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Ficha de apoyo para primer parcial
Prof. Camila López
2ºBD. Colegio Latinoamericano
Descartes: el genio maligno
La duda como método
“Descartes se encuentra en una profunda inseguridad. Nada le parece merecer confianza. Todo el pasado filosófico
se contradice; las opiniones más opuestas han sido sostenidas; de esta pluralidad nace el escepticismo (el llamado
pirronismo histórico). Los sentidos nos engañan con frecuencia; hay, además, el sueño y la alucinación; el
pensamiento no merece confianza, poique se cometen paralogismos y se cae con frecuencia en el error. Las únicas
ciencias que parecen seguras, la matemática y la lógica, no son ciencias reales, no sirven para conocer la realidad.
¿Qué hacer en esta situación? Descartes quiere construir, si esto es posible, una filosofía totalmente cierta, de la que
no se pueda dudar; y se encuentra sumergido hasta lo más hondo en la duda. Y esta ha de ser, justamente, el
fundamento en que se apoye; Descartes parte, al empezar a filosofar, de lo único que tiene: de su propia duda, de su
radical incertidumbre. Hay que poner en duda todas las cosas, siquiera una vez en la vida, dice Descartes. No ha de
admitir ni una sola verdad de la que pueda dudar. No basta con que él no dude realmente de ella; es menester que la
duda no quepa ni aun como posibilidad. Por eso hace Descartes de la Duda el método mismo de su filosofía.
Únicamente si encuentra algún principio del cual no quepa dudar, lo aceptará para su filosofía.”
Marías, Julián. Historia de la filosofía. Madrid: Biblioteca de la Revista de Occidente, 1980, p. 206
[A partir de fragmentos extraídos de la Encyclopaedia Herder de Filosofía]
René Descartes (1596-1650) fue el más destacado filósofo francés, padre de la filosofía
moderna e iniciador del racionalismo. El núcleo de la filosofía cartesiana es el estudio del
fundamento en que se basa el conocimiento humano, hasta el punto que se puede decir
que con él aparece la teoría del conocimiento como tema central de la filosofía moderna.
¿Cuáles son las verdades que podemos conocer con certeza? Ésta es la cuestión central
del Discurso del método y, sobre todo, de la primera de las Meditaciones Metafísicas.
Descartes se inspira en las matemáticas para desarrollar un método que aporte certeza al
espíritu humano en todas las cuestiones. Tendrá por ciertas sólo aquellas ideas que se ofrezcan claras (ciertamente
presentes a la conciencia) y distintas (bien analizadas) a la consideración de la mente.
La búsqueda del fundamento parte de la duda. Es posible, dice, dudar de todas las percepciones de los sentidos, porque a
veces engañan y, además, a los hombres nos sucede que en ocasiones no sabemos si lo que nos pasa es en sueños o
estando despiertos, con lo que la duda abarca no sólo una determinada sensación, sino la misma vida corporal en
conjunto: puede que todo no sea más que un sueño. De esta enorme duda asoma temporalmente una certeza: ni en
sueños es posible dudar de las verdades matemáticas, según las cuales 2 y 3 hacen 5 -también durante el sueño- y un
cuadrado no puede tener más de cuatro lados.
Hacía tiempo que había advertido que, en relación con las costumbres, es necesario en algunas ocasiones seguir opiniones
muy inciertas tal como si fuesen indudables, según he advertido anteriormente. Pero puesto que deseaba entregarme
solamente a la búsqueda de la verdad, opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario y que rechazase como
absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, después de hacer
esto, no quedaría algo en mi creencia que fuese enteramente indudable. Así pues, considerando que nuestros sentidos en
algunas ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que fuese tal como nos la hacen imaginar.
Y puesto que existen hombres que se equivocan al razonar en cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la
geometría y que incurren en paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro, estaba sujeto a error, rechazaba como
falsas todas las razones que hasta entonces había admitido como demostraciones. Y, finalmente, considerando que hasta
los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en tal
estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que hasta entonces había alcanzado mi espíritu no eran más
verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este
modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de
que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y segura que todas las más extravagantes suposiciones de los escépticos
no eran capaces de hacerla tambalear juzgué que podía admitirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que
yo indagaba.
Descartes, René. Discurso del Método. Madrid: Alfaguara, 1981, pp. 24-25
No obstante, la duda metódica de Descartes busca otra alternativa a esta situación: el genio maligno. El argumento del
genio maligno es un “experimento mental” ya que Descartes no dice que “exista” un genio maligno, sino que plantea la
situación hipotética, ficticia, de la existencia de tal genio, para que reflexionemos: Si existiera un genio maligno, ¿qué
pasaría?
“Así pues, supondré que hay, no un verdadero Dios -que es fuente suprema de verdad-, sino cierto genio maligno, no menos
artero y engañador que poderoso, el cual ha usado de toda su industria para engañarme. Pensaré que el cielo, el aire, la tierra,
los colores, las figuras, los sonidos y las demás cosas exteriores, no son sino ilusiones y ensueños, de los que él se sirve para
atrapar mi credulidad. Me consideraré a mí mismo como sin manos, sin ojos, sin carne, ni sangre, sin sentido alguno, y creyendo
falsamente que tengo todo eso. Permaneceré obstinadamente fijo en ese pensamiento, y, si, por dicho medio, no me es posible
llegar al conocimiento de alguna verdad, al menos está en mi mano suspender el juicio. Por ello, tendré sumo cuidado en no dar
crédito a ninguna falsedad, y dispondré tan bien mi espíritu contra las malas artes de ese gran engañador que, por muy
poderoso y astuto que sea, nunca podrá imponerme nada...
(…) Así pues, supongo que todo lo que veo es falso; estoy persuadido de que nada de cuanto mi mendaz memoria me representa
ha existido jamás; pienso que carezco de sentidos; creo que cuerpo, figura, extensión, movimiento, lugar, no son sino quimeras
de mi espíritu. ¿Qué podré, entonces, tener por verdadero? Acaso esto solo: que nada cierto hay en el mundo.
Pero ¿qué sé yo si no habrá otra cosa, distinta de las que acabo de reputar inciertas, y que sea absolutamente indudable? ¿No
habrá un Dios, o algún otro poder, que me ponga en el espíritu estos pensamientos? Ello no es necesario: tal vez soy capaz de
producirlos por mí mismo. Y yo mismo, al menos, ¿no soy algo? Ya he negado que yo tenga sentidos ni cuerpo. Con todo, titubeo,
pues ¿qué se sigue de eso? ¿Soy tan dependiente del cuerpo y de los sentidos que, sin ellos, no puedo ser? Ya estoy persuadido de
que nada hay en el mundo; ni cielo, ni tierra, ni espíritus, ni cuerpos, ¿y no estoy asimismo persuadido de que yo tampoco existo?
Pues no: si yo estoy persuadido de algo, o meramente si pienso algo, es porque yo soy. Cierto que hay no sé qué engañador
todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña, es que
yo soy; y, engáñeme cuanto quiera, nunca podrá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De
manera que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y dar como cosa cierta que
esta proposición: “yo soy, yo existo”, es necesariamente verdadera, cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu.”
Descartes, René. Meditaciones Metafísicas
Nadie nos dice que sea imposible que estemos sometidos al dominio de un dios maligno, «artero, engañador y poderoso»
que nos confunda en lo tocante a la certeza de las nociones matemáticas. Es decir, nuestra naturaleza puede ser tal que
nos confunda cuando creemos entender que algo es verdadero o falso. También es posible, pues, dudar de la certeza de
las matemáticas. Con todo, hay algo que escapa al poder del genio maligno y a la posibilidad misma de que la naturaleza
humana funcione mal: si el dios maligno me engaña, existo; si me engaño a mí mismo, también existo. En resumen, la
duda lleva a la conciencia de pensar, por lo que afirma: «pienso, por tanto existo» (cogito, ergo sum).
En el hecho de pensar se nos muestra, por intuición o por razonamiento inmediato, que existimos. Ésta es la primera
verdad que el método de la duda cartesiana permite hallar, y éste es el inicio de la filosofía de Descartes, así como el
fundamento de la filosofía racionalista moderna: la inmediatez de la propia conciencia o la subjetividad; de las ideas de las
cosas se pasa inmediatamente al conocimiento de la existencia de las mismas.
Entonces, ha logrado demostrar Descartes la existencia del sujeto pensante. Ahora le queda una tarea complicada:
¿cómo hacer para demostrar la existencia de las cosas externas al sujeto?
No puede simplemente aceptar lo que se le presenta ante la conciencia como existente, ya que el genio maligno, incapaz
de hacerle dudar de la propia existencia, sí puede confundirle en cualquier otra idea que le parezca evidente. Ha de
probar, pues, que no puede existir un genio maligno empeñado en estas tareas, sino que el hombre, y con él la razón
humana, es obra de un Dios omnipotente y bueno. Es decir: solo probando que existe un Dios omnipotente y bueno,
podrá Descartes probar que no existe genio maligno; y si no existe genio maligno, entonces sí podrá sostener que las
ideas que se nos presentan como claras y evidentes corresponden a cosas existentes independientemente del sujeto.
Descartes ofrece dos pruebas de la existencia de Dios en las Meditaciones. Veamos una de ellas:
Por «Dios» entiendo una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente, que me ha
creado a mí mismo y a todas las demás cosas que existen [si es que existe alguna]. Pues bien, eso que entiendo por Dios
es tan grande y eminente, que cuanto más atentamente lo considero menos convencido estoy de que una idea así pueda
proceder sólo de mí. Y, por consiguiente, hay que concluir necesariamente, según lo antedicho, que Dios existe. Pues,
aunque yo tenga la idea de sustancia en virtud de ser yo una sustancia, no podría tener la idea de una sustancia infinita,
siendo yo finito, si no la hubiera puesto en mí una sustancia que verdaderamente fuese infinita.
Meditaciones metafísicas con objeciones y respuestas, Meditación tercera (Alfaguara, Madrid 1977, p. 39-40).
Probada la existencia de Dios, desaparece la duda que podría originar un posible genio maligno y, con ello, cualquier duda
acerca del criterio de evidencia.
Responde a las siguientes preguntas:
1) ¿Qué quiere decir que Descartes utiliza una “duda metódica”?
2) ¿A qué conclusión llega Descartes con su argumento del “genio maligno”?
3) ¿Qué otro argumento utiliza, posteriormente, para demostrar la existencia de las cosas?
4) ¿Qué crítica podrías realizarle a los argumentos de Descartes? Fundamenta tu respuesta.
Hume: ideas e impresiones
[A partir de la Encyclopaedia Herder de Filosofía]
David Hume fue un filósofo empirista escocés, figura máxima de la
Ilustración inglesa y del empirismo británico, y uno de los pensadores
de mayor influencia en la filosofía posterior.
Hume pretendió investigar la capacidad del entendimiento
humano con métodos opuestos a los del racionalismo, y partiendo de
la base de que el conocimiento humano no se basa en verdades
innatas sino en un conjunto de creencias básicas, o suposiciones
sobre el mundo exterior, -las relaciones entre los hechos-, que son a
modo de «un instinto natural, que ningún razonamiento o proceso de
pensamiento puede producir o impedir».
Los materiales básicos (los «átomos» de la mente) de que se
nutre el conocimiento son percepciones de la mente. Estas
percepciones son impresiones, si son sensaciones o sentimientos (por
ejemplo, oír, ver, sentir, amar, odiar, desear, querer), y son percepciones vivaces e intensas; o son ideas, si
son recuerdos o imaginaciones de sensaciones. Las ideas son siempre débiles y oscuras, y son copias de las
impresiones, mientras que éstas, afirma Hume, provienen de causas desconocidas. Las palabras, a su vez,
representan a las ideas, por lo que, para saber si una palabra tiene significado, hay que averiguar cuál es la
idea que representa, y se conoce la idea averiguando la impresión de donde procede.
Este principio, que suele llamarse el microscopio de Hume, lo aplicará Hume cuidadosamente al análisis
de palabras tales como sustancia, causa, libertad, y otras, que suelen considerarse palabras clave de la
filosofía tradicional. Por consiguiente, el origen de las ideas es la sensación, interna o externa. Ahora bien,
las ideas se entrelazan espontáneamente entre sí, constituyendo un mundo ordenado. Desde Platón
insisten los filósofos en que pensar es ordenar ideas. Las leyes por las que se asocian las ideas en la mente
son la semejanza, la contigüidad en el espacio o en el tiempo, y la relación de causa y efecto. A esta
asociación o relación, por su importancia en la ciencia de la naturaleza, dedicará Hume un análisis especial.
Toda idea deriva, por tanto, de una impresión y, por lo mismo, no hay ideas innatas. Pero sí que la mente
posee cierta tendencia natural a la asociación de ideas, cuyo resultado principal es la constitución de ideas
complejas.
El hombre, además de percibir, razona, o construye frases. Así, si se considera las diversas
proposiciones con las que la mente expresa la verdad, vemos que hay dos clases: aquellas cuya verdad
consiste en relaciones de ideas y aquellas cuya verdad es una cuestión de hecho.
La inferencia que nos lleva más allá de lo directamente observado se basa en el principio de causalidad,
y él mismo es una cuestión de hecho que sólo llegamos a conocer por experiencia. Todo lo que se afirma
por el principio de causalidad, o por una relación entre causa y efecto, puede no suceder, por lo tanto no
es un saber demostrativo, sino inductivo. Todo razonamiento sobre la experiencia, dice Hume, se basa en
la suposición de que la naturaleza transcurre de un modo uniforme. Pero este supuesto no tiene ninguna
base racional (no se funda en una demostración); se funda en una mera creencia, que se debe a la
observación de una conjunción constante de los hechos en la experiencia. A la idea de «causa», que
aplicamos a hechos de los que decimos «A es causa de B» no corresponde ninguna otra impresión sensible
que la presencia contigua en el espacio y sucesiva en el tiempo de A (causa) y B (efecto). Pero, en realidad,
a la idea de causa atribuimos otra característica que es la de conexión constante entre A y B. Esta idea no
corresponde a ninguna impresión sensible, es sólo fruto de la asociación de ideas debida a la costumbre o
hábito de observar que «siempre que A, entonces B», o bien de que «no se produce B, si no existe
previamente A». Tenemos por costumbre asociar lo que hemos observado que se produce repetidamente,
y traducimos la asociación como una conexión necesaria. A esta conexión necesaria debería corresponder
alguna impresión externa o interna: externamente, no hay nada más que la conjunción de A y B;
internamente, no hay nada más que la inclinación, que produce la costumbre, de pasar de un hecho a otro
que normalmente le acompaña. La «necesidad» es meramente mental, no está en las cosas, ni en la
naturaleza, «pertenece por entero al alma». Si se añade que, poniendo la confianza en el principio de
causalidad, creemos que lo que ha sucedido en el pasado sucederá igualmente en el futuro, entonces es
preciso que nos demos cuenta de haber argumentado dentro de un círculo vicioso, o con un argumento
circular: sólo podemos suponer, esto es, dar por supuesto, y no probar, que el futuro será semejante al
pasado; o bien, todo lo que sabemos del futuro lo sabemos por experiencia, por argumentos que son sólo
probables y, por tanto, no demostrativos.
Cuando se dice, por ejemplo, que «los metales funden a temperaturas determinadas», ley de la
naturaleza que se expresa mediante una generalización, no se quiere indicar que exista una relación
necesaria o causal entre determinadas temperaturas y los puntos de fusión de los diversos metales,
debidas a cosas no observables, sino que entre un fenómeno y otro, existe una conjunción constante en la
que basamos las predicciones para el presente y el futuro, porque la naturaleza humana tiene la
costumbre de sentirse influida por la repetición de hechos y tiende a creer que lo que ha sucedido hasta el
presente continuará sucediendo en el futuro.
Hume, no obstante, mantiene que los razonamientos inductivos, si provienen de observaciones
regulares y uniformes al curso de la naturaleza, constituyen auténticas pruebas que no permiten una duda
razonable y distingue entre demostraciones, pruebas y probabilidades; aquéllas son los razonamientos por
relaciones de ideas, mientras que la diferencia entre las dos últimas consiste en si la conjunción que se
manifiesta entre dos acontecimientos puede considerarse constante o simplemente variable.
Lo que sostiene Hume definitivamente, frente a las pretensiones del racionalismo, es que el
conocimiento de la naturaleza debe fundarse exclusivamente en las impresiones que de ella tenemos. De
esta conclusión, en sentido estricto, se deriva el fenomenismo y el escepticismo: el hombre no puede
conocer o saber nada del universo; sólo conoce sus propias impresiones e ideas y las relaciones que
establece entre ellas por hábito, costumbre, principio de asociación o sentimiento de la mente. No hay
impresión alguna que corresponda a «cuerpo» o a «objeto material», y mucho menos a «yo», «mundo»,
«causalidad», «sustancia»; todo lo que el hombre sabe, por discurso racional, acerca del universo se debe
única y exclusivamente a la creencia, que es una especie de sentimiento no racional.
Responde a las siguientes preguntas:
1) ¿En qué se diferencia el planteo de Hume del planteo de Descartes en cuanto al origen de nuestro
conocimiento del mundo?
2) Sintetiza en un máximo de cinco enunciados qué son las impresiones y las ideas y de qué modo
éstas se relacionan.
3) Explica en qué se diferencian Descartes y Hume en cuanto a su consideración de la idea de Dios.