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Capítulo I
EL CONTEXTO INTELECTUAL
La vida de Max Weber
Max Weber nació en Erfurt, Alemania, en una distinguida familia cosmopolita de
empresarios, académicos, políticos, y mujeres de particular fortaleza. La mayor parte de su
infancia y juventud la pasó en Berlín, donde concurrió a una excelente escuela que requería de
un agotador régimen de estudio. Tempranamente reconocido como un estudiante excepcional,
desarrolló una precoz pasión por el aprendizaje y una particular inclinación por la filosofía, la
literatura y por la historia antigua y medieval. Sus cartas de adolescente discurren sobre, entre
otros, Goethe, Kant, Hegel, Spinoza y Schopenhauer. También muestran su preocupación, como
hijo mayor, por su madre, sobrecargada de tareas domésticas y con fuertes inclinaciones
religiosas. Aunque estaba fuertemente influenciado por la obsesión paterna por el trabajo -su
padre era una figura central en el gobierno municipal de Berlín y en el gobierno estatal de
Prusia-, Weber deploraba su estilo patriarcal y el tratamiento poco cuidadoso hacia su mujer.
Weber estudió historia económica, leyes y filosofía en las universidades de Heidelberg,
Berlín y Göttingen. Sus cartas dan muestra de una aguda conciencia de las diferentes calidades
de las clases y seminarios que cursaba, así como de su imposibilidad de recortar sus hábitos más
bien irresponsables en cuanto a gastos de dinero. En Berlín se convirtió en el protegido de
Goldschmidt, experto en historia del derecho y de Mommsen, historiador del Imperio Romano.
En 1893 fue convocado para una cátedra de derecho comercial en la Universidad Humboldt de
Berlín, siendo inusitadamente joven, y en 1894 aceptó una cátedra de economía y finanzas en
Friburgo. A la edad de 33, recién casado con una prima distante, Marianne Schnitger, Weber
echó de su casa a su padre, después de que éste maltratara a su madre. La muerte del padre,
ocurrida poco después, sirvió como catalizador de una enfermedad mental que le imposibilitó
trabajar por un lapso de más de cinco años. Durante gran parte de este tiempo Weber analizó
pasivamente el destino de las personas que habitaban el nuevo mundo secularizado, urbano y
capitalista.
Un viaje a los Estados Unidos en 1904 lo ayudó en su recuperación. Viajando a través
de varios estados del este, del sur y del medio-oeste, pudo apreciar el dinamismo de
Norteamérica, su energía y su singularidad, a la vez que la confianza en sí mismos y el recelo a
las autoridades, muy extendidos entre sus habitantes. Completó su obra más famosa, La ética
protestante y el espíritu del capitalismo (EP), poco después de retornar a Alemania. Aunque
sería incapaz de volver a dar clases hasta 1918, Weber comenzó nuevamente a publicar sobre
una amplia gama de temáticas.
Su interés en el “protestantismo ascético” de las iglesias cuákera, metodista,
presbiteriana, calvinista, baptista y congregacionalista de Norteamérica, provenía en parte de la
religiosidad de su madre, Helene, y de la hermana de ésta, Ida Baumgarten. Como activistas
sociales cristianas, y admiradoras del unitarismo norteamericano de mediados de siglo, las
piadosas hermanas transmitieron al joven Weber una elevada sensibilidad por las cuestiones
morales, un criterio sobre las formas de llevar una vida digna y con sentido, basada en
standards éticos, y un respeto por el valor y la singularidad de cada persona. Marianne reafirmó
esos valores, aún cuando se opusieran a las enseñanzas del padre de Max: la necesidad de evitar
todo “idealismo ingenuo”, de enfrentar los diversos caminos que plantea la vida en forma
pragmática, incluso sin consideraciones morales, y de evitar el sacrificio personal.
Oponiéndose a estas enseñanzas paternas, Weber libró a lo largo de su vida apasionadas
batallas defendiendo posiciones éticas, y se enfrentó implacablemente con aquellos que carecían
de un sentido estricto de la justicia y de la responsabilidad social. Como relata un estudiante
suyo, Paul Honigsheim, Weber parecía poseído cuando se discutían cosas que amenazaran la
autonomía del individuo (cfr. Honigsheim, 1968, pp. 6, 43) –hayan sido madres que buscaban la
custodia de sus hijos, estudiantes mujeres en las universidades alemanas, o bohemios y rebeldes
políticos que vivían en los márgenes de la sociedad. No resulta llamativo, entonces, que sus
preocupaciones por el destino de la nación alemana y por el futuro de la civilización occidental,
lo condujeran continuamente a la arena de la política. Opuesto enfáticamente a la definición de
ésta como Realpolitik, como “realismo moderado” o como negociación, instó vehementemente
a que los políticos actúen con referencia a un código moral inexorable: una “ética de la
responsabilidad” (Verantwortungsethik)1.
El largo camino hacia una sociología empírica del sentido subjetivo
1
Son varios los estudios que se abocan a la vida de Weber. Cfr. Gerth and Mills (1946, pp. 3-
44), Loewenstein (1966, pp. 91-104), Honigsheim (1968), Coser (1971, pp. 234-243), Marianne Weber
(1975), Kaesler (1988, pp. 1-23) y Roth (1997).
Mucho antes que Weber formulara su concepción sociológica, muchos pensadores
occidentales de los siglos XVII y XVIII habían intentado descubrir, a través de la investigación
sistemática de los mundos natural y social, pruebas de la existencia de un Ser todopoderoso y
sobrenatural. Si las patas de aún el más pequeño de los insectos se mueven en forma
coordinada, decían, este extraordinario logro alcanza en sí para indicar la inteligencia de un Ser
superior que lo creó (Weber, 1992b: p. 90 y ss. [1998: p. 206]). Se creía que la “mano de Dios”
debía estar presente, al igual que en las “leyes naturales” del mundo social. Una vez probada, la
existencia de Dios implicaba la necesidad de que “Sus hijos” sigan Sus Mandamientos. Por lo
tanto, la investigación de los mundos natural y social acudía a sostener la promesa del
renacimiento de un cristianismo dispuesto a imponerse. El “orden divino” haría su aparición en
la tierra y el triunfo de la compasión cristiana y del amor universal barrería entonces con el
peligro de la “guerra de todos contra todos” hobbesiana.
Aunque el siglo XIX acabó con estas esperanzadas y optimistas investigaciones, los
pensadores sociales en Occidente sólo a desgano dejaron de lado una idea prominente de todas
las religiones de salvación: que toda la historia y las actividades humanas poseen un sentido
último y una dirección. Incluso cuando decaían las explicaciones abiertamente teológicas sobre
el propósito de la vida y de la historia, persistía la noción de que la vida humana tenía un
componente más importante que la simple actividad mundana. Sean los utilitaristas en
Inglaterra al comienzo del siglo o los darwinistas sociales spencerianos al final, sean los
hegelianos o los marxistas en Alemania, sean los seguidores de Saint-Simon o de Comte en
Francia: todas estas escuelas, aunque diferentes en todo lo demás, articulaban la idea de que la
historia se movía según leyes y en una dirección evolutiva. Tenía, por lo tanto, un sentido
propio. En sus amplios estudios históricos, el distinguido historiador de mediados de siglo
Ranke había descubierto el accionar de los valores del humanismo cristiano a través de las
épocas, y el filósofo idealista Hegel había planteado la historia de Occidente como una
realización progresiva de la idea de libertad. Aún los intelectuales alemanes completamente
secularizados de finales de siglo –el filósofo Heinrich Rickert, por ejemplo- sostenían que la
historia ofrecía evidencias de la firme jerarquía de los valores verdaderos, capaces, de hecho, de
guiar nuestras vidas hasta la actualidad. El historiador económico Gustav Schmoller, a su vez,
buscaba descubrir, a través de la investigación histórica, la justificación moral subyacente al
desarrollo del capitalismo moderno.
La historia siguió teniendo una teleología y un “sentido objetivo” para todos estos
pensadores. El actuar de acuerdo a un sistema unificado de valores aseguraría el progreso, así
como, en última instancia, el orden justo de la sociedad. A lo largo del siglo XIX, y pese a haber
puesto Marx “patas para arriba” al pensamiento etéreo hegeliano, prevaleció un desgano
resistente a abandonar la noción de una fuerza conductora trascendental, aún cuando ya haya
tomado una forma sublimada e impersonal, más que comprendida como la Voluntad directa de
un Dios monoteísta. Aún el “socialismo científico” de Marx formuló “leyes dialécticas de la
historia”; el presente, sostenía, debe ser comprendido como una entre varias etapas históricas,
todas ellas conduciendo a través de un camino predestinado hacia sociedades más avanzadas. La
mirada optimista del cristianismo protestante sobre la capacidad del hombre para dominar su
naturaleza humana pecaminosa y para mejorar la existencia en la tierra, constituyó el
antecedente cultural que facilitó el florecimiento de las ideas seculares de Progreso, Razón y
Libertad, así como de todos los ideales de justicia natural y de todas las escalas de valores.
Los trabajos de Max Weber son directamente antagónicos a esas ideas de los siglos
XVII, XVIII y XIX. Con su sociología, se cristalizó un nuevo posicionamiento para la especie
humana, firmemente opuesto a la noción de que la historia tenga un sentido independiente:
ahora las personas existían como los inequívocos realizadores de sus destinos, centro y causa de
sus actividades. En el comienzo del siglo XX, Weber insistió en que el sentido podía surgir
solamente de las luchas de esas personas por dar forma a “vidas plenas de sentido”, y de las
elecciones que tomaran al respecto: “... toda acción singular importante, y la vida de conjunto, si
es que no se lo toma como un hecho natural sino que es conducida conscientemente, significa
una cadena de decisiones definitivas, a través de las cuales el alma [...] elige su propio destino
...” (Weber, 1973c: 507 y ss, énfasis original [1997c: p. 238]; cfr. también 1992b: 100, 103 y ss.
[1998: p. 217 y ss.]). Diferentes corrientes de pensamiento que ponían al individuo en primer
lugar llegaban aquí a una síntesis: el individuo de la Ilustración, dotado de razón y racionalidad;
el individuo creativo e introspectivo de los románticos alemanes (Goethe y Schiller
fundamentalmente) y el individuo orientado a la actividad del protestantismo ascético2.
El mismo antagonismo a la noción de que el flujo de la historia contenía un sentido
trascendental da cuenta también de la oposición por principio de Weber a fundar al
conocimiento y a la actividad más allá de lo empírico. Con la importante excepción de
Nietzsche, vio más agudamente que sus contemporáneos que una vez realizado el determinante
vuelco del teocentrismo y cuasi-teocentrismo al antropocentrismo, un conjunto sistemático de
ideas religiosas, el “curso de la historia” o la Idea de progreso no podían ya ofrecer el
fundamento último de las ciencias sociales. Las investigaciones sobre las personas, en tanto que
individuos que buscan otorgar sentido a sus acciones, debía entonces anclarse firmemente en la
2
El hecho de que a estas importantes corrientes de pensamiento sea, por otro lado, tan difícil
darle una unidad, sentó las bases para las tensiones que cruzan toda la sociología weberiana, como se
mostrará más adelante.
realidad: “El tipo de ciencia social que queremos impulsar es una ciencia de la realidad
(Wirklichkeitswissenschaft)” (Weber, 1973a, p. 170, énfasis original [1997a, p. 61]).
Si bien el carácter secular e industrial de la Alemania del cambio de siglo influenció
directamente la formación de este principio central de la sociología de Weber, como él mismo
reconocía, no debe concluirse que sus trabajos sean aptos sólo para investigar aquellas pocas
épocas y civilizaciones en las que el individualismo se impuso y se desvanecieron las
constelaciones unificadas de valores. Por el contrario, su investigación se caracteriza por su
alcance radicalmente comparativo e histórico. Sabía bien que el sentido subjetivo podía ser
creado de una vasta variedad de formas; de hecho su investigación reveló que por milenios el
faro primordial y la guía conductora de las personas se habían originado en diversas
orientaciones hacia el reino sobrenatural (cfr. Weber, 1992b: p. 101 [1998: p. 207]). Aún
cuando el sentido subjetivo está en el centro de la sociología de Weber, y por lo tanto el
individualismo dominante en las “ideas de valor” (Wertideen)de su propia época se manifiesta
en sus axiomas fundamentales, la metodología de Weber deja enfáticamente abierto –para ser
estudiado empíricamente- el grado en el que la formación de sentido subjetivo está influenciado
por el mundo terrenal o por el reino sobrenatural.
Este desplazamiento monumental hacia una sociología radicalmente empírica, fundada
en el sentido subjetivo, debe entenderse como fundacional del conjunto de la sociología de
Weber. El reconocimiento de este vuelco permite hacer más fácilmente comprensible sus
características centrales.
El rechazo a la búsqueda de valores verdaderos, de leyes generales y de hechos
objetivos
El rechazo de Weber a los valores anclados en religiones y en ideas cuasi-supranaturales
como base de su sociología, y su focalización en la realidad empírica y en el sentido subjetivo,
lo llevaron a oponerse inequívocamente a los muchos intentos de fines del siglo XIX por definir
el objetivo de la ciencia como la creación de nuevas constelaciones de valores acordes a la
sociedad industrial. Sus distinguidos colegas Rickert, Dilthey, Schmoller, Roscher y Knies,
coincidían en que las investigaciones de la vida social deben ser llevadas a cabo para corroborar
ideales y normas – incluso, de hecho, en nombre de la ciencia. Temían que las sociedades
seculares, capitalistas e industriales, carecieran de valores, y ese horrible vacío debía ser llenado
con valores descubiertos por la ciencia. Si no, su pesadilla se haría pronto realidad: las personas
se convertirían en meros “átomos” sin rumbo, carentes de reflexión, de compromiso profundo
hacia otros y también del sentido de una comunidad verdadera (Gemeinschaft). Con el ocaso de
la religión, debía encontrarse urgentemente una nueva fuente de valores. La ciencia ofrecía
nuevas esperanzas.
La idea de que la ciencia debía ser vista como la fuente legítima de valores personales
resultaba, en cambio, inaceptable para Weber. Veía en esas propuestas una intrusión clandestina
de legados cuasi-religiosos, pero ahora en un dominio que, apropiadamente definido, implicaba
exclusivamente investigaciones empíricas. Más aún, negaba la posibilidad de que la ciencia
pudiera servir como fuente de valores basándose en que no podía existir una “ciencia objetiva”.
La propia esperanza en una ciencia de esas características le resultaba un engaño, que en última
instancia hundía sus raíces en un mundo ya superado de valores unificados. Ahora está claro,
sostenía Weber, que cada época –probablemente incluso cada generación o cada décadaproduce sus propios “valores-ideas culturalmente significativos”. Invariablemente, insistía,
nuestras observaciones de la realidad empírica se realizan con referencia a ellos. La base
empírica sobre la que se basa la ciencia “cambia” continuamente (cfr. Weber, 1973a, pp. 170178 [1997a: p: 61-68]).
Esta inevitable “referencia a valores” (Wertbeziehung) de nuestras observaciones, hace
que ciertos eventos y acontecimientos sean visibles para nosotros, a la vez que ocluye otros.
Sólo algunas “realidades” cobran relieve ante los valores culturalmente significativos de una
etapa específica: los de la actualidad, por ejemplo, se corporizan en términos como igualdad
para todos, libertad, derechos individuales, igualdad de oportunidades, globalización, etc., y
dicotomías tales como capitalismo / socialismo y Primer Mundo / Tercer Mundo. La perspectiva
específica de cada era permite ver a quienes viven en ella sólo una porción selectiva del pasado
y del presente. Consecuentemente, nuestra búsqueda actual de conocimiento no puede tomar la
misma forma que en los siglos XVII o XVIII –como si fuera la búsqueda de absolutos ocultos-,
ya que ya no existe el prerrequisito en última instancia para una búsqueda de estas
características: la creencia extendida en un conjunto de valores unificados. Por la misma razón,
nuestro conocimiento no puede más anclarse en las ideas cuasi-supranaturales del siglo XIX.
Más aún, dado que nuestro conocimiento es invariablemente desde una perspectiva, no podemos
aspirar a encontrar “leyes generales” en la historia ni a escribir la historia como Ranke proponía:
“como de hecho ocurrió”. Por lo tanto, en el famoso “debate por el método” (Methodenstreit),
Weber se opuso tanto a la posición “nomotética” sostenida por Menger –la tarea de las ciencias
sociales es la formulación de leyes generales- como a la posición “ideográfica” sostenida por la
“escuela histórica de economía” de Schmoller: el objetivo debe ser ofrecer descripciones
exhaustivas de casos específicos3.
Weber reprobaba vehemente y reiteradamente por ilusorio cualquier intento de crear
valores a través de la ciencia. En la nueva época post-religiosa y post cuasi-religiosa, esos
engaños debían ser dejados de lado:
El destino de una época de la cultura que ha comido del árbol del
conocimiento es tener que saber que no podemos leer el sentido de lo que
ocurre en el mundo del resultado de una investigación por más acabada que
ésta sea, sino que debemos ser capaces de crearlo, que las “cosmovisiones”
(Weltanschauungen) no pueden ser nunca productos del avance en el
conocimiento empírico, y que también los más altos ideales, que con la
mayor intensidad nos movilizan, en todo momento sólo se hacen eficaces en
lucha contra otros ideales, que son para otros tan sagrados como para
nosotros los nuestros (Weber, 1973a: p. 154, énfasis original [1997a: p. 46];
cfr. también 1973c: 507 y ss. [1997c: p. 238]).
No conozco ningún ideal que pueda ser demostrado científicamente.
Sin duda, es más difícil aún la tarea de tener que encontrarlo en uno mismo
en una época en la que la cultura es tan subjetiva. Nosotros no tenemos
ningún tipo de paraíso ni de lecho de rosas que prometer, ni en este mundo ni
en el más allá, ni en el pensamiento ni en la acción. Y es el estigma de
nuestra dignidad como seres humanos que la paz de nuestras almas no pueda
ser tan grande como la de aquellos que sueñan con un paraíso tal (Weber
1988b: p. 420 [No conocemos traducción al español de este texto (N.deT.)]).
La multicausalidad de Weber
3
El rechazo a estas posiciones condujo a Weber a adoptar el tipo ideal como herramienta
fundamental de investigación. Esta construcción desarticuló los argumentos de la Methodenstreit y
respondió a varios de los conflictos irreconciliables que allí se planteaban. Por ejemplo, pese a ser
“general” y “sintético”, el tipo ideal constituye sólo una herramienta heurística y no una ley histórica.
Para Weber resultaba inaceptable la búsqueda de una única “mano conductora” , sea la
de un Dios monoteísta, la de las “leyes del mercado” de Adam Smith, o la de la lucha de clases
de Karl Marx como motor de la historia. Veía en esas fuerzas que todo lo dominan, residuos de
visiones del mundo ya anticuadas, caracterizadas por ideas religiosas y cuasi-religiosas. De
hecho, el inflexible rechazo de Weber a definir las “leyes generales de la vida social” (Menger),
los “estadios de desarrollo histórico” (Bücher, Marx) o la Evolución4 como punto principal de
partida para explicaciones causales5, le abrieron el camino para su focalización en la realidad
empírica y en el sentido subjetivo. Y lo que no es menos importante, también le proveyeron las
condiciones subyacentes que le permitieron adoptar modos radicalmente multicausales de
explicación. Al haber abandonado toda referencia a alguna forma de impulso “necesario” de la
historia, pasaron a primer plano en la sociología de Weber las innumerables acciones y
creencias de las personas, como fuerzas causales que determinan el contorno del pasado y del
presente.
Su investigación empírica lo convenció de que el cambio histórico requería por un lado
grandes figuras carismáticas, y, por otro, estratos y organizaciones “portadores”. Más aún, estos
portadores eran, por ejemplo, en algunos períodos organizaciones políticas y de dominación, en
otros estamentos u organizaciones económicas, y en otros organizaciones religiosas. Sus
investigaciones, abarcando un amplio espectro de temas, épocas y civilizaciones, le permitieron
extraer una contundente conclusión. Más que un punto de apoyo causal, lo que encontró en ellas
fueron sólo movimientos permanentes de agrupamientos de distinto tipo: políticos, económicos,
religiosos, legales, de estratos sociales y familiares (cfr. por ejemplo, Weber, 1976: p. 201
[1987: p. 275]). Sin portadores poderosos, ni el “espíritu” de Hegel ni el humanismo cristiano
de Ranke podían ser capaces de mover la historia. Tampoco podían hacerlo las ideas, ni las
cosmovisiones, ni el problema del sufrimiento injusto.
Del eurocentrismo a una sociología comparativa del sentido subjetivo
4
La frecuente traducción del término weberiano Entwicklung (desarrollo) como “evolución” ha
causado mucha confusión.
5
Aunque no lo discuta en ningún lado, Weber seguramente veía del mismo modo la centralidad
dada por Durkheim al “hecho social” en su sociología: la manifestación de un modo de pensar aún
penetrado por los legados secularizados de las religiones occidentales.
Aunque debilitado por la secularización, el capitalismo y la urbanización, la escala de
valores prevaleciente en Occidente era aún sustentable en el siglo XIX y constituía un rasero
con el cual los científicos sociales europeos evaluaban las sociedades del mundo, su
“evolución” y “racionalidad” relativas. ¿Han experimentado el mismo grado de “avance” que el
Occidente moderno? El rechazo de Weber a las constelaciones de valores cuasi-religiosos del
siglo XIX implicaba tanto su escepticismo en relación a la expandida creencia en el “progreso”
como su conciencia de la contingencia de ellos. También sentó las bases para el carácter
radicalmente comparativo de su sociología y para su ruptura con las ideas eurocéntricas.
El desplazamiento hacia una sociología del sentido subjetivo completamente
antropocéntrica tuvo el efecto de deslegitimizar todas las configuraciones de valor centradas en
Occidente. Con la desaparición de la justificación subyacente a una ciencia social orientada
exclusivamente a las “ideas occidentales”, se desvanecieron también los parámetros sobre qué
otras culturas podían ser observadas y evaluadas. Mientras que sus colegas miraban esos
desarrollos con grandes dudas y percibían correctamente que la metodología de Weber
amenazaba en su punto nodal la “superioridad de Occidente”, así como la misma esencia de sus
existencias, Weber vio una enorme ventaja para la investigación: los científicos sociales estaban
ahora liberados para investigar al “otro” en sus propios términos. Desde su perspectiva, la
liberación de esa rígida orientación significaba que ahora podían realizarse exploraciones
empíricas irrestrictas de los sentidos subjetivos, en Oriente y en Occidente, en las civilizaciones
antiguas y en las modernas.
Sin embargo, Weber apoyaba este giro radical de concepciones no sólo debido a las
ventajas que veía en cuanto a la metodología de las ciencias sociales. El interés que lo inducía a
otorgarle una legitimidad incondicional a la investigación descentrada, intercivilizacional, era
aún mayor. Se necesitaban urgentemente estudios comparativos “irrestrictos” para plantear
eficazmente cuestiones que involucraban a su propia civilización: ¿en qué sentidos precisos
puede decirse que la modernidad occidental es única?, ¿cuáles son los parámetros de un cambio
social posible en Occidente? y ¿cómo se dan las orientaciones de acción por valores y la
formación del sentido subjetivo como tal? Mientras que estas mismas preguntas perturbaban
profundamente también a sus colegas, sólo Weber comprendió los potenciales logros de una
sociología que, a través de rigurosos estudios histórico-comparativos, fuera capaz de aislar los
límites de cada caso y cada desarrollo, definiendo las fuerzas causales significativas, y
extrayendo conclusiones sobre las circunstancias bajo las que ocurre el cambio social, la acción
se orienta por valores y se forma el sentido subjetivo. Una sociología con estas características
echaría agudamente luz sobre los singulares dilemas y crisis de la modernidad occidental. Así
las personas estarían en mejores condiciones de tomar decisiones independientes y con
conocimientos para hacerlo, así como posiblemente de adoptar incluso claras posiciones éticas
(cfr. Weber, 1992b: p. 103 y ss. [1998: p. 223 y ss.]; Kalberg, de próximo aparición). No puede
entenderse lo enorme y minucioso de sus estudios comparativos sin tener en cuenta esta
preocupación acuciante que lo motivaba6.
Conflicto y acción ética
La modalidad de investigación de Weber se alejaba de un punto de vista único también
en otro sentido. Al romper inequívocamente con todas las escuelas de pensamiento que
enfatizaban sistemas unificados de valores, jerarquías trascendentes ancladas en valores y un
futuro común y pacífico para la humanidad –a través del Progreso y la Evolución-, su sociología
desterraba toda una serie de presuposiciones que tendían a poner obstáculos a los análisis
empíricos de la realidad. Lo importante es que gracias a esto, su investigación estaba en mejores
condiciones de evaluar en qué contexto podían aparecer conflictos sociales, así como sus límites
y causas. Para él, la “lucha por la existencia” no tenía lugar en el magnífico escenario de la
“evolución humana” y en respuesta a la ley de la “supervivencia del más apto”, como creían los
darwinistas sociales, sino que exclusivamente como resultado de las difíciles decisiones que
acompañan las actividades cotidianas. La historia se desarrolla a partir de estas decisiones,
aunque no de modo unilineal o en forma directa. Weber insistía en que las paradojas, las ironías
y las consecuencias no previstas se manifestaban constantemente7, así como el incesante
6
Es también inconcebible que sin haber realizado este quiebre con la ciencia social eurocéntrica,
así como con todas las escuelas cuasi-religiosas y organicistas, la sociología de Weber pudiera adoptar
uno de sus aspectos más fuertes: su permanente “perspectivismo”, o su capacidad de “rotar” factores. Este
procedimiento comienza centrándose en un tipo ideal particular (por ej. ascetismo), desde la perspectiva
de un tipo ideal radicalmente diferente (por ej. misticismo), y examina luego sistemáticamente las
diferencias entre ambos en relación a la influencia de cada uno sobre la acción social. El “punto de vista”
(Gesichtspunkt) es determinante; queda aquí descartada la “realidad tal cual es”, así como cualquier tipo
de perspectiva absolutista. A Weber le preocupaba especialmente hacer notar que un fenómeno particular
(por ej. la huída mística del mundo) es completamente “irracional”, pero sólo desde el punto de vista de
un segundo fenómeno (por ej. la orientación ascética “intramundana” hacia la actividad en este mundo).
(cfr. Weber 1972If: pp. 539 y ss. [1998d: pp. 529 y ss.]; Jaspers, 1946: pp. 37 y ss.).
7
“Es absolutamente cierto y (...) un hecho básico de toda historia, que el resultado final de una
acción política está frecuentemente –más precisamente, regularmente-, en una relación completamente
conflicto, en muchos casos sin mayor sentido. Los diversos órdenes (económico, político, legal
y de dominación), señala Weber, más que fundirse en una síntesis que conduce al Progreso o
que propulsar un proceso de “generalización de valores” como en Parsons, siguen sus propias
leyes de desarrollo y entran muy frecuentemente en conflictos irreconciliables entre sí (cfr.
Weber, 1992b: pp. 98-109 [1998: pp. 217 y ss.], 1972If: pp. 536-573 [1998d: pp. 527-562],
1973c: pp. 507 y ss. [1997c: pp. 238 y ss.]).
Al formular “una ciencia empírica de la realidad concreta” y enfatizar que las personas más que Dios, las leyes naturales o la Evolución- otorgan sentido a la historia, la sociología de
Weber se ve confrontada inevitablemente con varias cuestiones decisivas. ¿Cómo orientar
nuestra acción? ¿Cómo actuar responsablemente? ¿En qué se basa la acción ética? La liberación
de las miradas del mundo basadas en la religión o en sus legados, condujo naturalmente a una
mayor libertad, pero esto llevó implícitamente a preguntarse cómo los individuos, en sociedades
industrializadas, burocratizadas y capitalistas, toman sus decisiones. Su rechazo a todas las
corrientes que definían a la libertad individual moderna como simple “libertad filistea de
acuerdo a propias conveniencias” (Löwith, 1970: p. 122) convertía a estas dudas en más
urgentes, así como también lo hacía su oposición a las respuestas de Nietzsche: la insistencia de
Weber en que la actividad tiene lugar en un contexto social determinado le cerró la posibilidad
de depositar esperanzas en profetas o en grandes “superhombres” (Weber, 1992b: 110 [1998,
pp. 231 y ss.]). Más aún, señalaba que el secularismo, el industrialismo y la Ilustración habían
ya otorgado derechos al “pueblo” en un grado tal que el llamado de Nietzsche a héroes
autoritarios había ido demasiado lejos: cercenaría inevitablemente el espacio público, abierto,
ahora tan indispensable para las elecciones con base ética de los individuos.
Weber sabía bien que la ciencia social que proponía no ofrecía una guía ética a los
individuos. Era agudamente consciente que esa posición decepcionaba en particular a las
generaciones más jóvenes de su tiempo (cfr. Weber, 1992b: pp. 89-110 [1998: pp. 207 y ss.]).
¿Tendría sentido, finalmente, el poner en primer plano el sentido subjetivo y la “realidad
empírica concreta”? ¿O el individuo moderno, dejado a la deriva sin valores ni tradiciones
obligatorios y directrices, forzado ahora a encontrar el sentido por referencia a sus propios
“demonios”, se convertiría o bien en un actor oportunista o bien en uno psicológicamente
paralizado? Weber rechazaba los llamados a volver a “un heroísmo irracional romántico que se
sacrifique en medio del delirio de la auto-descomposición” (Salomon, 1935b: p. 384), y
desdeñaba, por utópica, toda esperanza de que un proletariado politizado daría lugar a una
inadecuada, o muchas veces directamente paradójica, con su sentido original” (Weber, 1992a: p. 230
[1998a: p. 157]).
sociedad más justa. ¿Se mantendrían las configuraciones de valores vinculantes, capaces de
anclar las decisiones éticas? ¿Sobreviviría la persona orientada y unificada por valores? Estas
cuestiones cruciales pueden ser mejor tratadas si nos abocamos primero a la sociología de
Weber y luego al contexto social en el cual escribió.
Capítulo II
LA TEORÍA
Algunos intérpretes ven a Weber como un “teórico de las ideas”, otros como un “teórico
de los intereses”. Mientras que los primeros se centran en la EP y enfatizan el fuerte papel de
los valores, la religión y la cultura en su sociología, los últimos toman su obra analítica,
Economía y Sociedad (E&S) como su más importante fuente, para afirmar que Weber presenta
una teoría del conflicto no marxista, basada en el poder, en el conflicto y en los intereses
individuales. Otros lo interpretan centralmente como un taxonomista talentoso comprometido
en la creación de un vasto armamento de “tipos ideales” destinado a dotar a la disciplina
sociológica de firmes fundamentos conceptuales. De hecho, cada uno de estas interpretaciones
puede derivase legítimamente del rico flujo de sus escritos sociológicos (cfr. Kalberg, 1998: pp.
208-14).
Sin embargo, todas esos comentarios se equivocan, tanto por negar la posibilidad de
interpretaciones contradictorias sobre su obra como por centrarse demasiado estrechamente
sobre aspectos de la misma. Los grandes temas que permiten superar la aparente fragmentación
de la sociología de Weber y que permiten darle un cierto grado de unidad, son muy
frecuentemente desatendidos: el modo en el que relaciona ideas e intereses; su preocupación por
definir la singularidad de la modernidad occidental y de plantear una explicación causal de sus
orígenes; su búsqueda por entender cuáles constelaciones de fuerzas sociales dan lugar a
nociones extendidas de compasión, de acción ética, y de autonomía individual; su intento de
analizar cómo las acciones se orientan por valores y su focalización en el modo en que las
personas, en diferentes entornos sociales, otorgan un sentido a sus vidas.
La presente discusión sobre la sociología de Weber busca articular estos temas centrales
mientras llama la atención sobre el modo en el que los valores, la cultura y la religión adquieren
un lugar fuertemente preeminente en su sociología, y el modo, a la vez, en el que la dominación,
el poder, los intereses individuales y el conflicto mantienen su centralidad. También se busca
subrayar aquí el carácter fuertemente indispensable de los “conceptos claros”, en tanto que
piedras angulares fundacionales de sus trabajos. Esta amplia tarea puede llevarse mejor a cabo
por medio de un breve examen de sus tres obras más importantes: EP, E&S y La ética
económica de las religiones universales (EERU). Antes de eso, resulta indispensable detenerse
en los aspectos centrales de la metodología que subyace a su sociología.
La metodología de Weber
La sociología de Weber parte de una crítica a todas las perspectivas que ven a las
sociedades como unidades cuasi-orgánicas, holísticas, y que separan “partes” de éstas como
componentes completamente integrados en un “sistema” más grande de estructuras objetivas.
Todas las escuelas organicistas de pensamiento entienden a la colectividad dentro de la cual el
individuo actúa como una estructura ilimitada, y a la acción e interacción social como meras
expresiones particulares de este “todo”. El pensamiento romántico y conservador alemán de
principios del siglo XIX, así como Comte y Durkheim en Francia, entran dentro de esta
tradición.
Las teorías orgánicas generalmente parten de un grado de integración social que, para
Weber, debe ser cuestionado. En sus análisis las sociedades no son vistas nunca como entidades
claramente formadas y cerradas, con límites definidos. Partiendo de las probabilidades de
fragmentación, de tensión, de conflicto abierto y el uso del poder, Weber rechazó la noción de
que la sociedades debieran entenderse como una unidad. Más aún, según él, si las teorías
orgánicas son utilizadas más que como un medio para facilitar conceptualizaciones
preliminares, surge fuertemente el riesgo de “reificación”: las “sociedades” y el “todo orgánico”
pueden ser vistas como la unidad fundamental de análisis, más que el individuo (Weber, 1976:
pp. 4-7 [1987: pp. 5 y ss.]). Esto puede llevar a que las personas sean incorrectamente
entendidas como simples “productos socializados” de fuerzas sociales. Por el contrario, Weber
sostiene que las personas son capaces de interpretar sus realidades sociales, otorgándole
“sentido subjetivo” a ciertos aspectos de ellas e iniciando acciones independientes: “... somos
personas propias de una cultura, dotados de la capacidad y de la voluntad de tomar posición
frente al mundo y de conferirle un sentido” (Weber, 1973a: p. 180, énfasis original [1997a: p.
70]). Para Weber existe por lo tanto un espacio para la libertad y la elección.
Muchos de los axiomas sobre los que gira su metodología siguen siendo centrales
incluso para la sociología actual. Sólo podemos analizar aquí algunos de sus componentes
fundamentales: su sociología comprensiva, los cuatro tipos de acción social, el sentido
subjetivo, la neutralidad valorativa y los tipos ideales. Para finalizar este apartado se discutirá el
propósito de la sociología weberiana.
Comprensión y sentido subjetivo
En el centro de la sociología de Weber está el intento por parte de los sociólogos de
“comprender” (verstehen) los modos en los que las personas ven su propia “acción social”. Esta
acción con sentido subjetivo constituye la preocupación del científico social, más que el
comportamiento meramente reactivo o imitativo (como ocurre, por ejemplo, cuando personas
que están juntas en un espacio público abren sus paraguas simultáneamente al comenzar a
llover). La acción social, insiste Weber, implica tanto una orientación con sentido de la propia
conducta hacia la de otros, como el aspecto relacionado con la propia interpretación o reflexión
por parte del individuo. Las personas son sociales, pero no solamente: están provistas de la
habilidad de interpretar activamente situaciones, interacciones y relaciones referenciándolos en
valores, creencias, intereses, emociones, poder, autoridad, costumbres, convenciones, hábitos,
ideas, etc.
La sociología (...) es una ciencia que pretende entender la acción
social para así explicarla causalmente en su desarrollo y en sus efectos. Para
eso debe entenderse la “acción” como una conducta humana (sea un acto
externo o interno al individuo, omitido o consentido), si y en la medida en
que el o los actores asocien a ésta un sentido subjetivo. La acción “social”, en
cambio, es una acción de este tipo en el que el sentido pensado por el o los
actores se refiera a la conducta de otros y su desarrollo esté orientado por ella
(Weber, 1976, p. 1; énfasis original [1987: p. 5])8.
8
Siguiendo a Weber, utilizaré los términos “acción con sentido” y “acción social” como
sinónimos. Pese a su énfasis en la capacidad de la especie humana en dotar a la acción de sentido
subjetivo, Weber sin embargo afirma que esto no ocurre muy frecuentemente: “La acción real transcurre
(...) en la mayoría de los casos por impulso o por costumbre. Sólo ocasionalmente, y en el caso de
acciones masivas iguales sólo en algunos individuos, se eleva un sentido (sea racional o irracional) a la
conciencia. La acción con sentido realmente efectiva, i.e. completamente consciente y clara, es en
realidad siempre un caso extremo. Esta constatación debe ser siempre tenida en cuenta para cada
observación histórica y sociológica al analizar la realidad. Pero esto no debe impedir que la sociología
construya sus conceptos por medio de la clasificación de los posibles “sentidos pensados”, como si la
acción efectivamente transcurriera según una orientación conciente de sentido” (Weber, 1976: p. 10;
énfasis original [1987: p. 18]). Por esta razón, aparte de por su énfasis en los cuatro tipos de acción (ver
La posición determinante de la acción con sentido separa a la sociología de Weber, en
sus fundamentos, de las distintas escuelas conductistas, estructuralistas y positivistas.
Los sociólogos pueden entender la acción plena de sentido de otros o a través de la
“comprensión racional”, que implica la aprehensión intelectual del sentido que los actores
atribuyen a sus acciones, o a través de la comprensión “intuitiva” o “empática”, que refiere a la
comprensión del “contexto emocional en el que la acción tiene lugar” (Weber, 1976, p. 2;
énfasis original [1987: p. 6]). Así, por ejemplo, el sociólogo puede entender la motivación
detrás de la orientación de los empleados públicos siguiendo estatutos impersonales y leyes, así
como la motivación detrás de la orientación mutua entre dos buenos amigos. En la medida en
que esto ocurre, señala Weber, se obtiene la explicación causal de la acción. Al reparar sólo en
la actividad externa, el conductismo basado en estímulo / respuesta soslaya los aspectos que son
principales para Weber: los diversos motivos posibles detrás de una actividad observable, el
modo en el que el acto pleno de sentido subjetivo varía de acuerdo a ellos, y las diferencias
significativas que se desprenden con respecto a la acción.
Los cuatro tipos de acción social y sentido subjetivo
La acción social puede conceptualizarse mejor cuando se la ve implicada en uno de los
“cuatro tipos ideales de acción con sentido”: racional de acuerdo al fin, racional de acuerdo a
valores, afectiva y tradicional. Cada tipo refiere a las orientaciones motivacionales típicoideales (ver infra) de los actores.
Weber define la acción como racional de acuerdo al fin (zweckrational), cuando el actor
se “orienta según el fin, los medios y los resultados secundarios, sopesando racionalmente
también la relación entre los medios y los fines, los fines y las consecuencias secundarias, así
como también los distintos posibles fines entre sí ...”. Las personas poseen también la capacidad
de actuar racional-valorativamente. Aquí, se actúa “sin atender a las consecuencias y como
tarea que parecen plantearle sus convicciones en el deber, la dignidad, la belleza, un saber
religioso, la piedad o la importancia de alguna causa de cualquier orden. La acción racional de
infra), Weber no puede ser entendido simplemente como un “racionalista”, como afirmaron muchos
críticos (cfr., por ejemplo, Eder, 1999, pp. 202-3).
acuerdo a valores (en el sentido que usamos el término) es siempre una acción según un
‘precepto’ o de acuerdo a una ‘exigencia’que el actor cree que le está dirigida”. Los valores
implican nociones de honor, así como doctrinas de salvación. Por otro lado, la acción afectiva,
determinada “por estados afectivos o sentimentales“, implica un enlace emocional y debe ser
claramente distinguida de la acción racional de acuerdo a valores y de la acción racional de
acuerdo al fin. La acción tradicional, “según un hábito incorporado” y costumbres establecidas,
muy frecuentemente una mera reacción rutinaria a un estímulo no individual, está en el límite de
la acción con sentido subjetivo. Tomados de conjunto, estas construcciones –los “tipos de
acción social”- establecen una base analítica que permite la conceptualización de orientaciones
de acción en sí difusas. La acción racional referida a intereses constituye para Weber sólo una
forma posible de orientar la acción (Weber, 1976: p. 12 y ss. [1987: p. 20 y ss.])9.
Cada tipo de acción con sentido puede ser hallado en todas las épocas y civilizaciones.
La acción social de pueblos incluso “primitivos” puede ser racional de acuerdo al fin y racional
de acuerdo a valores (cfr., por ejemplo, Weber, 1976: p. 245 y pp. 257-260 [1987: p. 328 y pp.
344-347]), y el hombre moderno no está provisto de una mayor capacidad inherente para algún
tipo de acción de lo que lo estaban sus ancestros. Sin embargo, como producto de fuerzas
sociales identificables, algunas épocas pueden tender predominantemente a poner en primer
plano un tipo particular de acción. Weber está convencido de que, al utilizar esta tipología de la
acción social, los sociólogos puede entender –y por lo tanto explicar causalmente- incluso los
modos en los cuales las acciones sociales de las personas que viven en culturas radicalmente
diferentes son subjetivamente plenas de sentido. Asumiendo que, como producto de un estudio
intensivo, los investigadores hayan logrado familiarizarse pormenorizadamente con un contexto
social particular, y sean por lo tanto capaces de imaginarse “dentro” de éste, pueden evaluar el
grado en que las acciones se aproximan a uno de estos tipos de acción social. El sentido
subjetivo de los motivos que llevan a esas acciones –sean racionales de acuerdo al fin,
racionales de acuerdo a valores, tradicionales o afectivas- puede entonces hacerse
9
Weber señala que esta clasificación no pretende definir exhaustivamente todas las
posibilidades, “sino que son tipos conceptualmente puros, construidos para fines sociológicos, que se
aproximan en mayor o menor grado a la acción real ...” (Weber, 1976: p. 13 [1987: p. 21]). Weber no
espera descubrir casos empíricos en los que la acción social esté orientada sólo a uno de estos tipos de
acción. Ver infra sección sobre los tipos ideales.
comprensible10. La “sociología comprensiva” de Weber busca de este modo ayudar a los
sociólogos a comprender la acción social en los términos de las propias intenciones del actor11.
Este fundamental énfasis en la pluralidad de motivaciones distingue inequívocamente a
la sociología de Weber de todas las escuelas conductistas, de todas las aproximaciones que
colocan en primer lugar a las estructuras sociales (por ejemplo, las que se basan en los “hechos
sociales” de Durkheim o en las clases sociales de Marx), y de todas las aproximaciones
positivistas que otorgan a las normas, los roles y las reglas un poder determinante sobre las
personas. Aún cuando la acción social parezca fuertemente ligada a una estructura social, deben
poder reconocerse una heterogeneidad de motivaciones. Para Weber, una amplia gama de
motivaciones con una única “forma externa” es tanto analítica como empíricamente posible y
sociológicamente significativa. El sentido subjetivo de la acción varía incluso dentro de la rígida
estructura organizativa de la secta política o religiosa. Este razonamiento conduce a Weber a un
interrogante: ¿por qué razones subjetivas orientan las personas su acción social en común, de
modo tal que puedan delimitarse agrupamientos? Esta cuestión es de gran importancia, pues
Weber está convencido que la ausencia de esas orientaciones –hacia, por ejemplo, el estado, las
organizaciones burocráticas, las tradiciones y los valores- implica que las “estructuras” dejan de
10
Los motivos son para Weber causas de acción: “Llamamos ’motivo’ a una relación de sentido
que al propio actor o al observador le parece la ‘causa’ plena de sentido de una conducta” (Weber, 1976:
p. 5 [1987: p. 10])
11
De los cuatro tipos de acción social, para Weber la acción de acuerdo al fin es la más
fácilmente comprensible para el sociólogo (cfr. Weber, 1976: p. 2 [1987: p. 6]). En todos los casos, la
interpretación del sentido subjetivo por el investigador debe basarse en la evidencia empírica y en
procedimientos rigurosos. Sin embargo, Weber reconoce que puede ser bastante difícil para el científico
social entender el sentido de una determinada acción. Señala que los valores “frecuentemente no pueden
ser entendidos por completo” (ibíd.). Aún así este problema no le impide formular un ideal hacia el que
deberían tender los investigadores. Nuevamente, la exploración en profundidad de los contextos en los
que ocurre la acción, afirma Weber, asisten a la comprensión. Finalmente, señala: “Muchos afectos reales
(miedo, cólera, ambición, envidia, celos, amor, entusiasmo, orgullo, sed de venganza, piedad, devoción,
todo tipo de avidez) y las consecuentes reacciones irracionales (vistos desde la acción racional de acuerdo
al fin), pueden ser revividos emocionalmente, en mayor medida si no nos son ajenos. En cualquier caso,
sin embargo, aún cuando su grado supere nuestras propias posibilidades, podemos entenderlos
identificándonos, emocionalmente, y calcular intelectualmente sus efectos sobre la dirección y los medios
de la acción” (Weber, 1976: p. 2 [1987: p. 7])
existir. El aparato de estado, por ejemplo, no es en última instancia nada más que orientaciones
pautadas de acción de sus políticos, sus jueces, su policía, sus empleados públicos, etc.12.
Como se verá, lejos de ser sólo postulados metodológicos formales, estas distinciones
fundamentales son las que anclan los estudios empíricos de Weber. La investigación del sentido
subjetivo de la acción está en el centro mismo, por ejemplo, de su tesis sobre la ética
protestante. Sin embargo, Weber se involucró en un esfuerzo empírico enorme, a través de su
sociología histórico-comparativa, para entender el sentido subjetivo del “otro” en sus propios
términos: por ejemplo el del literato confuciano, el monje budista, el brahmán hindú, los
profetas del Viejo Testamento, los dirigentes feudales, los monarcas y reyes o los funcionarios
en las burocracias. ¿Por qué razones subjetivas obedecen los individuos a la autoridad? Weber
deseaba entender los diversos modos en los que las personas “dan sentido” a sus actividades.
Para Weber los sociólogos debían intentar hacer esto aún cuando los “complejos de sentidos”
subjetivos que descubrieran les parezcan a ellos curiosos o extraños.
Neutralidad valorativa y pertinencia de valores
La sociología de Weber, por lo tanto, no busca descubrir “un sentido que sea de algún
modo objetivamente ‘correcto’ ni que sea por algún fundamento metafísico ‘verdadero’”
(Weber, 1976: p. 1 [1987: p. 6])13. Más aún, tampoco importan ni la empatía a favor, ni la
hostilidad en contra de los actores que se investigan. En lo que respecta al proceso de
investigación, los investigadores están obligados todo lo humanamente posible a dejar de lado
sus preferencias ideológicas, sus valores personales y sus gustos (sobre el protestantismo
ascético o sobre los funcionarios burocráticos, por ejemplo), y a esforzarse en mantenerse justo
e imparcial. El ideal prescripto al científico social debe basarse en standards inequívocos de
investigación, así como en la observación, comparación y evaluación imparciales de las fuentes.
12
“Para la interpretación comprensiva de la acción que realiza la sociología, esas construcciones
son en cambio únicamente desarrollos y relaciones de acciones específicas de personas individuales, ya
que sólo éstas son para nosotros portadores de acciones orientadas según sentidos”(Weber, 1976: p. 6
[1987: 12])
13
Esto, según Weber, distingue las “ciencias empíricas de la acción” de la jurisprudencia, la
lógica, la ética y la estética, todos las cuales buscan establecer sentidos “correctos” y “válidos” (Weber,
1976: pp. 1 y ss. [1987: p. 6]).
Incluso si se considerase que los hábitos, valores y prácticas de los grupos investigados fueran
repugnantes, los investigadores deben esforzarse en mantener este ideal.
Weber sabía que mantener una postura tan “objetiva” y “libre de valoraciones”
(Wertfreiheit) con respecto a la recolección y evaluación de datos no es tarea fácil. Somos todos
“entes culturales”, y por lo tanto los valores están imbricados con nuestro pensamiento y acción.
Una delgada línea separa “hechos” de “valores”, y los valores se entrometen incluso en nuestros
modos de observar. A la sazón, la propia ciencia moderna occidental surgió como una
consecuencia de una serie de desarrollos históricos y culturales específicos. Sin embargo, el
científico social debe hacer un decidido esfuerzo para distinguir argumentos y conclusiones
basados empíricamente, de los basados en normas o valores. Estos últimos deben ser
minimizados.
Sin embargo, Weber insiste en que, en relación a un aspecto fundante del proceso de
investigación, los valores mantienen su centralidad: la selección temática. Lejos de ser
“objetiva”, en algún sentido metafísico o predeterminado, para Weber nuestra elección ésta
relacionada de un modo inevitable con nuestros valores (Wertbezogenheit) y nuestros intereses.
Un sociólogo, por ejemplo, que cree fuertemente que las personas de diferentes grupos étnicos
debieran ser tratadas igualitariamente, puede bien decidirse –como producto de ese valor- a
estudiar cómo los movimientos de derechos civiles ayudaron a grupos hasta ese momento
excluidos, a adquirir derechos básicos.
Sin embargo, con respecto a la indagaciones en ciencias sociales, Weber sostiene que
los investigadores deben esforzarse en excluir valores: deben evitarse todos los juicios de valor
que proclamen, en nombre de la ciencia, que una actividad particular o un modo de vida es
noble o infame, racional o irracional en última instancia, provinciano o cosmopolita. Las
ciencias sociales no van a ayudarnos –y no deben hacerlo- en definir qué valores son superiores.
No puede demostrarse científicamente que los del Sermón de la Montaña sean “mejores” que
los del Rig Veda. Tampoco pueden los científicos sociales sostener que determinados valores
debieran guiar nuestras vidas. La ciencia provee conocimiento y entendimiento, y nos informa
sobre los diferentes efectos de utilizar un medio particular para lograr un objetivo específico,
pero nunca debe permitírsele hacerse responsable por nuestras decisiones (cfr., entre otros,
Weber, 1992b [1998]).
Para Weber este ethos de “neutralidad valorativa” es indispensable para la definición de
la sociología –en la medida en que pretenda ser ciencia social y no un compromiso político-:
Que la ciencia sea hoy una ‘profesión’ especializada al servicio de
la autoconciencia y del conocimiento de relaciones fácticas, y no un bien de
salvación o una revelación en carácter de gracias dadas por visionarios o
profetas, ni una parte de la meditación de sabios y filósofos sobre el sentido
del mundo, es ciertamente un hecho inevitable de nuestra situación histórica
(Weber, 1992b: p. 105 [1998: p. 226]).
¿Cómo debe proceder el sociólogo para establecer el sentido subjetivo en los grupos
que investiga, y hacerlo de modo imparcial? Una respuesta a esta pregunta requiere una breve
discusión del modo típico-ideal de análisis de Weber.
Tipos ideales
Aunque Weber tome a la acción con sentido de los individuos como unidad básica de
análisis, su sociología comprensiva no ve a la vida social como un “flujo interminable” de
orientaciones de acción individuales, solitarias e inconexas. Más que en la acción social de
individuos aislados, centró su atención en los diversos modos en los que las personas actúan
conjuntamente en agrupamientos. De hecho, define a la tarea del sociólogo como orientada a la
investigación del sentido subjetivo de personas en grupos delimitados, y a la identificación de
regularidades en la acción: “En la acción social pueden observarse regularidades de hecho, i.e.
cursos de acción que se repiten, sea en el mismo actor o en muchos (y también, eventualmente,
en ambos casos a la vez), típicamente similares en cuanto al sentido pensado por el actor”
(Weber, 1976: p. 14, énfasis original [1987: p. 23]). Este tipo de acciones pautadas, señala,
pueden ser no sólo el resultado de una orientación según valores, sino que también una acción
afectiva, tradicional o incluso racional de acuerdo al fin. Los diversos modos en los que
comportamientos meramente imitativos o reactivos son separados de su flujo aleatorio y
transformados en regularidades basadas en sentidos y ancladas en alguno de los cuatro tipos de
acción social, constituye uno de los temas fundamentales de su sociología.
El concepto heurístico más importante de Weber, el tipo ideal, traza esas regularidades
de acción con sentido. Cada una de estas herramientas de investigación permite ubicar los
patrones de orientación de la acción de los individuos, y no pretende más que eso. Por ejemplo,
el tipo ideal “puritano”, identifica la acción regular de esos creyentes (por ejemplo, una
orientación al trabajo metódico y al estilo ascético de vida). Por lo tanto, al buscar aprehender
pautas de acción a través de la formación de tipos ideales, su sociología evita centrarse por un
lado en la acción aislada, y por otro en la sociedad, la evolución social, la diferenciación social
o el “orden social”. Los tipos ideales prevalecen en todos los textos de Weber, en lugar de una
narrativa histórica detallada o de conceptos globales. ¿Cómo se construyen estas herramientas?
Esta construcción no implica simplemente un resumen o una clasificación de la acción
social. Aunque su construcción está basada minuciosamente en la realidad empírica y depende
de que los sociólogos se sumerjan en el caso particular a investigar, el tipo ideal se formula,
primero, a través de la exageración consciente de las características esenciales de un patrón de
acción de interés para el investigador, y, segundo, a través de una síntesis de estas orientaciones
de acción características, en un concepto internamente coherente y lógicamente riguroso:
Éste [el tipo ideal] se obtiene mediante la exaltación unilateral de
uno o de algunos puntos de vista y por medio de la agrupación de una
cantidad de fenómenos singulares, difusos y discretos, presentes en mayor o
menor medida, o a veces directamente ausentes, que hacen que aquellos
aspectos unilateralmente destacados remitan a una imagen representada
unívoca. En su pureza conceptual, esa imagen representada no puede hallarse
nunca en la realidad empírica (Weber, 1973a: p. 191, énfasis original [1997a:
p. 79 y ss.]).
Mientras que primero se siguen procedimientos inductivos a partir de observaciones
empíricas, procedimientos deductivos guían después el ordenamiento lógico de las diferentes
pautas de acción en una construcción unificada y precisa. No obstante, el anclaje empírico de
los tipos ideales impide que se los pueda entender como conceptos “abstractos” o “reificados”
(cfr. Weber, 1973a: pp. 192-209 [1997a: pp. 81-96]).
Los tipos ideales, de acuerdo a Weber, sirven sobre todo para asistir a la investigación
empírica y orientada a la causalidad, más que a “reflejar” o comprender directamente al mundo
externo (una tarea imposible, dado el inacabable flujo de eventos así como la diversidad y
complejidad infinita de, incluso, un fenómeno social particular) o a articular un desarrollo ideal,
esperable. Por eso, el “puritano” no refiere al sentido subjetivo ni de un puritano particular ni al
de todos los puritanos (cfr. Weber, 1976: pp. 9 y ss. [1987: pp. 16 y ss.]). Lo mismo puede
decirse de los tipos ideales de burocracias, profetas, intelectuales o líderes carismáticos. Como
señala Weber, “los conceptos son medios del pensamiento con el objetivo de dominar
espiritualmente lo empíricamente dado y sólo pueden ser eso ...” (1973a: p. 208 [1997a: p. 95]).
Una vez construidos como conceptos claros que aprehenden las orientaciones de acción
regulares, los tipos ideales anclan la totalidad de la sociología causal weberiana de un modo
fundamental: permiten la definición precisa de orientaciones de acción empíricas. Como
construcción lógica que permite hacer evidente las pautas de acción social, el tipo ideal
establece claros puntos de referencia –o standards- con los cuales se pueden comparar y “medir”
las regularidades de sentido subjetivo en un caso particular. La singularidad de cada caso puede
ser claramente definida a través de evaluar su aproximación o desviación del tipo construido
teóricamente. Tipos ideales como el cristianismo, tienen “un alto valor heurístico para la
investigación y para sistematizar la exposición, cuando son utilizados únicamente como medios
conceptuales para la comparación y la medición de la realidad en relación a ellos. En esas
funciones son éstos justamente indispensables” (Weber, 1973a: pp. 198 y ss., énfasis original
[1997a: p. 87]; cfr. también pp. 190-194 [1997a: 79-83] y 1973c: pp. 535 y ss. [1997c: pp. 263 y
ss.])14.
El propósito de la sociología de Weber
En muchos casos, los comentaristas de su obra no han advertido que Weber orienta su
investigación a problemas individuales, y al análisis causal de casos y desarrollos específicos.
Su propuesta es que la explicación causal de esos “individuos históricos” sea el objetivo
primario de la sociología: “Queremos comprender la realidad de la vida que nos rodea, en la que
estamos insertos, en su especificidad -por un lado el contexto y el significado cultural de sus
manifestaciones particulares en la forma que toma en la actualidad, y por otro las causas de
haber devenido históricamente en lo que es y no en otra cosa” (Weber,1973a: pp. 170 y ss.,
14
Weber avanza sobre este aspecto en el capítulo sobre dominación (Herrschaft) en la primer
parte de E&S: “La terminología y la casuística no tienen de ningún modo, ni pueden tener, el objetivo de
ser exhaustivas y encerrar la realidad histórica en esquemas. Su utilidad es que en cada caso pueda decirse
que a una asociación le quepa tal o cual designación, o se le aproxime, lo que de todos modos significa en
algunos momentos un importante avance” (1976: p. 154, énfasis original [1987: pp. 211 y ss.]; Kalberg,
1994b, pp. 84-91).
énfasis original [1997a: p. 61]; cfr. también 1973a: pp. 147 y ss. [1997a: p. 40]; 1976: pp. 4 y ss.
[1987: pp. 9 y ss.]).
De ahí que Weber se haya opuesto fuertemente a las numerosas corrientes de
pensamiento positivistas de su época que buscaban, siguiendo el método de las ciencias
naturales, definir un conjunto de leyes generales de la historia y del cambio social, para luego
explicar cada caso específico por medio de la deducción. Rechazó enfáticamente la posición de
que las ciencias sociales debían buscar “construir un sistema cerrado de conceptos, en el que la
realidad pueda englobarse en una estructura en algún sentido definitiva, y del cual pueda
después ser nuevamente deducida” (Weber, 1973a: p. 184 [1997a: p. 73]), y manifestó su clara
oposición a la mirada según la cual las leyes en sí constituyan explicaciones causales. Ya que
las realidades concretas, los casos y desarrollos individuales y el sentido subjetivo no pueden
ser deducidas de leyes, éstas son incapaces de proveer un conocimiento de la realidad que
permita explicaciones causales. Para Weber, los casos individuales pueden ser explicados
causalmente sólo por medio de “otras configuraciones, también individuales” (Weber, 1973a: p.
174 [1997a: p. 65]; cfr. Kalberg, 1994b, pp. 81-4)15.
Estos componentes centrales de la metodología de Weber serán comprendidos mejor
luego de considerar sus investigaciones sociológicas fundamentales: La ética protestante y el
espíritu del capitalismo, La ética económica de las religiones universales y Economía y
sociedad.
15
“La existencia de una relación entre dos fenómenos históricos particulares puede hacerse
visible no en abstracto, sino que solamente presentando una perspectiva internamente consistente del
modo en el que esa relación se formó concretamente” (Weber, 1966: p. 2, énfasis original [2004: p. 8]).
La ética protestante y el espíritu del capitalismo
Weber escribió la segunda parte de EP (1904-5) luego de retornar de un viaje de tres
meses por los Estados Unidos. Su tesis sobre la importancia del rol jugado por los valores en el
desarrollo del capitalismo moderno abrió un intenso debate que ha continuado hasta nuestros
días. Un verdadero clásico, EP es tanto su obra más conocida como la más accesible. Aunque
Weber aparece fuertemente en este estudio como un teórico que sólo presta atención a valores e
ideas, su metodología ejemplifica un conjunto de procedimientos fundantes que utiliza a lo
largo de toda su sociología (cfr. Kalberg, 1996, 2007). EP constituye el primer intento de Weber
de aislar la singularidad del moderno Occidente y de definir sus orígenes causales.
Los antecedentes
Numerosos historiadores y economistas de la época de Weber enfatizaban la
importancia histórica que había tenido para el desarrollo económico tanto las innovaciones
tecnológicas como la afluencia de metales preciosos o los incrementos de población. Otros
estaban convencidos de que los ambiciosos intereses económicos y el “ansia de riquezas” de
todos –pero especialmente de los grandes “superhombres económicos” (los Carnegies,
Rockefellers y Vanderbilts) y de la burguesía en general- habían impulsado el desarrollo
económico permitiendo el paso de los estadios agrarios y feudales, al mercantilismo y al
moderno capitalismo. En desacuerdo con estas explicaciones, los evolucionistas sostenían que
la expansión de la producción, del comercio, de los bancos y del comercio debía ser entendido
como la clara manifestación de un despliegue generalizado del “progreso”, el que involucraba a
toda la sociedad.
Weber insistía en que ninguna de estas fuerzas podía ofrecer una explicación de aquello
que distinguía al capitalismo moderno del que había existido en todas las épocas: el intercambio
mercantil relativamente libre, la separación de la economía de la empresa de la familiar, una
sofisticada contabilidad, el trabajo formalmente libre y un “ethos económico” específico. Este
ethos subyacía a la organización rigurosa del trabajo, al abordaje metódico del desempeño de la
mano de obra y a la prosecución sistemática de ganancias, típicos de esta forma de capitalismo.
Se constituyó a partir de “la idea de la obligación del individuo frente al interés de incrementar
su capital, bajo la suposición de que es un fin en sí mismo” (Weber, 1972Ic: p. 33, énfasis
original [1998c: p. 40]); la noción de que “el trabajo debe realizarse como si fuera un fin
absolutamente en sí mismo” (1972Ic: p. 46 [1998c: p. 52]); “la ganancia de cada vez más
dinero, evitando estrictamente cualquier goce despreocupado” (1972Ic: p. 35 [1998c: p. 42); la
convicción de que “la ganancia de dinero (...) es el resultado y la expresión de la aptitud en la
profesión” (1972Ic: p. 36 [1998c: pp. 42 y ss.); y la “mentalidad que busca una ganancia
sistemática y racionalmente legítima por medio de una profesión” (1972Ic: p. 49, énfasis
original [1998c: p. 55). Lo que se corporizaba en estas ideas era un espíritu del capitalismo, y
Weber sostenía vehementemente que una comprensión completa de los orígenes del capitalismo
moderno requería la identificación de las fuentes de este “ethos económico moderno” (cfr.
1972Ic: pp. 36, 83 [1998c: pp. 43, 86 y ss.]).
Por lo tanto, el relativamente modesto proyecto de EP era una investigación sobre los
ancestros específicos de este espíritu, más que las fuentes en general del capitalismo moderno o
del capitalismo (cfr. 1972Ic: pp. 33 y ss., 37 y ss., 59-62, 83 [1998c: pp. 39 y ss., 43 y ss., 6467, 86 y ss.]). Luego de citar numerosos pasajes de Benjamin Franklin, cuyos valores
representaban para Weber el espíritu del capitalismo en su forma pura (cfr. 1972Ic: pp. 31 y ss.
[1998c: pp. 38 y ss.]), afirma haber descubierto allí un ethos, “cuyo olvido no sólo era tratado
como una tontería sino como un modo de olvido del deber” (1972Ic: p. 33, énfasis original
[1998c: p. 40])16.
Sin embargo, al intentar desentrañar los “orígenes causales” de este nuevo conjunto de
valores y de esta “organización de la vida”, su “crítica por la positiva al materialismo histórico”
rechaza la mirada de que la clase dominante del capitalismo haya dado lugar a ese espíritu (cfr.
1972Ie: p. 12 [1998b: pp. 21 y ss.]; 1972Ic: pp. 36-61 [1998c: pp. 43-66]; Kalberg, 1996: p. 56).
También se opone al argumento de que la estructura social –grupos estamentales, o las propias
iglesias y sectas- esté en el origen de esa constelación de valores (cfr. Weber, 1972Ic: pp. 60 y
ss., 87-163 [1998c: pp. 65 y ss, 92-162]; 1972Ia: p. 262 y ss. [1998e: p. 256 y ss.]). En lugar de
eso, y pese a fuertes oposiciones, Weber quería explorar el “lado idealista” (cfr., por ejemplo,
Weber, 1972Ic: pp. 205 y ss. [1998c: pp. 200 y ss.]).
16
Weber enfatiza este aspecto aún más fuertemente en un ensayo posterior: “... así, el
racionalismo económico [del tipo que ha dominado en Occidente desde los siglos XVI y XVII, S.K.]es
por completo dependiente en su origen de la capacidad y disposición de las personas a determinados tipos
de conducta de vida práctico-racional” (1972Ie: p. 12, énfasis original [1998b: p. 21]; cfr. también
1972Ia: p. 266 [1998e: pp. 259 y ss.]).
El argumento17
Luego de observar diferentes modos en los que los protestantes parecían atraídos por
ocupaciones orientadas hacia los negocios y organizaban sus vidas cotidianas de modo
especialmente riguroso, Weber comenzó a explorar la doctrina protestante. Descubrió un “ethos
orientado a lo mundano” especialmente representado en la Confesión de Westminster (1647) y
en los sermones de Richard Baxter (1615-1691), el sucesor puritano de Juan Calvino (15091564). Para Weber, la revisión por Baxter de las enseñanzas de Calvino buscaban sobre todo
desterrar las conclusiones sombrías racionalmente implícitas en su “Doctrina de la
Predestinación”: si la cuestión de la salvación constituía la cuestión acuciante para los creyentes
(cf. Weber, 1972Ic: p. 104 [1998c: pp. 107 y ss.]), si el “estado de salvación” de los fieles
estaba predestinado desde el comienzo de todo, y si Dios había elegido sólo una ínfima minoría
para ser salvados, de esto se desprendía lógicamente una masiva fatalidad, desesperación,
soledad y ansiedad entre los devotos (1972Ic: pp. 86-90; 94-101; 111n [1998c: pp. 90-94; 98105; 114n]. Al reconocer que la dureza de ese decreto ahuyentaba a la mayoría de los devotos
(1972Ic: p. 105 [1998c: pp. 108 y ss.]), entre otras razones, Baxter y los teólogos y Ministros
puritanos más importantes (Puritan Divines) emprendieron alteraciones doctrinales que, según
Weber, dieron lugar a la ética protestante.
Al igual que Calvino, Baxter admitía que el mortal y débil devoto no podía conocer el
juicio de Dios, ya que los motivos de la majestuosa, distante y poderosa Deidad del Viejo
Testamento están más allá de la comprensión de los vulgares habitantes de la tierra (1972Ic: pp.
90-94 [1998c: pp. 95-98]). Sin embargo, Baxter enfatizaba que “el mundo existe para servir a la
glorificación de Dios”, y que Dios quiere que Su Reino sea de riqueza, igualdad y prosperidad,
ya que la abundancia entre “Sus hijos” serviría con seguridad para alabar Su bondad y justicia
(cfr. 1972Ic: pp. 98-101, 164-169, 187-190, 173n [1998c: pp. 102-105, 162-167, 185-187,
172n]). Entendido como un medio hacia la creación de la comunidad de Dios en la tierra, el
trabajo regular y con entusiasmo –o el trabajo según una “profesión”- adquiría así una
relevancia religiosa entre los devotos. Los creyentes comprendían su actividad económica
mundana como un servicio a un Dios que la demandaba, y se podían ver a sí mismos como
nobles instrumentos –o herramientas (1972Ic: p. 125 [1998c: pp. 126 y ss.])- de Sus
mandamientos y de Su Plan Divino: “... el trabajo al servicio de esta utilidad social impersonal”
17
Sólo es posible ofrecer aquí una versión abreviada del mismo (cfr. Kalberg, 1996, por ej. pp.
58-63; 2007).
era concebido como “que eleva la gloria de Dios y aparte es querido por Él” (1972c: p. 101
[1998c: p. 105]; cfr. también pp. 171-177, 200 y ss, 173n, 200n [169-175, 196 y ss., 172n,
197n]). De hecho, aquellos creyentes capaces de un trabajo sistemático en nombre del Plan de
Dios podían convencerse a sí mismos de que su fortaleza para hacerlo emanaba de la mano de
un Dios omnipotente que lo favorecía –y, más aún, el fiel podía concluir que Dios sólo favorece
a aquellos que había elegido para estar entre los predestinados (cfr. 1972Ic: p. 192 [1998c: p.
188 y ss.]).
Por otro lado, el trabajo continuo y sistemático poseía, según Baxter, una virtud
innegable para el buen cristiano: domestica los aspectos más básicos de la naturaleza humana y
de ese modo facilita la concentración de la mente en Dios y en la “elevación del alma” (1972Ic:
pp. 169-171 [1998c: pp. 167-169). Finalmente, la “intensa actividad mundana” actúa con
eficacia en contra de la duda, de la ansiedad o de la desvalorización aguda inducida por la
Doctrina de la Predestinación e inculca la auto-confianza que permite a los creyentes
considerarse entre los elegidos (1972Ic: pp. 105 y ss. [1998c: p. 109]). De este modo, el trabajo
sistemático, así como “la racionalización sistemática de la totalidad de la vida ética” (1972Ic: p.
125 [1998c: p. 127]), se convirtió en algo santificado o “providencial”.
Sin embargo, Weber sostiene que el poder singular de la ética protestante para
desbaratar la “ética económica tradicional” que había existido desde tiempos inmemoriales, no
se originó simplemente de ese modo, y que esto cobra mayor importancia si se pretende
entender el “auto-control constante” y la “racionalización metódica de la vida” de los
empresarios calvinistas (1972Ic: pp. 125-128 [1998c: pp. 127-130). Otra modificación
introducida por Baxter resultó también fundamental al respecto. Según la Doctrina de la
Predestinación, los creyentes no podían nunca saber cuál era su estado de salvación; sin
embargo, a la luz del deseo Divino de ver la creación de un Reino terrenal de abundancia para
servir a Su gloria, podían concluir lógicamente que la capacidad de trabajo sistemático y la
producción de riqueza para la comunidad por parte de un individuo podía ser vista como signos
de que Dios favorecía a ese individuo. En efecto, el trabajo metódico y la riqueza personal en sí
mismos se convirtieron para los fieles en evidencias efectivas de su estado de salvación.
Omnipotente y omnisciente, Dios seguramente no iba a permitir que alguno de los condenados
sirva a Su gloria: “... en la obtención de la riqueza como producto del trabajo profesional
[reconocía el creyente, S.K.] la bendición de Dios” (1972Ic: p. 192 [1998c: p. 189]). En Su
universo, nada ocurría por casualidad.
De este modo, aún cuando el devoto nunca podía tener certeza absoluta de estar entre
los electos, los creyentes podían buscar producir la evidencia –es decir: trabajo sistemático,
riquezas y ganancias (1972Ic: pp. 176 y ss. [1998c: pp. 173 y ss.])- que les permita estar
convencidos de su estado de salvación. A la luz de la insoportable ansiedad provocada por la
pregunta religiosa fundamental en Inglaterra, Holanda y Nueva Inglaterra de los siglos XVI y
XVII –“¿estoy yo entre los salvados?”-, la certeza psicológica sobre el estado de salvación
favorable, enfatiza Weber, era el problema crucial. Las revisiones de Baxter les permitieron a
los fieles comprender su gran capacidad de trabajo, su acumulación de riquezas y su exitosa
reinversión para el engrandecimiento de la comunidad de Dios, como prueba tangible de ser un
elegido (cfr. 1972Ic: pp. 198 y ss., 200n [1998c: p. 195, 196n]). De este singular modo, el
trabajo en una vocación y las riquezas adquirieron un significado religioso entre los creyentes:
constituían signos que evidenciaban la pertenencia entre los elegidos, perdiendo así su carácter
tradicionalmente sospechoso y obteniendo un “premio psicológico” positivo.
De este modo, un conjunto de valores orientados hacia el trabajo, desdeñado hasta ese
momento (cfr.1972Ic: pp. 38-42, 60 [1998c: pp. 44-49, 60 y ss.]), se convirtió en absolutamente
central en la vida de los devotos. Ni el solo deseo de riquezas ni la adaptación eficiente a las
presiones económicas: Weber señala que sólo el trabajo motivado “desde la propia interioridad”
por un conjunto de valores religiosos “internamente vinculantes” tuvo el poder de introducir una
“sistematización de la conducta de vida ética” (1972Ic: p. 123 [1998c: p. 125]) y una
“regulación planificada de la propia vida” en nombre del trabajo y de la prosecución de riquezas
(1972Ic: p. 121 [1998c: p. 124]; cfr. también pp. 124-128 [pp. 126-130]). Sólo este modo
éticamente18 ordenado de vida, basado en valores religiosos estaba dotado de la metodicidad e
intensidad requerida para poder desarraigar y desterrar la ética económica tradicional. El último
capítulo de EP esboza el distintivo estado de ánimo y estilo de vida puritano que constituye el
fundamento de la ética protestante.
Así, aquellas personas involucradas en los negocios y orientadas a obtener ganancias
dejaron de ser desdeñadas por calculadoras, codiciosas e interesadas; en cambio, comenzaron a
ser percibidas por otros como empresarios honestos comprometidos en una tarea asignada por
Dios. Se los veía positivamente, incluso a aquellos con carácter altamente competitivo (1972Ic:
pp. 176-178 [1998c: pp. 173-175]). De forma similar, la reinversión de las ganancias
significaban lealtad a los designios de Dios y el reconocimiento de que todas las riquezas
emanaban de la mano de esta omnipotente deidad. Como los creyentes se veían a sí mismos
18
Weber define un criterio “ético“ como un “un tipo específico de creencia racional-valorativa
de personas que plantea normas para la acción humana que toma así el predicado de ‘moralmente buena’,
así como la acción que toma el predicado de ‘bella’ se mide por criterios estéticos“ (Weber, 1976: p. 19,
énfasis original [1987: p. 29]). Weber sostiene que la acción social puede ser influida por un criterio ético
aun si carece de un apoyo “externo”, e incluso, en algunos momentos, pese a fuerzas “externas” opuestas.
como meros administradores en la tierra de bienes concedidos por Él, toda la riqueza tenía que
ser utilizada sólo según Sus propósitos, es decir, para construir un reino de riquezas que
enaltezca Su gloria (1972Ic: pp.183-195 [1998c: pp. 180-191]).
Es por eso que el devoto se caracterizaba por la frugalidad, por la restricción al
consumo –especialmente el de bienes suntuarios-, y por el ahorro de importantes sumas. El
puritano se caracterizaba por la preferencia por una vida modesta, ya que sabía que cediendo a
sus propios deseos debilitaba la necesaria atención en la voluntad de Dios. Pese a las
importantes riquezas que así eran creadas, su disfrute se convirtió en “moralmente condenable”,
y ejercer un modo de vida ostentoso era percibido como un obstáculo al objetivo de crear, en
tanto que Sus instrumentos, un reino terrenal recto en Su honor. La búsqueda de riquezas como
fin en sí mismo, así como toda avaricia y avidez por los bienes, pasó a estar estrictamente
prohibida (1972Ic: pp. 166 y ss., 191-194 [1998c: pp. 163 y ss.,188-191]).
Estos hábitos modestos de vida deben incluso estar acompañados por el
comportamiento apropiado: reserva, auto-control, decoro y dignidad. Debe evitarse todo lazo
afectivo profundo con otros: sólo podría significar una competencia a la mucho más importante
lealtad a Dios. Después de todo, como sabían los puritanos, las emociones no revisten
relevancia para la cuestión crucial de la certitudo salutis. Por el contrario, resultaba
indispensable un atento y cerebral monitoreo y dirección del accionar. La actividad continua, no
el placer ni la diversión, incrementaban la majestad de Dios. Y la falta de voluntad para el
trabajo, o la caída en la mendicidad, cobraban así un sentido religioso19, como lo hacía el uso
del tiempo del creyente, ya que “cada hora que se pierde, se roba del trabajo al servicio de la
gloria de Dios” (1972Ic: p. 168 [1998c: p. 166]). “El tiempo es dinero”, y no debe ser
“desperdiciado”. La persona “responsable” de “buen carácter moral” hacía así su aparición
(1972Ic: pp. 165-172, 189 y ss. [1998c: 163-170, 186 y ss.]).
Por último, debido a que los puritanos percibían a la aristocracia feudal como carente de
una orientación hacia Dios y por lo tanto como decadente, la compra de títulos de nobleza y la
imitación del estilo de vida señorial, común entre los nuevos ricos de los siglos XVI y XVII en
Europa, no podía ser atractiva para estos sinceros creyentes. Esa “feudalización de la riqueza”
descartaba la reinversión de ganancias en una empresa y sobre todo alejaba a las personas de
19
El devoto podía entender que la “falta de voluntad para el trabajo es síntoma de la ausencia de
estado de gracia” (1972Ic: p. 171 [1998c: p. 169]). Aquellos que vivían en la pobreza no podían estar de
ningún modo entre los salvados (1972Ic: pp. 176 y ss., 199n [1998c: 173 y ss., 195n). De este modo, el
ser pobre indicaba no sólo holgazanería sino también un carácter moral pobre.
una orientación hacia Dios. Para los puritanos estaba claro que la propiedad sólo debía ser usada
para la producción y para incrementar las riquezas (1972Ic: pp. 178, 192 y ss; 1976: p. 719)
[1998c: p. 173 y ss., 188 y ss.; 1987: p. 928 y ss.]).
En su conjunto, estas características constituyen la perspectiva sobre la vida y el estilo
de vida de los puritanos del siglo XVII:
El rechazo a toda divinización de sí o de otras criaturas, al orgullo
feudal, al disfrute despreocupado del arte o de la vida, a la “frivolidad“ y a
toda disipación ociosa del dinero y del tiempo, a las preocupaciones eróticas
y a cualquier otra ocupación que se aleje de la orientación racional según el
deseo y la glorificación de Dios, es decir, ajeno al trabajo racional en la
profesión y en las comunidades por Él estatuidas. La eliminación de toda
ostentación feudal y de todo consumo irracional impactan fuertemente en la
dirección de la acumulación de capital y en la constante reutilización de la
propiedad en forma productiva ... (Weber, 1976: p. 719 [ 1987: p. 928]).
Combinada con la organización racional-metódica de la vida, basada en un ascetismo
intra-mundano, este estilo de vida, sostenía Weber, constituía la singularidad de la ética
protestante. Un nuevo “tipo de persona” se abrió paso vigorosamente en el escenario de la
historia occidental. Este “ethos moderno” –la “ética protestante”-, señala, desterró el
tradicionalismo económico y estuvo en el origen del espíritu del capitalismo.
Impulsada por sectas e iglesias protestantes ascéticas (fundamentalmente presbiterianos,
metodistas, baptistas y cuáqueros), esta concepción planteó un conjunto particular de premios
psicológicos sobre la acción de los creyentes y se difundió a través de diversas comunidades de
Nueva Inglaterra, Holanda e Inglaterra en los siglos XVI y XVII. Tanto el trabajo duro y
disciplinado en una profesión como la riqueza, ambos provenientes de una firme adherencia a
valores religiosos, hacían que una persona quede señalada como “elegida”. Un siglo después, en
los tiempos de la Norteamérica más secularizada de Benjamín Franklin, la ética protestante se
había difundido más allá de iglesias y sectas, a comunidades enteras. En el camino, sin
embargo, su componente específicamente religioso se debilitó y se transformó en una “máxima
de conducta de vida con tintes éticos” (1972Ic: pp. 33 y ss., énfasis original [1998c: p. 40] , cfr.
también pp. 197-200, 202 y ss. [pp. 193-196, 198 y ss.]), a la sazón, en un espíritu del
capitalismo20. Más que como “elegidos”, los adherentes a este ethos, como Franklin, eran vistos
20
Más que una relación “determinante”, Weber ve una “afinidad electiva” (Wahlverwandschaft)
entre la ética protestante y el espíritu del capitalismo (la traducción [al inglés, N.deT.]de Parsons de
Wahlverwandschaft como “correlación” es inadecuada). Esta “causalidad en sentido débil” que Weber
simplemente como ciudadanos honrados, respetables, orientados hacia la comunidad y de buen
carácter moral.
EP investiga de este modo los “orígenes causales” del espíritu del capitalismo. La
centralidad del sentido subjetivo de los creyentes, tomados de fuentes y valores religiosos, más
que con referencia a factores sociales estructurales, a elecciones racionales [rational choices,
N.deT.], a intereses económicos, a la dominación y al poder, a clases específicas o al progreso
evolutivo, se mantiene a lo largo de todo el trabajo. El espíritu del capitalismo dio un empuje
decisivo –aunque impreciso en definitiva- al desarrollo del capitalismo moderno. Sin embargo,
cuando Weber se refiere brevemente a nuestra era actual al finalizar EP, llama la atención sobre
una dinámica completamente diferente. Una vez que el espíritu del capitalismo asistió al
desarrollo del capitalismo moderno y que esa “forma económica” se hubo afirmado firmemente
en el marco de la industrialización masiva, el capitalismo moderno, señala, se sostiene sólo
sobre la base de la acción racional de acuerdo al fin llevada a cabo según necesidades externas y
pragmáticas. Si es que está presente, “... la idea del ‘deber profesional’ ronda nuestras vidas
como un fantasma de creencias que alguna vez fueron religiosas” (1972Ic: p. 204 [1998c: p.
200]; cfr. también pp. 197-200, 202 y ss. [pp. 193-196, 198 y ss.]). El puritano “quería ser un
hombre profesional, nosotros tenemos que serlo” (1972Ic: p. 203, énfasis original [1998c: p.
199]).
Este estudio de caso de los orígenes del espíritu del capitalismo es una poderosa
demostración de los modos en los que la acción social puede ser influenciada por fuerzas no
económicas. Weber insiste en que el análisis sociológico no debe centrarse exclusivamente en
intereses materiales, poder, fuerzas estructurales y “formas económicas”, soslayando fuerzas
culturales y “éticas económicas”. Sin embargo, los sociólogos deben a su vez rechazar centrarse
sólo en fuerzas “ideales”. A “ambos lados” les corresponde su parte, y siempre debe evitarse
una “fórmula monocausal”: “Ambos son igualmente posibles, pero con cualquiera de ellos se
plantea para esa relación, resulta en parte de su posición de que las fuentes del espíritu del capitalismo
son muchas y de que la fuente religiosa constituyen sólo una fuente posible –por más significante e
insoslayable que sea- (cfr. Weber,1972Ic: p. 83 [1998c: pp. 86 y ss.], 1923: pp. 300-313 [1997: pp. 295309]): “Lo que debe establecerse es sólo si, y en qué medida, han coadyuvado influencias religiosas a la
peculiaridad cualitativa y a la expansión cuantitativa de aquel ‘espíritu’ [el espíritu del capitalismo, S.K.]
...” (1972Ic: p. 83, énfasis original [1998c: p. 87]). Weber afirma que: “Uno de los componentes
constitutivos del moderno espíritu capitalista (...), la conducta racional de vida sobre la base de una idea
de profesión, nació (...) del espíritu de la ascesis cristiana” (1972Ic: p. 202, énfasis original [1998c: p.
198]).
gana muy poco para establecer la verdad histórica si se los pretende plantear como cierre y no
como inicio de la investigación” (1972Ic: pp. 205 y ss., énfasis original [1998c: pp. 201 y ss.]).
Por lo tanto, y aunque EP demuestra los modos en los que los valores influencian el
despliegue de los intereses económicos y proveen el “contenido” a las estructuras sociales,
Weber reconocía que una amplia serie de investigaciones multicausales y comparativas sería
necesaria para la comprensión cabal de los orígenes del capitalismo moderno. “Ideas” e
“intereses”, ambos deben ser examinados. Estaba convencido que si es que el espíritu del
capitalismo tuvo impacto sobre el desarrollo del capitalismo moderno, debió existir un contexto
propicio, coagular una serie de factores políticos, económicos, estamentales y legales, entre
otros (cfr. 1972Ic: pp. 205, 192n [1998c: pp. 200 y ss., 189n]). EP constituía simplemente el
primer paso en el esquema macro weberiano para investigar los orígenes causales del
capitalismo moderno. EERU reanudó este tema21 y, de hecho, lo amplió a la cuestión de los
orígenes del “racionalismo occidental moderno”.
La otra obra importante de su sociología madura –un tratado sistemático que traza las
herramientas conceptuales y los procedimientos de investigación de su amplia sociología
histórico-comparativa, E&S- proveyó el marco teórico para los estudios de EERU. Debemos
dedicarnos primero a esta obra analítica. En ambos trabajos Weber renunció a buscar cualquier
tipo de ecuación causal única, capaz de comprender todos los casos: “Eso lo dejamos mejor para
ese tipo de diletantes que creen en la ‘unicidad’ de la ‘psique social’ y en la posibilidad de
reducirla a una fórmula” (1972Ic, p. 205n, énfasis original [1998c: p. 201n]).
21
Este tema es también decisivo en una obra de Weber de mucha solidez, y que posee un sesgo
más histórico; cfr. Historia Económica General (1923 [1997]).
Economía y sociedad
Incompleto y publicado por la mujer luego de su muerte, E&S –al igual que EERU- se
aboca a las razones por las que Occidente debe ser considerado singular. En muchas ocasiones,
y referenciándose en las configuraciones de pautas de acción, tanto “ideales” como
“materiales”, Weber explora aquí también los orígenes causales del camino específico de
desarrollo seguido por Occidente. Sin embargo, a diferencia de EERU y EP, E&S busca
fundamentalmente proveer una base sistemática para la disciplina sociológica, diferenciada de
los campos de la historia y la economía. Este trabajo en tres tomos constituye el tratado
analítico que subyace a la sociología histórico-comparativa y comprensiva weberiana.
Escrita a lo largo de un período de once años (1909-1920), E&S se extiende a través de
una sorprendentemente vasta paleta de temas en clave comparativa. Weber examina, por
ejemplo, los estamentos, el estado, las clases, los grupos étnicos, la familia, el clan y las
organizaciones políticas por un lado, y una amplia gama de tipos de economías, de ciudades, de
religiones de salvación y de organizaciones legales y de dominación por el otro. Esto es hecho
no con referencia al siglo XX o a una sociedad particular, sino que en una extensa perspectiva
universal. Sus pinceladas son por momentos amplias e incluyen tendencias evolutivas y
modelos que abarcan siglos, incluso milenios, en una variedad de civilizaciones; pero aún así,
en todo momento, sus análisis están anclados en una minuciosa investigación histórica.
Probablemente la idea de que el suyo es uno de los aportes más destacados a las ciencias
sociales del siglo XX, como se ha sostenido, se apoye en que a la vez que “la historia universal
de un sociólogo ...que plantea algunos de los grandes problemas sobre el mundo moderno”
(Roth, 1968, p. xxix), también se detiene rigurosamente en detalles. Weber se involucra en un
proyecto de dimensiones impresionantes: una sistematización de sus vastos conocimientos sobre
las épocas antigua, medieval y moderna en China, India y Occidente, así como de las antiguas
civilizaciones de Medio Oriente, que da lugar a un tratado teórico capaz de guiar la práctica de
su sociología comprensiva histórico-comparativa. Y esto lo busca hacer, sin embargo, sin
desplazarse a un nivel de análisis abstracto, carente de fundamentos empíricos sólidos.
Esta atención en los detalles, combinada con la formulación continua de
generalizaciones analíticas, convierte a E&S en un trabajo difícil, incluso sinuoso. Así, se crean
permanentemente modelos heurísticos útiles para los investigadores, pero sólo luego de un
meticuloso examen de numerosos casos históricos. Algunos tipos ideales son de alcance más
limitado y competen a un período específico, otros tienen mayor alcance o son incluso
universales; algunos son más estáticos y sirven como criterios conceptuales para asistir a la
definición de casos empíricos; otros son más dinámicos e incluyen una serie de hipótesis; otros
incluso son “modelos de desarrollo” compuestos por varias etapas. Mientras que la primer parte
(escrita, sin embargo, después que la segunda), que es más corta, enfatiza la construcción de
modelos –y de hecho parece a menudo directamente un compendio de conceptos-, la segunda
parte, más larga, se centra más en casos históricos, así como en breves (e incompletos) análisis
causales de desarrollos particulares, previos a la formulación de modelos. La escarpada aridez
de las definiciones de la primer parte y los disconexos movimientos que van y vuelven de la
evidencia histórica a la construcción de tipos ideales en la segunda, ponen permanentemente a
prueba la paciencia de incluso el lector más devoto. Lamentablemente, en ningún momento
brinda Weber algún tipo de resumen de sus propósitos, temas o procedimientos.
No es de sorprender, entonces, que los intérpretes de esta obra hayan examinado
generalmente sólo aquellas discusiones que se convirtieron en afirmaciones clásicas y lecturas
obligatorias tanto para teóricos como para sociólogos involucrados en la investigación
especializada: los capítulos sobre el derecho, los estamentos, los profetas, la religión, el carisma
y la dominación en general, la burocracia y la ciudad. Aunque estas secciones merecen un
examen cuidadoso (ver infra), centrarse sólo en ellos no permite ver la originalidad real y la
perdurable utilidad de este tratado. Un análisis de los cinco ejes que signan este laberíntico
trabajo permitirá articular sus trayectorias subyacentes. En este proceso se delinearán los
modelos de análisis y los procedimientos de investigación más importantes de la sociología
comprensiva, histórico-comparativa de Weber. Bastará para ello una breve pero cuidadosa
lectura de cada uno de ellos.
“Ubicando” la acción social: órdenes sociales y tipos ideales
Convencido de que la cristalización de la acción social en patrones no es aleatoria, y sin
embargo no puede ser aprehendida por referencia a un “sistema social”, un “orden cultural”, un
“hecho social” o un “otro generalizado”, Weber procura especificar a lo largo de E&S dónde
pueden surgir esas regularidades. Al lograr ubicar analíticamente la acción con sentido,
quedan sentados los cimientos del conjunto de su programa de trabajo. De hecho, esta tarea no
podía dejar de encararse si su sociología comprensiva –la comprensión por parte del sociólogo
del sentido subjetivo que las personas en diferentes grupos atribuyen a su acción- pretendía
constituir algo más que una empresa vacía y formal.
Basado en una enorme investigación histórico-comparativa, Weber sostiene en E&S que
la acción social coagula, en gran medida aunque no exclusivamente, en un cierto número de
“órdenes sociales” (gesellschaftliche Ordnungen): económico, de dominación, religioso,
jurídico, estamental y de las organizaciones universales (familia, clan y comunidades vecinales
tradicionales)22. Para él, las personas están “ubicadas en diversos órdenes sociales, cada uno de
los cuales está gobernado por leyes diferentes” (Weber, 1992a: p. 242 [1998a: p. 169]). E&S
emprende la enorme tarea de delimitar los órdenes más importantes dentro de los que la acción
social se cristaliza de manera significativa. Luego identifica los temas, dilemas o series de
interrogantes propios de cada orden. Por ejemplo, la centralidad puesta en las explicaciones del
sufrimiento, la desgracia y la miseria distingue al orden religioso, mientras que al orden de la
dominación le incumben las razones por las que las personas le atribuyen legitimidad a ciertos
mandatos y los motivos por los que los obedecen. El orden estamental implica el honor social y
modos definidos de conducirse en la vida (Lebensführung). De este modo quedan establecidos
límites analíticos para cada orden.
Es altamente probable que la acción en esos órdenes pierda su carácter aleatorio y
comience a estar definido por una dirección. Weber sostiene que es muy posible que esa acción
se convierta en acción social, y la mayor parte de los capítulos de E&S discuten las
características particulares de la acción social específica de cada orden. Por ejemplo, respecto
de la actividad económica, la acción deviene acción social “sólo si toma en cuenta el
comportamiento de terceros (...) [y] en la medida en que el actor asume que esos terceros
respetan su poder de disposición sobre bienes económicos” (Weber, 1976: p. 11 [1987: p. 18];
cfr. también p. 201 [p. 275]); y la acción orientada estamentalmente se convierte en acción
social siempre que se sigue un modo específico de conducta de vida y que se plantean
restricciones efectivas a las relaciones sociales (1976: p. 534 y ss. [1987: p.687 y ss.]). Aquí, en
los órdenes sociales, encontramos una herramienta heurística muy importante para la
investigación desde la sociología comprensiva. En la terminología de Weber, cada orden tiene
un sentido subjetivo (Sinnbereich), en el marco del cual es probable que surja la acción social y
los agrupamientos sociales.
Pese al carácter central que tienen conceptualmente en su programa comprensivo,
Weber concluye que los órdenes son demasiado generales como para anclar una sociología de
22
Por esta razón, E&S está organizado en torno de estos órdenes. El desafortunado título de esta
obra, que proviene de la mujer de Weber, da la impresión de que su sociología esté organizada en torno a
la noción de “sociedad”. El título dado por Weber a la sección más importante de E&S –“La economía y
los órdenes y poderes sociales”-, apunta a la centralidad de los órdenes sociales.
base empírica. Con relación a esta tarea de E&S –ubicar la acción social-, constituyen sólo un
punto de partida. Para este autor las orientaciones según pautas de la acción con sentido
subjetivo pueden ser conceptualizadas mucho más rigurosamente si se las referencia en tipos
ideales. Estas construcciones aprehenden la acción social con una gran precisión. Como tratado
analítico, E&S tiene como una de sus principales tareas la formulación de tipos ideales.
Cuando Weber construye un tipo ideal de, por ejemplo, el profeta, el funcionario
burocrático, el mercado o la economía natural, el aristócrata feudal, el campesino o el
intelectual, está en cada caso conceptualizando orientaciones regulares de acción social. Así, el
tipo ideal “funcionario burocrático” identifica orientaciones pautadas hacia la organización
disciplinada del trabajo, la puntualidad, la confiabilidad, la especialización de tareas y una
cadena jerárquica de mandos. El “líder carismático” implica orientaciones hacia personas que
son vistas como extraordinarias, así como la voluntad de seguirlas aún cuando para esto sea
necesario violar convenciones y costumbres. Cada tipo ideal implica la separación de la acción
del flujo amorfo en el que se encuentra, y una delimitación de constelaciones de acción social.
En el caso de la mayor parte de los tipos ideales formulados en E&S, Weber ve como probable
la coagulación de ese tipo de acción con sentido: esto implica orientaciones regulares de acción
con un grado de perdurabilidad y firmeza, es decir, de continuidad. En el tipo ideal está incluso
implícita la posibilidad de que las orientaciones de acción por él definidas tengan
empíricamente su propia fuerza causal, así como la capacidad de sostenerse en el tiempo. Cada
tipo ideal –i.e. las pautas de orientaciones de acción que éste implica-, mantiene su capacidad
potencial de ejercer una influencia autónoma (eigengesetzliche), dependiendo del contexto de
otras orientaciones de acción en el que existe. Así, en general, en esta obra tan vasta que es
E&S, los tipos ideales ubican la acción social según pautas de modo mucho más específico de lo
que lo hacen los órdenes sociales.
En E&S, la ubicación de la acción con sentido por referencias a tipos ideales y a órdenes
sociales cumple con la importante tarea de conceptualizar la acción empírica con sentido. Sin
embargo, le cabe un rol mucho más crucial en la sociología comprensiva weberiana. En una
escala amplia histórico-comparativa, E&S ayuda a los sociólogos a comprender cómo una gran
variedad de acciones sociales pueden devenir en subjetivamente plenas de sentido para las
personas. En otras palabras, facilita la comprensión de la acción social en contexto –en sus
propios términos, o “desde adentro hacia afuera”. Al hacer esto, esta obra analítica logra otra
tarea nodal para el proyecto comprensivo de Weber: oponerse a las tendencias de los sociólogos
que exploran la acción social con sentido sólo desde la preeminencia de sus propias
presuposiciones, ligadas a sus costumbres (y probablemente nunca examinadas). Weber está
convencido que, cuando esto ocurre, existe mayores probabilidades de que los científicos
sociales vean a la “acción inusual” como extraña, irracional e incomprensible, en lugar de verla
como subjetivamente plena de sentido.
Por eso, al ubicar el sentido subjetivo con la ayuda de numerosos tipos ideales y órdenes
sociales, E&S facilita la comprensión de cómo los valores, los intereses, las emociones y las
tradiciones proveen de sentido a las personas, en diferentes configuraciones empíricas,
permitiendo así formular los fundamentos de los agrupamientos sociales (cfr. Kalberg, 1994b,
pp. 30-46). Al permitir la comprensión de la acción putativamente “irracional” de otros como
efectivamente plena de sentido, expande la imaginación de los sociólogos. Por ejemplo, el tipo
ideal “profeta emisario” nos ayuda a “nosotros, los modernos” a comprender los modos en los
que esta figura carismática, que ve al cosmos como unificado por los Mandamientos e
intenciones de Dios (Weber, 1976: p. 275 [1987: pp. 363 y ss.]), atribuye sentido a sus acciones
–por más “irracional” que puedan parecer desde el punto de vista de las presuposiciones
científicas y secularizadas actuales. Bajo ciertas circunstancias, las orientaciones de acción
pueden “alinearse” de un modo coordinado y dar lugar a fundamentos de vidas internamente
consistentes y hasta metódicamente organizadas. Muchos de los tipos ideales de Weber trazan
precisamente este tipo de acción, el que posee una dirección sistemática23.
Tipos ideales como “standards”
Como se ha señalado, en tanto que herramientas conceptuales, los tipos ideales de E&S
“documentan” patrones de acción social y delimitan sus “ubicaciones”. Además, cuando son
utilizadas como “standards” con referencia a los cuales pueden compararse y “medirse” los
patrones de acción que están siendo investigados, permiten la definición precisa de esa acción.
En este tratado analítico se formula una gran diversidad de tipos ideales de diferente alcance
(por ejemplo, feudalismo, patriarcalismo, profecía emisaria, sacerdotes, la ciudad de Oriente,
derecho natural, derecho canónico, ascetismo, guerreros). Dos de los tipos ideales weberianos
23
Para Weber una “organización racional metódica de la vida” particular tuvo un impacto
significativo sobre el desarrollo del Occidente moderno: la protestante ascética.
han sido probablemente los más influyentes en la sociología: los “tipos de dominación”24 y los
“estamentos”25.
Más que un “hecho social”, una expresión de leyes naturales o la culminación inevitable
de fuerzas históricas evolutivas, la dominación no implica para Weber más que la probabilidad
de que un grupo determinado de individuos (como producto de motivos muy diversos) oriente
su acción social a dar órdenes, que otro grupo determinado la oriente a la obediencia (también
como producto de motivos muy diversos), y que esas órdenes sean en efecto, y en un grado
sociológicamente relevante, llevadas a cabo26. En la famosa formulación de Weber, la
dominación refiere a “la posibilidad que una orden con un contenido específico sea obedecida
por un grupo dado de personas” (1976: p. 28 [1987: p. 43]). La orden puede provenir de
diversos individuos, tales como jueces, funcionarios, banqueros, artesanos o jefes tribales.
Todos ellos ejercen dominación, siempre que se reclame obediencia y que ésta se obtenga
(1976: pp. 541, 545 [1987: pp. 695, 699 y ss.]).
La mayor preocupación de Weber se centra en la dominación legítima, o sea, la
situación en la cual se le atribuye un cierto grado de legitimidad a la relación de dominación.
Por esa razón, y esto es fundamental, la obediencia implica un elemento voluntario. Sea anclada
en un hábito o costumbre de carácter irreflexivo, en un apego emocional por el líder o en miedo
a él, en valores o ideales, o en intereses puramente materiales y en el cálculo de beneficios,
siempre existe un mínimo necesario de conformidad en el caso de la dominación legítima –a
diferencia de lo que ocurre en el poder puro- (1976: p. 122 [1987: p. 170]).
24
Herrschaft se traduce normalmente como “authority” o como “domination”. Ninguno de estos
términos logra captar la combinación de autoridad y dominación que significa Herrschaft, por lo que uso
la denominación de Benjamin Nelson: “rulership”. [Mantenemos esta nota al pie del autor pues, aunque
refiere directamente a la traducción al inglés del término weberiano Herrschaft, ilustra sobre la
complejidad del término que, en forma consagrada en castellano, se traduce como “dominación”
(N.deT.)]
25
Sobre este uso del tipo ideal, cfr. Kalberg (1994b, pp. 87-91).
26
Weber enfatiza explícitamente que la dominación no es más que orientaciones de acción con
sentido: la dominación “no significa una fuerza natural poderosa que se abre camino, sino que la acción
de uno (“orden”) se base –con plenitud de sentido- en la de otro (“obediencia”) y viceversa, de modo tal
que en promedio se puede asumir que se cumplen las expectativas en base a las cuales se orienta la acción
de ambas partes ” (Weber, 1973b: p. 456, énfasis original [1973d: 204]).
El establecimiento de una relación legítima de dominación basada sólo en intereses
materiales tiende a ser, para Weber, relativamente inestable. Por otro lado, motivaciones
puramente racional-valorativas o afectivas pueden ser decisivas sólo en circunstancias
“extraordinarias”. Una combinación de costumbre y de cálculo racional de acuerdo al fin
motivado por intereses materiales es la que brinda generalmente la “motivación para acatar” en
las situaciones cotidianas (1976: pp. 122 y ss, 542 [1987: pp. 170 y ss., 696]). Sin embargo, en
el análisis weberiano estas motivaciones solas nunca constituyen un fundamento confiable y
duradero de la dominación. Es crucial otro elemento, al menos un mínimo de creencia por parte
del dominado en la legitimidad de la dominación: “Pero en todos los casos se puede afirmar que
el fundamento de toda dominación, y también de toda obediencia, es una creencia en el
“prestigio” del o de los que dominan” (1976: p. 153, énfasis original [1987: p. 211])27.
En esencia, los que dominan buscan convencerse a sí mismos de su derecho a ejercer la
dominación, e intentan implantar entre los dominados la idea de que ese derecho es merecido. Si
lo logran, surge una disposición a obedecer que asegura su dominio de modo mucho más
efectivo que el uso de la fuerza. El carácter de la creencia o de la pretensión de legitimidad
brinda a Weber el criterio para clasificar los tipos más importantes de dominación legítima en
modelos típico-ideales (cfr. 1976: pp. 549 y ss [1987: pp. 704 y ss.]). ¿Por qué obedecen las
personas a la autoridad? Desde la ventajosa posición dada por sus amplios estudios
comparativos e históricos, Weber sostiene que todo poder de dominación, “profano o religioso,
tanto político como apolítico”, puede ser entendido apelando a principios de legitimación legalracionales, tradicionales o carismáticos. ¿Qué creencias típicas dan “validez” a estos tres “tipos
puros” de dominación legítima?
“1. De carácter racional: que descansa en la creencia en la legalidad de reglas
establecidas y en el derecho a aplicarlas del que por ellas está llamado a dominar (dominación
legal).
2. De carácter tradicional: que descansa en la creencia cotidiana en la santidad de
tradiciones válidas desde siempre, y en la legitimidad del que bajo ellas está llamado a ejercer la
autoridad (dominación tradicional).
27
Aparte, “La experiencia muestra que ninguna dominación se conforma voluntariamente con
tener sólo motivaciones materiales, o afectivas o racional-valorativas para tener posibilidades de subsistir
en su lugar. Todas buscan, más bien, despertar y cultivar la creencia en su legitimidad” (Weber, 1976: p.
122 [1987: p. 170]).
3. De carácter carismático: que descansa en la devoción extraordinaria a la santidad, al
heroísmo o al carácter ejemplar de una persona, y a las órdenes reveladas o creadas por él
(dominación carismática)” (1976: p. 124 [1987: p. 172]). Bajo el lema: “está escrito – pero yo
os lo digo”, el líder carismático se opone a todos los valores, costumbres, leyes, reglas y
tradiciones establecidas (1976: pp. 657 y ss. [1987: pp. 851 y ss.])28.
Estos aspectos definen al orden de la “dominación” y distinguen la acción orientada
hacia éste frente a la acción en los otros órdenes.
El tan discutido modelo weberiano de dominación “legal-racional” se pone de
manifiesto en la organización burocrática. En la sociedad industrial, sostiene, este tipo de
dominación deviene omnipresente. Está legitimado por la creencia en leyes adecuadamente
promulgadas y en modos “objetivos “ de procedimiento, más que por personas o por referencia
a la legitimidad de tradiciones establecidas en el pasado. Por eso, la administración burocrática
es radicalmente opuesta tanto a la dominación carismática como a todos los tipos de dominación
tradicional (patriarcalismo, feudalismo, patrimonialismo). La subsunción de diversas acciones
sociales bajo prescripciones, regulaciones y leyes estables permite su superioridad técnica, en
comparación con la dominación tradicional y carismática. Derechos y deberes están claramente
definidos y otorgan a “un superior”, en virtud de su posición jerárquica, el poder de dar órdenes
y la posibilidad de ser obedecido: “Las órdenes no son en nombre de una autoridad
personalizada, sino que en nombre de una norma impersonal, e incluso estar eximido de una
orden es también por su lado producto de la obediencia a una norma, y no libre arbitrio, gracia o
privilegio” (Weber, 1972Ia: p. 268 [1998e: p. 261]; cfr. también 1976: pp. 131 y ss., 543 y ss.,
584 y ss. [1987: pp. 181 y ss., 696 y ss., 758 y ss.]).
Además, las burocracias orientan su labor por leyes y regulaciones generales, y lo hacen
de modo sistemático. El trabajo se realiza en oficinas y a tiempo completo, e implica el uso de
registros escritos y su preservación; los empleados son nombrados y retribuidos con un salario
regular, así como con la perspectiva de ascender. Los procedimientos de trabajo maximizan el
cálculo: a través de la evaluación con referencia a un conjunto de reglas abstractas y a un
28
Para la primera formulación de Weber en la segunda parte de E&S, cfr. 1976: pp. 549 y ss.
[1987: pp. 705 y ss.]; más en general, cfr. 1976: pp. 153 y ss., 548 y ss., 545 [1987: pp. 211 y ss., 704 y
ss., 699 y ss.]. En la realidad empírica, desde luego, la dominación se presenta siempre en alguna
combinación de estos tipos puros. Con estos tres modelos Weber no pretende aprehender un
desplazamiento “evolutivo” de la historia hasta alcanzar la era contemporánea (cfr. infra).
sopesamiento de medios y fines, las decisiones pueden tomarse de modo predecible y
expeditivo. En comparación con las formas tradicionales de dominación, esas decisiones tienen
lugar con menos equívocos: áreas de jurisdicción, especialización de tareas, competencias y
responsabilidades para cada empleado están delimitadas por un lado por regulaciones
administrativas y por otro por el entrenamiento técnico. Éste puede ser utilizado más
efectivamente no sólo cuando se definen ámbitos de competencia, sino que también cuando rige
una jerarquía incuestionable de mandos en la que “cada cargo está bajo el control y la
supervisión de uno más elevado”. La dominación, incluyendo la posibilidad de que un superior
acceda a medios coercitivos, está firmemente organizada y articulada por medio de regulaciones
(Weber, 1976: pp. 128, 562 y ss. [1987: pp. 178, 730 y ss.]).
El modelo weberiano enfatiza la “racionalidad formal” que rige en las burocracias: la
resolución de los problemas y la toma de decisiones son hechas por la orientación sistemática y
continua de la acción de acuerdo a fines, según reglas abstractas que se promulgan a través de
procedimientos discursivamente analizables, y aplicados universalmente. Dado que la toma de
decisiones y la impartición de órdenes tiene lugar con directa referencia a regulaciones, las
burocracias implican típicamente –en comparación con los tipos de dominación tradicional y
carismático- la minimización de la acción afectiva y tradicional. Weber llama reiteradamente la
atención sobre el carácter extremadamente impersonal de la dominación burocrática. Por
ejemplo,
Su peculiaridad específica [...] la desarrolla más consumadamente
cuanto más se “deshumaniza”, [...] cuanto más logra eliminar en la
realización de su trabajo al amor, al odio, a todo lo puramente personal,
erradicando los elementos irracionales y todo lo que no puede calcularse
(1976: p. 563 [1987: p. 732]).
Weber señala que este “modelo puro” puede ser utilizado como parámetro contra el cual
puede compararse el caso empírico particular que esté siendo investigado –la burocracia
norteamericana, inglesa o alemana, por ejemplo, o la burocracia estatal vis-à-vis la burocracia
de la industria privada. Evaluando la desviación en relación a esta herramienta heurística,
pueden definirse las características principales de un caso concreto y demarcarse con precisión
sus características distintivas29.
El otro tipo ideal weberiano también ampliamente discutido, el “estamento”, sirve al
mismo propósito. Para Weber el estamento –y no sólo las clases como para Marx- constituye
una base independiente para la estratificación social. Visto a través de una óptica históricocomparativa, el modo dominante de estratificación varía a través de las civilizaciones y las
épocas. En el moderno Occidente, por ejemplo, la “situación de clase” se convirtió en un
principio organizador más importante que la “situación de estamento” (cfr. Weber, 1972Ia: p.
274 y ss. [1998e: p. 268]). Según Weber, la estratificación por estamentos se ve favorecida
cuando las relaciones de producción y distribución son estables, y la situación de clase se
convierte en preeminente en épocas de grandes cambios tecnológicos y económicos. Cuando
decrece el ritmo de esas transformaciones, tiene lugar un nuevo fortalecimiento de las
estructuras estamentales, así como un aumento de la importancia dada al honor social (Weber,
1976: p. 539 [1987: p. 693]). ¿Cómo define Weber al “estamento” y cómo asiste este tipo ideal,
como criterio conceptual, a la investigación?
La “situación de estamento” implica “todo componente típico del destino de la vida de
las personas condicionado por una específica valoración social, positiva o negativa, de su
‘honor’” (1976: p. 534 [1987: p. 687]). De este modo, la estima social –la pretensión de ésta y
su reconocimiento- orientan la acción social en este orden. Resulta aquí determinante la
conducta de vida de una persona, la que a su vez se apoya en procesos de socialización
definidos y en el prestigio, tanto hereditario como el ligado a la profesión (1976: pp. 179 y ss.
[1987: pp. 245 y ss.]; cfr. también Weber, 1972Ia: pp. 273 y ss. [1998e: pp. 267 y ss.]).
Un estamento (Stand) tiene lugar cuando las personas comparten un estilo de vida,
pautas de consumo, convenciones comunes, nociones específicas de honor y, en algunos casos,
monopolios económicos cuyo fundamento es estamental. Debido a una implícita evaluación de
la situación propia en relación a la de otros, así como a la conciencia de convenciones, valores y
estilos de vida comunes, para Weber la situación estamental puede frecuentemente llevar a la
conformación de grupos. En algunos casos, sin embargo, éstos pueden ser amorfos (Weber,
1976: p. 534 [1987: p. 687]). Las diferencias estamentales se hacen evidentes siempre que la
29
La dominación carismática es analizada infra. En cuanto a la dominación tradicional, Weber
enfatiza que: “La validez de un orden debido al carácter sagrado que se le atribuye a la tradición es la
forma más universal y primitiva” (Weber, 1976: p. 19 [1987: p. 30]). Sobre la dominación tradicional en
general, cfr. Weber (1972Ia: pp. 269 y ss.; 1976: pp. 580, 604 y ss., 552, 580 y ss., 124, 130 y ss. [1998e:
p. 263; 1987: pp. 753, 784 y ss., 717 y ss., 753 y ss., 172 y ss., 180 y ss.]).
interacción social entre individuos de distintos estamentos se vea limitada o esté directamente
ausente. La estratificación por estamentos implica siempre la “monopolización de bienes u
oportunidades, ideales y materiales”, así como la diferenciación social y la exclusividad (1976:
pp. 537, 531 y ss. [1987: pp. ]690, 682 y ss.]; cfr. también Weber, 1972Ia: pp. 273 y ss. [1998e:
pp. 267 y ss.]).
Para Weber el sentimiento subjetivo de honor y estima social puede tener un impacto
significativo. La “estratificación estamental” se opone y puede restringir incluso a la acción que
se orienta por clases, por intereses materiales, por el desarrollo del libre mercado, por conflictos
de clase o por meros intereses comerciales. Las guildas medievales, por ejemplo, peleaban a
veces más fervientemente por cuestiones ligadas al orden con el que marchaban en las
procesiones, que por temas económicos. Las familias distinguidas, en todo el mundo, permitían
que sus hijas sean cortejadas sólo por pares estamentales, y miembros de “familias
tradicionales” cultivaron frecuentemente diferentes métodos para marcar su exclusividad, así
como lo hicieron los descendientes de los Padres Peregrinos, de los Pocahontas y de las
Primeras Familias de Virginia (Weber, 1976: pp. 535, 538 [1987: pp. 688, 691 y ss.]; 1972II:
pp. 36, 125 [1998h: pp. 42, 130 y ss.]). Nobles cortesanos e intelectuales humanistas
influenciaron fuertemente el carácter de la educación en el s. XVII, y diferentes “estratos
portadores” dejaron prominentemente su impronta en la formación de doctrinas religiosas y
enseñanzas éticas (cfr. infra). Esta influencia tiene para Weber tanta importancia que , en su
análisis, los sistemas de creencias sufren profundas alteraciones siempre que se asocian a un
nuevo estrato portador (cfr.1972Ia: pp. 237 y ss., 250-257 [1998e: pp. 233 y ss., 245-252];
1976: pp. 298 y ss., 704 y ss. [1987: pp. 392 y ss., 908 y ss.]). Un único estamento puede
ocasionalmente dejar su sello sobre el desarrollo entero de una civilización, como fue el caso de
los intelectuales en China, los guerreros samuráis en Japón y los sacerdotes brahmanes en India.
Como tipos ideales, los estamentos pueden ser utilizados como parámetros con los
cuales “medir” el caso particular investigado. De este modo, puede definirse su singularidad.
Sin contar con estas construcciones para asistir a la conceptualización, señala Weber, no es
posible guiar los “ensayos mentales” (Gedankenbild) comparativos, centrales para poder aislar
rigurosamente patrones causales significativos de la acción.
Estos tipos ideales de E&S –estamentos y tipos de dominación- que actúan como
parámetros, así como muchos otros que podrían analizarse, ubican a Weber en oposición directa
a Marx: los intereses materiales no constituyen solos el único “motor” del cambio. Por el
contrario, la sociología de Weber sostiene reiteradamente que en la historia tienen efecto una
amplia gama de fuerzas causales y que el cambio social no tiene lugar de un modo lineal, sino
que complejo (cfr. infra).
Tipos ideales como modelos para la construcción de hipótesis
Muchos de los tipos ideales weberianos no sólo permiten claridad en la
conceptualización de casos o de desarrollos específicos, sino que también delinean hipótesis que
pueden ser probadas contrastándolas con casos o desarrollos específicos. De hecho, lo hacen de
modo tal que permiten aislar regularidades significativas e identificables de la acción social. Los
tipos ideales se utilizan en E&S como modelos formadores de hipótesis, y esto es hecho, en
especial, de cuatro modos diferentes.
1. El centro de atención de Weber en el primer tipo de modelo está puesto en su carácter
dinámico. Los tipos ideales, lejos de ser estáticos, están constituidos a partir de una variedad de
orientaciones de acción regulares. Entre estas orientaciones de acción pueden suponerse
relaciones, en carácter de hipótesis delimitadas y empíricamente verificables.
2. En segundo lugar, en E&S se construyen modelos contextuales que articulan
hipótesis en relación al impacto de contextos sociales específicos sobre pautas de acción.
3. En tercer lugar, al analizarse la relación entre sí de los tipos ideales, pueden
articularse interacciones lógicas de modelos de acciones provistas de sentido. Así, en E&S
abundan hipótesis sobre “afinidades electivas” y “antagonismos” entre tipos ideales.
4. En cuarto lugar, Weber utiliza tipos ideales para hacer un seguimiento de desarrollos
analíticos. Cada modelo plantea una hipótesis sobre un curso de acción regular, o un “camino de
desarrollo”.
Al erigir un esbozo de marco teórico, cada modelo facilita la aprehensión conceptual de
realidades que de otro modo serían difusas, y formula hipótesis causales sobre pautas de
orientaciones de acción. Por esa vía, cada modelo aporta al logro del objetivo general de la
sociología de Weber: la explicación causal de casos y desarrollos. Cada modelo introduce una
fuerte dimensión teórica al núcleo mismo de la sociología histórico-comparativa weberiana.
Sólo es posible detenerse aquí en algunos de sus modelos de afinidad electiva, de antagonismo y
de desarrollo30.
30
Sobre los modelos dinámicos de Weber, cfr. Kalberg (1994b, pp. 95-8); sobre sus modelos
contextuales, cfr. ibíd. (pp. 39-46, 98-102).
Weber da cuenta explícitamente que su preocupación en E&S son las relaciones típicoideales entre la economía y la “sociedad” -i.e. las interacciones entre la economía y “las formas
estructurales (Strukturformen) generales de las comunidades humanas” (1976: p. 212, énfasis
original [1987: p. 289])31 en los órdenes sociales más importantes. Con mucho detalle y sobre la
base de su asombrosamente vasto conocimiento histórico, Weber traza, a través de
constelaciones de tipos ideales, los diversos modos en los que las distintas etapas de desarrollo
de la economía (la organización del trabajo en la agricultura y en la industria; los tipos de
economía natural, monetario, planificado, mercantil y capitalista) se relacionan con –e
influencian a- las diversas etapas de desarrollo más importantes en esos órdenes: por ejemplo,
los tipos de derecho tradicional, natural y lógico-formal; los caminos de salvación en el orden
religioso (a través de un salvador, una institución, un ritual, la buena acción, el misticismo y el
ascetismo; cfr. Kalberg, 1990); los tipos de dominación carismático, patriarcal, feudal,
patrimonial y burocrático; la familia, el clan, la comunidad vecinal tradicional; y una amplia
gama de estamentos importantes (tales como intelectuales, funcionarios civiles y nobles
feudales).
Sin embargo, esta atención en las interacciones entre la economía y otros órdenes no
significa en absoluto que se eleve a la primera a una posición de preeminencia causal. Por el
contrario, al distinguir una serie de esferas, Weber quiere señalar, contra Marx, que las
cuestiones de causalidad no pueden ser tratadas referenciándolas primariamente en fuerzas
económicas, en intereses materiales o en cualquier otro orden tomado individualmente. Como
señala Weber, “[l]as conexiones entre la economía y los órdenes sociales [...] son tratadas con
mayor detenimiento [...] que lo que es habitual. Y esto es hecho deliberadamente así, para hacer
también claramente manifiesta la autonomía (Eigengesetzlichkeit) de esas esferas frente a la
economía” (Weber, 1914: p. VII [No conocemos traducción al español de este texto (N.deT.)]).
Como se manifiesta a través de sus tipos ideales, sostiene, cada orden implica la posibilidad de
pautas de acción empíricamente significativas. Muchos pasajes de E&S están abocados a
demostraciones de cómo esto tiene lugar, en referencia a temas, dilemas o series de problemas
propios y específicos de cada orden. Weber señala con insistencia que ninguna esfera particular
debe elevarse a la posición de prioridad causal general.
Más aún, y pese a su orientación hacia el orden económico, E&S traza mucho más que
la relación de los diferentes agrupamientos en este orden con los de otros. No es correcto decir
que esta obra trate solamente los modos en los que los diversos grupos influyen sobre la
economía y son influenciados por ella. Weber examina minuciosamente las relaciones típico-
31
Formas estructurales aquí está en contraposición a lo “cultural” (literatura, arte, ciencia, etc.).
ideales entre, por ejemplo, el clan y el grupo religioso, entre organizaciones legales y de
dominación, entre agrupamientos en el orden religioso y organizaciones en el orden jurídico,
entre la familia y organizaciones de dominación o entre grupos religiosos y organizaciones de
dominación. A su vez, se ocupa en especial de, por un lado la relación entre el derecho lógicoformal y la dominación burocrática, entre la familia y los diferentes caminos de salvación y
entre la “ética” de diferentes estamentos y los caminos de salvación más importantes, y por otro
entre los tipos de derecho y los de dominación. ¿Cómo se relacionan analíticamente, entonces,
los diversos órdenes entre sí? E&S sostiene que lo hacen según modos que siguen pautas
regulares.
Las relaciones entre órdenes son aprehendidas a través de dos conceptos en esta obra:
relaciones de “afinidad electiva” y “relaciones de antagonismo”. Mientras que la afinidad
electiva implica una hipótesis sobre una combinación compatible de dos o más tipos ideales que
comparten características internas –una interacción no determinista, aunque sí típica y recíproca,
de acción social regular-, el antagonismo indica una hipótesis de “inadecuación” y un choque,
una traba, incluso una exclusión de las pautas de acción implicadas en cada tipo ideal.
Estas “interacciones lógicas” de acción regular constituyen para Weber modelos para la
construcción de hipótesis. Por ejemplo, el carácter intensamente personal de las relaciones en la
familia o en el clan son vistas como antagónicas a las relaciones impersonales características
del mercado (la acción con sentido está orientada a las “leyes del mercado”, más allá de las
personas) o de la dominación burocrática (orientación a estatutos, regulaciones y leyes, también
más allá de las personas). De forma similar, las relaciones de compasión y hermandad
cultivadas típicamente por las grandes religiones de salvación, son vistas como opuestas a la
racionalidad formal que surge en las últimas etapas del desarrollo de los órdenes económicos
(capitalismo), de la dominación (burocracia) y del derecho (lógico-formal). La dominación
carismática está en una relación de antagonismo con todas las acciones económicas rutinarias:
“Desde el punto de vista de la actividad económica racional, [la satisfacción de la demanda por
vías carismáticas] es una típica fuerza ‘antieconómica’” (Weber, 1976: p. 142, énfasis original
[1987: p. 196]; cfr. Kalberg, 1994b, pp. 102-17).
Por otro lado, en E&S abundan también innumerables relaciones de afinidad entre
órdenes. Por ejemplo, y pese a la gran diversidad, Weber detectó una serie de afinidades
electivas entre la ética estamental de los intelectuales y ciertos caminos de salvación. Debido a
su típica tendencia a considerar pasivamente al mundo, a buscar un sentido profundo a la vida y
a despreciar el sinsentido de la realidad empírica, en lugar de asumir “tareas” y actuar
regularmente en el mundo como “hacedores”, los intelectuales están generalmente propensos a
formular una salvación “por un lado más extraña a la vida, y por otro de carácter más principista
y sistemático que el de la liberación de la necesidad externa que caracteriza a los estratos menos
privilegiados” (Weber, 1976: pp. 307 y ss. [1987: pp. 403 y ss.]). También ve Weber
interacciones lógicas de afinidad electiva teniendo lugar típicamente entre las organizaciones
universales y las religiones, tanto basadas en la magia como en la salvación. Las religiones
mágicas se apropiaron sencillamente de las virtudes generalizadas practicadas en la familia, en
el grupo de linaje y en la comunidad vecinal tradicional (tales como la fraternidad, la sinceridad,
la lealtad al hermano, el respeto por las generaciones mayores y la asistencia recíproca), y las
religiones de salvación premiaron típicamente a la ética fraternal. En todos los casos
predominaban las relaciones personales y los valores orientados a las personas. En forma
similar, Weber descubrió afinidades electivas entre el tipo tradicional de derecho y la
dominación patriarcal, así como entre la dominación burocrática y el derecho lógico-formal (cfr.
Kalberg, 1994b, pp. 108-16).
De este modo, E&S articula una serie de relaciones analíticas entre órdenes, todas las
cuales son formuladas como hipótesis32. De hecho, esta obra desarrolla un amplio marco teórico
que puede ser utilizado para facilitar la clara conceptualización de relaciones empíricas, así
como ubicarlas analíticamente33.
Otro tipo de modelo de construcción de hipótesis que es central en E&S es el modelo de
desarrollo. Éstos plantean hipótesis sobre un curso de pautas de acción. Al hacerlo, (a) facilitan
la clara conceptualización de un desarrollo particular que está siendo investigado, así como sus
fuerzas causales significativas, y (b) postulan cursos de desarrollo de pautas de acción definidos
y empíricamente verificables. Cual “asistentes técnicos”, construidos con una “consistencia
racional que se da muy poco frecuentemente en la realidad” (Weber, 1972If: p. 537, énfasis
original [1998g: p. 527]), cada modelo traza caminos que serán tomados siempre que no
intervengan alteraciones empíricas “irracionales” (Weber, 1973a: pp. 202-205 [1997a: pp. 9093]). Según Weber, “[t]ambién desarrollos pueden ser construidos como tipos ideales, y estas
construcciones pueden tener un muy alto valor heurístico” (1973a: p. 203, énfasis original
[1997a: p. 90]).
Al formular estos modelos, Weber señala reiteradamente su carácter básicamente
“ahistórico”. Como construcciones típico-ideales, cada uno capta la esencia de un desarrollo,
32
Para más ejemplos, cfr. Kalberg (1994b, pp. 102-17).
33
E&S construye también numerosos modelos de antagonismo interior a los órdenes (por ej., el
antagonismo entre la dominación carismática y la tradicional y burocrática). Para la discusión de estos
modelos, cfr. Kalberg (1994b, pp. 106-8).
presentándola de modo más consistente internamente y sistematizado de lo que puede tener
lugar empíricamente. Por lo tanto, dado que las etapas de sus modelos de desarrollo no deben
ser nunca vistas ni como interpretaciones precisas del curso de la historia ni como constituyendo
ellas mismas “fuerzas efectivas”, E&S diverge fuertemente de todas las corrientes
evolucionistas de pensamiento, en búsqueda de o bien “leyes científicas” para la sociedad o bien
“etapas invariables” en la historia. Esto ubica a Weber en el lado opuesto de teóricos sociales
tan diversos como Comte, Marx o Spencer. Sus modelos sirven a un propósito más modesto:
procuran brindar al investigador, por un lado, un “medio de orientación” claro y práctico, y por
otro, una serie de hipótesis sobre el curso de la historia en relación a un aspecto particular.
Definir si el camino analítico de desarrollo planteado por un modelo específico tiene lugar, es
algo que queda para ser dirimido por la investigación empírica minuciosa a cargo de
especialistas (1973a: pp. 204 y ss. [1997a: p. 91]). Por lo tanto, estos modelos de desarrollo
atestiguan nuevamente la centralidad de los procedimientos basados en la construcción de
modelos y la formación de hipótesis en la sociología histórico-comparativa weberiana. Por
razones de espacio, sólo se planteará aquí un ejemplo: el modelo de “rutinización del carisma”.
La dominación carismática es ejercida por una persona sobre sus discípulos y
seguidores, quienes creen que posee poderes extraordinarios. Este líder, que surge en
situaciones de emergencia, puede ser, por ejemplo, un profeta, un héroe de guerra, un político,
un demagogo, un oráculo o un mago. En todos los casos, la capacidad de dominar que se le
atribuye deriva del reconocimiento de cualidades extraordinarias, no accesibles al individuo
común. Una vez reconocida su autenticidad, los discípulos y seguidores se sienten obligados a
consagrarse por completo al líder carismático, y éste demanda una obediencia estricta.
Obedecen sus órdenes como resultado de una inmensa devoción y de la convicción de que
existe una relación personal genuina con él. De hecho, para Weber la “convicción emocional”
es central para la creencia de discípulos y seguidores en el derecho a mandar del líder, y ésta
revoluciona “internamente” por completo sus personalidades: el carisma “... manifiesta su
fuerza revolucionaria desde adentro, desde una ‘metanoia’ central de la mentalidad de los
dominados” (Weber, 1976: p. 658 [1987: pp. 852 y ss.], cfr. también pp. 140 y ss., 654-658
[1987: pp. 193 y ss., 847-852]).
El carácter altamente personal de la dominación carismática, así como su falta de
preocupación por lo cotidiano, lo conducen a rechazar todo “orden externo”. El derecho
“objetivo”, recibido como don Divino por el poseedor del carisma le confiere una misión única
y nueva. Por esa razón, Weber ve al carisma en oposición fundamental y revolucionaria a toda
acción racional de acuerdo a fines, así como a todas las fuerzas existentes y estables de la vida
cotidiana (cfr. 1976: pp. 141 y ss., 654-661 [1987: pp. 194 y ss., 847-856]).
Sin embargo, Weber también enfatiza la fragilidad de la dominación carismática. Como
consecuencia de estar enraizada estrictamente en las “cualidades sobrenaturales” de los grandes
líderes, y de la necesidad de la personalidad “sobrehumana” de demostrar reiteradamente
poderes inusuales y su “derecho a gobernar”, “[l]a existencia de la autoridad carismática es
específicamente inestable por naturaleza” (1976: pp. 654-656 [1987: pp. 847-850]). Ni la
devoción personal más intensa al líder carismático puede garantizar la perpetuación intacta de
las enseñanzas de ese personaje extraordinario. En cambio, el modelo weberiano de
“rutinización” plantea que el carisma sigue un camino de desarrollo caracterizado por su
debilitamiento: es absorbido por las instituciones permanentes de la vida cotidiana. Los
seguidores han esperado siempre este tipo de transformación del carisma con la esperanza de
lograr, en el proceso, una protección permanente contra dolencias, enfermedades y catástrofes
naturales (cfr. por ejemplo, 1976: pp. 668 y ss., 679-682, 686 y ss. [1987: pp. 864 y ss., 879882, 888 y ss.]).
En la construcción weberiana de la rutinización del carisma, los intereses materiales y
de poder de la comunidad carismática de seguidores y discípulos constituye una fuerza motriz
importante para institucionalizar el “don transitorio de la gracia ... en una posesión permanente
de la vida diaria”34. El carisma, debilitado, pasa a ser preservado en forma despersonalizada
(versachlichte) por los seguidores. Asociado ahora a la comunidad de discípulos, tiene en el
modelo hipotético weberiano un rol indispensable en atraer nuevos seguidores, en establecer la
legitimidad de nuevos estamentos, formas de dominación y doctrinas religiosas, y en facilitar el
ascenso a posiciones dominantes en jerarquías estamentales, de dominación y religiosas. Ahora
como parte de lo cotidiano y capaz de ser transmitido a miembros de la familia, a cargos o a
instituciones –frecuentemente a través de ceremonias que incluyen a la magia-, el carisma
“hereditario”, “institucionalizado” y del “cargo” permite legitimizar “derechos adquiridos”.
Según este modelo, el carisma, transformado en estas formas impersonales y rutinizadas, es
sostenido particularmente por personas con intereses económicos en hacerlo, así como por
aquellos con poder y propiedades que ven en su autoridad la legitimación de su posición
aventajada –por ejemplo, jueces, sacerdotes, monarcas, altos dignatarios y dirigentes partidarios
34
Para Weber, sólo se puede por lo tanto preservar “la pureza del carisma contra los intereses
cotidianos” en “ el peligro común de un vivac militar o la mentalidad basada en el amor de un grupo
juvenil ajeno al mundo” (Weber, 1976: pp. 660 y ss. [1987: p. 856).
(1976: pp. 146, 662-665, 674 y ss., 679 y ss.; 1972Ia: 270 [1987: pp. 202, 858-861, 873 y ss.,
879 y ss.; 1998e: 263 y ss.]) 35.
Los modelos vistos -afinidad, antagonismo y desarrollo- aparecen a lo largo de todo
E&S y contribuyen decisivamente a su rigor, su poder analítico y su singularidad. En tanto que
“esquema construido”, cada modelo sólo “tiene el propósito de brindar un medio típico-ideal de
orientación” (Weber, 1972If: pp. 536 y ss., énfasis original [1998g: p. 527]). Por ejemplo, en
relación a los antagonismos entre órdenes, “los tipos teóricamente construidos de conflictos
entre ‘órdenes de la vida’ sólo pretenden mostrar que en ciertos puntos tales conflictos internos
son posibles y ‘adecuados’” (ibíd., énfasis original). Sin embargo, al realizar esta modesta tarea,
cada modelo permite acceder a una realidad que fluye incesantemente, facilitando así una clara
conceptualización de la acción social particular que está siendo investigada. Cada interacción
que forma parte de una hipótesis puede ser así verificada a través de una profunda investigación
posterior. Al verlos sólo como mecanismos para facilitar el análisis causal, Weber ve como muy
probable que estas “construcciones lógicas” se vean “dislocadas” al ser confrontadas con la
compleja realidad empírica. Las circunstancias y los contextos concretos “refuerzan” o
“debilitan” invariablemente cualquier relación analítica. No obstante, Weber enfatiza que la
sociología, a diferencia de la historia, debe incluir un marco teórico riguroso – a través de
modelos- del problema investigado.
Esto es así aunque más no sea porque para Weber los modelos constituyen el primer
paso indispensable para su objetivo primordial, el análisis causal. La ocupación típica de los
sociólogos con realidades empíricas, insiste, requiere de esas construcciones para poder
identificar orientaciones de acción causal significativas. Esta necesidad se ve reforzada teniendo
35
La atención que Weber presta en este modelo al papel que juegan los intereses pragmáticos
revela el “sobrio realismo” también presente en su sociología, no tenido en cuenta en la recepción de su
obra influenciada por Parsons. Weber formula también modelos de desarrollo que muestran la limitación
a las relaciones sociales y la monopolización de recursos en la economía, en la dominación y en el orden
religioso (cfr. Kalberg, 1994b, pp. 120-4). Otros modelos de desarrollo esbozan el ascenso de la
racionalidad formal en relación al libre mercado y al estado, y un proceso de racionalización “teórica” en
el orden de la religión (cfr. ibíd., pp. 128-40). En los órdenes sociales de la dominación, jurídico, de la
religión y de la economía, se trazan, como modelos de desarrollo, “procesos de racionalización”
cualitativamente diferentes –en los que la acción social es sistematizada crecientemente-. Al investigar la
economía en relación con los órdenes de la dominación, la religión y el derecho, así como la relación
entre esas esferas de vida entre sí, E&S formula un amplio marco teórico de racionalización de la acción.
Estos modelos de desarrollo ordenan los tipos ideales en un curso analítico de acción social
crecientemente racionalizada.
en cuenta las características fundamentales de la realidad empírica –para él, un flujo
interminable de eventos y acontecimientos- y el permanente peligro de que toda investigación
causal tienda a terminar en un conjunto inacabable de aspectos descriptivos. Al construir en
E&S una variedad de modelos que conceptualizan la acción pautada con sentido, Weber aspira a
separar a la sociología de la centralización exclusiva en problemas sociales delimitados, en
teorías macro-evolutivas y en narrativas históricas. Sin embargo, evita firmemente el lado
opuesto: fundados empíricamente, sus modelos nunca buscan una generalización amplia y vaga.
Más bien, esas herramientas de investigación brindan hipótesis limitadas que pueden ser
probadas para casos y desarrollos específicos. Para Weber, lo que es singular del
emprendimiento sociológico es siempre el movimiento de ida y vuelta entre la
conceptualización –la formulación de modelos - y la investigación detallada de casos y
desarrollos empíricos. Si ha de lograrse el objetivo de brindar explicaciones causales del
“individuo histórico”, tanto la particularización empírica como la generalización conceptual son
indispensables.
Fuerzas motrices: la multicausalidad de E&S y el poder
Aunque E&S prioriza la tarea de construcción de modelos sobre el análisis causal, es
evidente la inequívoca adopción de Weber de modos de procedimiento multicausales. A lo largo
de este tratado, como fuera señalado, se centra en la acción social pautada dentro de órdenes
tales como el estamental, el de las organizaciones universales, el religioso, el jurídico y el de la
dominación. Una variedad de tipos ideales está analíticamente asociada a cada dominio, y cada
uno indica la posibilidad empírica de orientaciones de acción regulares con cierto grado de
constancia. Por lo tanto, cada tipo ideal tiene un efecto causal y una capacidad de persistencia
que le son propios, o, como señala Weber, un aspecto autónomo. Sin embargo, e incluso cuando
su sociología está anclada en la acción con sentido de los individuos, la pregunta sobre “en qué
grupo portador tiene lugar la acción” sigue siendo para él fundamental. La acción social se
convierte en acción sociológicamente significativa sólo en agrupamientos definidos de personas.
En cada sociedad, sólo determinadas pautas de acción con sentido -afectivas,
tradicionales, racionales de acuerdo a valores y racionales de acuerdo al fin- se convierten en
fuertes exponentes y en aspectos importantes de la construcción social. Para Weber, los
estamentos, clases y organizaciones son los portadores más prominentes de la acción. Llama la
atención, por ejemplo, sobre la “ética estamental” típico-ideal de los funcionarios de las
burocracias (deber, puntualidad, la realización ordenada de tareas, hábitos de trabajo
disciplinados, etc.; Weber, 1976: pp. 551-579 [1987: pp. 716-752]), sobre el ethos de la
organización vecinal (asistencia mutua y una “pragmática ‘fraternidad’ económica que se pone
en práctica en caso de necesidad”; 1976: p. 218 [1987: p. 296]) y sobre el ethos de clase de la
burguesía (oposición a privilegios basados en el nacimiento y en el estamento, el favorecer la
igualdad legal formal;1976: pp. 291 y ss. [1987: pp. 383 y ss.]; cfr. Kalberg, 1985). La atención
a este tipo de portadores es característico de la sociología weberiana, y está estrechamente
vinculada con su énfasis en el impulso de grupos definidos como causa eficaz de diversos
procesos.
Como señala Weber, “el concepto de autonomía, para no carecer de toda precisión, está
vinculado a la constitución de un círculo de personas delimitable según ciertas características,
aunque sean cambiantes” (Weber, 1976: p. 419 [1987: p. 560]). Al introducir los capítulos sobre
dominación tradicional y carismática en E&S, por ejemplo, Weber resume sus propósitos: éstos
no sólo implican una evaluación sobre en qué grado las “posibilidades de desarrollo” de los más
importantes “principios estructurales” de cada tipo de dominación dependen de “determinantes
económicos, políticos o cualquier otro de tipo externo”, sino que también una evaluación del
grado en el que las posibilidades de desarrollo de los tipos de dominación siguen en cambio
“una lógica ‘autónoma’ basada en su estructura técnica” (1976: p. 578 [1987: p. 752]). Insiste
en que esta “lógica” debe ser conceptualizada en su capacidad de ejercer un efecto
independiente incluso sobre factores económicos (1976: pp. 549, 578, 395 [1987: pp. 705, 752,
509]), y constata muchos casos empíricos en los que lo hace –siempre que un “círculo de
personas delimitable” cristalice como su portador social-. Weber es particularmente consciente
del grado en el que el atributo de legitimidad propio de la dominación pone en movimiento una
fuerza motriz independiente. Por eso, aún sabiendo de la frecuente centralidad de los factores
económicos, Weber enfatiza la necesidad de aproximaciones multicausales (cfr. 1976: pp. 201,
537 [1987: pp. 275, 690 y ss.]). Al defender el potencial autónomo de las orientaciones de
acción en los órdenes de la economía, el derecho, la dominación, la religión, los estamentos y
las organizaciones universales, Weber busca en E&S conceptualizar la acción económica en un
amplio marco teórico y tratar “ambos lados” de la cadena causal (cfr. Kalberg, 1994b: pp. 5078). El propio “nivel de análisis” en E&S –una serie de órdenes sociales, constelaciones de tipos
ideales específicos de cada esfera y portadores sociales- demuestra también su amplia
multicausalidad. También esto queda claro por la referencia frecuente de Weber a la
importancia de otra variedad de fuerzas causales: eventos históricos, innovaciones tecnológicas
y factores geográficos. Más aún, el conflicto y la competencia, así como los intereses en general
y económicos en particular, constituyen para él fuerzas causales efectivas –así como lo es, y no
en menor grado, el poder. En su formulación clásica, Weber define de este modo el poder:
“Poder significa la posibilidad de imponer, en una relación social, la voluntad propia
(individual o colectiva) aún en contra de resistencias a la misma, más allá de en qué se base esa
posibilidad” (Weber, 1976: p. 28, énfasis original [1987: p. 43]).
Cuando falta el poder y no hay alianzas que lo reemplacen, las nuevas orientaciones de
acción frecuentemente se debilitan o son suprimidas por coaliciones que se les oponen. Weber
insiste reiteradamente en que los que dominan son particularmente adeptos a formar alianzas
con el solo propósito de mantener e incrementar su poder. Buscan, por lo tanto, contrabalancear
entre sí clases, estamentos y organizaciones. El poder juega un rol central en el análisis
multicausal weberiano de cómo surgen nuevos patrones de acción social, cómo se difunden y
cómo ponen en movimiento desarrollos históricos, así como en sus investigaciones de cómo las
orientaciones de acción son circunscriptas y pasan a tener menor influencia.
Finalmente, E&S también otorga eficacia causal a las ideas. Las ideas religiosas,
especialmente aquellas que se ocupan del intrincado problema del sufrimiento humano –
frecuentemente aleatorio en apariencia-, pueden ejercer su influencia durante siglos e incluso
milenios. Weber sostiene que los intentos de explicar la miseria y la injusticia jugaron un rol
significativo en el desarrollo de las religiones: de estar ancladas en la magia, devienen religiones
ancladas en nociones de salvación, de acción ética y de un “otro mundo”. Las ideas
concernientes a la terca persistencia de las desgracias, articuladas por profetas, sacerdotes,
monjes y teólogos, empujaron más este desarrollo que lo que lo hicieron los intereses
económicos y prácticos por sí mismos. Se formularon reiteradamente ideas que clarificaron la
relación de los creyentes con el reino trascendente –y esas ideas implicaron nuevas acciones con
sentido que “complacían a los dioses”. Finalmente, se formularon doctrinas que ofrecían
miradas comprensivas del universo, que explicaban exhaustivamente el sufrimiento y definían
las acciones necesarias para acabar con él (cfr. 1976: pp. 207 y ss., 245-268, 348 y ss.; 1992a: p.
242; 1972If: p. 537; 1972Ia: pp. 239-248, 251-257 [1987: pp. 282 y ss., 328-355, 452 y ss.;
1998a: pp. 168 y ss.; 1998g: pp. 528 y ss.; 1998e: pp. 234-244, 246-252]; Kalberg, 1990, 2001).
En síntesis, E&S se caracteriza por su atención a una diversidad de fuerzas causales, así
como por la reticencia de Weber a elevar fuerzas particulares a posiciones de prioridad causal36.
36
La multicausalidad de Weber, así como su modo “coyuntural” de establecer causalidades, es
discutida en detalle en Kalberg (1994b, pp. 32-5, 50-77, 143-92).
La imbricación del pasado y el presente
El intento de Weber de definir y explicar la singularidad de una situación particular del
presente da siempre cuenta de los muchos modos en los que el pasado siempre está imbricado
con el presente. Esto es así, incluso pese a la capacidad heroica que ve en los líderes
carismáticos de quebrar abruptamente al presente del pasado, cuando existe una constelación de
condiciones que lo faciliten. Ni las metamorfosis drásticas ni el abrupto advenimiento de “lo
nuevo” rompen nunca por completo las ataduras con el pasado: “siempre lo que viene del
pasado fue el padre de lo actualmente vigente” (1976: p. 15 [1987: p. 24]; cfr. también 1976: pp.
348 y ss. [1987: pp. 452 y ss.). Ni siquiera las transformaciones monumentales y estructurales
producidas por la industrialización pudieron barrer con el pasado. Algunos legados, los que son
viables, sobreviven.
La orientación de Weber, en E&S, hacia los órdenes sociales y los tipos ideales
constituye el fundamento no sólo de su multicausalidad, sino que también de su capacidad de
analizar los múltiples y sutiles modos en los que el pasado se entrelaza con el presente. Como se
señaló, los diversos órdenes sociales están para él dotados de una capacidad independiente y
autónoma cuyas raíces son endógenas –y que se desarrollan en forma no paralela, cada uno a su
propio ritmo. El hecho de que cada tipo ideal “documente” patrones de acción con sentido, lleva
implícita la posibilidad de que cada uno tenga un poder autónomo que lo sostenga. Además,
Weber le atribuye a otras fuerzas –eventos históricos, constelaciones geográficas, poder,
portadores sociales, conflicto, competencia y tecnología- una inequívoca capacidad causal. La
acción social según pautas de las personas que participan de agrupamientos son
conceptualizadas sobre la base de que tienen varios y diversos orígenes.
Por eso, E&S brinda una “visión de la sociedad” en la que ésta está constituida por una
serie de “partes”, que están en movimiento y que interactúan dinámicamente entre sí. Cualquier
corriente de análisis sociológico basado en un “axioma general” y que parte de dicotomías que
todo lo incluyen (Gemeinschaft / Gesellschaft, tradición / modernidad, particularismo /
universalismo), de grandes temas (la cuestión del orden social) o de suposiciones sobre la
“unidad orgánica” y la “existencia de leyes universales de la sociedad”, está en oposición
radical al marco teórico “abierto” de Weber, cuyas raíces están en los tipos ideales y en los
órdenes sociales. Estas características fundamentales de E&S permiten la conceptualización en
todo el espectro de casos empíricos posibles, desde los que se caracterizan sobre todo por el
cambio, la competencia, el conflicto, la tensión y la desintegración, hasta los que se caracterizan
primordialmente por la unidad y armonía internas. Más aún, conceptos que nos resultan
familiares y que están en el centro de muchas teorías sociológicas –“clase”, “el Estado”, “la
sociedad”, por ejemplo- nunca son elevados en E&S a una posición particularmente
jerarquizada. Incluso la dicotomía que los comentadores frecuentemente interpretan como la
que captura la “visión de la historia” de Weber –el contraste entre el carácter estable y rutinario
de la tradición y el carácter revolucionario del carisma- no termina de expresar la compleja
relación que existe entre el pasado y el presente en su sociología.
La amplia pluralidad de fuerzas causales articuladas en E&S, lo analíticamente
“abierto” de su interacción y el grado variable en el que confluyen, le permiten a Weber
demostrar vehementemente que el pasado y el presente se entrelazan íntimamente de modos
diferentes. Las regularidades de acción social de algunos grupos adquieren solidez y cuentan
con estratos poderosos como portadores, lo que les permite desarrollarse a partir de sus
problemáticas endógenas e influenciar profundamente en épocas subsecuentes; otras no lo
logran y muestran su fugacidad; otras dejan vigorosamente una impronta y después se extinguen
lentamente. La “visión de la sociedad” que se desprende de esta obra sistemática –construida a
partir de diferentes patrones de acción social, que alcanzan efectividad causal y que compiten e
interactúan recíprocamente entre sí, plasmados en tipos ideales- permite fácilmente dar cuenta
de la “supervivencia” de algunos patrones de acción del pasado y su influencia significativa, en
tanto que legados, sobre los patrones de acción del presente.
Weber analiza frecuentemente en detalle legados que provienen, por ejemplo, del orden
religioso. En los Estados Unidos, por ejemplo, siguen siendo hoy decisivos valores centrales del
ascetismo protestante: el trabajo disciplinado y rutinario en una profesión, la donación regular a
instituciones de caridad, el permanente planteamiento de metas por parte de las personas, la
orientación hacia el futuro y el intento de “dominar” los desafíos que plantea el mundo
(Weltbeherrschung), el optimismo en relación a la capacidad de dar forma a los destinos
individuales y una fuerte intolerancia hacia el “mal”. No obstante, la mayoría de las personas
que actúan referenciándose en esos valores no tienen conciencia de su íntima relación con un
legado religioso (cfr. Weber, 1976: p. 709 [1987: pp. 915 y ss.])37. Además, la “administración
democrática directa” por parte de la congregación, como la que tenía lugar en las sectas
protestantes en los Estados unidos, dejó un legado crucial para el establecimiento de formas
democráticas de gobierno, así como también lo dejó la reticencia de los miembros de las sectas
a otorgar un halo de reverencia a las autoridades seculares. Los cuáqueros en particular, al
abogar por la libertad de conciencia para otros así como para ellos mismos, prepararon el
37
Cfr. también Weber (1923: pp. 314 y ss. [1997: p. 309]; 1972Ic: pp. 55 y ss., 203 y ss., 200n y
ss. [1998c: pp. 60 y ss., 198 y ss., 197n]) y Kalberg (1996: pp. 52-4, 62).
camino para la tolerancia política actual (cfr. 1976: pp. 721-726 [1987: pp. 932-938]; Kalberg,
1997).
La imbricación del pasado y el presente constituye el eje organizativo más importante
de E&S. Todos los análisis orientados al presente desde una perspectiva funcionalista son
completamente opuestos a la sociología de Weber. Para él, el pasado siempre penetra
profundamente al presente, moldeando incluso sus contornos esenciales. Sobre todo, mantiene
especialmente su convicción de que la identificación de la singularidad del moderno Occidente
y del posible curso de su futuro desarrollo requiere de investigaciones de su desarrollo
histórico38.
Estos cinco ejes mantienen su centralidad a lo largo de E&S, el tratado específicamente
analítico de su sociología comprensiva histórico-comparativa. En esta obra, así como en sus
escritos metodológicos, se delimitan su modo de análisis y su estrategia de investigación,
aunque esto sea hecho de forma poco organizada. Debido a su explícita atención a “ambos lados
de la cadena causal” –ideas e intereses- La ética económica de las religiones universales brinda
un mejor ejemplo que EP de esos modos de análisis y estrategias de investigación. Este enorme
estudio puede ser discutido aquí sólo sucintamente.
38
Para ampliar sobre la extremadamente compleja relación entre pasado y presente en la
sociología de Weber, cfr. Kalberg (1994b: pp. 158-67; 1996: pp. 57-64; 1998: pp. 233-5).
La ética económica de las religiones universales
Los vastos estudios de Weber sobre China (1972Ib [1998f]), India (1972II [1998h]) y el
judaísmo antiguo (2005 [1998i]) se extienden sobre un tema que había sido en primer lugar
explorado en EP en 1904: la relación entre las “éticas económicas” de las religiones y el
surgimiento del capitalismo moderno39. Después de 1910, Weber buscó definir a través de una
serie de rigurosas comparaciones con esas civilizaciones la singularidad del capitalismo
moderno y, más en general, del moderno Occidente, y brindar una explicación causal de su
proceso particular de desarrollo.
Además, mientras que EP, al rastrear los orígenes del capitalismo en el protestantismo
ascético, examinó sólo “un lado” de la cadena causal, los volúmenes que componen EERU
articulan enfáticamente una metodología multicausal. Al explorar por qué el capitalismo
moderno no pudo desarrollarse antes del siglo XX en civilizaciones no occidentales, éstos
investigan “ideas e intereses”. En un pasaje central de la “Vorbemerkung”, su introducción a los
Ensayos sobre sociología de la religión –que incluye a EERU-, Weber apunta a las complejas
formas en las que están entrelazados “ambos lados”:
Un intento de explicación como éste debe tener en cuenta, sobre
todo, las condiciones económicas, dada la importancia fundamental de la
economía. Pero no puede desatender la relación causal inversa. Pues así
como el racionalismo económico en su constitución es dependiente de la
técnica racional y del derecho racional, también lo es, por completo, de la
capacidad y disposición de las personas para un determinado tipo de
conducta de vida práctico-racional. Donde ésta estuvo obstruida por
39
EERU incluye también dos ensayos conceptuales: la “Introducción” (1972Ia [1998e] y el
“Excurso: Teoría de los estadios y direcciones del rechazo religioso del mundo” (1972If [1998g]). Sólo
pueden esbozarse aquí los temas más importantes de EERU. El análisis de Weber, por ejemplo, sobre los
orígenes de las religiones de salvación (cfr. Kalberg, 1990, 2001) y la ubicación de ideas y valores en
contextos sociales (cfr. Kalberg, 1994b: pp. 39-46, 98-102; 2007), así como su análisis sobre el
surgimiento del monoteísmo (cfr. Kalberg, 1994a), el sistema de castas (cfr. Kalberg, 1994b) y el
confucianismo (cfr. Kalberg, 1999), deben ser aquí omitidos por completo. El análisis magistral de Weber
sobre las tensiones más importantes en las sociedades occidentales modernas es examinado en la sección
“Contexto social” que sigue infra.
impedimentos de tipo espiritual, también el desarrollo de una conducta de
vida racional en lo económico se encontró con fuertes resistencias internas.
En el pasado, entre los elementos más importantes que conformaban la
conducta de vida se encontraban en todos lados los poderes mágicos y
religiosos, y las que se creía eran las obligaciones éticas que en ellos
anclaban (Weber, 1972Ie: p. 12, énfasis original [1998b: p. 21]; cfr. también
1976: p. 201 [1987: p. 275]).
En este decisivo ensayo introductorio Weber llama la atención sobre una serie de
relaciones causales que le resultaban de importancia para entender al capitalismo. Rechaza
enfáticamente como aspectos distintivos, por ejemplo, tanto la codicia como el interés material
para enriquecerse: esas fuerzas existieron siempre y sin embargo el capitalismo moderno se
desarrolló sólo en unas pocas regiones específicas y durante una época histórica particular.
Weber deja también de lado la supuesta “evolución general de la historia”, ya que insiste en
centrarse en factores empíricos. Aunque reconociendo inequívocamente la importancia de la
economía y de las clases, rechaza toda explicación que vea a los sistemas de creencias como la
“superestructura” de intereses económicos. Del mismo modo, la existencia de un estrato de
juristas con una educación formal no puede ser entendida como la simple cristalización de
intereses capitalistas, pues entonces surgiría la pregunta de por qué esos intereses no llevaron al
mismo desarrollo en China o India (cfr. Weber, 1972Ie: p. 11 [1998b: p. 20]). Además, Weber
sostiene que no todas las organizaciones –aún cuando sean tan extremadamente cerradas como
las sectas - conducen uniformemente a los mismos valores: “Vistas desde afuera, numerosas
comunidades religiosas hindúes surgieron como ‘sectas’ del tipo de las occidentales, pero el
bien de salvación y el modo en el que éste se conseguía, llevaron [a la acción social de los
creyentes] a direcciones radicalmente opuestas” (Weber, 1972Ia: p. 264 [1998e: p. 258]).
La compleja multicausalidad de Weber no dio tampoco lugar a que saque la conclusión
de que el capitalismo moderno no se había desarrollado primero en Asia debido a la ausencia
allí del ascetismo intramundano. Aunque su preocupación al analizar el confucianismo, el
taoísmo, el hinduismo, el budismo, el jainismo y el judaísmo antiguo, se mantuvo centralmente
en la evaluación de en qué medida la práctica religiosa asociaba “recompensas religiosas” a la
actividad económica metódica, Weber insistía en que ningún factor en forma individual puede
determinar el desarrollo histórico. Son más bien constelaciones de fuerzas las que son siempre
determinantes, así como la forma en la que interactúan coyunturalmente en contextos definidos
y dan lugar, por esa vía, a configuraciones singulares40. Al “aplicar” el marco teórico
desarrollado en E&S, multicausal y basado en órdenes, Weber identifica constelaciones
sumamente diferentes de orientaciones de acción relacionadas con la dominación, la religión, la
economía, el honor social, la familia y el derecho, para cada civilización41. Weber encontró que
los numerosos conjuntos de acciones sociales conducentes hacia el desarrollo del capitalismo
moderno en China, India y en el antiguo Israel fueron superados en fuerza por una serie de
patrones de acción que se les oponían.
Señala, por ejemplo, una variedad de obstáculos no religiosos al desarrollo económico
en China, tales como los lazos de linaje extremadamente fuertes y la ausencia de un derecho
formal y de una administración y una magistratura racionales (cfr. Weber, 1972Ib: p. 374
[1998f: pp. 367 y ss.]; cfr. también pp. 380 y ss., 389 y ss. [pp. 373 y ss., 382 y ss.]). En India,
dichos obstáculos fueron las restricciones, impuestas por el sistema de castas, a la migración, al
reclutamiento de mano de obra y al crédito (Weber, 1972II: pp. 54 y ss., 100-104, 111-116
[1998h: pp. 58 y ss., 108-112, 117-122]). Descubre también, sin embargo, una gran cantidad de
fuerzas materiales conducentes hacia el surgimiento del capitalismo moderno pero que sin
embargo no logran imponerse –como por ejemplo, en China, la libertad de comercio, el
crecimiento de la población, la movilidad ocupacional, el incremento de metales preciosos y la
presencia de economía monetaria (Weber, 1972Ib: pp. 289 y ss, 339-341, 389 y ss, 529 y ss.
[1998f: pp. 282 y ss., 332-334, 382 y ss., 519 y ss.]).
Weber estaba convencido de que el capitalismo podía ser adoptado por una serie de
civilizaciones orientales –desarrollándose por lo tanto también allí. De hecho, identificó incluso
las fuerzas que iban a permitir que esto ocurra (sobre Japón, cfr. Weber, 1972II: pp. 300 y ss.
[1998h: pp. 288 y ss.). Sin embargo, insistía en que la adopción implicaba procesos diferentes a
los que a él le preocupaban. Su interés estaba puesto en el origen, en una región específica, de
un nuevo ethos económico y de un nuevo tipo de economía. Para ello, el análisis weberiano
identifica grandes diferencias entre civilizaciones: o bien importantes regularidades de acción
40
Incluso tampoco las grandes figuras carismáticas, como los profetas, son vistos por Weber
aislados de sus contextos. Su influencia está “normalmente asociada también a cierta mínima cultura
intelectual” (cfr. Weber, 1976: p. 296 [1987: p. 390]).
41
Por eso, la lectura habitual que se hace de EERU -un estudio que utiliza procedimientos de
diseño experimental para aislar la centralidad de una ética económica particular en el desarrollo del
capitalismo moderno- no corresponde con la metodología que Weber utiliza en realidad en esos
volúmenes. Sobre su modo de establecer causalidades, basado en los contextos, cfr. Kalberg (1994b: pp.
98-102, 143-92).
social, con fuertes estratos portadores, tendían a alinearse y a “complementarse” entre sí, o, por
el contrario, a oponerse. En este último caso, se planteaban conflictos de diverso tipo entre
órdenes que se desarrollaban en forma relativamente independiente, así como también una cierta
predisposición social proclive al cambio social. Para Weber, este “modelo” distingue claramente
al camino de desarrollo seguido por Occidente (Weber, 1976: pp. 713 y s [1987: pp. 920 y ss.]).
Sin embargo, estos volúmenes no solamente proveen una explicación causal de por qué
el capitalismo moderno surgió primero en Occidente, Weber intenta también delimitar la
singularidad de cada civilización de las tratadas en EERU. Define al “racionalismo chino”, al
“racionalismo de la India” y al “racionalismo del antiguo Israel”. A partir de eso busca, primero,
comparar y contrastarlos con el “racionalismo occidental”, y, segundo, brindar explicaciones del
camino particular de desarrollo seguido por cada una de esas importantes civilizaciones. Por
esta vía, sus investigaciones permiten definir otros tantos aspectos de la singularidad de
Occidente: dio lugar a una ciencia sistemática, basada en el método experimental y desarrollada
por personal preparado y especializado; a los funcionarios del Estado y a los gerentes en las
empresas –ambos preparados y calificados- , les cupo una importancia social mucho más amplia
que la que tuvieron en otros lados; y surgió “el ‘Estado’ en el sentido de una institución política,
con una ‘constitución’ racional, un derecho racional y reglas racionales: ‘leyes’ y la
administración por medio de funcionarios especializados” (Weber, 1972Ie: pp. 3 y ss. [1998b:
p. 13]).
Por eso, a través de sus estudios para EERU, Weber alcanzó una comprensión y una
claridad esencial en relación a los “raíles” específicos por los que se desarrollaron varias
civilizaciones decisivas (cfr. Weber, 1972Ia: p. 252 [1998e: p. 247]). Para él, esos raíles
llevaron en Occidente, en el siglo XX, a la dominación de la racionalidad formal en los órdenes
del derecho, de la dominación y de la economía; y de la racionalidad teórica en el orden de la
ciencia (cfr. infra). Como insistió reiteradamente, de esto surgían importantes consecuencias
sobre el “tipo de persona” (Menschentyp) que podía vivir bajo el “racionalismo occidental
moderno”.
También estos volúmenes le permitieron a Weber contestar otras tres preguntas
acuciantes, todas ellas emanadas de su escepticismo en relación al “progreso” de la civilización
occidental. En primer lugar, dadas sus características distintivas, ¿cuál es la naturaleza del
cambio social que puede producirse en el moderno Occidente? En segundo, ¿cómo formulan un
sentido para sus vidas individuos en contextos sociales distintos –y de civilizaciones diferentes? Por último, ¿qué orientaciones pautadas de acción social –racional de acuerdo al fin, racional
de acuerdo a valores y tradicional- cobró especial sentido en cada una de las civilizaciones más
importantes, y cómo ocurrió esto? Como para Weber la compasión, la acción ética y la reflexión
íntima individual entraban ahora en peligro en Occidente, la respuesta a estos interrogantes
pasaba a ser especialmente urgente. ¿Continuarían los valores orientando la acción social? El
carácter apremiante de estas dudas le sirvió por sí mismo a Weber para permitirle la motivación
hercúlea necesaria para llevar a cabo las investigaciones de EERU.
Aunque innumerables académicos examinaron en profundidad en las últimas décadas
las intensas actividades políticas de Weber, su volátil personalidad, los orígenes intelectuales de
sus ideas y sus relaciones con sus colegas, leemos hoy a Weber debido al rigor de sus escritos
sociológicos. Sin embargo, EP, E&S y EERU y sus escritos metodológicos son complejos y
frecuentemente extremadamente difíciles de comprender. Cada intérprete de Weber pareciera
descubrir un “Weber” diferente (cfr. Kalberg, 1998, pp. 208-12).
Probablemente este problema sea inevitable en cierto grado, a la luz del inmenso
alcance y de la complejidad del proyecto de Weber. Intentó investigar civilizaciones enteras, a
través de procedimientos interpretativos, empíricos, multicausales y sin desatender al contexto,
para indicar los caminos de desarrollo singulares seguidos por cada una de ellas hasta el
presente, y para entender los modos en los que personas viviendo en diversas épocas y
circunstancias dieron sentido a sus vidas. Sin embargo, intentó también realizar otra tarea,
también desalentadora: quiso definir las herramientas heurísticas, los modos de análisis y los
procedimientos de investigación para una sociología histórico-comparativa y comprensiva. De
hecho, buscó brindar conceptos y estrategias que pudieran ser utilizadas tanto por sociólogos
comprensivos implicados en investigaciones intercivilizacionales como por otros abocados a la
investigación de temas más específicos.
Como es ya evidente, la sociología de Weber surgió en el marco de un contexto
histórico específico. Una aproximación al contexto social en el que vivió y escribió permitirá
comprender mejor sus propósitos, procedimientos y alcances.
Capítulo III
EL CONTEXTO SOCIAL
En la Alemania de Weber tenía lugar un proceso muy veloz de industrialización.
Además, en comparación con los Estados Unidos, Inglaterra y Holanda ésta había comenzado
muy tarde y estaba, por lo tanto, acompañada de una sensación de urgencia. Los alemanes
estaban convencidos, sin embargo, que si los potenciales del Estado eran utilizados cabalmente,
su nación adelantaría rápidamente a sus competidores.
Sin embargo, la “industrialización desde arriba” tendió a poner en movimiento una
cantidad de factores que recortaron el desarrollo de una cultura política democrática sobre suelo
alemán. Implicó, sobre todo, que las elites empresariales alemanas estuvieran más alineadas con
el Estado que en la mayoría de las otras naciones en procesos de industrialización. Así, no pudo
surgir una clase fuerte e independiente, capaz de oponerse al poder estatal, como fuerza que se
le contrapone y abre así una arena pública de participación y de libre intercambio de ideas. El
desarrollo económico tuvo lugar bajo la hegemonía de una casta de funcionarios estatales, a
diferencia de lo que había ocurrido en otros lados.
Otras tres características de la sociedad alemana caracterizan a este “modelo alemán”.
Aunque ya para mediados del siglo XIX era mayormente un país secularizado, perduraba el
legado de las ideas políticas de Lutero, ahora en la forma de convenciones y valores
comúnmente aceptados, más que en la de creencias religiosas explícitas. Tomaban la forma de
un profundo respeto por la autoridad en general y por el Estado en particular, incluso al grado
que, en muchas regiones, el Estado, sus leyes y sus funcionarios adquirían un “halo” de
confianza y legitimidad. Sumado a esto, el carácter particular del feudalismo en gran parte de la
actual Alemania –innumerable cantidad de pequeños principados y reinos- hacían tan directa e
inmediata la dominación autoritaria del señor feudal que nunca encontraron suelo fértil las
nociones de auto-gobierno, de derechos individuales y de gobierno representativo. Finalmente,
y como resultado de todas estas fuerzas, la clase obrera alemana no alcanzó fuerza política. A
diferencia de los franceses, los alemanes no pudieron introducir formas modernas de igualdad y
de democracia: las tropas prusianas aplastaron la revolución de 1848.
Todas estas características de su cultura política erigieron importantes obstáculos a las
monumentales tareas que Alemania tenía frente a sí a comienzo de siglo. Mientras que en
Estados Unidos existía una democracia estable antes del comienzo de la industrialización,
Alemania enfrentó la difícil tarea de cultivar y extender tradiciones democráticas regionales en
el medio del proceso de industrialización. En muchos aspectos, estas dos naciones estaban en
los extremos opuestos del espectro de la “modernización” (cfr. Kalberg, 1987).
Aunque el Canciller Bismarck había conformado, a partir de una variedad de pequeños
principados y reinos feudales, una nación unificada en 1871, nunca acompañó a su construcción
una “ideología modernizante” –una conjunción de democracia y derechos políticos-. Además, el
dominio de Bismarck excluía la posibilidad de que el parlamento juegue un rol sólido e
independiente, así como que lo juegue el conjunto de la población. Difícilmente podía surgir
una ciudadanía activa y participativa frente a una centralización aplastante del poder. La política
estaba bajo el dominio del Canciller, sus funcionarios y una anticuada clase de insignificantes
aristócratas agrarios –los Junkers-, motivada exclusivamente por sus estrechos intereses de
clase. Aunque exitoso en dar lugar tanto a un rápido proceso de industrialización como a la
confianza social basada por un lado en el respeto por el Estado y sus leyes, y por otro en
convenciones sociales jerárquicas, casi feudales, el modelo alemán enfrentó todo desarrollo en
la dirección de una cultura política democrática.
Nunca se desarrollaron en la sociedad ideales sobre la esfera pública que pudieran haber
sido alimentados. Hacia el cambio de siglo, importantes segmentos de la población o se habían
volcado a esfuerzos introspectivos (academia, educación, arte, música, filosofía)42 o se habían
retirado a la esfera privada. Otros condenaban inequívocamente lo moderno, la Gesellschaft
“impersonal y severa” y buscaban un retorno a la Gemeinschaft de la época pre-industrial, vista
como estable y compasiva. Surgieron así diferentes movimientos románticos orientados hacia el
pasado. Otros buscaban amparo cumpliendo con la vieja noción luterana de “vocación”: la
realización confiable y sumisa de las obligaciones laborales cotidianas brindaba dignidad y
autoestima. La industrialización tuvo lugar en forma veloz, anclada parcialmente en justamente
esa diligente ética del trabajo luterana, aunque desprovista de dinamismo interno y de
optimismo en relación al futuro. Pese a tradiciones de gobierno parlamentario y activismo
ciudadano en ciertas regiones, una esfera cívica severamente restricta evitó en Alemania el
desarrollo extendido del concepto de igualdad social y de democracia representativa.
No es de sorprender que el “pesimismo cultural” se extendiera en la década de 1890.
Desesperación, duda y una sensación de crisis se extendieron a lo largo de gran parte de la
42
No obstante, muchos de los que estaban comprometidos en esos esfuerzos veían sus
actividades como en última instancia “políticas” en un sentido amplio: aspiraban a preparar a los
alemanes para que se conviertan en ciudadanos (cfr. Jenkins, 1996).
sociedad alemana (cfr. Mosse, 1964; Ringer, 1969). Muchos se preguntaban reiteradamente qué
valores podían guiar a las personas en las sociedades industriales. ¿Cómo vivir en esta nueva
era? ¿Quién va a vivir en el mundo moderno? ¿Cómo pueden sobrevivir las acciones éticas y
compasivas? Dilthey se preguntaba “¿Dónde pueden encontrarse los instrumentos para superar
al caos espiritual que amenaza con engullirnos?” (cfr. Salomon, 1934, p. 164).
Éstas eran también las preguntas que se hacía Weber. Sin embargo, a diferencia de
muchos intelectuales de su época, rechazó retirarse de la actividad política y tampoco se
convirtió en un pesimista cultural resignado43. Actor incansable a lo largo de toda su vida en la
política alemana, Weber probó ser un crítico infatigable –desplegando sus implacables y
penetrantes municiones en innumerables discursos y artículos en la prensa, dirigidos por igual
contra casi todas las clases y agrupamientos más importantes. Condenó a Bismarck por aplastar
toda dirigencia independiente, a la monarquía alemana por evidente incompetencia y
diletantismo, a la burguesía por su débil conciencia de clase y su reticencia a luchar por el poder
político en contra de la burocracia estatal, a la aristocracia agraria por su militarismo,
autoritarismo, por sus intentos de negar los derechos de ciudadanía a la clase obrera y por su
incapacidad para poner los intereses de la nación por encima de sus propias preocupaciones
sobre sus ganancias materiales, y a los funcionarios civiles por su conformidad casi esclava, por
su adherencia obsesiva a las reglas y regulaciones, su docilidad y por su generalizada poca
propensión a hacerse responsable de sus decisiones. Weber parecía admirar solamente a los
trabajadores alemanes, aunque también los criticaba: mientras que apreciaba sus aptitudes y su
43
Muchos comentadores de su obra se han detenido en las frases famosas con las que Weber
concluye algunos de sus trabajos, o en las ideas que están en el núcleo de sus escritos políticos, pintando
luego a Weber como un sombrío y desesperado pesimista cultural. Estos intérpretes se han centrado en la
imagen weberiana más prominente sobre el futuro: la “jaula de hierro” y la “servidumbre”. De hecho, su
pesimismo es inequívoco en un famoso pasaje al final de “La política como vocación”: “Lo que está
frente a nosotros no es el florecer del verano, sino que sobre todo una noche polar de helada oscuridad y
dureza, más allá de cuáles sean los grupos que ahora puedan triunfar” (Weber, 1992a: p. 251 [1998a: p.
178]). Mientras que Weber no era por cierto un optimista que creía en el progreso sin fin de la
civilización, como sí lo eran muchos pensadores sociales norteamericanos e ingleses de su generación,
tampoco puede ser caracterizado como un amargo pesimista. Tampoco era alguien que anhelaba volver a
un pasado idealizado, como implicó para muchos su frecuentemente utilizada frase –“desmagificación
(Entzauberung) del mundo”-: sus análisis sociológicos lo convencieron de que ese camino estaba cerrado.
Si hubiera sido un verdadero pesimista cultural o un romántico, se hubiera refugiado en el fatalismo y la
pasividad, o incluso en uno de los tantos “cultos de la irracionalidad” alemanes. En lugar de esto,
desdeñaba esos cultos, se burlaba de los románticos por ilusorios y permaneció siendo un permanente y
combativo comentador y actor político.
sentido del deber, lamentaba su pasividad en general frente a las autoridades (especialmente en
comparación con sus contrapartes en Francia).
Importantes componentes de sus análisis políticos y sociales sobre la modernidad sólo
pueden ser entendidos como un intento complejo, incluso enrevesado, de abocarse a las
remarcadas debilidades internas de la cultura política alemana y de brindar mecanismos sobrios
y realistas para superarlas. Deseaba que se logren un alto nivel de vida y modos eficientes de
organizar el trabajo y de producir bienes, y el capitalismo –estaba convencido de esto- brindaba
la mejor oportunidad para lograr esos propósitos. Sin embargo eran para él evidentes los
muchos componentes deshumanizantes de este sistema económico. Debe analizarse ahora
brevemente el minucioso análisis sociológico que realiza Weber de su época, y las formas en las
que respondió a sus interrogantes con estrategias de acción.
El análisis weberiano
Weber sostiene que la racionalidad formal se presenta de forma casi omnipresente en las
burocracias de la sociedad industrial. En los órdenes más importantes de esta sociedad –el
derecho, la economía y el Estado- la toma de decisiones se da “sin acepción de personas” y por
referencia a conjuntos de reglas, leyes, estatutos y regulaciones aplicadas universalmente. El
favoritismo queda así excluido de las contrataciones, las promociones y las calificaciones de las
personas; la adherencia a dictados surgidos de procedimientos abstractos está por encima de
cualquier contemplación a distinciones derivadas de características personales o estamentales.
El derecho “lógico-formal” de esta época está implementado por juristas especialmente
formados, que aseguran que “solamente son observadas para el derecho material y procesal las
características unívocas y generales de los hechos” (Weber, 1976: pp. 376 y ss. [1987: p. 511]).
En el orden económico se impone la racionalidad formal, al punto que todos los cálculos
técnicamente posibles son llevados a cabo en el marco de las “leyes del mercado”. Aquellos que
pretenden una hipoteca son tratados por los especialistas bancarios sólo en referencia a criterios
impersonales: informes de créditos, ahorros, ingresos mensuales, etc. (cfr. 1976: pp. 205, 353,
361 [1987: pp. 280, 458, 468 y ss.]; 1972If: p. 544 [1998g: pp. 534 y ss.])44.
44
Weber está formulando aquí tipos ideales. Es perfectamente consciente que la eficiencia
asociada a las reglas puede, de diferentes modos, ser socavada por la “red tape” [“red tape”, literalmente
Weber ve también el dominio de otro tipo de racionalidad en la vida cotidiana de la
época industrial: la racionalidad práctica. Los intereses egoístas y las capacidades meramente
adaptativas del individuo cobran aquí especial relevancia, y las estrategias pragmáticas y
calculadoras –racional de acuerdo al fin- son empleadas típicamente para poder manejar los
obstáculos comunes de la vida diaria del modo más expeditivo. Como consecuencia de sus
actividades cotidianas, especialmente los estratos orientados por los negocios muestran una
fuerte tendencia a ordenar sus vidas de acuerdo a sus intereses, de modo práctico-racional (cfr.
Weber, 1972Ic: pp. 61 y ss. [1998c: pp. 66 y ss.]; 1972Ia: pp. 250 y ss., 256, 265 y ss. [1998e:
pp. 246, 251, 259 y ss.]).
Por último, para Weber las sociedades modernas están dominadas por la racionalidad
teórica. De hecho, la cosmovisión que le es propia –la ciencia- se basa justamente en este tipo
de racionalidad. En este caso lo que se plantea es una confrontación abstracta con la realidad, y
las herramientas para tratar y dominar la realidad son los experimentos rigurosos, los conceptos
precisos y la deducción e inducción lógica. Mientras que los teólogos y sacerdotes de otros
tiempos ajustaban y refinaban las inconsistencias de las doctrinas religiosas a través de procesos
de racionalización teórica, la misma búsqueda, sistemática y cognitiva, de explicaciones tiene
hoy lugar –aunque ahora solamente en referencia a la realidad empírica. La realidad es
aprehendida, en ambos casos, a través del pensamiento sistemático y de esquemas conceptuales.
Como la religión requiere estar un paso más allá de lo que puede ser observable –“un salto dado
por la fe”- pasa a ser definida como “irracional”, al mismo ritmo que la mirada científica del
mundo cobra una posición dominante (Weber, 1972If: pp. 563-566 [1998g: pp. 552-555];
1992b: pp. 107 y ss. [1998: pp. 226 y ss.]; cfr. también Kalberg 2001)45.
Weber señala que las racionalidades formal, práctica y teórica juegan invariablemente
roles centrales en las sociedades industriales, desplazando vehementemente constelaciones de
valores y tradiciones del pasado. Sin embargo, afirma, ninguna de éstas es capaz de dar lugar y
sostener conjuntos nuevos de valores que puedan considerarse nobles. El funcionario moderno
de las burocracias orienta su acción solamente en base al deber, la prudencia, la seguridad, la
conformidad con la autoridad, el orden, la confiabilidad y la puntualidad. Las leyes y
regulaciones deben ser implementadas de acuerdo a procedimientos de corrección formal y a los
antecedentes correspondientes, más que con referencia a aspectos más sustantivos: justicia,
libertad e igualdad. El cálculo de intereses y de ventajas domina la racionalidad práctica de la
“cinta roja”, es una expresión coloquial en inglés que fuera introducida por Charles Dickens para referirse
al excesivo papeleo en el caso de ciertos trámites (N.deT.)]
45
He trabajado los “tipos de racionalidad” con mayor detalle en otro texto (cfr. Kalberg, 1980).
vida cotidiana. Y el científico actual está comprometido en un emprendimiento en el que es
preeminente, como lugar de “la verdad”, la observación empírica, la descripción y la síntesis
abstracta. Como resultado del trabajo científico satisfactorio surgen, más que valores, el
conocimiento, el entendimiento, la claridad: “los métodos para pensar, y las herramientas y la
capacitación para hacerlo” (cfr. Weber, 1992b: pp. 102 y ss. [1998: p. 223]). ¿Qué orden de la
vida moderna conlleva y cultiva la compasión, la ética fraternal, la valoración de los vínculos, la
responsabilidad ética y la caridad? Weber intenta encontrarlo, pero sin éxito. Por el contrario,
liberados ahora de constricciones como las que planteaban las religiones de salvación más
importantes, las racionalidades formal, práctica y teórica se desarrollan más y más libremente, y
sin impedimentos.
Para Weber, las relaciones frías, impersonales y no comprometidas cobran cada vez más
preeminencia en este “cosmos”. Las relaciones sociales, que en algún momento estuvieron
firmemente ancladas y direccionadas por la “devoción a una causa” –la profesión-, que hundían
en última instancia sus raíces en configuraciones -coherentes y plenas de sentido- de valores,
están ahora en gran medida a la deriva, arrastradas hacia un lado u otro según intereses
coyunturales, cálculos estratégicos, procesos cognitivos, el poder, las orientaciones de las
autoridades y las interpretaciones de los estatutos y las leyes. Predomina la sucesión
ininterrumpida de actividades, y cada vez es menos posible una vida dirigida metódicamente
por un conjunto de valores. Mientras que la motivación a sumarse a una iglesia o secta del
protestantismo ascético podía ser en algún momento explicada por referencia a una creencia
sincera, los beneficios otrora secundarios de la pertenencia a ellas –contar con la confianza de
toda una comunidad y por lo tanto con sus negocios- acabó convirtiéndose frecuentemente en
determinante (1972Id: pp. 209 y ss. [1998d: pp. 205 y ss.]).
En esta época históricamente singular en la que “los bienes externos [adquirieron] un
poder creciente y, en última instancia, inevitable sobre la gente” (Weber, 1972Ic: 204 [1998c: p.
200]), los “intereses de la vida cotidiana” adquieren tal poder, sostiene Weber, que incluso les
permite normalmente manipular y sacar provecho de los valores. La clara disyuntiva entre
valores firmes y prosecución de ideales por un lado, y por otro, el flujo empírico de la vida, se
está debilitando. Sin esos criterios, la “aproximación pragmática a la vida” se impone cada vez
más, no solamente desplazando a los ideales éticos y a toda noción de responsabilidad, sino que
también al tipo de personalidad autónoma, íntegra, “dirigida desde su interior” en base a
creencias y a valores (Weber, 1973c: pp. 507 y ss. [1997c: pp. 238 y ss.]; 1972If [1998g]). El
resultado será un masivo conformismo y la desaparición de la autonomía individual. Weber
insiste en que los ideales, la acción ética y los valores nobles no deben convertirse en meros
legados muertos del pasado, ya que en última instancia los cálculos racionales de acuerdo a
fines ni brindarán dignidad a las personas en tanto que individuos singulares, ni prevendrán el
dominio de la fuerza. ¿Quién va a vivir en el interior de esta “carcasa dura como el acero” de
“mecanizada petrificación”?46. ¿Vivirán en este nuevo cosmos sólo “especialistas sin espíritu” y
“hedonistas sin corazón” (Weber, 1972Ic: p. 204 [1998c: p. 200])? Como se pregunta Albert
Solomon en su clásica interpretación de Weber: “Puede el hombre -... concebido como el
producto de las pasiones y tensiones de una noble alma humana- encontrar aún un lugar para sí
en el mundo moderno” (Solomon, 1934: p. 153)?
¿De qué formas brindó la sociología de Weber una respuesta a esta “crisis de la
civilización occidental”? ¿Qué estrategias de acción siguen estando disponibles para enfrontar a
estos peligros e interrogantes fundamentales?
La respuesta de Weber
Weber deseaba que un conjunto de valores e ideales tengan un lugar en la sociedad
desde el que puedan orientar efectivamente la acción, dando así dignidad a los individuos. En
tanto que defensor consciente de las tradiciones occidentales, esos valores eran para él la
autonomía individual, la responsabilidad, la coherencia personal, la acción ética, la fraternidad,
la compasión, la caridad y el sentido del honor. Sin embargo, sus vastos estudios comparativos
lo habían convencido de que los valores se extinguen siempre que les sea negado sus medios de
sustentación: fuertes portadores sociales y una fuerte competencia con otros valores. En la
medida en que personas defienden sus valores escogidos contra otros, esos valores devienen
viables y fuertes. Pueden entonces guiar crecientemente la acción y, a partir de esto, permitir
que las personas articulen, basándose en ellos, una sensación de dignidad y de honor. También
pueden proveer una base firme para la toma de iniciativas y para el liderazgo. Sin embargo, sólo
sociedades muy particulares alimentan valores al punto de que éstos se conviertan en
vinculantes para las personas, incluso, por momentos, pese a intereses materiales que se les
oponen: es decir, sociedades dinámicas y abiertas en las que una pluralidad de valores luchan
entre sí. En esas sociedades, las personas se hacen “responsables” en referencia a un conjunto de
valores y pueden así devenir en seres éticos.
46
La centralidad del individualismo (más allá de las diferencias con las que éste puede ser
entendido) en tres escuelas de pensamiento –el iluminismo francés, el romanticismo alemán y el
protestantismo ascético- se hace evidente nuevamente en el análisis de Weber.
Weber temía que los espacios de enfrentamiento indispensables para el surgimiento de
valores que compitan entre sí y para que pueda existir un reino de libertad, estaban perdiendo
sus fronteras distintivas y colapsando debido a la fuerte burocratización de las sociedades
industriales y al ascenso de los tipos de racionalidad formal, práctico y teórico. A medida que
esto ocurre, las sociedades se hacen más cerradas y el tipo de líder capaz de defender valores se
extingue del escenario social. La osificación social, conducida por la dominación gerencial
basada en la eficiencia técnica, parecía ser el destino de las sociedades industriales, de forma
similar al estancamiento extremo que ya hacía tiempo había afectado a Egipto y a China. De
hecho, Weber veía una siniestra “pasión por la burocratización” que sólo podía llevar al
“parcelamiento del alma” (Weber, 1988b: p. 414 [No conocemos traducción al español de este
texto (N.deT.)]) y a una pasividad del conjunto de la sociedad, en la que las personas serían
“gobernadas [...] como un rebaño de ovejas” (Weber, 1996: p. 99 [1982a: p. 397]). ¿Sería “de
algún modo todavía posible salvaguardar algún resquicio de libertad ‘individual’ de
movimiento, en algún sentido cualquiera fuera” (Weber, 1988c: p. 222, énfasis original [1982:
p. 88])? Proclamaba que “nosotros, los ‘individualistas’ y partidarios de las instituciones
‘democráticas’, estamos ‘contra la corriente’ de las constelaciones materiales” (Weber, 1996: p.
100 [1982a: p. 397]), y “en todos lados está lista la jaula [Gehäuse, en alemán. Mantenemos el
término de la traducción no literal de Parsons para stahlhartes Gehäuse (N.deT.)] para la nueva
servidumbre” (1996: p. 99, énfasis original [1982a: p. 396]; cfr. también 1996: pp. 99 y ss.
[1982a: p. 397], 1988c: p. 221 [1982: p. 87]). Sólo puede brindarse aquí un esbozo de las
elaboradas y complejas estrategias que Weber propuso al respecto47.
Parlamentos fuertes
Weber sostenía vehementemente que las sociedades modernas necesitaban instituciones
capaces de cultivar en forma regular las cualidades de los líderes. Esto, señalaba, podía
realizarse en los parlamentos, ya que ahí la agresiva confrontación de posiciones políticas y la
dura competencia entre los partidos políticos son aceptadas como el curso natural de su
funcionamiento. En el proceso de debate y de conflictos sobre valores e intereses, y sin embargo
también de negociaciones y de compromisos, surgirían líderes con las “tres cualidades
47
Me estoy centrando aquí en el pensamiento sociológico de Weber, más que, como se hace
frecuentemente, en su actividad política. En este sentido, Weber era un militante defensor de los derechos
individuales (cfr. Coser, 1971, pp. 242-3, 254-6; Beetham, 1974).
preeminentes” de los políticos: pasión, responsabilidad y mesura (Weber, 1992a: p. 227 [1998a:
p. 154]). Probablemente puedan incluso surgir líderes con “características carismáticas propias”
(1992a: pp. 223 y ss. [1998a: p. 151]), o acaso líderes con el sentido de la imparcialidad que
habilita a abrir juicios. Por eso, esta institución cultiva un liderazgo caracterizado por una “ética
de la responsabilidad” y una “entrega apasionada a una ‘causa’” (1992a: pp. 226 y ss. [1998a: p.
154), y prepara líderes para asumir una tarea indispensable: sobre la base de sus valores y
políticas, se les da el poder que les permite oponerse a la racionalidad formal de los
funcionarios, gerentes y tecnócratas. Al actuar así, contribuyen a la expansión de un “espacio
social de libertad” en el que los ciudadanos pueden debatir, tomar decisiones responsables,
poner en práctica sus derechos políticos y defender sus valores. Sin embargo, para que los
parlamentos puedan servir como lugares de formación de líderes, esta institución debe
enfrentarse duramente a las otras ramas del gobierno. Parlamentos débiles, dominados por un
lado por los funcionarios civiles del Estado y por el otro por políticos autoritarios, tales como
Bismarck, no pueden atraer a las personas capaces de convertirse en líderes.
El apoyo a la democracia
Weber creía que las democracias parlamentarias, mucho más que otras formas de
gobierno, son capaces de dar lugar al dinamismo social indispensable para la creación de una
esfera pública en la que las decisiones puedan ser tomadas en base a valores. Más aún, al igual
que los parlamentos, las democracias sólidas permitirían el desarrollo de líderes fuertes.
También los ideales democráticos asistirían a ese objetivo: libertad de palabra, derechos
individuales, el dominio de la ley y el derecho a reunirse. “Es en realidad un burdo autoengaño”, sostenía Weber, “creer que sin esos logros de la época de los ‘Derechos del Hombre’
podríamos hoy, incluso los más conservadores, seguir viviendo” (1988c: pp. 222 y ss. [1998a:
p. 88]). Estaba convencido que es en democracia donde la lucha por el poder y por los
monopolios de dominación tiene lugar más efectivamente48.
48
Varios comentadores han sostenido que el compromiso de Weber con la democracia no era de
principios sino que se originaba en su mirada sobre el gran peligro de osificación social que enfrentan las
sociedades industriales modernas. Es evidente que Weber, al desconfiar de las capacidades democráticas
de los alemanes, no era ajeno a la tendencia en la Alemania de aquél momento (cfr. Jenkins, 1996). Creía
que iba a ser necesario un largo período de tutelaje en las prácticas de la democracia.
El apoyo al capitalismo
La actitud de Weber hacia el capitalismo se caracteriza por la ambivalencia. Por un lado
lamenta reiteradamente los modos en los que las “leyes del libre mercado” introducen la lucha
despiadada, la racionalidad formal y relaciones meramente funcionales, las que no pueden ser
realmente influenciadas por una ética fraternal o por ideales de compasión y caridad (cfr.
Weber, 1972If: pp. 544 y ss. [1998g: pp. 534 y ss.], 1976: pp. 353, 382-385 [1987: pp. 458,
493-497]). La introducción de asuntos humanitarios en las relaciones económicas que tienen
lugar en mercados competitivos lleva casi siempre a ineficiencias económicas y a la ruina –“y
esto no tiene sentido desde ningún punto de vista” (Weber, 1976: p. 709 [1987: p. 916]). Por
otro lado, la libre competencia y la empresa privada, consustanciales al capitalismo, permiten
que surjan empresarios dinámicos y capaces de tomar vigorosamente riesgos: estos actores
heroicos, junto con la casi completa falta de reglas y la impredecibilidad de las fuerzas del
mercado, dinamizan a la sociedad (Weber, 1988c: p. 222 [1982: p. 86 y ss.]). El socialismo, no
sólo que no lo logra, sino que implica por el contrario un gran escalón más en dirección a una
sociedad cerrada y estancada. Para manejar la economía, éste da lugar a otra “casta” más, la de
los funcionarios y administradores.
La necesaria restricción de la ciencia
Weber creía que si se le atribuye el poder de prescribir valores, la ciencia amenaza a la
autonomía individual y, en última instancia, a la acción ética. Cuando se le da el atributo de
poder sancionar un comportamiento como “correcto”, a través de una “casta de expertos” que
actúa en su nombre, se está sacando a la toma de decisiones del dominio al que realmente
pertenece: la conciencia, los valores y los “dioses y demonios” de cada individuo. La ciencia no
puede –y no debe- decirnos como tendríamos que vivir (Weber, 1973a: p. 155 [1997a: p. 46]).
Weber señala que las nociones de responsabilidad ética, honor, dignidad y devoción a una causa
pueden desarrollarse sólo cuando las personas son claramente concientes de sus propios valores
–y esto ocurre solamente cuando los individuos son confrontados reiteradamente con la
necesidad de tomar decisiones por sí mismos. Más aún, cuando la ciencia- entendida como
prescripción de normas – deviene en institución, la toma de decisiones a cargo de sus
“especialistas” amenaza la dinámica social y a la capacidad de la sociedad de resolver
conflictos.
De ahí que el dominio de la ciencia debe estar circunscrito por límites claros. Sus tareas
deben permanecer acotadas a “métodos de pensar, a las herramientas y a la formación para
ello”, y a la claridad para evaluar los distintos medios para alcanzar un fin dado (incluyendo un
ideal ético) y las consecuencias imprevistas de la acción en relación a ideales particulares (cfr.
Weber, 1992b: pp. 102 y ss. [1998: pp. 222 y ss.]). Satisfaciendo estas tareas, por más acotadas
que sean, la ciencia puede ayudar a la claridad y a fortalecer el sentido de la responsabilidad con
referencia a un conjunto de valores:
Cuando se toma tal o cual posición, se deben utilizar, según la
experiencia científica, estos o aquellos medios para llevarla a la práctica. [...]
¿‘Santifica’ el fin a los medios, o no? [...] Al decidirse por una posición
determinada, sirven, hablando figurativamente, a este Dios a la vez que
rebajan a Otro. [...] Podemos así, si entendemos nuestra materia [...], obligar
al individuo, o al menos ayudarlo, a dar cuenta por sí mismo del sentido
último de sus propias acciones. [...] Estoy aquí tentado a decir que cuando un
profesor logra esto, está al servicio de un poder ‘ético’: el deber de lograr la
claridad y el sentido de la responsabilidad. (Weber, 1992b: pp. 103 y ss.,
énfasis original [1998: pp. 223 y ss.])
Por consiguiente, Weber insistía en que los profesores en las aulas universitarias no
debían emitir ni juicios de valor, ni visiones personales, ni opiniones políticas. “Siempre que
pretendan permanecer como profesores y no convertirse en demagogos” (1992b: p. 103 [1998:
pp. 223 y ss.]), deben abstenerse de plantear las conclusiones de sus investigaciones como “la
verdad”49. Si lo hacen, debido a su prestigio frente a los estudiantes, se presenta un importante
peligro: que los influencien excesivamente y restrinjan de ese modo su poder autónomo de toma
de decisiones. Los estudiantes, a su vez, no deben esperar que sus profesores los lideren y
49
Prosigue Weber: “Si, en esta situación, tiene sentido que alguien tome a la ciencia como su
‘profesión’ u oficio, o si ella misma tiene un ‘oficio’ objetivamente valioso, es algo que, nuevamente,
implica un juicio valorativo y sobre lo cual nada hay para decir en un aula” (Weber, 1992b: p. 105 [1998:
p. 225]).
aconsejen, porque la ciencia, a diferencia de la política, excluye la lucha entre valores –que es la
actividad sobre cuya base surgen los líderes.
El apoyo a un Estado nacional fuerte
Es muy conocida la propuesta de Weber sobre la necesidad de un Estado fuerte.
Algunos intérpretes lo ven incluso como un obstinado nacionalista que favorecía el poder del
Estado alemán como fin en sí mismo.
Esta interpretación pone en evidencia una pobre comprensión de la sociología de
Weber, de su apreciación de los dilemas que subyacen a las sociedades industriales, y de sus
propios ideales y valores últimos50. Como se señaló, Weber percibía que los valores
occidentales estaban amenazados por un espectro de estancamiento y petrificación social.
Estaba convencido, sin embargo, de que ni los estados más pequeños de Europa, ni Inglaterra o
los Estados Unidos, eran capaces de defenderlos. Pera él, un materialismo craso y un
comercialismo explotador habían socavado los valores occidentales en esas naciones, en
particular la noción de individuo autónomo. Esas naciones, sostenía, habían quedado
incapacitadas de movilizarse internamente para resistir con efectividad a las fuerzas
amenazantes. Sumado a esto, Weber veía que Occidente estaba siendo atacado desde el este:
dados el autoritarismo ruso, y la dominación de los funcionarios públicos y el subdesarrollo
económico de ese país, no habían podido desarrollarse ni los valores de la Ilustración –razón y
racionalidad-, ni los de los “Derechos del Hombre” de las revoluciones francesa y americana.
En esta situación de crisis, Weber y la gran mayoría de sus colegas percibían al Estado
alemán como un bastión contra la pérdida de los nobles valores de la tradición occidental. Un
Estado fuerte estaría mejor equipado para resistir en defensa de acciones en nombre de esos
valores: autonomía individual, responsabilidad, coherencia, acción ética, fraternidad,
compasión, caridad y sentido del honor. Por otro lado, en su opinión, de actuar solamente en
nombre del nacionalismo alemán, ese Estado no podría desempeñar su “responsabilidad
histórica”. Alemania debía, más bien, asumir una tarea mucho más monumental: defender los
valores occidentales para todos los países occidentales. Para Weber, el avance de la racionalidad
50
El extremo carácter cosmopolita de su propia familia (cfr. Roth, 1997) habla también en contra
de la interpretación que ve en Weber un virulento nacionalista.
formal, práctica y teórica, así como la cautela, el conformismo y la aspiración a la seguridad
propias del funcionariado, avanzaba en todos los países en proceso de industrialización, incluso
en los Estados Unidos51.
Weber esperaba que la suma de parlamentos fuertes, una democracia dinámica, un
capitalismo vigoroso, una ciencia moderna que carezca de legitimidad para definir cuáles
valores son “correctos” para las personas, y un Estado alemán fuerte prevendrían el avance por
un lado de la burocratización, y por otro de los tipos de racionalidad formal, práctico y teórico.
En la medida que esto ocurriera, una serie de fuerzas cristalizaría para oponerse a la
petrificación social y para construir una arena cívica dinámica de la cual tan lamentablemente
carecía Alemania. Si esto pudiera darse, se habría dado la precondición fundamental para el
desarrollo de valores: una apertura social que permita –y que incluso fomente- conflictos
permanentes entre valores (Wertkämpfe).
Weber estaba convencido que siempre que existan valores de carácter noble que
adquieran una autoridad tal que les permita orientar las acciones, todos los aspectos de
Occidente que él apreciaba iban a ser defendidos. El aleatorio ajetreo de los intereses de la vida
cotidiana y de las preocupaciones mundanas, y la mera “excitación estéril” (Weber, 1992a: pp.
227 y ss. [1998a: p. 145]) a la que éste daba lugar, se verían así contrabalanceadas. La vida
podría comenzar a ser dirigida en nombre de ideales éticos y volvería a renacer la pasión por las
“causas”: “Ya que nada tiene algún valor para una persona en tanto que tal, si no lo puede hacer
con pasión” (Weber, 1992b: p. 81, énfasis original [1998: p. 193]). Y los individuos podrían
pasar a actuar según una “ética de la responsabilidad” y a tener que rendir cuentas por sus
propias acciones. Finalmente, y esto tiene crucial importancia para Weber, el propio ideal ético
es una fuerza que empuja en dirección a la construcción comunitaria: la “’validez universal’ de
la norma ética funda la comunidad en la medida en que [...] el individuo que rechaza éticamente
una acción pero a la que sin embargo ve como humana, se somete a esa norma, consciente de su
debilidad como criatura” (Weber, 1972If: p. 555 [1998e: p. 545]).
Sin embargo Weber mantiene también su pesimismo sobre el futuro, y se abstiene de
predecir sus contornos:
51
Aunque en este caso, debido a una serie de fuerzas operantes, a un ritmo más lento que en las
sociedades europeas (Weber, 1992a: pp. 210-225 [1998a: pp. 132-152]).
Nadie sabe aún quien vivirá en el futuro en aquella jaula y si luego
de este enorme desarrollo habrá profetas completamente nuevos o un
poderoso renacimiento de antiguos ideales y pensamientos, o, en cambio, si
ninguno de ambos ocurre, una petrificación mecanizada, orlada con una
suerte de petulancia agarrotada” (Weber, 1972Ic: p. 204, énfasis original
[1998c: p. 200])52.
Son precisamente estos vastos interrogantes los que dieron la dimensión a sus
investigaciones académicas. Sólo las investigaciones comparativas podían asistir a Weber en
definir claramente los modos en los que eran singulares las economías, el derecho, las formas de
dominación y las religiones de Occidente, en evaluar las posibilidades de cambio social, y en
entender mejor las constelaciones sociales que coadyuvan a que la acción con sentido esté
anclada en valores y en ideales éticos.
52
En sus escritos sociológicos, Weber casi siempre acompaña sus afirmaciones sobre el futuro
con el uso de términos tales como “podría”, “posiblemente” y “potencialidad”.