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ES25 DE AGOSTO DEL 2012
Aquella noche había quedado para salir a bailar
con unas amigas. Caminaba ligera, por una calle
peatonal del barrio gótico de la ciudad, cuando,
de repente, unos 10 metros más adelante, un
hombre se arrojó por el balcón y se estampó contra la acera, frente a ella. Gritos, sangre por todas
partes, gente corriendo de un lado a otro histérica, la sirena de la policía.
De aquel fatídico suceso han pasado cerca de diez
años, sin embargo, C.S. sigue reviviendo, de vez en
cuando, aquella escena. Recuerda, sobre todo, el
ruido seco del cuerpo al impactar contra el suelo
y a veces la imagen de aquella persona ensangrentada la despierta en medio de la noche.“Ojalá pudiera olvidarlo –dice esta mujer afligida–. Cuando
me viene aquel momento a la mente, es como si
volviera a estar allí. Me pongo a temblar, tengo
escalofríos y el corazón me va a mil”.
Por desgracia, muchos de nosotros a lo largo de la
vida pasamos por momentos duros; experimentamos situaciones dolorosas que pueden llegar a ser
traumáticas, como un accidente, un atentado o la
muerte de un ser querido. El dolor forma parte de la
existencia y, en ocasiones, tiene un valor educativo:
nos enseña y nos prepara para enfrentarnos en el
futuro a situaciones similares. El problema no es
recordar un evento doloroso, sino que al hacerlo
suframos de tal manera que eso nos impida seguir
con nuestra vida de forma normal.
“Se nos puede morir un hijo y que el dolor que sintamos no nos deje ni ir a trabajar, ni salir de casa. Si
eso se alarga mucho tiempo, puede provocarnos estrés postraumático e incapacitarnos en nuestro día
a día”, explica la psicóloga clínica Ingeborg Porcar,
experta en traumas y emergencias. “Presenciar un
hecho con imágenes, sonidos u olores impactantes
ya nos puede generar un trauma”, añade.
Hasta ahora, no podíamos controlar qué recordar y
qué olvidar. La memoria se encargaba de ello y, en
ocasiones, nos jugaba malas pasadas. No obstante,
eso podría cambiar. Desde hace un par de décadas,
neurocientíficos de todo el mundo investigan cómo
funciona el cerebro, cómo se forman los recuerdos y
de qué manera se puede ayudar a las personas a mejorar y potenciar su capacidad de aprendizaje, esto
es, a reforzar la memoria. Pero también estudian
maneras para impedir que los recuerdos de experiencias dolorosas o traumáticas queden registrados
en nuestras redes de neuronas.
“Quizás, en el futuro, podremos tomar una pastilla
para recordar mejor y, otra, para olvidar experiencias dolorosas o traumáticas”, señala Michael
Gazzaniga, uno de los fundadores de la neurociencia cognitiva, quien visitó Barcelona recientemente
para participar en el ciclo En los orígenes de la mente
humana, organizado por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).
La memoria traicionera La desgracia no nos afecta a
todos por igual. “Su repercusión sobre la memoria y
el resto de funciones mentales depende del evento
en sí. Si es claramente peligroso para la vida impacta, pero también, y quizá mucho más, influyen las
características personales de cada uno. Hay a quienes les genera un trastorno por estrés postraumático, a otros un cuadro depresivo, inicio de adicciones
y a otros, nada”, explica Xaro Sánchez, doctora en
psiquiatría y miembro del grupo “Cervell de Sis”.
Para entenderlo, es necesario saber cómo funciona
la memoria humana. Solemos pensar que es como
una cámara de vídeo que va registrando lo que pasa
a nuestro alrededor y que después archiva de forma
ordenada esas escenas de nuestra vida en el disco
duro del cerebro para poder recuperarlos cuando
los necesitemos. Lejos de la realidad. Tal como
afirma el profesor de psicología de la Universidad de
Nueva York, autor de Kluge: la azarosa construcción
de la mente humana (Ed. Ariel, 2010), Gary Marcus,
la memoria es una verdadera chapuza.
A diferencia de los ordenadores, con los que
solemos comparar al cerebro, este no guarda la información en forma de paquetitos de datos constantes a lo largo del tiempo, sino que la memoria
funciona por contexto. Para aprender nuevas
cosas utiliza “pistas”, una especie de ganchos para
estirar de ese determinado recuerdo. Por eso, es
más fácil recordar la receta de un pastel si estamos
en la cocina que si lo intentamos en la calle.
Esta forma de funcionar comporta ventajas: el cerebro prioriza recuerdos y recupera aquellos que más
se utilizan. Aunque también conlleva problemas.
Cuando dos situaciones son similares, en ocasio-
Texto Cristina Sáez
¿OLVIDAR
LOS MALOS
RECUERDOS?
En ocasiones nos gustaría poder escoger qué olvidar y qué recordar para siempre. Y aunque
de momento es imposible, los neurocientíficos estudian cómo ayudarnos a potenciar la memoria
y también cómo evitar que las remembranzas traumáticas nos produzcan sufrimiento
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TETRIS PARA
NO RECORDAR
Por inverosímil que parezca,
jugar al tetris puede ayudar
a evitar que se fijen las
imágenes o situaciones
traumáticas en nuestro
cerebro. Un estudio llevado
a cabo por la Universidad de
Oxford norteamericana ha
descubierto la que podría
ser una nueva herramienta psicoterapéutica para
ayudar a las personas a
superar trastornos de estrés
postraumático. Y es que, al
parecer, centrar la atención
en una tarea visual y espacial que resulte agradable y
acapare nuestra atención,
puede impedir la fijación de
imágenes intrusivas.
El estudio se llevó a cabo con
60 personas a las que les
pidieron que vieran una película perturbadora. Durante
las seis horas posteriores
se produce un proceso de
consolidación de la memoria, en el que los recuerdos
pasan a formar parte de la
memoria a largo plazo. En
ese tiempo, se le pidió a los
voluntarios que realizaran
distintas tareas, como responder a preguntas triviales,
echar una partida de Tetris o
simplemente no hacer nada.
Descubrieron que aquellas
personas que habían jugado
al Tetris tenían muchos
menos recuerdos intrusivos
que el resto de participantes.
Mientras que aquellos que
habían respondido a las
preguntas triviales sufrieron
más flashbacks. Los investigadores creen que jugar
al Tetris justo después de
que se produzca la situación
traumática, puede tener un
efecto protector, puesto que
las exigencias del popular
juego interfieren al parecer
con la formación de imágenes mentales implicadas en
los traumas.
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EN FAMILIA
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nes no sabe cuál escoger y se equivoca.
Y luego están las emociones, básicas, que interfieren
de manera directa en cómo se graba el recuerdo e
incluso pueden llegar a distorsionarlo. Sin emociones, no hay aprendizaje ni, por tanto, recuerdos. De
ahí que no nos acordemos de lo que compramos en
el súper hace un mes, mientras que sí somos capaces
de explicar con detalle la cena romántica con nuestra pareja del fin de semana pasado.
También funcionan de filtro a la hora de recuperar
el pasado. “Si empiezas a tener problemas con un
compañero de trabajo, a partir de cierto momento
sólo recuerdas las cosas desagradables y olvidas las
buenas que puede que haya habido antes –señala
Ingeborg Porcar, al frente de la Unidad de Trauma,
Crisis y Conflicto de Barcelona–. Eso pasa porque la
memoria pone un filtro selectivo a la hora de almacenar nueva información y también de evocarla”.
EN UNA
SITUACIÓN
DE ESTRÉS,
LA MEMORIA
EMPIEZA
A FALLAR
LOS
RECUERDOS
SON UN
CÓCTEL DE
SUSTANCIAS
QUÍMICAS
Las emociones ejercen un papel crucial en situaciones traumáticas. La memoria, apunta Andrés
Cuartero, psicólogo clínico al frente de la atención
psicológica en el Sistema de Emergencias Médicas
de Catalunya (SEM), está al servicio de nuestra
supervivencia. Por ello, ante una situación de
peligro, el organismo activa una respuesta biológica de estrés, que, por una parte, nos prepara para
salir huyendo en caso necesario, pero que, por
otra, también nos enseña; registra el evento como
peligroso y nos prepara para el futuro. No obstante,
cuando se producen circunstancias extremas, como
el accidente con víctimas, la respuesta de activación
del organismo se amplifica de tal manera que hace
que la memoria comience a fallar.
Completando los relatos En situaciones como ese
accidente, se dispara la amígdala, una región con
forma de almendra, que se encuentra ubicada en
el centro del cerebro y que está relacionada con los
mecanismos de miedo y supervivencia. La sobreactivación de esta área influye sobre el hipocampo,
encargado del aprendizaje y de dotar de un escenario y de un tiempo a los recuerdos. Cuando se
produce una situación traumática, el hipocampo no
puede registrar con normalidad lo que ocurre. De
manera que se producen lagunas, escenas confusas.
Entonces, de forma inconsciente, el cerebro trata de
resolverlas, pone orden en los recuerdos y trata de
conferirles un sentido, aunque para ello tenga que…
inventar. Y es que no le gustan las incertidumbres.
Así se comprobó en un estudio llevado a cabo tras
los atentados del 11 de setiembre en Estados Unidos.
Un equipo de psicólogos liderados por Elizabeth
Phelps y William Hirst, de la Universidad de Nueva
York, entrevistaron a personas que habían vivido
en primera persona el terrible suceso poco después
de que se produjera y recogieron sus testimonios.
Al cabo de un año, volvieron a entrevistarse con
aquellas personas y vieron que sus recuerdos se habían modificado en un 37%. Tres años más tarde, el
50% de sus memorias sobre aquel fatídico día eran
distintas. En algunos casos, las historias se habían
fortalecido y ganado en coherencia; pero en otros,
algunos individuos incluso afirmaban estar en otro
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lugar distinto cuando cayeron las torres. Era como si
aquel recuerdo traumático se hubiera corrompido
y transformado, a pesar de que ellos no eran ni tan
siquiera conscientes de ello.
“En una situación de estrés máximo, de shock, como
la que vivieron los testigos del accidente ferroviario
en Castelldefels (en el que murieron trece personas
en junio del 2010), la memoria empieza a fallar y es
incapaz de recoger todo lo que sucede, de manera
que se producen lagunas, trozos que no recordamos.
En lugar de experimentar una experiencia integrada, lo hacemos de forma fragmentada. Y eso es fatal
para el cerebro, porque si no es capaz de resolver esa
historia incompleta, eso puede conducir a situaciones de estrés postraumático, como las que viven
muchos soldados que tras volver de la guerra, tienen
flashbacks y reviven una vez y otra el trauma”,
explica Cuartero, que fue uno de los profesionales
del Sistema de Emergencias Médicas de Catalunya
que participó en la atención a las víctimas la misma
noche del terrible suceso en aquel pueblo catalán.
Regreso al pasado Esos flashbacks son, a menudo,
imágenes intrusivas, que a diferencia de los recuerdos, que tenemos que evocar de forma consciente,
aparecen una y otra vez con la misma intensidad
emocional que cuando las registramos. Ingeborg
Porcar, al frente de la Unidad de Trauma, Crisis y
Conflicto de Barcelona (Utccb.net), asistió a algunos
de los pasajeros que sufrieron el naufragio del transatlántico Costa Concordia.
EL TIEMPO NO
LO BORRA TODO
Según un informe realizado por la UNED con 436
víctimas, ocho años después
de los atentados del 11-M
en Madrid, el día en que
en plena hora punta se
produjeron 10 explosiones
simultáneas en cuatro trenes
de cercanías que acabaron
con la vida de 191 personas e hirieron a 1.858, la
mayoría de los afectados
sufre de algún problema
psicológico así como síntomas de trastorno por estrés
postraumático. Un 85% de
las víctimas presenta algún
trastorno clínico; un 60%
sufre ansiedad y un 94%
padece todos o alguno de los
síntomas que caracterizan al
estrés postraumático, como
experimentar una y otra vez
los atentados en flashbacks
o sueños, ser incapaces de
utilizar el transporte público
o vivir en una sensación de
alarma permanente.
“Algunas de las personas experimentaban sensaciones recurrentes de frío, humedad, desamparo. Sobre
todo aquellas que tardaron más en ser rescatadas,
las que sufrieron por su vida, tenían problemas para
dormir, experimentaban sentimientos de rabia y de
miedo. La megafonía también les producía intrusiones: algunas personas, meses después del accidente,
aún se asustan cuando en el supermercado oyen un
anuncio, porque les recuerda las alarmas, las consignas de evacuación de aquella noche”, explica Porcar.
Que se produzcan este tipo de flashbacks o de
imágenes intrusivas durante un tiempo es absolutamente normal. Forma parte del periodo de
adaptación de las personas a la nueva realidad.
Pero ¿cómo evitar que esos flashbacks se cronifiquen y conviertan nuestras vida en un infierno?
Algunos neurocientíficos creen que es mejor no
hablar las cosas, puesto que consideran que esta
estrategia puede empeorar la situación al reforzar
el trauma; existe un estudio en ese sentido, llevado
a cabo por el ejército norteamericano, en el que
se monitorizaba a 952 pacificadores en Kosovo; la
investigación puso de relieve que hablar sobre la
misión no ayudaba a la recuperación de aquellas
personas, sino todo lo contrario: se había visto que
incluso aumentaba la ingesta de alcohol.
Otros profesionales, en cambio, consideran que
la terapia de exposición es una buena forma de
evitar el estrés postraumático. “Compartir es el
sistema que tenemos desde que somos humanos para poder ayudarnos. Y aunque no hay una
receta mágica aplicable a todo el mundo –puntua-
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liza Cuartero–, en general, tal como aconseja la
sabiduría popular, hablar de las cosas que nos ocurren alivia. Eso sí, hay que encontrar el momento
adecuado para hacerlo”.
Justo después de que se produzca el suceso lo
más conveniente es tranquilizar a la persona. Es
en esos momentos en los que se pueden construir
aspectos muy ligados a los traumas, como fobias,
o sensaciones de ansiedad, miedo, angustia, desequilibrio psicológico, por lo que la primera intervención de los psicólogos que acuden como parte
del servicio de emergencias médicas al lugar de la
tragedia suele ir encaminada a desactivar el estado
de shock de la persona, a hacer que se sienta
segura, para que pueda recuperar la funcionalidad
lo antes posible. “Se trata de que puedan conectar
de nuevo con la realidad, que puedan empezar a
autorresponsabilizarse de sus cuidados.
Debemos intentar romper la sensación de vulnerabilidad que tienen”, explica Cuartero. Conectarlos de nuevo con la realidad y, sobre todo, darles
información. Deben saber qué ha ocurrido. Se
trata de poner las bases para que en aquellos momentos iniciales tan duros podamos prevenir que
aquello derive hacia consecuencias más graves,
que no se produzca un desequilibrio”, añade.
Pastillas para olvidar Pero ¿qué pasa con aquellas personas a las que, a pesar de la terapia psicológica, los
recuerdos las acechan y no las dejan vivir tranquilas,
como las víctimas de abusos sexuales? Los neurocientíficos sopesan la posibilidad de administrar
fármacos capaces de borrar selectivamente partes
de la memoria. Han visto que hay una proteína, la
quinasa C, que tiene un papel esencial en la regulación de la consolidación de los recuerdos; se halla
presente en las sinapsis, las conexiones entre las
células nerviosas, y se ha visto que cuando no está
presente, los recuerdos comienzan a desvanecerse.
Y es que recordar y los recuerdos no son otra
cosa que un cóctel de sustancias químicas. Para
que una neurona pueda establecer una conexión
con otra y así forjar una memoria, se necesita que
se active una serie de genes y que se sinteticen
proteínas que ayuden a que la excitación eléctrica
pase mejor de una a otra célula nerviosa.
En los años noventa Karim Nazer, un científico
que estudiaba la respuesta emocional del cerebro
en la Universidad de Nueva York, investigó qué
pasaba si bloqueaba esa síntesis de proteínas. Hizo
que una docena de ratas asociaran un fuerte ruido
con una pequeña pero dolorosa descarga eléctrica
y, tras semanas reforzando esta asociación, probó
a inyectar en los roedores un inhibidor de la síntesis de proteínas. Para su sorpresa, descubrió que
al sonar el ruido que habían oído durante meses,
las ratas ni se inmutaban. ¡Se habían olvidado de
la asociación! Si la proteína no se podía formar en
el acto de recordar, entonces el recuerdo original
también dejaba de existir.
Al parecer, el borrado era bastante específico y los
animales podían seguir aprendiendo cosas nuevas.
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La investigación de Nazer supuso un descubrimiento enorme en neurociencia porque contradecía la idea de que los recuerdos se formaban y se
guardaban en el cerebro; había quedado demostrado que se reconstruían cada vez que los evocamos. Y en esto se basa la idea de crear una pastilla
que nos ayude a borrar los malos recuerdos.
En un reportaje publicado en primavera del 2012
en la revista Wired, se recogía que se habían llevado a cabo experimentos recientes con ratas en los
que se hacía que los animales asociaran la sacarina con náuseas; para ello, les daban una inyección
de litio cada vez que probaban este edulcorante.
Tras reforzar la relación entre sacarina y náusea,
al parecer bastó una sola inyección de sustancias
inhibidoras de la proteína quinasa C para que las
ratas olvidaran su aversión.
Algunos científicos apuntan que en el futuro
puede que haya tratamientos basados en este tipo
de químicos, que se aplicarán para modificar un
recuerdo concreto. “Trabajamos para aumentar
la memoria, pero también para borrarla. Estamos
estudiando fármacos que parece que podrían
funcionar. Podríamos tomar pastillas para reforzar determinados recuerdos y otras para olvidar
malos momentos”, indica Michael Gazzaniga,
catedrático de Psicología de la Universidad de
California y autor de ¿Qué nos hace humanos? (Ed
Paidós, 2010). “Tendremos que valorar el impacto
que este tipo de pastillas podría tener en nuestras
vidas; hay quienes ven problemas, yo no”, agrega.
Para Andrés Cuartero, no sería ético. ¿Quién tiene el
derecho a decidir qué recuerdo se guarda y cuál no?
¿Cómo asegurar que se puede hacer una selección
muy específica de recuerdos químicamente? ¿Afectaría eso al resto del córtex? Porque en los experimentos con ratas no se puede comprobar.
Se han llevado a cabo estudios pioneros en este
sentido. En el departamento de Psicología Clínica de la Universidad de Amsterdam, realizaron
un experimento con 40 voluntarios. Primero, les
condicionaron para que tuvieran miedo a algo: les
enseñaban una foto de una araña y la acompañaban de un estímulo doloroso. Tras hacerles adquirir ese miedo, a la mitad de los participantes se les
administró un placebo y a la otra mitad una dosis
de 40 mg de propanolol. Un día después comprobaron que aquellos que habían tomado el fármaco
no mostraban reacción de miedo ante el estímulo
a diferencia del resto de voluntarios. Pero ¿funcionará el propanolol, un fármaco que se emplea
para tratar la hipertensión, para tratar los miedos
derivados del estrés postraumático?
Quizás en el futuro podremos escoger qué guardar
y qué borrar. ¿Que tenemos un desengaño amoroso?
Delete. ¿Que dejamos atrás un año horrible, lleno de
malas noticias? Fuera. Si el pasado se convierte en
una lista de cosas que podemos recordar y que no,
¿se imaginan el poder y el peligro que eso conllevaría? De momento, este tipo de tratamientos son pura
hipótesis y no salen del laboratorio, pero quizás haya
que comenzar a plantear el debate en sociedad. s
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