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Especialmente en cánceres de hígado, páncreas, pulmón y próstata
DOS ÁCIDOS GRASOS OMEGA-3, EFICACES EN EL TRATAMIENTO DEL CÁNCER
Dr. José Justo Grajales Muñiz
Medico Cirujano
Consultorios. Morelos 10 en Loma Bonita OAX. Y Xixotencalt 748 entre Emiliano Zapata y Doblado
Veracruz Ver. Tel. cel. 2818700244 y 2299841948.
Medicina de Longevidad-Nutricion clínica-Certificacion dieta de la Zona Dr. Barry SearsRevitalizacion Facial Academia Mexicana de Medicina Estetica-Inmunologia Clinica- Postgrado en
Nutricion Clinica y Ciencia Avanzada de los Alimentos de Universidad de Barcelona.
Miembro de la Sociedad Mexicana de Medicina Antienvejecimiento.
Miembro Fundador de AHANAOA AC Asociacion Hispanoamericana de nutrición Alternativa,
ortomolecular y Antienvejecimiento. Asociacion Civil
Dos ácidos grasos de la serie omega-3 presentes en altos porcentajes en los aceites de pescado y
animales marinos, en las semillas y en algunos frutos secos -el ácido docosahexanoico (DHA) y el
eicosapentanoico (EPA)- parecen ser útiles en la prevención y tratamiento del cáncer,
especialmente de hígado, páncreas, pulmón y próstata. Así lo indica un reciente estudio realizado
en la Universidad de Pittsburg según el cual ambos ácidos grasos no sólo evitan que proliferen las
células cancerosas sino que inducen a su apoptosis o suicidio. Es más, el tratamiento con DHA y
EPA también reduce los niveles de una proteína conocida como betacatenina cuyos altos niveles
se han ligado al desarrollo de varios tumores.
¡Qué razón tenían nuestras abuelas al insistir tanto en las bondades del aceite de hígado de bacalao!
Evidentemente no contaban con estudios científicos que avalaran sus aseveraciones pero el tiempo ha
demostrado que conocían perfectamente sus magníficas propiedades. Y lo sabían porque esa información
llevaba transmitiéndose generaciones. De ahí su machacona insistencia en que tomáramos al menos una
cucharadita diaria. Y mejor nos hubiera ido a todos si hubiéramos adquirido de niños ese hábito.
Afortunadamente estamos a tiempo de que lo adopten nuestros hijos. Porque precisamente ahora, cuando
apenas se consume ya, nos estamos enterando de que contiene grandes cantidades de ácido
eicosapentaenoico (EPA) y ácido docosahexaenoico (DHA), dos tipos de ácidos grasos omega-3 que
poseen propiedades terapéuticas muy importantes ya que acaba de descubrirse que... ¡también combaten
el cáncer! Ambos ácidos -el EPA y el DHA- están presentes en las semillas, frutos secos y crustáceos
pero, sobre todo, en los pescados azules, especialmente en los aceites elaborados con ellos y con krill
(vea el reportaje que publicamos al respecto en este mismo número). Considerándose pescado "azul" todo
aquel que contiene más de un 6% de grasa, es decir, la anchoa o boquerón, el arenque, el atún, el
bacalao, el bonito, la caballa, el cazón, el congrio, el emperador o pez espada, el jurel o chicharro, la
lamprea, el lenguado, el melva, el mújol o lisa, la palometa, el salmón, la sardina, el salmonete, la trucha y
el verdel o estornino, entre otros (y hablando del aceite de hígado de bacalao no deja de resultar
significativo que éste sea uno de los pescados que menos grasa acumula en su cuerpo).
En suma, los pescados azules son ricos en ácidos grasos poliinsaturados esenciales, es decir, que no
pueden ser sintetizados por nuestro organismo y deben obtenerse a través de la alimentación. Y existen
dos familias: los omega-3 y los omega-6. A la primera pertenecen el ácido alfa-linolénico y sus metabolitos
-el eicosapentaenoico (EPA) y el docosohexaenoico (DHA)- mientras que el ácido linoleico y sus
correspondientes metabolitos -el gamma-linolénico (GLA) y el araquidónico (AA)- son los representantes
de la familia omega-6. Siendo de destacar que si bien ambos son precursores de los eicosanoides
-sustancias activas a muy baja dosis y de potentes efectos biológicos- los omega-3 potencian un tipo que
actúa fluidificando la sangre y los omega-6 otro cuyo efecto es el opuesto ya que favorece la formación de
coágulos. Antagonismo vital para nuestra salud que obliga a que ambos ácidos grasos se ingieran y
encuentren en el organismo en la proporción adecuada. Hablaremos más adelante de ello.
UN POCO DE HISTORIA
Fue en 1923 cuando los científicos norteamericanos Burr y Evans descubrieron que cuando se privaba a
las ratas de ácidos grasos poliinsaturados éstas enfermaban. Y de tal constatación nació la convicción de
que los ácidos grasos esenciales eran fundamentales para la salud. Evans -que había trabajado con la
vitamina A- llamó en un primer momento a esos ácidos grasos poliinsaturados vitamina F pero unos años
más tarde Burr averiguó que existían realmente dos familias: los omega-3 (derivados del ácido alfalinolénico) y los omega-6 (derivados del ácido linoleico).
Las primeras observaciones que permitieron saber sin embargo que había relación entre los omega-3 y las
enfermedades cardiovasculares datan sólo de la década de los setenta del pasado siglo XX cuando un
epidemiólogo danés apuntó que los ácidos grasos omega-3 presentes en el pescado eran a su juicio la
principal causa de la ausencia de dolencias cardiovasculares entre los esquimales (Kromann y Green
1980). Había observado que los esquimales que viven en Groenlandia -grandes consumidores de ácidos
grasos omega-3 a través del pescado, las focas y la carne de ballena- no padecían ataques cardíacos
mientras los que emigraban alterando sus hábitos alimenticios terminaban padeciendo el mismo tipo de
problemas cardiovasculares que las personas de sus sociedades de acogida. Estudios posteriores
vendrían a ratificar esos resultados. Se constató, por ejemplo, que la dieta en la isla de Creta,
extraordinariamente rica en fuentes de ácidos grasos omega-3, aparecía unida a la alta esperanza de vida
de sus habitantes. Y la alta longevidad de los japoneses acabó también siendo atribuida a su alto consumo
de ácidos grasos omega 3 (Kagawa, Nishizawa y otros. 1982; Hirai, el Terano y otros. 1989).
Precisamente en esa misma época -en 1982- los suecos Bergstrom y Samuelsson y la investigadora
británica Vane recibirían el Premio Nobel por su explicación de los mecanismos que convierten una
deficiencia de ácidos grasos esenciales en problemas clínicos. Es decir, explicaron a la comunidad
científica el papel central como mediadores celulares de los eicosanoides -prostaglandinas, prostaciclinas,
tromboxanos y leucotrienos-, grupo complejo de hormonas derivadas de los ácidos grasos esenciales.
Desde entonces sabemos que las prostaglandinas y protaciclinas cumplen funciones muy importantes en
la regulación de la presión arterial, de la función renal, de la función inmunitaria, de la división celular y de
la respuesta al dolor. Los tromboxanos, por su parte, son responsables de la agregación de las plaquetas y
por tanto son claves en la coagulación de la sangre. En cuanto a los leucotrienos explicaron su importancia
en el proceso inflamatorio y en la respuesta alérgica.
La epidemiología no ha hecho otra cosa desde entonces que apoyar la hipótesis sobre los beneficios de
los omega-3, primero en el caso de las poblaciones de riesgo de enfermedades del corazón (Burr, Gilbert
y otros. 1989, Marchioli, Bomba y otros. 1999; Lorgeril, Salen y otros. 1994 y 1999) para después ir
extendiéndolos a otras patologías como las enfermedades crónicas articulares o el cáncer. Incluso se ha
demostrado ya que bajos niveles en los tejidos de ácidos grasos omega-3 están correlacionados con una
mayor incidencia tanto de enfermedades mentales como neurodegenerativas.
Desde un punto de vista epidemiológico parece indiscutible pues que el cáncer es menos común en las
comunidades que consumen grandes cantidades de animales marinos siendo la razón más lógica la
presencia en ellos de ácidos grasos poliinsaturados omega-3 de cadena larga. Las mujeres japonesas, por
ejemplo, comen mucho pescado y tienen una proporción muy baja de cáncer (y no sólo de pecho). Y, por
su parte, los hombres que comen frecuentemente pescado tienen un riesgo sensiblemente menor de
padecer cáncer de próstata. Otro tanto puede decirse de los cánceres de estómago e intestino: son menos
comunes en las comunidades que centran su dieta en el pescado. Y hay otros trabajos que indican que la
adición de omega-3 a la dieta ayuda a reducir el nivel de ciertas hormonas que tienden a estar presentes
en cantidades más altas en los pacientes de cáncer. Asimismo hay estudios que sugieren que la
quimioterapia es más eficaz cuando hay un buen nivel de omega-3 en la dieta de los enfermos.
Los ácidos grasos poliinsaturados omega-3 de cadena larga, en suma, aseguran la flexibilidad de las
membranas biológicas, juegan un papel esencial como mensajeros celulares y son precursores de los
eicosanoides por lo que juegan un papel fundamental en los procesos inflamatorios, la regulación del flujo
de sangre, el control de transporte de iones y la modulación de la transmisión sináptica. Y además poseen
actividad anticancerígena.
Las propiedades que se atribuyen a los ácidos grasos omega-3 son pues bien conocidas porque son
muchas las investigaciones efectuadas pero a ellas se suman ahora dos de sumo interés. Y es que un
grupo de investigadores de la Universidad de Pittsburg acaba de demostrar que los ácidos
docosahexanoico (DHA) y eicosapentanoico (EPA) son útiles en la prevención y tratamiento del cáncer de
hígado mientras otro equipo ha demostrado en Manchester que son igualmente útiles en casos de cáncer
de páncreas. Por su parte, la revista Nutrition and Cancer ha publicado hace poco un caso de curación de
¡un cáncer de pulmón terminal! conseguido únicamente mediante un aumento radical de la ingesta de
ácidos grasos omega 3.
PITTSBURG, LOS OMEGA 3 Y EL CÁNCER DE HÍGADO
Como decimos, el estudio realizado en la Universidad de Pittsburg -que acaba de darse a conocer en la
reunión anual de la Sociedad Americana para la Investigación del Cáncer celebrada el pasado mes de
Abril en Washington (EEUU)- sugiere que los ácidos grasos omega-3 DHA y EPA pueden ser una terapia
eficaz no solo para la prevención sino también para el tratamiento de cáncer de hígado. Conclusión que es
en realidad el resultado de la suma de dos investigaciones. "Desde hace algún tiempo -explicaría el doctor
Tong Wu, miembro de la división de Patología del Trasplante de la Escuela de Medicina de la Universidad
de Pittsburg- se sabe que los ácidos grasos omega-3 pueden inhibir ciertas células cancerígenas. Así que
quisimos determinar si esas sustancias podían también inhibir las células de cáncer de hígado y en caso
afirmativo averiguar cuál es el mecanismo que provoca esa inhibición". Para averiguar lo primero los
investigadores se centraron en observar el efecto y mecanismo de los ácidos grasos poliinsaturados
omega-3 y omega-6 sobre células humanas de carcinoma hepatocelular, responsable del 80 al 90% de
todos los tipos de cáncer del hígado y que resulta normalmente fatal en un plazo de entre tres y seis
meses después del diagnóstico. Para lo cual trataron las células cancerosas -entre 12 y 48 horas- con los
ácidos docosahexaenoico (DHA) y eicosapentaenoico (EPA) de la serie omega-3 así como con el ácido
araquidónico (AA) de la serie omega-6. Comprobando pronto que tanto el DHA como el EPA inhiben el
crecimiento celular -con mayor o menor efectividad en función de la dosis- mientras el ácido araquidónico
no logra ningún efecto significativo. Un efecto que a juicio de los investigadores probablemente se debe a
que provoca la apoptosis o muerte celular programada de las células cancerosas. Es más, los
investigadores encontraron que el tratamiento con DHA induce la escisión de una enzima del núcleo
celular conocida como poli (ADP-Ribosa) polimerasa o PARP relacionada con la reparación del daño de
ADN, la apoptosis y la regulación de la repuesta inmune.
Además el tratamiento con DHA y EPA disminuyó indirectamente los niveles de otra proteína conocida
como betacatenina, presente de forma masiva en el desarrollo de varios tumores. "La betacatenina
-explicaría Wu- es conocida por promover el crecimiento celular y también está implicada en el crecimiento
de las células tumorales. Por consiguiente nuestro hallazgo de que los ácidos grasos omega-3 pueden
disminuir los niveles de betacatenina es una evidencia clara de que estos compuestos tienen la capacidad
de actuar recíprocamente en varios puntos de sendas involucradas en la progresión del tumor".
A continuación los investigadores trataron células tumorales de colangiocarcinoma con ácidos grasos
omega-3 y omega-6 de 12 a 48 horas. El colangiocarcinoma es una forma particularmente agresiva de
cáncer de hígado, un tumor poco frecuente que se origina en las vías biliares y tiene una proporción de
mortalidad sumamente alta. Bueno, pues de nuevo el tratamiento con los ácidos grasos DHA y EPA
produjo una inhibición del crecimiento de las células cancerígenas mientras el tratamiento con el ácido
araquidónico de la serie omega-6 seguía sin lograr efecto significativo alguno. También en este caso el
tratamiento con DHA indujo una forma de división de la PARP en las células del colangiocarcinoma. Y el
tratamiento con DHA y EPA disminuyó significativamente el nivel de la proteína betacatenina en las
células.
Para Wu estos resultados sugieren que los ácidos grasos omega-3 pueden ser pues una terapia eficaz
para el tratamiento de cáncer de hígado... pero también un medio para protegerlo de la esteatohepatitis no
alcohólica, patología caracterizada por exceso de grasa en el hígado que puede llegar a dar lugar -en el
peor de los casos- a una cirrosis o a un cáncer de hígado.
MANCHESTER Y EL CÁNCER DE PRÓSTATA
Bueno, pues muy poco antes de que este grupo de investigadores norteamericanos presentara sus
conclusiones un equipo británico del prestigioso Cancer Research UK Paterson Institute de la Universidad
de Manchester publicó un estudio en el British Journal of Cancer en el que concluían que una dieta rica en
ácidos grasos omega-3 puede impedir que un cáncer de próstata no muy grave derive en un cáncer
mucho más agresivo. El punto de partida fue la constatación de que el cáncer de próstata se vuelve
realmente peligroso cuando las células cancerosas invaden otros tejidos más allá de la próstata, como por
ejemplo la médula ósea. Pues bien, según los resultados de la citada investigación los omega-3 puede
impedir que eso ocurra.
Los científicos examinaron -como en Pittsburg- los efectos de los ácidos grasos omega-3 y omega-6 sobre
las células de cáncer de próstata en el laboratorio y su conclusión fue que mientras los omega-6 -que
aportan otro tipo de beneficios a la salud- impulsan la migración de las células cancerosas a la médula
ósea los omega-3 la evitan.
"Nosotros mostramos -puede leerse en el artículo- que el ácido araquidónico (omega-6) a determinadas
concentraciones puede ser un potente estimulador de la invasión celular maligna epitelial hacia la médula
del hueso humano. Esta invasión es mediada por la protaglandina E2 -metabolito del ácido arquidónico- y
es inhibida por los ácidos grasos omega-3 -los ácidos eicosapentaenoico y docosahexaenoico- en una
proporción de 1 a 2 (1 de Omega-3 por 2 de Omega-6) y por el inhibidor de COX-2 NS-398. Estos
resultados identifican un mecanismo por el que el ácido araquidónico puede potenciar el riesgo de
migración metastásica y la implantación secundaria in vivo, un riesgo que puede reducirse con la ingesta
de ácidos grasos poliinsaturados omega-3".
En suma, los investigadores británicos concluyen que en los pacientes con cáncer de próstata basta con
ingerir a diario al menos 1 gramo de ácidos grasos omega-3 por cada 2 gramos de omega-6 para frenar la
extensión de las células cancerígenas y evitar la metástasis. Obviamente si la ingesta de omega-3 es
superior la eficacia aumenta notablemente.
CÓMO SUPERÓ UN CÁNCER DE PULMÓN TERMINAL... CON OMEGA-3
Obviamente los investigadores quieren profundizar más en este ámbito pero lo cierto es que la vida existe
fuera de los laboratorios y cientos de miles de enfermos mueren cada año mientras esperan que alguien
ponga el dinero necesario para demostrar "científicamente" que el aceite de pescado sirve para combatir el
cáncer. Sólo que ello es improbable porque el aceite de pescado no se puede patentar y no generará
beneficios multimillonarios a quien financie la investigación. Por tanto desde Discovery DSALUD instamos
a los enfermos de cáncer a que prueben esta sustancia natural. Porque hay suficientes evidencias
-aunque las califiquen de "anecdóticas" los oncólogos- que muestran su eficacia. Es el caso de la historia
aparecida con todo lujo de detalles médicos -incluidas las pruebas gráficas- en la revista Nutrition and
Cancer a finales de pasado el año. El paciente, identificado en el artículo como D. H., fue diagnosticado de
un cáncer de pulmón terminal en el año 2000. Sus médicos le dijeron que le quedaban unos meses de
vida y decidió renunciar a todos los tratamientos convencionales que se le propusieron... y seguir los
consejos de su vecino. Claro que Ron Pardini no era un vecino cualquiera. Se trataba de un profesor de
Bioquímica de la Universidad de Reno en Nevada (EEUU) que en los últimos años se ha dedicado a
investigar sobre los ácidos grasos omega-3. Y él, como ahora los investigadores de Manchester y
Pittsburg, había comprobado también cómo los omega-3 inhiben significativamente el crecimiento de las
células cancerosas de mama, ovario, colon, próstata y páncreas en los ratones atímicos (sin timo) que se
utilizan habitualmente en investigación.
Pardini recomendó a D. H. que cambiara simplemente de dieta y aumentara la ingesta de ácidos grasos
omega-3 tomando a diario aceite de pescado, aceite de alga dorada y suplementos nutricionales además
de reducir las comidas basadas en el maíz ya que se trata de un cereal que contiene abundantes ácidos
grasos omega-6. "Cinco años después -explica Pardini- D. H. todavía está vivo e incluso ha ganado un
poco de peso". En el artículo se muestran las tomografías y puede apreciarse cómo los tumores
cancerosos encontrados en sus pulmones se redujeron hasta el 10% de su tamaño en el 2000. "El
encogimiento gradual e incesante de las lesiones pulmonares observadas en D. H. desde julio del 2000 a
abril del 2004 -puede leerse en el artículo- son atribuidas al consumo de altas cantidades de los ácidos
grasos omega-3 de cadena larga, de aceite de pescado y aceite de alga dorada, y a la disminución en el
consumo de aceites vegetales ricos en ácido linoleico considerado como un ácido graso protumoral. Esta
intervención con suplementación alteró significativamente el perfil de los ácidos grasos consumidos por el
paciente y fue el único cambio en el estilo de vida informado por D. H.. De hecho se considera que la dieta
occidental moderna es deficiente en ácidos grasos omega-3 y contiene excesivas cantidades de ácidos
grasos omega-6 resultando en una proporción de ácido graso esencial omega-6/omega-3 de 15:1-16.7:1
(…) Dado que las dietas ricas en omega-6 -sobre todo el ácido linoleico- han demostrado promover la
génesis tumoral y las dietas ricas en ácidos grasos omega-3 suprimirla la proporción de estos ácidos
grasos esenciales en la dieta puede ser un factor importante en el desarrollo y progresión de varios tipos
de cánceres ".
La ingesta de ácidos grasos omega 3 por D. H. fue constante en el tiempo. "Es importante notar -señala el
trabajo- que la succión diaria inicial de ácidos grasos poliinsaturados omega-3 de cadena larga de 10.2
gramos diarios fue concomitante con la estabilización y la disminución gradual de la mayoría de los
tumores pero un tumor continuó creciendo despacio. Pero cuando la ingesta de omega-3 de cadena larga
se aumentó a 15 gramos al día se observó un encogimiento de la lesión resistente". D. H. empezó a
consumir 15 gramos diarios de ácidos grasos omega-3 el 2 de abril de 2001 y ha mantenido esa cantidad
durante tres años sin ningún efecto secundario.
Ahora bien, como en el caso del cáncer de pulmón terminal antes mencionado, hay que tener en cuenta la
proporción que se ingiere de ácidos grasos omegas 3 y 6 ya que ambos son necesarios para el organismo.
"La proporción de ácidos grasos ácido linoléico-omega 6/omega-3 consumida por D. H. durante el período
de observación -puede leerse en el artículo de referencia- se estimó en 0,73 considerando que la
proporción de LA/DHA anteriormente era de 1.47. Esta excepcionalmente baja proporción de ácido graso
linoleico (LA) protumoral respecto al omega-3 supresor tumoral (DHA) puede ser la responsable de la
disminución bilateral en el número de tumores y el tamaño que se observó en D. H. Esta interesante
observación que asocia la modificación nutritiva de la proporción consumida en la dieta omega-6/omega-3
con la regresión del histiocitoma fibroso maligno, un sarcoma de muy pobre prognosis y pocas opciones
de tratamiento convencionales, requiere un escrutinio científico riguroso en un amplio ensayo clínico".
Terminamos aclarando que el tratamiento de cualquier patología con omega-3 debe hacerse
preferiblemente bajo la supervisión de un profesional de la salud cualificado porque es obvio que las
cantidades que se precisan no se adquieren consumiendo sólo pescado y se requiere la toma de
suplementos o de aceites en las proporciones omega3/omega 6 adecuadas. Por otra parte conviene tener
en cuenta que la ingesta de demasiada grasa puede causar sobrepeso u obesidad si no se hace bien. De
ahí que seguir las normas marcadas en el libro La Dieta Definitiva sea especialmente útil a la hora de
seguir un tratamiento de este tipo.
Antonio F. Muro
La opinión de Francisco José García Muriana
Los resultados de los estudios que sobre la ingesta de omega-3 acaban de dar a conocer la Universidad
de Pittsburg y el Cancer Research UK Paterson Institute de la Universidad de Manchester nos parecen tan
importantes que decidimos consultar la opinión de Francisco José García Muriana, Jefe del
Departamento de Caracterización y Calidad de los Alimentos del Instituto de la Grasa, organismo
perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas y uno de los investigadores españoles
más importantes en este campo.
-¿Cómo valora usted los resultados obtenidos por los dos equipos investigadores de esas dos
universidades?
-Es un hecho inequívoco que los ácidos grasos omega-3 de cadena larga participan en los procesos
metabólicos reguladores de la supervivencia celular. Lo cual adquiere extraordinaria importancia en el
cáncer donde existe un crecimiento desordenado e incontrolado de células que pueden invadir y destruir
tejidos y extenderse. De los estudios in vitro de interacción de los ácidos grasos omega-3 con células
cancerígenas parece deducirse que la esencialidad de estos ácidos grasos se debe, al menos en parte, a
su papel directo en distintas rutas de señalización intracelular y a su función "amortiguadora" de los
efectos biológicos de los ácidos grasos de la familia omega-6. Estos resultados concuerdan con los
estudios epidemiológicos según los cuales poblaciones con un mayor consumo de ácidos grasos omega-3
tienen una menor incidencia de cáncer, como cáncer de próstata y mama. No obstante son necesarios
más estudios en humanos para establecer de manera categórica una relación causa-efecto. Sin olvidar la
máxima hipocrática "sea tu alimento tu mejor medicamento" es importante mantener la eficacia de los
ácidos grasos omega-3 y limitar sus efectos secundarios para lo cual es fundamental el control de su
ingesta por parte de especialistas cualificados.
-Son ya muchos los estudios de distintas universidades de todo el mundo que señalan en la misma
dirección cuando no se repiten en un círculo aparentemente interminable. ¿No es hora de
progresar en el estudio de los omega-3?
-La investigación es apasionante y resulta esperanzadora cuando se comprueba el enorme potencial de
los ácidos grasos omega-3 como nutriente con propiedades anticancerígenas. Los primeros pasos en el
campo de la Nutrigenómica parecen ir en esa dirección. Es tiempo pues de seguir investigando con los
ácidos grasos omega-3, de pasar la barrera experimental para abordar estudios clínicos con grupos de
población, de diferenciar sus efectos en los distintos tipos de cáncer y de valorar aspectos relativos a sus
beneficios y riesgos. Es nuestra obligación propugnar la Nutrición en la Sociedad del Conocimiento para
ampliarlo y, por ende, para mejorar nuestra forma de afrontar la vida.
-¿Y de quién depende a su juicio ese paso adelante que supone abordar la realización de estudios
clínicos? Porque no parece que los grandes laboratorios promotores de la mayoría de los estudios
estén muy dispuestos a pasar el testigo de los fármacos a la nutrición...
-De la voluntad de las partes implicadas: las instituciones -responsables de la movilización de los recursos
necesarios- y los investigadores -responsables de la aplicación de un método correcto con el fin de
exponer y confirmar sus teorías-. La naturaleza del cáncer es tan compleja y heterogénea que requiere en
la mayoría de los casos una intervención tan inmediata que la aplicación terapéutica de ciertos nutrientes,
como es el caso de los ácidos grasos omega-3, queda meramente relegada al soporte nutricional de los
pacientes. Ciertamente las desigualdades entre Farmacología y Nutrición no permiten soslayar los
intereses de las grandes industrias farmacéuticas.
Alternativas al aceite de pescado ricos en omega-3
Además del aceite de pescado existen otras fuentes ricas en ácidos grasos omega-3. Es el caso del aceite
de krill -sobre el que hablamos ampliamente en otro reportaje de este mismo número por lo que remitimos
al lector a él para obtener mayor información-, de los aceites de mamíferos marinos -como las focas,
morsas y ballenas-, de los aceites de colza, calabaza, cáñamo, lino, soja y germen de trigo, de los aceites
de algunos frutos secos, del de algas y de los que se obtienen de algunas semillas terrestres como la chía.
Vamos pues a centrarnos en sólo dos de ellos por ser los más conocidos
-Las algas
Los investigadores consideran que una de las grandes ventajas de las algas sobre el pescado es que
existe menos riesgo de contaminación como fuente de omega-3 ya que son el punto de partida de la
cadena alimenticia. Los peces -y los aceites derivados de éstos- forman parte de eslabones más altos en
la cadena alimenticia y por tanto presentan más posibilidades de estar contaminados.
Destacando entre ellas las algas doradas, una familia de diferentes algas llamadas Criysofitas. Dos muy
usadas como fuente de suplementos de omega-3 son la Crypthecodinium cohnii y la microalga
Schizochytrium sp, autorizada en la Unión Europea como ingrediente alimentario y cuyo contenido en
ácido docosahexaenoico (DHA) es de al menos un 32,0%. Su aceite se extrae una vez secadas.
A. Conchillo publicó en la revista Nutrición Hospitalaria -junto a otros investigadores del Departamento de
Bromatología, Tecnología de Alimentos y Toxicología de la Facultad de Farmacia de la Universidad de
Navarra- un artículo titulado Componentes funcionales en aceites de pescado y de alga en el que
concluyen que la cantidad de ácidos grasos poliinsaturados es mayor en los aceites procedentes de las
algas (43,9%) que en los de pescado (32,59%". Y además que en el aceite de pescado el contenido en
colesterol es más de tres veces superior al del aceite de alga. "En conclusión -puede leerse en ese artículo
-, ambos aceites presentaron una fracción lipídica muy rica en ácidos grasos poliinsaturados omega 3 de
alto peso molecular -sobre todo de EPA y DHA- mostrándose asimismo relaciones omega-6/ omega-3
idóneas para lograr disminuir este cociente en alimentos a los que se puedan incorporar como
ingredientes funcionales. En cuanto a la fracción insaponificable el aceite de alga presentó un contenido 3
veces menor de colesterol y una mayor proporción de escualeno y fitosteroles, que poseen potenciales
beneficios saludables".
-La Chía
La Chía o Salvia hispánica es un vegetal terrestre con alto contenido de ácidos grasos omega-3 Se trata
de una planta anual de verano que pertenece a la familia de las Labiatae con unos granos ovalados de
unos 2 milímetros de largo y color negro o café oscuro aunque a veces aparecen blancos o grises. Especie
originaria de las áreas montañosas que se extienden desde el oeste central de México hasta el norte de
Guatemala fue uno de los cultivos principales de las sociedades precolombinas de la región y era conocida
como el alimento de las caminatas. Su uso como alimento de resistencia y alta energía está registrado
desde los tiempos de los antiguos aztecas. Sus granos tienen cantidades de aceite que varían entre el 32
y el 39%, con un alto porcentaje de ácidos grasos poliinsaturados alfa-linolénico y linoleico.
El doctor Giovanni Tosco recopiló durante más de cinco años las investigaciones científicas existentes en
torno a la chía y fruto de su esfuerzo fue el trabajo Los beneficios de la chía en animales y humanos. Y en
él puede leerse: "La chía es la fuente más rica de ácidos grasos y antioxidantes naturales disponible como
materia prima para su uso en alimentos funcionales, nutracéuticos y suplementos dietéticos. La evidencia
científica apoya fuertemente a la chía como la fuente más eficaz para enriquecer alimentos con ácidos
grasos omega-3. (…) La ciencia moderna ha determinado que las semillas de chía contienen cantidades
de aceite que varían de un 32 a un 39% y dicho aceite ofrece el porcentaje natural conocido más elevado
de ácido omega 3 o alfa linolénico (60-63%)" .