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SPEECH/02/94 Dr. Franz Fischler Miembro de la Comisión Europea responsable de Agricultura, Desarrollo Rural y Pesca „La alimentación le hace a uno “ Educación, innovación e inversión al servicio de la calidad Alimentaria Barcelona, 4 de marzo de 2002 Estimado Miguel [Arias Cañete] Señores Ministros, Señoras y Señores: Me produce gran placer encontrarme en Barcelona con motivo de Alimentaria. He de decir que mi visita a la exposición, esta mañana, ha constituido un auténtico aperitivo: el recorrido a través de los stands, repletos de productos tales como jamón serrano, queso manchego y otras especialidades españolas, me ha preparado para saborear la exquisita cocina mediterránea que se nos ha ofrecido en el almuerzo. Con todo, creo que se disfruta más de la comida si se puede conversar al mismo tiempo. Permítanme, pues, continuar esta grata conversación con mi discurso. - En primer lugar, quisiera exponer, a grandes rasgos, la función particular que la alimentación desempeña en nuestra sociedad; - seguidamente, me referiré al problema de la calidad: en qué consiste, y qué incentivos podemos ofrecer para mejorarla; y - por último, hablaré sobre la Política Agrícola Común y la importancia creciente que se atribuye a la calidad, frente a la cantidad. 1) Alimentación y cultura Señoras y señores: Los alimentos son un tipo de producto distinto de cualquier otro. Para empezar, constituyen el soporte físico de nuestra vida. Pero eso no es todo. Desde la antigüedad, además de su función nutritiva, los alimentos han jugado un papel en la mitología y la religión. Hay un dicho español según el cual “de lo que se come se cría”, cuyo equivalente en inglés sería “you are what you eat” ("la alimentación le hace a uno"). Estoy totalmente de acuerdo; los alimentos que ingerimos forman parte de nuestra identidad, del mismo modo en que nuestra identidad influye en lo que cocinamos y comemos. ¿Qué significa esto en la práctica? Significa que las decisiones que tomamos sobre lo que comemos pueden y deben basarse en una opinión informada. No todo el mundo sabe distinguir qué productos son buenos y saludables. Para ello se requiere información y educación, y, en este sentido, creo que la campaña internacional en favor de la dieta mediterránea puede tomarse como ejemplo. Basándose en la investigación médica, la citada campaña ha preconizado en todo el mundo los efectos beneficiosos de los productos alimentarios mediterráneos, como el aceite de oliva o el vino tinto. El fuerte incremento que han experimentado las ventas de estos productos en las dos últimas décadas demuestra que el mensaje ha llegado a sus destinatarios. Confío en que el Cuarto foro internacional sobre la dieta mediterránea, que se celebra con motivo de Alimentaria, contribuya a consolidar el éxito de la campaña. Sin embargo, la educación no basta. Una vez decidido lo que desea comer, el consumidor quiere estar seguro de obtener la mejor calidad posible por un precio dado, lo que me lleva a la segunda parte del discurso. 2 2) Calidad ¿En qué consiste exactamente la calidad? Al hablar de calidad, se tienen en cuenta dos aspectos: uno irrenunciable y otro de valor relativo. Tienen un valor relativo, por ejemplo, el sabor, el valor nutritivo, la apariencia y el método de producción, ya que dependen, en gran medida de las preferencias personales. a) Aspectos irrenunciables de la calidad ¿Cuáles son, entonces, los aspectos irrenunciables de la calidad? Ha de haber, de entrada, una serie de normas básicas sobre la protección de los animales y del medio ambiente, que sean de obligado cumplimiento en toda Europa. Y, como es lógico, debemos garantizar la salubridad de los alimentos que ingerimos. Sin garantías de la inocuidad de un producto para el consumo, resulta ocioso valorar otros aspectos de su calidad. A lo largo de las últimas décadas, y merced a los importantes avances registrados en los ámbitos de la tecnología y la higiene, hemos conseguido mejorar el grado de salubridad de los alimentos como nunca hasta ahora. Sin embargo, crisis como las de la EEB y la fiebre aftosa han mermado la confianza de los consumidores. Tenemos la obligación de hacer todo cuanto esté en nuestras manos por recuperar esa confianza, y para ello habrá que contar con la colaboración de todos: tanto de los agricultores como de los empresarios del sector alimentario, de los Estados miembros y de la Unión Europea. En un mercado común, como el que hemos creado, no podemos permitir que convivan distintas normas de seguridad alimentaria. Los alimentos que consumimos han de presentar el mismo grado de salubridad en cualquier lugar de Europa. La apertura de las fronteras y el abaratamiento del transporte hacen que esto adquiera hoy mayor importancia que nunca. ¿Qué hemos hecho hasta ahora? Las recientes crisis alimentarias nos han llevado a endurecer nuestra política en la materia, política que reposa sobre tres pilares: en primer lugar, una normativa rigurosa y coherente que abarca toda la cadena alimentaria, del plato al establo. En segundo lugar, hemos creado una Autoridad de Seguridad Alimentaria, que ha iniciado su actividad hace dos meses y que ofrecerá asesoramiento científico independiente sobre seguridad alimentaria a los responsables políticos europeos. Con todo, la legislación y el asesoramiento científico no bastan. Es necesario, además, aplicar rigurosamente la normativa y realizar controles, y es aquí donde entran en juego los Estados miembros de la UE. Resulta inaceptable que los Estados miembros pacten en Bruselas medidas de seguridad alimentaria que después no apliquen o cuya aplicación no supervisen. Como hemos tenido ocasión de comprobar, son numerosos los Estados miembros que han debido hacer frente a problemas; espero, pues, sinceramente, que demos a los controles prioridad absoluta. b) Valores relativos de la calidad La salubridad no es, obviamente, sino una condición previa en la producción de los alimentos. Lo que realmente confiere a los productos alimentarios su carácter inconfundible son los valores relativos o subjetivos de la calidad, como el sabor, el aspecto, el olor, el método de producción o las ventajas que presentan. Son éstos los valores en los que los consumidores se basan a la hora de decidir qué productos compran. 3 Cabe preguntarse, por tanto, si la UE debería fijar normas de calidad, al igual que ha establecido normas de seguridad. Mi respuesta es un NO rotundo. La existencia de un mercado común no tiene por qué comportar la imposición de normas de calidad comunes y obligatorias. Europa cuenta con una gran diversidad de culturas y tradiciones culinarias que debemos preservar, porque es esa diversidad la que nos enriquece. Toda noción uniforme de calidad la destruiría. El consumidor es el rey, y debe ser él quien decida lo que prefiere. La educación puede ayudarle a tomar decisiones informadas, pero en modo alguno nos incumbe regular sus preferencias. Dicho esto, hay aún amplio margen para la adopción de medidas. Aun cuando no podamos definir la calidad, deberíamos al menos fijar un marco que favorezca la producción de calidad. ¿Cómo podemos hacerlo y qué incentivos podemos ofrecer? Etiquetado En primer lugar, debemos garantizar que pueda reconocerse fácilmente un determinado nivel de calidad. La producción de calidad constituye el punto fuerte de Europa; ahora bien, para que los productores obtengan un precio justo por el valor añadido de sus productos, la calidad de éstos debe ser fácilmente reconocible. De ahí que hayamos establecido normas de etiquetado, cuyo objeto es permitir que el consumidor sepa lo que compra. Conviene informarle, por ejemplo, del valor nutritivo de los alimentos. Las normas de etiquetado de la UE exigen que en la etiqueta se mencionen los ingredientes de los productos alimentarios compuestos y, en algunos casos, elementos nutricionales específicos. Otra rama de la producción de calidad es la que representa la producción ecológica. Hace diez años, la Unión Europea adoptó normas precisas en relación con la producción ecológica, y hace dos, se introdujo una etiqueta europea para esta clase de productos. Merced a esas medidas, los consumidores europeos pueden esperar que lo que adquieren como productos ‘ecológicos’, lo sean realmente, con independencia de que procedan de Finlandia o de Portugal. Para ello, si se considera que los controles existentes son inadecuados, habrá que reforzarlos. Otro aspecto muy importante del etiquetado es la protección del origen. Algunos de los productos alimentarios tradicionales europeos han pasado a convertirse en auténticas marcas comerciales. Ya me he referido antes al queso manchego y al jamón serrano, pero piénsese también en las numerosas variedades regionales de aceite de oliva, como Les Garrigues. Se trata de denominaciones protegidas por la normativa europea en todo el territorio de la Unión. Con ello se garantiza que el queso manchego proceda, efectivamente, de La Mancha y no de cualquier otra parte del mundo. 4 Por último, necesitamos también establecer normas precisas sobre un problema de gran actualidad, el de los organismos modificados genéticamente. Debe darse a los consumidores europeos la posibilidad de decidir si desean comprar alimentos que contengan OMG o no. Para ofrecerles esa opción, son necesarias dos cosas: trazabilidad y etiquetado. De ahí que, ya en 1997, la UE impusiera el etiquetado obligatorio tanto de los OMG en sí como de los contenidos en los alimentos. Pero queremos ir más lejos, y hacer extensivas las normas de trazabilidad y etiquetado a la absoluta totalidad de productos alimentarios: a ello obedece la propuesta que la Comisión Europea adoptó el pasado mes de julio, y que actualmente debate el Parlamento Europeo, cuyo objeto es mejorar y hacer más estrictas las normas. Innovación e investigación El problema de los OMG me lleva a hablar de la segunda herramienta de que disponemos para mejorar la calidad, la innovación. Si queremos innovar, debemos dedicarnos intensamente a la investigación, porque es mucho lo que aún necesitamos saber. Por una parte, necesitamos investigar más a fondo los riesgos que, para la salubridad de los alimentos, representan fenómenos como el de la EEB. Por otro, debemos aprender a aprovechar las nuevas posibilidades que nos brinda el desarrollo de las ciencias de la vida. Las nuevas tecnologías brindan, sin duda, nuevas posibilidades, entre las que podemos citar la de incrementar el rendimiento de las plantas agrícolas, mejorar su resistencia a los insectos y enfermedades y aumentar la competitividad de los agricultores europeos. Pero nuestros ciudadanos quieren saber - y con razón - si los alimentos modificados genéticamente son inocuos para el consumo humano y no perjudican al medio ambiente. Por tanto, nuestra actuación deberá basarse en la cautela. Cautela, no alarma. Necesitamos más investigación y mejores herramientas de gestión del riesgo para, de un lado, aprovechar las oportunidades y, de otro, controlar los riesgos. Este es el objetivo que persigue la nueva estrategia sobre las ciencias de la vida y la biotecnología, que la Comisión Europea ha hecho pública hace algunas semanas. Nos encontramos en una encrucijada en la que debemos decidir qué dirección tomar, y la nueva estrategia nos ayudará en esta decisión. 3) La PAC y la calidad Ahora bien, ¿cómo puede la política agrícola en sí favorecer la calidad? Desde su creación, la política agrícola común de la UE se ha centrado preferentemente en el aspecto cuantitativo de la producción. Sin embargo, desde que, en la década de los setenta, Europa superó el umbral de la autosuficiencia, los mercados agrarios han venido impulsados por la demanda, lo que significa que hemos debido desplazar el énfasis de nuestra política de la oferta a la demanda. Las reformas de 1992 y 1999 constituyeron un primer paso en la dirección adecuada; la reducción del apoyo comunitario a los mercados ha hecho que nuestros productos agrarios sean más competitivos, y los agricultores europeos vuelven a responder a las señales del mercado. Pero no basta con esto. Dado que la alimentación constituye para todos ustedes el centro de su actividad cotidiana, no necesito explicarles que la competitividad no es meramente una cuestión de precios, sino también de calidad y de marcas. 5 Si un agricultor o una empresa de transformación quiere lograr mayores niveles de calidad o fabricar productos realmente inconfundibles, necesita invertir. Es indispensable, por tanto, que los agricultores y los empresarios del sector de la transformación obtengan ayudas que les permitan realizar tales inversiones. A eso, exactamente, va encaminada la política de desarrollo rural de la UE. Concretamente, apoyamos las inversiones destinadas a la producción de calidad, la producción ecológica, medidas de comercialización, y la mejora de las tierras. También apoyamos medidas en materia de formación e inversiones destinadas a mejorar las infraestructuras de las zonas rurales. En España, la UE canaliza su apoyo al futuro de la agricultura a través de diversos programas de desarrollo rural, concretamente, tres programas horizontales para todo el Estado, y uno para cada región. Tomemos, por ejemplo, Cataluña, que acoge esta feria. Las ayudas que concedemos, específicamente, a Cataluña ascienden a unos 400 millones de euros, aproximadamente; de ellos, la mayor parte, es decir, 269 millones de euros, se destinan a inversiones y a financiar mejoras en las estructuras de producción. Además del programa de desarrollo rural, en agosto pasado pusimos en marcha uno de los denominados programas LEADER+ en Cataluña, a través del cual la UE aportará otros 25 millones de euros para proyectos innovadores de ámbito local en zonas rurales, entre otros, proyectos de comercialización y de cooperación. Pero lo que debe subrayarse es que se trata de iniciativas procedentes en su totalidad de grupos locales, en las que la contribución de la UE se limita a la financiación. Como ven, hemos adoptado diversas medidas que ponen el énfasis en la calidad, antes que en la cantidad. Con todo, cabe preguntarse si lo que se ha hecho hasta ahora es suficiente. Yo lo dudo. Con las dos reformas de la pasada década, hemos destinado a medidas de desarrollo rural alrededor del 10% del presupuesto agrario; el resto sigue destinándose a financiar el apoyo a los mercados y las ayudas directas. Considero que, si realmente pretendemos conseguir que la agricultura europea sea más competitiva, debemos prestar mayor atención que hasta ahora a las medidas de desarrollo rural. Este año, la evaluación intermedia de la Agenda 2000 nos brinda la posibilidad de efectuar nuevos reajustes dentro de los límites de nuestro presupuesto. Creo que puede ser una buena oportunidad para reforzar el segundo pilar de la PAC. Y es que una cosa está clara: poner el acento en el segundo pilar es ponerlo también en una mayor calidad. Conclusión Señoras y señores, Permítanme, para concluir, recapitular las ideas que he expuesto. La alimentación es parte de nuestra cultura. Por tanto, tenemos que cuidarla y refinarla si queremos evitar encontrarnos en el futuro ante una mezcla aleatoria de productos de escasa calidad. La Unión Europea centrará sus esfuerzos en garantizar la salubridad de los alimentos en nuestro mercado común. Sin embargo, corresponde a los agricultores y al sector de la transformación conferir a sus productos un carácter inconfundible. Muchos productos alimentarios españoles se han convertido ya en auténticas marcas comerciales. Debemos colaborar en el futuro, los sectores público y privado, para crear nuevas marcas y mejorar la calidad exclusiva de los productos alimentarios europeos. 6 Considero que esta feria nos ofrece una magnífica oportunidad para intercambiar ideas sobre la calidad y descubrir nuevos productos de calidad. Quiero, por tanto, expresar mi agradecimiento a los organizadores, y desear a todos los visitantes y expositores una estancia interesante y provechosa en Alimentaria. Espero que disfruten de los productos que encontrarán aquí. Como dicen los ingleses con acierto: “Quality speaks for itself!” (“la calidad habla por sí sola”). Les agradezco la atención que me han prestado. 7