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Assessment of Sensory Processing, Praxis, and Motor Performance G. Gordon Williamson, Ph.D., O.T.R., Marie E. Anzalone, Sc.D., O.T.R., and Barbara E. Hanft, M.A., O.T.R. www.icdl.com/ICDLguidelines/p3(8-11).pdf Traducción: Asunción González del Yerro Este capítulo discute los campos del procesamiento sensorial, la acción y la conducta motriz. El procesamiento sensorial es el proceso por el que se organizan los estímulos sensoriales procedentes del cuerpo y del entorno para su utilización. La acción es la habilidad para planificar y secuenciar acciones no familiares. La conducta motriz es la ejecución real de la coordinación motriz gruesa y fina. Este capítulo proporciona una guía general sobre su evaluación con el fin de observar las diferencias individuales en el funcionamiento sensorial y motriz. Presenta evaluaciones cualitativas y estandarizadas para cada uno de los tres dominios. El proceso de evaluación empieza con un cribado inicial del niño. Si el resultado es significativo, el especialista cualificado necesita realizar una evaluación más exhaustiva. Las tablas generales proporcionan descripciones de los instrumentos disponibles y de sus fuentes. Esta discusión asume que la visión y la audición han sido previamente evaluadas para detectar un posible déficit sensorial primario. CRIBADO GENERAL Y GUÍA PARA LA EVALUACIÓN Esta sección proporciona consideraciones generales para el cribado y para la evaluación del procesamiento sensorial, la acción y la conducta motriz. El cribado proporciona una medida total del funcionamiento infantil en un ámbito particular e identifica si es necesario realizar una evaluación más completa. Cualquier profesional que conozca el desarrollo del niño desde diferentes disciplinas puede realizar el cribado. Sin embargo, cuando se precisa realizar una evaluación más completa, se necesita un profesional con formación específica en el área en cuestión. Por ejemplo, un profesor podría realizar el cribado cuando un niño tiene problemas en el control motriz fino y la modulación sensorial, pero un terapeuta ocupacional sería más apropiado para completar la evaluación. La siguiente guía, resumida en la tabla 1, establece parámetros importantes para realizar un cribado y una evaluación de calidad. El secreto de la evaluación consiste en centrarse en la forma en la que el niño procesa la información sensorial y en su forma de afrontar las demandas ambientales, sin centrarse solamente en las habilidades específicas o en los hitos del desarrollo. Esta perspectiva implica que la evaluación se orienta al proceso dinámico además de centrarse en el producto que es el foco de la mayoría de las evaluaciones del desarrollo (Coster, 1998; Greenspan & Meisels, 1996). Por ejemplo, el hito evolutivo de construir una torre con bloques (producto) puede ser analizado en términos de la atención infantil, la persistencia a la tarea, las pautas de prensión, la solución de problemas y otros aspectos cualitativos de la conducta (proceso). Del mismo modo, la evaluación de un balanceo repetitivo podría incluir un análisis de las condiciones ambientales que preceden o de las que se producen tras él. Esta información cualitativa permite al profesional comprender al niño y diseñar una intervención significativa. Tabla 1. Guía para el cribado general y para la evaluación 1. Centrarse en la forma con la que el niño procesa la información sensorial utilizando una orientación centrada en el proceso dinámico. 2. Utilizar la entrevista a los padres y la observación natural para recoger información sobre el procesamiento sensorial. 3. No mirar al niño de forma aislada, sino observar la relación entre el niño y el medio. 4. Recordar que la influencia del estímulo sensorial no es siempre observable de forma inmediata; hay un efecto acumulativo y una latencia de respuesta. 5. Observar las señales de estrés durante y tras las experiencias sensoriales. 6. Esperar una variedad de conductas y de respuestas al estímulo sensorial. 7. Tener en cuenta que las conductas estereotipadas basadas en las sensaciones pueden tener funciones diferentes dependiendo del umbral sensorial del niño. 8. Diseñar un proceso de evaluación que proporcione al niño oportunidades de elegir, iniciativas, creatividad y una forma flexible de solucionar problemas. Hay muchas formas de recoger información sobre la capacidad del niño para procesar la información sensorial. Los métodos más eficaces son la entrevista a los padres y la observación del niño en contextos cotidianos como la interacción social, el juego y las actividades funcionales. Estas aproximaciones principales pueden complementarse con la administración de pruebas estandarizadas. Las observación de las siguientes situaciones es especialmente relevante para comprender el procesamiento sensorial y motor infantil: el juego social e independiente, las comidas, el baño y otras actividades funcionales, las interacciones entre iguales estructuradas y no estructuradas y la transición entre actividades. El evaluador no mira al niño de forma aislada durante el proceso de evaluación, sino la relación entre el niño y las demandas del medio (Hanft & Place, 1996). El profesional debe evitar centrarse en la patología y reconocer que las dificultades funcionales pueden surgir por una falta de ajuste entre las necesidades del niño y los recursos disponibles. El ajuste puede ser complejo, sutil y dinámico. Por ejemplo, un niño que está distraído durante el juego puede estar respondiendo al destello de unas luces o al caos existente en la habitación y no a un impulso interno. La influencia del estímulo sensorial no siempre se observa de forma inmediata. Hay tanto un efecto acumulativo como una latencia en la respuesta. La respuesta a la sensación se construye a lo largo del tiempo y es acumulativa (por ejemplo, un niño puede estar más sensible al tacto al final del día que por la mañana). Del mismo modo, algunos niños son lentos para registrar el estímulo porque tienen un umbral sensorial alto pero pueden saturarse rápidamente por sensaciones acumuladas. Ambas tendencias exigen realizar con lentitud y de forma conservadora los cambios en la cantidad y en el tipo de estimulación sensorial que se proporciona al niño. Es esencial observar detalladamente si el niño muestra, tras experiencias sensoriales, señales de estrés procedentes del sistema nervioso autónomo (por ejemplo, bostezos, hipos, suspiros, respiración irregular, cambio de color, sudor, agitación motriz, sobresaltos, dilatación de la pupila) o cambios en las pautas de sueño/vigilia (Als, 1986). Si el niño muestra esos signos de estrés, el evaluador debería parar las actividades de inmediato y determinar la causa de la reacción infantil. Consultar a un terapeuta especialista puede ayudar a determinar el curso de acción apropiado para el futuro. La variabilidad en la conducta diaria del niño es común. En cualquier momento, la consistencia de la conducta infantil puede estar influida por muchos factores, como el grado de estimulación ambiental, el estado emocional del niño, el nivel general de activación, las habilidades para afrontar el estrés, la acumulación de experiencias sensoriales y la proximidad de un cuidador familiar. Los niños con problemas en el procesamiento sensorial son más variables que previsibles en sus conductas diarias. Por ello, toda evaluación debe permitir realizar observaciones repetidas a lo largo del tiempo. Las conductas estereotipadas y repetitivas dependientes de la estimulación sensorial tienen diferentes funciones dependiendo del umbral sensorial del niño (Anzalone & Williamson, 2000). Un niño que tiene hiperactividad en un momento determinado (por ejemplo, con un umbral bajo para los estímulos sensoriales) puede utilizar el palmoteo para centrar selectivamente su atención e ignorar el resto del medio visual. El resultado puede ser obtener calma y organización. El niño que tiene hipoactividad (por ejemplo, que tiene un umbral alto para los estímulos sensoriales) puede utilizar esta misma conducta para incrementar el nivel de estimulación y activación. Un tercer niño podría utilizar el palmoteo para descargar la tensión. Los profesionales deben utilizar su conocimiento sobre el procesamiento sensorial para comprender estos manierismos y rituales. Las técnicas conductistas que no consideran estas necesidades sensoriales pueden llevar a modificar la forma de las conductas estereotipadas. Una intervención conductista inapropiada podría resultar intrusiva e incluir sesiones excesivamente dirigidas por el adulto cuando el principal problema del niño se encuentra en la modulación sensorial. En tales casos, es un error terapéutico interpretar la evitación de la mirada o la defensa táctil como conductas que se realizan para desobedecer voluntariamente. El examinador no debería estructurar en exceso el entorno de la evaluación. El proceso de la evaluación debe proporcionar al niño oportunidades para elegir, tener iniciativas, ser creativo y resolver los problemas de modo flexible. Durante parte del tiempo, el evaluador necesita retroceder y evitar controlar las condiciones ambientales o iniciar las interacciones. La dirección del examinador, aunque es necesaria para algunos tipos de pruebas, puede inhibir la expresión de las diferencias individuales durante la observación cualitativa. El procesamiento sensorial Es importante evaluar dos componenentes del procesamiento sensorial como parte de la evaluación (Ayres, 1972; Fisher, Murray, & Bundy, 1991). El primero es la modulación sensorial que es la habilidad para registrar, orientarse y reaccionar inicialmente a una entrada sensorial (input). El segundo es la percepción real y la discriminación de ese input. La percepción es la interpretación de la entrada sensorial en base a las experiencias previas y al aprendizaje. La modalidad sensorial y las propiedades inherentes al estímulo son importantes para ambas, para la modulación sensorial y para la discriminación perceptiva. Las modalidades sensoriales incluyen los sentidos ambientales (la visión, la audición, el olfato y el gusto) y los sentidos corporales (estimulación vestibular, propioceptiva y tacto). Los estímulos propioceptivos son los procedentes de los músculos y los ligamentos que proporcionan información sobre la postura y el movimiento del cuerpo. Los receptores vestibulares en el oído interno responden al movimiento del cuerpo en relación con la gravedad. Cuando se evalúa el procesamiento sensorial, es esencial evaluar al niño en el contexto. El examinador debe evaluar las demandas situacionales y las propiedades sensoriales del medio (Schaaf y Anzalone, en prensa). Estas propiedades sensoriales incluyen la intensidad y la duración. La intensidad se refiere a lo poderoso que el estímulo es o a su potencial activador. Por ejemplo, una caricia ligera es más intensa que una presión firme, y un estímulo táctil en la cara es más intenso que en el brazo. La duración se refiere tanto a la longitud del estímulo real (por ejemplo, la duración de un sonido), como a la duración que tienen los efectos de ese estímulo sobre el sistema nervioso central (por ejemplo, los giros rápidos producen mareo o un incremento prolongado del nivel de actividad). Como cada niño experimenta el input sensorial de una forma única, se debe individualizar la evaluación. El examinador debe evaluar ambos el estímulo (i.e., la entrada sensorial objetiva) y la sensación (i.e., la valoración específica que el niño subjetivamente realiza de esa entrada). La sensación está influida por las demandas de la tarea y por las experiencias sensoriales previas del niño, el nivel de activación actual y el estado afectivo. Por ejemplo, un niño puede percibir una caricia ligera como placentera y otro como amenazante o dolorosa. El proceso de evaluación considera la expresión conductual del procesamiento sensorial en términos de la capacidad del niño para regular su nivel de activación, su atención, su afecto y su acción (Williamson & Anzalone, 1997). El estado sensorial del niño modera y es moderado por su nivel de activación. El nivel de activación es el nivel de alerta y la habilidad para mantener los diferentes estados de sueño y vigilia y para pasar de uno a otro. El estado sensorial influye también la atención infantil, que es la habilidad para centrarse selectivamente sobre el estímulo o sobre la tarea deseada. El afecto, que es el componente emocional de la conducta, está también influido por la entrada sensorial mediante la respuesta emocional a un estímulo específico (ej., el miedo como respuesta a una caricia suave inesperada) o mediante un efecto global sobre la conducta (ej., el nivel de excitación de un niño que se baja de un columpio). Finalmente, la acción, que es la habilidad para implicarse en una conducta adaptativa dirigida a una meta, depende de la integración sensorial. La habilidad de un niño para autorregular estos procesos depende del registro inicial que realiza del estímulo sensorial. El registro es el punto en el que se detecta la información sensorial nueva y se activa el sistema nervioso central. Se considera que este punto es el umbral sensorial. Algunos niños tienen el umbral sensorial bajo y tienden a la hiperactividad o a la defensa sensorial. Su conducta se caracteriza con frecuencia por un nivel de activación alto, una incapacidad para centrar la atención, afecto negativo o miedoso y acciones impulsivas o defensivas. Otros niños tienen un umbral de activación muy alto que les causa un nivel de actividad bajo frente a la entrada sensorial. Su nivel de activación es con frecuencia bajo y muestran una latencia prolongada o una incapacidad para mantener la atención centrada. El afecto es habitualmente plano, con una expresión de emociones restringida que puede afectar su vida social. Su acción tiende a ser pasiva y sedentaria. La discriminación perceptiva se basa en la modulación sensorial y en los procesos cognitivos de orden superior. Las principales funciones perceptivas que deben evaluarse en los niños pequeños incluyen la discriminación visual, auditiva y táctil. Algunas habilidades perceptivas de orden superior son la discriminación figura fondo visual o auditiva, las relaciones viso-espaciales, la memoria auditiva, la localización táctil y la estereognosis. La evaluación de estas funciones está más allá de los límites de este capítulo, pero se pueden encontrar en la literatura clínica (ej., Lezak, 1995; Schneck,1996; Wetherby y Prizant, 2000). Los niños con desórdenes del espectro autista tienen problemas de modulación sensorial que se presentan con dos patrones principales: hiper-reactividad e hipo-reactividad. Los perfiles de cada uno de estos patrones proporcionan un marco útil para comprender las pautas conductuales de estos niños. Un niño concreto, sin embargo, puede presentar una combinación de síntomas y no ajustarse con claridad ni a una categoría ni a otra (Anzalone & Williamson, 2000). La hiperactividad Los niños con hiperactividad tienden a tener un umbral sensorial bajo y a estar predispuestos a tener una reacción del sistema nervioso simpático. (Las respuestas del sistema nervioso simpático son las que indican una activación del sistema nervioso central, como un incremento en la tasa cardiaca y en la respiración). Estos niños tienen un rango restringido de estados de activación óptimos. Su nivel de activación tiende a ser alto con un control sensorial rígido y estrecho. Es importante señalar que el nivel de activación observable no es siempre el mismo que reflejan medidas tales como la tasa cardiaca y la respiración. Puede parecer que algunos niños con hiperactividad no responden o que están poco activados cuando en realidad están sobresaturados (ej., pueden tener niveles de cortisol elevados o una tasa cardiaca alta mientras se muestran conductualmente inactivos) (Miller y McIntosh, 1998; Porges, McCabe y Yongue, 1982; Wilbarger y Wilbarger, 1991). Esta sobrecarga sensorial se vuelve tan amenazante para algunos niños que responden con una retirada conductual o psicológica. Los niños con hiperactividad pueden centrar su atención con exceso en los detalles (Kinsboume,1983). Este fenómeno actúa como una barrera, tiene una función de cribado que les impide tener una conciencia sensorial más generalizada del ambiente. El rango afectivo de estos niños suele ser limitado, se extiende desde la desconexión con la entrada sensorial al rechazo negativo. Una excepción es el efecto positivo asociado con frecuencia a girar sobre uno mismo o a girar objetos. La acción de los niños con hiperactividad tiende a estar muy poco centrada, con una elaboración limitada y una inflexibilidad conductual que generalmente sirve para controlar el estímulo sensorial. Algunos de estos niños muestran poca iniciativa para implicarse en una acción o ninguna. Otros muestran acciones repetitivas; todavía otros exhiben competencias sorprendentes en habilidades muy específicas. Los niños con hiperactividad pueden preocuparse en exceso por encontrarse desorganizados y desarrollan rutinas rígidas, compulsiones y patrones estereotipados que les ayudan a mantener el control sobre sí mismos. Se puede considerar que todas estas conductas son adaptativas en algún grado, pues son los medios que los niños utilizan para intentar supervisar y mantener el registro y la interpretación de la entrada sensorial en un nivel aceptable. Con frecuencia estas conductas alteran la interacción en lugar de facilitarla. El sonido del portazo de una puerta, una risa inesperada en la televisión o un trueno pueden llegar a ser tan molestos que los niños harían cualquier cosa que pudieran con tal de evitar experimentar esa sensación de nuevo. Sus conductas rígidas y controladoras y sus rituales se pueden entender como un intento de limitar, o al menos hacer más previsible, la entrada sensorial nociva. Hipoactividad Los niños con hipoactividad tienden a tener un umbral sensorial alto; es decir, tienden a necesitar una cantidad mayor de entrada sensorial para activarse y reaccionar. Con frecuencia, estos niños no registran la entrada sensorial nueva; así, tienen una cantidad de información mínima sobre la que basar su interpretación. No aprenden del medio porque no lo detectan. Su nivel de activación es generalmente bajo o poco modulado. Su atención no se centra o lo hace sólo sobre un tipo determinado de sensaciones asociadas a sus necesidades internas. El afecto puede ser llano o inexistente, pero puede incrementarse con la estimulación vestibular. La acción tiende a ser pasiva, sin meta y vagabunda. Sin embargo, algunos niños con hipoactividad pueden tener un ansia insaciable por algún tipo de estímulo sensorial preferido y pueden buscarlo con el fin de “impulsarse”. El tipo de estimulación sensorial que prefieren es el giro sobre sí mismo (actividad vestibular rotatoria). A estos niños con afectos blandos y desvinculados les suele encantar. Se debe señalar que el estímulo que tiene un potencial mayor para incrementar el nivel de activación de estos niños no es necesariamente el que les ayuda a organizarse mejor. Hay dos importantes cuestiones que dificultan la comprensión de los perfiles de modulación sensorial de los niños con desórdenes del espectro autista. La primera es que un niño que parece plano e invariable puede no tener hipoactividad. Como mencionamos previamente, algunos niños tienen realmente una hiperactividad psicológica y el bloqueo conductual es la cara opuesta de su estado interno. Durante la evaluación, el examinador debe diferenciar entre estos dos perfiles mediante la disminución sistemática de la entrada sensorial, la provisión de actividades que les ayuden a organizarse y la observación de sus respuestas a lo largo del tiempo. Con inputs sensoriales más bajos, los niños que tienen realmente hiperactividad se calman y atienden mejor, mientras que los que tienen hipoactividad se vuelven más pasivos. En segundo lugar, no todas las conductas que se dirigen a la búsqueda de sensaciones se asocian con hipoactividad. Algunos niños con hiperactividad o los que tienden a defenderse de las sensaciones pueden implicarse en la búsqueda de sensaciones como una forma de modular sus reacciones a la sensación (i.e., descargar tensión o reforzar la atención dirigida a organizarse a sí mismos). Patrones mixtos Un niño con autismo o un desorden generalizado del desarrollo (PDD) puede tener un patrón mixto y ser hipersensible a ciertas modalidades sensoriales (generalmente la audición y el tacto) e hiposensible a otras (frecuentemente la estimulación propioceptiva o vestibular). Del mismo modo, un niño puede tener una variedad de respuestas dentro de una misma modalidad sensorial (i.e., un niño puede tener hiperactividad a los sonidos de alta frecuencia e hipoactividad a los de baja frecuencia). Un niño puede también ser inconsistente a lo largo del tiempo en sus respuestas a un mismo estímulo. La variabilidad de respuestas ante las diferentes modalidades sensoriales y ante las sensaciones de una misma modalidad se asocia con frecuencia a los cambios en el nivel de activación, atención y a las experiencias sensoriales previas. Algunos niños tienen una entrada sensorial distorsionada y no se ajustan a los perfiles clínicos descritos. Hay una fluctuación errática en el registro del input sensorial como si de alguna manera subieran y bajaran su volumen repetidamente. Por ejemplo, estos niños pueden oír solamente partes de las palabras (ej., la primera parte, la última o las que no son consonantes) o encontrar que las señales visuales o auditivas están mezcladas. Algunos adultos con autismo afirman que ven vibraciones alrededor de la televisión cuando está encendida (Grandin, 1995; Williams, 1994). La evaluación del procesamiento sensorial Como describimos anteriormente, el procesamiento sensorial incluye la modulación sensorial y la percepción. La modulación sensorial precede a la percepción que es el componente más cognitivo. Esta discusión se centra principalmente en la modulación sensorial – la habilidad para registrar y para orientarse hacia los estímulos sensoriales. La evaluación del procesamiento sensorial incluye tres estrategias complementarias: la observación cualitativa; la entrevista a los padres; y, posiblemente, la administración de instrumentos estandarizados. La observación y la entrevista a los padres son especialmente importantes para permitir al examinador identificar los problemas potenciales así como la necesidad de realizar una evaluación más exhaustiva. La evaluación completa puede requerir las habilidades de un terapeuta ocupacional con un entrenamiento especializado en el procesamiento sensorial. La observación cualitativa La observación es el medio más importante que utiliza el examinador para identificar problemas y planificar la intervención para niños que tienen dificultades en el procesamiento sensorial. Los examinadores dependen menos de los instrumentos estandarizados porque éstos no captan con validez las diferencias individuales en este aspecto del comportamiento debido a que el procesamiento sensorial es muy variable y depende de las experiencias previas del niño. Para diseñar observaciones cualitativas del comportamiento, es útil para el examinador contrastar la conducta en situaciones estructuradas y no estructuradas. Las situaciones no estructuradas pueden incluir el juego libre, la exploración motriz gruesa y las actividades de la vida diaria. Las tareas estructuradas pueden incluir la observación durante las evaluaciones formales y las situaciones controladas por el adulto. El examinador debe observar la conducta del niño en relación a las demandas sensoriales del ambiente (ej., se puede interpretar de forma diferente un incremento del nivel de activación del niño y la impulsividad en un contexto desorganizado versus en uno tranquilo). La observación del niño. El profesional observa la reactividad del niño durante su implicación en diferentes tareas y también la organización general de su conducta. La observación se centra en la influencia del input sensorial y en su impacto sobre la capacidad del niño para regular su nivel de activación, atención, afecto y acción. Como la reactividad del niño al input sensorial es acumulativa, el examinador debe observar la conducta infantil a lo largo del tiempo. Por ejemplo, un niño puede tener una rabieta al final de la mañana como resultado de las sensaciones que ha ido acumulando a lo largo de tres horas en una guardería. Se asume que la variabilidad de la conducta de estos niños es elevada y la evaluación debe documentar la gama completa de conductas. El examinador debe prestar una atención especial a las condiciones sensoriales que mantienen la conducta óptima. La siguiente lista proporciona las preguntas que puede utilizar el examinador para centrar su observación en los factores relevantes asociados a la organización conductual del niño dependiente de las sensaciones. Nivel de activación • ¿Cómo es el nivel de activación del niño y cómo cambia como respuesta a diferentes experiencias sensoriales? • ¿Se produce el cambio de un estado de activación a otro sin problemas? • ¿Es capaz de mantener los niveles de energía y actividad necesarios para implicarse en la tarea con éxito? • ¿La gama de niveles de activación óptimos es amplia o reducida? • ¿Tiene estrategias para afrontar el estrés que le permiten modular la reactividad sensorial y el nivel de activación? Atención • ¿Puede mantener el foco de atención selectivamente sobre el estímulo relevante? • ¿Puede cambiar el foco de atención de una meta a otra o de una modalidad sensorial a otra? • ¿El tiempo en el que consigue mantener la atención es similar al de otros niños de su edad? • Cuando atiende a las tareas, ¿parece necesitar más esfuerzo que otros niños de su misma edad? • ¿Muestra preferencias hacia alguna modalidad sensorial? Afecto • ¿Tiene un repertorio organizado de expresiones emocionales? • ¿Tiene algún estado emocional dominante (ej., miedo, ansiedad, defensa, rechazo)? • ¿Está disponible para establecer relaciones sociales con los adultos y compañeros? • ¿Podría interactuar con los adultos y con sus iguales? • ¿Su disposición lúdica refleja su bienestar en la situación y le ayuda a mantener el aprendizaje y la implicación? Acción • ¿Puede formular metas para el juego apropiadas a su nivel de desarrollo y a las oportunidades del medio? • ¿Puede solucionar los problemas que encuentra durante la exploración o el juego con creatividad, flexibilidad y persistencia? • ¿Se caracteriza su conducta por una evitación o aproximación consistente a materiales o tareas específicas? • ¿Muestra una planificación motriz y una coordinación adecuada cuando realiza tareas propias de su edad? Observación del contexto. Además de observar el nivel de activación, la atención y el afecto del niño en relación a la modulación sensorial, el evaluador debe examinar también las características del entorno físico y social. Es la interacción del niño con el entorno lo que produce la conducta relacionada con las sensaciones. El examinador debe observar simultáneamente al niño y el contexto con el fin de determinar si existe un buen ajuste entre ellos (Williamson, 1993; Zeitlin y Williamson, 1994). El examinador puede realizar asunciones clínicas incorrectas si no comprende bien esta relación. Por ejemplo, un niño puede mostrar conductas defensivas como taparse la boca, escupir o muecas durante la comida. Estas conductas pueden interpretarse como una hipersensibilidad en el área oral. Sin embargo, un examen más detallado del contexto puede revelar que el cuidador alimentaba al niño con demasiada rapidez y esto producía una reacción aversiva. La dificultad no se encontraba en la sensación, indicaba más bien una técnica de alimentación inapropiada. Indudablemente, el contexto en el que el niño se encuentra ayuda a comprender su procesamiento sensorial. El examinador necesita apreciar los atributos sensoriales del medio y la medida en la que se ajustan a la capacidad del niño para organizarse y para regularse a sí mismo. El apéndice del capítulo proporciona un registro de observación para evaluar las características del entorno escolar basadas en la sensación (Hanft & Place, 1996). Las siguientes preguntas pueden ayudar a centrar la observación en los aspectos críticos del entorno físico y social. Contexto • ¿Qué entrada sensorial caracteriza el entorno físico y social (ej., visual, auditivo, táctil, propioceptiva, vestibular)? • ¿Cuáles son las propiedades sensoriales de los sistemas sensoriales identificados (ej., tasa, intensidad y duración)? • ¿Exige el entorno al niño respuestas que requieren organizar simultáneamente la información procedente de sistemas sensoriales diferentes? • ¿Cómo es la calidad del entorno físico en términos de temperatura, luz, ruido, espacio y otras propiedades relacionadas? • ¿Cuáles son las características sociales de la situación (ej., adulto o compañero, individual o grupo, verbal o no verbal, dirigida por el niño o por el adulto)? • ¿Cuáles son los entornos específicos, las situaciones o los individuos que facilitan la autorregulación del niño? • ¿Proporciona el medio rutinas que son razonablemente previsibles, consistentes y estructuradas? La entrevista a los padres y los cuestionarios La entrevista a los padres complementa las observaciones del niño y del contexto que realiza el examinador proporcionando información importante relacionada con la habilidad del niño para modular la entrada sensorial en diferentes situaciones. El profesional recoge de los padres información sobre “la dieta sensorial” (Wilbarger, 1995; Williams y Shellenberger, 1996). La dieta sensorial es el perfil del input sensorial que proporcionan las actividades que ocurren naturalmente a lo largo del día y de cómo influyen sobre la regulación infantil del nivel de activación, de la atención, del afecto y de la acción. El perfil proporciona datos sobre la tolerancia del niño a las sensaciones y sobre sus preferencias tal y como se manifiestan en la actividad diaria. Identifica también periodos de organización y desorganización conductual durante el día relacionados con las experiencias sensoriales y las demandas del entorno. Las situaciones que proporcionan una información valiosa sobre la modulación sensorial son el baño, las comidas, las interrupciones de las rutinas típicas y las preferencias en el juego o la ropa. Las siguientes preguntas pueden generar una discusión productiva con los padres o los cuidadores en relación al procesamiento sensorial infantil y a cómo influye sobre el funcionamiento del niño y de la familia. Las preguntas se han preparado para proporcionar un punto de partida para la entrevista. Deben ser utilizadas de forma selectiva en función de las necesidades del niño y de la familia. Observaciones de los padres/cuidadores • ¿Cómo es un día típico? • ¿Qué tipo de actividades sensoriales le disgustan al niño? • ¿Cómo maneja el niño las transiciones y cambios en las rutinas diarias? • ¿Hay un tiempo en el día o una actividad en la que previsiblemente el niño esté más organizado? ¿Y menos? • ¿Están las actividades de la vida diaria del niño o las tareas de autocuidado limitadas por problemas sensoriales o motores (ej., intolerancia a la textura de algunas comidas, miedo durante el baño)? • ¿Tiene el niño hábitos y rutinas que apoyan su funcionamiento diario? • ¿Cómo responde al contacto físico afectivo o a la manipulación? • ¿Muestra tanta iniciativa para explorar las situaciones nuevas como las familiares? • ¿Se divierte jugando con otros niños? El examinador puede complementar la entrevista semi-estructurada con entrevistas basadas en cuestionarios estandarizados relacionados con el procesamiento sensorial y la conducta autorregulada. The Infant Toddler Symptom Checklist (DeGangi y Poisson, 1995) aborda áreas tales como la autorregulación, la atención, el sueño, la comida, el vestido, el baño, el movimiento, el lenguaje, la visión y el funcionamiento emocional en niños de edades comprendidas entre los 7 y los 30 meses. The Sensorimotor History Questionnaire for Preschoolers (DeGangi & Balzer-Martin, in press) es un cuestionario de 51 items que ha sido validado como instrumento de cribado para niños de 3 y 4 años (ver el apéndice del capítulo). El cuestionario categoriza la conducta en términos de autorregulación, procesamiento sensorial del tacto, procesamiento sensorial del movimiento, madurez emocional y madurez motriz. The Sensory Profile (Dunn, 2000) es un cuestionario dirigido a los padres apropiado para evaluar el procesamiento sensorial de niños entre 3 y 10 años de edad. Sus 125 items se refieren a los diferentes sistemas sensoriales, nivel de actividad, movimiento y funcionamiento socio-emocional, Este cuestionario ha sido estudiado extensivamente con poblaciones normales y clínicas (Dunn y Brown, 1997; Dunn y Westman, 1997; Kientz y Dunn, 1997). The Short Sensory Profile (McIntosh, Millar y Shyu, 2000) es una versión abreviada del perfil sensorial con propiedades psicométricas. The Short tiene sólo 38 items en 7 subescalas: sensibilidad táctil, sensibilidad al gusto y al olfato, búsqueda escasa de sensaciones, filtro auditivo, sensibilidad visual o auditiva, energía baja/débil y sensibilidad al movimiento. The Functional Behavior Assessment for Children with Sensory Integrative Dysfunction (Cook, 1991) proporciona una forma de utilizar las entrevistas a los padres para recoger información sobre las actividades de la vida diaria relacionadas con las sensaciones. Instrumentos estandarizados. Además de la observación y de la entrevista a los padres, un examinador puede utilizar instrumentos estandarizados para evaluar la modulación sensorial. La tabla 2 describe los instrumentos estandarizados disponibles que son relativamente escasos. The Test of Sensory Functions in Infants (DeGangi & Greenspan, 1989) es un test diagnóstico referido a criterio que lo administran profesionales especialistas en el desarrollo infantil y en el procesamiento sensorial. Está diseñado para evaluar a niños con desórdenes en la autorregulación, retrasos en el desarrollo y aquéllos que muestran riesgo de presentar desórdenes de aprendizaje. The Early Coping Inventory (Zeitlin, Williamson y Szczepanski, 1988) evalúa el estilo de afrontamiento al estrés de niños de edades comprendidas entre los 4 y los 36 meses. Se observan las conductas de afrontamiento de los niños a lo largo del tiempo en una variedad de situaciones. Este instrumento psicométrico es especialmente sensible en la medida de la autorregulación basada en las sensaciones y de la adaptación. The Sensory Integration and Praxis Tests (Ayres, 1989) es una batería de tests diagnóstica referida a la norma diseñada para niños de edad escolar que presentan un nivel de funcionamiento relativamente alto. La modulación sensorial no se evalúa directamente con este instrumento pero puede inferirse por una observación cualitativa. La administración de esta batería requiere un entrenamiento extenso y que el nivel de comprensión del lenguaje de los niños se sitúe en torno a los cuatro años. No suele utilizarse con niños con desórdenes del espectro autista. ACCIÓN (PRAXIS) La praxis es la habilidad para planificar y secuenciar acciones no familiares. Resulta de la interacción del niño con el medio y refleja la calidad de la integración sensorial (Ayres,1985; Cermak, 1991). La praxis consta de tres componentes diferentes: 1) ideación, 2) planificación motriz y 3) ejecución. La ideation es la habilidad para formular una meta para la acción. Es el paso cognitivo por el que se reconocen las múltiples formas en que los juguetes, los objetos y el propio cuerpo puede ser utilizado en las situaciones de juego y aprendizaje . Por ejemplo, el niño aprecia que hay numerosas formas de jugar con un camión de juguete. La planificación motriz implica imaginar como preparar el cuerpo para alcanzar la meta mediante la acción. Este paso de planificación y secuenciación motriz se basa en el esquema corporal del niño; es decir, en la toma de conciencia de las sensaciones internas de las partes del cuerpo, de cómo se coordinan y de cómo se mueven en el espacio. La planificación motriz es un proceso activo de solución de problemas y refleja una consciencia sensorial de uno mismo como individuo físico. La ejecución es la realización real de la acción planificada. Implica una coordinación motriz gruesa y fina para llevar a cabo la tarea. Los niños con dispraxia pueden tener dificultades con uno o con varios de estos componentes. Una falta de ideación se manifiesta en que el niño es incapaz de formular metas nuevas específicas para responder a las demandas ambientales. El niño no tiene idea de qué hacer o formula metas de forma rígida e inflexible. Con un déficit en la planificación motriz, el niño conoce el propósito del objeto o de la tarea pero no puede organizar las pautas de acción necesarias para interactuar con eficacia en el medio y solucionar el problema. Los niños tienden a ser inactivos o a jugar utilizando pautas limitadas y perseverativas (ej., alinear objetos). Los niños con desórdenes del espectro autista tienden a tener un déficit primario en la ideación y otro secundario en la planificación motriz. Una alteración en la ejecución es relativamente menos frecuente en niños con autismo. Los niños con dispraxia suelen tener un esquema corporal pobre y tosco. No saben situar su cuerpo en el espacio y tienen dificultades para relacionarse con los objetos y con las personas. Como consecuencia son propensos a tener accidentes y tienden a tropezar y a chocarse con muebles u otros objetos y a romper los juguetes. Suelen ser poco atléticos. Como estos niños tienen dificultades para secuenciar las actividades diarias, tienden a ser poco organizados y a tener una apariencia desaliñada. Debido a su inflexibilidad en la actividad, tienden a perseverar y a preferir lo familiar. Su autoestima suele ser escasa como consecuencia de la frustración y del fracaso repetido. Pueden ser juzgados en ocasiones como manipulativos y controladores. Estas conductas reflejan la utilización infantil del lenguaje con el fin de compensar su dispraxia (ej., distraerse y desviar la atención del desorden motriz). Los problemas en la secuenciación pueden afectar al lenguaje, caso que suele acompañarse de déficits organizativos y educativos. La observación de la praxis Los principales medios de evaluar la praxis son la observación del niño durante tareas nuevas de motricidad gruesa y fina. Se observa con frecuencia que el niño utiliza la supervisión visual de los movimientos para realizar la actividad. El examinador debe proporcionar una gama de actividades que requieran el control de los músculos largos y también de los implicados en la manipulación fina. Como los niños con dispraxia generalmente confían en las actividades familiares y sobreaprendidas, es esencial que cualquier observación de la praxis proporcione situaciones inesperadas, flexibles y nuevas que reten la habilidad del niño para resolver tareas motrices. La observación se centra en cómo el niño planifica y secuencia estas tareas. El examinador debe evaluar las siguientes conductas durante varios periodos de observación. Indicadores de dispraxia • Inflexibilidad – persevera en un aspecto de la tarea y tiene dificultad para realizar transiciones. • Falta de exploración sensomotora. • Juego de complejidad limitada. • Solución de problemas presentes en nuevas tareas restringida. • Tolerancia baja a la frustración. • Presencia de soluciones “crash” para terminar las actividades demandantes (ej., simplificarla o tirarlo todo). • Falta de organización conductual durante la realización de las actividades. • Ropa desarreglada o desabrochada. • Calidad de las habilidades motrices finas pobre. • Poca conciencia temporal y falta de secuenciación de las tareas de la vida diaria. • Evita las actividades en grupo y el juego con los compañeros. • Prefiere la interacción uno a uno con el adulto. Un diagnóstico de dispraxia no se logra con una observación, requiere tiempo. El examinador tiene que observar al niño en numerosos contextos y bajo condiciones diversas para determinar la naturaleza del problema. ¿Se debe la ruptura de la implicación en la tarea a un déficit sensomotor o a otros factores tales como distractibilidad o impulsividad? ¿Es un déficit en el procesamiento sensorial, en la práctica o principalmente una cuestión de fuerza y coordinación motriz? ¿Se debe la dificultad a un déficit en la ideación, en la planificación motora o en la ejecución? La evaluación de la praxis con instrumentos estandarizados. Como con el procesamiento sensorial, hay pocos instrumentos estandarizados disponibles para el cribado y la evaluación de la praxis) (ver Tabla 2). La observación y el juicio clínico son los factores más importantes para determinar cuando la praxis contribuye al déficit conductual. Para propósitos de cribado, el Miller Assessment of Preschoolers (Miller, 1982) es un test referido a la norma que proporciona unos pocos items dirigidos directamente a la planificación motriz. Instrumentos estandarizados más formales para niños mayores son el Sensory Integration and Praxis Tests (Ayres, 1989). Esta batería tiene tests específicos que miden los componentes diferentes de la praxis (ej., praxis postural, praxis secuenciada, praxis oral, praxis de construcción y praxis en órdenes verbales). Como se señaló previamente, este test es complejo y requiere un certificado de un programa de entrenamiento formal. LA CONDUCTA MOTRIZ En los niños pequeños la conducta motriz incluye cuatro componentes interdependientes: los procesos neuromotores, la motricidad gruesa, la motricidad fina y el desarrollo oralmotor. Los procesos neuromotores inplican los elementos oseo-musculares que mantienen el movimiento tales como el tono muscular y la amplitud del movimiento de las articulaciones. La función motriz gruesa incorpora aquellos movimientos, posturas y habilidades de los músculos largos, mientras que la función de la motricidad fina depende de los músculos pequeños de los brazos y de las manos. La función motriz-oral se basa en las acciones de la musculatura facial que interviene en el habla y en la alimentación. La tabla 3 proporciona una descripción mayor de cada uno de estos cuatro componentes de la conducta motriz. La evaluación no consiste sólo en establecer la presencia o la ausencia de los hitos del desarrollo y en determinar la edad evolutiva. Debe preocuparse también por describir la calidad de la conducta motriz del niño (ej., la conducta de alcanzar de un niño puede ser fluida y directa o tímida). Muchas pruebas estandarizadas proporcionan una medida cuantitativa de la conducta del niño pero fracasan a la hora de captar este aspecto cualitativo. Con frecuencia el profesional debe completar los resultados con una descripción clínica de sus observaciones. Es importante determinar las diferencias sutiles en la conducta motriz pues se asocian con frecuencia a signos tempranos de dificultades conductuales o de aprendizaje (ej., el tono muscular bajo y las reacciones de equilibrio bajas se observan con frecuencia en niños que exhiben dificultades de aprendizaje o de lenguaje). Un tema relacionado es la necesidad de evaluar la conducta del niño en términos de movilidad y estabilidad más que como una compilación de habilidades motrices. Un niño puede ser capaz de mover una parte de su cuerpo con el apoyo activo del resto de su cuerpo con el fin de desarrollar habilidades motrices gruesas y finas tales como gatear, colorear o abotonar. Por ejemplo, para gatear, un niño tiene que mover una mano y una rodilla mientras que la otra mano y la otra rodilla mantienen el peso del cuerpo. En la motricidad fina, este juego entre la estabilidad y la movilidad es igualmente importante. Por ejemplo, para colorear con una tiza, el niño debe poder sentarse y mantener la cabeza y los hombros firmes (estabilidad) mientras mueve la muñeca y los dedos (movilidad). Mediante la evaluación, el examinador determina lo adecuado que son las funciones de estabilidad y movilidad durante las diferentes tareas motrices. El examinador debe evaluar siempre la conducta motriz en el contexto y cómo organiza el niño su postura y el movimiento para responder a las demandas cambiantes del medio. La evaluación de los procesos neuromotores La evaluación de los procesos neuromotores en los niños pequeños se centra en el tono muscular, en la gama de movimientos, en la estabilidad postural y en la movilidad, en la simetría y en la calidad del movimiento (DeMyer,1994; Piper & Darrah, 1994). Estos procesos neuromotores influyen en cómo el niño mantiene las posiciones necesarias para participar en el juego, en el aprendizaje y para realizar las conductas relacionadas con el cuidado de sí mismo. El terapeuta físico y el ocupacional tienen experiencia en evaluar los procesos neuromotores utilizando la observación clínica y las escalas referidas a criterio. Otros profesionales pueden evaluar al niño para determinar la necesidad de realizar una evaluación más profunda de las funciones sensomotoras. Las siguientes preguntas pueden guiar el cribado. Una respuesta afirmativa a un número de estas cuestiones indica la necesidad de realizar una evaluación más exhaustiva. La preocupación es mayor cuando estos indicadores de riesgo interfieren con la adquisición de habilidades evolutivas. Indicadores de déficit neuromotor. • ¿Presenta el niño más problemas para mantener la postura durante la actividad que el resto de sus compañeros? Ejemplos sutiles de posibles retrasos en los procesos neuromotores incluyen inclinarse sobre la mesa para buscar apoyo, sujetarse en la pared al dar una patada al balón o tumbarse en el suelo en lugar de permanecer sentado en la asamblea. • ¿Es el tono muscular del tronco y de las extremidades del niño demasiado alto o bajo en relación a sus compañeros, originado un movimiento restringido o excesivamente flexible? • Antes de los tres años. ¿utiliza el niño una mano exclusivamente para jugar y para ayudarse en las tareas? Esto puede indicar la negación de la otra parte del cuerpo o un tono muscular inusual durante un periodo en el que el niño está desarrollando destrezas bilaterales. • ¿Se fatiga con facilidad y demuestra poca resistencia, especialmente durante las actividades y en el juego motriz grueso? La tabla 4 lista los instrumentos referidos a criterio que pueden ser útiles para realizar una evaluación más exhaustiva de los procesos neuromotores. Estas herramientas requieren entrenamiento para que puedan ser administradas y puntuadas con fiabilidad. Son útiles para identificar precozmente la emergencia de problemas motrices y los sutiles signos neurológicos antes de que se establezcan déficits motrices con claridad o se realice un diagnóstico médico definitivo. Comprender los procesos neuromotrices ayuda a apreciar las razones de un retraso en el desarrollo o de una limitación funcional en la conducta motriz. La evaluación de la motricidad gruesa Las habilidades motrices gruesas afectan a cómo el niño coordina sus posturas corporales, se mueve con fluidez de un lugar a otro e interactúa con las personas y objetos. La evaluación de la motricidad gruesa se centra principalmente en la postura física y en las habilidades y también en las funciones de movilidad y estabilidad (Alexander, Boehm y Cupps, 1993; Bly, 1994). La tabla 5 identifica las medidas de la función la motricidad gruesa utilizadas generalmente por los terapeutas ocupaciones y por los fisioterapeutas. Hay también evaluaciones globales que incluyen las principales secciones dirigidas al desarrollo motor grueso y que son utilizados por profesionales procedentes de diferentes disciplinas, pero no son señaladas en esta discusión. La evaluación de la motricidad fina La motricidad fina afecta a cómo los niños usan sus ojos y sus manos para manipular objetos, herramientas y juguetes y para implicarse en el juego y en actividades relacionadas con el cuidado de sí mismo, tales como comer con la cuchara, abotonarse la ropa, pasar las páginas de un libro y peinar el pelo de la muñeca. Las habilidades visomotrices intervienen también en la comunicación manual mediante gestos, en el lenguaje de signos, en el dibujo y en la pintura. La evaluación de la motricidad fina se centra particularmente en la conducta de alcanzar, coger, la preferencia manual, la coordinación bilateral, la manipulación y el control viso-motriz (Henderson & Pehoski, 1995). La tabla 6 identifica las medidas de motricidad fina utilizadas comúnmente por los educadores y por los terapeutas ocupacionales. Además de éstas, hay otros instrumentos globales que incluyen secciones principales dirigidas a evaluar el desarrollo de la motricidad fina. La evaluación de la motricidad oral. La motricidad oral incluye la coordinación de la succión, la deglución, la respiración, la masticación y la articulación. La evaluación del desarrollo de la motricidad oral en niños pequeños se centra en las las sensaciones y en las acciones motrices de la lengua, los labios, las mejillas y el sistema respiratorio (Morris y Klein, 1987; Wolf y Glass, 1992; Oetter, Richter y Frick, 1988). La evaluación de la motricidad oral debe ser realizada por profesionales entrenados específicamente en este área como los terapeutas ocupacionales y los logopedas. La tabla 7 identifica los instrumentos de medida del desarrollo de la motricidad oral usualmente utilizados en la práctica. Otros profesionales pueden realizar una evaluación de cribado con el fin de identificar la necesidad de realizar una evaluación más exhaustiva observando al niño y respondiendo a las siguientes preguntas. Una respuesta afirmativa a más de una pregunta indica la necesidad de realizar una evaluación más completa. Indicadores de la evaluación de la motricidad oral. • ¿Presenta el niño problemas con la alimentación o el lenguaje en relación a los niños de su misma edad? • ¿Babea en exceso para su edad? • Cuando come, ¿rechaza la comida por su textura o demanda una dieta más blanda o específica? • ¿Le gusta chupar los objetos, la ropa o los muebles más que a los niños de su misma edad? • ¿Existen dificultades significativas en el vínculo padres/niños en relación a la alimentación? RESUMEN En resumen, este capítulo aborda la evaluación y el cribado en relación al procesamiento sensorial, a la praxis y a la conducta motriz. Se enfatiza la observación cualitativa y la entrevista a los padres debido a la importancia que tienen para comprender la naturaleza del funcionamiento sensoriomotriz del niño. Una evaluación orientada al proceso dinámico permite al clínico captar diferencias individuales sutiles. La principal preocupación es evaluar al niño en el contexto en el que se plantean las demandas ambientales y durante la realización de tareas funcionales. El resultado que pretende alcanzar la evaluación del procesamiento sensorial y motor es determinar su participación funcional en todos los aspectos de la vida diaria y no simplemente determinar el logro de los hitos del desarrollo. REFERENCES