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IV Ponencia
Educación Cristiana:
Escuela, Familia y
Comunidad.
D. Javier Salinas Viñals
Educación cristiana: Escuela, Familia y Comunidad
“La Iglesia, como Madre, está obligada a dar a sus hijos una educación
que llene toda su vida del Espíritu de Cristo, pero al mismo tiempo
ofrece a todos los pueblos su colaboración para promover la perfección
íntegra de la persona humana, también para el bien de la sociedad
terrestre y para la construcción de un mundo que debe configurarse más
1.
LA ACCIÓN EDUCATIVA DE LA IGLESIA Y LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
La celebración de un Congreso dedicado a “el Futuro de la ERE” constituye un gesto
de gran coraje en esta sociedad tan radicalmente cambiante en la que vivimos, uno de
cuyos síntomas se manifiesta en la situación de la acción educativa como transmisión
crítica y sistemática de la cultura, entre otros. En este sentido, este Congreso se propone
afrontar algunos desafíos que hoy plantea la misión educativa de la sociedad y de la
Iglesia, especialmente en lo referente a la educación a la libertad y al sentido de la
verdad. Temas vinculados a una visión de la educación como formación integral de la
persona, que incorpora la atención propia a su dimensión ética y religiosa1.
En este contexto se sitúa la cuestión que nos congrega: bajo qué condiciones existe
un futuro para la Enseñanza Religiosa Escolar, como derecho de los padres y alumnos
que lo soliciten, y como dimensión de la acción educativa de la institución escolar al
servicio de “todos los hombres y todo el hombre”2. En esta línea, La ERE se presenta
como oferta de la cultura religiosa que la Iglesia ha ido tejiendo al pasar del tiempo,
como consecuencia del anuncio de la fe en el corazón de la vida de los hombres. Una
propuesta se apoya en su rica y larga tradición educativa, pues es experta en humanidad
y cree que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
Encarnado”3. De hecho, la Iglesia, a través de los cristianos y mediante instituciones
propias, siempre ha contribuido a la educación de las nuevas generaciones. Un
compromiso que Benedicto XVI no se cansa de recordar frente a quienes lo cuestionan:
“es fuerte la fascinación de concepciones relativistas y nihilistas de la vida, en las que se
pone en tela de juicio la legitimidad misma de la educación, la primera contribución que
podemos dar es la de testimoniar nuestra confianza en la vida y en el hombre, en su
razón y en su capacidad de amar. Esta confianza no es fruto de un optimismo ingenuo,
1
Conferencia Episcopal Española. Orientaciones pastorales sobre la Enseñanza Religiosa
Escolar. Su legitimidad, carácter propio y contenido. 1979, nn. 6-7. En adelante Orientaciones
Pastorales ERE.
2
Cf. Pablo VI. Carta Encíclica Populorum Progressio, 14.
3
Conc. Ecum. Vat II, Const. Pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et
Spes, n.22.
2
sino que nos viene de la “esperanza fiable” (Spe salvi 1) que se nos da mediante la fe en
la redención realizada por Jesucristo”4.
Son muchas las aportaciones que se han presentado en este Congreso. Todas ellas se
sitúan en el horizonte que nos abrió el documento episcopal de 1979 sobe el carácter
propio de la Enseñanza Religiosa Escolar (ERE): “Persuadidos del valor humanizador
de lo religioso para una existencia humana que quiera abrirse a la realidad total del
mundo y no cegar ninguna de las expectativas del espíritu humano, y convencidos de la
fuerza y fecundidad del Evangelio para liberar y plenificar al hombre, ofreciéndole
sentido, verdad y esperanza”5. En efecto, la fe cristiana promueve una visión del hombre
que es fundamento de la acción educativa, y que contribuye a la formación de las
personas que constituyen nuestra sociedad.
Desde este horizonte mi aportación se centra en los distintos y complementarios
lugares o ámbitos educativos en los que se da el proceso de la educación cristiana. Un
tema de gran calado eclesial, pues toda educación cristiana tiene en la Iglesia su punto
de partida, su clima nutricio y también su referencia permanente. En este sentido, mi
aportación tiene un acento eclesiológico, no nace tanto del estudio académico como de
la responsabilidad pastoral propia del ministerio episcopal en campo de la educación
cristiana. Se trata de mostrar cómo toda acción educativa, y especialmente la educación
cristiana, debe contar no sólo con un buen dispositivo de finalidades educativas,
contenidos y métodos sino, también con un ambiente capaz de mostrar e impulsar la
propuesta educativa. En realidad, para que el educando no puede realizar su aspiración a
la verdad y la libertad, es necesario un ambiente educativo que confirme y sostenga los
contenidos que se le ofrecen.
A postre, se trata de mostrar las consecuencias de la dimensión comunitaria de la fe
en el proceso de la educación cristiana. Ahí se sitúan los distintos lugares o ámbitos que
van configurando el camino de la fe de todo cristiano: la familia, la comunidad
parroquial, la escuela…. Y señalar qué aporta cada uno, cómo se articulan entre sí para
contribuir a la formación integral del cristiano. Un tema presente en la reflexión y en la
acción educativa desde hace mucho tiempo, pero que es preciso abordar ahora desde
una nueva dinámica que permita aunar esfuerzos en un único camino: acompañar el
crecimiento en la vida y en la fe de todo cristiano. Una propuesta que no se puede dar
por supuesta, en esta nueva situación que vivimos. Los lugares o ámbitos tradicionales
de transmisión y maduración de la fe, especialmente la familia, la escuela, la parroquia,
están pasando por serias transformaciones que afectan directamente a la educación de la
fe. Se ha interrumpido aquella dinámica, casi espontánea, que impulsaba la transmisión
de la fe en estos ámbitos. Hace tiempo que nuestra sociedad ha dejado de desempeñar la
función de “catecumenado social” para la transmisión de la fe. Hoy la fe ha que
proponerla.
Todo esto nos lleva a preguntarnos de nuevo cómo hay que pensar estos ambientes
educativos para que puedan contribuir, cada uno desde su originalidad, a la gran tarea de
la formación cristiana de las futuras generaciones. No debemos olvidar que, cuanto
menos consistencia cristiana tiene un ámbito social, como ocurre hoy con frecuencia,
más se necesita aunar las distintas acciones de educación cristiana para que se
identifiquen de una forma más intensa con la memoria de la Iglesia, es decir, con cuanto
ella cree, vive y celebra. A la postre, como veremos, la coordinación de los distintos
lugares y acciones de la educación cristiana se fundamenta, no en una estrategia
4
5
Benedicto XVI. Discurso a la Conferencia Episcopal Italiana. 28 de mayo de 2009.
CEE Orientaciones pastorales ERE, 9.
3
educativa, sino en la “unidad de la fe” que sostiene la vida de la Iglesia, y las distintas
acciones de la educación cristiana.
Por esto, nuestra exposición exponemos aquellos fundamentos de la educación
cristiana y los respectivos ambientes o lugares educativos par a poder señalar los
criterios que han de configurar una acción pastoral que integradora en relación al la
educación humana y cristiana, especialmente de niños adolescentes y jóvenes. Y sin
olvidar el papel decisivo de los responsables concretos en la acción educativa, pues sin
su testimonio y aportación ésta sería imposible. A la postre, la crisis que vivimos en la
acción educativa tiene mucho que ver con aquellas convicciones y motivos que guían la
vida de los educadores, sean padres, maestros, profesores o sacerdotes. Benedicto XVI
al hablar de la gran tarea educativa, y en particular de las distintas formas y lugares de la
educación cristiana, advierte que “es necesario que los docentes tengan una
comprensión clara y precisa de la naturaleza específica y del papel de la educación
católica. Deben estar también preparados para impulsar el compromiso de toda la
comunidad educativa de ayudar a nuestros jóvenes y a sus familias a que experimenten
la armonía entre fe, vida y cultura”6.
1.1. Evangelizar es un acto eclesial.
Todos venimos a la vida, y también a la fe, en un ambiente, en un entramado de
relaciones humanas. Nadie crece en solitario. Somos relación, con todos los acentos que
se le quieran poner. La educación aspira a cultivar a la persona en su totalidad, lo cual
sólo puede alcanzarse en un contexto relacional y comunitario. Nacemos en una familia
y desarrollamos nuestra vida en múltiples ambientes comunitarios. Igualmente hay que
afirmar que no podemos llegar a ser cristianos si no es en la Iglesia. Ella nos engendra
en la vida cristiana, por el ministerio apostólico, a través de la Palabra y los
Sacramentos, en compañía de otros cristianos. Nuestro encuentro con Cristo se realiza
en el contexto comunitario de la Iglesia. De ahí que también la transmisión de la fe
tenga en ella su raíz y su estilo. Nadie puede vivir la fe ni transmitirla si no es en
comunión eclesial. “Cuando el más humilde predicador, catequista o pastor, en el lugar
más apartado, predica el Evangelio, reúne a su pequeña comunidad o administra un
sacramento, aún cuando se encuentre solo, ejerce un acto de Iglesia y su gesto se enlaza
mediante relaciones institucionales, ciertamente, pero también mediante vínculos
invisibles y raíces escondidas en el orden de la gracia, de la actividad evangelizadora, de
toda la Iglesia”7. En este sentido, “el anuncio, la transmisión y la vivencia del Evangelio
se realiza en el seno de una Iglesia particular o Diócesis”8. En ella todos tenemos una
misma misión evangelizadora, aunque cada uno según su condición y responsabilidad9.
6
Benedicto XVI. Encuentro con los educadores católicos. EEUU, 2008.
Pablo VI. Exhortación Evangeli Nuntiandi, 60.
8
Congregación para el Clero. Directorio General para la Catequesis, 217.
9
Cf. Directorio General para la Catequesis, 220.
7
4
1.2. La acción evangelizadora de la Iglesia tiene toda ella un carácter
educativo
La Iglesia, encarnándose en las culturas, ha tenido que confrontarse con distintos
sistemas de pensamiento en lo que respecta al ser de la persona y a su dimensión
política y social, y así ha ayudado a configurar la mentalidad, el estilo de vida de
quienes han acogido sus orientaciones y metas. A veces, esta relación ha sido
conflictiva porque no siempre el Evangelio puede aceptar la realidad social. Pero una
cosa es cierta: el discurso educativo de la Iglesia ofrece a todo un conjunto de
orientaciones, una especie de ideal educativo que alcanza todas las dimensiones de la
realidad. De hecho, la educación cristiana hace referencia a todos los procesos de
civilización, con su dimensión ética y de apertura a la realidad de la fe. Todo el conjunto
de la llamada Doctrina social de la Iglesia constituye una propuesta de vida cristiana en
el corazón mismo de las realidades humanas. Propuesta que se presenta, no como un
programa estratégico de acción o una ideología política más, sino como una forma de
afrontar la realidad desde el Evangelio, de mostrar las exigencias antropológicas que
nos vienen con él, como es el valor sagrado de la persona, su dignidad 10.
La acción evangelizadora de la Iglesia siempre había ido unida a la promoción
educativa de la persona en las distintas etapas de su vida. En realidad, la educación
cristiana hace presente el Evangelio a través del proceso de incorporación activa de los
jóvenes a la realidad cultural de la sociedad. Con ello se pretende que la fe ilumine el
proceso de maduración personal del hombre, teniendo en cuenta la realidad cultural en
la que éste está enraizado y de la que se nutre. Por esto la Iglesia siempre se ha sabido
comprometida con el tema educativo. Basta observar su historia para descubrir el hilo
conductor de su quehacer. Cuando aparecen posturas ideológicas que tienden, bien a
estatalizar la realidad educativa, bien a reducirla a un horizonte materialista, la Iglesia
ha salido al paso presentando las razones de su compromiso con la educación. Al
respecto, un documento de gran calado fue la encíclica Divini illius Magistri, publicada
por Pío XI en 1929. Era la respuesta a una visión de la educación que ya venía desde la
Revolución francesa, alejada de la educación cristiana y que era negadora de su
legitimidad. Otro gran documento, elaborado desde una talante de diálogo con la
sociedad, y fundamentado en una eclesiología de comunión, es la Declaración
Gravissimum educationis, del Concilio Vaticano II, cuyas palabras iniciales son una
declaración de permanente actualidad: “El Santo Concilio Ecuménico considera
atentamente la importancia gravísima de la educación en la vida del hombre, y su
influjo cada vez mayor en el progreso social contemporáneo”11. Un compromiso que
lleva a la Iglesia a una acción concreta como exigencia interna de su misión
evangelizadora. “La Iglesia, como Madre, está obligada a dar a sus hijos una educación
que llene toda su vida del Espíritu de Cristo, pero al mismo tiempo tiene que ofrecer a
todos los pueblos su colaboración para promover la perfección íntegra de la persona
humana, también para el bien de la sociedad terrestre y para la construcción de un
mundo que debe configurarse más humanamente”12. Es verdad que la misión educativa
no se identifica con su misión de anuncio y celebración de la fe, pero está íntimamente
vinculada a ella. La educación cristiana siempre es acción humanizadora, que tiene su
origen y meta en la realidad misma del Evangelio.
10
Juan Pablo II. Carta Encíclica Redemptor Hominis, n. 10.
Concilio Vaticano II. Declaración sobre la Educación Cristiana, proemio. En adelante GE
12
GE, 3.
11
5
1.3. La emergencia educativa. Una valoración de la actual situación de la
educación en la sociedad y en la Iglesia.
Como siempre la acción educativa entra el corazón de las situaciones humanas. Estas
le afectan y desafían, y algunas veces la condicionan de forma negativa. Muchos se ha
escrito al respecto, y más se constata en la realidad cotidiana. En esta línea, el Papa a
acuñado una expresión, que llamada de alerta: “emergencia educativa”. Con ella se
alude a las dificultades cada vez mayores que hoy encuentra no sólo la acción educativa
cristiana sino, más en general, toda acción educativa. Cada vez es más arduo transmitir
a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un recto
comportamiento. Esta es la difícil tarea, no sólo de los padres, que ven reducida cada
vez más su capacidad de influir en el proceso educativo, sino también de los agentes de
la educación a quienes corresponde esta actividad, comenzando por las escuelas13.
Vivimos, en la cultura occidental, en un gran pluralismo que lleva a la a
desorientación, pues falta la luz de la verdad, al hacer del relativismo la clave para
interpretarlo todo. Hoy hablar de la verdad, pretender que exista y que podamos acceder
a ella, resulta demasiado comprometedor, parece autoritario. Esto lleva a dudar de la
bondad de la vida, de la validez de las relaciones y de los compromisos que son parte de
la vida. En este contexto, señala Benedicto XVI “¿cómo se podrá transmitir, de
generación en generación, algo de válido y de cierto, unas reglas de vida, un auténtico
significado y unos objetivos convincentes para la existencia, como personas y como
comunidad?” Además la fuerza de una cultura consumista lleva centrarse en lo
inmediato en logro de los propios intereses o en goce inmediato. Así la acción educativa
tiende, en gran medida, a reducirse a la transmisión de determinadas habilidades o
capacidades, mientras se busca apagar el deseo de felicidad de las nuevas generaciones
colmándolas con objetos de consumo y gratificaciones efímeras. También, los padres,
los docentes están tentados a abdicar de los propios deberes educativos, ante situación
tan cambiante dudan respecto a cual es su papel, la misión que tienen confiada.
Por ello crece, desde diversos sectores, la demanda de una educación auténtica, y
también la necesidad de que los educadores sean tales. Dicha demanda concierne por
igual a los padres, a los docentes y a la sociedad misma. En este sentido el empeño de la
Iglesia para educar en la fe, siguiendo las huellas y el testimonio del Señor, asume más
que nunca el valor de una contribución a la sociedad en que vivimos a superar la crisis
educativa que la aflige, construyendo un muro de contención contra la desconfianza y
contra un extraño “odio de sí”, que parecen haberse transformado en una característica
nuestra. Pero no todo es negativo, en nuestra situación se abren nuevos espacios de
búsqueda de sentido, es iniciativas de solidaridad con los más pobres, de esfuerzo a
favor de la paz que son posibles situaciones de dialogo con la fe cristiana. Toda una
nueva oportunidad para participar en el espacio público de nuestra sociedad,
proponiendo nuevamente en él la cuestión de Dios, y ofreciendo como don la propia
tradición educativa que las comunidades cristianas, A la postre, la relación Iglesiasociedad tiene en el tema educativo un punto de encuentro fundamental. La educación
cristiana no es sólo una propuesta interna de la Iglesia, sino una realidad que alcanza al
13
En este apartado he seguido muy de cerca la reflexión que nos ofrece al respecto el primer
documento preparatorio de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos,
sobre el tema la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. BAC-Documentos.
2011.
6
conjunto de la sociedad, especialmente en lo que respecta a la educación a la libertad y
al sentido de la vida. Se trata, pues, de intentar situar el cristianismo en su dimensión
humanizadora, mostrar que la fe, como tal, es una experiencia educativa con recursos
propios y que, con éstos, puede participar en la construcción de las personas que forman
parte de nuestra sociedad.
1.4. La educación como elemento interno de la acción evangelizadora. La
propuesta de una nueva evangelización.
Toda la misión de la Iglesia tiene, pues, un carácter eminentemente educativo. El
mandato recibido del Señor Jesús: “id y haced discípulos de todas las gentes”(Mt 28,19)
define esta visión. La Iglesia trata de suscitar discípulos de Cristo y de educarlos hasta
que lleguen al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo. “La
Santa Madre Iglesia, para cumplir el mandato recibido de su divino Fundador de
anunciar el misterio de la salvación a todos los hombres e instaurar todas las cosas en
Cristo, debe preocuparse de la vida entera del hombre, incluso la material, en cuanto
está unida con la vocación celeste, tiene también un papel en el progreso y extensión de
la educación”14.
En este texto la motivación fundamental de la vinculación con la educación está en el
Evangelio. “La promoción humana, inherente a una educación integral, se distingue,
conceptualmente, de la acción evangelizadora propiamente dicha. Pero distinción
conceptual no significa separación real… En toda su acción educativa está presente
como fundamento, como proceso y como meta el misterio de Cristo, Redentor del
hombre. La Iglesia realiza una evangelización educativa y, al mismo tiempo, una
educación evangelizadora. Estas dos tareas forman parte, por diversos títulos, de su
misión”(Libertad cristiana y liberación, 64)”15.
La experiencia educativa de la Iglesia es un elemento transversal al conjunto de su
acción evangelizadora Ciertamente, todo su vivir nace del don de Dios manifestado en
su Revelación, cuya plenitud es Cristo. Pero este don, como en la parábola del
sembrador, está llamado a dar fruto en una tierra bien dispuesta. Esto nos dice que
también es necesario preparar el terreno para acoger la Palabra, y ayudar a que ésta
fructifique iluminando toda la vida..
Hace tiempo que se constata la ruptura entre la fe y la cultura. Un hecho que ha
suscitado múltiples iniciativas, que han concretado en la propuesta de la llamada a
nueva evangelización. Un concepto muy amplio que ha ido adquiriendo distintos
significados, pero que señala la nueva situación cultural en la que nos encontramos y la
necesidad de proponer la fe a muchos bautizados que viven en una “cierta amnesia, más
aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida,
con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza”16. Una
situación que requiere una nueva evangelización. “Su peculiaridad consiste en que la
acción misionera se dirige a bautizados de toda edad, que viven en un contexto religioso
de referencias cristianas, percibidas sólo exteriormente. En esta situación, el primer
anuncio y una catequesis fundante constituyen la opción prioritaria”17. Este es un tema
14
GE, proemio.
Cf. Comisión Episcopal Enseñanza y Catequesis. El sacerdote y la educación, n.43.
16
Benedicto XVI, Mensaje JMJ 2010,1.
17
Directorio General para la Catequesis, nº 58,c).
15
7
primordial, objeto de reflexión en el XIII Sínodo Ordinario convocado en Roma para
este 2012, sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe”.
1.5. La urgencia de un mayor protagonismo de todos los agentes de la
acción evangelizadora y del desarrollo de una acción pastoral que integre los
lugares educativos: escuela, familia y comunidad.
“La fe cristiana no es ya pacíficamente trasmitida y recibida de unas generaciones a
otras dentro de las familias cristianas. El ambiente cultural y las influencias sociales no
favorecen la continuidad de la fe ni el ejercicio sincero de la vida cristiana. En nuestra
sociedad se ha ido estableciendo poco a poco, como cosa normal, la indiferencia
religiosa y la inseguridad moral. Las nuevas generaciones se ven fuertemente
influenciadas por un ambiente cultural y moral que les impulsa hacia unos estilos de
vida más paganos que cristianos. Los cristianos tienen que profesar su fe y practicar la
vida cristiana sobreponiéndose y reafirmándose contra la gran fuerza envolvente de una
cultura ambiental y dominante con fuerte impregnación laicista y neopagana”18.
Esta constatación se suma a muchas otras que podemos leer en los documentos de la
Iglesia de los últimos años, y percibir en el día a día de la acción pastoral. Esto nos
habla de una nueva situación que urge asumir. En realidad, hoy no se puede suponer la
fe, sino que hay que proponerla. Tampoco se puede pensar que cada uno de los ámbitos
de la educación y de la educación en la fe funcionan por sí mismos como impulsados
por una inercia que asegurara el cumplimiento de su misión. Urge, más que nunca,
activar la responsabilidad de todo el pueblo cristiano en la transmisión de la fe. De ahí
también la necesidad de afrontar cómo cada uno de los distintos ambientes de vida,
como son la familia, la escuela, la comunidad parroquial, pueden cumplir con la tarea de
contribuir, desde su originalidad, al crecimiento personal y cristiano de los niños y de
los jóvenes.
1.6. La propuesta del Episcopado respecto a esta tarea: hacia un proyecto
unitario y global de educación cristiana de cada iglesia particular.
La historia de la Conferencia Episcopal Española está vinculada a múltiples
esfuerzos en el campo educativo. De hecho, la Comisión de Enseñanza y Catequesis ha
impulsado múltiples proyectos e iniciativas, y ha intentado mostrar una visión
integradora del conjunto de la educación cristiana. Últimamente lo ha plasmado en un
documento que trata directamente sobre la cuestión que hoy nos congrega: la educación
cristiana en los distintos ambientes de vida. Una cuestión recurrente pero necesaria, y
que cuenta, no simplemente con una estrategia organizativa, sino con la convicción del
valor fundamental de los ámbitos humanos, la relación entre las personas para la
educación y también para la educación cristiana. En los últimos años dos documentos
son referente obligado para el tema que tratamos: el primero, de 1998, La iniciación
cristiana. Reflexiones y orientaciones; el segundo, Orientaciones pastorales sobre la
coordinación de la familia, la parroquia y la escuela, en la transmisión de la fe, de
2011. En ambos se plantea la cuestión fundamental de cómo articular un proceso de
18
CEE. Plan de acción. Para que el mundo crea. 1994-97.
8
educación cristiana que integre los distintos lugares en un proyecto educativo
compartido.
1.7. Una esperanza fiable: alma de la acción educativa.
Si la Iglesia abandonara la acción educativa, será el signo de que abandonaba la
esperanza. El hecho educativo está vinculado fundamentalmente al futuro de las nuevas
generaciones. En esta acción la comunidad adulta expresa sus sueños, sus esperanzas,
respecto del futuro. Cuando la educación entra en crisis se puede hablar de una falta de
esperanza de la misma sociedad. Benedicto XVI en su reflexión en torno al tema
educativo afirma: “sólo una esperanza fiable puede ser el alma de la educación, como
de toda la vida. Hoy nuestra esperanza se ve acechada desde muchas partes, y también
nosotros, como los antiguos paganos corremos el riesgo de convertirnos en hombres
“sin esperanza y sin Dios en este mundo”, como escribió el Apóstol San Pablo a los
cristianos de Éfeso (Ef 2,12). Precisamente de aquí nace la dificultad tal vez más
profunda para una verdadera obra educativa, pues en la raíz de la crisis en la educación
hay una crisis de confianza en la vida”19.
2.
EDUCAR Y EDUCAR EN LA FE: UNA TAREA INTEGRADORA
La acción educativa de la Iglesia se propone, en primer término, y dentro de las
distintas situaciones sociales, culturales y religiosas, el anuncio del Evangelio que lleva
la iniciación en todas las dimensiones de la vida cristiana. Inherente a esta acción es la
educación como promoción humana, como acción liberadora y humanizadora, que no
agota la acción evangelizadora, pues ésta va más allá. Por otra parte, la acción educativa
de la Iglesia tiene presente un concepto cristiano del hombre con sus consecuencias
sociales cuyo fundamento es Cristo Redentor del hombre. En este sentido, la Iglesia
siempre realiza una evangelización educativa y, al mismo tiempo, una educación
evangelizadora. Son dos acciones diversas de una misma misión.
2.1. El hombre, el camino de la Iglesia.
La Iglesia desea que la fuerza del Evangelio penetre en la vida de toda persona y,
para ello, sabe que la educación es un camino privilegiado. La declaración sobre la
educación del Concilio Vaticano II hablaba de configurar más humanamente la
edificación del mundo, de dar mayor densidad humana a una civilización, en gran parte
deshumanizada. En realidad, con ello la Iglesia se comprende a sí misma como “luz del
mundo y sal de la tierra”20, como “fermento y alma de la sociedad”21, no como
espectadora pasiva del devenir humano. Quiere, por tanto, “por la sola fuerza divina del
19
Benedicto XVI. Mensaje a la Diócesis de Roma sobre La tarea urgente de la educación.
2008. En adelante La tarea urgente.
20
Cf. Mt 5,13-14
21
GS,40
9
mensaje que proclama convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de
los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambientes
concretos”22. Y un campo fundamental para realizar esta misión educativa es la de
quienes están en proceso de crecimiento. La Iglesia considera que su acción educativa
también es “un verdadero servicio a la sociedad”23. Toda esta dinámica se concentra en
esta afirmación que resume el quehacer de la educación cristiana: “Evangelizar
educando, educar evangelizando”24.
En resumen, si “la Iglesia no puede abandonar al hombre, cuya “suerte”, es decir, la
elección, la llamada, el nacimiento y la muerte, la salvación o perdición, están tan
estrecha e indisolublemente unidas a Cristo… si el hombre es el primer camino que la
Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión”25, se comprende el valor
fundamental de la acción educativa para el futuro mismo del hombre y del hombre
cristiano.
2.2. La fe, don y tarea. Educar la fe en el proceso educativo: el horizonte de
la santidad.
Se habla de educar en la fe como una acción indirecta a través de distintas
mediaciones humanas que ayuden a quitar obstáculos, a despertar y a crecer en la
actitud de fe. Ciertamente, no se puede hablar de una educación en la fe como si ésta
tuviera la capacidad de generarla. La fe siempre es un don de Dios, un don que se
desarrolla en una realidad humana, de tal manera que la fe también es un acto del
hombre, y es lo que hay que educar. Por otra parte, la maduración en la vida cristiana
lleva a desarrollar aquella nueva personalidad que genera en nosotros el hecho del
Bautismo, y que promueve el Mensaje y el Acontecimiento cristiano. Todo ello nos
lleva a valorar una vez más el hecho educativo como parte integrante del camino de
crecimiento en la fe. Recordemos que la lógica de la fe se sitúa en el proceso del
crecimiento humano y, por tanto, sin identificarse totalmente con él, lo asume. En este
sentido se puede decir que la fe tiende a impulsar una forma de desarrollo de la persona,
y a su vez la madurez humana de la persona facilita la incorporación de estos elementos
de la fe en la propia vida. Una vez más estas dos dimensiones: anuncio de la fe y
promoción de la madurez humana, aparecen interrelacionadas. La educación de la fe
tiene su propia originalidad y es un instrumento fundamental para la maduración de la
vida cristiana. Para ello, desarrolla distintas iniciativas a fin de dar a conocer los
contenidos de la fe, introducir a una interpretación cristiana de la vida, promover un
proyecto de vida que lleve al cristiano a crecer a la medida de Cristo, es decir, hasta la
santidad. “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la
plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor”26.
22
EN,18
GE, 8.
24
DGC,147
25
RH,14
26
LG.40
23
10
2.3. La finalidad esencial de la educación: formación de la persona a fin de
capacitarla para vivir en plenitud y aportar su contribución al bien de la
comunidad.
La educación es siempre medio para unos fines. Puede educarse únicamente cuando
se tiene una idea de lo que se quiere conseguir en los educandos. Sin fines de la
educación no es posible educar. Una cuestión decisiva, sobre todo cuando la cultura
dominante acentúa una visión instrumental de la educación, donde el acento se pone
más en el “cómo” que en el “qué”.
Educar cristianamente significa, ante todo, educar al hombre en y desde su condición
de cristiano, es decir, preocuparse de su maduración humana y, junto a ello, educar al
bautizado, a la nueva criatura que hay en él y que tiene necesidad de crecer y madurar.
Para ello es necesario desarrollar todas las dimensiones del vivir cristiano. De ahí que la
educación tiende al desarrollo de las distintas dimensiones de la fe: conocer el mensaje,
celebrarlo, vivir y orar, y desarrollar la obra de apostolado que incluye también el
servicio a la sociedad a través del testimonio y las acciones de promoción humana.
La finalidad esencial de la educación “es la formación de la persona, a fin de
capacitarla para vivir con plenitud y aportar su contribución al bien de la comunidad.
Por eso, en muchas partes se plantea la exigencia de una educación auténtica que
necesita de educadores que lo sean realmente”27. Si la educación de la persona es una
acción decisiva en esta hora, surge la cuestión de cómo organizar dicha acción en todas
sus dimensiones, lugares o ámbitos y programas, de modo que se integren en el camino
de crecimiento humano y cristiano. Se trata de reconducir todo a la realidad de la
persona que está en crecimiento.
2.4. La pastoral de la iniciación cristiana. Una tarea y un horizonte en la
acción educativa en esta hora de nueva evangelización.
Desde hace ya tiempo, tal como señalaba el documento episcopal La iniciación
cristiana28, la cuestión capaz de aunar todos los esfuerzos en una misma orientación es
ésta: cómo ayudar a ser cristianos. Se trata de la pastoral de la iniciación cristiana, tarea
fundamental de la hora presente. Un desafío que suscita la necesidad de mayor
dedicación y empeño en la pasión formativa y evangelizadora. El catecumenado
bautismal, con su pedagogía propia, constituye su punto de referencia que ilumina una
visión más amplia de la formación cristiana. Ésta integra el anuncio de la fe y la liturgia,
el crecimiento personal y la disposición para el apostolado, el conocimiento que
proviene de la revelación y los grandes valores humanos presentes en la vida.
El próximo Sínodo ordinario de Obispos incluye esta temática en su agenda. Al
respecto son muchas las reflexiones realizadas hasta el presente. También los caminos
ya abiertos, como ha sido la restauración del Catecumenado como institución formativa
para la incorporación en la Iglesia a través de los sacramentos del la Iniciación, que ha
dado lugar a formas de transmisión de la fe muy vivas y fecundas. Un conjunto de
realidades que constituyen hoy el nuevo horizonte en la acción educativa y
27
Benedicto XVI. Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea Diocesana de
Roma. Junio 2007.
28
LXX Asamblea Plenaria del a CEE. La iniciación cristiana. Reflexiones y Orientaciones.1998.
11
evangelizadora de la Iglesia. Desde esta perspectiva, el documento de la CEE sobre la
iniciación cristiana señalaba como uno de los frutos de la reflexión y como propuesta de
trabajo, lo siguiente: “uno de los frutos que esperamos de estas reflexiones y
orientaciones es propiciar que las distintas instancias, o “lugares” donde se trabaja por la
iniciación cristiana, y las acciones –catequética y litúrgica– que la integran, no se
organicen por separado, como si fueran compartimentos estancos e incomunicados, sino
que respondan a un proyecto unitario y global de cada iglesia particular”29.
3.
LOS LUGARES ECLESIALES DE LA EDUCACIÓN CRISTIANA
Hablar de los lugares de transmisión implica hablar de las personas que los
configuran. No se trata, pues, de una realidad impersonal o meramente institucional,
sino de una realidad que se va tejiendo a través de los participantes. De ahí que al hablar
de lugares, como la familia, la escuela o la parroquia, hay que hablar de los padres, de
los educadores, de los miembros de la comunidad, los sacerdotes. De la calidad de su
vida humana y cristiana depende también la calidad del ambiente que generen en
relación con quienes están en el proceso educativo. Dicha relación viene caracterizada
por la misión que desempeña cada uno de estos ámbitos en proceso de la educación
cristiana. De ahí que sea necesario afrontar el carácter propio de cada uno de estos
lugares educativos.
3.1. El valor de un ámbito de vida en la transmisión de la fe.
Una de las exigencias fundamentales para una educación auténtica es la calidad de
las relaciones humanas en las que se crece. Como recuerda Benedicto XVI en referencia
a la educación de las nuevas generaciones, “ante todo, necesita la cercanía y la
confianza que nacen del amor: pienso en la primera y fundamental experiencia de amor
que hacen los niños –o que, por lo menos, deberían hacer– con sus padres. Pero todo
verdadero educador sabe que para educar debe dar algo de sí mismo. Y que solamente
así puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos y capacitarlos para un amor
auténtico”30. “La educación cristiana, es decir, la educación para forjar la propia vida
según el modelo de Dios, que es amor (Cf.1Jn 4,8.16), necesita la cercanía propia del
amor sobre todo hoy, cuando el aislamiento y la soledad son una condición
generalizada, a la que en realidad no ponen remedio el ruido y el conformismo de
grupo, resulta decisivo el acompañamiento personal, que da a quien crece la certeza de
ser amado, comprendido y acogido”31.
A la luz de esto, se comprende que el proceso de la educación cristiana ha de integrar
los distintos lugares educativos, como son la familia, la escuela, la parroquia, y también
los grupos apostólicos o de tiempo libre. De hecho, el éxito o el fracaso de esta
educación está vinculado al conjunto de la vida de la Iglesia, de la familia y de la
29
CEE. La iniciación cristiana. nº 7.
Benedicto XVI. La emergencia educativa.
31
Benedicto XVI. Discurso a la Asamblea diocesana de Roma. Junio de 2007.
30
12
sociedad. Una educación cristiana aislada del conjunto de la vida eclesial, en sus
múltiples facetas, está llamada al fracaso, no tiene dónde arraigarse.
3.2. La familia, ambiente primario e insustituible donde nace la experiencia
religiosa.
Por el hecho de haber dado la vida a los hijos, los padres tienen el derecho originario,
primario e inalienable de educarles; por esta razón ellos deben ser reconocidos como los
primeros y principales educadores de sus hijos”. Lo mismo ocurre, como padres
cristianos, respecto de la educación en la fe: “Antes que nadie, los padres cristianos
están obligados a formar a sus hijos en la fe y en la práctica de la vida cristiana,
mediante la palabra y el ejemplo. Este derecho y deber, que la Iglesia reconoce a los
padres como educadores de la fe, brota del sacramento del Matrimonio y de la
consideración de la familia “como Iglesia doméstica”. En efecto, la misión de la familia
cristiana es un verdadero ministerio, “por medio del cual se irradia el Evangelio, hasta el
punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto modo,
iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo”.
La familia es la comunidad de vida y amor. Representa el lugar fundamental y
privilegiado de la experiencia afectiva. En ella se aprende un estilo de vida de forma
casi espontánea. Es una experiencia tan fundamental que difícilmente puede ser
sustituida, más bien cuando no se tiene genera carencias. Por esto, constituye una pieza
fundamental en la acción educativa de la Iglesia, tanto en lo que respecta al crecimiento
de la fe como al entrenamiento para vivir en sociedad.
Una tarea de particular actualidad es sostener e impulsar a la familia para que viva
su misión con todas sus consecuencias. Lo primero para que la familia sea un espacio
educativo es que aliente relaciones reales de diálogo, de reciprocidad plena, en el que se
quiere el bien del otro, se responde al otro, y se genera total confianza. En esta
dinámica, también la familia ha de preocupar colaborar con otras instituciones
educativas en el crecimiento humano y cristiano de sus miembros. El punto de partida
ha de ser su propio protagonismo en cuanto a la educación de los hijos, pero también la
libre elección de la educación que éstos deben recibir, y la colaboración con aquellos
que la imparten.
Pero a pesar de las dificultades por las que atraviesa hoy, la familia cristiana sigue
siendo una estructura en orden la educación y de forma particular en la educación en la
fe. En esta, se puede decir, que casi es “insustituible”. Por ello será necesario promover
iniciativas para que la familia participe en la educación cristiana de sus hijos. La familia
que transmite la fe hace posible el despertar religioso de sus hijos y lleva a cabo la
responsabilidad que le corresponde en la Iniciación cristiana de sus miembros. En esta
línea, introducir a la experiencia de la oración constituye una tarea fundamental que se
realiza cuando la familia vive desde una perspectiva cristiana. Por todo ello, los padres o
tutores se son objetivo fundamental en toda propuesta de educación cristiana de las
nuevas generaciones.
13
3.3. “La comunidad parroquial debe seguir siendo animadora de la
catequesis y su lugar privilegiado”32
Después de la familia es la parroquia el lugar donde se hace la experiencia plena de
lo que significa ser Iglesia. “El cristiano recibe la fe en la Iglesia y por mediación de la
Iglesia. La parroquia nació para acercar las mediaciones de la Iglesia a todos sus
miembros. En ella se vive la comunión de fe, de culto y de misión con toda la Iglesia.
La parroquia, constituida de modo estable en la Iglesia particular, “es el lugar
privilegiado donde se realiza la comunidad cristiana”. En ella están presentes todas las
mediaciones esenciales de la Iglesia de Cristo: la Palabra de Dios, la Eucaristía y los
Sacramentos, la oración, la comunión en la caridad, el ministerio ordenado y la misión.
Es, por tanto, Iglesia de Dios, bien dentro de un espacio territorial, como sucede
ordinariamente, o bien para la atención de determinadas personas; y ha de ser
considerada como verdadera célula de la Iglesia particular, en la que se hace presente la
Iglesia universal. “La parroquia, congrega en la unidad todas las diversas realidades
humanas que en ella se encuentran y las inserta en la universalidad de la Iglesia. Ella es,
por otra parte, el ámbito ordinario donde se nace y se crece en la fe. Constituye, por
ello, un espacio comunitario muy adecuado para que el ministerio de la Palabra ejercido
en ella sea, al mismo tiempo, enseñanza, educación y experiencia vital” ”33. El signo de
la función maternal de la Iglesia es la pila bautismal, que es obligatoria en toda
parroquia. Solamente la catedral y cada parroquia, en principio, han de poseer dicha pila
bautismal.
La parroquia constituye un ámbito fundamental de la educación en la fe, que se
inspira en el catecumenado bautismal. También en la parroquia surgen otras formas de
educación y vida cristiana, sobre todo a través de los movimientos y asociaciones. En
este sentido, la parroquia no lo es todo, debe estar siempre abierta a otras realidades que
complementen su propia acción e, incluso, que le den una proyección más amplia. De
ahí que toda parroquia, a la hora de programar su acción, debería tener en cuenta el
trabajo de educación cristiana que se realiza en el mundo de la escuela, especialmente la
enseñanza religiosa escolar, y también en los movimientos y asociaciones. Más aún, en
esta hora de nueva evangelización, el mundo escolar, puede considerarse como el
“atrio” en el que se da el diálogo de la fe con la cultura. Una cuestión de gran calado
cuando se pretende educar de modo tal que se camine hacia una integración entre la fe y
la vida.
3.4. La escuela, ámbito de transmisión sistemática y crítica de la cultura.
Entre los medios de educación tiene peculiar importancia la escuela34. “Es función
propia de la escuela transmitir, de manera sistemática y crítica, la cultura. Esta
transmisión no se hace sólo en orden a lograr que el alumno acreciente sus
conocimientos o se inicie en los métodos de aprendizaje y de aplicación del saber a los
problemas concretos, sino también en orden a una educación de la persona en su
capacidad de juicio y de decisión responsable. Los niños y adolescentes acuden a los
centros escolares no sólo para adquirir una información científica y unos hábitos
32
CT, 67.
Directorio General para la Catequesis, nº 257.
34
GE, nº 5.
33
14
intelectuales según los distintos campos del saber, sino también para aprender a
orientarse en su vida intelectual y social”35.
Esta descripción de la escuela, realizada ya hace bastantes años, tiene una gran
actualidad, sobre todo en una sociedad en la que muchas veces la técnica y la
fragmentación del saber domina todos los campos, también el educativo, con olvido de
los fundamentos. En este sentido, también es bueno recordar que: “La fragmentación de
la educación, la ambigüedad de los valores… un peligroso ofuscamiento de los
contenidos, tienden a encerrar la escuela en un presunto neutralismo, que debilita el
potencial educativo y que repercute negativamente sobre la formación de los alumnos.
Se quiere olvidar que la educación presupone y comporta siempre una determinada
concepción del hombre y de la vida. La pretendida neutralidad de la escuela, conlleva,
las más de las veces, la práctica desaparición, del campo de la cultura y de la educación,
de la referencia religiosa. Un correcto planteamiento pedagógico está llamado, por el
contrario, a situarse en el campo más decisivo de los fines, a ocuparse no sólo del
“cómo”, sino también del “por qué”, a superar el equívoco de una educación aséptica, a
devolver al proceso educativo aquella unidad que impide la dispersión por las varias
ramas del saber y del aprendizaje, y que mantiene en el centro a la persona en su
compleja identidad, trascendental e histórica”36.
A la luz de todo esto se comprende que la escuela debe estar abierta a una educación
que integre todas las dimensiones del ser humano. Es, pues, la escuela la que puede
ofrecer una visión del hombre abierta a la verdad. En esta línea, la enseñanza religiosa
escolar es una propuesta coherente con el conjunto de la acción educativa de la escuela.
3.5. La enseñanza religiosa escolar: enseñanza y testimonio de los
cristianos dentro de la escuela.
La enseñanza religiosa escolar no es propiamente un ámbito de iniciación cristiana,
sin embargo puede contribuir decisivamente a los objetivos propios de ésta, al ofrecer
algunas dimensiones de carácter ético y moral que nacen de las relaciones entre la fe y
la cultura, y entre la fe y la vida. En este sentido tiene también una misión
evangelizadora. En efecto, la enseñanza religiosa escolar, verdadero complemento de la
catequesis, pretende también la educación básica e integral de la fe, pero sometida a las
leyes que rigen la inculturación: subrayar el valor universal de la fe y su supremacía
sobre las realizaciones culturales del hombre; presentar el mensaje cristiano como
instancia crítica del hombre y de su cultura; y establecer un diálogo positivo entre la fe y
la cultura. Ciertamente esta enseñanza constituye una estimable oferta informativa para
los niños y los jóvenes acerca del Mensaje y del Acontecimiento cristiano.
No obstante, a la enseñanza religiosa escolar, a diferencia de la catequesis, no le
corresponde atender todas las dimensiones propias de una formación cristiana integral,
tanto a causa del lugar en que se imparte como de su propia naturaleza de servicio
educativo para toda la sociedad: en el caso de la enseñanza religiosa, “la Iglesia actúa en
un ámbito creado primordialmente para la educación del ciudadano en cuanto tal, en
estructuras de la sociedad para tal fin”. Sus objetivos no son, por tanto, los que reclama
la catequesis de inspiración catecumenal. Los padres que piden la enseñanza religiosa
35
Orientaciones pastorales ERE, nº 10.
Congregación para la educación católica. La escuela católica en los umbrales del tercer
milenio, nº 10
36
15
para sus hijos, lo hacen ordinariamente con la intención de que lo religioso se integre en
la formación humana, de manera que sea una oferta abierta a creyentes y no creyentes,
sin intención, al menos explícita, de solicitar la iniciación cristiana.
Así pues, la enseñanza religiosa escolar es complementaria y distinta de la
catequesis, escogida libremente como derecho propio de los padres y de los alumnos, y
ayuda a quienes son creyentes a conocer los fundamentos de la fe. Ofrece también a los
que se encuentran en actitud de búsqueda o duda, la posibilidad de conocer las
respuestas de la fe cristiana a sus problemas; y a los no creyentes, en el caso de que se
acojan a esta enseñanza, les da la oportunidad de confrontarse con el mensaje cristiano y
conocer su propuesta de sentido de vida. Por todo ello, la enseñanza religiosa escolar es
un servicio al desarrollo de la persona.
3.6. La escuela católica, un lugar muy relevante para la formación humana
y cristiana: ambiente comunitario animado por el espíritu evangélico de libertad
y caridad.
La escuela católica es un "lugar" muy relevante para la formación humana y
cristiana, que entra de lleno en la misión salvífica de la Iglesia y particularmente en la
exigencia de la educación de la fe. El proyecto educativo de la escuela católica se define
precisamente por su referencia explícita al Evangelio de Jesucristo, con el intento de
arraigarlo en la conciencia y en la vida de los jóvenes, teniendo en cuenta los
condicionamientos culturales de hoy. “Nota característica es crear un ámbito de
comunidad escolar animado por el espíritu evangélico de libertad y amor, ayudar a los
adolescentes a que, al mismo tiempo en que se desarrolla su propia persona, crezca
según la nueva criatura en que por el Bautismo se han convertido y, finalmente, ordenar
toda la cultura humana al anuncio de la salvación, de modo que el conocimiento que
gradualmente van adquiriendo los alumnos sobre el mundo, la vida del hombre sea
iluminada por la fe”37. El DGC nos ofrece una amplia visión de la aportación propia de
la escuela católica en el proceso del crecimiento de la fe38.
4.
CRITERIOS PARA UNA PASTORAL INTEGRADORA EN EL PROCESO
EDUCATIVO
La educación cristiana se realiza de múltiples maneras y en distintos ámbitos, pero es
importante que todos ellos tengan un hilo conductor. La cuestión es cuál debe ser el
principio que unifica todo el proceso educativo en un único camino o en un mismo
proyecto global. Tiempo atrás, cuando el conjunto de la sociedad cumplía la misión de
catecumenado social, no era tan urgente la coordinación o integración de los distintos
lugares y programas de la educación cristiana. Ésta se daba de forma casi invisible, pues
todos participaban de una misma visión de la fe e intentaban educar en un común estilo
de vida. Pero ahora la realidad que nos rodea está marcada por el secularismo y distintas
formas de pluralismo, que reducen la fe al ámbito privado, sacándola del espacio
37
38
GE, nº 8.
Cf. DGC, nº 259-260.
16
público, y subrayan tanto la percepción individual que resulta difícil alcanzar la unidad
en la fe.
4.1. Criterio antropológico: Llegar a ser cristiano.
En la actual situación no podemos dar por supuesta la fe. De ahí la necesidad de
proponerla y educarla. Lo mismo podemos decir respecto de la coordinación de los
distintos ámbitos o lugares de la educación cristiana. En este sentido, el principio que
aúna las diversas dimensiones de la acción educativa de la Iglesia en un proceso global
es el crecimiento del hombre en Cristo, que integra el proceso de madurez humana y
cristiana. La complementariedad de los distintos programas y ámbitos surge cuando
todos asumen una misma finalidad: educar a la persona en cuanto que está destinada a
realizar la plenitud de su humanidad en Cristo. Así se podría afirmar que la unidad del
proyecto educativo se logra a través de la unidad de la persona, que crece humana y
cristianamente. Una meta que es preciso subrayar en esta hora en que la Iglesia ha
alcanzado una conciencia más plena de su misión evangelizadora. Se trata, pues, de
unificar esfuerzos para mostrar de una forma más significativa que es el “hombre” el
camino que la Iglesia tiene que recorrer para anunciar a Cristo, y que a su luz es posible
dar un nuevo sentido a la vida. Una perspectiva que es necesario destacar y que puede
inspirar una educación cristiana capaz de integrar los distintos ambientes, programas y
educadores en una misma misión.
4.2. Criterio eclesiológico: La Iglesia, misterio de comunión y misión.
Una perspectiva que nos puede ayudar notablemente a comprender esta necesaria
integración de ámbitos y programas en la acción educativa, es la realidad de la Iglesia
como misterio de comunión y misión. La comunión, que hunde su raíz en el misterio de
Dios-Trinidad y se hace visible en la fraternidad cristiana, es la esencia misma de la
Iglesia, el fundamento y la fuente de su misión. Por eso el Papa Juan Pablo II insistía en
que “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: este es el gran desafío que
tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de
Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”39. En este sentido, “la
Iglesia es como una familia humana pero es, al mismo tiempo, la gran familia de Dios,
mediante la cual Él forma un espacio de comunión y unidad entre todos los continentes,
las culturas y las naciones”40.
Desde esta perspectiva eclesial se comprende también que la educación cristiana se
fundamenta en la realidad comunitaria de la fe, y tiende a ella. “La educación,
precisamente porque aspira a hacer al hombre más hombre, puede realizarse
auténticamente sólo en un contexto relacional y comunitario. No es casual que el primer
y originario ambiente educativo venga constituido por la comunidad natural de la
familia. La escuela, a su vez, se sitúa junto a la familia como un espacio comunitario,
orgánico e intencional, que acompaña su empeño educativo”41. En esta misma línea hay
que hablar de la comunidad más próxima de la fe, la parroquia. Estos son los espacios
39
Juan Pablo II. Novo Milenio Ineunte, 43.
Benedicto XVI. Homilía en la vigilia de oración en Marienfeld. Colonia, 2005.
41
Congregación para la educación católica. Educar juntos en la escuela, nº 12.
40
17
que de forma particular acompañan al crecimiento de la fe, especialmente de los niños,
adolescentes y jóvenes. Desde esta clave se percibe también la necesidad de una
educación que integre dichos ambientes educativos. El mismo Directorio General para
la Catequesis señala que “la educación cristiana familia, la catequesis y la enseñanza
religiosa escolar, cada una desde su carácter propio están íntimamente relacionadas
dentro del servicio de la iniciación cristiana de niños, adolescentes y jóvenes”42.
4.3. Criterio teológico: La unidad de la fe.
El tema de la coordinación de la educación cristiana no es un asunto meramente de
orden estratégico para una mayor eficacia de la acción evangelizadora, sino, como ya
hemos afirmado, una cuestión de fondo, es decir, de orden teológico. En realidad la
acción evangelizadora debe estar bien coordinada porque toda ella en su multiplicidad
de ambientes, programas y agentes, apunta a la unidad de la fe, que sostiene todas las
acciones de la Iglesia. “La pastoral educativa en la iglesia particular debe establecer la
necesaria coordinación entre los diferentes lugares donde se realiza la educación en la
fe. Es muy conveniente que todos estos canales catequéticos converjan realmente hacia
una misma confesión de fe, hacia una misma pertenencia a la Iglesia y hacia unos
compromisos en la sociedad vividos en el espíritu evangélico”43.
Esta es una perspectiva también fundamental porque de lo que se trata es de
contribuir, cada uno desde su propia realidad y dentro del carácter propio de cada acción
educativa, a promover y realizar la tarea más sustantiva de la acción educativa de la
Iglesia: formar al hombre cristiano. Una tarea que persigue, no sólo la madurez de la
persona en todas sus dimensiones, sino también que “los bautizados, mientras se inician
gradualmente en el ministerio de la salvación, sean cada vez más conscientes del don
recibido de la fe; aprendan a adorar a Dios Padre en espíritu y en verdad (Cf. Jn 4,23),
sobre todo en la acción litúrgica; se dispongan a vivir según el hombre nuevo en justicia
y santidad de verdad (Ef 4,22-24); lleguen así al hombre perfecto a la medida de la
plenitud de Cristo (Cf. Ef 4,13), y colaboren en el crecimiento del cuerpo místico.
Además, ellos mismos, conscientes de su vocación, deben acostumbrarse no sólo a dar
testimonio de su esperanza (Cf. 1Pe 3,15), sino también a ayudar a la configuración
cristiana del mundo, mediante la cual los valores naturales, asumidos en la
consideración íntegra del hombre redimido por Cristo, contribuyan al bien de toda la
sociedad”44.
4.4. Hacia un proceso global de educación cristiana de la Iglesia particular.
Para que estos grandes principios: antropológico, eclesial y teológico, sean el
fundamento de una acción educativa integradora de ambientes y programas, es
necesario elaborar un proyecto de educación cristiana. La educación en la fe de las
nuevas generaciones debe concebirse como un proceso único en el que intervienen, en
mutua interacción y complementariedad, varias acciones educativas: la educación
cristiana en la familia, los períodos de formación recibida en colegios, movimientos,
42
DGC, 76.
DGC, n. 278.
44
GE, 2.
43
18
asociaciones, comunidades, grupos, etc. Cada una de estas acciones educativas tiene su
propia peculiaridad e importancia, y, sin embargo, sólo la conjunción coherente de todas
ellas puede proporcionar una adecuada educación de la fe de niños, adolescentes y
jóvenes.
De entre estas acciones, la catequesis al servicio de la iniciación cristiana,” es una
formación básica, esencial, centrada en lo nuclear de la experiencia cristiana, en las
certezas más básicas de la fe y en los valores evangélicos fundamentales. La catequesis
pone los cimientos del edificio espiritual del cristiano, alimenta las raíces de su vida de
fe, capacitándoles para recibir el posterior alimentos sólido en la vida ordinaria de la
comunidad cristiana”45. Todo lleva a participar más plenamente en la comunidad
eclesial y en el anuncio y difusión del Evangelio en el mundo, a la luz de la confesión
de la fe, meta de todo el proceso educativo. Por tanto, la catequesis ayuda a garantizar la
unidad en la misma fe y la coherencia que toda educación necesita cuando transmite
verdades fundamentales desde la fe para la vida del hombre.
Las acciones educativas como la educación cristiana en familia, convergen en la
catequesis, ya que preparan una educación básica integral. A su vez, de la catequesis
surgen otras acciones, como la pastoral de infancia, adolescencia y juventud, que
ayudan al cristiano a vivir en la sociedad responsablemente su fe46. Otras acciones
educativas, como la enseñanza religiosa escolar, complementan a la catequesis, ya que
teniendo el mismo fin –educar orgánica y sistemáticamente en el mensaje y el
acontecimiento cristiano– lo hacen mediante un diálogo con la cultura, dando respuesta
a los interrogantes profundos que el hombre tiene con todas sus implicaciones éticas e
insertándolo en la sociedad a la luz del Evangelio47.
Este proyecto global aporta una gran novedad, pues pone el centro de la coordinación
de los distintos ámbitos de la educación de la fe, no tanto en las distintas estructuras
sino en la perspectiva del crecimiento en la fe de los niños, adolescentes y jóvenes. Así
se puede educar mejor una mentalidad que integra de forma unitaria y ordenada los
misterios de la fe, los valores humanos, los criterios de acción. Desde esta perspectiva
también se puede percibir mejor un principio de adaptación a la situación de las
personas. Hoy la acción pastoral, también en el campo educativo, requiere una gran
capacidad de adaptación a las distintas situaciones dentro de una misma orientación
fundamental.
Todo esto requiere un centro de decisión y coordinación que debe situarse en los
distintos ámbitos de responsabilidad en el conjunto de la Iglesia particular. Una
responsabilidad que implica directamente al Obispo y a todos aquellos que con él, en
sus diferentes formas, colaboran en la acción educativa. Pero si es preciso subrayar una
responsabilidad original, hay que prestar especial atención a los padres de familia, pues
ellos son los primeros educadores de la fe de sus hijos48.
45
DGC, 67
Cf. DGC, 274-275. CEE. Catequesis de la comunidad, nº 244-248. 1983.
47
Cf. DGC, 74-76. CEE. Catequesis de la comunidad, nº 250.
48
Código de Derecho Canónico, 774.2.
46
19
5.
EL ESPÍRITU SANTO, PROTAGONISTA DE LA ACCIÓN EDUCATIVA
Como hemos dicho, el ambiente educativo que generan la familia, la parroquia, la
escuela, es fundamental para el crecimiento en la fe. Lo mismo podemos decir desde
una perspectiva humana, pues es ahí donde se manifiestan de forma tangible los valores
que se proponen. Pero el ambiente no es algo meramente anónimo, sino que está
constituido por un tejido de múltiples relaciones entre educadores y educandos, y de
estos entre sí. Por tanto, también depende de la calidad de los propios educadores para
que estos ambientes puedan ofrecer aquellos valores que realmente ayudan a sostener el
crecimiento en el camino de la madurez humana y cristiana.
La educación cristiana se sitúa en la realidad misma del misterio de la Iglesia como
comunión y misión, y, por tanto, el educador no desarrolla su misión sólo desde su
propia realidad sino que también actúa en nombre y en compañía de la comunidad
cristiana. Esto genera a veces conflictos, debido a la propia realidad, siempre en camino
y por tanto imperfecta, de los miembros de la comunidad eclesial. Pero también ofrece
la posibilidad de descubrir lo más original del Evangelio en aquello que la Iglesia cree,
celebra, vive y ora. En este sentido la aportación del educador es fundamental, porque
es el mediador entre el educando y la propuesta de vida cristiana que se le ofrece. Y es
precisamente en su persona y a través de su quehacer en donde se manifiesta la realidad
más radical de todo crecimiento cristiano: la acción del Espíritu, que, como Maestro
interior, hace que fructifiquen las palabras, las propuestas, el ejemplo del educador.
Precisamente por esto, a pesar la crisis que actualmente se vive en la acción
educativa, no hay que perder la confianza, pues hay un factor fundamental: toda
educación se realiza desde la libertad y para la libertad. Esto supone una relación
personal y una confrontación en la que cada generación debe tomar su propia decisión.
El problema está en si el educador propone o simplemente trata de instruir.
5.1. El Espíritu Santo en la acción educativa
La acción educativa tiene en el educador un agente fundamental. Éste no es
simplemente alguien que instruye en una serie de conocimientos o habilita para una
determinada técnica. Es ante todo un educador, alguien que educa en la verdad y en la
libertad. “En un niño pequeño ya existe un gran deseo de saber y comprender, que se
manifiesta en sus continuas preguntas y peticiones de explicaciones. Ahora bien, sería
muy pobre la educación que se limitara a dar nociones e informaciones dejando a un
lado la gran pregunta acerca de la verdad, sobre todo acerca de la verdad que puede
guiar la vida”49. En esta línea, el educador no agota su tarea en la instrucción y la
información. Tampoco se puede dejar llevar por una neutralidad que le impida afrontar
las grandes cuestiones del sentido de la vida.
Pero desde una lectura cristiana del hecho educativo como acontecimiento personal,
y también dentro de la perspectiva que abre el don de la fe en cada uno, hay que afirmar
la acción del Espíritu como el Maestro interior que abre caminos y permite el
crecimiento del educando en todas sus dimensiones50. En realidad, como recuerda el
Cardenal Congar, el Espíritu es el que interioriza a Cristo en las personas, es Él el que
49
50
Benedicto XVI. La emergencia educativa. 2008
Catecismo Iglesia Católica, nº 737.
20
inspira las conciencias, suscita las iniciativas. Lo que Cristo vivió en el tiempo de su
carne debe tener un dinamismo y un porvenir en sus discípulos. Esto es lo que hace el
Espíritu: lleva a cumplimiento la verdad que es Cristo mismo. El Espíritu aparece como
Dios que llama sin cesar hacia delante, Dios principio de renovación y de novedad, el
don escatológico actuado ya en la historia51.
En esta línea se ha insistido en que el Espíritu Santo es el protagonista de la acción
evangelizadora de la Iglesia, y eso también podemos afirmarlo en relación con la acción
educativa, especialmente en lo que se refiere a la educación en la fe. “Él actúa por su
Espíritu sobre toda la realidad humana, pública y privada. Su señorío entra allí donde
los hombres ejercen, bajo la luz e impulso del Espíritu, la libertad regia de los hijos e
hijas de Dios frente a las esclavitudes de una creación sometida a la corrupción del
pecado”52. En esta línea, la acción del Espíritu nos ayuda a comprender la dimensión
personal de toda acción educativa, pues se sitúa en el corazón mismo de la relación, del
encuentro de libertades –la del educador y la del educando–, donde es posible una
formación para el correcto uso de la libertad y, en último término, para su apertura al
sentido último de la vida.
5.2. Educar, un camino de relación y de confianza.
El proceso educativo es eficaz cuando dos personas se encuentran y se relacionan
profundamente, cuando la relación se mantiene en un clima de gratuidad más allá de lo
inmediatamente útil, rechazando tanto el autoritarismo que ahoga la libertad como el
permisivismo que hace insignificante la relación. El Papa Benedicto XVI nos recuerda
que es necesario encontrar un equilibrio entre libertad y disciplina: “Sin reglas de
comportamiento de vida, aplicadas día a día también en las cosas pequeñas, no se forma
el carácter y no se prepara para afrontar las pruebas que no faltarán en el futuro. Pero la
relación educativa es ante todo un encuentro de dos libertades. Y la educación bien
lograda es una formación para un uso correcto de la libertad. A mediad que el niño
crece, se convierte en adolescente y después en joven; por tanto, debemos aceptar el
riesgo de la libertad, estando siempre atentos a ayudarle y a corregir ideas y decisiones
equivocadas. En cambio lo que nunca debemos hacer es secundarlo en sus errores,
fingir que no lo vemos o, peor aún, que los compartimos como si fueran las nuevas
fronteras del progreso humano”53. En todo esto, el educador está llamado a una tarea
fundamental: ser servidor en la gratuidad, recordando que Dios ama al que da con
alegría (2Co 9,7). Urge crecer en la pasión por educar, convencidos de su función
decisiva en el crecimiento de la persona.
5.3. Educar a la libertad y al sentido de la verdad.
Hoy vivimos una gran tentación en el campo educativo: renunciar a la misión que se
ha confiado a los educadores, o, incluso sin llegar a este extremo, vivirlo con un bajo
tono vital y sin un compromiso con la libertad y la verdad. El clima cultural en el que
vivimos lleva a veces a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de
51
Cf. Y. Congar. Llamados a la vida, p. 83-100.
CEE. Católicos en la vida pública, II
53
Benedicto XVI. La tarea urgente. 2008
52
21
la libertad, la verdad y el bien, de la bondad de la vida. Sin embargo, la respuesta pasa
por el coraje de proponer la verdad y la bondad de cuanto nos rodea, y de crear aquellas
condiciones que permitan el ejercicio de la libertad de quienes crecen en la vida. Ante
las dificultades que en el campo de la acción educativa, Benedicto XVI afirma: “¡No
tengáis miedo! En efecto, todas las dificultades no son insuperables. Más bien, por
decirlo así, son la otra cara de la medalla del don grande y valioso que es nuestra
libertad, con la responsabilidad que justamente implica. A diferencia de lo que sucede
en el campo técnico y económico, donde los progresos actuales pueden sumarse a los
del pasado, en el ámbito de la formación y del crecimiento moral de las personas no
existe esta misma posibilidad de acumulación, porque la libertad del hombre siempre es
nueva y, por tanto, cada persona y cada generación debe tomar de nuevo,
personalmente, sus decisiones. Ni siquiera los valores más grandes del pasado pueden
heredarse simplemente; tienen que ser asumidos y renovados a través de una acción
personal, a menudo costosa. Cuando vacilan los cimientos y fallan las certezas
esenciales, la necesidad de esos valores vuelve a sentirse de modo urgente; así, en
concreto, hoy aumenta la exigencia de una educación que sea verdaderamente tal”54
5.4. La necesidad de un ambiente. Ejemplaridad del educador.
Termino con este comentario de un gran estudioso de las ciencias de la educación,
W. Brezinka, que afirma: “Uno puede aprender a amar lo valioso sólo viviendo entre
personas que saben lo que lo es en medio de las cambiantes situaciones de la vida,
actúan de acuerdo con ello y exigen a sus hijos que hagan lo mismo. Quien crece en un
ambiente en el cual predominan las dudas sobre la jerarquía de valores, y una
inseguridad en la valoración de las cosas y de los acontecimientos, se volverá él también
dudoso e inseguro. Las ideas básicas concernientes a los valores han de ser creídas, si se
quiere que puedan servir de norma a la persona. Esa creencia se origina cuando el
sentimiento de la persona se habitúa ya desde muy pronto a la interpretación del mundo,
a las valoraciones y a las normas por las que se rige la gente con la cual se convive. Y
permanece viva sólo a condición de que sea protegida desde fuera por instituciones
permanentes y por el buen ejemplo de los demás”55.
Una razón más para esforzarse en esta búsqueda de una acción educativa que integre
todas las dimensiones y que cuide los distintos ambientes de vida, de forma particular la
relación educativa. En todo ello hay una cuestión decisiva: la calidad humana y cristiana
de los educadores. El Papa Benedicto XVI, en su Mensaje de la Jornada Mundial de la
Juventud 2011 afirmaba: “Vosotros, jóvenes, tenéis el derecho de recibir de las
generaciones que os preceden puntos firmes para hacer vuestras opciones y construir
vuestra vida, del mismo modo que una planta pequeña necesita un apoyo sólido hasta
que crezcan sus raíces, para convertirse en un árbol robusto, capaz de dar fruto”. Una
exigencia a la que los educadores, sean padres, maestros o profesores, o pastores,
estamos llamados a ofrecer una respuesta que pasa necesariamente por nuestra propia
experiencia cristiana, por la capacidad de dejarnos iluminar por la fe y disponernos a
vivir con alegría y entrega, bajo la guía del Espíritu, la acción educativa en los distintos
ámbitos. Pero teniendo siempre presente que, aunque nos encontramos con diferentes
54
55
Benedicto XVI. La tarea urgente. 2008.
W. Brezinka. La educación en una sociedad en crisis. Narcea, 1990, p. 54.
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ambientes y programas, todos debemos pensar con una misma finalidad: contribuir al
crecimiento humano y cristiano de los niños y jóvenes.
Por todo ello, el educador tiene un papel fundamental e insustituible. Quiero citar dos
textos que nos lo recuerdan de una forma radical. El primero es de un estudioso de la
pedagogía religiosa, Alain Wyler: “La palabra latina “educare”, tan cercana al verbo
“educere”, designa la acción de conducir fuera de, de llevar hacia. Educar, en el sentido
cristiano, es conducir hacia Dios, que se ha revelado en Jesucristo. El movimiento de la
educación se efectúa por medio de una relación. El educador entra en relación con otro,
crea un diálogo, ofrece una vocación que se explicita en una instrucción, aprecia
comportamientos, tiene paciencia, perdona si es preciso, abre un porvenir”. El segundo,
con el que concluyo esta aportación, es del Papa Benedicto XVI unos meses antes de
recibir este encargo tan comprometedor y valioso para la unidad de la Iglesia. Un texto
que recoge su aportación en referencia al valor decisivo del testimonio de la fe en la
vida de todo hombre y especialmente en la de todo educador: “En esta hora de la
historia se necesitan hombres que, a través de una fe luminosa y vivida, hagan creíble a
Dios en nuestro mundo. El testimonio negativo de los cristianos que hablan de Dios y
viven contra Él, ha oscurecido su imagen y abierto la puerta a la incredulidad. Tenemos
necesidad de hombres con la mirada puesta en Dios, que de Él aprendan la verdadera
humanidad. Tenemos necesidad de hombres cuya inteligencia sea iluminada por la luz
de Dios y a quienes Dios toque su corazón, de modo que su inteligencia pueda hablar a
la de otros y su corazón pueda abrirse también al corazón de los demás. Sólo a través de
hombres tocados por Dios, Dios puede retornar junto a los hombres”56
56
Cardenal Ratzinger. Subiaco, 1/04/2005
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