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David Hume. (1711-1776)
La vida del autor David Hume (nacido en una familia de la pequeña nobleza escocesa, se caracteriza por una
temprana vocación por la literatura, pero solamente triunfa a partir de los 38 años. Él mismo nos lo relata en su
autobiografía del siguiente modo: Nací el 26 de abril de 1711, al viejo estilo, en Edimburgo. Era de buena familia,
tanto por vía paterna como materna… Realicé con éxito los estudios normales de mi edad y ya desde muy pronto
poseí una gran pasión por la literatura… Mi familia creyó que la carrera de Leyes sería una profesión adecuada para
mí. Sin embargo, yo sentía una insuperable aversión hacia todo lo que no fueran investigaciones de filosofía y de
instrucción en general. Su éxito final no le evitó sonoros fracasos, el más notable la pobre acogida del Tratado de la
naturaleza humana, que publicó en 1738. Investigación sobre el conocimiento humano fue escrita para superar las
limitaciones de la obra anterior, diez años después.
Para comprender el pensamiento de Hume habría que situarlo en el contexto histórico, sociocultural y filosófico
de su época. Es Hume uno de los destacados representantes del llamado Siglo de las Luces, que surge en Inglaterra,
se desarrolla en Francia y culmina en Alemania, con Kant. En el pensamiento crítico de éste, Hume será
precisamente quien lo despierte de su sueño dogmático. Esta época que va de 1688 a 1789 hace de la filosofía el
soporte esencial de su cultura, y Hume representa el prototipo del hombre ilustrado. Hombre, según sus propias
palabras: de cordial disposición, con dominio de sí mismo, de humor franco, social y jovial, capaz de sentir amistad,
pero poco susceptible de enemistarme con nadie, y, de gran moderación en todas mis pasiones.
Inglaterra y después Gran Bretaña, tras el triunfo de la revolución de 1688 se había convertido, con el
parlamentarismo de su monarquía, así como la idea de tolerancia difundida por los ilustrados británicos, en modelo
de referencia para el resto de los ilustrados europeos. El desarrollo científico encuentra su símbolo en Newton y éste
junto a Locke son las dos grandes referencias que fundamentan la idea de que la observación de los hechos es el
criterio frente al dogmatismo y la intolerancia religiosa.
El problema del conocimiento es concebido como central en la ilustración británica, defendiendo que la
experiencia es el origen y límite del conocer. Se pasará de una racionalidad de esencias a una fenoménica, de
principios fundantes a leyes explicantes, de una filosofía metafísica a una naturalista, antropológica y socio-política;
siendo por tanto una nueva racionalidad: fenoménica (no hay más realidad que la que producen nuestras
sensaciones), con propensión hacia el escepticismo, limitada por la experiencia y por ello antidogmática. Hume es
uno de los que mejor caracterizan este nuevo talante. Famoso por su escepticismo en metafísica insiste en que la
naturaleza humana pone límites a nuestra capacidad de ser escépticos: una cosa es la filosofía y otra el vivir.
La evolución del pensamiento humeano puede describirse a través de sus dos principales obras:
En el Tratado de la naturaleza humana... (1739) pretende aplicar el método newtoniano a los
asuntos morales, entendiendo por moral el conjunto de costumbres o hábitos del ser humano en cualquier
dominio del saber tanto práctico como teórico. El proyecto primero de Hume tiene como finalidad de construir
una ciencia de la naturaleza humana. Centrándose en examinar “la extensión y las fuerzas
del entendimiento humano, y explicar la naturaleza de las ideas que empleamos y de las operaciones que realizamos
al argumentar”.
En La investigación sobre el entendimiento humano (1748) abandona la idea de crear una ciencia del
hombre, y ya no pretende aplicar el método de Newton. La nueva obra es mucho más breve, se centra en el análisis
del entendimiento humano, y tiene un fuerte carácter crítico. En ella Hume pretende determinar los límites del
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conocimiento y el instrumento de análisis se centra en la distinción entre cuestiones de hecho y relaciones de
ideas.
En definitiva, abandonado el primer proyecto sistemático, se dedica a estudios críticos diversos: moral
religión, política, economía... a la manera de cualquier otro filósofo ilustrado, empleando en ellos
el método descriptivo e histórico.
Texto 7: INVESTIGACIÓN SOBRE EL CONOCIMIENTO HUMANO. Sec. IV, parte 1
Todos nuestros razonamientos acerca de cuestiones de hecho parecen fundarse en la relación de causa y efecto.
Tan sólo por medio de esta relación podemos ir más allá de la evidencia de nuestra memoria y sentidos. Si se le
preguntara a alguien por qué cree en una cuestión de hecho, cualquiera que no está presente –por ejemplo, que su
amigo está en el campo o en Francia- daría una razón, y ésta sería algún otro hecho, como una carta recibida de él, o
el conocimiento de sus propósitos y promesas previos. Un hombre que encontrase un reloj o cualquier otra máquina
en una isla desierta sacaría la conclusión de que en alguna ocasión hubo un hombre en aquella isla. Todos nuestros
razonamientos acerca de los hechos son de la misma naturaleza y en ellos se supone constantemente que hay una
conexión entre el hecho presente y el que se infiere de él. Si no hubiera nada que los uniera, la inferencia sería
totalmente precaria. Oír una voz articulada y una conversación racional en la oscuridad nos asegura la presencia de
alguien. ¿Por qué? Porque éstas son efectos de origen y textura humanos, y estrechamente conectados con ella. Si
analizamos todos los demás razonamientos de esta índole, encontraremos que están fundados en la relación causaefecto, y que esta relación es próxima o remota, directa o colateral. El calor y la luz son efectos colaterales del fuego
y uno de los efectos quede acertadamente inferirse de otro.
Así pues, si quisiéramos llegar a una conclusión satisfactoria en cuanto a la naturaleza de aquella evidencia que nos
asegura de las cuestiones de hecho, nos hemos de preguntar cómo llegamos al conocimiento de la causa y del efecto.
Me permitiré afirmar, como proposición general que no admite excepción, que el conocimiento de esta relación
en ningún caso se alcanza por razonamientos a priori, sino que surge enteramente de la experiencia, cuando
encontramos que objetos particulares cualesquiera están constantemente unidos entre sí.
_______________________________________________________________________________________________
El fragmento de Hume pertenece a la primera parte de la sección IV titulada Dudas escépticas acerca de las
operaciones del entendimiento, de su obra Investigación sobre el conocimiento humano. Los dos principios básicos
de la obra son que: a) Todas nuestras percepciones se fundamentan en la experiencia y b) Las cuestiones de hecho,
las cuestiones fácticas, no son reductibles a relaciones de ideas.
La vida del autor David Hume (nacido en una familia de la pequeña nobleza escocesa, se caracteriza por una
temprana vocación por la literatura, pero solamente triunfa a partir de los 38 años. Él mismo nos lo relata en su
autobiografía del siguiente modo: Nací el 26 de abril de 1711, al viejo estilo, en Edimburgo. Era de buena familia,
tanto por vía paterna como materna… Realicé con éxito los estudios normales de mi edad y ya desde muy pronto
poseí una gran pasión por la literatura… Mi familia creyó que la carrera de Leyes sería una profesión adecuada para
mí. Sin embargo, yo sentía una insuperable aversión hacia todo lo que no fueran investigaciones de filosofía y de
instrucción en general. Su éxito final no le evitó sonoros fracasos, el más notable la pobre acogida del Tratado de la
naturaleza humana, que publicó en 1738. Investigación sobre el conocimiento humano fue escrita para superar las
limitaciones de la obra anterior, diez años después.
Para comprender el pensamiento de Hume habría que situarlo en el contexto histórico, sociocultural y filosófico
de su época. Es Hume uno de los destacados representantes del llamado Siglo de la Ilustración, que surge en
Inglaterra, se desarrolla en Francia y culmina en Alemania, con Kant. En el pensamiento crítico de éste, Hume será
precisamente quien lo despierte de su sueño dogmático (como dice Kant en sus Proleg. Esta época que va de 1688
a 1789 hace de la filosofía el soporte esencial de su cultura y Hume representa el prototipo del hombre ilustrado.
Hombre, según sus propias palabras: de cordial disposición, con dominio de sí mismo, de humor franco, social y jovial,
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capaz de sentir amistad, pero poco susceptible de enemistarme con nadie, y, de gran moderación en todas mis
pasiones.
Inglaterra y después Gran Bretaña, tras el triunfo de la revolución de 1688 se había convertido, con el
parlamentarismo de su monarquía, así como la idea de tolerancia difundida por los ilustrados británicos, en modelo
de referencia para el resto de los ilustrados europeos. El desarrollo científico encuentra su símbolo en Newton y éste
junto a Locke son las dos grandes referencias que fundamentan la idea de que la observación de los hechos es el
criterio frente al dogmatismo y la intolerancia religiosa.
El problema del conocimiento es concebido como central en la ilustración británica, defendiendo que la
experiencia es el origen y límite del conocer. Se pasará de una racionalidad de esencias a una fenoménica, de
principios fundantes a leyes explicantes, de una filosofía metafísica a una naturalista, antropológica y socio-política;
siendo por tanto una nueva racionalidad: fenoménica (no hay más realidad que la que producen nuestras
sensaciones), con propensión hacia el escepticismo, limitada por la experiencia, sistemática, pero antisistemas y por
ello antidogmática. Hume es uno de los que mejor caracterizan este nuevo talante. Famoso por su escepticismo en
metafísica insiste en que la naturaleza humana pone límites a nuestra capacidad de ser escépticos: una cosa es la
filosofía y otra el vivir.
Siguiendo las propuestas empiristas insiste Hume en que todo contenido del pensar procede de la experiencia,
que es su origen y límite. A dicho contenido Hume lo denomina percepciones, que se diferencian en: impresiones e
ideas. Las percepciones proceden de una experiencia presente. Las ideas son copias de las impresiones. Las ideas
son copia desvanecida de las impresiones, cuyo origen es, para nosotros, desconocido. Dichas ideas o imágenes se
combinan siguiendo determinadas pautas: semejanza, contigüidad espacio-temporal y relación causa y efecto.
El fragmento propuesto pertenece a una obra: Investigación sobre el entendimiento humano”, IV que se ha
convertido en clásica de la historia de la filosofía. La parte primera de esta sección IV comienza exponiendo que
todos los objetos de la razón e investigación humana se dividen en dos grupos: relaciones de ideas y cuestiones de
hecho.
A la primera pertenecen todas las proposiciones de la matemática y la lógica; en una palabra, todas las que son o
intuitivamente o demostrativamente ciertas. No se basan en la experiencia sino en criterios meramente lógicos con
el de no contradicción: No se refieren a las cosas físicas sino a nuestras propias ideas. Su veracidad no puede ser
refutada por ninguna experiencia, ya que, propiamente, no se refieren a las cosas que se ofrecen en la experiencia.
En cambio, no se establece así la certeza de las cuestiones de hecho, que componen la segunda clase de los objetos
sobre los que se ejerce la razón: por grande que pueda ser esta certeza, es de una naturaleza distinta. El
conocimiento de cuestiones de hecho se refiere al mundo empírico y se fundamenta en la experiencia. Al contrario
que en matemáticas y lógica, no permite un saber estricto (universal y necesario) sino basado en la probabilidad, y
ello porque lo contrario de cada hecho siempre es posible, aunque tal vez sea extraño o raro en relación con nuestra
experiencia pasada.
El fragmento comienza afirmando que todos nuestros razonamientos acerca de cuestiones de hecho parecen
fundarse en la relación de causa y efecto.
La noción de causalidad implica la relación entre objetos en contigüidad y conexión necesaria. Es lo que nos
permite ir más allá de la evidencia de los sentidos o de lo que recordamos del pasado por la memoria, siendo todos
los razonamientos sobre hechos de la misma naturaleza: que hay una conexión entre el hecho presente y el que se
infiere de él. Por ello habrá que indagar en qué consiste tal conexión causa-efecto. Esta conexión no se descubre a
priori, sino que surge de la experiencia, del hábito. Veo dice, Hume, que una bola de billar se mueve en línea recta
hacia otra, pero no hay nada que permita inferir que la segunda se mueva por el empuje de la primera más que la
experiencia presente o pasada.
La idea de conexión necesaria es una relación que se da entre ideas, pero en el mundo de los hechos se trata de
una conexión contingente. No podemos ver la relación de necesidad entre causa y efecto como la podemos ver en
la proposición de 7+5=12, en este caso relación de ideas. Por ello Hume niega que esta conexión se pueda conocer a
priori, debiendo justificarse desde la experiencia;
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Me permitiré afirmar, como proposición general que no admite excepción, que el conocimiento de esta relación
en ningún caso se alcanza por razonamientos a priori, sino que surge enteramente de la experiencia, cuando
encontramos que objetos particulares cualesquiera están constantemente unidos entre sí.
Ahora bien, para Hume, las ideas son copias de las impresiones. No puede haber idea que no provenga de una
impresión. Pero de la necesidad causa-efecto no tenemos tal impresión.
La supuesta conexión entre causa y efecto no es más que psicológica. Es el sujeto el que determina vinculaciones
causales necesarias que nuestra experiencia no nos da. No percibimos la conexión necesaria sino una sucesión
constante. Suponemos que las mismas causas producen los mismos efectos y que la naturaleza obra de un modo
constante y uniforme, pero ello lo obtenemos de la experiencia pasada que nos hace espesar que en el futuro será
igual. Nuestras creencias en ello no son propiamente racionales, pero sí razonables. Es la costumbre o el hábito lo
que determina la creencia, un sentimiento que es más propiamente un acto de la parte sensitiva que de la racional
de nuestra naturaleza. Llamamos costumbre (custom), dice Hume, a todo lo que procede de una repetición pasada,
sin ningún nuevo razonamiento o conclusión. Es la que nos determina a creer que el futuro va a ser igual al pasado.
La costumbre se convierte en una segunda naturaleza, semejante a los instintos. Costumbre y experiencia causal
son el fundamento de nuestra proyección al mundo externo y su modo de realizarlo es la creencia (belief). Es la
creencia una idea relacionada con una impresión presente. La creencia surge de la relación causa y efecto entre una
impresión y una idea. Es como un sentimiento (feeling) que nos impulsa a asentir por la contaminación de la idea con
la vivacidad de la impresión presente.
El problema de la causalidad va ligado estrechamente al de la inducción, en que por muchos casos que anotemos
a favor del fenómeno observado nunca podremos generalizar, ya que un simple hecho en contra lo refutaría.
Si la idea de causalidad carece de fundamentación racional también se desvanece la idea de sustancia. Creemos
que hay algo, pero ello es una ficción de la imaginación. Igual que si quitamos todos los estados mentales lo que
queda es nada. La mente es una especie de teatro en la que distintas percepciones se presentan de forma sucesiva,
se desvanecen y mezclan en una variedad infinita de situaciones. Por ello el supuesto yo es una ficción de la
imaginación. Todo ello se desprende de la crítica a la idea de causalidad, como asimismo las presuntas pruebas, que
basadas en ella, se quieran dar de la existencia de Dios. Hume se queda pues sin Mundo, sin Yo y sin Dios,
culminando la disolución que desde los presupuestos del empirismo había comenzado con Locke y continuado con
Berkeley.
“Causa”era término filosófico de larga tradición. Fue Aristóteles quien sistematizó las llamadas cuatro causas
(aitiai) de quien vivirá la Edad Media. El Racionalismo, en el mundo empírico, reducirá la causalidad al principio de
razón suficiente, que en palabras de Leibniz explica las verdades de hecho como “César pasó el Rubicón”. La crítica a
la causalidad por parte de Hume ha representado un duro revés para la filosofía y las ciencias experimentales. A
Hume le debemos haber puesto de manifiesto que correlación entre dos fenómenos no implica causalidad. Cuando
esto se olvida se comete la conocida falacia de post hoc, ergo propter hoc (después de esto luego por causa de esto),
origen de múltiples supersticiones y explicaciones pseudocientíficas.
En Hume lo que queda es un fenomenismo escéptico, moderado que huye del dogmatismo y fomenta la tolerancia
y el respeto, Fenomenismo (de phainómenos, lo que aparece), que lleva aparejado el escepticismo (sképtomai, mirar
cuidadosamente), reconociendo los límites de la capacidad humana de conocer. Rompe con el ideal griego de que la
ciencia es saber de lo necesario y universal. Este quedará reducido a las relaciones de ideas o ciencias formales,
siendo la ciencia empírica meramente probable. El escepticismo radical, por el contrario, es absurdo según Hume.
Podemos preguntarnos ¿qué causas nos inducen a creer en la existencia de los cuerpos?, pero es inútil preguntar
¿existen o no tales cuerpos? Por la imaginación al servicio de la vida no sólo fingimos, sino que creemos en la
existencia de los cuerpos en contra de todo argumento filosófico, pues la naturaleza humana está dispuesta a
resistir obstinadamente los más fuertes ataques de la razón, ya que (reconociendo la diferencia entre saber y
creer): La razón no es más que un instinto maravilloso e ininteligible, ... que está al servicio de la pasión. Es decir, de
la vida.
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Texto 8: Tratado de la Naturaleza Humana. L- I; Parte I; Sec. VI. De los modos y la sustancia.
Me gustaría preguntar a esos filósofos que basan en gran medida sus razonamientos en la distinción de sustancia
y accidente, y se imaginan que tenemos ideas claras de cada una de estas cosas, si la idea de sustancia se deriva de
las impresiones de sensación o de las de reflexión. Si nos es dada por nuestros sentidos, pregunto: ¿por cuál de ellos,
y de qué modo? Si es percibida por los ojos, deberá ser un color; si por los oídos, un sonido; si por el paladar, un
sabor; y lo mismo con respecto a los demás sentidos. Pero no creo que nadie afirme que la sustancia es un color, un
sonido o un sabor. La idea de sustancia deberá derivarse entonces, de una impresión de reflexión, si es que realmente
existe. Pero las impresiones de reflexión se reducen a nuestras pasiones y emociones y no parece posible que ninguna
de estas representa una sustancia. Por consiguiente, no tenemos ninguna idea de sustancia que sea distinta de una
colección de cualidades particulares, ni poseemos de ella otro significado cuando hablamos o razonamos sobre este
asunto.
La idea de sustancia, como la de modo, no es sino una colección de ideas simples unidas, por la imaginación y que
poseen un nombre particular asignado a ellas, mediante el cual somos capaces, de recordar –a nosotros o a otrosesa colección. Pero la diferencia entre estas ideas consiste en que las cualidades particulares que forman una
sustancia son referidas por lo común a algo desconocido a lo que se suponen son inherentes; o bien, concediendo que
esa ficción no tenga lugar, se supone que al menos están estrecha e inseparablemente conectadas entre sí por
relaciones de contigüidad y causalidad. El resultado de todo esto es que, cuando descubrimos que una nueva
cualidad simple –sea cual sea- guarda la misma conexión con las demás, la incluimos entre ellas aunque no entrara
en la primera concepción de la sustancia. Así, nuestra idea del oro puede ser en principio la de color amarillo, peso,
maleabilidad, fusibilidad; sin embargo, al descubrir su solubilidad en agua regia, añadimos esa cualidad a las
restantes, y suponemos que pertenece a la sustancia, como si su idea hubiera formado parte del compuesto desde el
primer momento. Al ser considerado el principio de unión como parte fundamental de la idea compleja permite la
entrada de cualquier cualidad que aparezca posteriormente, y es comprendida bajo esa idea del mismo modo que las
otras, presentes desde el comienzo.
_______________________________________________________________________________________________
El fragmento propuesto pertenece al Tratado de la naturaleza huma de David Hume (1711-1776), representante
máximo del empirismo británico, en su segunda generación. A la primera pertenecen figuras como Locke, y
franceses como Montesquieu y Voltaire. A esta segunda, además de Hume se encontrarán en el continente figuras
como Diderot, d’Alambert, Rousseau, Condillac, Helvetius, y en la tercera la figura central de Kant, en la tardía
ilustración alemana, fuertemente influenciado por Hume, según manifiesta en Prolegómenos a toda metafísica
futura que quiera presentarse como ciencia (1783).
Su libro primero trata Del entendimiento. En su primera parte: De las ideas, su origen, composición, conexión,
abstracción, etc., situándose el fragmento en su sección VI: De los modos y la sustancia. La parte segunda analiza:
Las ideas de espacio y tiempo. La parte tercera: Del conocimiento y la probabilidad. La parte cuarta: Del escepticismo
y otros sistemas de filosofía. El libro segundo trata: De las pasiones. En su parte primera Del orgullo y la humildad.
Parte segunda: Del amor y del odio. Parte tercera De la voluntad y las pasiones directas. El libro tercero trata De la
moral. En su parte primera: De la virtud y el vicio en general. Parte segunda: ¿Es la justicia una virtud natural o
artificial? Parte tercera: De las demás virtudes y vicios.
El objetivo que se propone Hume con esta obra es la lucha contra el fanatismo y la posibilidad de establecer
razonablemente un espíritu de tolerancia huyendo de todo dogmatismo. La tarea para ello es estudiar la naturaleza
humana, pues en tiempos de Hume se consideraba que los problemas sociales y antropológicos solamente se
podrían resolver desde una comprensión sólida y científica de la naturaleza humana. Según él la ciencia del hombre
es el único fundamento sólido para las demás ciencias, ya que todas las demás ciencias están incluidas de la
naturaleza humana. De ahí el título de la obra en que el afirma que “todas las ciencias se relacionan en mayor o
menor medida con la naturaleza humana... Incluso las matemáticas, la filosofía natural y la religión natural
dependen de algún modo de la ciencia del HOMBRE, pues están bajo la comprensión de los hombres y son juzgadas
según las capacidades y facultades de éstos”.
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Su intento es el de introducir el método experimental de razonar en los asuntos morales, pretendiendo
constituirse en el Newton de las ciencias humanas. Del mismo modo que Newton había mostrado que los cambios
del mundo físico de podrían explicar por la gravitación, otro tanto se podría hacer con los procesos del
conocimiento.
Siguiendo la tradición empirista Hume deriva todos los contenidos de la mente de la experiencia: origen y límite
del conocimiento. A estos contenidos los denomina percepciones., que se dividen en impresiones e ideas. Si miro mi
habitación, dice, recibo impresiones de ella. Cuando cierro los ojos y pienso en mi habitación, las ideas que tengo de
ella son copias o imágenes de las impresiones previas. Las impresiones se diferencian de las ideas en su inmediatez y
viveza. No hay idea de la que previamente no exista una impresión: principio de copia. Ambas, impresiones e ideas
pueden ser simples o complejas. Las impresiones pueden dividirse en impresiones de sensación y de reflexión. Las
primeras surgen de causas desconocidas. Las de reflexión se derivan en gran medida de las ideas. Una impresión de
frío, por ejemplo, acompañada de dolor produce la correspondiente idea, que puede producir una impresión de
reflexión como la aversión.
La memoria nos permite guardar y repetir impresiones previas, siendo la imaginación la facultad que las combina
como ideas, según algunos principios generales de asociación: semejanza, contigüidad en el espacio y el tiempo y
relación causa y efecto.
Después de analizar la asociación de ideas Hume se plantea la cuestión de las relaciones y modos y sustancia, en
cuya clasificación sigue a Locke, que es de lo que trata el fragmento propuesto. Se pregunta en el primer párrafo del
texto de qué impresión o impresiones deriva la idea de sustancia. No puede ser de impresiones de sensación. Si
fuera percibida por los ojos sería un color; si por los oídos, un sonido, etc. Por ello ha de derivarse de impresiones de
reflexión, pero la sustancia no designa ni pasiones o emociones. Por ello ni se deriva de impresiones de sensación ni
de reflexión. Propiamente no hay una idea legítima de sustancia. Ésta no es sino: una colección de cualidades
particulares, o ideas simples, que unidas por la imaginación tienen un nombre determinado, según nos dice en el
segundo párrafo: La idea de sustancia, como la de modo, no es sino una colección de ideas simples unidas, por la
imaginación y que poseen un nombre particular asignado a ellas.
La costumbre de asociar las cualidades que percibimos a un “sujeto” provoca en nosotros la creencia en aceptar la
existencia de la sustancia desconocida. Es prácticamente el mismo mecanismo psicológico que nos lleva a aceptar la
idea de causalidad: una especie de instinto natural.
John Locke pensaba que poseemos un conocimiento intuitivo e inmediato de la existencia de nuestro yo;
demostrativo de la existencia de Dios y solamente probable de la existencia del mundo externo. El X desconocido del
famoso cuento indio que relata en el Ensayo sobre el Entendimiento Humano: Si al pobre filósofo hindú (que
imaginaba que la Tierra también necesitaba apoyo) se le hubiera ocurrido esta palabra substancia, no se habría visto
en el apuro de buscar a un elefante para sostener la Tierra, y a una tortuga para sostener a su elefante. La palabra
substancia le habría servido cumplidamente para el efecto... De la substancia no tenemos ninguna idea de lo que sea,
y solamente tenemos una idea confusa y oscura de lo que hace.... Es lo que soporta, lo que está por debajo.
Sustancia, dice Locke; es eso algo desconocido. Ese X a que se refería éste y a quien Berkeley reprochará ¿cómo
mantiene Sr. Locke su existencia si no la puede conocer? Al plantear que ser es ser percibido o percibir (esse est
percipi) el mundo externo no es para el obispo anglicano Georges Berkeley sino el conjunto de los estados mentales,
el mundo pues no existe y hay que ser un cándido para creer en él. Con estos supuestos siega la hierba debajo de los
pies al materialismo ateo de su época, poniendo de manifiesto que aquello con los que estos trabajan no se
sostiene: la creencia acrítica en la existencia de la materia.
Hume acepta la crítica de Berkeley a Locke sobre la sustancia material, que le había llevado a quedarse sin Mundo
a partir del supuesto de esse est percipi. Pero ampliará la crítica a la sustancia espiritual, y se quedará sin Dios, Alma
y Mundo, las tres sustancias clásicas desde Descares. A comienzos del Tratado afirmaba que el origen de nuestras
impresiones nos es desconocido. Pero cual sea su causa, lo que llamamos Mundo es como es por un instinto que nos
fuerza a creer en su existencia.
De todos modos la cuestión del Yo y Dios tiene mayor importancia en la metafísica moderna, que la del mundo.
(Recuérdese que para Descartes Alma y Dios son el fundamento de la metafísica, y los malabarismos que tiene que
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hacer para recuperar el mundo). Por ello nadie hasta Hume llegará a dudar de la existencia del yo (la duda metódica
de Descartes es precisamente para evidenciar su existencia). Para Hume el yo no es ninguna impresión, sino aquello
en donde se supone que descansan nuestras impresiones. Como diría Juan de Mairena: el ojo que tú ves no es ojo
porque lo veas, es ojo que te ve; (nadie puede mirar su propio ojo salvo en un espejo). Sobre el yo ocurre algo
parecido con la sustancia material: si quitamos una tras otra, todas sus cualidades lo que queda es nada: “Nunca
puedo atraparme a mí mismo en ningún caso sin una percepción, y nunca puedo observar otra cosa que la
percepción...La mente es una especie de teatro en el que distintas percepciones se presentan en forma sucesiva;
pasan y vuelven a pasar, se desvanecen y mezclan en una variedad infinita de posturas y situaciones.”
Referente a Dios tampoco es objeto de impresión alguna y las pruebas de su existencia basadas en el principio de
causalidad pretenden ir de una impresión a su idea, lo cual es ilegítimo. Mantiene una postura agnóstica, nunca
teísta ni atea, siendo el más sólido fundamento de la religión la fe, nunca la razón. Suspensión de juicio, duda,
incertidumbre es todo lo que podemos alcanzar sobre el asunto. Igual que en moral la religión no se fundamenta en
la razón, sino que surge de los sentimientos alimentándose de la ignorancia y el miedo a lo desconocido.
Con todo ello Hume apunta a un fenomenismo consecuentemente escéptico. Únicamente conocemos lo que a
través de las impresiones e ideas se nos manifiesta (fenomenismo). No podemos saber si existen cosas
representadas por nuestras impresiones e ideas (escepticismo), pero este escepticismo moderado, vacuna contra el
dogmatismo y la intolerancia, es vencido por la vida, esos instintos naturales que son las creencias que nos impiden
que la vida se paralice. Si la razón nos hace escépticos la vida nos cura de él. Es la suya una razón-instinto en las
antípodas del racionalismo, por ello no es extraña la admiración de Nietzsche por Hume. Si en la Edad Media la razón
era sierva de la teología, ahora, poniendo la razón al servicio de los instintos, se da un giro radical: la razón
degradada al servicio de lo pasional será la inversión de las propuestas cartesianas o spinozistas, y su concepción de
la libertad como idea directriz de la filosofía moderna.
El fenomenismo es una de las características de la racionalidad ilustrada, igual que su limitación por la experiencia.
Hume se encuadra en este espíritu de la época. Si él con su Tratado pretendió ser el Newton de las ciencias
humanas, recordemos que éste, en relación a la gravedad decía: No he podido deducir a partir de los fenómenos la
razón de las propiedades de esta gravedad, y no invento hipótesis. Con Hume culmina la siempre presente tentación
de la filosofía moderna hacia el fenomenismo.
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