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EL TEATRO ESPAÑOL DE LA GUERRA CIVIL A NUESTROS DÍAS El teatro ha experimentado profundas transformaciones que afectan al texto y al espectáculo. Desde 1900 se reaccionó contra el teatro naturalista, que representaba la realidad; aparecieron el teatro simbolista, el expresionista o el surrealista, que en España fueron recogidos por los noventayochistas, Valle Inclán, Alberti o Lorca. En cualquier caso, si comparamos el teatro español con el europeo resulta pobre y poco innovador. En el primer tercio del siglo el teatro que triunfa es la alta comedia burguesa (Los intereses creados de Jacinto Benavente), el teatro en verso y el teatro cómico; todos de corte tradicional. El teatro innovador se personifica en Valle Inclán, más tarde en la generación del 27 y Lorca. En los años 30 y en la inmediata posguerra Benavente (Premio Nobel en 1922) crea escuela, y en ella destacan Luca de Tena, José López Rubio o J. Calvo Sotelo. Otros autores, que se inician con éxito, continuarán su labor en el exilio. Es el caso de Alejandro Casona, con La sirena varada, Nuestra Natacha o La dama del alba; o Max Aub, que escribe sobre el nazismo o la guerra mundial, San Juan, Morir por cerrar los ojos. Pero el teatro de la época está marcado por condicionamientos comerciales e ideológicos: las compañías siguen el interés económico de los empresarios y el público es burgués, en su mayoría. A la vez, la censura ejerce un control estricto sobre todo lo que se representa. El público busca fundamentalmente diversión y muchos autores no pueden estrenar su obra; en este teatro soterrado aparecen las inquietudes sociales. Se representan textos de autores extranjeros y el público comienza a preferir el cine. Aunque es importante la labor de los Teatros Nacionales: María Guerrero y Español, que crean sus propias compañías. En los 40 se vive una continuidad sin ruptura de la alta comedia, representan los mismos autores benaventianos (junto a Pemán y Edgar Neville) comedias de salón o dramas de tesis, con un estilo tradicional y una mínima crítica de costumbres. Tiene importancia también el teatro cómico, de Enrique Jardiel Poncela, Eloísa está debajo de un almendro, renovador, que introduce lo inverosímil hasta resultar absurdo. Y Miguel Mihura, que escribió en revistas de humor y fundó La Codorniz; fue guionista y colaboró en Bienvenido Mrs Marshall. Escribió la obra Tres sombreros de copa en 1932, pero se estrenó 20 años después. Mientras el autor se dedicaba al teatro comercial, El caso de la señora estupenda, El caso del señor vestido de violeta…buscando la sonrisa del público. La obra se considera precursora del teatro del absurdo de Ionesco, por el manejo del humor ilógico, mezclado con elementos del circo y el music-hall. Mihura escapa así del pesimismo y el desencanto que le rodean. Nace también un teatro existencial, preocupado e inconformista. En esta tendencia hay una obra clave, La historia de una escalera (1949) de Antonio Buero Vallejo. Condenado a muerte en 1936, e indultado en 1947; dos años más tarde se presenta al premio “Lope de Vega” y estrena su obra con gran éxito. Este dramaturgo defiende la tragedia como una visión lúcida del hombre. Su teatro pretende inquietar y curar: denunciar problemas sociales y ayudar a la superación personal y colectiva; sus obras no son pesimistas sino esperanzadoras. Sus personajes buscan la felicidad, la verdad o la libertad. Historia…tiene una estética realista, tres generaciones de habitantes de una misma casa nos presentan sus frustraciones y debilidades. En la década siguiente el autor evoluciona desde el teatro existencial y simbólico al teatro social, con En la ardiente oscuridad, La tejedora de sueños, Hoy es fiesta o Las cartas boca abajo. Esta segunda etapa, de compromiso comienza con El tragaluz: un experimento, en el que Buero utiliza la ciencia ficción, o dialoga con los personajes de la obra, y elabora una reflexión sobre la historia de España más reciente. Después continuará con dramas históricos como: Un soñador para un pueblo (Esquilache) o El concierto de San Ovidio. Su técnica pasa de la construcción cerrada a la obra abierta (no realista, más compleja, con participación del espectador). En su última etapa destaca La fundación, (1974) donde refleja simbólicamente la vida de presos políticos en la cárcel. Podemos considerar que Buero, con su teatro consciente, sombrío e inquietante ha conseguido el éxito sin necesidad de concesiones comerciales. Hacia 1955 aparece también la figura de Alfonso Sastre que intenta fundar un “Teatro de Agitación Social”, y pone en práctica sus ideas en Muerte en el barrio o La cornada. Otros autores siguieron la estela del teatro social en la década de los 60 y denunciaron la injusticia y la alienación: Los inocentes de la Moncloa (1960) de Rodríguez Méndez o La camisa (1962) de Lauro Olmo. Son obras realistas, con toques de sainete o, a veces, esperpénticas. Es un teatro comprometido, dirigido a un nuevo público universitario; pero no hay que olvidar que convive con el teatro comercial (Alfonso Paso, Jaime Salom o Ana Diosdado) Hacia 1970 se supera el realismo y se asimilan corrientes experimentales (el absurdo, Becht, Artaud) para conseguir un nuevo teatro de vanguardia. La dificultad mayor para estos dramaturgos es que el público los entienda (Francisco Nieva, Luis Matilla…) por su audacia formal. Su teatro sigue siendo de denuncia y protesta: contra la falta de libertad o la injusticia; pero su enfoque es simbólico o alegórico, como una parábola a descifrar, donde los personajes son símbolos del dictador, o el opresor; prefieren la farsa, lo grotesco y lo esperpéntico. El lenguaje suele ser directo y, en ocasiones poético. Su teatro es un espectáculo, en que son muy importantes los recursos escénicos (luz, sonido, música, expresión corporal, circo, etc.). Entre los autores que destacan por su calidad o por haber conseguido éxito de público están Fernando Arrabal, con El triciclo (1958), figura revolucionaria, que después de ser rechazado en nuestro país, estrenó en Francia. A su teatro se le llama “del absurdo”, “nuevo esperpento” o “teatro pánico”. El cementerio de automóviles, El arquitecto y emperador de Asiria…estuvieron prohibidas hasta 1975. Antonio Gala, por su parte, que cultiva el realismo poético, puede ser considerado un autor de éxito, Los verdes campos del Edén, Anillos para una dama, Petra Regalada que representa en el siglo XXI. Con la democracia se crearon en Madrid el Centro Dramático Nacional, el de Nuevas Tendencias Escénicas; y también otros en distintas Comunidades Autónomas (C. Andaluz de Teatro) y se apoyó económicamente el género dramático. Aparecen revistas como “Pipirijaina” y “Primer Acto” y las salas de teatro independiente, con pocos medios, donde se representa en una “cámara negra” (Cuarta Pared). Pero esta renovación no podría explicarse sin mencionar los grupos independientes: TEI, Tábano (Madrid), La Cuadra (Sevilla), Quart 23 (Valencia), Aquelarre (Bilbao), TEU (Murcia) y especialmente La Cubana, Dagoll Dagon, Els Joglars, Els Comediants, Teatro Lliure, o La fura dels baus, que siguen en activo. Estos grupos proponen la creación colectiva y en ella sintetizan lo experimental y lo popular: asimilan a Breccht, Grotowiski, Artaud, “Living Theatre”, pero también actúan en polideportivos o en la calle; se salen del espacio teatral al uso. La crítica habla de dispersión de tendencias y sigue faltando público que acuda masivamente a las salas. El vanguardismo de Francisco Nieva, escenógrafo y dramaturgo, La carroza de plomo candente, Malditas sean Coronada y sus hijas o Pelo de Tormenta, farsas donde presenta un país bárbaro, convive con la línea más tradicional. Puede mencionarse una generación de autores – hoy olvidados- : Rubial, Luis Riaza, Miguel Romero Esteso, Martínez Mediero o Alberto Miralles. Se vive una vuelta al teatro de autor, intensificada con el estreno de Fernando Fernán Gómez, Las bicicletas son para el verano (1982). Antes, José Sanchís Sinisterra había estrenado Ñaque y más tarde ¡Ay, Carmela!, ambas sobre el mundo del teatro. José Luis Alonso de Santos, con Álbum familiar, La estanquera de Vallecas o Bajarse al moro retrata personajes contemporáneos, perdedores que rozan la marginalidad y Fermín Cabal, Tú estás loco Briones, Esta noche gran velada o Castillos en el aire. En el fin de siglo aparece un grupo de autores de formación común que estrena a partir de 1984: Juan Mayorga, Sergi Belbell, Luisa Cunillé, Rodrigo García, Yolanda Pallín, Paloma Pedrero y José Ramón Fernández, Las manos, creación en torno al pasado rural más reciente; Ignacio Garcia May, Alesio, Los vivos y los muertos (2000) y Angélica Lidell, Ernesto Cabellero o Laila Ripoll. Son sus propios directores de escena. Y tienen en común la defensa de la libertad del hombre, la denuncia de la violencia sobre los débiles, las drogas, la incomunicación, el consumismo o sus propios fantasmas personales. Experimentan con el minimalismo escénico, la intertextualidad, el lenguaje audiovisual…Pero la verdad – según críticos y profesores de artes escénicas, como Haro Teglen o Mª José Ragué – que “la vanguardia escénica languidece” porque en España hay miedo de estrenar las obras de autores jóvenes; mientras los escenarios se llenan de reposiciones antiguas, obras extranjeras o musicales. Algunos triunfan como directores de escena, así Andrés Lima, con el grupo Animalario, con Las siamesas del puerto o Mariano de Paco. En la última década, las salas alternativas han sido el único lugar donde han estrenado los autores españoles vivos (92 )