuencia elevada; repetir, comprobar y contar; rituales a la hora de dormir: colocar las zapatillas de forma determinada, necesitar una manta u objeto especial... Trastorno de pánico Son síntomas de malestar, de ansiedad, intensos, y muy similares a los del adulto. Suelen aparecer asociados a algunos de los trastornos numerados, principalmente a los de ansiedad por separación y fobia escolar. ¿Cómo detectar si nuestro hijo/a tiene un problema de ansiedad? Ya hemos comentado que los síntomas a través de los cuales los niños/as manifiestan su ansiedad son físicos, quejándose de dolor de cabeza, de tripa, “nervios”, etc. Pero en ocasiones estos síntomas vienen acompañados de dificultades de aprendizaje, problemas de atención, problemas de comportamiento, mentiras, agresividad, etc. Hay que tener en cuenta que los niños/as, no saben como hacer frente a esas sensaciones tan desagradables, a esos miedos que les generan angustia, tristeza, tensión, y buscan una salida “desesperada”, inmediata, que en la gran mayoría de los casos es poco adaptativa. Si a estas sensaciones de angustia, le añadimos el enfado y la presión del entorno que les exige un cambio, la ansiedad tiende a agudizarse. Por ello, para prevenir complicaciones y para minimizar el malestar del niño/a, es fundamental el abordaje de estos trastornos en el momento de su aparición. ¿Cómo ayudar a mi hijo/a? Dado que los problemas de ansiedad se deben tanto a factores temperamentales, como ambientales, serán estos últimos los que estén a nuestro alcance para abordar el problema. De esta forma, es importante detectar el foco por el que puede llegar la ansiedad, e intentar hacer comprender al niño/a qué le sucede, ayudarle a poner nombre a sus sensaciones, a “normalizarlas”, ya que es el miedo a padecerlas, lo que a su vez puede incrementar el malestar. También es importante ayudarle a detectar sus pensamientos y a desmontarlos, entendiendo su irracionalidad, su negatividad, para que así les resulte más fácil enfrentarse a sus temores. De hecho ese sería otro paso importante a realizar, motivarle para que vaya participando de aquellas situaciones que le causan malestar, sin protegerle demasiado. Así, si teme a la oscuridad no es bueno que alimentemos ese miedo dejándole encendida la luz, es preferible que la vayamos graduando poco a poco; si teme que se rían cuando pregunta, no es positivo que seamos nosotros quienes pidamos por él siempre, “obliguémosle” a ser él quién pida, por ejemplo, un libro en una tienda o un vaso de agua en el restaurante. Como venimos diciendo, el ambiente es fundamental. Cuidemos tanto un ambiente excesivamente exigente (notas, comportamiento, horarios, normas...) como un ambiente sobreprotector. Intentemos que los cambios ambientales (divorcio, cambio de casa, ..) les afecten lo menos posible. Estemos alerta a sus quejas y comportamientos y leamos entre líneas. Busquemos ayuda especializada si la necesitamos.