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1 VINCENT, Joan. En BARNARD, A. y SPERBER, J. Encyclopedia of Social and Cultural Anthropology, (págs. 428 a 433). Routledge, London & New York, 1998. Traducción de Alicia Comas y Mariano Perelman. ANTROPOLOGÍA POLÍTICA La antropología política resultó ser una especialización (o subcampo) tardía y de vida corta, en términos comparativos, dentro de la antropología social y cultural. Entre 1940 y mediados de los 60, una generación de antropólogos políticos que fue excepcionalmente homogénea, fijó un canon y planteó un programa para esta subdisciplina. Sin embargo, fuera de este breve período, la definición antropológica de política y su contenido político ha sido invariablemente tan amplia, que era posible encontrar “política” en todos lados, subyaciendo prácticamente a todas las preocupaciones de la disciplina durante sus casi cien años de historia profesional. Mientras en 1950, el cientista político David Easton criticó a los antropólogos políticos por entender la política simplemente como una cuestión de relaciones de poder y desigualdad, hoy la sensibilidad de la antropología a esta presencia generalizada del poder y lo político es considerada como una de sus fortalezas. El mundo objetivo da forma a la antropología política, tanto como la antropología construye y reconstruye el mundo en que se encuentran los que la practican (Vincent 1990). La antropología de la política puede ser narrada en términos de una historia intelectual enmarcada, primero, por la hegemonía cultural británica que abarcó un mundo imperial anglófono, y luego, por la hegemonía cultural de los Estados Unidos sobre un sistema mundial dominado por las preocupaciones de la Guerra Fría. Se produjo un punto de inflexión en la subdisciplina con la caída del imperio y la derrota americana en la guerra de Vietnam. Estos dos eventos, marcan, para muchos académicos el desplazamiento de la modernidad a la postmodernidad. Pueden reconocerse tres fases en las relaciones entre la antropología y la política. En la primera etapa formativa (1879-1939) los antropólogos estudiaron lo político como algo secundario a sus otros intereses, y podemos hablar sólo de una “antropología de la política”. En la segunda fase (1940-1966) la antropología política desarrolló un cuerpo de conocimientos estructurados sistemáticamente así como un discurso autoconsciente. La tercera fase comenzó a mediados de los ‘60, cuando todas estas especializaciones disciplinares fueron severamente cuestionadas. Mientras que nuevos paradigmas desafiaban a los sistemas de conocimiento dominantes previamente, la antropología política fue primero descentrada y luego deconstruida. El giro de lo político llevado a cabo por la geografía, la historia social, la crítica literaria y por sobre todo, el feminismo, revitalizó las preocupaciones de la antropología acerca del poder y la carencia del mismo. En este campo, los escritos de los académicos no occidentales tuvieron particular influencia. Los antropólogos preocupados por lo político comenzaron a encontrar tan interesante la lectura de Edward Said como la de 2 Evans-Pritchard y consideraron el trabajo de Homi Bhabha tan desafiante como el de Victor Turner. El reconocimiento de que los antropólogos debían hacer una revisión crítica acerca de su propio bagaje intelectual y sobre las políticas de sus producciones llevó a un renovado interés en la historia material e intelectual de los textos que constituyeron la antropología política como sub disciplina. La evolución de la sociedad política. Los primeros estudios profesionales acerca de la organización política fueron realizados entre los pueblos nativos de EEUU por el Smithsonian Institution´s Bureau of American Ethnology, creado en 1879. Para ese período, estaba funcionando el sistema de reservas, y en la agenda del gobierno norteamericano confluían los problemas en torno a la ley y el orden, tanto como los referidos al desarrollo de los pueblos indígenas. Las publicaciones del Bureau proporcionaron tres tipos de etnografía política: 1) reconstrucciones algo idealizadas acerca de la sociedad política anterior a la existencia de las reservas; 2) informes sobre lo observado acerca de la organización tribal y las prácticas legales y 3) informes documentales acerca de los tratados entre el gobierno y los indígenas. Herbert Spencer y Lewis Henry Morgan brindaron el entramado conceptual para muchos de los estudios del Bureau y los largos períodos de investigación de campo proveyeron su sustento etnográfico. Entre los distintos trabajos, es excepcional, por su estilo narrativo, el relato de James Mooney acerca del movimiento de la danza de los espíritus, y su derrota militar en 1890 por parte de los EEUU. La liga de los iroqueses (1851) de Morgan fue considerada como la primera etnografía política. Su forma de presentar la organización política de la confederación Iroquesa con respecto a lo social, lo ritual y los aspectos económicos, estableció un canon que más tarde se convirtió en lo estándar. Fue, sin embargo, el posterior volumen de Morgan Ancient Society (1877) el que estableció la teoría evolutiva como la piedra fundamental de los estudios políticos. Su título refleja la afinidad de Morgan con la obra de Henry Maine, cuyo trabajo Ancient Law fue publicado en 1861. Sin embargo, sus abordajes de la evolución política diferían marcadamente. Maine estaba interesado en la evolución de la ley, y sus estudios de las leyes de la Roma clásica y de las comunidades del este y oeste fueron diseñados más en concordancia con los métodos filológicos que con los sociológicos. Su investigación estaba atravesada por el interés en la comparación controlada y las transformaciones, más que por la evolución de la sociedad. Morgan, por otro lado, siguió a Montesquieu, proyectando la evolución de las sociedades a través de tres estadios: salvajismo, barbarie y civilización. Concibió que el progreso llevaba desde la organización en clanes al establecimiento de la sociedad política con bases en el territorio y la propiedad. El interés por la evolución de la civilización y el estado continúa vivo hoy en día en los antropólogos europeos y americanos, especialmente los relacionados con la arqueología y la investigación museológica. La terminología del salvajismo, barbarie y civilización fue 3 desplazada por la de tribus igualitarias, sociedades jerárquicas y estratificadas proveyendo una taxonomía neo evolutiva que aparece generalizadamente en los libros de texto de Estados Unidos. Entre los académicos británicos y franceses, la terminología evolutiva fue reemplazada por un reconocimiento binario de sociedades primitivas (o simples, de pequeña escala) y avanzadas (o complejas). A comienzos del siglo veinte, el esquema evolutivo era usado para ordenar la masa de datos etnográficos que estaba siendo “recolectado” alrededor del globo entre los así llamados pueblos simples. Etnólogos, misioneros, viajeros y administradores respondieron ávidamente desde la primer edición de Notes and Queries on Antropology, publicada en 1874. El más ambicioso uso del esquema evolutivo fue realizado por L. T. Hobhouse, G. C. Wheeler y M. Ginsberg en The Material Culture and Social Institutions of the Simple Peoples (1915). En este libro, la teoría de los cuatro estadios de los economistas políticos escoceses del siglo dieciocho incorporaba una clasificación más detallada que la teoría de los tres estadios proyectada por Morgan. Los autores (dos sociólogos y un antropólogo) intentaron correlacionar de manera estadística gobierno, economía, justicia, guerra y estructura social entre alrededor de seiscientos pueblos del mundo. Varios lineamientos de este trabajo se convirtieron en típicos de la antropología política durante su desarrollo: 1) el método sociológico comparativo; que requirió 2) unidades de análisis cerradas (en forma de ‘sociedades’ o ‘tribus’); y fomentó 3) tendencias hacia el primitivismo, prestando menor atención a sociedades ‘antiguas’ o a civilizaciones tales como el Islam; 4) Y, por último, las diferencias de la cultura material de los cazadores y recolectores, pastores y agricultores (subdivididos de ser necesario en altos y bajos) suministraron la base económica en la cual reposaban los dominios sociales, políticos y religiosos. El holismo funcionalista (es decir, la conceptualización de las sociedades como homogéneas e integradas) incrustaba, así, las instituciones políticas dentro de unidades analíticamente cerradas. La antropología de la política en encuadres coloniales A fines del siglo XIX, la mayoría de los antropólogos llevaban a cabo su trabajo de campo en contextos imperiales o cuasi imperiales. Los europeos consolidaron sus territorios coloniales a lo largo de África, Oriente Medio y Oceanía. Estados Unidos adquirió territorios de una España imperial derrotada en el Caribe, Hawaii y Filipinas, y comenzó a evidenciar interés por China, Africa Occidental y América Latina. Mientras avanzaba el siglo XX, sus conexiones nacionales y transnacionales dotaron a los antropólogos con un campo para su trabajo, pero pocas etnografías tomaron en cuenta explícitamente al colonialismo. Posteriormente, la construcción del “otro” colonial ingresó a la antropología política, primero, en el trabajo de los escritores del Norte de Africa sobre la experiencia colonial, y luego de manera más generalizada en las críticas en torno de la antropología y del imperialismo. Las multifacéticas monografías de Roy Franklin Barton sobre la ley, la sociedad, la economía y la religión de los Ifugao, publicadas entre 1919 y 1930, reflejan los objetivos de 4 los etnógrafos de ese momento, interesados en proveer descripciones globales de las formas de vida de un “pueblo nativo” en un punto particular del tiempo. Para muchos, la distinción entre sociedad y política no tenía sentido. El trabajo de Barton se distinguió por ver a los Ifugaos, un pueblo montañés del norte de Filipinas con el que trabajó, como individuos interactuantes. Barton escribió Ifugao Law (1919) a pedido del gobierno norteamericano. Su categorización de la ley era ortodoxa (se parecía un poco a un manual legal) pero su larga residencia en la aldea de Kiangan y su familiaridad con sus vecinos Ifugaos convirtió a sus materiales en una rica fuente de etnografía política. La etnografía clásica de Barton fue un estudio pionero en la antropología de la ley, pero el viraje posterior de la antropología funcionalista, que privilegió el estudio del control social por sobre el de la ley, llevó que a que fuera injustamente dejado de lado. Aún para los que consideran que la fundamental obra Crimen y Costumbre en la sociedad salvaje de Malinowski (1926) es una de las maneras distractorias jamás introducidas en el mundo de la jurisprudencia formal, como lo señaló Paul Bohannan, o para aquellos a quienes les gusta un poco de sexo y mucho de economía en sus etnografías, Barton es uno de los más arraigados practicantes en el oficio de la Antropología política. Es, además, un norteamericano atípico. En ese momento, la mayoría del trabajo de la antropología política estaba en manos de estudiantes formados por Franz Boas, que desarrollaban el grueso de lo que se hacía en “antropología de la política” entre los norteamericanos nativos, ya sea en las reservas o, en los Estados del oeste, en pequeños núcleos poblacionales dispersos entre los asentamientos euroamericanos. Las reconstrucciones de la organización política tribal continuaron estando a la orden del día junto con los estudios difusionistas y taxonomistas. Hacia la década del ´20, una particular ciencia social americana emergió dentro de la academia, dividiendo a los que que trazaron continuidades con la historia europea de aquellos que argumentaron que era poco probable que la sociedad norteamericana fuese a desarrollarse de acuerdo a las líneas europeas. La presencia de norteamericanos nativos y el rol de la frontera sustentaron nociones de lo que se dio en llamar “excepcionalismo americano”. La división se reflejaba en la Antropología entre aquellos que se especializaron en la descripción de entidades tribales particulares (tales como los Crow, Zuni, Hidatsa, etc., cada uno con su propio antropólogo perteneciente a una universidad en particular) y aquéllos que conservaron una visión más amplia de los norteamericanos nativos como pueblos conquistados, examinando su lugar dentro de un esquema histórico más amplio. El trabajo de William Christie Mac Leod cabe dentro de esta última orientación. Su libro The American Indian Frontier (1928) no fue bien recibido por los antropólogos sociales de su tiempo, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos. El estudio de los encuentros entre americanos nativos y europeos y sus respectivos intereses políticos y económicos fue retomado posteriormente, en la década del ´50, cuando la Antropología política en los Estados Unidos adoptó nuevamente una postura histórica. En general, a lo largo del período colonial y cuasi colonial, las diferencias prácticas en el tipo de vigilancia, control y administración de los pueblos “nativos” así como sus muy diferentes historias dieron lugar a una marcada regionalización en la antropología y a la adopción de marcos particularistas para el análisis político. Así, por ejemplo, es posible encontrar una focalización selectiva en los “Grandes Hombres” en Nueva Guinea, en los 5 linajes y la descendencia en Africa, o en la guerra en Norte América, a pesar de que podría haberse considerado que los Grandes hombres, los linajes y la guerra podrían encontrarse en los tres lugares. El “choque de culturas” Los intereses del capital no estaban invariablemente alineados a los del imperio. Los cambios políticos y los potenciales puntos de conflicto eran temas de preocupación para los intereses comerciales del otro lado de los mares. De los dos lados del Atlántico la Antropología de la política siguió el rastro del dinero. El Social Science Research Council otorgó fondos, por ejemplo, para el trabajo de campo de Robert Redfield en Tepotzlán, México, y la Rockefeller Foundation patrocinó los estudios de contacto cultural realizados por discípulos de Malinowski en Africa. Las agencias patrocinantes, tanto como los académicos, debieron estar de alguna forma desilusionados con los resultados. A pesar de que México fue colonizado por España y que los bolcheviques luchaban en las calles de Tepotzlán mientras Readfield estaba allí, éste regresó con un paradigma atemporal para el estudio de sociedades folks. Sus críticos introdujeron el feudalismo, el campesinado y los proletarios rurales dentro de la Antropología. Los estudios sobre el contacto cultural también resultaron igualmente estériles para el desarrollo de la antropología política. Encontramos una excepción en “Reaction to Conquest: effects of contact with Europeans on the Pondo of South Africa” (1936), de Monica Hunter, pero al igual que la temprana narración histórica de situaciones de contacto en Norteamérica de MacLeod, éste tampoco fue bien recibido por la academia. Ningún paradigma alcanzó mayor potencial para el estudio del cambio político que el del contacto cultural, pero estaban tan enraizados los principios sincrónicos y holísticos del análisis funcionalista que esta metodología dominó el discurso, primando por sobre el cambio y las relaciones políticas. El momento también fue desafortunado. Después de la guerra (1939-1946) una antropología política un poco diferente, más ortodoxa, emergió buscando hegemonizar el campo. No focalizaron en el contacto político y el cambio sino en la estructura del gobierno y la naturaleza sistémica de la organización política. Teorías de sistemas en la antropología política (1940-1953) La antropología política alcanzó verdadero ímpetu cuando el estructuralfuncionalismo británico encaró los grandes estados centralizados de Africa, que funcionaban como unidades de gobierno indirecto. Éstos tenían más semejanzas con las monarquías y repúblicas de Europa que con las comunidades de pequeña escala o las sociedades aborígenes a las que los antropólogos políticos se habían acostumbrado. Los estructural-funcionalistas las abordaron con la clásica dicotomía simple entre sociedades con y sin estado (o acéfalas), con una aceptación pasiva hacia las bandas. 6 El trabajo mas importante de este período, African Political Systems (1940), fue una colección de ocho ensayos editado por Meyer Fortes y E.E. Evans Pritchard, cuyos análisis estructurales de los Tallensi y de los Nuer se convirtieron en clásicos dentro de este campo. El libro fue severamente criticado por unos pocos africanistas y por muchos antropólogos norteamericanos debido a su perspectiva innecesariamente estrecha, su obsesión por los sistemas de linajes y las políticas del parentesco, su desprecio por la historia, el énfasis en lo primitivo que desdeñaba lo complejo, por servir al poder colonial, por negar a los antecesores en la disciplina, por negar a las otras ciencias sociales y por su crítica gratuita a la ciencia política. El estructural-funcionalismo proveyó a la antropología un modelo para el estudio comparativo de los sistemas políticos y algunos de estos conceptos fueron aplicados, aunque críticamente, a las poblaciones recién pacificadas de las tierras altas de Nueva Guinea en Melanesia. Momentáneamente, proveyó también una alternativa al abordaje histórico de la economía política para el análisis de las organizaciones políticas de los norteamericanos nativos. Durante las dos décadas siguientes, en la etnografía política africana la taxonomía de African Political Systems fue reelaborada para poder incluir consejos de aldea, clases de edad, sociedades secretas y similares. El método constitutivo del estructural-funcionalismo ponía el foco en las instituciones políticas, los cargos, los derechos, los deberes y las reglas. Prestaba poca o ninguna atención a las iniciativas individuales, las estrategias, los procesos, las luchas por el poder o el cambio político. Edmund Leach en Sistemas políticos de la Alta Birmania (1954) realizó una crítica interna del paradigma sistémico, proponiendo en su lugar la existencia de alternativas políticas con cambios que provenían de decisiones individuales y grupales. Esencialmente, Leach sugirió que las elecciones individuales son el resultado de una lucha consciente o inconsciente por el poder. Leach tomó esto como un rasgo humano universal. Los procesos y la teoría de la acción (1954-1966) En gran parte en respuesta a que otras ciencias sociales comenzaron a tomar como campo de investigación las nuevas naciones independientes del tercer mundo, la Antropología Política comenzó a establecer una agenda distintiva propia. Rechazando la reconstrucción de los orígenes y las tendencias tipológicas anteriores, tanto como la caracterización que hacían los cientistas políticos de su rol, restringiéndolo a la descripción de lo tradicional y lo local, los antropólogos comenzaron a estudiar las estructuras políticas intersticiales, suplementarias y paralelas y su relación con el poder formal. Las políticas de etnicidad y hacia las elites de las nuevas naciones alentaron el interés por los movimientos sociales, los liderazgos y las rivalidades. Históricamente inmersos en situaciones de campo de rápidos cambios institucionales, los antropólogos construyeron sus análisis políticos en torno a contradicciones, rivalidades y conflictos. La Teoría de la acción (luego llamada teoría de la práctica o la agencia) proveyó el paradigma dominante del subcampo. Los etnógrafos políticos, tales como Bailey y 7 Boissevain, estudiaron estrategias y toma de decisiones de actores individuales en arenas políticas. Paradigmas relacionados como el transaccionalismo, la teoría del juego y el interaccionismo simbólico también se ocuparon de lo político. Un nuevo vocabulario espacial (spatial) y procesual comenzó a reemplazar el vocabulario sistémico: campo, contexto, arena, umbral, fase y movimiento emergieron como palabras claves. La detallada etnografía de Victor Turner del cisma (schism) entre los Ndembu de Rhodesia del norte (actualmente Zambia) constituyó una crítica a este cambio paradigmático, así como su extensa y explicativa introducción a Political Anthropology (1966) un interesante conjunto de nuevos ensayos. En este volumen, la política fue definida como “el proceso involucrado en la determinación e implementación de metas públicas y en logro y uso diferencial del poder por miembros del grupo interesados en esas metas.” (Swartz, Turner y Tunden, 1966: 7). Mucho del incentivo por el análisis de la nueva política se basa en el trabajo de Max Gluckman y sus colegas y estudiantes primeramente en el Rhodes-Livingstone Institute de Africa Central y luego en la Universidad de Manchester. Entre ellos estaban los africanistas Barnes, Mitchell y Epstein, Bailey (India) y Frankenberg (Gran Bretaña). La trilogía de Bailey de la política india, publicada entre 1957 y 1963, fue una hazaña, dentro del género. Su etnografía política siguió la acción desde el nivel de la aldea (Caste and the economic frontier, 1957) pasando por el nivel de distrito hacia la política electoral nacional. Postmodernidad, antropología y política La era de la moderna ciencia social de la antropología política llegó a su fin al concluir la década del ´60, cuando nuevos intereses y nuevas voces ingresaron a la disciplina. Para este momento habían emergido seis paradigmas que coexistían de forma satisfactoria dentro del subcampo: neoevolucionismo, teoría histórico-cultural, economía política, estructuralismo, teoría de la acción y teoría procesual. En el contexto de las luchas políticas del tercer mundo, la descolonización y el reconocimiento de nuevas naciones, el subcampo fue confrontado por una crítica basada en las nuevas formas del imperialismo y neoimperialismo (a veces llamado imperialismo económico) confrontaron. Según Cathleen Gough, quien pidió (literalmente, en una estación de radio en California) que los antropólogos estudiaran el imperialismo, las revoluciones y contrarrevoluciones, la guerra de Vietnam (1965-1973) fue el catalizador. “Anthropology and the colonial encounter” (1973) de Talal Asad, lanzó un análisis crítico de la relación problemática entre la Antropología y el colonialismo británico. Pierre Bourdieu utilizó el vasto legado de la academia colonial francesa y examinó los informes descriptivos buscando realizar relaciones sistemáticas, observando qué fue dejado afuera, leyendo los silencios de la etnografía más clásica de Argelia. La economía política tiene un nuevo lugar central en una de sus formas más radicales: el marxismo, aumentando la base del análisis de las políticas del Tercer Mundo. Un marxismo estructuralista revisionista pone la atención en formas políticas que van desde 8 el grupo doméstico y los linajes hasta los mundos coloniales y postcoloniales, caracterizados por el intercambio desigual, la dependencia y el subdesarrollo. Muchos de estos análisis fueron obra de académicos que trabajaban en el norte y oeste del África francófona, pero dada la importancia del asunto, el paradigma rápidamente se difundió. Pero no dejó de ser cuestionado. Simultáneamente, la reacción estimuló uno de los recurrentes movimientos de la antropología hacia la historia. El acercamiento al marxismo historiográfico británico, especialmente al trabajo de E. P. Thompson, reforzó los compromisos de la antropología con el proceso y la agencia. Paralelamente, se desarrolló la preocupación por la resistencia campesina, los movimientos laborales y la crisis en el capitalismo de Africa y América Latina (Cooper, Isaacman, Mallon, Roseberry y Stern, 1993). El descuido de las condiciones históricas, las clases y los intereses competitivos en lo que se llamó en este paradigma (siguiendo a Wallerstein) la periferia del sistema mundial, suscitó algunas críticas. Una de las líneas más apasionantes fue desarrollada por los historiadores de Asia del Sur bajo la rúbrica de “Estudios Subalternos”. Historiadores, junto a antropólogos y críticos literarios comenzaron a desmantelar la historiografía imperial subcontinental, en un esfuerzo por recuperar para la historia la actividad política de los grupos subordinados. Entre los antropólogos, Bernard Cohn lideró el proceso: sus estudios sobre las relaciones de poder en la India colonial estimularon a la antropología de la política a repensar de forma más extensa el imperialismo, el nacionalismo, las insurgencias campesinas, las clases y el género. La invención de la tradición se convirtió en un tema resonante como así también la imposición de las reglas coloniales y la transformación de la economía política. Las explicaciones históricas comenzaron a reemplazar a aquellas de los sociólogos y economistas en la nueva antropología de la política. La relativa importancia de la política de lo global y lo local dividió a la economía política de la teoría interpretativa. La primera fue caracterizada como eurocéntrica, la segunda como apolítica; los practicantes de ambas corrientes negaron las críticas. Europa y la Gente sin historia (1982) de Eric Wolf se convirtió en la obra clave de la economía política histórica y global. Conocimiento Local (1983) de C. Geertz convalida el paradigma interpretativo con un capítulo particularmente fuerte (y extenso) acerca de hecho y ley, vistos desde una perspectiva comparativa. Se hizo un intento por reintroducir la teoría práctica (practice theory) pero la tendencia hacia la historia en ambos campos, hizo que esta vuelta a la metodología de las ciencias sociales fuera un fracaso. Estado, política, hegemonía y resistencia A medida que se volvía difícil o incómodo realizar investigaciones de campo en estados en los que la inseguridad política, la guerra civil, la violencia y el terror se volvían cuestiones corrientes, la antropología política se inclinó mayormente hacia el estudio de los colonialismos pasados. De hecho, los estudios de estas situaciones acompañaron a las críticas específicas del poder estatal y su abuso, pero los antropólogos políticos generalmente contribuyeron con narrativas locales y particularizantes de situaciones de resistencia y acuerdo, desafíos y réplicas. La micropolítica de la resistencia al Estado se 9 hizo visible en historias orales contrahegemónicas, cuentos folclóricos, los cultos de cargamento, festivales de tambores y enfermedades femeninas, para nombrar sólo algunos casos de estudios etnográficos. Resistencia se convirtió en un concepto clave, hasta el punto de ser romantizado y sobreutilizado, un reflejo, quizás de una adopción acrítica de la noción de hegemonía proveniente de Gramsci y Raymond Williams. La hegemonía fue etnográficamente localizada en exhibiciones, conmemoraciones, en el monumentalismo, devolviendo felizmente a la antropología política la cultura material tanto como las nociones de propiedad. El empleo antropológico de la noción de hegemonía reemplazó la preocupación de larga data por el orden (derivada de Durkheim y Radcliffe Brown) a partir de capturar lo que es, en efecto, la lucha por el orden. Crítica La crítica es una de las marcas distintivas del postmodernismo y la mayor crítica desde la antropología postmoderna fue dirigida a reexaminar su equipamiento intelectual. Desde la antropología política hubo una rápida respuesta, que destacó los efectos de su virtual eliminación del imperialismo y el colonialismo como terrenos críticos de la investigación etnográfica. Tiempo y espacio, que alguna vez proveyeron el marco preliminar y el más cerrado armazón en las etnografías políticas, fueron cuestionados por los postmodernos por ser aspectos construidos, controlados y transformados por las decisiones políticas. La discusión de Edward Said del Orientalismo puso de relieve la preocupación permanente de los antropólogos por la ética y las políticas de la representación, particularmente las representaciones de los pueblos subordinados. Los antropólogos recibieron su trabajo críticamente, marcando que ni el discurso imperialista occidental ni las voces de la gente sometida eran tan monolíticas, localizadas e invariables como él sugería. El giro literario en antropología que reflejó la atención que se dio a la tesis de Said, tuvo varias repercusiones positivas. Introdujo en el subcampo un “tropo poético y político” que combinó exitosamente la antropología interpretativa y la economía política. Estudios comparativos de Fiji- Samoa Hawai, por ejemplo, inspirados por el trabajo de Marshall Sahlins pero apartándose críticamente de éste, mostraron cómo el “capital simbólico”, por ejemplo, puede ser un mecanismo del poder y la autoridad del Estado, tanto como un mecanismo de insubordinación e irredentismo1. Economía política, historia y praxis fueron interpeladas para determinar si en cada momento y cada espacio la agenda política de la nación estaba siendo enriquecida o subvertida. El tropo político y poético, de este modo, abre un nuevo espacio analítico para la antropología política de la acción simbólica (Comaroff y Comaroff 1993). Conclusión El interés por la mecánica del poder y por la relación del poder con el conocimiento (derivada de los primeros trabajos de Michel Foucault) detuvo la involución de la 1 NT: irredentismo: movimientos que reclaman por tierras de las que otros se apoderaron. 10 especialización disciplinaria y del subcampo. Al interior de la antropología política, emergió un nuevo paradigma micro político post-foucaultiano (Ferguson 1990), al mismo tiempo que los movimientos transdisciplinarios globales - estudios sobre subalternidad, estudios negros y estudios feministas- convertían en problemáticos conceptos familiares como poder, historia, cultura y clase. Tanto el contexto político en el que el trabajo de campo es realizado, las políticas involucradas en la construcción y reproducción del canon político de la antropología, como la crítica a las agendas políticas de la disciplina, todas dieron forma a la agenda posmoderna. Las conexiones realizadas por Foucault entre disciplinas, conocimiento y relaciones de autoridad, junto con tratados contrarios a Foucault, marcan el retorno de la política al centro del debate intelectual. Luego de un siglo en que los conceptos de sociedad y cultura han predominado, aún al interior del subcampo de la antropología política, esto, sin duda, implica un cambio. Lecturas recomendadas Asad, T. (ed) (1973) Anthropology and the Colonial Encounter, London: Ithaca Press Bailey, F. (1980) Stratagems and Spoils: A Social Anthropology of Politics, Oxford: Basil Blackwell Comaroff, Jean and John Comaroff (eds) (1993) Modernity and its Malcontents: Ritual and Power in Postcolonial Africa, Chicago: University of Chicago Press Cooper, F., A. Isaacman, F. Mallon, W. Roseberry and S. Stern (1993) Confronting Historical Paradigms: Peasants, Labor, and the Capitalist World System in Africa and Latin America, Madison: University of Wisconsin Press Dirks, N., G. Eley and S. Ortner (eds) (1993) Culture/Power/History, Princeton: Princeton University Press Ferguson, J. (1990) The Anti-politics Machine: Development, Depoliticization, and Bureaucratic Power in Lesotho, Cambridge: Cambridge University Press Fortes, M. And E.E.Evans Pritchard (eds) (1940) African Political Systems, Oxford: Oxford University Press Foucault, M. (1980) Power/Knowledge: Selected Interviews and Other Writings 19721977, Colin Gordon (ed.), Brighton: The Harvester Press Leach, E. (1954) Political Systems of Higland Burma: A study of Kachin Social Structure, London: Bell-Scons Swartz, M.V. Turner and Tuden (eds) (1966) Political Anthropology, Chicago: Aldine Vincent, J. (1990) Anthropology and Politics: Visions, Traditions and Trends, Tucson: University of Arizona Press