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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES. Facultad de Ciencias Sociales Seminario Internacional: FILOSOFIAS DE LA UNIVERSIDAD Y CONFLICTO DE LAS RACIONALIDADES Buenos Aires, 21-23 de julio de 1997 FUNDAMENTOS DE LA UNIVERSIDAD EN UNA ERA SIN FUNDAMENTOS Augusto Pérez Lindo, Profesor Titular de Filosofía - CBC - UBA RESUMEN: Esta comunicación presenta los nuevos contextos en los cuales se plantea la fundamentación de la Universidad. Por un lado, parece que las teorías postmodernas desautorizan todo intento de legitimación teórica de la institución. Por otro lado, los cambios y las mutaciones en curso vuelven problemático el intento de darle un sustento filosófico universal a la producción y transmisión del saber universitario. El autor presenta el concepto de políticas del conocimiento para reformular los fundamentos tradicionales de la universidad y para legitimar la autonomía y pertinencia de la institución. Augusto Pérez Lindo Ph. D. Universidad de Lovaina - Profesor Titular de Filosofía - UBA Director del programa de investigación: “Los enfoques filosóficos emergentes y la revisión de la enseñanza de la Filosofía”(UBA - CYT) Coordinador Académico de la Maestría en Educación Superior de la Cátedra Unesco Universidad de Palermo Autor de: Universidad, política y sociedad, Eudeba, Bs.As., 1985 La batalla de la inteligencia, Cántaro, Bs.As., 1989 Teoría y evaluación de la Educación Superior, Aique, Bs.As., 1993 Mutaciones. Escenarios y filosofías del cambio de mundo, Biblos, Bs.As., 1995 1 UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES. Facultad de Ciencias Sociales Seminario Internacional: FILOSOFIAS DE LA UNIVERSIDAD Y CONFLICTO DE LAS RACIONALIDADES Buenos Aires, 21-23 de julio de 1997 FUNDAMENTOS DE LA UNIVERSIDAD EN UNA ERA SIN FUNDAMENTOS Augusto Pérez Lindo, Profesor Titular de Filosofía - CBC - UBA Mi propósito en esta comunicación será replantear la idea del fundamento de la Universidad a partir de los nuevos contextos y de los nuevos paradigmas que definen el cambio del mundo. Intentaré mostrar que la evolución de la sociedad, de las ciencias y de las universidades nos conduce a buscar un nuevo principio regulador que a mi entender se puede constituir en torno a las políticas del conocimiento. Espero que el sentido de este concepto aparezca a través de los diversos problemas que voy a presentar. ? Cómo encontrar un nuevo fundamento para la universidad en un era postmoderna donde todo fundamento ha sido cuestionado? ? Cómo legitimar la institución universitaria cuando la desligitimación afecta a todas las instituciones? ? Dónde encontrar un punto de apoyo para superar el vacío ético-filosófico de las comunidades universitarias en una sociedad donde el escepticismo parece disolverlo todo?. ?Podemos pensar todavía en universidades que se autodefinen de acuerdo a fines universales? ? Podemos reconocer todavía instituciones universitarias que sostienen su identidad sobre la base de principios altruístas o supraindividuales? ? Se puede encontrar aún proyectos universitarios que trasciendan los intereses corporativos o individuales de los miembros de la institución ?. Todos estos interrrogantes parecen remitir a un problema común : la posibilidad de organizar las universidades de acuerdo con principios de valor universal , la posibilidad de lograr un consenso a partir de creencias que valoricen el conocimiento, la ética y la solidaridad social. Asumimos como punto de partida que nuestra civilización experimenta una serie de mutaciones (1) que provocan cambios en los paradigmas culturales, científicos, estéticos, políticos y sociales (2). En lo que respecta a la universidad, podemos reconocer una serie de factores que obligan a repensar sus fines y su identidad en el contexto de un nuevo mundo: 2 1o. la crítica epistemológica (cuyos hitos los podemos marcar a través de algunos nombres: Popper, Khun, Feyerabend) destruyó las ilusiones de un saber científico acabado e institucionalizado al introducir las ideas de “falsabilidad”, “refutabilidad”, “paradigmas”, “consenso”, “constructivismo”, “relativismo”; 2o. la explosión de la información científica (del orden de un millón de títulos de libros y artículos de revistas especializadas) vuelve fácticamente imposible la construcción y la legitimación de visiones sintéticas y totalizadoras del conocimiento actual; 3o. los medios de comunicación de masas (principalmente la televisión) y las redes informáticas (sobre todo Internet) crearon nuevas condiciones sociales para la producción y transmisión de conocimientos abriendo el camino a redes intersubjetivas que trascienden las instituciones y los países; o sea, estamos ante el surgimiento de una universidad mundial y virtual; 4o. la aceleración de las innovaciones tecnológicas y sociales vuelve problemática la correspondencia entre la formación de recursos humanos calificados y las demandas del mercado o la sociedad, el modelo de la universidad profesionalista pierde consistencia; 5o. como efecto de los cambios en el modo de producción y de transmisión de los conocimientos se ha vuelto necesario replantear el modelo pedagógico de la enseñanza universitaria relativizando las informaciones enciclopédicas y valorizando la adquisición de competencias tales como el aprender a aprender, el aprender a resolver problemas, el aprender a seleccionar información, el aprender a pensar críticamente; 6o. la globalización y los procesos de regionalización (Mercosur, Unión Europea, Nafta) dan lugar a espacios académicos transnacionales que internacionalizan a todas las instituciones convitiéndolas en partes de una red mundial ; 7o. la consolidación de un nuevo paradigma económico fundado en el uso intensivo del conocimiento coloca a las universidades en un lugar estratégico pero al mismo tiempo amenaza el futuro de los graduados si no se alcanza a definir el perfil adecuado que los mismos deberían tener para posicionarse en el nuevo mundo; 8o. los efectos combinados de la fragmentación cultural y de la segmentación social colocan a las universidades ante dilemas dramáticos: si deciden favorecer la masificación de los estudios disminuyen la competitividad de los graduados; si fortalecen la selección 3 académica, contribuyen a reproducir la polarización social; el equilibrio sólo se puede encontrar en un sistema congruente que ofrezca múltiples alternativas; 9o. el desarrollo de la inteligencia artificial y de las redes de información reemplazan progresivamente las funciones de la memoria y de la inteligencia humana haciendo posible el acceso a conocimientos avanzados para individuos de cualquier edad , con lo cual se modifican los tradicionales ciclos de escolaridad, de aprendizaje y de acreditación ; 10o. el nacimiento de una “biotecnópolis” donde la producción y la reproducción de la vida pasa a ser controlada por la ciencia y la tecnología nos lleva a repensar los paradigmas que fundan diversas disciplinas en relación con las ideas sobre la naturaleza, la vida, la existencia y las identidades humanas ; 11o. las dramáticas amenazas a la convivencia y a la idea misma de sociedad que surgen con los fenómenos masivos de exclusión social y desempleo coloca a las universidades en la necesidad de pensar el tipo de sociedad y de civilización que están contribuyendo a producir o a reproducir. Estos son algunos de los contextos dentro de los cuales estamos obligados a repensar los fines, misiones y funciones de la Universidad. Desde el punto de vista teórico quizás ayude a la reflexión el distinguir , taxonómicamente, los alcances de estos tres conceptos. Los fines señalan lo que es esencial o fundamental a cualquier universidad. Las misiones definen la identidad particular de cada institución, su modo de situarse frente a la realidad histórica o social. Las funciones , por su parte, aluden a los propósitos institucionales y al significado social de las actividades universitarias. Desde la Edad Media siempre se invocaron los fines y las misiones para definir las funciones de la universidad. Paulatinamente, las fundamentaciones filosóficas y las misiones religiosas o ideológicas fueron desplazadas en los discursos y en las prácticas por el desarrollo de las funciones, por los objetivos concretos de la vida académica y científica. Habermas vería esto como parte del triunfo de la razón instrumental. Pero también cabría verlo como resultado de diversos factores entre los cuales se encuentran la complejización, la explosión de conocimientos o la división o especialización de los saberes. Es cierto que el paradigma de la razón práctica se ha ido imponiendo mundialmente en todas las universidades. Y también es cierto que el neo-liberalismo o el neo-darwinismo social , e inclusive muchos críticos de estas posiciones, tienden a intepretar esto como el triunfo de la competitividad, de las ideologías mercantilistas y utilitaristas dominantes. Pero, sería erróneo confundir el formidable despliegue de las funciones prácticas del conocimiento con las demandas del mercado o con las ideologías neo-liberales. Por otro parte, sería erróneo 4 también creer que el despliegue económico y social del conocimiento se justifica por sí mismo, que no necesita ningún fundamento. En La condición postmoderna de Francois Lyotard encontramos afirmaciones como éstas: los vínculos sociales se han deteriorado, los grandes discursos emancipadores también; el saber instrumental se impone, el relato de la legitimación del saber ya no puede sustentarse, la idea de la verdad ha sido desplazada en el mundo del conocimiento por los juegos de lenguajes diferentes. . En suma: “El gran relato ha perdido su credibilidad, sea cual sea el modo de unificación que se le haya asignado: relato especulativo, relato de emancipación”(p.73). “En el contexto de la deslegitimación las universidades y las instituciones de enseñanza superior son de ahora en adelante solicitadas para que fuercen sus competencias y no sus ideas: tantos médicos, tantos profesores de tal o cual disciplina, tantos ingenieros, tantos administradores, etc.”(90). La performatividad dentro de un sistema social es la regla que define la pertinencia de las instituciones. Otros pensadores postmodernos como Gianni Vattimo, Richard Rorty o Gilles Lipovetzky presentan situaciones y argumentos semejantes. Según ellos el debilitamiento del racionalismo, la pérdida del fundamento, la crisis de las representaciones de la verdad y la realidad, todo confluye para socavar las visiones totalizadoras y los intentos de legitimar el saber a traves de concepciones de la verdad o teorías del conocimiento. De acuerdo con Jean Baudrillard ( ) o con Paul Virilio ( ) las nociones mismas de realidad se han esfumado. Por estos y otros argumentos se asocia a los pensadores postmodernos con el escepticismo y el nihilismo. No viene al caso plantearse la genealogía de estas actitudes que muchos atribuyen al espíritu mismo de la modernidad , algunos al pensamiento de Nietzche y otros a los enfoques críticos de Marx, Nietzsche y Freud . Lo cierto es que el escepticismo se encuentra desde la Antiguedad en todos los intentos por fundamentar el conocimiento. Y en cuanto al nihilismo contemporáneo sería más productivo verlo como consecuencia de las transformaciones que estamos viviendo que como proyecto. La negación es siempre síntoma o testimonio de algo. En este caso el nihilismo postmoderno denuncia las transformaciones en curso pero no nos dice casi nada sobre el mundo que adviene. Cabría decir, también, y por las mismas razones, que nos parecen desorientadas las críticas de Mario Bunge o de Juan José Sebrelli a todo lo que ellos engloban en el nuevo irracionalismo que va desde los traficantes de brujerías y curaciones hasta el psicoanálisis 5 lacaniano, desde la metafísica de Heidegger o la hermeneútica hasta el relativismo de Kuhn, Feyerabend o Rorty. Estas caracterizaciones sirven para fabricarse un challenger en una pelea arreglada de antemano, pero no sirven ni para explicar ni para comprender lo que está pasando. Las universidades del siglo XX han conocido distintos fundamentos en sus principios. El liberalismo, el cristianismo, el marxismo, el islamismo, el budismo, el judaísmo, el ateísmo militante, el secularismo agnóstico, el nacionalismo, han inspirado la organización de numerosas universidades de todo el mundo. Muchas de ellas conservan como parte de su identidad , o de su misión, aquellos fundamentos. Entonces lo que sorprende no es la escasez sino la abundancia de fundamentos. La cuestión es saber si podemos encontrar entre los distintos proyectos universitarios algunos fundamentos comunes. Para encontrar una primera respuesta quisiera evocar el debate sobre los principios de los derechos humanos entre 1948-1989 a través de las Naciones Unidas. Las divergencias filosóficas e ideológicas no impidieron que surgieran definiciones compartidas sobre la dignidad humana y que se estableciera un verdadero código internacional sobre derechos humanos. La universalidad de esas definiciones , aprobada por los representantes de las naciones, fue ratificada con la adhesión de las grandes religiones y de los movimientos políticos contemporáneos. La clave de dicho consenso fue la distinción entre el acuerdo pragmático sobre los anunciados y la renuncia a imponer una fundamentación única. . Lo cual dió lugar a una fórmula particular : sobre los principios todos quedaron de acuerdo, pero sobre los fundamentos cada uno poseía una visión particular. De manera semejante, podríamos ponernos de acuerdo en cuanto a los principios que rigen las universidades aunque no compartamos los mismos fundamentos. Podría acordarse por ejemplo, como se ha hecho en muchas reuniones internacionales, que la universidad tiene como principio básico la investigación científica sin entrar a discutir lo que cada uno entiende por ciencia. En esta fórmula encontraríamos una manera de conciliar la definición de las características universales de la educación superior con el pluralismo filosófico o ideológico que corresponde a la diversidad de los individuos y organizaciones. Se ha dicho a menudo que las universidades comparten dos finalidades esenciales: la búsqueda de la verdad y la transmisión de conocimientos en el más alto nivel. Respecto a la segunda parte de este enunciado no hay mucha discrepancia: es por ello que se habla de “educación superior”. Y aunque muchas universidades sólo se dedican a la formación de 6 profesionales todas se consideran como la máxima instancia del sistema educativo. En cambio, se considera que la búsqueda de la verdad, incumbe sólo a las universidades con vocación científica o con misiones particulares (como las que se identifican con proyectos religiosos , filosóficos o políticos ). El principio de la “búsqueda de la verdad” como tensión fundamental de toda institución con vocación científica , tanto universidades como centros de investigación, puede ser compartido pragmáticamente por defensores de diferentes modelos de pensamiento: aristotélicos, positivistas, idealistas, marxistas, ateos, budistas, católicos tomistas, musulmanes, etc. Pero quedarían afuera los escépticos y nihilistas que descreen de toda posibilidad de encontrar algo como “la verdad”. Dicho inconveniente podría superarse si entendemos el principio en un sentido más general y más contemporáneo como la búsqueda de nuevos conocimientos validados por las comunidades académicas y científicas habilitadas para acreditarlos. Con lo cual se deja en suspenso , o se formula en términos hipotéticos, el carácter de verdad que los conocimientos sistematizados pueden llegar a tener. De hecho, esta parecería la posición más adecuada por el momento para conciliar la búsqueda del conocimiento objetivo con la pluralidad de interpretaciones. Robert K. Merton , en La sociología de la ciencia, destaca cuatro conjuntos de imperativos institucionales como inherentes al ethos de la ciencia moderna: el universalismo, el comunismo, el desinterés y el escepticismo. (--). En cuanto al primero destaca lo siguiente: “El universalismo halla inmediata expresión en el canon de que las pretensiones a la verdad, cualquiera sea su fuente, deben ser sometidas a criterios impersonales preestablecidos: la consonancia con la observación y con el conocimiento anteriormente confirmado”(--) El imperativo del “comunismo” sería la necesidad de reconocer que todo descubrimiento es resultado de un trabajo colectivo. El imperativo del desinterés implica la capacidad de descentrarse respecto de sus motivaciones inmediatas para participar en algo más trascendente (el saber, el bien común, la libertad, etc.). El imperativo del escepticismo organizado constituye un “mandato metodológico e institucional” que supone la capacidad para suspender todo juicio y examinar con autonomía todas las creencias. 7 Merton reconoce que la “búsqueda de la verdad” es inherente a las comunidades científicas y académicas. El problema es que su mismo planteo, que parece tan neutral, implica la aceptación de algunas teorías previas sobre el conocimiento, la verdad, la ciencia, la ética o la sociedad. La “búsqueda de la verdad” puede ser interpretada de múltiples maneras. En las universidades dogmáticas o sectarias la “búsqueda y defensa de la verdad” supone , casi siempre, que los miembros de la institución deben confirmar las creencias asumidas por la misma. Algunos autores, invocando las ideas de Marx, Nietzsche o Foucault, sugieren que esta es la situación normal en todos contextos, no solamente con las universidades sectariamente controladas. El saber depende del poder. El mismo saber científico sería una forma de ideología legitimada. La vocación científica es inherente a la institución universitaria porque sin ello no vemos cómo la misma podría transmitir el conocimiento actualizado. La universidad se asocia con la búsqueda de la verdad, con la creación de hipótesis, con las contrastaciones de diferentes teorías, con el descubrimiento, la refutación y el consenso paradigmático de la comunidad académica. La libertad de pensamiento, la libertad de expresión, la diversidad cultural, la democracia política, encuentran su correlato en el principio epistemológico de la refutabilidad de las teorías. Por lo tanto, la búsqueda de la verdad supone una universidad abierta a todas las hipótesis contrastables. Las corrientes dominantes del pensamiento moderno (racionalistas, positivistas, materialistas, idealistas) creyeron que una nueva concepción universal de la ciencia iba a reemplazar a la metafísica tradicional. Imaginaron un mundo académico regido por verdades unívocas y definitivas. En las últimas décadas estamos abandonando estas ilusiones y estamos admitiendo que el conocimiento científico es un proceso interminable que no excluye distintos tipos y niveles de verdades, así como tampoco la coexistencia de verdades objetivas y creencias subjetivas. Por eso es posible encontrar universidades que con identidades filosóficas diferentes coinciden sin embargo en la búsqueda del conocimiento objetivo como finalidad esencial. De este modo encontramos una distinción neta entre el nivel de los fines y el nivel de las misiones de la universidad. Una universidad secular y pública puede coincidir en sus fines con una universidad confesional y privada. De hecho, todas las organizaciones universitarias tienen una manera particular de situarse frente al medio que define su identidad. Cada institución asume misiones éticas, culturales, filosóficas , políticas o religiosas particulares. 8 La búsqueda de la verdad implica algo paradógico: que no se trata de confirmar una verdad preestablecida (aunque en las comunidades científicas también se trata muchas veces de verificar o confirmar un paradigma vigente) , ni tampoco encontrar de una verdad única. Deberíamos hablar en consecuencia de “búsqueda de verdades hipotéticas”. Y aunque esto parece abrir el camino hacia lo arbitrario o hacia el relativismo, en realidad enuncia la cultura del pluralismo, también esencial a la definición de la universidad contemporánea. Podemos afirmar , entonces, la vigencia de un mandato no arbitrario sino confirmado por la experiencia histórica : la universidad tiene como uno de sus fines la búsqueda del conocimiento objetivo. La forma en que esta búsqueda se produce está relacionada con la concepción actual que tenemos del conocimiento científico que debe ser hipotético, refutable, contrastable, pluralista. Las universidades contemporáneas reivindican su vocación científica como algo propio de su identidad porque sin ello dejarían de ser la máxima instancia del saber y de la enseñanza. Aunque muchas instituciones siguen aferradas a la formación de profesionales y dirigentes, el modelo que propusiera la Universidad de Berlin a partir de 1809, se fue imponiendo en todas partes. Si la universidad no participa en la creación y sistematización de los conocimientos, sus funciones se reducen a la reproducción de la clase dirigente o la capacitación de recursos humanos. No es tan obvio que esto deba ser así. Las teorías de Newman, Ortega y Gasset , Newman y Jaspers privilegiaron la formación cultural, profesional o de la clase dirigente. Lo cual ha sido a menudo invocado para justificar el desinterés de las universidades por la actividad científica o por sus reponsabilidades sociales. Una vez más, deberíamos evitar contraponer principios que son compatibles y complementarios. El contexto de las sociedades actuales nos dice que la formación de recursos humanos impone un entrenamiento especial para producir y gerenciar los conocimientos. Para transmitir las verdades hipotéticas que constituyen la suma de los saberes del curriculum universitario las universidades necesitan investigar, crear nuevos conocimientos y sistematizarlos. De hecho, las universidades científicas constituyen una minoría. Ciertas facultades y carreras, sobre todo, son altamente “reproductivas”, pero aún ellas (como las de abogacía o contador) se ven alteradas por los cambios vertiginosos del entorno social. La epistemología contemporánea, en particular durante las últimas décadas, plantea un desafío adicional. Ya no se puede enseñar ingenuamente la ciencia, ya no se puede investigar 9 sin espíritu crítico. Los científicos se ven exigidos a fundamentar sus teorías. A su vez, sociólogos, historiadores, filósofos, psicólogos y antropólogos, analizan la actividad científica desde distintos ángulos. La “ciencia sin conciencia” , como la denomina Edgar Morin (24) ya no puede defenderse. En la República de Platón el saber estaba intrinsecamente ligado al bien común de la polis. Esto surgía del corazón mismo de la metafísica platónica en la que la verdad, el bien y la belleza eran constituyentes esenciales del Ser. En la sociedad contemporánea el saber se encuentra cada vez más asociado a su legitimación epistemológica y a su proyección social. Por eso se habla del contexto del descubrimiento, del contexto de la justificación y del contexto de aplicación de la ciencia. Una de las conclusiones que podemos extraer de todo lo dicho es que la universidad contemporánea tiene como fundamento primero la búsqueda de nuevos conocimientos, la sistematización de los saberes definición se contrapone y su transmisión crítica a través de la enseñanza. Esta a las concepciones “profesionalistas”, “ideologistas”, “fundamentalistas ”de la institución universitaria. Yendo todavía más lejos se puede sostener que las universidades actuales se legitiman no sólo por sus propósitos institucionales sino sobre todo por su pertinencia social, por su capacidad para autorregularse a partir de políticas que definan los saberes pertinentes, las opciones estratégicas y el despliegue social de los conocimientos. En la universidad medieval, eminentemente reproductiva, el mandato de investigación estaba sumergido en el mandato de la enseñanza. En la universidad moderna la investigación pasa a ocupar un lugar creciente pero sin abandonar la enseñanza como algo esencial. En la actualidad, tanto la actividad científica como la enseñanza universitaria, necesitan fundarse en una política de conocimiento capaz de definir la evolución de las saberes, las demandas de educación y los impactos sociales del saber. La relación de las culturas humanas con el saber organizado se ha ido complejizando tanto a causa de las transformaciones sociales y tecnológicas como a causa del grado de conciencia que hemos ido adquiriendo sobre las funciones del conocimiento. En el siglo XIX Hegel comenzó a pensar históricamente la evolución de las ideas. El positivismo de Comte y el materialismo dialéctico de Marx destacaron la formación social de los conocimientos. Hacia principios del siglo XX los estudios de Durkheim abrieron el camino a la sociología de la educación. En los años 30 la Escuela de Viena se propuso encontrar la lógica del pensamiento y de la actividad científica. Desde entonces la Epistemología comenzó a ocupar un lugar destacado en las universidades. 10 En los años 50 con Edward Denison y otros se desarrolla la economía del saber y de la educación. En los años 60 y 70 el marxismo y la escuela reproduccionista (Bourdieu, Passeron, Establet) ponen de nuevo en primer plano la función ideológica de la educación y de la ciencia. En los años 80 al mismo tiempo que aparece el desencanto frente a los grandes relatos históricos e ideológicos, surge también la voluntad de analizar de manera más compleja la constitución de los saberes y sus relaciones con la sociedad. Se abre el camino a la Antropología del Conocimiento, a la Ciencia de la Ciencia. Se ha vuelto trivial anunciar que asistimos al surgimiento de la sociedad del conocimiento o la sociedad de la información. Es menos evidente, sin embargo, que también se está elaborando una nueva visión del conocimiento, más compleja, más integradora. Y esto ocurre en el momento mismo en que la explosión de las informaciones, la diversidad de enfoques y los cambios acelerados en todos los órdenes, desafían la capacidad humana para sintetizar o sistematizar todos los conocimientos. Ocurre en el momento mismo en que los avances científicos nos brindan la posibilidad sobrecogedora de producir y reproducir la vida o de recrear tecnológicamente la inteligencia. Ocurre ahora cuando la humanidad posee, por primera vez, la capacidad de producir todos los alimentos necesarios a la población mundial al mismo tiempo que millones de personas se mueren de hambre cada año. Es por todas estas circunstancias, tal vez, que las políticas del conocimiento se han vuelto cruciales para definir el destino de la humanidad. Sin tales políticas no sabremos controlar el flujo alucinante de las informaciones, ni sabremos adónde van nuestros conocimientos, ni sabremos aprovechar las potencialidades que la ciencia y la tecnología nos brindan. Actualmente, una gran parte de nuestro potencial científico está desaprovechado o mal orientado. Las universidades pueden limitarse a ser meras reproductoras de la sociedad , pueden limitarse a ser meras fábricas de diplomas profesionales. De hecho la mayoría de ellas asume estas funciones. Pero, quienes no quieren estar a la vanguardia de los acontecimientos corren el riesgo de ser atrapados por ellos en retaguardia. Las computadoras, las redes de información, los programas inteligentes, Internet, ya brindan la posibilidad de adquirir de manera más rápida que en las escuelas o la Universidad los conocimientos llevaban mucho más tiempo. A su vez, han comenzado a acreditarse, o a sea, a reconocerse formalmente los saberes adquiridos por estos medios. En la era de las organizaciones inteligentes, de la economía sustentada por la ciencia y la técnica, de la explosión de informaciones, de las mutaciones , de la globalización y de los 11 cambios de paradigmas , el éxito de las universidades no depende tanto de sus estructuras o de sus recursos como de la gestión del conocimiento. Desde este punto de vista decir que el futuro de la universidad depende de su capacidad para convertirse en una organización inteligente. Y esto constituye un desafío insostenible por las organizaciones universitarias donde los actores no llegan a pensar estratégicamente, o sea, donde predomina la inercia corporativista, el sectarismo político o la atomización institucional. En la Antiguedad la búsqueda del saber conducía a la especulación filosófica. En la era moderna la ciencia se convirtió en un camino para descrifrar las leyes de la naturaleza y controlarlas. En los umbrales del siglo XXI , asombrados y sobrepasados por las innovaciones científico-tecnológicas, descubrimos como mandato la necesidad de humanizar la ciencia y la técnica. Pero el destino mundial de la ciencia y la tecnología está vinculado al destino de la economía global. Durante la mayor parte del siglo XX la mayor parte del esfuerzo tecnológico y científico estuvo destinado a fortalecer el poder militar y el poder económico. Hasta 1990 la mitad del personal científico mundial trabajaba para programas de defensa y una parte significativa trabajaba para los laboratorios o corporaciones industriales. No puede extrañar entonces que sepamos tan poco sobre el funcionamiento de la sociedad, sobre los fenómenos educativos, sobre los fenómenos culturales o sobre las identidades humanas. Si en la esencia de la Universidad podemos reivindicar la búsqueda de saber objetivo para realizar este propósito actualmente necesitamos sólidas políticas de conocimiento que nos permitan ser sujetos de aquello que producimos. Sin autoconocimiento la autonomía universitaria se convierte en una ilusión, en un discurso vacío. Sin políticas de conocimiento las universidades carecen de condiciones para controlar las funciones sociales que realizan. Asimismo, corren el riesgo de perder su lugar como portadoras de valores universales y como transmisoras principales de los saberes relevantes. Por ello, podemos considerar que las políticas del conocimiento definen las condiciones de posibilidad de las organizaciones universitarias del siglo XXI en el que ya ingresamos. Al decir esto sentimos que retomamos en un contexto mucho más complejo las expectativas de los ideólogos progresistas del siglo XIX. Pero también presentimos que la batalla del conocimiento no ha de estar disociada de los grandes dilemas sociales que nos toca vivir. Las políticas del conocimiento pueden especificarse de muchas maneras. Ellas mismas son una especificación de la búsqueda y difusión del saber en diferentes contextos regionales, culturales o sociales. Pero podemos encontrar algunas situaciones compartidas. A nivel curricular, por ejemplo, el flujo de nuevos conocimientos nos obliga a cambiar 12 permanentemente. Hasta la idea de los ciclos escolares se ha vuelto problemática. Necesitamos pensar en términos de procesos más que de estructuras, en términos de competencias (como el saber aprender) más que en contenidos descriptivos de rápida obsolescencia. La capacidad para procesar o seleccionar información se ha vuelto tanto o más importante que la posesión de informaciones. La flexibilidad para reorientarse hacia nuevos focos de estudio o la capacidad para aplicar los conocimientos se destacan por encima de los aprendizajes definitivamente estructurados. Vemos crecer los programas de educación a distancia, los programas interinstitucionales, la enseñanza virtual, pero seguimos pensando en términos de organizaciones territoriales, estructuradas rígidamente, asentadas en soportes materiales como las aulas. La sustancia de las cosas que rigen la evolución inerte de las instituciones tradicionales nos impide percibir la desmaterialización de los flujos de conocimientos, el nacimiento de organizaciones versántiles e inespaciales. La globalización también llega a los sistemas universitarios. Entre nosotros estamos entrando lentamente en el nuevo espacio académico del Mercosur. Tal vez en una década tengamos un sistema de Educación Superior intermaericano desde Alaska hasta Tierra del Fuego. De hecho muchas instituciones , desde la escuela primaria hasta los posgrados, se encuentran interactuando con esta perspectiva. Para redefinir el curriculum o la organización académica necesitamos percibir los nuevos contextos y los paradigmas emergentes. La política del conocimiento comienza por allí: por la visión epistemológica de los saberes, por la identificación de los nuevos contextos, por la selección de los caminos a seguir. Para definir su lugar en el mundo, las prioridades culturales y científicas en el océano de la información disponible o el impacto esperable sobre la sociedad, las universidades necesitan elaborar escenarios estratégicos, mapas de conocimiento, listas de saberes relevantes, demandas de la sociedad, previsión de impactos sobre el medio, estudios sobre el mercado del trabajo, proyectos de desarrollo alternativos. Todo esto requiere una voluntad colectiva de aprovechar transversalmente los saberes de los distintos especialistas y enseñantes. En la Universidad de Brasilia, por ejemplo, todos los años los investigadores y docentes adoptan tres temas de reflexión común que permiten compartir visiones epistemológicas, culturales o sociales sobre la universidad y el mundo. De este modo todos los actores pueden elaborar un consenso estratégico. Las políticas de conocimiento suponen la capacidad para elaborar una visión del mundo, la adopción de modelos culturales y de pensamiento, la anticipación del proyecto de 13 sociedad que se espera lograr. Algunos pensarán sin duda que tales funciones superan los fines de la universidad. Resulta paradógico que mientras muchos universitarios rehúyen este desafío, las grandes corporaciones transnacionales han creado un enorme marchandizing de conococimientos promoviendo estudios y debates sobre los nuevos paradigmas y las nuevas actitudes que requiere el mundo globalizado. Sería dramático para nuestro fin de siglo que el poder económico termine englobando entre sus funciones la de producir los conocimientos que aseguran la evolución de la humanidad. Si queremos evitar que el pensamiento estratégico y la elaboración de las nuevas visiones del mundo sean detentados exclusivamente por las multinacionales, debemos fortalecer la capacidad de las universidades para generar modelos de pensamiento y de acción a escala global. En este sentido las políticas de conocimiento constituyen la condición de posibilidad para que las universidades sigan siendo actores y protagonistas estratégicos en el nuevo mundo. Y aunque Alvin Toffler opine que las universidades siguen actuando como en la Edad Media o aunque los postmodernos descrean de los discursos alternativos, los universitarios siguen detentando el más grande poder creativo para repensar el mundo en que vivimos. La “explosión de las informaciones”es otro problema crítico que exige políticas de conocimiento. Durante los últimos siglos las universidades fueron la enciclopedia del saber universal. Ahora, ninguna universidad puede albergar siquiera los libros y revistas de interés científico que se publican cada año con más de un millón de títulos. Muchas empresas especializadas han percibido el fenómeno y han creado servicios bibliográficos , de bases de datos o de redes para los universitarios. Para recuperar el lugar que alguna vez tuvo la Biblioteca-Museo de Alejandría en la Antiguedad como ancestro de las universidades, sería preciso recuperar la voluntad que tuvieron los reyes Ptolomeos en cuanto al dominio de la información sobre el saber contemporáneo. Las tecnologías informáticas facilitan este propósito pero carecemos de políticas de información. Sin ellas, pasaremos a ser meros clientes de las empresas que controlan cada vez más el flujo mundial de las informaciones. Ya no resulta adecuado hablar hoy de “la búsqueda de la verdad” como la esencia o el fundamento de la Universidad. No tanto porque carezcamos de criterios o instrumentos para determinar lo que es verdadero o falso. Si no simplemente porque las verdades se constituyen a través de una masa de informaciones y de teorías que nos resultan difíciles de sintetizar. Podemos hablar de verdades o de conocimientos hipotéticos. Aún necesitamos de políticas de conocimiento, de políticas de información para saber a qué atenernos. El fundamento de la 14 universidad pasa hoy por la capacidad para controlar la información y el conocimiento en función de las necesidades de la sociedad. Podemos imaginar que las universidades se desentiendan de los conflictos y dilemas sociales para ocuparse de las disciplinas especializadas o de las carreras profesionales. Esto ocurre en muchas partes y ha ocurrido muchas veces. Por diferentes motivos las élites universitarias tienden a replegarse sobre sus funciones básicas: el cultivo del saber, la enseñanza, la formación de profesionales. Pero las reformas universitarias más significativas (Napoleón 1806, Berlin 1809, Tokyo 1862, Unión Soviética 1918, Córdoba 19l8, Harvard 1948, Pequín 1949, 1964) muestran que los cambios sociales inevitablemente obligan a transformar el conjunto de las prácticas universitarias. Ahora bien, en todos los casos mencionados los reformadores fueron motivados por una idea del Estado, de la Nación, de la Sociedad o del Mundo. Y aunque Lyotard y algunos postmodernos afirman que esos grandes relatos no tienen ya vigencia, lo cierto es que los países dominantes, las multinacionales o las élites de poder, elaboran permanentemente escenarios, estrategias e inclusive ideas - fuerza para lograr sus objetivos. Desde esta perspectiva el nihilismo y el escepticismo postmoderno sólo pueden servir para desarmar los espíritus de aquellos que están desarmados. Los pobres de espíritu no serán bienaventurados en un mundo donde el conocimiento es poder. Lo podemos leer con claridad en la división que Alvin Toffler anticipa entre los info-ricos y los info-pobres. En las visiones idealistas el saber es algo desinteresado, el espíritu busca la verdad atraído por lo absoluto o por Dios. En las visiones objetivistas (naturalistas griegos, positivistas y materialistas modernos) el saber está guiado por las leyes de la razón y de la realidad. En la filosofía postmoderna el saber no tiene legitimación, su búsqueda no responde a ninguna lógica, salvo la del deseo o la del poder. El concepto de política de conocimiento supone un enfoque pragmático, pluralista y optimista del saber y de sus aplicaciones. Pragmático porque supone una voluntad, la política es eso. Esa voluntad se puede traducir en las ideas de “saber para poder” (Bacon-Kant) y del “saber para ser”(la utopía pendiente). Pluralista porque admite distintos tipos y niveles de verdades. La acreditación de las mismas también depende de mecanismos diferentes. No todo lo acreditan las academias o las comunidades científicas. Las razones por las que suscribimos a los principios de los derechos humanos y a las ideas de la dignidad humana se establecieron mediante consensos pragmáticos en las Naciones Unidas. Las ideas que tenemos sobre la existencia humana o la sociedad dependen de nuestras creencias y de las relaciones de poder. El pluralismo, entendido en términos epistémicos, culturales, éticos y políticos, constituye un marco desde el 15 cual podemos abordar la globalización que nos define a todos respetando las singularidades de los pueblos y de los individuos. En resúmen: la noción de política del conocimiento comprende varios aspectos cruciales que pueden definir el destino de las universidades: 1o. la construcción de interpretaciones epistemológicas sobre la evolución de las ciencias y las tecnologías; 2o. la elaboración de escenarios sobre los cambios del mundo para distinguir las tendencias dominantes; 3o. el relevamiento de necesidades y demandas de la sociedad local, regional y global; 4o. la selección de prioridades estratégicas para orientar la universidad hacia objetivos científicos, académicos, pedagógicos y sociales pertinentes. 5o. el autoconocimiento de los procesos y resultados que surgen con la actividad universitaria. Es el conjunto de estas condiciones lo que hace posible adoptar políticas científicas, políticas de información, estrategias académicas adecuadas, estrategias institucionales socialmente pertinentes. Sin el conocimiento del estado del mundo o de las ciencias podemos tener valiosos investigadores aislados pero muy poca eficacia social. Sin el conocimiento del mercado profesional podemos producir graduados incompetentes. Sin la autoevaluación la autonomía se vuelve ilusoria o deriva en el corporativismo autocomplaciente. La política de conocimiento supone una visión optimista. El hombre ha evolucionado gracias al uso de su inteligencia y está condenado a salvarse mediante el conocimiento. Por supuesto, todos sabemos que las técnicas han servido al mismo tiempo para sacarnos del estado salvaje y para llevarnos a las barbaries contemporáneas. La contradicción anida como núcleo insuperable en la condición humana. Justamente por eso necesitamos reforzar el aspecto utópico, optimista y liberador del conocimiento para seguir luchando por los valores universales de la cultura y de la dignidad humana. NOTAS 16 (1) Ver: A. Pérez Lindo: Mutaciones. Escenarios y filosofías del cambio de mundo, Bs.As., Biblos, 1995 (2) Como parte de un programa de investigación sobre los paradigmas emergentes se pueden encontrar diversos puntos de vista en: A. Pérez Lindo (compilador): Filosofía y nuevos paradigmas, Bs.As., CBC, 1996, 2 vs.. Véase también: Dora Fried Schnitman: Nuevos Paradigmas, Cultura y Subjetividad, Bs.As., Paidós, 1994; Fernando Mires: La revolución que nadie soñó o la otra postmodernidad, Caracas, Nueva Sociedad, 1996; John Brockman: La tercer cultura. Más allá de la revolución científica, Barcelona, Tusquets, 1996; Beatriz González Stephan: Cultura y Tercer Mundo. 1. Cambios en el saber académico, Caracas, Nueva Sociedad, 1996 (3) Diversos autores han registrado estos desafíos. Ver: Alfonso Borrero Cabal: The University as an Institution Today, Paris, Unesco, 1993 Carmen García Guadilla: Conocimiento, Educación Superior y Sociedad en América Latina, Carcas, Nueva Sociedad, 1996 Guy Neave; Frans A. Van Gutht: Prometeo encadenado. Estado y educación superior en Europa, Barcelona, Gedisa, 1994 Miguel Angel Escotet: Universidad y devenir, Bs.As., Lugar, 1996 (4) Ver: Martín Heidegger: Ciencia y Técnica, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1993 17