Download E. Basombrio: La experiencia fundamental para toda la humanidad

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COLECCIÓN “VIDA ABUNDANTE”
LA EXPERIENCIA FUNDAMENTAL PARA TODA
LA HUMANIDAD
E. Basombrío
INTRODUCCIÓN
Recordemos que el Bautismo en Espíritu Santo y fuego, iniciado el día de Pentecostés, es no sólo la
experiencia fundamental de la RCC, sino también la experiencia fundamental para toda la Iglesia,
para todas las Iglesias, para todas las religiones, para toda la Humanidad. Se trata de la Venida del
“otro Paráclito”, dado por Jesús “sin medida”, tan importante como la Venida de Jesús a este
mundo. El Espíritu Santo también está presente y operante constantemente en el mundo para
compartir su Vida con todo el que se abra al Don. De este modo se participa realmente de la vida de
Cristo (cfr. Rm 8, 2), guiado por el mismo Espíritu Santo y se penetra en el misterio de Dios Padre,
“por obra y gracia del Espíritu Santo”.
La RCC ha tenido esta experiencia y la agradece con toda el alma, alabando a Dios por tan
inmenso don, por todos los bienes que se han recibido en nuestra vida de fe y por haber podido
hacer participar a tantos otros de esta misma gracia, por la evangelización en el Espíritu Santo,
“mensaje que los ángeles ansían contemplar” (1 P 1, 12). Ello no es otra cosa que el kerigma, o
primer proclamación del Evangelio, que culmina con el Bautismo en Espíritu, don inmenso de Dios
para toda la Iglesia, para todas las Iglesias, para la RCC, para todos los seres humanos.
Esta experiencia, en efecto, “es para todos, para ustedes, para sus hijos, para los que están lejos,
para cuanto llamare el Señor Dios nuestro” (Hch 2, 39). Tengamos en cuenta que “si es para
todos”, Dios está llamando a todos para hacerles participar de esta experiencia, sin acepción de
personas: Se trata de un don universal que subsiste en nuestro mundo para siempre y es
experimentable, como cualquier otro dato de experiencia en este mundo. Para el ser humano,
quienquiera que sea, será cuestión de aceptar y recibir lo que Dios revela a toda la Humanidad.
El Magisterio de la Iglesia a través de Juan Pablo II ha pedido hacer efectiva esta experiencia a
toda la Iglesia, especialmente a los Obispos y en todos los niveles*. Ello concuerda con lo que está
revelado (cfr. Hch 1, 5.8; 2, 39). Por lo tanto es Palabra de Dios vivo, recordada por los Papas,
expresada suficientemente en la Escritura y en la Tradición de la Iglesia.
LOS PROYECTOS DEL PADRE
El Padre en sus proyectos ha regalado esta experiencia vital de extremada importancia acerca de
Dios a toda la Humanidad, a través del envío concreto de sus misiones divinas del Hijo y del Espíritu
Santo. Por el Hijo se logra un conocimiento a nivel humano-divino. Por el Espíritu de Dios, un
conocimiento perfecto, enteramente espiritual, de las cosas de Dios, como Dios lo quiere. En ese
momento se tiene experiencia del Padre y del Hijo en un encuentro personal con ambos, por obra y
gracia del Espíritu Santo que en, cualquier momento viene. En este sentido, en este proyecto, al
Espíritu le atribuye “llevar a la verdad completa (de la Revelación divina) y enseñarlo todo (cuanto
es necesario en este mundo para conocer la realidad de Dios)” de un modo auténticamente espiritual,
desconocido para el hombre natural, pero verificable por propia experiencia. La fe es sobre todo
experiencia del poder de Dios. Sin ella, no se ha desarrollado aun la verdadera fe (cfr. 1 Co 2, 5). Se
trata de Dios Omnipotente que se ha revelado a sí mismo. Ambas misiones, la del Hijo, Jesucristo, y
la del Espíritu Santo están presentes y operantes en el mundo por la fe que cree en esta presencia
carismática. De aquí la importancia de lo carismático en la Iglesia ordenada a una experiencia
espiritual sin precedentes. El ser humano no la podría conocer por sí solo. “Dios tiene poder para
realizar las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder
que actúa en nosotros” (Ef 3, 20). Esta experiencia se verifica por la fe que da el conocimiento
*
IVª Conferencia Episcopal Latinoamericana de Santo Domingo. Juan Pablo II. Discurso Inaugural.
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espiritual como que procede de Dios, como don perfecto (cfr. St 1, 17). Sin él, no es posible conocer
y menos vivir el misterio de Dios.
Pero se da un hecho que a todo cristiano hace ver la trascendencia fundamental del envío del Espíritu
Santo. Siempre ha llamado la atención el poco o reducido conocimiento que manifestaban los
Apóstoles y discípulos con respecto a ciertas revelaciones hechas por Jesús, todas ellas de vital
importancia. Por lo tanto, era necesario algo más para que la riqueza integral de la Revelación divina
y para que la persona de Jesús se hicieran también carne, en la mente y en el corazón de todos
quienes lo escuchaban a él y de todo aquel que lea la Sagrada Escritura. Ello no sólo pasó con sus
Apóstoles y discípulos, sino también con el pueblo elegido. Pero sobre todo con aquellos que aún no
han pasado por esta experiencia fundamental con el Espíritu Santo, llamada por Jesús “Bautismo en
Espíritu”. Muchos seres humanos no saben cómo relacionarse sencillamente con Dios. Los judíos
tampoco atinaban a ponerse de acuerdo con muchas cosas ya reveladas en el Antiguo Testamento.
Por eso Jesús habló a éstos que decían conocer las Escrituras: “USTEDES INVESTIGAN LAS
ESCRITURAS YA QUE CREEN TENER EN ELLAS VIDA ETERNA; ELLAS SON LAS QUE
DAN TESTIMONIO DE MÍ; Y USTEDES NO QUIEREN VENIR A MÍ PARA TENER VIDA”
(Jn 5, 39-40). No entendieron las Escrituras. Tampoco los Apóstoles entendían todavía a Jesús.
Entonces debería hacerse evidente para judíos y para cristianos que Jesús se constituía con estas
palabras, en la piedra fundamental de un conocimiento que ante todo es VIDA. Se trata de una
promesa velada de que él mismo llevaría a la Fuente de esta VIDA, como lo es el Espíritu Santo, y
así lo hizo. Los Apóstoles cometen un error parecido. Ello se manifiesta cuando Felipe le dice a
Jesús: “Jesús, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Pero Jesús le replica: “¡Tanto tiempo hace
que estoy con ustedes y no me conoces Felipe! El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 1, 89). Ello significaba que aún les faltaba el Don del Espíritu Santo en la plenitud con que se da, cuando
se pasa por la experiencia de ese momento en que Jesús bautiza en él. Luego añadirá algo misterioso:
“Las palabras que yo digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que
realiza las obras” (Jn 14,10).
Todo este planteo humano-divino hecho por Jesús desemboca claramente en la solución definitiva,
por ser el proyecto del Padre: “PERO LES DIGO LA VERDAD: LES CONVIENE QUE YO ME
VAYA, PORQUE SI NO ME VOY, NO VENDRÁ A USTEDES EL PARÁCLITO; PERO SI ME
VOY, SE LOS ENVIARÉ” (Jn 17, 3).
¿Qué hará el Espíritu Santo? LO QUE EL JUDÍO, EL CRISTIANO Y TODO CREYENTE
NECESITAN PARA NO ERRAR LASTIMOSAMENTE EN LA INTERPRETACIÓN Y
SOBRE TODO, EN LA VIVENCIA DE LA REVELACIÓN DIVINA, NO HUMANA, TAL
COMO EL ESPÍRITU SANTO LA ENSEÑA Y SIN LAS INTERFERENCIAS INDEBIDAS
DE LOS CRITERIOS MERAMENTE HUMANOS. Jesús ha dicho todo acerca del actuar del
Paráclito.
Aquí está la experiencia fundamental de todo el judaísmo, del cristianismo y de todos los seres
humanos como prenda fundamental de toda unión, no sólo entre cristianos sino de cristianos con
judíos, y entre todos los seres humanos que quieran de verdad conocer la Revelación divina. Sólo
una cosa es necesaria: ser fieles al Espíritu de Dios. Él es el mismo que une a todos en el Amor y en
la Verdad como hace de las tres personas divinas un solo Dios. Esta maravilla es imposible, si no es
POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO. Él es la llave que abre todos los misterios de
Dios “porque no se nos ha dado el espíritu del mundo sino el que es de Dios para conocer todas las
gracias que él nos ha concedido” (1 Co 2, 12) y el que lleva a la vida plena prometida por Jesús. Por
eso él lo ha dado “sin medida” en su obra redentora.
Sin advertirlo, a quien debía darse la mayor importancia, al Espíritu Santo, tal como el Padre y el
hijo lo han deseado, es al que menos importancia le dan muchos, aun siendo creyentes. Baste
conocer todo lo que Jesús ha revelado de esta persona para saber lo que él hace encada creyente. La
segunda enseñanza fundamental es que nadie debe entregarse a su propio criterio en el marco de la
Revelación divina. Ello vale para todas las religiones. El propio criterio es fuente permanente de
toda división, contradicción y escándalo para Cristo, concretamente: “POR TENER
PENSAMIENTOS QUE SON DE LOS HOMBRES Y NO LOS DE DIOS” (Mt 16, 23).
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¿Cómo no llamar a este encuentro personal con el Espíritu Santo “experiencia fundamental” que
necesita todo el mundo? Ella es el fundamento de toda vivencia profunda de lo que ha sido revelado,
como fuente de toda Vida cristiana. Ella desemboca en la santidad misma. Esta experiencia fuerte de
vida es la que la explica y, más aún, la hace posible, en virtud del poder de Dios.
Dios quiere “ADORADORES EN ESPÍRITU Y EN VERDAD”, pero no cristianos, ni judíos ni
seres humanos sólo con el rótulo de tales, sin la menor intención de serlo en verdad. Así sucede en
muchos de ellos precisamente por falta de esta experiencia que los deja huérfanos de aceptar en
plenitud al Espíritu de Dios. Por lo tanto, a mitad de camino, sin desarrollar la potencia inimaginable
de vida que Dios ha regalado a los seres humanos. Para decirlo de otra manera, no han llegado aún a
la verdad completa de la verdad divina revelada, por falta de Espíritu Santo. Él permanece en
muchas personas, en potencia, es decir, en un poder ser que todavía no es. Por eso esta experiencia
es “fundamental”. Ella lleva al misterio integral de Dios, conducidos por el Espíritu Santo, como
Jesús lo es, por el Espíritu de la Verdad. Es el proyecto del Padre.
No debe extrañar para nada, en un creyente, que esta experiencia viva la dé el Espíritu Santo como
fuente de todo conocimiento verdadero del Dios único (cfr. 1 Co 2, 12; CIC, 683). Para nada debe
interesar a un ser humano verdaderamente religioso lo que dice un hombre acerca de Dios, sino
estrictamente lo que Dios le dice al hombre. El hombre es la fuente de muchos mitos, leyendas y
falsas religiones, como de todas aquellas “religiones” que les falta el Espíritu de Dios, que es
Espíritu de la Verdad sobre Dios.
LA SANTIDAD
Jesús mismo revela: “Por ellos me santifico a mí mismo, PARA QUE ELLOS TAMBIÉN SEAN
SANTIFICADOS EN LA VERDAD” (Jn 17, 19). La Escritura revela: “Ésta es la voluntad de
Dios: que se santifiquen” (1 Tes 4, 3). Jesús vuelve a decir: “Sean perfectos como mi Pare celestial
es perfecto” (Mt 5, 48). Y, en el Antiguo Testamento se repite varias veces: “Sean santos para mí
porque yo, Yavé, soy santo” (Lv 20, 26). Por lo tanto, LA SANTIDAD QUE ES REPRODUCIR
DE ALGUNA MANERA LA IMAGEN DE CRISTO (cfr. Rm 8, 29) ES UNA VOLUNTAD
EXPRESA DE DIOS MANIFESTADA MÁS CLARAMENTE EN EL NUEVO
TESTAMENTO. ES LO QUE TODO CREYENTE DEBE HACER: DEJAR A DIOS
REALIZAR EN CADA UNO LA PROPIA SANTIDAD. DEJAR A DIOS SER DIOS.
Pero así como nadie se salva sin él, de la misma manera, nadie se santifica sin Dios. La santidad es
la salvación en plenitud. Es el objetivo, dentro de los proyectos del Padre, para todo creyente, para
que éste alcance la plenitud de la fe, esperanza y caridad. Estas virtudes teologales relacionan
perfectamente con Dios y con los demás seres humanos. Por lo tanto, es haber comprendido y vivido
la Revelación hasta sus más profundos detalles, no sólo para conocer, sino sobre todo para vivir
plenamente lo revelado. Es haberle dado a ella el valor que Dios le ha dado. Es la mejor respuesta a
Dios en la vida de todo cristiano, como auténtico acto de adoración. Es lo que manifiesta el
verdadero crecimiento de todo creyente.
Sin embargo, lejos está de la mente de muchos de ellos, el hecho de tomar la santidad en serio.
Alguien le susurra al oído: “Eso no es para ti. ¡Mírate quien eres! No puedes pretender la santidad”.
Obviamente el que susurra estas cosas no es Dios, pues él manda a todos los creyentes ser santos.
Fácilmente se intuye en aquellas palabras al “mentiroso y asesino”, como llama Jesús a Satanás (Jn
8, 48). Si él está envidioso de la salvación del creyente, ¡cuánto más de la santidad del cristiano que
es plenitud de salvación!
Sin embargo, el primer paso de toda salvación es reconocer la propia condición de pecador. No deja
de ser ello un don de Dios. Por eso en la vida de los santos, ellos mismos se llaman pecadores. A
algunos les parece que exageran. Sin embargo es el primer paso hacia la santidad. Al ser conscientes
de su condición pecaminosa, claman con insistencia a Dios. Ese clamor les hace lograr la
misericordia de Dios. Porque nadie se hace santo, así como nadie se salva por sí mismo, sino que es
el Espíritu de Dios a quien se le atribuye la santidad. Es siempre la misericordia de Dios la que obra
en el creyente. “Misericordia”, quiere decir “corazón para el mísero”, que es todo ser humano sin su
ayuda. Es el Todopoderoso que eleva al nada-poderoso, que es el hombre en materia religiosa,
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Ciertamente que no se clamaría así, si alguien fuera guiado por el propio criterio, con un falso
concepto de la santidad o viviendo en una falsa religión, inventada siempre por hombres. Esto es lo
que procede del mal espíritu y no de Dios. Los santos asumen sobre todo que sin Dios nada pueden
hacer, como les reveló Jesús. Ni siquiera salvarse. ¡Cuánto menos la santidad! Es nada menos que la
experiencia de la verdadera dependencia santa que todos los seres humanos tienen con Dios.
No reconocer esta dependencia total es el origen de la herejía pelagiana, incrustada lamentablemente
en muchos de sus miembros. Son los que deforman el verdadero concepto de lo religioso. Esta
herejía hace depender condiciona la fe con sus propios criterios y esfuerzos personales; no la pone en
el poder de Dios, para escándalo de Cristo, por “TENER PENSAMIENTOS QUE SON DE LOS
HOMBRES Y NO LOS DE DIOS” (Mt 16, 23).
En ninguna pretendida sabiduría humana está basada la fe ni la religión, sino en la experiencia del
poder de Dios (1 Co 2, 5). Sólo en él y por él, el creyente se santifica. Por donde se deduce que la fe
es experiencia de este poder divino. Ésta lleva a la santidad. Es desde donde se avizora cómo Dios
realiza sus obras, a través del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Olvidar, no tener en cuenta, o la indiferencia sobre el misterio trinitario son las causales de
innumerables errores y omisiones inexplicables en muchos miembros de la Iglesia.
Nada puede ser comprendido a fondo en la Revelación divina, si no es a través de las tres personas
divinas, sin omitir a ninguna de ellas. La Santísima Trinidad debe estar en el centro de la vida y de la
experiencia de todo creyente. Enseña el Credo mayor de la Iglesia católica que “CREEMOS EN EL
ESPÍRITU SANTO, SEÑOR Y DADOR DE VIDA, QUIEN CON EL PADRE Y EL HIJO,
RECIBE UNA MISMA ADORACIÓN Y GLORIA”.
La razón teológica de ello es que las tres personas son un mismo y único Dios. Darle a una sola
persona toda la adoración y gloria, desplazando de la manera que sea a las otras dos, es simplemente
una herejía. Atenta contra el dogma trinitario, contra el Credo que se recita especialmente en la
Celebración de la Eucaristía y contra la revelación máxima del Señor Jesús. El Nuevo Testamento es
el Libro de la Santísima trinidad, por todo lo que Jesús ha revelado sobre el misterio de Dios, del
Padre, del Espíritu Santo y de sí mismo.
CÓMO LLEGAR A LA SANTIDAD
Ella, que es imposible para el creyente, sin la gracia de Dios, se hace más que posible sólo por ella.
Pero cabe preguntarse cómo obra Dios concretamente para lograr lo que a todo ser humano le es
imposible por su propia naturaleza. Ésta dificultad entorpece el trato íntimo con las personas divinas.
No deja se ser ésta una pregunta vital.
De este modo, el creyente se aproxima a aquella “EXPERIENCIA FUNDAMENTAL”, necesaria
en absoluto para superar tantas dificultades como tiene cualquier ser humano para vivir en plenitud
el Evangelio del Señor Jesucristo. Lo que parece sólo un espejismo es una verdad asombrosa.
LA EXPERIENCIA FUNDAMENTAL
Ella, para ser fundamental, debería reunir el misterio de Dios y la integralidad de los dones de Dios.
Por eso está revelado: “NO SE NOS HA DADO EL ESPÍRITU DEL MUNDO, SINO EL
ESPÍRITU QUE VIENE DE DIOS, PARA CONOCER TODOS LOS DONES QUE DIOS NOS
HA OTORGADO” (1 Co 2, 12). Ésta es la misión atribuida al Santo Espíritu.
Se trata de la tercera persona divina, a la que muchas veces no se le ha dado la importancia que el
Padre y el Hijo le han dado, instigados por el mal espíritu. El olvido o la indiferencia o la ignorancia
de esta persona implican de algún modo una ausencia peligrosa del Paráclito en el creyente que sea y
ocupe el cargo que ocupare.
El pueblo judío rechazó al Mesías a pesar de que en el Antiguo Testamento tenían todo lo que se
decía sobre él. Hasta ellos mismo hicieron con él lo que ya estaba profetizado. Les faltaba aún la
Vida en Cristo Jesús (cfr Jn 5, 39-40) y también, la Vida en el Espíritu.
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El cristiano corre el grave riesgo de rechazar al Espíritu Santo, si no lo considera como quiere el
Padre y el Hijo; al no saber apreciar lo que el Antiguo Testamento y el Nuevo han revelado de esta
persona.
La Santísima Trinidad ha querido compartir con todos los creyentes el mismo Espíritu Santo que
hace a las tres personas un sólo Dios. Él es el Don de unión por excelencia, gracias al sacrificio de
obediencia del Hijo, según el proyecto del Padre.
Por lo tanto, en él se halla la fuente primaria y universal de toda unión en el Amor y en la Verdad
divinas. Por eso habla san Pablo, como Palabra de Dios, “DEL ESPÍRITU QUE VIENE DE
DIOS”. Y ya se han revelado sus objetivos. ¡Es muy contradictorio, en las cosas que Dios ha
revelado, buscar este Amor, esta Verdad, esta Unión por cualquier lado, según los criterios humanos,
menos donde ellos están.
La pregunta obligada es: Entonces, ¿cuándo viene el Espíritu Santo que “desciende de lo alto”, como
ya estaba revelado en el Antiguo Testamento?: “¿QUIÉN HABRÍA CONOCIDO TU VOLUNTAD,
SI TÚ NO LE HUBIESES DADO LA SABIDURÍA Y NO LE HUBIESES ENVIADO DE LA
ALTO TU ESPÍRITU SANTO” * (Sb 9, 17).
Tan importante es esta venida del Espíritu de Dios, que la Palabra de Dios revela: “SÓLO ASÍ SE
ENDEREZARON LOS CAMINOS DE LOS MORADORES DE LA TIERRA, ASÍ
APRENDIERON LOS HOMBRES LO QUE A TI TE AGRADA Y GRACIAS A LA SABIDURÍA
SE SALVARON” (Sb 9, 18). Así se habla de la inmensa virtud del Espíritu y cómo endereza los
caminos tantas veces torcidos de los hombres, para lograr su salvación en plenitud.
Ello tuvo lugar desde el día de Pentecostés, en que Jesús comienza a bautizar en el Espíritu a quien
cree en él y tiene sed de Dios: “El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie,
GRITÓ”.
Muy importante debía ser lo que él habría de anunciar. Se trataba de algo fundamental: “ ‘Si alguno
tiene sed, venga a mí y beba el que crea en mí’, como dice la Escritura: de su seno correrán ríos
de agua viva’ ” (Jn 7, 38).
¿De quién hablaba Jesús? ¿Qué significan esas “aguas vivas? Lo explica el mismo san Juan:
“ESTO LO DECÍA REFIRIÉNDOSE AL ESPÍRITU QUE IBAN A RECIBIR LOS QUE
CREYERAN EN ÉL. PORQUE AÚN NO HABÍA ESPÍRITU, PUES JESÚS TODAVÍA NO
HABÍA SIDO GLORIFICADO” (Jn 7, 39).
¡Cuánto tiene que ver esta Promesa del Espíritu realizada por Jesús, con la experiencia fundamental
para toda la humanidad! Cuando Juan dice: “No había aún Espíritu Santo” se refería a cuando lo
habría de haber en el Nuevo Testamento, en abundancia, “sin medida”, de una manera única,
convincente y como se deduce de los textos paralelos, sensiblemente. ¡Cada vez más claro! Es la que
todo ser humano necesita imperiosamente para creer en Dios y dejarse conducir por él, como enseñó
Jesús, en cuanto hombre.
¿Cuándo Jesús fue glorificado con la máxima y definitiva glorificación? Ello se narra en Hch 2, 33.
Lo que sucede en el cielo repercute en toda su trascendencia en la tierra. Se gesta la Venida del
Espíritu Santo, la Gran Promesa del Padre y del Hijo, el día de Pentecostés: “EXALTADO POR LA
DIESTRA DE DIOS, HA RECIBIDO DEL PADRE EL ESPÍRITU SANTO PROMETIDO Y HA
DERRAMADO LO QUE USTEDES VEN Y OYEN” (Hch 2, 33). ¡La Venida del Espíritu Santo
se hizo presente y operante ese mismo día! Era algo que realmente se estaba viendo y oyendo, como
experiencia sensible y única. Al mismo tiempo, profundamente espiritual, aun uniendo lo sensible a
lo espiritual. Por eso el Señor ha revelado: “INVÓCAME Y TE RESPONDERÉ Y TE MOSTRARÉ
COSAS GRANDES, INACCESIBLES QUE ANTES DESCONOCÍAS” (Jr 33, 3).Es lo que les
pasa a todos los que lo invocan de corazón. Por eso también se trata de una experiencia única,
desconocida por los seres humanos. Pero basta invocar al Señor.
*
Se pone “Espíritu Santo” en mayúsculas, pues por el NT está revelado por Jesús que es una persona divina.
6
¡Qué hermoso texto! ¡Cuánto se deriva de este evento sin precedentes! ¿No se vislumbra en sus
palabras esta experiencia fundamental y que Pedro anuncia a los judíos como algo que PUEDE SER
VISTO Y OÍDO? Por eso constituye una experiencia única, como lo es la nueva vida en el Espíritu
(cfr. Rm Cap 8). También es lo que da pleno sentido a lo carismático en la Iglesia y a lo espiritual.
Los carismas son llamados “dones espirituales”.
Por lo que está revelado y por el contexto y los textos paralelos, se puede afirmar que esta
experiencia fundamental de todo el Cristianismo ES EL BAUTISMO EN ESPÍRITU SANTO
DONADO ÚNICAMENTE POR JESÚS, DESPUÉS DE SU GLORIFICACIÓN EN LOS
CIELOS Y “PARA SIEMPRE”.
Juan Pablo II habla del Bautismo en Espíritu con estas palabras: “Bautizar en Espíritu Santo
significa regenerar la humanidad con el poder del Espíritu de Dios: es lo que hace el Mesías
sobre el que reposa el Espíritu, colmando su humanidad de valor divino a partir de la
Encarnación hasta la plenitud de la Resurrección tras la muerte en la cruz. Adquirida esta
plenitud, el Mesías, Jesús comienza a bautizar en el Espíritu Santo y fuego, del que él está lleno
(cfr. Jn 1, 33; Hch a, 5). Jesús desde su humanidad glorificada, como de un manantial de
Aguas Vivas, el Espíritu se difundirá por el mundo. Éste es el anuncio que hace el Bautista al
dar testimonio de Jesús con ocasión del bautismo (en el Jordán.N. del A.), expresando el
misterio de la nueva energía vivificadora que el Mesías y el Espíritu han derramado en el
mundo” (L’Oss. Rom.9.10.89).
Por eso se ha hablado en este trabajo de “Experiencia Fundamental para toda la Humanidad”. Lo es
“para todos”, si bien no todos se atreven a lograrla, ya sea por indiferencia, ignorancia o intereses
creados que no quieren renunciar a sus proyectos limitados o mezquinos, pensando que Dios viene a
robarles algo y no a darles todo lo que un ser humano necesita de Dios.
LA VENIDA DEL ESPÍRITU DE GRACIA
Por todo lo que revela Jesús del Espíritu Santo, él es la fuente de todo conocimiento verdadero de
Dios, enviado en auxilio de todos los seres humanos, santos o pecadores o incrédulos. Él ha sido
enviado por el Padre y el Hijo, en virtud del sacrificio de Jesús para llevar a todos a la verdad
completa y así hacer posible el Evangelio. Recuérdese que los mismos Apóstoles no entendieron
completamente a Jesús hasta esta Venida del “otro Paráclito”, tan importante como la Venida de
Jesús. Sin su guía imposible conocer la verdad revelada completa. ¿Cómo no va a ser ésta la
experiencia fundamental para todo creyente y para todo el que quiera serlo, hasta para todo el
mundo?
La Redención obrada por Jesús es llevada a su “verdad completa” y a “perfecto término” (cfr. León
XIII. Dim, 1) por el Espíritu Santo, desde su Venida. Más concretamente, desde que Jesús comienza
a bautizar a los suyos en Espíritu Santo y fuego. “Fuego de Amor divino” que tanto necesita el
mundo desde su intimidad más profunda. En este sentido San Agustín decía que “Dios es más íntimo
que nuestra intimidad”. Es lo que los Apóstoles necesitaban, lo que los judíos necesitaban, lo que
los seres humanos más necesitan, tan carentes de verdadero amor y muchos de ellos con sus vidas
destrozadas. Él, como Jesús, está presente y operante en este mundo. “Llevar a perfecto término”,
significa lo mismo que dice Jesús cuando revela que “EL PARÁCLITO, y no otro ni otra cosa ni
criterio humano alguno, LLEVA A LA VERDAD COMPLETA”. Se entiende, “de todo lo que ha
sido revelado”.
¿Por qué tantos cristianos se empecinan en hallar la Verdad por otros medios que no sea el Espíritu
de la Verdad? Resulta difícil explicarlo y entenderlo, aun siendo Palabra de Dios escrita. Pero, si no
se entiende, es por falta del único Espíritu de la Verdad. Aún no hay apertura a su inmensa realidad.
El Espíritu Santo es ante todo la introducción a la vida espiritual y todo lo que es espíritu y vida. Sin
él no podría tenerse experiencia de ello, un conocimiento ignorado por el hombre que intenta
conocer las cosas de Dios a través de lo que es imposible: “Naturalmente” (cfr. 1 Co 2, 14). El
conocimiento de Dios brota a raudales de Dios mismo y lo da a quien se le arrima: “ACÉRQUENSE
A DIOS Y ÉL SE ACERCARÁ A USTEDES” (St 4, 8). Puede transformarse en un hecho de
experiencia extremadamente insospechado.
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Además, el Paráclito “lo enseña todo”; “hace acordar todo lo que Jesús ha dicho”, “habla de las
cosas por venir”. Lo hace por el carisma profético. “Sondea las profundidades de Dios y las revela
a nosotros” (1 Co 2, 10) y “reproduce la imagen de Cristo” (Rm 8, 29) en todo creyente que lo
desea sinceramente.
Entonces, la integralidad de todos los dones viene por la inmensa virtud del Espíritu de Dios. Por eso
se habla de “Espíritu de gracia”, en cuanto todo lo que él da es don gratuito de Dios. Ellos son
absolutamente necesarios para lo que un ser humano necesita, para llegar al objetivo de la santidad.
Por toda esta riqueza sin medida que se da en todo el que la quiera vivir, Jesús bautizará
continuamente en Espíritu Santo y fuego (cfr. Mt 3, 11; Lc 3, 16). El Don provoca una verdadera
transfiguración en el hombre que lo acepta. ¡Nadie como su Padre y él saben cuánto lo necesita todo
ser humano! El Paráclito lo hace desde su venida. Jesús sigue presente sacramentalmente en la
Celebración Eucarística. Siendo él el único que bautiza en Espíritu, ¡Qué ocasión tan formidable
para pedirle que lo haga en esa circunstancia! De este modo, Eucaristía y Bautismo en Espíritu se
asocian maravillosamente, más de lo que se puede pensar. Son dos presencias imprescindibles. Son
muchos quienes dan testimonio de la experiencia fundamental de este bautismo, precisamente desde
esta realidad cotidiana, que puede verse y escucharse por sus benditos carismas.
Muchos cristianos no le han dado al Bautismo en Espíritu Santo la importancia que le da la misma
Escritura, la Tradición, el Padre y el Hijo.
Se trata de la iluminación que trae el Espíritu al alma del creyente sobre la realidad de Dios: “Su
solo contacto es la ciencia misma. Y, desde que ilumina, cambia el corazón” (San Gregorio). El
creyente comienza así a vivir una vida enteramente nueva: la Vida en el Espíritu, en mucho
semejante a la vida de Jesús en cuanto hombre. Ello es lo que el Padre ha proyectado para todos los
seres humanos. De esta manera el Padre transfigura aql ser humano en el hombrenuevo que él ha
proyectado con tanto amor.
Por eso esta Vida Nueva constituye “la espiritualidad del Cristianismo”, porque es la misma
espiritualidad de Jesús en cuanto hombre, para ejemplo de todo creyente. “Ella consiste en aceptar
todo lo que el Espíritu trae” y dejarse guiar por él (Juan Pablo II. “La Vida en el Espíritu”. L’Oss.
Rom. 23.10.98). “Dejarse guiar por él” significa dejarse transfigurar por él. Dejar obrar a Dios en él.
El Espíritu Santo trae esta vida especialmente cuando el cristiano es bautizado por Jesús en el
Espíritu. Se trata de una experiencia única. Bautizar significa “estar lleno”, “saturado”, “repleto de
algo”. Al Espíritu lo necesitamos en extremo, sin medida. De allí su importancia. No se trata del
sacramento del Bautismo ni el de la Confirmación. El texto de Hch 10, 47 lo confirma: “¿ACASO
PUEDE ALGUNO NEGAR EL AGUA DEL BAUTISMO A ÉSTOS QUE HAN RECIBIDO EL
ESPÍRITU SANTO COMO NOSOTROS?”. El primer Papa de la Iglesia distingue como Palabra de
Dios, el bautismo sacramental del Bautismo en Espíritu e implícitamente del sacramento de la
Confirmación. Todos los Apóstoles han contado con esa experiencia. La reconocen por la alabanza
en los gentiles en la casa de Cornelio y el hecho de hablar en lenguas, lo mismo que les había pasado
a ellos.
Poco se habla de este bautismo, siendo una revelación divina de suma trascendencia para la vida de
todo el Cristianismo y para la unión de todos los cristianos, judíos, de toda otra religión y de cada ser
humano. Sobre todo es la terminología de Jesús. Este bautismo goza de todos los criterios divinos de
la verdad revelada, dados por Jesús y el Magisterio de su Iglesia (Dei Verbum, 10)* . Se trata de la
experiencia que Juan Pablo II ha pedido a toda la Iglesia y en todos los niveles (Cfl, 64; RM, 92; IV
Conferencia Episcopal de Santo Domingo. Mensaje).
Cuando este Papa vino a nuestro país, se expresó de esta manera: “LOS APÓSTOLES DE TODAS
LAS ÉPOCAS, Y TAMBIÉN VOSOTROS SACERDOTES, PERSONAS CONSAGRADAS Y
AGENTES DE PASTORAL, NECESITÁIS UNA VIVENCIA FUERTE DEL CENÁCULO
CON MARÍA (“la experiencia fundamental”. Nota del autor), para recibir nuevas gracias del
Espíritu Santo y poder afrontar las nuevas situaciones de evangelización en el mundo de hoy.
*
Ver del mismo autor: “La Doctrina sobre el Bautismo en Espíritu Santo y fuego”. Ed. Kyrios. Rondeau 1450. 2º. TT 4654-1544
8
Ésta ha sido mi invitación en la encíclica Dominum et vivificantem (cfr. 25 y 26), como lo fue ya
en mi primera encíclica Redemptor hominis (cfr. 22), siguiendo las huellas del Concilio
Vaticano II (cfr.LG, 59; Ad gentes, 4)”. (Mensajes a Nuestro Pueblo”. Ed. Paulinas. Pag. 121).
“La Promesa (de este bautismo) es para todos” (cfr. Hch 2, 39). Si para todos, para todos los
tiempos, y para el que lo pida o desee: “SI USTEDES AUN SIENDO MALOS DAN COSAS
BUENAS A SUS HIJOS, ¡CUANTO MÁS MI PADRE DEL CIELO LES DARÁ EL ESPÍRITU
SANTO A QUIENES SE LO PIDAN!” (Lc 11, 13).
Por lo tanto, ¿cómo el cristiano que sea y, de la Iglesia que sea, podrá ponerse de espaldas a este
Bautismo en Espíritu otorgado por el Padre y por el Hijo? ¿No llama la atención que Jesús sea el
único que lo hace, como revelan los cuatro Evangelios? ¿O se estará rechazando la salvación en
plenitud que Jesús ofrece al mundo por el Espíritu Santo? ¿Acaso no se conoce aún, en todo el
Cristianismo, lo que el mismo Jesús revela de este rechazo (cfr. Mt 12, 31-32)?
LO QUE TRAE EL ESPÍRITU DE DIOS
A los grandes dones de Dios, –y se está frente a uno de los más inmensos, como lo es el encuentro
personal con cualquiera de las personas divinas–, corresponde acatamiento filial. De lo contrario, por
lo menos se estará perdiendo mucho de “todo lo que el Espíritu nos trae”.
El creyente que obra de modo indebido se expone a guiarse por propios criterios, a no enderezar sus
caminos torcidos y rechazar toda la ayuda que Dios Padre ha concebido por Jesús y por el Espíritu
Santo en sus proyectos, para hacer posible al creyente realizar la dicha del Evangelio. De la misma
manera se expone a no conocer al Padre y al Hijo suficientemente, como enseña el Catecismo de la
Iglesia Católica (CIC, 683) y, con ello, no tiene Vida eterna (cfr. Jn 17, 3)
Apréndase entonces, lo que dice el Magisterio, los Papas, la Tradición de la Iglesia y las Escrituras:
PAPA LEÓN XIII
“Él mismo (Espíritu Santo) es el Don supremo, porque al proceder del mutuo amor del Padre y del
Hijo, con razón es don del Dios altísimo!” (León XIII. Dim, 10). “Merced a esos dones (los siete), el
Espíritu Santo nos mueve y realza a desear y conseguir las evangélicas bienaventuranzas” (id. Dim,
12). “Alza a los hombres de los caminos del mal, cambiándoles de terrenales y pecadores en
criaturas espirituales y casi celestiales” (id. Dim, 12). Es la transfiguración de la que se ha hablado.
“Conviene rogar y pedir al Espíritu Santo, cuyo auxilio y protección todos necesitamos en extremo.
Somos pobres, débiles, atribulados, inclinados al mal: luego recurramos a él, fuente inexhausta de
luz, de consuelo y de gracia. Sobre todo, debemos pedirle perdón de nuestros pecados, que tan
necesario nos es, puesto que es el Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo y los pecadores son
perdonados por medio del Espíritu Santo, como por don de Dios” (Dim 15). “No cabe pensar que
estas plegarias no sean escuchadas por aquél de quien leemos que ruega por nosotros con gemidos
inefables” (Rm 8, 26-7; Dim, 15). “El es la prenda de nuestra heredad” (Id.).
SAN GREGORIO
“¡Qué artista es el Espíritu Santo. Instruye en un instante y enseña todo lo que quiere. Desde que está
en contacto con la inteligencia, ilumina. Su solo contacto es la ciencia misma. Y, desde que ilumina,
cambia el corazón” (San Gregorio”). Muchos cristianos ya lo saben por experiencia. Para cambiar el
corazón humano es preciso dejarse iluminar por el Paráclito, por eso la gracia del Bautismo en
Espíritu constituye una inmensa iluminación.
SAN BASILIO
“Como los cuerpos iluminados irradian luz, del mismo modo, las almas que llevan al Espíritu Santo
son iluminadas por el Espíritu. Ellas mismas se tornan espirituales y destellan la gracia a los otros.
De allí brotan la ciencia del futuro, la inteligencia de los misterios, la comprensión de los secretos, la
distribución de los carismas, el gozo celestial y el gozo del coro de los ángeles, el gozo infinito, la
perseverancia con Dios y el colmo del deseo: llegar a ser como Dios” (San Basilio. Tratado sobre el
E. Santo. Cap. IX).
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SAN IRENEO
“En el don del E. Santo está basada la unión con Cristo. Él es prenda de nuestra incorruptibilidad,
LA CONFIRMACIÓN DE NUESTRA FE, la escala de nuestra ascensión a Dios” (San Ireneo.
“Contra herejes” III. 24, 1). Así, la evidencia de la Resurrección de Cristo es el Espíritu Santo.
NOVACIANO
“Él es quien suscita a los profetas en la Iglesia, instruye a los maestros, sugiere las palabras, realiza
prodigios y curaciones, produce obras admirables, concede el discernimiento de espíritus, asigna las
tareas de gobierno, inspira los consejos, reparte y armoniza cualquier otro don carismático y, por
esto, perfecciona completamente, por todas partes y en todo, a la Iglesia del Señor” (Novaciano. De
Trinitate. XXIX, 9-10).
JUAN PABLO II
“ÉL ES UNA PERSONA DIVINA QUE ESTÁ EN EL CENTRO DE LA FE CRISTIANA Y
ES LA FUENTE Y FUERZA DINÁMICA DE LA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA” (DV, 2).
“Es la guía suprema del hombre (lo hace por sus gracias y carismas, cfr. León XIII. Dim, 2) y la
luz del espíritu humano” DV, 6).
“El Espíritu Santo viene para quedarse, desde el día de Pentecostés con los Apóstoles, para estar con
la Iglesia y en la Iglesia, y por medio de ella en el mundo” (DV, 14).
“EN EL ENCUENTRO ENTRE EL ESPÍRITU SANTO Y EL ESPÍRITU DEL HOMBRE SE
HALLA EL CORAZÓN MISMO DE LA EXPERIENCIA QUE LOS APÓSTOLES
VIVIERON EN PENTECOSTÉS” (CMME. Homilía, 3).
Por todas estas razones, Jesús da al Espíritu Santo “SIN MEDIDA”. Él lo hace cuando bautiza en
Espíritu Santo y fuego. Si tantos y tan grandes dones, comenzando por la misma persona divina del
Espíritu Santo, se dan en este bautismo como experiencia concreta que procede de él, se sigue
necesariamente que se trata de una experiencia fundamental para todos los seres humanos y para
todos los tiempos.
LA MISMA EXPERIENCIA FUNDAMENTAL EN LA RCC
Los nuevos movimientos de renovación carismática han surgido después del Concilio Vaticano II y
como respuesta filial y en obediencia al concilio. Éste pedía a toda la Iglesia y en todos los niveles,
la renovación en el Espíritu Santo, propia del bautismo sacramental (cfr. Tt 3, 5) y el ejercicio pleno
de los carismas. Por lo tanto ¡UNA RENOVACIÓN EN EL ESPÍRITU TÍPICAMENTE
CARISMÁTICA!
San Pablo enseñaba como Palabra de Dios: “Mas cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro
Salvador, y su amor a los hombres, él nos salvó no por obras de justicia que hubiésemos hecho
nosotros, sino según su misericordia por medio del lavacro de regeneración Y DE RENOVACIÓN
DEL ESPÍRITU SANTO (bautismo sacramental), que derramó sobre nosotros con largueza, por
medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, fuésemos constituidos
herederos, en esperanza, de vida eterna” (Tt 3, 5).
En primer lugar, con toda precisión, Pablo habla y da entender que NADIE SE SALVA POR SÍ
MISMO. Esto sólo rechaza de lleno toda clase de pelagianismo o voluntarismo exagerado como se
sigue dando en el Cristianismo, sobre todo en muchos miembros de la Iglesia católica. Sin embargo,
aunque la Revelación y el Magisterio de la Iglesia enseñen otra cosa, muchos de sus miembros
persisten en esas posturas. No obstante, ello está ratificado por Jesús, cuando los Apóstoles le
preguntan: “ENTONCES, ¿QUIÉN PODRÁ SALVARSE?”, y él les contesta: “ESO PARA LOS
HOMBRES ES IMPOSIBLE, MAS PARA DIOS TODO ES POSIBLE” ( Mt 19, 25-26).
En segundo lugar, queda de manifiesto que la renovación en el Espíritu Santo se halla en la raíz
misma del Bautismo sacramental. A ningún católico le puede extrañar esta renovación carismática
en el Espíritu. No es un invento de hoy. Pertenece a los proyectos del Padre desde el inicio de la
Iglesia.
10
En tercer lugar, “la vida en el Espíritu consiste en aceptar toda la vida que el Espíritu Santo
nos trae” (Juan Pablo II. “La Vida en el Espíritu”. L’Oss. Rom. 2.10.98). Él lo hace con sus siete
dones, frutos, mociones, gracias y carismas. Por lo tanto, esta renovación en el Espíritu
necesariamente es carismática. El mismo Concilio Vaticano II ha pedido a toda la Iglesia y en todos
los niveles el uso pleno de los carismas, como se ha visto (LG, 12; GS, 43; AA, 3,: PO, 9 y en otros
documentos). No debemos ser contumaces con los acuerdos del Concilio Vaticano II.
En cuarto lugar, de todas estas consideraciones se sigue que a la misma Iglesia católica y en todos
los niveles de ella, inclusive de todos los movimientos y órdenes religiosas, de las diócesis y
parroquias corresponde la aceptación de la renovación carismática en el Espíritu, por derecho divino
y según el proyecto del Padre. Los movimientos en cuanto tales pueden pasar, pero esta renovación
propia de la Iglesia, jamás. La razón de ello es que “LO CARISMÁTICO ES ESENCIAL PARA
LA CONSTITUCIÓN DIVINA DE LA IGLESIA” (Juan Pablo II. CMME. Mensaje, 5). Se
entiende junto con su cimiento jerárquico o apostólico (id. Mensaje, 5; cfr. Discurso, 4).
Permanecer en la ignorancia de los carismas, en la indiferencia de ellos o hasta el desprecio,
contradice la Escritura, que revela con toda claridad: “NO QUIERO HERMANOS QUE
PERMANEZCAN EN LA IGNORANCIA DE LOS CARISMAS” (1 Co 12, 1).
CONSIDERACIÓN FUNDAMENTAL
El aspecto carismático de la Revelación es lo que más se ha descuidado en los últimos tiempos y
desde hace mucho tiempo, en plena desobediencia a la Escritura, a la Tradición de la Iglesia y a su
Magisterio, todos criterios divinos de la verdad revelada ratificados por el concilio (Dei Verbum,
10).
Por eso fue necesario todo un concilio, para que pusiera a los carismas y al Espíritu Santo en el lugar
que le corresponden (cfr. LG12; AA, 3; PO, 9. Etc…). Él lo hace en su función eminentemente
profética, como es todo concilio. El mundo, perdido por falta de obediencia, se salva por la
obediencia de quienes deben ser obedecidos por voluntad divina de igual manera con que debe
obedecerse a Dios (cfr. 1 Jn 4, 6; Lc 10, 16).
Muchos ignoran que la Iglesia entera está edificada sobre carismas: “Ya no son extraños ni
forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, fundados en el cimiento de los
Apóstoles (la dimensión jerárquica) y de los profetas (la dimensión carismática)”. La aclaración
entre paréntesis es de Juan Pablo II; el texto, de Ef 2, 19, 20).
VOLVIENDO A LA RCC COMO MOVIMIENTO
Tan clara resulta esta renovación carismática que el Vaticano ha reconocido también la palabra
“RENOVACIÓN PENTECOSTAL CATÓLICA”, que implica por sí misma la experiencia
fundamental. Muchas otras Iglesias cristianas tomaron esta terminología, “Renovación Pentecostal”
mucho antes que la Iglesia católica lo hiciera. De ello se siguieron muchos frutos para las Iglesias y
para todo el Cristianismo, ¡hasta para la Iglesia católica! Ello no significa que se esté imitando a
otras Iglesias, aunque toda imitación en lo bueno bienvenida sea, en el nombre de Dios. Por muchas
razones se admite esta terminología:
Porque la misma Iglesia y, otras, hablan de la “gracia de Pentecostés” o “del día de Pentecostés”.
Los Papas prefieren usar esta terminología y casi no nombran el Bautismo en Espíritu Santo y,
mucho menos, lo añadido por Mateo y Lucas: “Y FUEGO” (Mt 3, 11: Lc 3, 16). Propiamente se
hace referencia a las palabras de Jesús: “HE VENIDO A TRAER UN FUEGO SOBRE LA
TIERRA Y ¡CUÁNTO DESEARÍA QUE YA ESTUVIERA ENCENDIDO!” (Lc 12, 49). Ninguna
de las dos acepciones debe ser rechazada, pero siempre debe respetarse la terminología de Jesús.
Obviamente se trata del fuego del amor del Espíritu Santo con el cual debe obrar todo cristiano en
todas las Iglesias, a semejanza de Jesús, envuelto durante toda su vida en ese mismo fuego, como lo
está todo “adorador en Espíritu y en verdad”. Sin embargo, hablar de la “gracia de Pentecostés”
vela antes que revela el Bautismo en Espíritu Santo. Aquella terminología no surge de la Escritura,
ni de las palabras de Jesús, ni de Juan el Bautista, ni de los cuatro Evangelios ni del primer Papa de
la Iglesia. Todos ellos hablan de “ser bautizados en Espíritu” en aquel día. Jesús lo relaciona sólo
11
implícitamente al día de Pentecostés: “Aguarden la Promesa de mi Padre que oyeron de mí. Que
Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días”
(Hch 1,5) con referencia al día de Pentecostés. El primer Papa de la Iglesia dice: “Me acordé
entonces de aquellas palabras que dijo el Señor: ‘Juan bautizó con agua pero ustedes serán
bautizados en el Espíritu Santo’ ” (Hch 11, 15). Cuando se habla del misterio o de la gracia de
Pentecostés debe tenerse en cuenta que lo que da sentido a aquel día que hizo el Señor es la persona
del Espíritu Santo. La Persona es más importante que un día. Jesús lo da a través de este Bautismo.
De la tercera persona divina que mora en cada creyente “para siempre” surge la Iglesia, la
evangelización con el poder del Espíritu, jamás sin él; la Nueva Ley del Espíritu y se inaugura el
Nuevo Testamento sellado por el Espíritu Santo. Lo importante de este misterio es la Venida de la
tercera persona de la Santísima Trinidad, como auxilio supremo para todo el mundo.
¿Cómo lo hace el Padre concretamente en sus proyectos? Por el Bautismo en Espíritu que sólo Jesús
realiza permanentemente con quienes “tienen sed de Dios” y “creen” todo lo que Jesús ha revelado
sobre esta divina persona (cfr. Jn 7, 37-39). En sus palabras, a lo largo de los Evangelios, Jesús
describe el perfil del “otro Paráclito” que todo cristiano debe reconocer para vivir en abundancia, fijo
su espíritu en esta persona, tanto como en el Padre y en el Hijo. El Paráclito, como enseña la Iglesia,
es el secreto íntimo del conocimiento del Padre y del Hijo, de todo el orden espiritual y de toda
palabra revelada (cfr. CIC 683; 1 Co 2, 12).
Jesús reveló: “YO HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA Y LA TENGAN EN
ABUNDANCIA” (Jn 10, 10). Él lo hace concretamente al bautizar en Espíritu Santo. Al colmar al
creyente de él (“SIN MEDIDA”), se da entonces, tal como él mismo lo revelara, “LA VIDA
ABUNDANTE”. Por lo tanto, ¿cómo no identificar en este bautismo esa “experiencia fundamental”
que Jesús pone a disposición de todos los seres humanos, por voluntad del Padre, para “SER SUS
TESTIGOS” (Hch 1, 8)?
Las consecuencias de ello están reveladas en el Libro de los Hechos. En éste, se halla la Iglesia que
muchos llaman erróneamente “primitiva”, PERO QUE ES MODELO DIVINO DE LA IGLESIA
PARA TODOS LOS TIEMPOS EN LO QUE LE ES ESENCIAL: Una Iglesia nacida de ese
Bautismo, con poder de persuasión, evangelizadora que se abrió camino en un mundo tanto o más
difícil que el contemporáneo.
Si el cristiano no lo entiende así, es que éste ha perdido la noción de que su Palabra es eterna; que
“los planes de Dios subsisten para siempre” (Sal 33, 11); que “Jesús es el mismo ayer, hoy y
siempre” y sigue haciendo las mismas cosas que hizo en este mundo. Si fuera distinto, no se estaría
en su única Iglesia, sino vagando en lo abstracto, tal vez cegados por el propio criterio. Este es el
riesgo que se corre al hablar sólo de Pentecostés sin tener en cuenta lo que dio origen al “día de
Pentecostés”, como es el trascendental Bautismo en Espíritu Santo y fuego donado por Jesús,
conforme a los proyectos del Padre. Este bautismo es la fuente de donde brota todo lo demás que se
dio ese día que hizo el Señor, como es la Iglesia, la evangelización en Espíritu, la Nueva Ley del
Espíritu y el Nuevo Testamento, sellado con la acción inefable del Espíritu Santo. Por eso mismo, la
RCC lo ha tomado y, el Vaticano ha reconocido a este bautismo, como “LA EXPERIENCIA
FUNDAMENTAL” (en los estatutos del Servicio Internacional de la RCC= ICCRS. I. La
Renovación Carismática. Preámbulo II). Lo ha hecho con la RCC, pero es mucho más que eso, por
lo que se ha visto en este trabajo, porque sencillamente “ES PARA TODOS”.
¿Qué de raro tiene que sea lo que da plena vida a este movimiento, como le da vida a todo el que es
bautizado por Jesús en el mismo Espíritu. El movimiento, que conlleva una gracia corriente, como
verdadero “río de aguas vivas”, no ha hecho otra cosa que tomar de la Iglesia lo que le pertenece a
ella y hacerlo propio, para devolver a ella, con frutos abundantes, lo que es de ella. En realidad es
vivir plenamente la experiencia fundamental de todo el Cristianismo en íntima unión con la Iglesia y
el papado. “Que ella (la RCC) vaya codo a codo con el papado no es por casualidad” (Crdenal J.
Ratzinger, luego Papa Benedicto XVI. CMME. Discurso de inauguración.1998).
No es de extrañar que de la RCC surjan iniciativas fuertes para el ecumenismo, para la unión con el
judaísmo y las religiones fundamentales de todo el mundo, para la evangelización en el Espíritu
Santo, y muchas más que el mismo Espíritu inspira. Está revelado: “LA EVANGELIZACIÓN EN
12
EL ESPÍRITU ES EL MENSAJE QUE LOS ÁNGELES ANSÍAN CONTEMPLAR” (1 P 1, 2).
No otra.
¿Por qué lo han olvidado tantos miembros de la Iglesia y en todos los niveles. ¡POR FALTA DE
ESPÍRITU SANTO! ¿No es él quien hace acordar las Palabras de Jesús sin omitir ni añadir nada?
¿Por qué se desobedece a Jesús en sus mandatos? Éstos señalan el modo concreto de evangelizar en
más de diez textos de los Evangelios y han sido actuados por todos los Apóstoles y discípulos de
Jesús en el Libro de los Hechos. Está revelado: “El cristiano es “ELEGIDO SEGÚN EL PREVIO
CONOCIMIENTO DE DIOS PADRE, CON LA ACCIÓN SANTIFICADORA DEL ESPÍRITU,
PARA OBEDECER A JESUCRISTO Y SER ROCIADOS CON SU SANGRE” (1 P 1, 2).
Hoy se da mucha desobediencia a Cristo en muchos miembros de la Iglesia. Con dificultad se
obedece al Magisterio de la Iglesia, si no se le desobedece directamente. Pero el Magisterio de la
Iglesia NO ES OTRA COSA QUE JESÚS HABLADO HOY (cfr. Lc 10, 16); muchos no
reconocen lo que realmente ha sido revelado. Es lamentable la ignorancia de las Escrituras entre
católicos, pese a los llamados reiterados del Magisterio. Él nos invita por el concilio a ser “asiduos
lectores de ella”. Para colmo, no es infrecuente que se salga a evangelizar sin el Bautismo en
Espíritu Santo y sin sus carismas.
¿Cómo pretender abundantes frutos de esta evangelización, comenzando por desobedecer a Jesús en
sus mandatos concretos? ¿No vemos en la pérdida de la influencia cristiana en el mundo y en la
sociedad la ausencia del “AGENTE PRINCIPAL DE LA EVANGELIZACIÓN” (Pablo VI. EN,
75)? ¿No se entera el católico que “SIN ÉL NO HAY EVANGELIZACIÓN POSIBLE” (id.)?
Entonces la fe se derrumba y sin fe “no podemos agradar a Dios” (Hb 11, 6). Sin una fe robusta no
se puede lograr nada digno. El cristiano sería como un cuerpo sin espíritu. Un cadáver.
Pero ¡ánimo! Jesús no abandona a nadie. Está revelado, sobre esta experiencia fundamental, que se
la ha identificado con el Bautismo en Espíritu Santo y fuego, que “ES PARA TODOS, PARA
NUESTROS HIJOS, PARA QUIENES ESTUVIEREN LEJOS, PARA CUANTOS DIOS
LLAMARE” (Hch 2, 39). No hay excusa para no pensar en ella y desearla. Deben corregirse los
esquemas establecidos por criterios propios; dejar a éstos a un lado. Ellos no deben interferir en la
Revelación divina jamás, para dejarse guiar así por el Espíritu.
ÉL ILUMINA CON SU PODEROSA LUZ Y HACE ANDAR EL CAMINO DE LA VERDAD
QUE CONDUCE A LA VIDA. ES LA EXPERIENCIA QUE TODOS LOS CREYENTES
NECESITAN EN EXTREMO PARA FORMAR UN INNUMERABLE EJÉRCITO PARA
DAR VIDA AL MUNDO (cfr. Ezequiel 37, 1-14). JESÚS DICE: “PARA QUE EL MUNDO
CREA”.
No en vano se ha revelado desde el judaísmo, a través del Antiguo Testamento, cuando Yavé hizo
pasear al profeta Ezequiel por el valle cubierto de huesos secos. Yavé le dio un mandato preciso:
“¡PROFETIZA AL ESPÍRITU, HIJO DEL HOMBRE, PROFETIZA! VEN ESPÍRITU, DE LOS
CUATRO VIENTOS, Y SOPLA SOBRE ESTOS MUERTOS PARA QUE VIVAN. YO
PROFETICÉ COMO SE ME HABÍA ORDENADO Y EL ESPÍRITU ENTRÓ EN ELLOS:
REVIVIERON Y SE INCORPORARON EN SUS PIES; ERA UN ENORME, INMENSO
EJÉRCITO” (Ez 37, 9-10).
Por la Revelación de Jesucristo se sabe que se trata del Espíritu Santo donado no sólo a los judíos,
sino también a todas las religiones existentes y a todos los seres humanos. Porque “LA PROMESA
ES PARA TODOS” (Hch 2, 39).
Por eso es preciso ver en esta experiencia fundamental el bien eterno de cualquiera que busque al
Dios vivo, ya sean judíos, mahometanos, creyentes de otras religiones y cristianos, unidos por la
inmensa virtud del Espíritu Santo como lo quiere hacer con todo el mundo.
SI SE QUIERE SABER A QUÉ ESPÍRITU SE PERTENECE, AUN EN TODAS LAS
RELIGIONES Y ENTRE INCRÉDULOS, TÉNGASE EN CUENTA PARA SIEMPRE, QUE
EL MAL ESPÍRITU SEGUIRÁ DIVIDIENDO Y EL ESPÍRITU SANTO UNIENDO.
13
¿POR QUÉ EL SILENCIO INEXPLICABLE DE ESTE BAUTISMO O EL TEMOR DE
HABLAR DE ÉL?
Se trata de un enjambre de prejuicios, ignorancias, desconocimiento de la Palabra de Dios y falsa
prudencia; de ser inconsecuentes con lo que ya ha sido revelado. Se trata de un hecho actuado por
los Apóstoles y primeros cristianos, en obediencia a Jesús. Lo mismo sucede en la evangelización.
Ya se ha revelado desde cuando comenzar, con quién comenzar y cómo hacerlo. Pero parece cosa
tan simple recibir el Espíritu y ser así testigos de Cristo, que no pocos creyentes y en todos los
niveles, no aceptan esta palabra en la práctica. La sustituyen con complicadísimos proyectos propios
de evangelización. Éstos para nada sirven. Menos aún, si no tienen en cuenta los proyectos del
Padre.
Hasta hace poco, en importantes instituciones eclesiales se oía decir que “Pentecostés ya no se daba
más”. El Papa Juan Pablo II enseña: “La vida de la Iglesia es Pentecostés todos los días; cada día y
cada hora; en cada lugar de la tierra, en cada hombre y en cada pueblo” (Ordenación sacerdotal, en la
Basílica de Roma. 22.5.94). Cuando se los convencía que se seguía dando (cfr. Hch 2, 39) se volvía
a decir: “Pero nunca será como la experiencia que tuvieron los Apóstoles el día de Pentecostés”. San
Pedro, en cambio, habla de los gentiles “que han recibido el Espíritu Santo COMO NOSOTROS”
(Hch 10, 47). En ellos se daban los mismos efectos que experimentaron los Apóstoles. Es lo que
sigue y seguirá sucediendo.
¿POR QUÉ TANTO DESPISTE ENTRE TANTOS CATÓLICOS?
Posiblemente por no tener en cuenta los criterios divinos de la Revelación, como es la Tradición, las
Escrituras y la autoridad de la Iglesia; pero todos estos criterios bajo la guía e inspiración del único
Espíritu de la Verdad (cfr. Concilio Vaticano II. Dei Verbum, 10). Al no retenerlos con claridad se
cae en el error de hablar por cuenta propia, sin tener presente lo que está revelado. También es por
falta de discernimiento dado por Jesús y por la Iglesia. Pero sobre todo “POR TENER
PENSAMIENTOS QUE SON DE LOS HOMBRES Y NO LOS DE DIOS”, para escándalo de
Jesús (cfr. Mt 16, 23). Corregir estos errores entre cristianos sin excepciones es “RENOVARSE EN
EL ESPÍRITU SANTO”, conforme al bautismo sacramental (cfr. Tt 3, 5).
¿POR QUÉ TANTOS CREYENTES Y NO CREYENTES CARECEN DE ESTA
EXPERIENCIA VITAL?
En los creyentes, puede ser por diversos y múltiples motivos: La indiferencia en las cosas de Dios.
La ignorancia de lo que se ha revelado. El poco interés de saberlo. Por el poco desarrollo de la fe,
esperanza y caridad. Por estar estancado en lo que ya se sabe, sin intentar dar un paso más. Éstos
piensan que, con lo que saben, es más que suficiente y hasta, a veces, creen que lo saben todo. Los
propios criterios, que no son los de Dios, obstaculizan la búsqueda de Dios. A todo ello se suma la
desobediencia a la autoridad de la Iglesia. El desconocimiento de la constitución divina de la Iglesia,
creyendo que es meramente humana y discutible como cualquier otra cosa humana. Por sofocar al
Espíritu. Por apagar su Luz. Por los tesoros que se han acumulado y en los cuales se pone todo el
corazón. Por intereses creados por cada uno, juzgados como más importantes que las cosas de Dios.
Por la influencia de los criterios del mundo que tantas veces invaden territorio religioso. Por una
vida incorrecta. Por conductas ajenas al Evangelio y tantas razones más.
En los no creyentes, por todas o algunas de las razones expuestas más arriba. Por prejuicios
infundados sobre la existencia de Dios. Porque muchos católicos o creyentes en general, no
profetizan al Espíritu Santo, o hablan poco de él, o por tener dificultades en aceptar los carismas del
Espíritu. Por negar la experiencia cristiana profunda, más allá de las debilidades propias de tantos
cristianos. Por estar escandalizados de ellos, ignorando que la Iglesia no es puritana, sino que alberga
pecadores para transformarlos en santos, como lo han sido los santos. Por creer que “las cosas que
son del Espíritu Santo son necedad” (1 Co 2, 14).
CONCLUSIÓN
Los seres humanos, envueltos en tantos y tan diversos problemas, necesitan en extremo la presencia
operante del Espíritu Santo. Él actúa por sus mociones y carismas en todos ellos. Por eso el
14
Bautismo en Espíritu Santo y fuego, prometido por Jesús, resulta ser la experiencia fundamental para
toda la Humanidad, con el fin de superar tantas dificultades, tantas debilidades e ignorancias, tanta
incredulidad, y conocer así “la Luz que no tiene fin”. Ello, en este mundo se realiza por la acción
santificante del Paráclito, siempre presente y operante en medio de toda la Humanidad.
Si “la Promesa es para todos”, basta intentarlo. Y también está revelado: “Acérquense a Dios y él
se acercará a ustedes” (St 4, 8). Basta entonces comprobarlo para la confirmación de la propia fe
incipiente y su crecimiento sin fin.