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CÁNCER Y YO IDEAL
Loschi, Alberto; Vidal, Alicia; Lamuedra, Inés; Sánchez, Verónica
En lo que sigue planteamos una relación entre el desarrollo patológico que conocemos
como cáncer y esa estructura psicoanalítica que llamamos yo ideal. Decir esto nos obliga a
franquear una primera objeción que se alza como barrera: ‘cáncer’ alude a una entidad
que se describe, se estudia y se opera sobre ella en el lenguaje de aquella disciplina
científica que llamamos biología; a la vez hablamos de ‘yo ideal’ para aludir a una
constelación psíquica descripta y estudiada por el lenguaje del psicoanálisis. ‘Mezclar’ esos
lenguajes y postular una correlación entre ‘cáncer’ y ‘yo ideal’ es algo que sólo puede
aceptarse en un sentido metafórico. Ahora bien, al decir esto, prejuiciosamente, incluimos
un carácter ‘ficcional’ para la metáfora contrapuesto al ‘literal’ que tendría la palabra
‘cáncer’ en el lenguaje de la biología. Además, en ‘ficcional’ se desliza, aunque diluido, el
carácter de lo que ‘no es real’, mientras que ‘literal’ hace resonar de contrabando la idea
de lo que ‘es real’. Sugestionados por estos tácitos deslizamientos de sentidos en
oposición tendemos a ‘no creer’ en la ‘ficción’ y a ‘creer’ en lo que suena como ‘literal’ y
‘real’, sin tener en cuenta que muchas veces es la ficción la que describe mejor una
‘realidad’, como lo ilustra la buena literatura. Pero una cosa es que en el lenguaje
convencional sepamos diferenciar ficción de realidad, metáfora de literalidad y otra negar
que la ‘o’ disyuntiva que separa sea incompatible con la ‘y’ copulativa que fecunda (J.R.
Rusconi). A la vez ¿el sentido ´literal’ de palabras como ‘cáncer´, ‘célula’, ‘metástasis’, etc.
en el lenguaje de la biología, no son también condensaciones de metáforas, pasibles de
ser desplegadas a partir del sentido ‘literal’? Y en definitiva ¿no es metafórico todo
lenguaje? Nos parece fecundo considerarlo así; posibilita dejar que ‘copulen’ entre sí y,
como resultado de esa cópula, puedan, en alguna ocasión, dejar brotar nuevas ideas. Para
ello, como aconsejaba Coleridge, debemos dejar en suspenso la incredulidad y,
agregaríamos nosotros, también dejar en suspenso la credulidad. ‘Creer’ o ‘no creer’ son
dos maneras de esterilizar la potencialidad de las ideas en sus ‘juegos’ combinatorios. Dice
Alberto Rojo en “Einstein, 1905: la ficción hecha ciencia”: “Einstein procedió en gran
medida como un artista, tomando ideas que eran consideradas ficciones matemáticas por
los científicos prominentes del momento y aceptándolas como parte del mundo real” 1. Es
decir, dejó ‘copular’ esas ‘ficciones’ y se dio a luz la teoría de la relatividad. En la historia
de la ciencia abundan estos ejemplos. Es con este espíritu que nos acercaremos para
poner en relación la idea ‘cáncer’ con la idea ‘yo ideal’. La metáfora ‘pone en relación’, de
ahí el ‘encanto’ de la misma; y su eficacia.
1
Alberto Rojo. “Borges y la física cuántica”. Siglo veintiuno editores 2015.
1
El uso metafórico del lenguaje de la biología es distinto al del psicoanálisis. Mientras la
medicina considera al ser como una sustancia, el psicoanálisis lo considera como un
sistema de relaciones. Relaciones entre el yo, superyó, ello; conciente, inconsciente; las
relaciones de objeto, etc. Es en esos sistemas de relaciones donde hay sujeto. El
psicoanálisis permite hacer conciente lo inconsciente, lo que equivale a decir que cambia
la relación entre lo que llamamos ‘conciente’ y lo que llamamos ‘inconsciente’. En
definitiva lo que esperamos de un psicoanálisis, más que una curación (lenguaje de la
medicina) es un cambio en los modos de relación, cambio que, a su vez, cambia al sujeto
de las mismas.
El cáncer de la biología aparece y se manifiesta afectando a la sustancia: así hablamos del
cáncer de pulmón, cáncer de mama, de útero. Es algo que ocurre en el soma, en el cuerpo
como sustancia. Así lo aborda la medicina. Desde este punto de vista ‘cáncer’ es una cosa,
un algo. Pero el enfermo no es un algo, es un alguien que vive en un sistema de
relaciones, relaciones con otros y con distintas partes de sí mismo. Entonces podemos
hacer la pregunta: ¿hay alguna correlación entre el cáncer como un algo y el sujeto como
un alguien? (Chiozza) ¿Puede estudiarse el cáncer desde el punto de vista de un sujeto en
relación? Es lo que intentaremos hacer.
La idea que expondremos se basa y sintetiza desarrollos sobre estos temas llevados a cabo
por Fidias Cesio y Luis Chiozza.
Empecemos por caracterizar muy sucintamente en qué consiste desde la biología un
desarrollo canceroso2.
El cáncer está constituido por un conjunto de células que dejan de obedecer a las
restricciones impuestas por el organismo pluricelular del que forman parte. De ese modo
se multiplican descontroladamente, no respetan en su crecimiento los espacios vecinos,
invaden el órgano en el que se alojan destruyendo y alterando su función, ‘roban’ el
aporte de nutrientes y oxígeno de las células vecinas y, además, pueden ‘viajar’, invadir y
colonizar otros órganos; son las metástasis.
Todo empieza por la mutación en el ADN de una célula, que así se diferencia de las otras,
trasmite esa mutación a sus hijas y éstas la siguen replicando. El proceso es muy rápido así
que al cabo de treinta replicaciones podemos tener un pequeño tumor de mil millones de
células; el mismo se ha vuelto independiente y se ha autonomizado de la ‘sociedad’ de
células de las que brotó. Estas mutaciones ocurren permanentemente ya sea por eventos
internos (endogenéticos) o externos (epigenéticos), si la inmensa mayoría no se sigue
2
Mucho de lo que sigue está tomado del libro de Luis Chiozza “Cáncer ¿Por qué a mí, por qué ahora?” y del
trabajo de Fidias Cesio “La sexualidad primordial, narcisismo y cáncer”.
2
desarrollando es porque la ‘sociedad’ de células de la que forman parte las neutraliza.
Para conformar un cáncer las células deben atravesar una cantidad de barreras que se
oponen a su desarrollo. Nuestro organismo es como una enorme sociedad de células y,
como en toda sociedad, para que funcione, debe estar regulada por leyes. Las células
cancerosas no respetan esas leyes, son, por decir así, asociales y absolutamente ‘egoístas’,
sólo responden a su propio desarrollo. Se las puede comparar a un grupo terrorista en una
sociedad y, curiosamente, en esos casos solemos hablar de ‘células terroristas’. La
homonimia tal vez responda a algo más que una simple analogía. En los dos casos, tales
‘células’ dejan de regirse por las reglas de la sociedad en que alojan, espontáneamente
tienden a crecer anárquicamente o respondiendo a otra ley, su crecimiento es invasor y
destructivo, se ‘financian’ robando a la sociedad de la que forman parte y también pueden
viajar e invadir otros territorios. Por supuesto sólo pueden hacerlo cuando su fuerza y
potencial supera al de la sociedad que atacan o cuando ésta es complaciente con su
desarrollo. Caso contrario la sociedad neutraliza esos brotes terroristas y lo hace de
distintas maneras. Del mismo modo nuestro organismo cuenta con una serie de barreras
que impiden el desarrollo canceroso. Para que éste se dé tienen que cumplirse varias
condiciones. Hanahan y Weinberg (citados por Chiozza) han establecido seis de esas
condiciones, a las que podemos agregar alguna más.
En primer lugar las células normales responden a señales para crecer y reproducirse, esas
señales son enviadas por las células vecinas y de ese modo el crecimiento es orgánico. Las
cancerosas no respetan esas regulaciones y se multiplican anómalamente. Otra barrera
corresponde a señales que inhiben el crecimiento celular y así lo regulan. Las cancerosas
tampoco obedecen esos patrones de inhibición. Además, cuando ocurre una mutación y la
misma célula no puede repararla se desencadena lo que se llama apoptosis, es una
muerte celular programada que impide el desarrollo morboso. Las cancerosas evaden la
apoptosis. En cuarto lugar toda célula tiene un potencial replicativo limitado, con un
número finito de duplicaciones, cuando alcanzan ese número, se vuelven viejas y mueren.
Las cancerosas se independizan de esa limitación y su potencial replicativo es ilimitado.
Por otro lado las células normales dependen de vasos sanguíneos que les aportan sangre y
nutrientes. Esos vasos no alimentan a las cancerosas, por lo que éstas se crean nuevos
vasos (angiogénesis) ‘robando’ el oxígeno y nutrientes del resto. Además las células del
organismo mantienen su localización en el cuerpo y, si salen de ella, mueren. Las
cancerosas pueden migrar, invadir y colonizar otros órganos, lo que provoca el mayor
número de muertes por cáncer. Por último, están las barreras inmunitarias que atacan e
impiden el desarrollo de lo que es extraño al organismo. Las células cancerosas son
extrañas y, sin embargo, escapan a la barrera inmunitaria.
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Siendo tanto lo que el desarrollo canceroso debe transgredir hace suponer que el resto
del organismo ha de participar en una suerte de ‘complicidad’ que permita y tolere ese
desarrollo. Tal como sospechamos de esa tolerancia cuando una mafia se expande por
una sociedad. En el caso del organismo solemos decir que eso ocurre cuando ‘bajan las
defensas’ o por ‘estrés’. Vamos a ver que lo que ocurre es más complejo cuando lo
estudiamos en su intimidad.
Dijimos que el cáncer se forma a partir de mutaciones en una célula. Ahora bien hay dos
tipos de células en nuestro organismo: las células germinales y las somáticas. Las primeras
pasan de generación en generación y son, por decir así, inmortales. Las somáticas
‘mueren’ en cada generación. Las mutaciones que llevan al cáncer se dan en las células
somáticas y, en ese sentido, el cáncer, en la inmensa mayoría de casos, no es hereditario.
Lo que explicamos lo aporta la biología actual, veamos cómo Freud, con su teoría
psicoanalítica, pudo anticiparse a lo que recién dijimos. Así dice en “Más allá del principio
del placer”: “Podría ensayarse transferir a la relación recíproca entre las células la teoría
de la libido elaborada por el psicoanálisis, imaginaríamos entonces que las pulsiones de
vida o sexuales, activadas en cada célula, son las que toman por objeto a otras células
neutralizando en parte sus pulsiones de muerte y manteniéndolas de ese modo en vida; al
mismo tiempo otras células procuran lo mismo que las primeras, y otras todavía, se
sacrifican a sí mismas en el ejercicio de esta función libidinosa (¿una referencia a la
apoptosis avant la lettre?)…en cuanto a las células germinales se comportarían de manera
absolutamente narcisista”. Que sean absolutamente narcisistas quiere decir que escapan
a las reglas que rigen para las demás; son la ‘excepción’ a la regla. Y dice luego: “Quizás
habría que declarar narcisistas en ese mismo sentido a las células de los neoplasmas
malignos que destruyen al organismo; en efecto, la patología está preparada para
considerar congénitos sus gérmenes y atribuirles cualidades embrionales”. Es decir, las
células cancerosas (que son somáticas) tenderían a remedar a las células germinales
atribuyéndose cualidades embrionales que las somáticas no tienen. En ese sentido serían,
como las germinales, absolutamente narcisistas. Pero, como esa función ya no les
pertenece, el crecimiento al que llevan es anómalo, una suerte de ‘embarazo ectópico’
monstruoso (Cesio).
Lo que dijimos corresponde al cáncer enfocado desde el punto de vista y con el lenguaje
de la biología ¿Con qué estructuras, en el lenguaje del psicoanálisis, podemos encontrar
una correlación?
Nuestras ‘estructuras psíquicas’, las que conforman nuestro psiquismo, al igual que las
células somáticas, mueren con nosotros. Pero hay una, inteligida por el psicoanálisis, que
al igual que el plasma germinal, pasa de generación en generación y, en ese sentido, es
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inmortal. Es la que en nuestro lenguaje llamamos Yo ideal ¿Qué es el yo ideal que, al igual
que las células germinales, es ‘la excepción a la regla’ y, por ende, absolutamente
narcisista?
Llamamos yo ideal a la sede del narcisismo originario (el que da origen), núcleo del ser,
‘reproduce’ al individuo, contiene latente a todo él. Freud lo asocia a la identificación con
los protopadres, los de la prehistoria, una identificación directa previa a toda catexis de
objeto. Como dice Borges en su poema “Al hijo”:”No soy yo quien te engendra. Son los
muertos. Son mi padre, su padre y los mayores”. Es decir, ese narcisismo originario es el de
la estirpe. Freud le da figuración en un mito: el del padre de la horda primitiva, un ser todo
poderoso, dueño de todas las mujeres, engendra a los hijos, excluye y castra a los varones,
luego es muerto por estos para volver a renacer. El mito da relato al narcisismo originario,
el del yo ideal, el ser que está exceptuado de la regla de la castración.
Desde los albores de la cultura, la religión ha encarnado ese ser en un dios, cada grupo
humano remite a un protopadre originario y su primera forma ha sido la del padre muerto
asesinado al que se lo hace renacer en el tótem, que pasa a ser adorado. El diablo es otra
figura que le da representación, así como en el folklore la da el vampiro, los muertos vivos
y otros seres de leyenda. Un ser que se autorreplica, iterándose de generación en
generación; núcleo de sexualidad y muerte con un inmenso y tremendo poder. El
psicoanálisis lo caracteriza como un condensado de narcisismo originario: el yo ideal.
Así como las células germinales dan vida a las somáticas, el yo ideal, inmortal, por
identificación directa, da vida al yo. Ahora bien, esa herencia narcisista a la vez es tóxica
para el yo y puede ser letal. La riqueza de la misma necesita ser mediada, metabolizada y,
por así decir, ‘administrada’ por otro. Para no morir, el yo naciente necesita transferir esa
carga narcisista sobre el objeto. Así lo dice Freud en “Introducción del narcisismo”: “El
pleno amor de objeto según el tipo de apuntalamiento…proviene del narcisismo originario
del niño y, así, corresponde a la transferencia de ese narcisismo sobre el objeto sexual…
(Así se configuran) las elecciones de objeto que corresponden a los primeros períodos
sexuales”. Serán los padres de la historia personal los encargados de administrar la riqueza
de esa herencia; el narcisismo originario. De acuerdo a cómo se realice esa
‘administración’ será el desarrollo del complejo de Edipo-complejo de castración.
Esa herencia narcisista, una suerte de código genético, es como un programa vivo que
demanda ‘capital’ para desarrollarse. El primer ‘capital’ es la sangre materna, aportada en
forma continua e ininterrumpida, lo que lleva a un desarrollo asombroso que, en pocos
meses, da lugar al embrión y al feto. Con el nacimiento ese ‘capital’ se interrumpe
abruptamente, pero el yo ideal, ese ‘programa vivo’, como un vampiro sigue
demandando, y si no recibe un nuevo ‘capital’, va a alimentarse del soma que ayudó a
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formar hasta consumirlo. El yo naciente registra eso como ‘la boca del vampiro’ que
empieza a comerlo y grita, llora y patalea. A través de ese grito primario se transfiere en la
madre la carga narcisista y ella, ahora, la empezará a ‘administrar’ aportando el ‘capital’
en forma de leche materna. Con ese ’capital’ la excitación del yo ideal se materializa como
crecimiento corporal y afectivo; el bebé crece y se hace niño y los afectos primarios van
cobrando formas más ‘digeribles’. Luego encuentra otros ‘socios’ donde transferir esa
carga narcisista, el padre, los maestros y el ‘capital’ que estos brindan se materializa como
crecimiento intelectual, espiritual. Más tarde esa transferencia se realiza sobre el
partenaire sexual y el ‘capital’ que éste aporta se traduce en procreación, dando vida a
nuevos seres. La transferencia de esas catexis narcisistas también circula por los grupos
sociales, culturales y el ‘capital’ que vuelve alimenta las sublimaciones.
Crecimiento (corporal, afectivo, intelectual, espiritual), reproducción y sublimación son las
formas más logradas de satisfacción de la excitación del yo ideal. Cuando en cada etapa de
nuestras vidas logramos esas formas de satisfacción, nuestra vida es saludable (Chiozza).
Es el carácter vital del yo ideal. Para que eso ocurra la excitación narcisista del ideal debe
circular, transferirse sobre un otro para que vuelva transformada como satisfacción y,
entonces, volver a circular.
También es cierto que no todos los contenidos narcisistas del yo ideal siguen ese camino.
Un quantum más o menos importante no realiza transferencias sobre esos otros que lo
puedan metabolizar. Cuando ese quantum, que en el desarrollo personal no se pudo
metabolizar, no es muy importante, se mantiene en estado de latencia, como inerte.
Cuando es más importante esas catexis no transferidas se proyectan en objetos que, si
bien no la metabolizan, alivian al sujeto de su carga tanática. Son objetos idealizados,
generalmente en el sentido sexual, pero también en otros: la idealización de un líder,
político, religioso, intelectual. Es difícil prescindir de esos objetos ya que son el ‘envase’
donde hemos puesto esos contenidos ideales cargados de pulsión de muerte. Eso puede
observarse en parejas que durante años viven una relación tortuosa y asfixiante sin poder
separarse, cuando al fin alguno de los dos muere, no es infrecuente que al cabo de un
tiempo el que lo sobrevivió desarrolle un cáncer. El contenido ideal, tanático, muerto el
partenaire, vuelve al sujeto como cáncer.
Chiozza postula ciertas condiciones psicodinámicas necesarias para que surja un cáncer.
La primera es que un quantum de esa excitación narcisista ideal permanezca insatisfecho.
Eso es algo que en mayor o menor medida nos ocurre a todos y, si tenemos en cuenta,
que una de cada tres personas enferma de cáncer a lo largo de su vida y que una de cada
cuatro muere de cáncer, entendemos que eso que lo provoca tiene que ser algo muy
común. Además la aparición continua de células cancerosas que no llegan a constituir una
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enfermedad cancerosa ocurre en todos nosotros, podemos especular que en ellas se
descarga algo de esa excitación narcisista ideal. Las comparamos a las fantasías
omnipotentes que todos tenemos pero que no se desarrollan como hechos; también ellas
procuran cierto alivio a la excitación narcisista.
La segunda condición tiene que ver con un fracaso actual en la satisfacción libidinal
correspondiente a los últimos estadíos de la evolución que la sexualidad ha alcanzado en
una determinada persona (Chiozza). A partir de esa frustración se da una regresión a
formas más primarias de satisfacción. En general acontece por un duelo importante,
pérdida de un ser querido o de alguna otra situación significativa (trabajo, quiebra
económica, etc.). Esta condición es necesaria pero no suficiente. Siempre que sufrimos
una pérdida, cuando el ‘socio’ que nos aporta el ‘capital’ nos abandona, entramos en
duelo, retiramos el interés del mundo y de los otros, es un retorno al narcisismo más o
menos intenso, pero, normalmente esto dura un tiempo y, antes o después, volvemos a
encontrar fuentes de satisfacción donde hacer circular esas catexis narcisistas,
encontramos otro ‘socio’ que nos aporte ‘capital’: una relación afectiva, una actividad, un
interés intelectual, etc.
Para que esa regresión narcisista llegue a desarrollar un ‘cáncer’ tiene que estar
bloqueada la posibilidad de volver a hacer circular sus catexis. Es la tercera condición. En
ese caso el ideal toma como ‘socio’ al cuerpo para alimentarse y así como el feto lo hace
con la sangre materna, el cuerpo, como una ‘madre’, ‘alimenta’ las exigencias y
demandas del ideal, dejándose ‘comer’. Así se explica que el resto del organismo deje de
responder con sus defensas al crecimiento canceroso. Es como unos padres que, por sus
frustraciones o por su carácter narcisista, dejan de poner límites a la excitación narcisista
del niño, tolerando que ésta crezca, dañando y trasgrediendo el’ tejido’ social y familiar.
Como vemos, esta regresión narcisista tras una pérdida y duelo significativo y la
imposibilidad de salir de la misma para volver a depositar el interés en el mundo y los
objetos, es muy parecida a la que se observa en la melancolía. Y en efecto la melancolía y
el cáncer son proceso parecidos, sólo se diferencian por el lugar que atacan: la melancolía
consume al yo, el cáncer al cuerpo. Freud decía que en la melancolía la sombra del objeto
perdido cae sobre el yo, parafraseándolo diremos que en el cáncer la sombra cae sobre el
soma. Tampoco es raro que cáncer y melancolía se combinen. Es frecuente que un
enfermo de cáncer se suicide al estilo del melancólico.
Revisten particular interés aquellos casos en que esos contenidos ideales pueden
derivarse en una sublimación. Cuando esa actividad sublimatoria fracasa, se agota o se
detiene y deja de derivar la excitación narcisista, ésta vuelve sobre el cuerpo y puede
tomar la forma del cáncer. En un grupo, estudiando la vida de Steve Jobs, encontramos
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este factor, enlazado a otro, participando en la aparición del cáncer que puso fin a su
vida3.
Otro destino común para esas catexis narcisistas es derivarlas sobre una actividad sexual
de tinte incestuoso. Sabemos por la mitología que el incesto es prerrogativa de los dioses,
de ahí que la sexualidad de tinte incestuoso sea un terreno propicio para el ideal. Cuando
la misma termina o fracasa, tiempo después puede sobrevenir el desarrollo de un cáncer.
Investigando en la vida de Alfonsina Storni encontramos que era esto lo que acontecía en
el momento de la aparición de su cáncer. Es de destacar aquí la combinación de cáncer y
melancolía que llevó al suicidio de Alfonsina4.
Lo mismo puede ocurrir en una relación simbiótica. La simbiosis es una relación narcisista
y, a la vez, un intento de contener en el otro ese narcisismo tanático. Cuando la simbiosis
se rompe por algún motivo no cabe esperar un duelo normal, sí es esperable un duelo
melancólico y/o la aparición del cáncer. Un caso particular es cuando el vínculo se da con
un objeto fuertemente idealizado. El abandono por parte de tal objeto puede desembocar
en ese desarrollo morboso. Es lo que se dio con la aparición del cáncer por el que murió
Eva Perón. Así como las últimas palabras de Jesús fueron: “Padre ¿por qué me has
abandonado?, en el momento de la eclosión de su cáncer Evita le confesó a Ana Macri:
“Hace tres noches que no duermo. Perón me ha abandonado”5. Un tiempo después, y
como Jesús, a los 33 años, muere6.
Bibliografía
Chiozza, Luis Cáncer. ¿Por qué a mí, por qué ahora? Libros del Zorzal 2010
Cesio, Fidias
La sexualidad primordial, narcisismo y cáncer La Peste de Tebas N°52
3
“Vida y muerte de Steve Jobs: desarrollos sobre patología del ideal (yo ideal)”. Alberto Loschi, Inés
Lamuedra, Verónica Sánchez, Alicia Vidal, Verónica Vincini y Antonio Virgillo. Trabajo presentado en el
Congreso Mundial de Salud Mental. Agosto de 2013.
4
“Alfonsina y el mar. Realidad que se anuncia en la ficción: desarrollos sobre patologías del ideal (yo ideal).
Alberto Loschi, Verónica Sánchez, Alicia Vidal, Inés Lamuedra y Verónica Vincini. Trabajo presentado en el
congreso de FEPAL. Septiembre de 2014.
5
Felipe Pigna. “Evita. Jirones de su vida”. Editorial Planeta. 2012
6
En un grupo, junto a Maximiliano Aduriz, Cecilia Field, Marcela Escribano y Graciela Matías estamos
investigando la aparición del cáncer en relación con las vicisitudes de la vida de Eva Perón.
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