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EL HOSPITAL Y LA HOSPITALIZACIÓN FUENTES DE ESTRÉS:
ESTRATEGIAS DE INTERVENCIÓN
José María León Rubio, Silvia Medina Anzano
Departamento de Psicología Social. Facultad de Psicología de la Universidad de Sevilla
Introducción
La importancia psicosocial del estudio de la hospitalización queda plasmada en los siguientes
datos. Es un fenómeno: a) con alta incidencia, en el año 1995, sólo en Andalucía, fueron
ingresadas en los hospitales dependientes del Servicio Andaluz de Salud 551.273 personas, lo que
supone aproximadamente el 9% de la población total de Andalucía (De la Fuente y otros, 1997); b)
con repercusiones psicológicas y sociales negativas para el enfermo que pueden permanecer tras el
alta médica, entre éstas se incluyen, ansiedad, depresión, alteraciones del sueño, miedo a la muerte,
etc. (León Rubio y cols. 1998a; Ortigosa y Méndez, 2000), además, el hospital impone cambios
indeseables, impredecibles e incontrolables al sujeto consecuencia de su organización formal, estos
cambios incluyen la adaptación a un medio extraño, con pautas culturales diferentes que exigen
cambios de hábitos que, a veces, suponen la devaluación de la persona, cuando menos la
interrupción o modificación de las actividades cotidianas, la separación de una parte importante del
marco social, precisamente aquella que suele constituir una importante fuente de apoyo social y,
todo ello, en una situación de ignorancia y dependencia, pérdida de intimidad y control (Rodríguez
Marín, 1995; Rodríguez Marín y Zurriaga, 1997); c) sobre el que se puede intervenir. Se han
realizado muchos trabajos para soslayar las consecuencias negativas del estrés que origina la
situación de hospitalización (León Rubio y cols., 2000).
Además, todos estos aspectos resaltan la relevancia de diseñar estrategias que ayuden a prevenir las
consecuencias perniciosas que la hospitalización tiene para el paciente, ya que existe un cuerpo
importante de literatura que pone en evidencia que el hospital y el proceso de hospitalización
producen estrés, manifestándose éste a través de respuestas fisiológicas, emocionales y
comportamientos desadaptativos (Rodríguez Marín, Reig y Mira, 1987; Sarafino, 1998).
Estrategias utilizadas para reducir o eliminar los efectos negativos
del estrés en el situación de hospitalización.
El criterio que suele emplearse para clasificar las estrategias empleadas para lograr reducir o
soslayar los efectos negativos del estrés que provoca la situación de hospitalización es el de la
técnica empleada; por ejemplo, así lo hace Moix (1994) con motivo de una revisión sobre las
emociones frente a la cirugía y Palomo (1995) al analizar los distintos aspectos relacionados con la
hospitalización infantil. Otro criterio muy utilizado, es el del tipo de destreza que se pretende
instaurar en el sujeto, de este modo las clasifica López Roig (1995), diferenciando entre técnicas de
información, cognitivas, comportamentales y cognitivo-comportamentales. Por su parte, Del
Barrio (1994) las organiza considerando el foco de la intervención, esto es el problema, o a la
emoción. En nuestro caso, hemos preferido organizarlas en función de a quién o dónde se dirige la
intervención, considerando; en primer lugar, aquellas estrategias que se centran en la modificación
de algún aspecto de la emoción, el pensamiento y la acción del paciente hospitalizado; en segundo
lugar, las que se dirigen a modificar el patrón de las interacciones sociales, ya sea porque traten de
fortalecer la red de apoyo del paciente, porque se dirijan a los sujetos relevantes del contexto del
sujeto (familiares, personal del hospital y voluntario, etc.), o porque traten de mejorar las
relaciones interpersonales que tienen lugar en el hospital; y en tercer lugar, las que se orientan
hacia la modificación de las condiciones ambientales u organizacionales del hospital.
De este modo, es posible evitar comparar intervenciones que, aún persiguiendo el mismo fin,
reducir el estrés del paciente, se dirigen a objetivos bien distintos. Ahora bien, sin que ello suponga
que la ubicación de una técnica en una u otra de estas divisiones sea rígida e implique su exclusión
de otras categorías, por ejemplo, la información puede ser utilizada con la pretensión de reducir la
incertidumbre del individuo, en cuyo caso sería una estrategia centrada en el sujeto hospitalizado, o
con el objeto de lograr la participación activa del grupo familiar en el proceso terapéutico, en cuyo
caso, estaría centrada en la interacción.
Estrategias centradas en el sujeto hospitalizado
La mayoría de las acciones se han dirigido al sujeto hospitalizado con el fin de proporcionarle
recursos para afrontar esta situación sin experimentar los efectos negativos del estrés.
Información
Tener conocimientos en materia de salud, sobre la enfermedad que se padece o los
procedimientos a los que será sometido el paciente, disminuye la apreciación de la situación
como amenazante. La técnica más empleada con este fin ha sido proporcionar información al
paciente y a su familia mediante grabaciones en vídeo o cassette, folletos o conversaciones.
Los defensores de esta técnica argumentan que la información ayuda a prevenir y controlar la
ansiedad, pues elimina las falsas expectativas del paciente y fomenta en él sentimientos de
control sobre el entorno hospitalario (Beddows, 1997; Cassady y col., 1999). Sin embargo, no
todos los autores defienden su empleo, sus detractores razonan que tan sólo sirve para que el
paciente tome conciencia de las características del suceso y de los posibles daños que pueden
derivarse de él. Lo que hará que algunos pacientes experimenten más estrés cuando estén
informados que cuando estén ignorantes (Vallerand y cols. 1994; Chambers y cols., 1997).
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Es probable que defensores y detractores tengan razón y que la eficacia de la información para
prevenir y controlar la ansiedad dependa, en gran medida, de las características del paciente, del
tipo de información que se suministra o de la interacción de ambos factores.
En cuanto a las características del paciente, Klorman y cols. (1980) encontraron que todas las
estrategias son más eficaces en sujetos que no tienen experiencia previa ni con la enfermedad ni
con la hospitalización, ya que resulta más fácil instaurar una conducta adecuada que eliminar una
inadecuada y sustituirla por otra más adaptativa. Miller (1980) y Padilla (1981) hallaron que los
sujetos con locus de control externo se benefician más de la información. Del Barrio y Mestre
(1988, cit. en Del Barrio, 1994), encontraron que la información es reductora de ansiedad en
sujetos con estudios superiores, pero que incrementa la ansiedad en sujetos sin estudios o con
estudios elementales. Ludwick-Rosental y Neufeld (1993) señalan que la información produce
efectos beneficiosos a los pacientes que utilizan un estilo de afrontamiento “vigilante” (sujetos
que normalmente intentan superar las situaciones estresantes obteniendo la máxima información
sobre las mismas), mientras que puede provocar efectos contraproducentes en sujetos
“evitadores” (sujetos que no suelen querer ningún tipo de información e intentan superar la
ansiedad sin pensar en el problema). Del Barrio (1994) afirma que los sujetos que más se
benefician de la información son aquellos que afrontan la situación de forma activa, sensibles a
los problemas que conlleva su enfermedad y que buscan información acerca de ella. Por otro
lado, la información per se no garantiza la adopción de conductas de afrontamiento apropiadas al
caso, ya sea porque el sujeto se resiste a asumir la información acerca de lo que le va a suceder,
ya sea porque falla el modo de suministrar ésta (véase Ziemer, 1983; Kain, 1999).
Respecto al tipo de información que se suele suministrar, ésta puede ser de dos clases:
procedural (descripción del procedimiento médico, cuándo va a realizarse, por qué, etc.) y
sensorial (descripción de las sensaciones que con mayor probabilidad experimentará durante y/o
después de la aplicación del procedimiento). Vernon y Bigelow (1974; cit. en Lozano, 1996)
investigaron la eficacia de la información de tipo procedural para reducir la ansiedad. No
encontraron efectos significativos acerca de la utilidad de esta técnica, pero algunos pacientes
informaron de que la cirugía no les provocaba estrés. Egbert y cols. (1994; cit. en Lozano, 1996)
probaron la eficacia de proporcionar información sensorial. Los resultados informan de que esta
técnica puede aportar ciertos beneficios, aunque los efectos encontrados pudieron ser provocados
por el entrenamiento conductual aplicado o por la atención especial que recibieron los pacientes.
Johnson y Leventhal (1974) compararon la eficacia de distintas intervenciones orientadas a
reducir el estrés de pacientes que iban a ser sometidos a una endoscopia. En su estudio se
formaron cuatro grupos. Todos los grupos recibieron información procedural. Un grupo sólo
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recibió esta información. A un segundo grupo, además, se le proporcionó información sensorial.
El tercer grupo recibió un entrenamiento en habilidades conductuales (instrucciones sobre
respiración y conductas adecuadas durante la introducción del tubo), y el cuarto grupo recibió un
entrenamiento combinado (información sensorial y entrenamiento en habilidades conductuales).
Tampoco se hallaron diferencias significativas entre grupos, aunque los que recibieron
entrenamiento combinado e información sensorial presentaron menos obstrucciones que los
sujetos de control; sin embargo, el tiempo que se tardó en introducir el tubo fue mayor en el
grupo de entrenamiento combinado que en el que sólo recibió información procedural.
Puede ser que el tipo de información que hay que proporcionar también dependa de las
características del paciente. Padilla (1981), combinando las variables formas de información y
tipos de sujetos encontró que la información procedural y sensorial combinadas obtienen mejores
resultados en sujetos que buscan control de la situación, mientras que resultan inconvenientes en
sujetos con bajo control.
Es realmente difícil aclarar si la información por sí sola reduce la ansiedad de los pacientes, ya
que en la mayoría de los casos ha sido utilizada de forma combinada con otras técnicas (León
Rubio y cols., 2000), y resulta difícil discernir el peso que la información tiene sobre ellos, por lo
que es necesario seguir investigando en esta línea con el fin de poder aclarar ésta y otras
cuestiones tales como: qué técnicas son más eficaces, para qué sujetos, qué tipo de información
hay que facilitar a cada paciente, cómo lograr que la información se traduzca en respuestas de
afrontamiento eficaces. Para responder a estas preguntas consideramos fundamental evaluar a los
sujetos antes de intervenir, lo que no es la pauta habitual, de forma que tengamos información
acerca de cuáles son sus estrategias de afrontamiento dominantes, qué tipo de lugar de control
tiene, cuál es su nivel cultural, etc.
Modelado
Consiste en exponer al paciente a un modelo que muestra la conducta de afrontamiento deseada,
mediante una película, un vídeo o una diapositiva a la que se acompaña de una cinta sonora.
También se han utilizado muñecos como marionetas o guiñoles que representan una obra de
teatro simulando el proceso de hospitalización. Siguiendo los principios de la teoría del
aprendizaje social, el modelo suele mostrar sus miedos y su estrés pero finalmente emite
respuestas de afrontamiento eficaces. De este modo, los modelos no sólo suministran
información procedural o sensorial sino que también muestran cómo y cuándo afrontar la
situación. Existen dos tipos: pasivo (el sujeto sólo ha de visualizar la película) y activo (el
paciente ha de imitar en el momento que ve la película el comportamiento de su protagonista, por
ejemplo relajarse o respirar profundamente para disminuir la ansiedad). Ambos tipos de
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modelado se han mostrado eficaces para reducir la ansiedad y aumentar la cooperación, aunque
el modelado activo parece ser más eficaz (Moix, 1996).
Esta técnica es la más utilizada en la preparación a la hospitalización infantil, sobre todo para la
preparación a la cirugía menor programada y a las intervenciones odontológicas, aunque también
se ha empleado en el sometimiento a procedimientos médicos dolorosos, como punciones
lumbares o aspiraciones de médula (ver Ortigosa y cols., 1996 ).
El modelado es un procedimiento eficaz gracias a la información que facilita sobre el
acontecimiento estresante y a la observación de un ejemplo de afrontamiento eficaz (Faust,
Olson y Rodríguez, 1991; Ortigosa, Méndez y Vargas, 1998). No obstante, algunos autores han
informado que los cambios en los niveles de ansiedad no fueron significativos respecto a un
grupo control, y otros no lograron mantener durante el postoperatorio las reducciones de los
niveles de ansiedad alcanzados antes de la intervención (Robinson y Kobayashi, 1991; Kain y
col., 1998). Es probable que en estos estudios no se haya tenido en cuenta alguno de los procesos
implicados en el aprendizaje mediante modelos: atención, retención, reproducción motora y
motivación. Como afirma Kendall (1987) la eficacia del modelado filmado aumenta cuando: a)
se incluyen interacciones donde el terapeuta y el paciente discuten los mensajes, b) se
proporciona una retroalimentación adecuada, c) se alaba la conducta de cooperación del modelo,
d) se muestra la película a los pacientes en momentos en los que éstos están activados por
anticipar la intervención médica, e) se practica el tratamiento. Además, algunos estudios han
mostrado que determinadas variables de los sujetos como las experiencias previas y el grado de
ansiedad ante la hospitalización influyen en los resultados obtenidos (Ortigosa, y cols., 1996).
Relajación
Los beneficios que aporta esta técnica han sido contrastados en cuestiones tales como la
reducción del tiempo de estancia en el hospital (Wilson, 1981; Devine, 1988), la reducción de la
dosis de analgésicos en el período postoperatorio (Manyande y col., 1992; Devine, 1988) y la
ansiedad postoperatoria (Anderson, 1987; Holden-Lund, 1988); sin que se halla informado de
resultados consistentes respecto a la capacidad de la relajación para modificar los índices
psicofisiológicos de este tipo de pacientes como la presión sanguínea y la tasa cardiaca (López
Roig 1995; Flaherty y Fitzpatrick, 1978; Leserman, 1989; Manyande y cols., 1992).
Hipnosis y sugestión intraoperatoria
Se han utilizado fundamentalmente para provocar la anestesia o reducir la cantidad de anestésico
durante las intervenciones quirúrgicas, o para inducir sugestiones intraoperatorias de relajación y
fácil recuperación mientras el paciente se encuentra anestesiado.
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Rauscher (1985) utiliza la hipnosis para reducir la cantidad de anestesia, y señala que los
beneficios conseguidos son muchos, entre otros, disminución de la ansiedad, de los analgésicos,
de los días de estancia hospitalaria y de las complicaciones. En cuanto a la inducción de
sugestiones intraoperatorias, Moix (1996) revisa distintos estudios que han puesto a prueba la
hipótesis de que si se facilitan sugestiones de relajación y fácil recuperación cuando el paciente
se encuentra anestesiado, entonces se obtendrán beneficios en el período de convalecencia. El
balance final de esta revisión es que los resultados que arrojan los diversos trabajos son
contradictorios, por tanto, es pronto para determinar si ejercen o no efectos beneficiosos. La
autora nos propone estudiar qué tipo de sugestiones podrían ser más beneficiosas ya que pudiese
ser que las utilizadas hayan sido demasiado complejas o que no sean igual de efectivas en todos
los pacientes. Además, considera que aunque es demasiado pronto para recomendarlas durante la
anestesia, sería conveniente tener en cuenta, dado que no podemos rechazar la hipótesis de que
durante la anestesia no exista procesamiento de la información, evitar los comentarios
desagradables que en ocasiones se pueden producir en los quirófanos.
Biofeedback
Lobb y cols. (1984; cit. en Lozano, 1996) encontraron que resulta eficaz, cuando se combina con
la relajación, para reducir el número de días de estancia hospitalaria tras las intervenciones
quirúrgicas. Sin embargo, aún no es posible extraer conclusiones acerca de su eficacia, aunque
alentamos la investigación en esta línea, pues diversos estudios han mostrado que es un método
eficaz para reducir la ansiedad (Budzynski, 1977; Arnarson y Sheffileld, 1980).
Inoculación del estrés
Respecto al uso de estas técnicas Peterson y Shigetomi (1981, cit. en Lozano, 1996) hallaron que
los pacientes entrenados a través de procedimientos de inoculación de estrés se adaptaron mejor
la hospitalización que los sujetos que recibieron información preparatoria y modelado filmado.
Estos resultados fueron replicados posteriormente por Zastowny, y cols. (1986).
Miró (1997), revisa los trabajos destinados a preparar a los pacientes para las intervenciones
quirúrgicas, y destaca que el valor de estas técnicas reside en que no parten de la utilización de
procedimientos universalmente válidos para todos los sujetos, sino de la importancia de
individualizar los tratamientos potenciando las estrategias que los sujetos prefieran y utilicen.
Juego
Ha sido ampliamente utilizada en los programas de preparación para la hospitalización infantil
(Walker, 1990; Benavides y cols., 1998). El juego es la principal forma de expresión global del
niño, es un factor clave en el desarrollo social, físico, emocional e intelectual del niño durante
toda la infancia y es una fuente de placer. Mediante el juego, el niño explora y experimenta en su
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entorno aprendiendo sobre sí mismo y lo que le rodea. Aporta múltiples beneficios, y durante la
hospitalización infantil es un instrumento esencial para reducir el estrés y la ansiedad del niño y
de los padres, así como para facilitar la elaboración y el aprendizaje de estrategias de
afrontamiento eficaces, siempre y cuando éste se adapte al desarrollo evolutivo del niño.
Siguiendo a Montoya, Benavides y González (2000), algunos tipos de actividades lúdicas que se
pueden realizar durante la hospitalización infantil son: a) Terapia musical. La música reduce la
tensión y genera una sensación agradable, facilita la verbalización de sentimientos, cuando en la
música se introducen letras relacionadas con la hospitalización y promueve la realización de
movimientos e imitaciones (Froehlich, 1984); b) Relajación. Se suele comenzar enseñando la
diferencia entre relajación y tensión mediante técnicas como “robot-muñeco de trapo” o
“soldado de plomo- espagueti”, en las que el niño adopta los distintos roles y experimenta los
distintos estados. A continuación se le explica en qué consiste la relajación y cómo puede
controlar el ejercicio, se describe la posición de relajación y se realizan ejercicios de relajación.
Para finalizar, se introduce la fantasía dirigida invitando al niño a elegir un lugar relajante y
tranquilo y a experimentar las sensaciones agradables que en él tienen lugar (sonidos, olores,
sabores, etc.); c) Dramatización. Los niños representan una situación relacionada con la
hospitalización, con los procedimientos médicos a los que va a ser sometido o con la
enfermedad. Cada niño elige el papel (médico, enfermero, paciente, etc.) que quiere representar,
de este modo expresa sus sentimientos y pensamientos, y el adulto puede observar y corregir
aquellos que son erróneos para lograr una mejor adaptación; d) Narración, se cuentan historias
relacionadas con la hospitalización. En unos casos es el adulto quien las cuenta, invitando a los
niños a participar, en otros son los niños quienes cuentan una historia que ya conocen o que van
creando entre todos.
Otras actividades lúdicas que suelen realizarse en los hospitales son: ver películas divertidas,
jugar con material médico (real, de juguete o creado por ellos mismos), realizar collages que
plasmen la vivencia del niño en el hospital, celebrar los cumpleaños, etc.
Otras
Se han desarrollado otras muchas técnicas distintas a las aquí expuestas, y de hecho cada día
surgen nuevos procedimientos para lograr la reducción de la ansiedad del paciente e instaurar en
éste estrategias de afrontamiento eficaces; buenos ejemplos son: la terapia de grupo (Flórez y
Valdés, 1989), la musicoterapia (Chetta, 1981), la realización de actividades artísticas
(González, 1986; Breslow, 1993), la reevaluación positiva (Ridgeway y Matews, 1982), las
autoinstrucciones (Robinson y Kobayashi, 1991; Ortigosa, Méndez y Vargas, 1997; 1998;
Méndez, 1999) o, el reforzamiento positivo (Jay y cols., 1987; Jay y cols. 1991).
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Hemos considerado que dichas técnicas no merecen una atención especial, toda vez que no
introducen nuevos principios explicativos, ni apelan a procesos o mecanismos psicológicos
diferentes a los ya expuestos, por lo que en cierto modo pueden ser consideradas variantes de
algunas de las técnicas y programas descritos. En fin, se trata de cambios de procedimientos y de
instrumentación más que de modificaciones en la explicación, predicción y control de las
respuestas desadaptativas del paciente.
Para terminar, cabría señalar que aún no disponiendo de datos definitivos respecto a la eficacia
diferencial de estas técnicas podemos concluir que el entrenamiento en habilidades de
afrontamiento, sea cual sea la estrategia utilizada, será siempre superior a la no preparación
psicológica de los sujetos. Es de esperar que en el futuro estos procedimientos sean examinados
no sólo con criterios de eficacia, sino también de efectividad y de eficiencia, ya que la aplicación
de éstos, en muchas ocasiones implica la introducción de nuevos procedimientos médicos,
nuevos instrumentales y de nuevos talantes, más adaptados y cercanos al paciente.
Estrategias centradas en la interacción
Apoyo social
Son muchos los trabajos que destacan la importancia de proporcionar apoyo social al enfermo
hospitalizado por parte del equipo sanitario, de los familiares, de los amigos, y de otros pacientes
con características similares (Fielding, y cols., 1992; Quiles y cols., 1999).
Un área de gran interés en la que se está trabajando es en la prestación de apoyo por ex
pacientes que han atravesado las mismas circunstancias que el paciente hospitalizado (Lozano,
1996). Programas como el The First Open Heart Society-British Columbia, The First Open
Heart Society of Eastern Notario, Mended Hearts Inc. y el programa Halifax puestos en práctica
en Estados Unidos y Canadá demuestran la importancia de prestar este tipo de apoyo social a los
enfermos que han de someterse a operaciones de corazón abierto.
En el caso de la hospitalización infantil, es fundamental el papel que juegan los padres como
figuras de apoyo. No obstante, la presencia de los padres no siempre implica efectos positivos,
dado que éstos también suelen experimentar ansiedad y estrés ante la hospitalización de los hijos
(Méndez et al., 1999). Por tanto, conviene que los programas de preparación psicológica con
pacientes pediátricos se orienten también a la reducción del estrés y la ansiedad de los
progenitores, de tal modo que éstos sean una influencia positiva para el niño, ayudándole a
afrontar su miedo y ansiedad ante las intervenciones médicas.
Entrenamiento en habilidades sociales
Muchos de los procedimientos descritos anteriormente dependen en gran medida de que la
interacción profesional de la salud-paciente sea eficaz. Por ello se ha considerado fundamental el
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entrenamiento de tales profesionales en habilidades sociales y técnicas de comunicación. Los
objetivos más habituales de estos programas han sido la instauración de repertorios tales como:
escuchar al paciente de forma activa, dejarle expresar sus sentimientos, transmitir información,
comunicar malas noticias, negociar con el paciente y con los compañeros del equipo
interdisciplinar, mantener conversaciones, etc. (Viney y cols., 1985; Barriga y cols., 1997; León
Rubio y cols., 1997; 1998b; 1999). Sin duda alguna, la instauración de estos repertorios de
conducta contribuye a que la experiencia de hospitalización no tenga la carga negativa de la que
venimos e incluso a que ésta sea una oportunidad para el aprendizaje de nuevas experiencias
significativas en la vida de los sujetos, como han probado León Rubio y cols. (2000) y Cantero
(2000), quiénes utilizaron estos procedimientos para modificar las relaciones entre padres y
niños que iban a ser intervenidos quirúrgicamente; y entre éstos y los profesionales de la salud.
Este procedimiento también resulta útil para eliminar los comportamientos desadaptativos que
presentan los pacientes hospitalizados por causa de su mayor o menor aislamiento social; buen
ejemplo de ello es el trabajo realizado por Polaino y Del Pozo (1992) con niños cancerosos
hospitalizados durante un largo período de tiempo. Éstos fueron entrenados para pedir favores,
hacer preguntas, interaccionar con otros niños y con personas ajenas a la familia, entablar
conversaciones, etc. Después del entrenamiento todos ellos presentaron mejores puntuaciones en
distintas escalas de evaluación de las habilidades sociales, por lo que podría afirmarse que estos
procedimientos contribuyen a inhibir el deterioro social que suelen experimentar los niños que se
encuentran en estas circunstancias.
Estrategias centradas en el contexto hospitalario
El objetivo fundamental de estas estrategias es crear un contexto hospitalario más humanizado,
modificando las condiciones ambientales u organizacionales del hospital, con el objeto de
facilitar la adaptación satisfactoria del paciente y sus familiares al centro, y evitar la aparición de
reacciones psicológicas negativas (ver Palomo,1995).
Estos aspectos han sido tenidos en cuenta principalmente en el caso de los niños, en cuanto a los
aspectos ambientales, las recomendaciones más habituales suelen ser paredes decoradas,
juguetes, áreas de recreo atractivas, uniformes coloreados para el personal, pijamas de colores
para los niños, ventanas que dejen ver el exterior, televisión, vídeo y en definitiva todo aquello
que evite la apariencia institucional (Gómez, 1990). Respecto a los aspectos organizacionales,
los cambios más significativos suelen consistir en la creación de aulas lúdico-pedagógicas, la
incorporación de la figura de la madre acompañante o la comunicación y el contacto con su
medio escolar habitual mediante la aplicación de las nuevas tecnologías. Sin embargo, modificar
el ambiente hospitalario no sólo es importante en el caso de los niños, sino en el de todos los
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pacientes hospitalizados. En este sentido se han realizado algunas experiencias, aunque
insuficientes, en Unidades de Cuidados Intensivos y con pacientes que van a someterse a
exploraciones ginecológicas (Williams y cols., 1992). En este último caso, la simple
introducción de una bata que sustituía a la tradicional sábana con la que se cubre a la paciente
que va a ser examinada, aumentó la privacidad de ésta y la consiguiente relajación de la paciente
durante la exploración.
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