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Capítulo I EL CONTEXTO INTELECTUAL La vida de Max Weber Max Weber nació en Erfurt, Alemania, en una distinguida familia cosmopolita de empresarios, académicos, políticos, y mujeres de particular fortaleza. La mayor parte de su infancia y juventud la pasó en Berlín, donde concurrió a una excelente escuela que requería de un agotador régimen de estudio. Tempranamente reconocido como un estudiante excepcional, desarrolló una precoz pasión por el aprendizaje y una particular inclinación por la filosofía, la literatura y por la historia antigua y medieval. Sus cartas de adolescente discurren sobre, entre otros, Goethe, Kant, Hegel, Spinoza y Schopenhauer. También muestran su preocupación, como hijo mayor, por su madre, sobrecargada de tareas domésticas y con fuertes inclinaciones religiosas. Aunque estaba fuertemente influenciado por la obsesión paterna por el trabajo -su padre era una figura central en el gobierno municipal de Berlín y en el gobierno estatal de Prusia-, Weber deploraba su estilo patriarcal y el tratamiento poco cuidadoso hacia su mujer. Weber estudió historia económica, leyes y filosofía en las universidades de Heidelberg, Berlín y Göttingen. Sus cartas dan muestra de una aguda conciencia de las diferentes calidades de las clases y seminarios que cursaba, así como de su imposibilidad de recortar sus hábitos más bien irresponsables en cuanto a gastos de dinero. En Berlín se convirtió en el protegido de Goldschmidt, experto en historia del derecho y de Mommsen, historiador del Imperio Romano. En 1893 fue convocado para una cátedra de derecho comercial en la Universidad Humboldt de Berlín, siendo inusitadamente joven, y en 1894 aceptó una cátedra de economía y finanzas en Friburgo. A la edad de 33, recién casado con una prima distante, Marianne Schnitger, Weber echó de su casa a su padre, después de que éste maltratara a su madre. La muerte del padre, ocurrida poco después, sirvió como catalizador de una enfermedad mental que le imposibilitó trabajar por un lapso de más de cinco años. Durante gran parte de este tiempo Weber analizó pasivamente el destino de las personas que habitaban el nuevo mundo secularizado, urbano y capitalista. Un viaje a los Estados Unidos en 1904 lo ayudó en su recuperación. Viajando a través de varios estados del este, del sur y del medio-oeste, pudo apreciar el dinamismo de Norteamérica, su energía y su singularidad, a la vez que la confianza en sí mismos y el recelo a las autoridades, muy extendidos entre sus habitantes. Completó su obra más famosa, La ética protestante y el espíritu del capitalismo (EP), poco después de retornar a Alemania. Aunque sería incapaz de volver a dar clases hasta 1918, Weber comenzó nuevamente a publicar sobre una amplia gama de temáticas. Su interés en el “protestantismo ascético” de las iglesias cuákera, metodista, presbiteriana, calvinista, baptista y congregacionalista de Norteamérica, provenía en parte de la religiosidad de su madre, Helene, y de la hermana de ésta, Ida Baumgarten. Como activistas sociales cristianas, y admiradoras del unitarismo norteamericano de mediados de siglo, las piadosas hermanas transmitieron al joven Weber una elevada sensibilidad por las cuestiones morales, un criterio sobre las formas de llevar una vida digna y con sentido, basada en standards éticos, y un respeto por el valor y la singularidad de cada persona. Marianne reafirmó esos valores, aún cuando se opusieran a las enseñanzas del padre de Max: la necesidad de evitar todo “idealismo ingenuo”, de enfrentar los diversos caminos que plantea la vida en forma pragmática, incluso sin consideraciones morales, y de evitar el sacrificio personal. Oponiéndose a estas enseñanzas paternas, Weber libró a lo largo de su vida apasionadas batallas defendiendo posiciones éticas, y se enfrentó implacablemente con aquellos que carecían de un sentido estricto de la justicia y de la responsabilidad social. Como relata un estudiante suyo, Paul Honigsheim, Weber parecía poseído cuando se discutían cosas que amenazaran la autonomía del individuo (cfr. Honigsheim, 1968, pp. 6, 43) –hayan sido madres que buscaban la custodia de sus hijos, estudiantes mujeres en las universidades alemanas, o bohemios y rebeldes políticos que vivían en los márgenes de la sociedad. No resulta llamativo, entonces, que sus preocupaciones por el destino de la nación alemana y por el futuro de la civilización occidental, lo condujeran continuamente a la arena de la política. Opuesto enfáticamente a la definición de ésta como Realpolitik, como “realismo moderado” o como negociación, instó vehementemente a que los políticos actúen con referencia a un código moral inexorable: una “ética de la responsabilidad” (Verantwortungsethik)1. El largo camino hacia una sociología empírica del sentido subjetivo 1 Son varios los estudios que se abocan a la vida de Weber. Cfr. Gerth and Mills (1946, pp. 3- 44), Loewenstein (1966, pp. 91-104), Honigsheim (1968), Coser (1971, pp. 234-243), Marianne Weber (1975), Kaesler (1988, pp. 1-23) y Roth (1997). Mucho antes que Weber formulara su concepción sociológica, muchos pensadores occidentales de los siglos XVII y XVIII habían intentado descubrir, a través de la investigación sistemática de los mundos natural y social, pruebas de la existencia de un Ser todopoderoso y sobrenatural. Si las patas de aún el más pequeño de los insectos se mueven en forma coordinada, decían, este extraordinario logro alcanza en sí para indicar la inteligencia de un Ser superior que lo creó (Weber, 1992b: p. 90 y ss. [1998: p. 206]). Se creía que la “mano de Dios” debía estar presente, al igual que en las “leyes naturales” del mundo social. Una vez probada, la existencia de Dios implicaba la necesidad de que “Sus hijos” sigan Sus Mandamientos. Por lo tanto, la investigación de los mundos natural y social acudía a sostener la promesa del renacimiento de un cristianismo dispuesto a imponerse. El “orden divino” haría su aparición en la tierra y el triunfo de la compasión cristiana y del amor universal barrería entonces con el peligro de la “guerra de todos contra todos” hobbesiana. Aunque el siglo XIX acabó con estas esperanzadas y optimistas investigaciones, los pensadores sociales en Occidente sólo a desgano dejaron de lado una idea prominente de todas las religiones de salvación: que toda la historia y las actividades humanas poseen un sentido último y una dirección. Incluso cuando decaían las explicaciones abiertamente teológicas sobre el propósito de la vida y de la historia, persistía la noción de que la vida humana tenía un componente más importante que la simple actividad mundana. Sean los utilitaristas en Inglaterra al comienzo del siglo o los darwinistas sociales spencerianos al final, sean los hegelianos o los marxistas en Alemania, sean los seguidores de Saint-Simon o de Comte en Francia: todas estas escuelas, aunque diferentes en todo lo demás, articulaban la idea de que la historia se movía según leyes y en una dirección evolutiva. Tenía, por lo tanto, un sentido propio. En sus amplios estudios históricos, el distinguido historiador de mediados de siglo Ranke había descubierto el accionar de los valores del humanismo cristiano a través de las épocas, y el filósofo idealista Hegel había planteado la historia de Occidente como una realización progresiva de la idea de libertad. Aún los intelectuales alemanes completamente secularizados de finales de siglo –el filósofo Heinrich Rickert, por ejemplo- sostenían que la historia ofrecía evidencias de la firme jerarquía de los valores verdaderos, capaces, de hecho, de guiar nuestras vidas hasta la actualidad. El historiador económico Gustav Schmoller, a su vez, buscaba descubrir, a través de la investigación histórica, la justificación moral subyacente al desarrollo del capitalismo moderno. La historia siguió teniendo una teleología y un “sentido objetivo” para todos estos pensadores. El actuar de acuerdo a un sistema unificado de valores aseguraría el progreso, así como, en última instancia, el orden justo de la sociedad. A lo largo del siglo XIX, y pese a haber puesto Marx “patas para arriba” al pensamiento etéreo hegeliano, prevaleció un desgano resistente a abandonar la noción de una fuerza conductora trascendental, aún cuando ya haya tomado una forma sublimada e impersonal, más que comprendida como la Voluntad directa de un Dios monoteísta. Aún el “socialismo científico” de Marx formuló “leyes dialécticas de la historia”; el presente, sostenía, debe ser comprendido como una entre varias etapas históricas, todas ellas conduciendo a través de un camino predestinado hacia sociedades más avanzadas. La mirada optimista del cristianismo protestante sobre la capacidad del hombre para dominar su naturaleza humana pecaminosa y para mejorar la existencia en la tierra, constituyó el antecedente cultural que facilitó el florecimiento de las ideas seculares de Progreso, Razón y Libertad, así como de todos los ideales de justicia natural y de todas las escalas de valores. Los trabajos de Max Weber son directamente antagónicos a esas ideas de los siglos XVII, XVIII y XIX. Con su sociología, se cristalizó un nuevo posicionamiento para la especie humana, firmemente opuesto a la noción de que la historia tenga un sentido independiente: ahora las personas existían como los inequívocos realizadores de sus destinos, centro y causa de sus actividades. En el comienzo del siglo XX, Weber insistió en que el sentido podía surgir solamente de las luchas de esas personas por dar forma a “vidas plenas de sentido”, y de las elecciones que tomaran al respecto: “... toda acción singular importante, y la vida de conjunto, si es que no se lo toma como un hecho natural sino que es conducida conscientemente, significa una cadena de decisiones definitivas, a través de las cuales el alma [...] elige su propio destino ...” (Weber, 1973c: 507 y ss, énfasis original [1997c: p. 238]; cfr. también 1992b: 100, 103 y ss. [1998: p. 217 y ss.]). Diferentes corrientes de pensamiento que ponían al individuo en primer lugar llegaban aquí a una síntesis: el individuo de la Ilustración, dotado de razón y racionalidad; el individuo creativo e introspectivo de los románticos alemanes (Goethe y Schiller fundamentalmente) y el individuo orientado a la actividad del protestantismo ascético2. El mismo antagonismo a la noción de que el flujo de la historia contenía un sentido trascendental da cuenta también de la oposición por principio de Weber a fundar al conocimiento y a la actividad más allá de lo empírico. Con la importante excepción de Nietzsche, vio más agudamente que sus contemporáneos que una vez realizado el determinante vuelco del teocentrismo y cuasi-teocentrismo al antropocentrismo, un conjunto sistemático de ideas religiosas, el “curso de la historia” o la Idea de progreso no podían ya ofrecer el fundamento último de las ciencias sociales. Las investigaciones sobre las personas, en tanto que individuos que buscan otorgar sentido a sus acciones, debía entonces anclarse firmemente en la 2 El hecho de que a estas importantes corrientes de pensamiento sea, por otro lado, tan difícil darle una unidad, sentó las bases para las tensiones que cruzan toda la sociología weberiana, como se mostrará más adelante. realidad: “El tipo de ciencia social que queremos impulsar es una ciencia de la realidad (Wirklichkeitswissenschaft)” (Weber, 1973a, p. 170, énfasis original [1997a, p. 61]). Si bien el carácter secular e industrial de la Alemania del cambio de siglo influenció directamente la formación de este principio central de la sociología de Weber, como él mismo reconocía, no debe concluirse que sus trabajos sean aptos sólo para investigar aquellas pocas épocas y civilizaciones en las que el individualismo se impuso y se desvanecieron las constelaciones unificadas de valores. Por el contrario, su investigación se caracteriza por su alcance radicalmente comparativo e histórico. Sabía bien que el sentido subjetivo podía ser creado de una vasta variedad de formas; de hecho su investigación reveló que por milenios el faro primordial y la guía conductora de las personas se habían originado en diversas orientaciones hacia el reino sobrenatural (cfr. Weber, 1992b: p. 101 [1998: p. 207]). Aún cuando el sentido subjetivo está en el centro de la sociología de Weber, y por lo tanto el individualismo dominante en las “ideas de valor” (Wertideen)de su propia época se manifiesta en sus axiomas fundamentales, la metodología de Weber deja enfáticamente abierto –para ser estudiado empíricamente- el grado en el que la formación de sentido subjetivo está influenciado por el mundo terrenal o por el reino sobrenatural. Este desplazamiento monumental hacia una sociología radicalmente empírica, fundada en el sentido subjetivo, debe entenderse como fundacional del conjunto de la sociología de Weber. El reconocimiento de este vuelco permite hacer más fácilmente comprensible sus características centrales. El rechazo a la búsqueda de valores verdaderos, de leyes generales y de hechos objetivos El rechazo de Weber a los valores anclados en religiones y en ideas cuasi-supranaturales como base de su sociología, y su focalización en la realidad empírica y en el sentido subjetivo, lo llevaron a oponerse inequívocamente a los muchos intentos de fines del siglo XIX por definir el objetivo de la ciencia como la creación de nuevas constelaciones de valores acordes a la sociedad industrial. Sus distinguidos colegas Rickert, Dilthey, Schmoller, Roscher y Knies, coincidían en que las investigaciones de la vida social deben ser llevadas a cabo para corroborar ideales y normas – incluso, de hecho, en nombre de la ciencia. Temían que las sociedades seculares, capitalistas e industriales, carecieran de valores, y ese horrible vacío debía ser llenado con valores descubiertos por la ciencia. Si no, su pesadilla se haría pronto realidad: las personas se convertirían en meros “átomos” sin rumbo, carentes de reflexión, de compromiso profundo hacia otros y también del sentido de una comunidad verdadera (Gemeinschaft). Con el ocaso de la religión, debía encontrarse urgentemente una nueva fuente de valores. La ciencia ofrecía nuevas esperanzas. La idea de que la ciencia debía ser vista como la fuente legítima de valores personales resultaba, en cambio, inaceptable para Weber. Veía en esas propuestas una intrusión clandestina de legados cuasi-religiosos, pero ahora en un dominio que, apropiadamente definido, implicaba exclusivamente investigaciones empíricas. Más aún, negaba la posibilidad de que la ciencia pudiera servir como fuente de valores basándose en que no podía existir una “ciencia objetiva”. La propia esperanza en una ciencia de esas características le resultaba un engaño, que en última instancia hundía sus raíces en un mundo ya superado de valores unificados. Ahora está claro, sostenía Weber, que cada época –probablemente incluso cada generación o cada décadaproduce sus propios “valores-ideas culturalmente significativos”. Invariablemente, insistía, nuestras observaciones de la realidad empírica se realizan con referencia a ellos. La base empírica sobre la que se basa la ciencia “cambia” continuamente (cfr. Weber, 1973a, pp. 170178 [1997a: p: 61-68]). Esta inevitable “referencia a valores” (Wertbeziehung) de nuestras observaciones, hace que ciertos eventos y acontecimientos sean visibles para nosotros, a la vez que ocluye otros. Sólo algunas “realidades” cobran relieve ante los valores culturalmente significativos de una etapa específica: los de la actualidad, por ejemplo, se corporizan en términos como igualdad para todos, libertad, derechos individuales, igualdad de oportunidades, globalización, etc., y dicotomías tales como capitalismo / socialismo y Primer Mundo / Tercer Mundo. La perspectiva específica de cada era permite ver a quienes viven en ella sólo una porción selectiva del pasado y del presente. Consecuentemente, nuestra búsqueda actual de conocimiento no puede tomar la misma forma que en los siglos XVII o XVIII –como si fuera la búsqueda de absolutos ocultos-, ya que ya no existe el prerrequisito en última instancia para una búsqueda de estas características: la creencia extendida en un conjunto de valores unificados. Por la misma razón, nuestro conocimiento no puede más anclarse en las ideas cuasi-supranaturales del siglo XIX. Más aún, dado que nuestro conocimiento es invariablemente desde una perspectiva, no podemos aspirar a encontrar “leyes generales” en la historia ni a escribir la historia como Ranke proponía: “como de hecho ocurrió”. Por lo tanto, en el famoso “debate por el método” (Methodenstreit), Weber se opuso tanto a la posición “nomotética” sostenida por Menger –la tarea de las ciencias sociales es la formulación de leyes generales- como a la posición “ideográfica” sostenida por la “escuela histórica de economía” de Schmoller: el objetivo debe ser ofrecer descripciones exhaustivas de casos específicos3. Weber reprobaba vehemente y reiteradamente por ilusorio cualquier intento de crear valores a través de la ciencia. En la nueva época post-religiosa y post cuasi-religiosa, esos engaños debían ser dejados de lado: El destino de una época de la cultura que ha comido del árbol del conocimiento es tener que saber que no podemos leer el sentido de lo que ocurre en el mundo del resultado de una investigación por más acabada que ésta sea, sino que debemos ser capaces de crearlo, que las “cosmovisiones” (Weltanschauungen) no pueden ser nunca productos del avance en el conocimiento empírico, y que también los más altos ideales, que con la mayor intensidad nos movilizan, en todo momento sólo se hacen eficaces en lucha contra otros ideales, que son para otros tan sagrados como para nosotros los nuestros (Weber, 1973a: p. 154, énfasis original [1997a: p. 46]; cfr. también 1973c: 507 y ss. [1997c: p. 238]). No conozco ningún ideal que pueda ser demostrado científicamente. Sin duda, es más difícil aún la tarea de tener que encontrarlo en uno mismo en una época en la que la cultura es tan subjetiva. Nosotros no tenemos ningún tipo de paraíso ni de lecho de rosas que prometer, ni en este mundo ni en el más allá, ni en el pensamiento ni en la acción. Y es el estigma de nuestra dignidad como seres humanos que la paz de nuestras almas no pueda ser tan grande como la de aquellos que sueñan con un paraíso tal (Weber 1988b: p. 420 [No conocemos traducción al español de este texto (N.deT.)]). La multicausalidad de Weber 3 El rechazo a estas posiciones condujo a Weber a adoptar el tipo ideal como herramienta fundamental de investigación. Esta construcción desarticuló los argumentos de la Methodenstreit y respondió a varios de los conflictos irreconciliables que allí se planteaban. Por ejemplo, pese a ser “general” y “sintético”, el tipo ideal constituye sólo una herramienta heurística y no una ley histórica. Para Weber resultaba inaceptable la búsqueda de una única “mano conductora” , sea la de un Dios monoteísta, la de las “leyes del mercado” de Adam Smith, o la de la lucha de clases de Karl Marx como motor de la historia. Veía en esas fuerzas que todo lo dominan, residuos de visiones del mundo ya anticuadas, caracterizadas por ideas religiosas y cuasi-religiosas. De hecho, el inflexible rechazo de Weber a definir las “leyes generales de la vida social” (Menger), los “estadios de desarrollo histórico” (Bücher, Marx) o la Evolución4 como punto principal de partida para explicaciones causales5, le abrieron el camino para su focalización en la realidad empírica y en el sentido subjetivo. Y lo que no es menos importante, también le proveyeron las condiciones subyacentes que le permitieron adoptar modos radicalmente multicausales de explicación. Al haber abandonado toda referencia a alguna forma de impulso “necesario” de la historia, pasaron a primer plano en la sociología de Weber las innumerables acciones y creencias de las personas, como fuerzas causales que determinan el contorno del pasado y del presente. Su investigación empírica lo convenció de que el cambio histórico requería por un lado grandes figuras carismáticas, y, por otro, estratos y organizaciones “portadores”. Más aún, estos portadores eran, por ejemplo, en algunos períodos organizaciones políticas y de dominación, en otros estamentos u organizaciones económicas, y en otros organizaciones religiosas. Sus investigaciones, abarcando un amplio espectro de temas, épocas y civilizaciones, le permitieron extraer una contundente conclusión. Más que un punto de apoyo causal, lo que encontró en ellas fueron sólo movimientos permanentes de agrupamientos de distinto tipo: políticos, económicos, religiosos, legales, de estratos sociales y familiares (cfr. por ejemplo, Weber, 1976: p. 201 [1987: p. 275]). Sin portadores poderosos, ni el “espíritu” de Hegel ni el humanismo cristiano de Ranke podían ser capaces de mover la historia. Tampoco podían hacerlo las ideas, ni las cosmovisiones, ni el problema del sufrimiento injusto. Del eurocentrismo a una sociología comparativa del sentido subjetivo 4 La frecuente traducción del término weberiano Entwicklung (desarrollo) como “evolución” ha causado mucha confusión. 5 Aunque no lo discuta en ningún lado, Weber seguramente veía del mismo modo la centralidad dada por Durkheim al “hecho social” en su sociología: la manifestación de un modo de pensar aún penetrado por los legados secularizados de las religiones occidentales. Aunque debilitado por la secularización, el capitalismo y la urbanización, la escala de valores prevaleciente en Occidente era aún sustentable en el siglo XIX y constituía un rasero con el cual los científicos sociales europeos evaluaban las sociedades del mundo, su “evolución” y “racionalidad” relativas. ¿Han experimentado el mismo grado de “avance” que el Occidente moderno? El rechazo de Weber a las constelaciones de valores cuasi-religiosos del siglo XIX implicaba tanto su escepticismo en relación a la expandida creencia en el “progreso” como su conciencia de la contingencia de ellos. También sentó las bases para el carácter radicalmente comparativo de su sociología y para su ruptura con las ideas eurocéntricas. El desplazamiento hacia una sociología del sentido subjetivo completamente antropocéntrica tuvo el efecto de deslegitimizar todas las configuraciones de valor centradas en Occidente. Con la desaparición de la justificación subyacente a una ciencia social orientada exclusivamente a las “ideas occidentales”, se desvanecieron también los parámetros sobre qué otras culturas podían ser observadas y evaluadas. Mientras que sus colegas miraban esos desarrollos con grandes dudas y percibían correctamente que la metodología de Weber amenazaba en su punto nodal la “superioridad de Occidente”, así como la misma esencia de sus existencias, Weber vio una enorme ventaja para la investigación: los científicos sociales estaban ahora liberados para investigar al “otro” en sus propios términos. Desde su perspectiva, la liberación de esa rígida orientación significaba que ahora podían realizarse exploraciones empíricas irrestrictas de los sentidos subjetivos, en Oriente y en Occidente, en las civilizaciones antiguas y en las modernas. Sin embargo, Weber apoyaba este giro radical de concepciones no sólo debido a las ventajas que veía en cuanto a la metodología de las ciencias sociales. El interés que lo inducía a otorgarle una legitimidad incondicional a la investigación descentrada, intercivilizacional, era aún mayor. Se necesitaban urgentemente estudios comparativos “irrestrictos” para plantear eficazmente cuestiones que involucraban a su propia civilización: ¿en qué sentidos precisos puede decirse que la modernidad occidental es única?, ¿cuáles son los parámetros de un cambio social posible en Occidente? y ¿cómo se dan las orientaciones de acción por valores y la formación del sentido subjetivo como tal? Mientras que estas mismas preguntas perturbaban profundamente también a sus colegas, sólo Weber comprendió los potenciales logros de una sociología que, a través de rigurosos estudios histórico-comparativos, fuera capaz de aislar los límites de cada caso y cada desarrollo, definiendo las fuerzas causales significativas, y extrayendo conclusiones sobre las circunstancias bajo las que ocurre el cambio social, la acción se orienta por valores y se forma el sentido subjetivo. Una sociología con estas características echaría agudamente luz sobre los singulares dilemas y crisis de la modernidad occidental. Así las personas estarían en mejores condiciones de tomar decisiones independientes y con conocimientos para hacerlo, así como posiblemente de adoptar incluso claras posiciones éticas (cfr. Weber, 1992b: p. 103 y ss. [1998: p. 223 y ss.]; Kalberg, de próximo aparición). No puede entenderse lo enorme y minucioso de sus estudios comparativos sin tener en cuenta esta preocupación acuciante que lo motivaba6. Conflicto y acción ética La modalidad de investigación de Weber se alejaba de un punto de vista único también en otro sentido. Al romper inequívocamente con todas las escuelas de pensamiento que enfatizaban sistemas unificados de valores, jerarquías trascendentes ancladas en valores y un futuro común y pacífico para la humanidad –a través del Progreso y la Evolución-, su sociología desterraba toda una serie de presuposiciones que tendían a poner obstáculos a los análisis empíricos de la realidad. Lo importante es que gracias a esto, su investigación estaba en mejores condiciones de evaluar en qué contexto podían aparecer conflictos sociales, así como sus límites y causas. Para él, la “lucha por la existencia” no tenía lugar en el magnífico escenario de la “evolución humana” y en respuesta a la ley de la “supervivencia del más apto”, como creían los darwinistas sociales, sino que exclusivamente como resultado de las difíciles decisiones que acompañan las actividades cotidianas. La historia se desarrolla a partir de estas decisiones, aunque no de modo unilineal o en forma directa. Weber insistía en que las paradojas, las ironías y las consecuencias no previstas se manifestaban constantemente7, así como el incesante 6 Es también inconcebible que sin haber realizado este quiebre con la ciencia social eurocéntrica, así como con todas las escuelas cuasi-religiosas y organicistas, la sociología de Weber pudiera adoptar uno de sus aspectos más fuertes: su permanente “perspectivismo”, o su capacidad de “rotar” factores. Este procedimiento comienza centrándose en un tipo ideal particular (por ej. ascetismo), desde la perspectiva de un tipo ideal radicalmente diferente (por ej. misticismo), y examina luego sistemáticamente las diferencias entre ambos en relación a la influencia de cada uno sobre la acción social. El “punto de vista” (Gesichtspunkt) es determinante; queda aquí descartada la “realidad tal cual es”, así como cualquier tipo de perspectiva absolutista. A Weber le preocupaba especialmente hacer notar que un fenómeno particular (por ej. la huída mística del mundo) es completamente “irracional”, pero sólo desde el punto de vista de un segundo fenómeno (por ej. la orientación ascética “intramundana” hacia la actividad en este mundo). (cfr. Weber 1972If: pp. 539 y ss. [1998d: pp. 529 y ss.]; Jaspers, 1946: pp. 37 y ss.). 7 “Es absolutamente cierto y (...) un hecho básico de toda historia, que el resultado final de una acción política está frecuentemente –más precisamente, regularmente-, en una relación completamente conflicto, en muchos casos sin mayor sentido. Los diversos órdenes (económico, político, legal y de dominación), señala Weber, más que fundirse en una síntesis que conduce al Progreso o que propulsar un proceso de “generalización de valores” como en Parsons, siguen sus propias leyes de desarrollo y entran muy frecuentemente en conflictos irreconciliables entre sí (cfr. Weber, 1992b: pp. 98-109 [1998: pp. 217 y ss.], 1972If: pp. 536-573 [1998d: pp. 527-562], 1973c: pp. 507 y ss. [1997c: pp. 238 y ss.]). Al formular “una ciencia empírica de la realidad concreta” y enfatizar que las personas más que Dios, las leyes naturales o la Evolución- otorgan sentido a la historia, la sociología de Weber se ve confrontada inevitablemente con varias cuestiones decisivas. ¿Cómo orientar nuestra acción? ¿Cómo actuar responsablemente? ¿En qué se basa la acción ética? La liberación de las miradas del mundo basadas en la religión o en sus legados, condujo naturalmente a una mayor libertad, pero esto llevó implícitamente a preguntarse cómo los individuos, en sociedades industrializadas, burocratizadas y capitalistas, toman sus decisiones. Su rechazo a todas las corrientes que definían a la libertad individual moderna como simple “libertad filistea de acuerdo a propias conveniencias” (Löwith, 1970: p. 122) convertía a estas dudas en más urgentes, así como también lo hacía su oposición a las respuestas de Nietzsche: la insistencia de Weber en que la actividad tiene lugar en un contexto social determinado le cerró la posibilidad de depositar esperanzas en profetas o en grandes “superhombres” (Weber, 1992b: 110 [1998, pp. 231 y ss.]). Más aún, señalaba que el secularismo, el industrialismo y la Ilustración habían ya otorgado derechos al “pueblo” en un grado tal que el llamado de Nietzsche a héroes autoritarios había ido demasiado lejos: cercenaría inevitablemente el espacio público, abierto, ahora tan indispensable para las elecciones con base ética de los individuos. Weber sabía bien que la ciencia social que proponía no ofrecía una guía ética a los individuos. Era agudamente consciente que esa posición decepcionaba en particular a las generaciones más jóvenes de su tiempo (cfr. Weber, 1992b: pp. 89-110 [1998: pp. 207 y ss.]). ¿Tendría sentido, finalmente, el poner en primer plano el sentido subjetivo y la “realidad empírica concreta”? ¿O el individuo moderno, dejado a la deriva sin valores ni tradiciones obligatorios y directrices, forzado ahora a encontrar el sentido por referencia a sus propios “demonios”, se convertiría o bien en un actor oportunista o bien en uno psicológicamente paralizado? Weber rechazaba los llamados a volver a “un heroísmo irracional romántico que se sacrifique en medio del delirio de la auto-descomposición” (Salomon, 1935b: p. 384), y desdeñaba, por utópica, toda esperanza de que un proletariado politizado daría lugar a una inadecuada, o muchas veces directamente paradójica, con su sentido original” (Weber, 1992a: p. 230 [1998a: p. 157]). sociedad más justa. ¿Se mantendrían las configuraciones de valores vinculantes, capaces de anclar las decisiones éticas? ¿Sobreviviría la persona orientada y unificada por valores? Estas cuestiones cruciales pueden ser mejor tratadas si nos abocamos primero a la sociología de Weber y luego al contexto social en el cual escribió. Capítulo II LA TEORÍA Algunos intérpretes ven a Weber como un “teórico de las ideas”, otros como un “teórico de los intereses”. Mientras que los primeros se centran en la EP y enfatizan el fuerte papel de los valores, la religión y la cultura en su sociología, los últimos toman su obra analítica, Economía y Sociedad (E&S) como su más importante fuente, para afirmar que Weber presenta una teoría del conflicto no marxista, basada en el poder, en el conflicto y en los intereses individuales. Otros lo interpretan centralmente como un taxonomista talentoso comprometido en la creación de un vasto armamento de “tipos ideales” destinado a dotar a la disciplina sociológica de firmes fundamentos conceptuales. De hecho, cada uno de estas interpretaciones puede derivase legítimamente del rico flujo de sus escritos sociológicos (cfr. Kalberg, 1998: pp. 208-14). Sin embargo, todas esos comentarios se equivocan, tanto por negar la posibilidad de interpretaciones contradictorias sobre su obra como por centrarse demasiado estrechamente sobre aspectos de la misma. Los grandes temas que permiten superar la aparente fragmentación de la sociología de Weber y que permiten darle un cierto grado de unidad, son muy frecuentemente desatendidos: el modo en el que relaciona ideas e intereses; su preocupación por definir la singularidad de la modernidad occidental y de plantear una explicación causal de sus orígenes; su búsqueda por entender cuáles constelaciones de fuerzas sociales dan lugar a nociones extendidas de compasión, de acción ética, y de autonomía individual; su intento de analizar cómo las acciones se orientan por valores y su focalización en el modo en que las personas, en diferentes entornos sociales, otorgan un sentido a sus vidas. La presente discusión sobre la sociología de Weber busca articular estos temas centrales mientras llama la atención sobre el modo en el que los valores, la cultura y la religión adquieren un lugar fuertemente preeminente en su sociología, y el modo, a la vez, en el que la dominación, el poder, los intereses individuales y el conflicto mantienen su centralidad. También se busca subrayar aquí el carácter fuertemente indispensable de los “conceptos claros”, en tanto que piedras angulares fundacionales de sus trabajos. Esta amplia tarea puede llevarse mejor a cabo por medio de un breve examen de sus tres obras más importantes: EP, E&S y La ética económica de las religiones universales (EERU). Antes de eso, resulta indispensable detenerse en los aspectos centrales de la metodología que subyace a su sociología. La metodología de Weber La sociología de Weber parte de una crítica a todas las perspectivas que ven a las sociedades como unidades cuasi-orgánicas, holísticas, y que separan “partes” de éstas como componentes completamente integrados en un “sistema” más grande de estructuras objetivas. Todas las escuelas organicistas de pensamiento entienden a la colectividad dentro de la cual el individuo actúa como una estructura ilimitada, y a la acción e interacción social como meras expresiones particulares de este “todo”. El pensamiento romántico y conservador alemán de principios del siglo XIX, así como Comte y Durkheim en Francia, entran dentro de esta tradición. Las teorías orgánicas generalmente parten de un grado de integración social que, para Weber, debe ser cuestionado. En sus análisis las sociedades no son vistas nunca como entidades claramente formadas y cerradas, con límites definidos. Partiendo de las probabilidades de fragmentación, de tensión, de conflicto abierto y el uso del poder, Weber rechazó la noción de que la sociedades debieran entenderse como una unidad. Más aún, según él, si las teorías orgánicas son utilizadas más que como un medio para facilitar conceptualizaciones preliminares, surge fuertemente el riesgo de “reificación”: las “sociedades” y el “todo orgánico” pueden ser vistas como la unidad fundamental de análisis, más que el individuo (Weber, 1976: pp. 4-7 [1987: pp. 5 y ss.]). Esto puede llevar a que las personas sean incorrectamente entendidas como simples “productos socializados” de fuerzas sociales. Por el contrario, Weber sostiene que las personas son capaces de interpretar sus realidades sociales, otorgándole “sentido subjetivo” a ciertos aspectos de ellas e iniciando acciones independientes: “... somos personas propias de una cultura, dotados de la capacidad y de la voluntad de tomar posición frente al mundo y de conferirle un sentido” (Weber, 1973a: p. 180, énfasis original [1997a: p. 70]). Para Weber existe por lo tanto un espacio para la libertad y la elección. Muchos de los axiomas sobre los que gira su metodología siguen siendo centrales incluso para la sociología actual. Sólo podemos analizar aquí algunos de sus componentes fundamentales: su sociología comprensiva, los cuatro tipos de acción social, el sentido subjetivo, la neutralidad valorativa y los tipos ideales. Para finalizar este apartado se discutirá el propósito de la sociología weberiana. Comprensión y sentido subjetivo En el centro de la sociología de Weber está el intento por parte de los sociólogos de “comprender” (verstehen) los modos en los que las personas ven su propia “acción social”. Esta acción con sentido subjetivo constituye la preocupación del científico social, más que el comportamiento meramente reactivo o imitativo (como ocurre, por ejemplo, cuando personas que están juntas en un espacio público abren sus paraguas simultáneamente al comenzar a llover). La acción social, insiste Weber, implica tanto una orientación con sentido de la propia conducta hacia la de otros, como el aspecto relacionado con la propia interpretación o reflexión por parte del individuo. Las personas son sociales, pero no solamente: están provistas de la habilidad de interpretar activamente situaciones, interacciones y relaciones referenciándolos en valores, creencias, intereses, emociones, poder, autoridad, costumbres, convenciones, hábitos, ideas, etc. La sociología (...) es una ciencia que pretende entender la acción social para así explicarla causalmente en su desarrollo y en sus efectos. Para eso debe entenderse la “acción” como una conducta humana (sea un acto externo o interno al individuo, omitido o consentido), si y en la medida en que el o los actores asocien a ésta un sentido subjetivo. La acción “social”, en cambio, es una acción de este tipo en el que el sentido pensado por el o los actores se refiera a la conducta de otros y su desarrollo esté orientado por ella (Weber, 1976, p. 1; énfasis original [1987: p. 5])8. 8 Siguiendo a Weber, utilizaré los términos “acción con sentido” y “acción social” como sinónimos. Pese a su énfasis en la capacidad de la especie humana en dotar a la acción de sentido subjetivo, Weber sin embargo afirma que esto no ocurre muy frecuentemente: “La acción real transcurre (...) en la mayoría de los casos por impulso o por costumbre. Sólo ocasionalmente, y en el caso de acciones masivas iguales sólo en algunos individuos, se eleva un sentido (sea racional o irracional) a la conciencia. La acción con sentido realmente efectiva, i.e. completamente consciente y clara, es en realidad siempre un caso extremo. Esta constatación debe ser siempre tenida en cuenta para cada observación histórica y sociológica al analizar la realidad. Pero esto no debe impedir que la sociología construya sus conceptos por medio de la clasificación de los posibles “sentidos pensados”, como si la acción efectivamente transcurriera según una orientación conciente de sentido” (Weber, 1976: p. 10; énfasis original [1987: p. 18]). Por esta razón, aparte de por su énfasis en los cuatro tipos de acción (ver La posición determinante de la acción con sentido separa a la sociología de Weber, en sus fundamentos, de las distintas escuelas conductistas, estructuralistas y positivistas. Los sociólogos pueden entender la acción plena de sentido de otros o a través de la “comprensión racional”, que implica la aprehensión intelectual del sentido que los actores atribuyen a sus acciones, o a través de la comprensión “intuitiva” o “empática”, que refiere a la comprensión del “contexto emocional en el que la acción tiene lugar” (Weber, 1976, p. 2; énfasis original [1987: p. 6]). Así, por ejemplo, el sociólogo puede entender la motivación detrás de la orientación de los empleados públicos siguiendo estatutos impersonales y leyes, así como la motivación detrás de la orientación mutua entre dos buenos amigos. En la medida en que esto ocurre, señala Weber, se obtiene la explicación causal de la acción. Al reparar sólo en la actividad externa, el conductismo basado en estímulo / respuesta soslaya los aspectos que son principales para Weber: los diversos motivos posibles detrás de una actividad observable, el modo en el que el acto pleno de sentido subjetivo varía de acuerdo a ellos, y las diferencias significativas que se desprenden con respecto a la acción. Los cuatro tipos de acción social y sentido subjetivo La acción social puede conceptualizarse mejor cuando se la ve implicada en uno de los “cuatro tipos ideales de acción con sentido”: racional de acuerdo al fin, racional de acuerdo a valores, afectiva y tradicional. Cada tipo refiere a las orientaciones motivacionales típicoideales (ver infra) de los actores. Weber define la acción como racional de acuerdo al fin (zweckrational), cuando el actor se “orienta según el fin, los medios y los resultados secundarios, sopesando racionalmente también la relación entre los medios y los fines, los fines y las consecuencias secundarias, así como también los distintos posibles fines entre sí ...”. Las personas poseen también la capacidad de actuar racional-valorativamente. Aquí, se actúa “sin atender a las consecuencias y como tarea que parecen plantearle sus convicciones en el deber, la dignidad, la belleza, un saber religioso, la piedad o la importancia de alguna causa de cualquier orden. La acción racional de infra), Weber no puede ser entendido simplemente como un “racionalista”, como afirmaron muchos críticos (cfr., por ejemplo, Eder, 1999, pp. 202-3). acuerdo a valores (en el sentido que usamos el término) es siempre una acción según un ‘precepto’ o de acuerdo a una ‘exigencia’que el actor cree que le está dirigida”. Los valores implican nociones de honor, así como doctrinas de salvación. Por otro lado, la acción afectiva, determinada “por estados afectivos o sentimentales“, implica un enlace emocional y debe ser claramente distinguida de la acción racional de acuerdo a valores y de la acción racional de acuerdo al fin. La acción tradicional, “según un hábito incorporado” y costumbres establecidas, muy frecuentemente una mera reacción rutinaria a un estímulo no individual, está en el límite de la acción con sentido subjetivo. Tomados de conjunto, estas construcciones –los “tipos de acción social”- establecen una base analítica que permite la conceptualización de orientaciones de acción en sí difusas. La acción racional referida a intereses constituye para Weber sólo una forma posible de orientar la acción (Weber, 1976: p. 12 y ss. [1987: p. 20 y ss.])9. Cada tipo de acción con sentido puede ser hallado en todas las épocas y civilizaciones. La acción social de pueblos incluso “primitivos” puede ser racional de acuerdo al fin y racional de acuerdo a valores (cfr., por ejemplo, Weber, 1976: p. 245 y pp. 257-260 [1987: p. 328 y pp. 344-347]), y el hombre moderno no está provisto de una mayor capacidad inherente para algún tipo de acción de lo que lo estaban sus ancestros. Sin embargo, como producto de fuerzas sociales identificables, algunas épocas pueden tender predominantemente a poner en primer plano un tipo particular de acción. Weber está convencido de que, al utilizar esta tipología de la acción social, los sociólogos puede entender –y por lo tanto explicar causalmente- incluso los modos en los cuales las acciones sociales de las personas que viven en culturas radicalmente diferentes son subjetivamente plenas de sentido. Asumiendo que, como producto de un estudio intensivo, los investigadores hayan logrado familiarizarse pormenorizadamente con un contexto social particular, y sean por lo tanto capaces de imaginarse “dentro” de éste, pueden evaluar el grado en que las acciones se aproximan a uno de estos tipos de acción social. El sentido subjetivo de los motivos que llevan a esas acciones –sean racionales de acuerdo al fin, racionales de acuerdo a valores, tradicionales o afectivas- puede entonces hacerse 9 Weber señala que esta clasificación no pretende definir exhaustivamente todas las posibilidades, “sino que son tipos conceptualmente puros, construidos para fines sociológicos, que se aproximan en mayor o menor grado a la acción real ...” (Weber, 1976: p. 13 [1987: p. 21]). Weber no espera descubrir casos empíricos en los que la acción social esté orientada sólo a uno de estos tipos de acción. Ver infra sección sobre los tipos ideales. comprensible10. La “sociología comprensiva” de Weber busca de este modo ayudar a los sociólogos a comprender la acción social en los términos de las propias intenciones del actor11. Este fundamental énfasis en la pluralidad de motivaciones distingue inequívocamente a la sociología de Weber de todas las escuelas conductistas, de todas las aproximaciones que colocan en primer lugar a las estructuras sociales (por ejemplo, las que se basan en los “hechos sociales” de Durkheim o en las clases sociales de Marx), y de todas las aproximaciones positivistas que otorgan a las normas, los roles y las reglas un poder determinante sobre las personas. Aún cuando la acción social parezca fuertemente ligada a una estructura social, deben poder reconocerse una heterogeneidad de motivaciones. Para Weber, una amplia gama de motivaciones con una única “forma externa” es tanto analítica como empíricamente posible y sociológicamente significativa. El sentido subjetivo de la acción varía incluso dentro de la rígida estructura organizativa de la secta política o religiosa. Este razonamiento conduce a Weber a un interrogante: ¿por qué razones subjetivas orientan las personas su acción social en común, de modo tal que puedan delimitarse agrupamientos? Esta cuestión es de gran importancia, pues Weber está convencido que la ausencia de esas orientaciones –hacia, por ejemplo, el estado, las organizaciones burocráticas, las tradiciones y los valores- implica que las “estructuras” dejan de 10 Los motivos son para Weber causas de acción: “Llamamos ’motivo’ a una relación de sentido que al propio actor o al observador le parece la ‘causa’ plena de sentido de una conducta” (Weber, 1976: p. 5 [1987: p. 10]) 11 De los cuatro tipos de acción social, para Weber la acción de acuerdo al fin es la más fácilmente comprensible para el sociólogo (cfr. Weber, 1976: p. 2 [1987: p. 6]). En todos los casos, la interpretación del sentido subjetivo por el investigador debe basarse en la evidencia empírica y en procedimientos rigurosos. Sin embargo, Weber reconoce que puede ser bastante difícil para el científico social entender el sentido de una determinada acción. Señala que los valores “frecuentemente no pueden ser entendidos por completo” (ibíd.). Aún así este problema no le impide formular un ideal hacia el que deberían tender los investigadores. Nuevamente, la exploración en profundidad de los contextos en los que ocurre la acción, afirma Weber, asisten a la comprensión. Finalmente, señala: “Muchos afectos reales (miedo, cólera, ambición, envidia, celos, amor, entusiasmo, orgullo, sed de venganza, piedad, devoción, todo tipo de avidez) y las consecuentes reacciones irracionales (vistos desde la acción racional de acuerdo al fin), pueden ser revividos emocionalmente, en mayor medida si no nos son ajenos. En cualquier caso, sin embargo, aún cuando su grado supere nuestras propias posibilidades, podemos entenderlos identificándonos, emocionalmente, y calcular intelectualmente sus efectos sobre la dirección y los medios de la acción” (Weber, 1976: p. 2 [1987: p. 7]) existir. El aparato de estado, por ejemplo, no es en última instancia nada más que orientaciones pautadas de acción de sus políticos, sus jueces, su policía, sus empleados públicos, etc.12. Como se verá, lejos de ser sólo postulados metodológicos formales, estas distinciones fundamentales son las que anclan los estudios empíricos de Weber. La investigación del sentido subjetivo de la acción está en el centro mismo, por ejemplo, de su tesis sobre la ética protestante. Sin embargo, Weber se involucró en un esfuerzo empírico enorme, a través de su sociología histórico-comparativa, para entender el sentido subjetivo del “otro” en sus propios términos: por ejemplo el del literato confuciano, el monje budista, el brahmán hindú, los profetas del Viejo Testamento, los dirigentes feudales, los monarcas y reyes o los funcionarios en las burocracias. ¿Por qué razones subjetivas obedecen los individuos a la autoridad? Weber deseaba entender los diversos modos en los que las personas “dan sentido” a sus actividades. Para Weber los sociólogos debían intentar hacer esto aún cuando los “complejos de sentidos” subjetivos que descubrieran les parezcan a ellos curiosos o extraños. Neutralidad valorativa y pertinencia de valores La sociología de Weber, por lo tanto, no busca descubrir “un sentido que sea de algún modo objetivamente ‘correcto’ ni que sea por algún fundamento metafísico ‘verdadero’” (Weber, 1976: p. 1 [1987: p. 6])13. Más aún, tampoco importan ni la empatía a favor, ni la hostilidad en contra de los actores que se investigan. En lo que respecta al proceso de investigación, los investigadores están obligados todo lo humanamente posible a dejar de lado sus preferencias ideológicas, sus valores personales y sus gustos (sobre el protestantismo ascético o sobre los funcionarios burocráticos, por ejemplo), y a esforzarse en mantenerse justo e imparcial. El ideal prescripto al científico social debe basarse en standards inequívocos de investigación, así como en la observación, comparación y evaluación imparciales de las fuentes. 12 “Para la interpretación comprensiva de la acción que realiza la sociología, esas construcciones son en cambio únicamente desarrollos y relaciones de acciones específicas de personas individuales, ya que sólo éstas son para nosotros portadores de acciones orientadas según sentidos”(Weber, 1976: p. 6 [1987: 12]) 13 Esto, según Weber, distingue las “ciencias empíricas de la acción” de la jurisprudencia, la lógica, la ética y la estética, todos las cuales buscan establecer sentidos “correctos” y “válidos” (Weber, 1976: pp. 1 y ss. [1987: p. 6]). Incluso si se considerase que los hábitos, valores y prácticas de los grupos investigados fueran repugnantes, los investigadores deben esforzarse en mantener este ideal. Weber sabía que mantener una postura tan “objetiva” y “libre de valoraciones” (Wertfreiheit) con respecto a la recolección y evaluación de datos no es tarea fácil. Somos todos “entes culturales”, y por lo tanto los valores están imbricados con nuestro pensamiento y acción. Una delgada línea separa “hechos” de “valores”, y los valores se entrometen incluso en nuestros modos de observar. A la sazón, la propia ciencia moderna occidental surgió como una consecuencia de una serie de desarrollos históricos y culturales específicos. Sin embargo, el científico social debe hacer un decidido esfuerzo para distinguir argumentos y conclusiones basados empíricamente, de los basados en normas o valores. Estos últimos deben ser minimizados. Sin embargo, Weber insiste en que, en relación a un aspecto fundante del proceso de investigación, los valores mantienen su centralidad: la selección temática. Lejos de ser “objetiva”, en algún sentido metafísico o predeterminado, para Weber nuestra elección ésta relacionada de un modo inevitable con nuestros valores (Wertbezogenheit) y nuestros intereses. Un sociólogo, por ejemplo, que cree fuertemente que las personas de diferentes grupos étnicos debieran ser tratadas igualitariamente, puede bien decidirse –como producto de ese valor- a estudiar cómo los movimientos de derechos civiles ayudaron a grupos hasta ese momento excluidos, a adquirir derechos básicos. Sin embargo, con respecto a la indagaciones en ciencias sociales, Weber sostiene que los investigadores deben esforzarse en excluir valores: deben evitarse todos los juicios de valor que proclamen, en nombre de la ciencia, que una actividad particular o un modo de vida es noble o infame, racional o irracional en última instancia, provinciano o cosmopolita. Las ciencias sociales no van a ayudarnos –y no deben hacerlo- en definir qué valores son superiores. No puede demostrarse científicamente que los del Sermón de la Montaña sean “mejores” que los del Rig Veda. Tampoco pueden los científicos sociales sostener que determinados valores debieran guiar nuestras vidas. La ciencia provee conocimiento y entendimiento, y nos informa sobre los diferentes efectos de utilizar un medio particular para lograr un objetivo específico, pero nunca debe permitírsele hacerse responsable por nuestras decisiones (cfr., entre otros, Weber, 1992b [1998]). Para Weber este ethos de “neutralidad valorativa” es indispensable para la definición de la sociología –en la medida en que pretenda ser ciencia social y no un compromiso político-: Que la ciencia sea hoy una ‘profesión’ especializada al servicio de la autoconciencia y del conocimiento de relaciones fácticas, y no un bien de salvación o una revelación en carácter de gracias dadas por visionarios o profetas, ni una parte de la meditación de sabios y filósofos sobre el sentido del mundo, es ciertamente un hecho inevitable de nuestra situación histórica (Weber, 1992b: p. 105 [1998: p. 226]). ¿Cómo debe proceder el sociólogo para establecer el sentido subjetivo en los grupos que investiga, y hacerlo de modo imparcial? Una respuesta a esta pregunta requiere una breve discusión del modo típico-ideal de análisis de Weber. Tipos ideales Aunque Weber tome a la acción con sentido de los individuos como unidad básica de análisis, su sociología comprensiva no ve a la vida social como un “flujo interminable” de orientaciones de acción individuales, solitarias e inconexas. Más que en la acción social de individuos aislados, centró su atención en los diversos modos en los que las personas actúan conjuntamente en agrupamientos. De hecho, define a la tarea del sociólogo como orientada a la investigación del sentido subjetivo de personas en grupos delimitados, y a la identificación de regularidades en la acción: “En la acción social pueden observarse regularidades de hecho, i.e. cursos de acción que se repiten, sea en el mismo actor o en muchos (y también, eventualmente, en ambos casos a la vez), típicamente similares en cuanto al sentido pensado por el actor” (Weber, 1976: p. 14, énfasis original [1987: p. 23]). Este tipo de acciones pautadas, señala, pueden ser no sólo el resultado de una orientación según valores, sino que también una acción afectiva, tradicional o incluso racional de acuerdo al fin. Los diversos modos en los que comportamientos meramente imitativos o reactivos son separados de su flujo aleatorio y transformados en regularidades basadas en sentidos y ancladas en alguno de los cuatro tipos de acción social, constituye uno de los temas fundamentales de su sociología. El concepto heurístico más importante de Weber, el tipo ideal, traza esas regularidades de acción con sentido. Cada una de estas herramientas de investigación permite ubicar los patrones de orientación de la acción de los individuos, y no pretende más que eso. Por ejemplo, el tipo ideal “puritano”, identifica la acción regular de esos creyentes (por ejemplo, una orientación al trabajo metódico y al estilo ascético de vida). Por lo tanto, al buscar aprehender pautas de acción a través de la formación de tipos ideales, su sociología evita centrarse por un lado en la acción aislada, y por otro en la sociedad, la evolución social, la diferenciación social o el “orden social”. Los tipos ideales prevalecen en todos los textos de Weber, en lugar de una narrativa histórica detallada o de conceptos globales. ¿Cómo se construyen estas herramientas? Esta construcción no implica simplemente un resumen o una clasificación de la acción social. Aunque su construcción está basada minuciosamente en la realidad empírica y depende de que los sociólogos se sumerjan en el caso particular a investigar, el tipo ideal se formula, primero, a través de la exageración consciente de las características esenciales de un patrón de acción de interés para el investigador, y, segundo, a través de una síntesis de estas orientaciones de acción características, en un concepto internamente coherente y lógicamente riguroso: Éste [el tipo ideal] se obtiene mediante la exaltación unilateral de uno o de algunos puntos de vista y por medio de la agrupación de una cantidad de fenómenos singulares, difusos y discretos, presentes en mayor o menor medida, o a veces directamente ausentes, que hacen que aquellos aspectos unilateralmente destacados remitan a una imagen representada unívoca. En su pureza conceptual, esa imagen representada no puede hallarse nunca en la realidad empírica (Weber, 1973a: p. 191, énfasis original [1997a: p. 79 y ss.]). Mientras que primero se siguen procedimientos inductivos a partir de observaciones empíricas, procedimientos deductivos guían después el ordenamiento lógico de las diferentes pautas de acción en una construcción unificada y precisa. No obstante, el anclaje empírico de los tipos ideales impide que se los pueda entender como conceptos “abstractos” o “reificados” (cfr. Weber, 1973a: pp. 192-209 [1997a: pp. 81-96]). Los tipos ideales, de acuerdo a Weber, sirven sobre todo para asistir a la investigación empírica y orientada a la causalidad, más que a “reflejar” o comprender directamente al mundo externo (una tarea imposible, dado el inacabable flujo de eventos así como la diversidad y complejidad infinita de, incluso, un fenómeno social particular) o a articular un desarrollo ideal, esperable. Por eso, el “puritano” no refiere al sentido subjetivo ni de un puritano particular ni al de todos los puritanos (cfr. Weber, 1976: pp. 9 y ss. [1987: pp. 16 y ss.]). Lo mismo puede decirse de los tipos ideales de burocracias, profetas, intelectuales o líderes carismáticos. Como señala Weber, “los conceptos son medios del pensamiento con el objetivo de dominar espiritualmente lo empíricamente dado y sólo pueden ser eso ...” (1973a: p. 208 [1997a: p. 95]). Una vez construidos como conceptos claros que aprehenden las orientaciones de acción regulares, los tipos ideales anclan la totalidad de la sociología causal weberiana de un modo fundamental: permiten la definición precisa de orientaciones de acción empíricas. Como construcción lógica que permite hacer evidente las pautas de acción social, el tipo ideal establece claros puntos de referencia –o standards- con los cuales se pueden comparar y “medir” las regularidades de sentido subjetivo en un caso particular. La singularidad de cada caso puede ser claramente definida a través de evaluar su aproximación o desviación del tipo construido teóricamente. Tipos ideales como el cristianismo, tienen “un alto valor heurístico para la investigación y para sistematizar la exposición, cuando son utilizados únicamente como medios conceptuales para la comparación y la medición de la realidad en relación a ellos. En esas funciones son éstos justamente indispensables” (Weber, 1973a: pp. 198 y ss., énfasis original [1997a: p. 87]; cfr. también pp. 190-194 [1997a: 79-83] y 1973c: pp. 535 y ss. [1997c: pp. 263 y ss.])14. El propósito de la sociología de Weber En muchos casos, los comentaristas de su obra no han advertido que Weber orienta su investigación a problemas individuales, y al análisis causal de casos y desarrollos específicos. Su propuesta es que la explicación causal de esos “individuos históricos” sea el objetivo primario de la sociología: “Queremos comprender la realidad de la vida que nos rodea, en la que estamos insertos, en su especificidad -por un lado el contexto y el significado cultural de sus manifestaciones particulares en la forma que toma en la actualidad, y por otro las causas de haber devenido históricamente en lo que es y no en otra cosa” (Weber,1973a: pp. 170 y ss., 14 Weber avanza sobre este aspecto en el capítulo sobre dominación (Herrschaft) en la primer parte de E&S: “La terminología y la casuística no tienen de ningún modo, ni pueden tener, el objetivo de ser exhaustivas y encerrar la realidad histórica en esquemas. Su utilidad es que en cada caso pueda decirse que a una asociación le quepa tal o cual designación, o se le aproxime, lo que de todos modos significa en algunos momentos un importante avance” (1976: p. 154, énfasis original [1987: pp. 211 y ss.]; Kalberg, 1994b, pp. 84-91). énfasis original [1997a: p. 61]; cfr. también 1973a: pp. 147 y ss. [1997a: p. 40]; 1976: pp. 4 y ss. [1987: pp. 9 y ss.]). De ahí que Weber se haya opuesto fuertemente a las numerosas corrientes de pensamiento positivistas de su época que buscaban, siguiendo el método de las ciencias naturales, definir un conjunto de leyes generales de la historia y del cambio social, para luego explicar cada caso específico por medio de la deducción. Rechazó enfáticamente la posición de que las ciencias sociales debían buscar “construir un sistema cerrado de conceptos, en el que la realidad pueda englobarse en una estructura en algún sentido definitiva, y del cual pueda después ser nuevamente deducida” (Weber, 1973a: p. 184 [1997a: p. 73]), y manifestó su clara oposición a la mirada según la cual las leyes en sí constituyan explicaciones causales. Ya que las realidades concretas, los casos y desarrollos individuales y el sentido subjetivo no pueden ser deducidas de leyes, éstas son incapaces de proveer un conocimiento de la realidad que permita explicaciones causales. Para Weber, los casos individuales pueden ser explicados causalmente sólo por medio de “otras configuraciones, también individuales” (Weber, 1973a: p. 174 [1997a: p. 65]; cfr. Kalberg, 1994b, pp. 81-4)15. Estos componentes centrales de la metodología de Weber serán comprendidos mejor luego de considerar sus investigaciones sociológicas fundamentales: La ética protestante y el espíritu del capitalismo, La ética económica de las religiones universales y Economía y sociedad. 15 “La existencia de una relación entre dos fenómenos históricos particulares puede hacerse visible no en abstracto, sino que solamente presentando una perspectiva internamente consistente del modo en el que esa relación se formó concretamente” (Weber, 1966: p. 2, énfasis original [2004: p. 8]). La ética protestante y el espíritu del capitalismo Weber escribió la segunda parte de EP (1904-5) luego de retornar de un viaje de tres meses por los Estados Unidos. Su tesis sobre la importancia del rol jugado por los valores en el desarrollo del capitalismo moderno abrió un intenso debate que ha continuado hasta nuestros días. Un verdadero clásico, EP es tanto su obra más conocida como la más accesible. Aunque Weber aparece fuertemente en este estudio como un teórico que sólo presta atención a valores e ideas, su metodología ejemplifica un conjunto de procedimientos fundantes que utiliza a lo largo de toda su sociología (cfr. Kalberg, 1996, 2007). EP constituye el primer intento de Weber de aislar la singularidad del moderno Occidente y de definir sus orígenes causales. Los antecedentes Numerosos historiadores y economistas de la época de Weber enfatizaban la importancia histórica que había tenido para el desarrollo económico tanto las innovaciones tecnológicas como la afluencia de metales preciosos o los incrementos de población. Otros estaban convencidos de que los ambiciosos intereses económicos y el “ansia de riquezas” de todos –pero especialmente de los grandes “superhombres económicos” (los Carnegies, Rockefellers y Vanderbilts) y de la burguesía en general- habían impulsado el desarrollo económico permitiendo el paso de los estadios agrarios y feudales, al mercantilismo y al moderno capitalismo. En desacuerdo con estas explicaciones, los evolucionistas sostenían que la expansión de la producción, del comercio, de los bancos y del comercio debía ser entendido como la clara manifestación de un despliegue generalizado del “progreso”, el que involucraba a toda la sociedad. Weber insistía en que ninguna de estas fuerzas podía ofrecer una explicación de aquello que distinguía al capitalismo moderno del que había existido en todas las épocas: el intercambio mercantil relativamente libre, la separación de la economía de la empresa de la familiar, una sofisticada contabilidad, el trabajo formalmente libre y un “ethos económico” específico. Este ethos subyacía a la organización rigurosa del trabajo, al abordaje metódico del desempeño de la mano de obra y a la prosecución sistemática de ganancias, típicos de esta forma de capitalismo. Se constituyó a partir de “la idea de la obligación del individuo frente al interés de incrementar su capital, bajo la suposición de que es un fin en sí mismo” (Weber, 1972Ic: p. 33, énfasis original [1998c: p. 40]); la noción de que “el trabajo debe realizarse como si fuera un fin absolutamente en sí mismo” (1972Ic: p. 46 [1998c: p. 52]); “la ganancia de cada vez más dinero, evitando estrictamente cualquier goce despreocupado” (1972Ic: p. 35 [1998c: p. 42); la convicción de que “la ganancia de dinero (...) es el resultado y la expresión de la aptitud en la profesión” (1972Ic: p. 36 [1998c: pp. 42 y ss.); y la “mentalidad que busca una ganancia sistemática y racionalmente legítima por medio de una profesión” (1972Ic: p. 49, énfasis original [1998c: p. 55). Lo que se corporizaba en estas ideas era un espíritu del capitalismo, y Weber sostenía vehementemente que una comprensión completa de los orígenes del capitalismo moderno requería la identificación de las fuentes de este “ethos económico moderno” (cfr. 1972Ic: pp. 36, 83 [1998c: pp. 43, 86 y ss.]). Por lo tanto, el relativamente modesto proyecto de EP era una investigación sobre los ancestros específicos de este espíritu, más que las fuentes en general del capitalismo moderno o del capitalismo (cfr. 1972Ic: pp. 33 y ss., 37 y ss., 59-62, 83 [1998c: pp. 39 y ss., 43 y ss., 6467, 86 y ss.]). Luego de citar numerosos pasajes de Benjamin Franklin, cuyos valores representaban para Weber el espíritu del capitalismo en su forma pura (cfr. 1972Ic: pp. 31 y ss. [1998c: pp. 38 y ss.]), afirma haber descubierto allí un ethos, “cuyo olvido no sólo era tratado como una tontería sino como un modo de olvido del deber” (1972Ic: p. 33, énfasis original [1998c: p. 40])16. Sin embargo, al intentar desentrañar los “orígenes causales” de este nuevo conjunto de valores y de esta “organización de la vida”, su “crítica por la positiva al materialismo histórico” rechaza la mirada de que la clase dominante del capitalismo haya dado lugar a ese espíritu (cfr. 1972Ie: p. 12 [1998b: pp. 21 y ss.]; 1972Ic: pp. 36-61 [1998c: pp. 43-66]; Kalberg, 1996: p. 56). También se opone al argumento de que la estructura social –grupos estamentales, o las propias iglesias y sectas- esté en el origen de esa constelación de valores (cfr. Weber, 1972Ic: pp. 60 y ss., 87-163 [1998c: pp. 65 y ss, 92-162]; 1972Ia: p. 262 y ss. [1998e: p. 256 y ss.]). En lugar de eso, y pese a fuertes oposiciones, Weber quería explorar el “lado idealista” (cfr., por ejemplo, Weber, 1972Ic: pp. 205 y ss. [1998c: pp. 200 y ss.]). 16 Weber enfatiza este aspecto aún más fuertemente en un ensayo posterior: “... así, el racionalismo económico [del tipo que ha dominado en Occidente desde los siglos XVI y XVII, S.K.]es por completo dependiente en su origen de la capacidad y disposición de las personas a determinados tipos de conducta de vida práctico-racional” (1972Ie: p. 12, énfasis original [1998b: p. 21]; cfr. también 1972Ia: p. 266 [1998e: pp. 259 y ss.]). El argumento17 Luego de observar diferentes modos en los que los protestantes parecían atraídos por ocupaciones orientadas hacia los negocios y organizaban sus vidas cotidianas de modo especialmente riguroso, Weber comenzó a explorar la doctrina protestante. Descubrió un “ethos orientado a lo mundano” especialmente representado en la Confesión de Westminster (1647) y en los sermones de Richard Baxter (1615-1691), el sucesor puritano de Juan Calvino (15091564). Para Weber, la revisión por Baxter de las enseñanzas de Calvino buscaban sobre todo desterrar las conclusiones sombrías racionalmente implícitas en su “Doctrina de la Predestinación”: si la cuestión de la salvación constituía la cuestión acuciante para los creyentes (cf. Weber, 1972Ic: p. 104 [1998c: pp. 107 y ss.]), si el “estado de salvación” de los fieles estaba predestinado desde el comienzo de todo, y si Dios había elegido sólo una ínfima minoría para ser salvados, de esto se desprendía lógicamente una masiva fatalidad, desesperación, soledad y ansiedad entre los devotos (1972Ic: pp. 86-90; 94-101; 111n [1998c: pp. 90-94; 98105; 114n]. Al reconocer que la dureza de ese decreto ahuyentaba a la mayoría de los devotos (1972Ic: p. 105 [1998c: pp. 108 y ss.]), entre otras razones, Baxter y los teólogos y Ministros puritanos más importantes (Puritan Divines) emprendieron alteraciones doctrinales que, según Weber, dieron lugar a la ética protestante. Al igual que Calvino, Baxter admitía que el mortal y débil devoto no podía conocer el juicio de Dios, ya que los motivos de la majestuosa, distante y poderosa Deidad del Viejo Testamento están más allá de la comprensión de los vulgares habitantes de la tierra (1972Ic: pp. 90-94 [1998c: pp. 95-98]). Sin embargo, Baxter enfatizaba que “el mundo existe para servir a la glorificación de Dios”, y que Dios quiere que Su Reino sea de riqueza, igualdad y prosperidad, ya que la abundancia entre “Sus hijos” serviría con seguridad para alabar Su bondad y justicia (cfr. 1972Ic: pp. 98-101, 164-169, 187-190, 173n [1998c: pp. 102-105, 162-167, 185-187, 172n]). Entendido como un medio hacia la creación de la comunidad de Dios en la tierra, el trabajo regular y con entusiasmo –o el trabajo según una “profesión”- adquiría así una relevancia religiosa entre los devotos. Los creyentes comprendían su actividad económica mundana como un servicio a un Dios que la demandaba, y se podían ver a sí mismos como nobles instrumentos –o herramientas (1972Ic: p. 125 [1998c: pp. 126 y ss.])- de Sus mandamientos y de Su Plan Divino: “... el trabajo al servicio de esta utilidad social impersonal” 17 Sólo es posible ofrecer aquí una versión abreviada del mismo (cfr. Kalberg, 1996, por ej. pp. 58-63; 2007). era concebido como “que eleva la gloria de Dios y aparte es querido por Él” (1972c: p. 101 [1998c: p. 105]; cfr. también pp. 171-177, 200 y ss, 173n, 200n [169-175, 196 y ss., 172n, 197n]). De hecho, aquellos creyentes capaces de un trabajo sistemático en nombre del Plan de Dios podían convencerse a sí mismos de que su fortaleza para hacerlo emanaba de la mano de un Dios omnipotente que lo favorecía –y, más aún, el fiel podía concluir que Dios sólo favorece a aquellos que había elegido para estar entre los predestinados (cfr. 1972Ic: p. 192 [1998c: p. 188 y ss.]). Por otro lado, el trabajo continuo y sistemático poseía, según Baxter, una virtud innegable para el buen cristiano: domestica los aspectos más básicos de la naturaleza humana y de ese modo facilita la concentración de la mente en Dios y en la “elevación del alma” (1972Ic: pp. 169-171 [1998c: pp. 167-169). Finalmente, la “intensa actividad mundana” actúa con eficacia en contra de la duda, de la ansiedad o de la desvalorización aguda inducida por la Doctrina de la Predestinación e inculca la auto-confianza que permite a los creyentes considerarse entre los elegidos (1972Ic: pp. 105 y ss. [1998c: p. 109]). De este modo, el trabajo sistemático, así como “la racionalización sistemática de la totalidad de la vida ética” (1972Ic: p. 125 [1998c: p. 127]), se convirtió en algo santificado o “providencial”. Sin embargo, Weber sostiene que el poder singular de la ética protestante para desbaratar la “ética económica tradicional” que había existido desde tiempos inmemoriales, no se originó simplemente de ese modo, y que esto cobra mayor importancia si se pretende entender el “auto-control constante” y la “racionalización metódica de la vida” de los empresarios calvinistas (1972Ic: pp. 125-128 [1998c: pp. 127-130). Otra modificación introducida por Baxter resultó también fundamental al respecto. Según la Doctrina de la Predestinación, los creyentes no podían nunca saber cuál era su estado de salvación; sin embargo, a la luz del deseo Divino de ver la creación de un Reino terrenal de abundancia para servir a Su gloria, podían concluir lógicamente que la capacidad de trabajo sistemático y la producción de riqueza para la comunidad por parte de un individuo podía ser vista como signos de que Dios favorecía a ese individuo. En efecto, el trabajo metódico y la riqueza personal en sí mismos se convirtieron para los fieles en evidencias efectivas de su estado de salvación. Omnipotente y omnisciente, Dios seguramente no iba a permitir que alguno de los condenados sirva a Su gloria: “... en la obtención de la riqueza como producto del trabajo profesional [reconocía el creyente, S.K.] la bendición de Dios” (1972Ic: p. 192 [1998c: p. 189]). En Su universo, nada ocurría por casualidad. De este modo, aún cuando el devoto nunca podía tener certeza absoluta de estar entre los electos, los creyentes podían buscar producir la evidencia –es decir: trabajo sistemático, riquezas y ganancias (1972Ic: pp. 176 y ss. [1998c: pp. 173 y ss.])- que les permita estar convencidos de su estado de salvación. A la luz de la insoportable ansiedad provocada por la pregunta religiosa fundamental en Inglaterra, Holanda y Nueva Inglaterra de los siglos XVI y XVII –“¿estoy yo entre los salvados?”-, la certeza psicológica sobre el estado de salvación favorable, enfatiza Weber, era el problema crucial. Las revisiones de Baxter les permitieron a los fieles comprender su gran capacidad de trabajo, su acumulación de riquezas y su exitosa reinversión para el engrandecimiento de la comunidad de Dios, como prueba tangible de ser un elegido (cfr. 1972Ic: pp. 198 y ss., 200n [1998c: p. 195, 196n]). De este singular modo, el trabajo en una vocación y las riquezas adquirieron un significado religioso entre los creyentes: constituían signos que evidenciaban la pertenencia entre los elegidos, perdiendo así su carácter tradicionalmente sospechoso y obteniendo un “premio psicológico” positivo. De este modo, un conjunto de valores orientados hacia el trabajo, desdeñado hasta ese momento (cfr.1972Ic: pp. 38-42, 60 [1998c: pp. 44-49, 60 y ss.]), se convirtió en absolutamente central en la vida de los devotos. Ni el solo deseo de riquezas ni la adaptación eficiente a las presiones económicas: Weber señala que sólo el trabajo motivado “desde la propia interioridad” por un conjunto de valores religiosos “internamente vinculantes” tuvo el poder de introducir una “sistematización de la conducta de vida ética” (1972Ic: p. 123 [1998c: p. 125]) y una “regulación planificada de la propia vida” en nombre del trabajo y de la prosecución de riquezas (1972Ic: p. 121 [1998c: p. 124]; cfr. también pp. 124-128 [pp. 126-130]). Sólo este modo éticamente18 ordenado de vida, basado en valores religiosos estaba dotado de la metodicidad e intensidad requerida para poder desarraigar y desterrar la ética económica tradicional. El último capítulo de EP esboza el distintivo estado de ánimo y estilo de vida puritano que constituye el fundamento de la ética protestante. Así, aquellas personas involucradas en los negocios y orientadas a obtener ganancias dejaron de ser desdeñadas por calculadoras, codiciosas e interesadas; en cambio, comenzaron a ser percibidas por otros como empresarios honestos comprometidos en una tarea asignada por Dios. Se los veía positivamente, incluso a aquellos con carácter altamente competitivo (1972Ic: pp. 176-178 [1998c: pp. 173-175]). De forma similar, la reinversión de las ganancias significaban lealtad a los designios de Dios y el reconocimiento de que todas las riquezas emanaban de la mano de esta omnipotente deidad. Como los creyentes se veían a sí mismos 18 Weber define un criterio “ético“ como un “un tipo específico de creencia racional-valorativa de personas que plantea normas para la acción humana que toma así el predicado de ‘moralmente buena’, así como la acción que toma el predicado de ‘bella’ se mide por criterios estéticos“ (Weber, 1976: p. 19, énfasis original [1987: p. 29]). Weber sostiene que la acción social puede ser influida por un criterio ético aun si carece de un apoyo “externo”, e incluso, en algunos momentos, pese a fuerzas “externas” opuestas. como meros administradores en la tierra de bienes concedidos por Él, toda la riqueza tenía que ser utilizada sólo según Sus propósitos, es decir, para construir un reino de riquezas que enaltezca Su gloria (1972Ic: pp.183-195 [1998c: pp. 180-191]). Es por eso que el devoto se caracterizaba por la frugalidad, por la restricción al consumo –especialmente el de bienes suntuarios-, y por el ahorro de importantes sumas. El puritano se caracterizaba por la preferencia por una vida modesta, ya que sabía que cediendo a sus propios deseos debilitaba la necesaria atención en la voluntad de Dios. Pese a las importantes riquezas que así eran creadas, su disfrute se convirtió en “moralmente condenable”, y ejercer un modo de vida ostentoso era percibido como un obstáculo al objetivo de crear, en tanto que Sus instrumentos, un reino terrenal recto en Su honor. La búsqueda de riquezas como fin en sí mismo, así como toda avaricia y avidez por los bienes, pasó a estar estrictamente prohibida (1972Ic: pp. 166 y ss., 191-194 [1998c: pp. 163 y ss.,188-191]). Estos hábitos modestos de vida deben incluso estar acompañados por el comportamiento apropiado: reserva, auto-control, decoro y dignidad. Debe evitarse todo lazo afectivo profundo con otros: sólo podría significar una competencia a la mucho más importante lealtad a Dios. Después de todo, como sabían los puritanos, las emociones no revisten relevancia para la cuestión crucial de la certitudo salutis. Por el contrario, resultaba indispensable un atento y cerebral monitoreo y dirección del accionar. La actividad continua, no el placer ni la diversión, incrementaban la majestad de Dios. Y la falta de voluntad para el trabajo, o la caída en la mendicidad, cobraban así un sentido religioso19, como lo hacía el uso del tiempo del creyente, ya que “cada hora que se pierde, se roba del trabajo al servicio de la gloria de Dios” (1972Ic: p. 168 [1998c: p. 166]). “El tiempo es dinero”, y no debe ser “desperdiciado”. La persona “responsable” de “buen carácter moral” hacía así su aparición (1972Ic: pp. 165-172, 189 y ss. [1998c: 163-170, 186 y ss.]). Por último, debido a que los puritanos percibían a la aristocracia feudal como carente de una orientación hacia Dios y por lo tanto como decadente, la compra de títulos de nobleza y la imitación del estilo de vida señorial, común entre los nuevos ricos de los siglos XVI y XVII en Europa, no podía ser atractiva para estos sinceros creyentes. Esa “feudalización de la riqueza” descartaba la reinversión de ganancias en una empresa y sobre todo alejaba a las personas de 19 El devoto podía entender que la “falta de voluntad para el trabajo es síntoma de la ausencia de estado de gracia” (1972Ic: p. 171 [1998c: p. 169]). Aquellos que vivían en la pobreza no podían estar de ningún modo entre los salvados (1972Ic: pp. 176 y ss., 199n [1998c: 173 y ss., 195n). De este modo, el ser pobre indicaba no sólo holgazanería sino también un carácter moral pobre. una orientación hacia Dios. Para los puritanos estaba claro que la propiedad sólo debía ser usada para la producción y para incrementar las riquezas (1972Ic: pp. 178, 192 y ss; 1976: p. 719) [1998c: p. 173 y ss., 188 y ss.; 1987: p. 928 y ss.]). En su conjunto, estas características constituyen la perspectiva sobre la vida y el estilo de vida de los puritanos del siglo XVII: El rechazo a toda divinización de sí o de otras criaturas, al orgullo feudal, al disfrute despreocupado del arte o de la vida, a la “frivolidad“ y a toda disipación ociosa del dinero y del tiempo, a las preocupaciones eróticas y a cualquier otra ocupación que se aleje de la orientación racional según el deseo y la glorificación de Dios, es decir, ajeno al trabajo racional en la profesión y en las comunidades por Él estatuidas. La eliminación de toda ostentación feudal y de todo consumo irracional impactan fuertemente en la dirección de la acumulación de capital y en la constante reutilización de la propiedad en forma productiva ... (Weber, 1976: p. 719 [ 1987: p. 928]). Combinada con la organización racional-metódica de la vida, basada en un ascetismo intra-mundano, este estilo de vida, sostenía Weber, constituía la singularidad de la ética protestante. Un nuevo “tipo de persona” se abrió paso vigorosamente en el escenario de la historia occidental. Este “ethos moderno” –la “ética protestante”-, señala, desterró el tradicionalismo económico y estuvo en el origen del espíritu del capitalismo. Impulsada por sectas e iglesias protestantes ascéticas (fundamentalmente presbiterianos, metodistas, baptistas y cuáqueros), esta concepción planteó un conjunto particular de premios psicológicos sobre la acción de los creyentes y se difundió a través de diversas comunidades de Nueva Inglaterra, Holanda e Inglaterra en los siglos XVI y XVII. Tanto el trabajo duro y disciplinado en una profesión como la riqueza, ambos provenientes de una firme adherencia a valores religiosos, hacían que una persona quede señalada como “elegida”. Un siglo después, en los tiempos de la Norteamérica más secularizada de Benjamín Franklin, la ética protestante se había difundido más allá de iglesias y sectas, a comunidades enteras. En el camino, sin embargo, su componente específicamente religioso se debilitó y se transformó en una “máxima de conducta de vida con tintes éticos” (1972Ic: pp. 33 y ss., énfasis original [1998c: p. 40] , cfr. también pp. 197-200, 202 y ss. [pp. 193-196, 198 y ss.]), a la sazón, en un espíritu del capitalismo20. Más que como “elegidos”, los adherentes a este ethos, como Franklin, eran vistos 20 Más que una relación “determinante”, Weber ve una “afinidad electiva” (Wahlverwandschaft) entre la ética protestante y el espíritu del capitalismo (la traducción [al inglés, N.deT.]de Parsons de Wahlverwandschaft como “correlación” es inadecuada). Esta “causalidad en sentido débil” que Weber simplemente como ciudadanos honrados, respetables, orientados hacia la comunidad y de buen carácter moral. EP investiga de este modo los “orígenes causales” del espíritu del capitalismo. La centralidad del sentido subjetivo de los creyentes, tomados de fuentes y valores religiosos, más que con referencia a factores sociales estructurales, a elecciones racionales [rational choices, N.deT.], a intereses económicos, a la dominación y al poder, a clases específicas o al progreso evolutivo, se mantiene a lo largo de todo el trabajo. El espíritu del capitalismo dio un empuje decisivo –aunque impreciso en definitiva- al desarrollo del capitalismo moderno. Sin embargo, cuando Weber se refiere brevemente a nuestra era actual al finalizar EP, llama la atención sobre una dinámica completamente diferente. Una vez que el espíritu del capitalismo asistió al desarrollo del capitalismo moderno y que esa “forma económica” se hubo afirmado firmemente en el marco de la industrialización masiva, el capitalismo moderno, señala, se sostiene sólo sobre la base de la acción racional de acuerdo al fin llevada a cabo según necesidades externas y pragmáticas. Si es que está presente, “... la idea del ‘deber profesional’ ronda nuestras vidas como un fantasma de creencias que alguna vez fueron religiosas” (1972Ic: p. 204 [1998c: p. 200]; cfr. también pp. 197-200, 202 y ss. [pp. 193-196, 198 y ss.]). El puritano “quería ser un hombre profesional, nosotros tenemos que serlo” (1972Ic: p. 203, énfasis original [1998c: p. 199]). Este estudio de caso de los orígenes del espíritu del capitalismo es una poderosa demostración de los modos en los que la acción social puede ser influenciada por fuerzas no económicas. Weber insiste en que el análisis sociológico no debe centrarse exclusivamente en intereses materiales, poder, fuerzas estructurales y “formas económicas”, soslayando fuerzas culturales y “éticas económicas”. Sin embargo, los sociólogos deben a su vez rechazar centrarse sólo en fuerzas “ideales”. A “ambos lados” les corresponde su parte, y siempre debe evitarse una “fórmula monocausal”: “Ambos son igualmente posibles, pero con cualquiera de ellos se plantea para esa relación, resulta en parte de su posición de que las fuentes del espíritu del capitalismo son muchas y de que la fuente religiosa constituyen sólo una fuente posible –por más significante e insoslayable que sea- (cfr. Weber,1972Ic: p. 83 [1998c: pp. 86 y ss.], 1923: pp. 300-313 [1997: pp. 295309]): “Lo que debe establecerse es sólo si, y en qué medida, han coadyuvado influencias religiosas a la peculiaridad cualitativa y a la expansión cuantitativa de aquel ‘espíritu’ [el espíritu del capitalismo, S.K.] ...” (1972Ic: p. 83, énfasis original [1998c: p. 87]). Weber afirma que: “Uno de los componentes constitutivos del moderno espíritu capitalista (...), la conducta racional de vida sobre la base de una idea de profesión, nació (...) del espíritu de la ascesis cristiana” (1972Ic: p. 202, énfasis original [1998c: p. 198]). gana muy poco para establecer la verdad histórica si se los pretende plantear como cierre y no como inicio de la investigación” (1972Ic: pp. 205 y ss., énfasis original [1998c: pp. 201 y ss.]). Por lo tanto, y aunque EP demuestra los modos en los que los valores influencian el despliegue de los intereses económicos y proveen el “contenido” a las estructuras sociales, Weber reconocía que una amplia serie de investigaciones multicausales y comparativas sería necesaria para la comprensión cabal de los orígenes del capitalismo moderno. “Ideas” e “intereses”, ambos deben ser examinados. Estaba convencido que si es que el espíritu del capitalismo tuvo impacto sobre el desarrollo del capitalismo moderno, debió existir un contexto propicio, coagular una serie de factores políticos, económicos, estamentales y legales, entre otros (cfr. 1972Ic: pp. 205, 192n [1998c: pp. 200 y ss., 189n]). EP constituía simplemente el primer paso en el esquema macro weberiano para investigar los orígenes causales del capitalismo moderno. EERU reanudó este tema21 y, de hecho, lo amplió a la cuestión de los orígenes del “racionalismo occidental moderno”. La otra obra importante de su sociología madura –un tratado sistemático que traza las herramientas conceptuales y los procedimientos de investigación de su amplia sociología histórico-comparativa, E&S- proveyó el marco teórico para los estudios de EERU. Debemos dedicarnos primero a esta obra analítica. En ambos trabajos Weber renunció a buscar cualquier tipo de ecuación causal única, capaz de comprender todos los casos: “Eso lo dejamos mejor para ese tipo de diletantes que creen en la ‘unicidad’ de la ‘psique social’ y en la posibilidad de reducirla a una fórmula” (1972Ic, p. 205n, énfasis original [1998c: p. 201n]). 21 Este tema es también decisivo en una obra de Weber de mucha solidez, y que posee un sesgo más histórico; cfr. Historia Económica General (1923 [1997]). Economía y sociedad Incompleto y publicado por la mujer luego de su muerte, E&S –al igual que EERU- se aboca a las razones por las que Occidente debe ser considerado singular. En muchas ocasiones, y referenciándose en las configuraciones de pautas de acción, tanto “ideales” como “materiales”, Weber explora aquí también los orígenes causales del camino específico de desarrollo seguido por Occidente. Sin embargo, a diferencia de EERU y EP, E&S busca fundamentalmente proveer una base sistemática para la disciplina sociológica, diferenciada de los campos de la historia y la economía. Este trabajo en tres tomos constituye el tratado analítico que subyace a la sociología histórico-comparativa y comprensiva weberiana. Escrita a lo largo de un período de once años (1909-1920), E&S se extiende a través de una sorprendentemente vasta paleta de temas en clave comparativa. Weber examina, por ejemplo, los estamentos, el estado, las clases, los grupos étnicos, la familia, el clan y las organizaciones políticas por un lado, y una amplia gama de tipos de economías, de ciudades, de religiones de salvación y de organizaciones legales y de dominación por el otro. Esto es hecho no con referencia al siglo XX o a una sociedad particular, sino que en una extensa perspectiva universal. Sus pinceladas son por momentos amplias e incluyen tendencias evolutivas y modelos que abarcan siglos, incluso milenios, en una variedad de civilizaciones; pero aún así, en todo momento, sus análisis están anclados en una minuciosa investigación histórica. Probablemente la idea de que el suyo es uno de los aportes más destacados a las ciencias sociales del siglo XX, como se ha sostenido, se apoye en que a la vez que “la historia universal de un sociólogo ...que plantea algunos de los grandes problemas sobre el mundo moderno” (Roth, 1968, p. xxix), también se detiene rigurosamente en detalles. Weber se involucra en un proyecto de dimensiones impresionantes: una sistematización de sus vastos conocimientos sobre las épocas antigua, medieval y moderna en China, India y Occidente, así como de las antiguas civilizaciones de Medio Oriente, que da lugar a un tratado teórico capaz de guiar la práctica de su sociología comprensiva histórico-comparativa. Y esto lo busca hacer, sin embargo, sin desplazarse a un nivel de análisis abstracto, carente de fundamentos empíricos sólidos. Esta atención en los detalles, combinada con la formulación continua de generalizaciones analíticas, convierte a E&S en un trabajo difícil, incluso sinuoso. Así, se crean permanentemente modelos heurísticos útiles para los investigadores, pero sólo luego de un meticuloso examen de numerosos casos históricos. Algunos tipos ideales son de alcance más limitado y competen a un período específico, otros tienen mayor alcance o son incluso universales; algunos son más estáticos y sirven como criterios conceptuales para asistir a la definición de casos empíricos; otros son más dinámicos e incluyen una serie de hipótesis; otros incluso son “modelos de desarrollo” compuestos por varias etapas. Mientras que la primer parte (escrita, sin embargo, después que la segunda), que es más corta, enfatiza la construcción de modelos –y de hecho parece a menudo directamente un compendio de conceptos-, la segunda parte, más larga, se centra más en casos históricos, así como en breves (e incompletos) análisis causales de desarrollos particulares, previos a la formulación de modelos. La escarpada aridez de las definiciones de la primer parte y los disconexos movimientos que van y vuelven de la evidencia histórica a la construcción de tipos ideales en la segunda, ponen permanentemente a prueba la paciencia de incluso el lector más devoto. Lamentablemente, en ningún momento brinda Weber algún tipo de resumen de sus propósitos, temas o procedimientos. No es de sorprender, entonces, que los intérpretes de esta obra hayan examinado generalmente sólo aquellas discusiones que se convirtieron en afirmaciones clásicas y lecturas obligatorias tanto para teóricos como para sociólogos involucrados en la investigación especializada: los capítulos sobre el derecho, los estamentos, los profetas, la religión, el carisma y la dominación en general, la burocracia y la ciudad. Aunque estas secciones merecen un examen cuidadoso (ver infra), centrarse sólo en ellos no permite ver la originalidad real y la perdurable utilidad de este tratado. Un análisis de los cinco ejes que signan este laberíntico trabajo permitirá articular sus trayectorias subyacentes. En este proceso se delinearán los modelos de análisis y los procedimientos de investigación más importantes de la sociología comprensiva, histórico-comparativa de Weber. Bastará para ello una breve pero cuidadosa lectura de cada uno de ellos. “Ubicando” la acción social: órdenes sociales y tipos ideales Convencido de que la cristalización de la acción social en patrones no es aleatoria, y sin embargo no puede ser aprehendida por referencia a un “sistema social”, un “orden cultural”, un “hecho social” o un “otro generalizado”, Weber procura especificar a lo largo de E&S dónde pueden surgir esas regularidades. Al lograr ubicar analíticamente la acción con sentido, quedan sentados los cimientos del conjunto de su programa de trabajo. De hecho, esta tarea no podía dejar de encararse si su sociología comprensiva –la comprensión por parte del sociólogo del sentido subjetivo que las personas en diferentes grupos atribuyen a su acción- pretendía constituir algo más que una empresa vacía y formal. Basado en una enorme investigación histórico-comparativa, Weber sostiene en E&S que la acción social coagula, en gran medida aunque no exclusivamente, en un cierto número de “órdenes sociales” (gesellschaftliche Ordnungen): económico, de dominación, religioso, jurídico, estamental y de las organizaciones universales (familia, clan y comunidades vecinales tradicionales)22. Para él, las personas están “ubicadas en diversos órdenes sociales, cada uno de los cuales está gobernado por leyes diferentes” (Weber, 1992a: p. 242 [1998a: p. 169]). E&S emprende la enorme tarea de delimitar los órdenes más importantes dentro de los que la acción social se cristaliza de manera significativa. Luego identifica los temas, dilemas o series de interrogantes propios de cada orden. Por ejemplo, la centralidad puesta en las explicaciones del sufrimiento, la desgracia y la miseria distingue al orden religioso, mientras que al orden de la dominación le incumben las razones por las que las personas le atribuyen legitimidad a ciertos mandatos y los motivos por los que los obedecen. El orden estamental implica el honor social y modos definidos de conducirse en la vida (Lebensführung). De este modo quedan establecidos límites analíticos para cada orden. Es altamente probable que la acción en esos órdenes pierda su carácter aleatorio y comience a estar definido por una dirección. Weber sostiene que es muy posible que esa acción se convierta en acción social, y la mayor parte de los capítulos de E&S discuten las características particulares de la acción social específica de cada orden. Por ejemplo, respecto de la actividad económica, la acción deviene acción social “sólo si toma en cuenta el comportamiento de terceros (...) [y] en la medida en que el actor asume que esos terceros respetan su poder de disposición sobre bienes económicos” (Weber, 1976: p. 11 [1987: p. 18]; cfr. también p. 201 [p. 275]); y la acción orientada estamentalmente se convierte en acción social siempre que se sigue un modo específico de conducta de vida y que se plantean restricciones efectivas a las relaciones sociales (1976: p. 534 y ss. [1987: p.687 y ss.]). Aquí, en los órdenes sociales, encontramos una herramienta heurística muy importante para la investigación desde la sociología comprensiva. En la terminología de Weber, cada orden tiene un sentido subjetivo (Sinnbereich), en el marco del cual es probable que surja la acción social y los agrupamientos sociales. Pese al carácter central que tienen conceptualmente en su programa comprensivo, Weber concluye que los órdenes son demasiado generales como para anclar una sociología de 22 Por esta razón, E&S está organizado en torno de estos órdenes. El desafortunado título de esta obra, que proviene de la mujer de Weber, da la impresión de que su sociología esté organizada en torno a la noción de “sociedad”. El título dado por Weber a la sección más importante de E&S –“La economía y los órdenes y poderes sociales”-, apunta a la centralidad de los órdenes sociales. base empírica. Con relación a esta tarea de E&S –ubicar la acción social-, constituyen sólo un punto de partida. Para este autor las orientaciones según pautas de la acción con sentido subjetivo pueden ser conceptualizadas mucho más rigurosamente si se las referencia en tipos ideales. Estas construcciones aprehenden la acción social con una gran precisión. Como tratado analítico, E&S tiene como una de sus principales tareas la formulación de tipos ideales. Cuando Weber construye un tipo ideal de, por ejemplo, el profeta, el funcionario burocrático, el mercado o la economía natural, el aristócrata feudal, el campesino o el intelectual, está en cada caso conceptualizando orientaciones regulares de acción social. Así, el tipo ideal “funcionario burocrático” identifica orientaciones pautadas hacia la organización disciplinada del trabajo, la puntualidad, la confiabilidad, la especialización de tareas y una cadena jerárquica de mandos. El “líder carismático” implica orientaciones hacia personas que son vistas como extraordinarias, así como la voluntad de seguirlas aún cuando para esto sea necesario violar convenciones y costumbres. Cada tipo ideal implica la separación de la acción del flujo amorfo en el que se encuentra, y una delimitación de constelaciones de acción social. En el caso de la mayor parte de los tipos ideales formulados en E&S, Weber ve como probable la coagulación de ese tipo de acción con sentido: esto implica orientaciones regulares de acción con un grado de perdurabilidad y firmeza, es decir, de continuidad. En el tipo ideal está incluso implícita la posibilidad de que las orientaciones de acción por él definidas tengan empíricamente su propia fuerza causal, así como la capacidad de sostenerse en el tiempo. Cada tipo ideal –i.e. las pautas de orientaciones de acción que éste implica-, mantiene su capacidad potencial de ejercer una influencia autónoma (eigengesetzliche), dependiendo del contexto de otras orientaciones de acción en el que existe. Así, en general, en esta obra tan vasta que es E&S, los tipos ideales ubican la acción social según pautas de modo mucho más específico de lo que lo hacen los órdenes sociales. En E&S, la ubicación de la acción con sentido por referencias a tipos ideales y a órdenes sociales cumple con la importante tarea de conceptualizar la acción empírica con sentido. Sin embargo, le cabe un rol mucho más crucial en la sociología comprensiva weberiana. En una escala amplia histórico-comparativa, E&S ayuda a los sociólogos a comprender cómo una gran variedad de acciones sociales pueden devenir en subjetivamente plenas de sentido para las personas. En otras palabras, facilita la comprensión de la acción social en contexto –en sus propios términos, o “desde adentro hacia afuera”. Al hacer esto, esta obra analítica logra otra tarea nodal para el proyecto comprensivo de Weber: oponerse a las tendencias de los sociólogos que exploran la acción social con sentido sólo desde la preeminencia de sus propias presuposiciones, ligadas a sus costumbres (y probablemente nunca examinadas). Weber está convencido que, cuando esto ocurre, existe mayores probabilidades de que los científicos sociales vean a la “acción inusual” como extraña, irracional e incomprensible, en lugar de verla como subjetivamente plena de sentido. Por eso, al ubicar el sentido subjetivo con la ayuda de numerosos tipos ideales y órdenes sociales, E&S facilita la comprensión de cómo los valores, los intereses, las emociones y las tradiciones proveen de sentido a las personas, en diferentes configuraciones empíricas, permitiendo así formular los fundamentos de los agrupamientos sociales (cfr. Kalberg, 1994b, pp. 30-46). Al permitir la comprensión de la acción putativamente “irracional” de otros como efectivamente plena de sentido, expande la imaginación de los sociólogos. Por ejemplo, el tipo ideal “profeta emisario” nos ayuda a “nosotros, los modernos” a comprender los modos en los que esta figura carismática, que ve al cosmos como unificado por los Mandamientos e intenciones de Dios (Weber, 1976: p. 275 [1987: pp. 363 y ss.]), atribuye sentido a sus acciones –por más “irracional” que puedan parecer desde el punto de vista de las presuposiciones científicas y secularizadas actuales. Bajo ciertas circunstancias, las orientaciones de acción pueden “alinearse” de un modo coordinado y dar lugar a fundamentos de vidas internamente consistentes y hasta metódicamente organizadas. Muchos de los tipos ideales de Weber trazan precisamente este tipo de acción, el que posee una dirección sistemática23. Tipos ideales como “standards” Como se ha señalado, en tanto que herramientas conceptuales, los tipos ideales de E&S “documentan” patrones de acción social y delimitan sus “ubicaciones”. Además, cuando son utilizadas como “standards” con referencia a los cuales pueden compararse y “medirse” los patrones de acción que están siendo investigados, permiten la definición precisa de esa acción. En este tratado analítico se formula una gran diversidad de tipos ideales de diferente alcance (por ejemplo, feudalismo, patriarcalismo, profecía emisaria, sacerdotes, la ciudad de Oriente, derecho natural, derecho canónico, ascetismo, guerreros). Dos de los tipos ideales weberianos 23 Para Weber una “organización racional metódica de la vida” particular tuvo un impacto significativo sobre el desarrollo del Occidente moderno: la protestante ascética. han sido probablemente los más influyentes en la sociología: los “tipos de dominación”24 y los “estamentos”25. Más que un “hecho social”, una expresión de leyes naturales o la culminación inevitable de fuerzas históricas evolutivas, la dominación no implica para Weber más que la probabilidad de que un grupo determinado de individuos (como producto de motivos muy diversos) oriente su acción social a dar órdenes, que otro grupo determinado la oriente a la obediencia (también como producto de motivos muy diversos), y que esas órdenes sean en efecto, y en un grado sociológicamente relevante, llevadas a cabo26. En la famosa formulación de Weber, la dominación refiere a “la posibilidad que una orden con un contenido específico sea obedecida por un grupo dado de personas” (1976: p. 28 [1987: p. 43]). La orden puede provenir de diversos individuos, tales como jueces, funcionarios, banqueros, artesanos o jefes tribales. Todos ellos ejercen dominación, siempre que se reclame obediencia y que ésta se obtenga (1976: pp. 541, 545 [1987: pp. 695, 699 y ss.]). La mayor preocupación de Weber se centra en la dominación legítima, o sea, la situación en la cual se le atribuye un cierto grado de legitimidad a la relación de dominación. Por esa razón, y esto es fundamental, la obediencia implica un elemento voluntario. Sea anclada en un hábito o costumbre de carácter irreflexivo, en un apego emocional por el líder o en miedo a él, en valores o ideales, o en intereses puramente materiales y en el cálculo de beneficios, siempre existe un mínimo necesario de conformidad en el caso de la dominación legítima –a diferencia de lo que ocurre en el poder puro- (1976: p. 122 [1987: p. 170]). 24 Herrschaft se traduce normalmente como “authority” o como “domination”. Ninguno de estos términos logra captar la combinación de autoridad y dominación que significa Herrschaft, por lo que uso la denominación de Benjamin Nelson: “rulership”. [Mantenemos esta nota al pie del autor pues, aunque refiere directamente a la traducción al inglés del término weberiano Herrschaft, ilustra sobre la complejidad del término que, en forma consagrada en castellano, se traduce como “dominación” (N.deT.)] 25 Sobre este uso del tipo ideal, cfr. Kalberg (1994b, pp. 87-91). 26 Weber enfatiza explícitamente que la dominación no es más que orientaciones de acción con sentido: la dominación “no significa una fuerza natural poderosa que se abre camino, sino que la acción de uno (“orden”) se base –con plenitud de sentido- en la de otro (“obediencia”) y viceversa, de modo tal que en promedio se puede asumir que se cumplen las expectativas en base a las cuales se orienta la acción de ambas partes ” (Weber, 1973b: p. 456, énfasis original [1973d: 204]). El establecimiento de una relación legítima de dominación basada sólo en intereses materiales tiende a ser, para Weber, relativamente inestable. Por otro lado, motivaciones puramente racional-valorativas o afectivas pueden ser decisivas sólo en circunstancias “extraordinarias”. Una combinación de costumbre y de cálculo racional de acuerdo al fin motivado por intereses materiales es la que brinda generalmente la “motivación para acatar” en las situaciones cotidianas (1976: pp. 122 y ss, 542 [1987: pp. 170 y ss., 696]). Sin embargo, en el análisis weberiano estas motivaciones solas nunca constituyen un fundamento confiable y duradero de la dominación. Es crucial otro elemento, al menos un mínimo de creencia por parte del dominado en la legitimidad de la dominación: “Pero en todos los casos se puede afirmar que el fundamento de toda dominación, y también de toda obediencia, es una creencia en el “prestigio” del o de los que dominan” (1976: p. 153, énfasis original [1987: p. 211])27. En esencia, los que dominan buscan convencerse a sí mismos de su derecho a ejercer la dominación, e intentan implantar entre los dominados la idea de que ese derecho es merecido. Si lo logran, surge una disposición a obedecer que asegura su dominio de modo mucho más efectivo que el uso de la fuerza. El carácter de la creencia o de la pretensión de legitimidad brinda a Weber el criterio para clasificar los tipos más importantes de dominación legítima en modelos típico-ideales (cfr. 1976: pp. 549 y ss [1987: pp. 704 y ss.]). ¿Por qué obedecen las personas a la autoridad? Desde la ventajosa posición dada por sus amplios estudios comparativos e históricos, Weber sostiene que todo poder de dominación, “profano o religioso, tanto político como apolítico”, puede ser entendido apelando a principios de legitimación legalracionales, tradicionales o carismáticos. ¿Qué creencias típicas dan “validez” a estos tres “tipos puros” de dominación legítima? “1. De carácter racional: que descansa en la creencia en la legalidad de reglas establecidas y en el derecho a aplicarlas del que por ellas está llamado a dominar (dominación legal). 2. De carácter tradicional: que descansa en la creencia cotidiana en la santidad de tradiciones válidas desde siempre, y en la legitimidad del que bajo ellas está llamado a ejercer la autoridad (dominación tradicional). 27 Aparte, “La experiencia muestra que ninguna dominación se conforma voluntariamente con tener sólo motivaciones materiales, o afectivas o racional-valorativas para tener posibilidades de subsistir en su lugar. Todas buscan, más bien, despertar y cultivar la creencia en su legitimidad” (Weber, 1976: p. 122 [1987: p. 170]). 3. De carácter carismático: que descansa en la devoción extraordinaria a la santidad, al heroísmo o al carácter ejemplar de una persona, y a las órdenes reveladas o creadas por él (dominación carismática)” (1976: p. 124 [1987: p. 172]). Bajo el lema: “está escrito – pero yo os lo digo”, el líder carismático se opone a todos los valores, costumbres, leyes, reglas y tradiciones establecidas (1976: pp. 657 y ss. [1987: pp. 851 y ss.])28. Estos aspectos definen al orden de la “dominación” y distinguen la acción orientada hacia éste frente a la acción en los otros órdenes. El tan discutido modelo weberiano de dominación “legal-racional” se pone de manifiesto en la organización burocrática. En la sociedad industrial, sostiene, este tipo de dominación deviene omnipresente. Está legitimado por la creencia en leyes adecuadamente promulgadas y en modos “objetivos “ de procedimiento, más que por personas o por referencia a la legitimidad de tradiciones establecidas en el pasado. Por eso, la administración burocrática es radicalmente opuesta tanto a la dominación carismática como a todos los tipos de dominación tradicional (patriarcalismo, feudalismo, patrimonialismo). La subsunción de diversas acciones sociales bajo prescripciones, regulaciones y leyes estables permite su superioridad técnica, en comparación con la dominación tradicional y carismática. Derechos y deberes están claramente definidos y otorgan a “un superior”, en virtud de su posición jerárquica, el poder de dar órdenes y la posibilidad de ser obedecido: “Las órdenes no son en nombre de una autoridad personalizada, sino que en nombre de una norma impersonal, e incluso estar eximido de una orden es también por su lado producto de la obediencia a una norma, y no libre arbitrio, gracia o privilegio” (Weber, 1972Ia: p. 268 [1998e: p. 261]; cfr. también 1976: pp. 131 y ss., 543 y ss., 584 y ss. [1987: pp. 181 y ss., 696 y ss., 758 y ss.]). Además, las burocracias orientan su labor por leyes y regulaciones generales, y lo hacen de modo sistemático. El trabajo se realiza en oficinas y a tiempo completo, e implica el uso de registros escritos y su preservación; los empleados son nombrados y retribuidos con un salario regular, así como con la perspectiva de ascender. Los procedimientos de trabajo maximizan el cálculo: a través de la evaluación con referencia a un conjunto de reglas abstractas y a un 28 Para la primera formulación de Weber en la segunda parte de E&S, cfr. 1976: pp. 549 y ss. [1987: pp. 705 y ss.]; más en general, cfr. 1976: pp. 153 y ss., 548 y ss., 545 [1987: pp. 211 y ss., 704 y ss., 699 y ss.]. En la realidad empírica, desde luego, la dominación se presenta siempre en alguna combinación de estos tipos puros. Con estos tres modelos Weber no pretende aprehender un desplazamiento “evolutivo” de la historia hasta alcanzar la era contemporánea (cfr. infra). sopesamiento de medios y fines, las decisiones pueden tomarse de modo predecible y expeditivo. En comparación con las formas tradicionales de dominación, esas decisiones tienen lugar con menos equívocos: áreas de jurisdicción, especialización de tareas, competencias y responsabilidades para cada empleado están delimitadas por un lado por regulaciones administrativas y por otro por el entrenamiento técnico. Éste puede ser utilizado más efectivamente no sólo cuando se definen ámbitos de competencia, sino que también cuando rige una jerarquía incuestionable de mandos en la que “cada cargo está bajo el control y la supervisión de uno más elevado”. La dominación, incluyendo la posibilidad de que un superior acceda a medios coercitivos, está firmemente organizada y articulada por medio de regulaciones (Weber, 1976: pp. 128, 562 y ss. [1987: pp. 178, 730 y ss.]). El modelo weberiano enfatiza la “racionalidad formal” que rige en las burocracias: la resolución de los problemas y la toma de decisiones son hechas por la orientación sistemática y continua de la acción de acuerdo a fines, según reglas abstractas que se promulgan a través de procedimientos discursivamente analizables, y aplicados universalmente. Dado que la toma de decisiones y la impartición de órdenes tiene lugar con directa referencia a regulaciones, las burocracias implican típicamente –en comparación con los tipos de dominación tradicional y carismático- la minimización de la acción afectiva y tradicional. Weber llama reiteradamente la atención sobre el carácter extremadamente impersonal de la dominación burocrática. Por ejemplo, Su peculiaridad específica [...] la desarrolla más consumadamente cuanto más se “deshumaniza”, [...] cuanto más logra eliminar en la realización de su trabajo al amor, al odio, a todo lo puramente personal, erradicando los elementos irracionales y todo lo que no puede calcularse (1976: p. 563 [1987: p. 732]). Weber señala que este “modelo puro” puede ser utilizado como parámetro contra el cual puede compararse el caso empírico particular que esté siendo investigado –la burocracia norteamericana, inglesa o alemana, por ejemplo, o la burocracia estatal vis-à-vis la burocracia de la industria privada. Evaluando la desviación en relación a esta herramienta heurística, pueden definirse las características principales de un caso concreto y demarcarse con precisión sus características distintivas29. El otro tipo ideal weberiano también ampliamente discutido, el “estamento”, sirve al mismo propósito. Para Weber el estamento –y no sólo las clases como para Marx- constituye una base independiente para la estratificación social. Visto a través de una óptica históricocomparativa, el modo dominante de estratificación varía a través de las civilizaciones y las épocas. En el moderno Occidente, por ejemplo, la “situación de clase” se convirtió en un principio organizador más importante que la “situación de estamento” (cfr. Weber, 1972Ia: p. 274 y ss. [1998e: p. 268]). Según Weber, la estratificación por estamentos se ve favorecida cuando las relaciones de producción y distribución son estables, y la situación de clase se convierte en preeminente en épocas de grandes cambios tecnológicos y económicos. Cuando decrece el ritmo de esas transformaciones, tiene lugar un nuevo fortalecimiento de las estructuras estamentales, así como un aumento de la importancia dada al honor social (Weber, 1976: p. 539 [1987: p. 693]). ¿Cómo define Weber al “estamento” y cómo asiste este tipo ideal, como criterio conceptual, a la investigación? La “situación de estamento” implica “todo componente típico del destino de la vida de las personas condicionado por una específica valoración social, positiva o negativa, de su ‘honor’” (1976: p. 534 [1987: p. 687]). De este modo, la estima social –la pretensión de ésta y su reconocimiento- orientan la acción social en este orden. Resulta aquí determinante la conducta de vida de una persona, la que a su vez se apoya en procesos de socialización definidos y en el prestigio, tanto hereditario como el ligado a la profesión (1976: pp. 179 y ss. [1987: pp. 245 y ss.]; cfr. también Weber, 1972Ia: pp. 273 y ss. [1998e: pp. 267 y ss.]). Un estamento (Stand) tiene lugar cuando las personas comparten un estilo de vida, pautas de consumo, convenciones comunes, nociones específicas de honor y, en algunos casos, monopolios económicos cuyo fundamento es estamental. Debido a una implícita evaluación de la situación propia en relación a la de otros, así como a la conciencia de convenciones, valores y estilos de vida comunes, para Weber la situación estamental puede frecuentemente llevar a la conformación de grupos. En algunos casos, sin embargo, éstos pueden ser amorfos (Weber, 1976: p. 534 [1987: p. 687]). Las diferencias estamentales se hacen evidentes siempre que la 29 La dominación carismática es analizada infra. En cuanto a la dominación tradicional, Weber enfatiza que: “La validez de un orden debido al carácter sagrado que se le atribuye a la tradición es la forma más universal y primitiva” (Weber, 1976: p. 19 [1987: p. 30]). Sobre la dominación tradicional en general, cfr. Weber (1972Ia: pp. 269 y ss.; 1976: pp. 580, 604 y ss., 552, 580 y ss., 124, 130 y ss. [1998e: p. 263; 1987: pp. 753, 784 y ss., 717 y ss., 753 y ss., 172 y ss., 180 y ss.]). interacción social entre individuos de distintos estamentos se vea limitada o esté directamente ausente. La estratificación por estamentos implica siempre la “monopolización de bienes u oportunidades, ideales y materiales”, así como la diferenciación social y la exclusividad (1976: pp. 537, 531 y ss. [1987: pp. ]690, 682 y ss.]; cfr. también Weber, 1972Ia: pp. 273 y ss. [1998e: pp. 267 y ss.]). Para Weber el sentimiento subjetivo de honor y estima social puede tener un impacto significativo. La “estratificación estamental” se opone y puede restringir incluso a la acción que se orienta por clases, por intereses materiales, por el desarrollo del libre mercado, por conflictos de clase o por meros intereses comerciales. Las guildas medievales, por ejemplo, peleaban a veces más fervientemente por cuestiones ligadas al orden con el que marchaban en las procesiones, que por temas económicos. Las familias distinguidas, en todo el mundo, permitían que sus hijas sean cortejadas sólo por pares estamentales, y miembros de “familias tradicionales” cultivaron frecuentemente diferentes métodos para marcar su exclusividad, así como lo hicieron los descendientes de los Padres Peregrinos, de los Pocahontas y de las Primeras Familias de Virginia (Weber, 1976: pp. 535, 538 [1987: pp. 688, 691 y ss.]; 1972II: pp. 36, 125 [1998h: pp. 42, 130 y ss.]). Nobles cortesanos e intelectuales humanistas influenciaron fuertemente el carácter de la educación en el s. XVII, y diferentes “estratos portadores” dejaron prominentemente su impronta en la formación de doctrinas religiosas y enseñanzas éticas (cfr. infra). Esta influencia tiene para Weber tanta importancia que , en su análisis, los sistemas de creencias sufren profundas alteraciones siempre que se asocian a un nuevo estrato portador (cfr.1972Ia: pp. 237 y ss., 250-257 [1998e: pp. 233 y ss., 245-252]; 1976: pp. 298 y ss., 704 y ss. [1987: pp. 392 y ss., 908 y ss.]). Un único estamento puede ocasionalmente dejar su sello sobre el desarrollo entero de una civilización, como fue el caso de los intelectuales en China, los guerreros samuráis en Japón y los sacerdotes brahmanes en India. Como tipos ideales, los estamentos pueden ser utilizados como parámetros con los cuales “medir” el caso particular investigado. De este modo, puede definirse su singularidad. Sin contar con estas construcciones para asistir a la conceptualización, señala Weber, no es posible guiar los “ensayos mentales” (Gedankenbild) comparativos, centrales para poder aislar rigurosamente patrones causales significativos de la acción. Estos tipos ideales de E&S –estamentos y tipos de dominación- que actúan como parámetros, así como muchos otros que podrían analizarse, ubican a Weber en oposición directa a Marx: los intereses materiales no constituyen solos el único “motor” del cambio. Por el contrario, la sociología de Weber sostiene reiteradamente que en la historia tienen efecto una amplia gama de fuerzas causales y que el cambio social no tiene lugar de un modo lineal, sino que complejo (cfr. infra). Tipos ideales como modelos para la construcción de hipótesis Muchos de los tipos ideales weberianos no sólo permiten claridad en la conceptualización de casos o de desarrollos específicos, sino que también delinean hipótesis que pueden ser probadas contrastándolas con casos o desarrollos específicos. De hecho, lo hacen de modo tal que permiten aislar regularidades significativas e identificables de la acción social. Los tipos ideales se utilizan en E&S como modelos formadores de hipótesis, y esto es hecho, en especial, de cuatro modos diferentes. 1. El centro de atención de Weber en el primer tipo de modelo está puesto en su carácter dinámico. Los tipos ideales, lejos de ser estáticos, están constituidos a partir de una variedad de orientaciones de acción regulares. Entre estas orientaciones de acción pueden suponerse relaciones, en carácter de hipótesis delimitadas y empíricamente verificables. 2. En segundo lugar, en E&S se construyen modelos contextuales que articulan hipótesis en relación al impacto de contextos sociales específicos sobre pautas de acción. 3. En tercer lugar, al analizarse la relación entre sí de los tipos ideales, pueden articularse interacciones lógicas de modelos de acciones provistas de sentido. Así, en E&S abundan hipótesis sobre “afinidades electivas” y “antagonismos” entre tipos ideales. 4. En cuarto lugar, Weber utiliza tipos ideales para hacer un seguimiento de desarrollos analíticos. Cada modelo plantea una hipótesis sobre un curso de acción regular, o un “camino de desarrollo”. Al erigir un esbozo de marco teórico, cada modelo facilita la aprehensión conceptual de realidades que de otro modo serían difusas, y formula hipótesis causales sobre pautas de orientaciones de acción. Por esa vía, cada modelo aporta al logro del objetivo general de la sociología de Weber: la explicación causal de casos y desarrollos. Cada modelo introduce una fuerte dimensión teórica al núcleo mismo de la sociología histórico-comparativa weberiana. Sólo es posible detenerse aquí en algunos de sus modelos de afinidad electiva, de antagonismo y de desarrollo30. 30 Sobre los modelos dinámicos de Weber, cfr. Kalberg (1994b, pp. 95-8); sobre sus modelos contextuales, cfr. ibíd. (pp. 39-46, 98-102). Weber da cuenta explícitamente que su preocupación en E&S son las relaciones típicoideales entre la economía y la “sociedad” -i.e. las interacciones entre la economía y “las formas estructurales (Strukturformen) generales de las comunidades humanas” (1976: p. 212, énfasis original [1987: p. 289])31 en los órdenes sociales más importantes. Con mucho detalle y sobre la base de su asombrosamente vasto conocimiento histórico, Weber traza, a través de constelaciones de tipos ideales, los diversos modos en los que las distintas etapas de desarrollo de la economía (la organización del trabajo en la agricultura y en la industria; los tipos de economía natural, monetario, planificado, mercantil y capitalista) se relacionan con –e influencian a- las diversas etapas de desarrollo más importantes en esos órdenes: por ejemplo, los tipos de derecho tradicional, natural y lógico-formal; los caminos de salvación en el orden religioso (a través de un salvador, una institución, un ritual, la buena acción, el misticismo y el ascetismo; cfr. Kalberg, 1990); los tipos de dominación carismático, patriarcal, feudal, patrimonial y burocrático; la familia, el clan, la comunidad vecinal tradicional; y una amplia gama de estamentos importantes (tales como intelectuales, funcionarios civiles y nobles feudales). Sin embargo, esta atención en las interacciones entre la economía y otros órdenes no significa en absoluto que se eleve a la primera a una posición de preeminencia causal. Por el contrario, al distinguir una serie de esferas, Weber quiere señalar, contra Marx, que las cuestiones de causalidad no pueden ser tratadas referenciándolas primariamente en fuerzas económicas, en intereses materiales o en cualquier otro orden tomado individualmente. Como señala Weber, “[l]as conexiones entre la economía y los órdenes sociales [...] son tratadas con mayor detenimiento [...] que lo que es habitual. Y esto es hecho deliberadamente así, para hacer también claramente manifiesta la autonomía (Eigengesetzlichkeit) de esas esferas frente a la economía” (Weber, 1914: p. VII [No conocemos traducción al español de este texto (N.deT.)]). Como se manifiesta a través de sus tipos ideales, sostiene, cada orden implica la posibilidad de pautas de acción empíricamente significativas. Muchos pasajes de E&S están abocados a demostraciones de cómo esto tiene lugar, en referencia a temas, dilemas o series de problemas propios y específicos de cada orden. Weber señala con insistencia que ninguna esfera particular debe elevarse a la posición de prioridad causal general. Más aún, y pese a su orientación hacia el orden económico, E&S traza mucho más que la relación de los diferentes agrupamientos en este orden con los de otros. No es correcto decir que esta obra trate solamente los modos en los que los diversos grupos influyen sobre la economía y son influenciados por ella. Weber examina minuciosamente las relaciones típico- 31 Formas estructurales aquí está en contraposición a lo “cultural” (literatura, arte, ciencia, etc.). ideales entre, por ejemplo, el clan y el grupo religioso, entre organizaciones legales y de dominación, entre agrupamientos en el orden religioso y organizaciones en el orden jurídico, entre la familia y organizaciones de dominación o entre grupos religiosos y organizaciones de dominación. A su vez, se ocupa en especial de, por un lado la relación entre el derecho lógicoformal y la dominación burocrática, entre la familia y los diferentes caminos de salvación y entre la “ética” de diferentes estamentos y los caminos de salvación más importantes, y por otro entre los tipos de derecho y los de dominación. ¿Cómo se relacionan analíticamente, entonces, los diversos órdenes entre sí? E&S sostiene que lo hacen según modos que siguen pautas regulares. Las relaciones entre órdenes son aprehendidas a través de dos conceptos en esta obra: relaciones de “afinidad electiva” y “relaciones de antagonismo”. Mientras que la afinidad electiva implica una hipótesis sobre una combinación compatible de dos o más tipos ideales que comparten características internas –una interacción no determinista, aunque sí típica y recíproca, de acción social regular-, el antagonismo indica una hipótesis de “inadecuación” y un choque, una traba, incluso una exclusión de las pautas de acción implicadas en cada tipo ideal. Estas “interacciones lógicas” de acción regular constituyen para Weber modelos para la construcción de hipótesis. Por ejemplo, el carácter intensamente personal de las relaciones en la familia o en el clan son vistas como antagónicas a las relaciones impersonales características del mercado (la acción con sentido está orientada a las “leyes del mercado”, más allá de las personas) o de la dominación burocrática (orientación a estatutos, regulaciones y leyes, también más allá de las personas). De forma similar, las relaciones de compasión y hermandad cultivadas típicamente por las grandes religiones de salvación, son vistas como opuestas a la racionalidad formal que surge en las últimas etapas del desarrollo de los órdenes económicos (capitalismo), de la dominación (burocracia) y del derecho (lógico-formal). La dominación carismática está en una relación de antagonismo con todas las acciones económicas rutinarias: “Desde el punto de vista de la actividad económica racional, [la satisfacción de la demanda por vías carismáticas] es una típica fuerza ‘antieconómica’” (Weber, 1976: p. 142, énfasis original [1987: p. 196]; cfr. Kalberg, 1994b, pp. 102-17). Por otro lado, en E&S abundan también innumerables relaciones de afinidad entre órdenes. Por ejemplo, y pese a la gran diversidad, Weber detectó una serie de afinidades electivas entre la ética estamental de los intelectuales y ciertos caminos de salvación. Debido a su típica tendencia a considerar pasivamente al mundo, a buscar un sentido profundo a la vida y a despreciar el sinsentido de la realidad empírica, en lugar de asumir “tareas” y actuar regularmente en el mundo como “hacedores”, los intelectuales están generalmente propensos a formular una salvación “por un lado más extraña a la vida, y por otro de carácter más principista y sistemático que el de la liberación de la necesidad externa que caracteriza a los estratos menos privilegiados” (Weber, 1976: pp. 307 y ss. [1987: pp. 403 y ss.]). También ve Weber interacciones lógicas de afinidad electiva teniendo lugar típicamente entre las organizaciones universales y las religiones, tanto basadas en la magia como en la salvación. Las religiones mágicas se apropiaron sencillamente de las virtudes generalizadas practicadas en la familia, en el grupo de linaje y en la comunidad vecinal tradicional (tales como la fraternidad, la sinceridad, la lealtad al hermano, el respeto por las generaciones mayores y la asistencia recíproca), y las religiones de salvación premiaron típicamente a la ética fraternal. En todos los casos predominaban las relaciones personales y los valores orientados a las personas. En forma similar, Weber descubrió afinidades electivas entre el tipo tradicional de derecho y la dominación patriarcal, así como entre la dominación burocrática y el derecho lógico-formal (cfr. Kalberg, 1994b, pp. 108-16). De este modo, E&S articula una serie de relaciones analíticas entre órdenes, todas las cuales son formuladas como hipótesis32. De hecho, esta obra desarrolla un amplio marco teórico que puede ser utilizado para facilitar la clara conceptualización de relaciones empíricas, así como ubicarlas analíticamente33. Otro tipo de modelo de construcción de hipótesis que es central en E&S es el modelo de desarrollo. Éstos plantean hipótesis sobre un curso de pautas de acción. Al hacerlo, (a) facilitan la clara conceptualización de un desarrollo particular que está siendo investigado, así como sus fuerzas causales significativas, y (b) postulan cursos de desarrollo de pautas de acción definidos y empíricamente verificables. Cual “asistentes técnicos”, construidos con una “consistencia racional que se da muy poco frecuentemente en la realidad” (Weber, 1972If: p. 537, énfasis original [1998g: p. 527]), cada modelo traza caminos que serán tomados siempre que no intervengan alteraciones empíricas “irracionales” (Weber, 1973a: pp. 202-205 [1997a: pp. 9093]). Según Weber, “[t]ambién desarrollos pueden ser construidos como tipos ideales, y estas construcciones pueden tener un muy alto valor heurístico” (1973a: p. 203, énfasis original [1997a: p. 90]). Al formular estos modelos, Weber señala reiteradamente su carácter básicamente “ahistórico”. Como construcciones típico-ideales, cada uno capta la esencia de un desarrollo, 32 Para más ejemplos, cfr. Kalberg (1994b, pp. 102-17). 33 E&S construye también numerosos modelos de antagonismo interior a los órdenes (por ej., el antagonismo entre la dominación carismática y la tradicional y burocrática). Para la discusión de estos modelos, cfr. Kalberg (1994b, pp. 106-8). presentándola de modo más consistente internamente y sistematizado de lo que puede tener lugar empíricamente. Por lo tanto, dado que las etapas de sus modelos de desarrollo no deben ser nunca vistas ni como interpretaciones precisas del curso de la historia ni como constituyendo ellas mismas “fuerzas efectivas”, E&S diverge fuertemente de todas las corrientes evolucionistas de pensamiento, en búsqueda de o bien “leyes científicas” para la sociedad o bien “etapas invariables” en la historia. Esto ubica a Weber en el lado opuesto de teóricos sociales tan diversos como Comte, Marx o Spencer. Sus modelos sirven a un propósito más modesto: procuran brindar al investigador, por un lado, un “medio de orientación” claro y práctico, y por otro, una serie de hipótesis sobre el curso de la historia en relación a un aspecto particular. Definir si el camino analítico de desarrollo planteado por un modelo específico tiene lugar, es algo que queda para ser dirimido por la investigación empírica minuciosa a cargo de especialistas (1973a: pp. 204 y ss. [1997a: p. 91]). Por lo tanto, estos modelos de desarrollo atestiguan nuevamente la centralidad de los procedimientos basados en la construcción de modelos y la formación de hipótesis en la sociología histórico-comparativa weberiana. Por razones de espacio, sólo se planteará aquí un ejemplo: el modelo de “rutinización del carisma”. La dominación carismática es ejercida por una persona sobre sus discípulos y seguidores, quienes creen que posee poderes extraordinarios. Este líder, que surge en situaciones de emergencia, puede ser, por ejemplo, un profeta, un héroe de guerra, un político, un demagogo, un oráculo o un mago. En todos los casos, la capacidad de dominar que se le atribuye deriva del reconocimiento de cualidades extraordinarias, no accesibles al individuo común. Una vez reconocida su autenticidad, los discípulos y seguidores se sienten obligados a consagrarse por completo al líder carismático, y éste demanda una obediencia estricta. Obedecen sus órdenes como resultado de una inmensa devoción y de la convicción de que existe una relación personal genuina con él. De hecho, para Weber la “convicción emocional” es central para la creencia de discípulos y seguidores en el derecho a mandar del líder, y ésta revoluciona “internamente” por completo sus personalidades: el carisma “... manifiesta su fuerza revolucionaria desde adentro, desde una ‘metanoia’ central de la mentalidad de los dominados” (Weber, 1976: p. 658 [1987: pp. 852 y ss.], cfr. también pp. 140 y ss., 654-658 [1987: pp. 193 y ss., 847-852]). El carácter altamente personal de la dominación carismática, así como su falta de preocupación por lo cotidiano, lo conducen a rechazar todo “orden externo”. El derecho “objetivo”, recibido como don Divino por el poseedor del carisma le confiere una misión única y nueva. Por esa razón, Weber ve al carisma en oposición fundamental y revolucionaria a toda acción racional de acuerdo a fines, así como a todas las fuerzas existentes y estables de la vida cotidiana (cfr. 1976: pp. 141 y ss., 654-661 [1987: pp. 194 y ss., 847-856]). Sin embargo, Weber también enfatiza la fragilidad de la dominación carismática. Como consecuencia de estar enraizada estrictamente en las “cualidades sobrenaturales” de los grandes líderes, y de la necesidad de la personalidad “sobrehumana” de demostrar reiteradamente poderes inusuales y su “derecho a gobernar”, “[l]a existencia de la autoridad carismática es específicamente inestable por naturaleza” (1976: pp. 654-656 [1987: pp. 847-850]). Ni la devoción personal más intensa al líder carismático puede garantizar la perpetuación intacta de las enseñanzas de ese personaje extraordinario. En cambio, el modelo weberiano de “rutinización” plantea que el carisma sigue un camino de desarrollo caracterizado por su debilitamiento: es absorbido por las instituciones permanentes de la vida cotidiana. Los seguidores han esperado siempre este tipo de transformación del carisma con la esperanza de lograr, en el proceso, una protección permanente contra dolencias, enfermedades y catástrofes naturales (cfr. por ejemplo, 1976: pp. 668 y ss., 679-682, 686 y ss. [1987: pp. 864 y ss., 879882, 888 y ss.]). En la construcción weberiana de la rutinización del carisma, los intereses materiales y de poder de la comunidad carismática de seguidores y discípulos constituye una fuerza motriz importante para institucionalizar el “don transitorio de la gracia ... en una posesión permanente de la vida diaria”34. El carisma, debilitado, pasa a ser preservado en forma despersonalizada (versachlichte) por los seguidores. Asociado ahora a la comunidad de discípulos, tiene en el modelo hipotético weberiano un rol indispensable en atraer nuevos seguidores, en establecer la legitimidad de nuevos estamentos, formas de dominación y doctrinas religiosas, y en facilitar el ascenso a posiciones dominantes en jerarquías estamentales, de dominación y religiosas. Ahora como parte de lo cotidiano y capaz de ser transmitido a miembros de la familia, a cargos o a instituciones –frecuentemente a través de ceremonias que incluyen a la magia-, el carisma “hereditario”, “institucionalizado” y del “cargo” permite legitimizar “derechos adquiridos”. Según este modelo, el carisma, transformado en estas formas impersonales y rutinizadas, es sostenido particularmente por personas con intereses económicos en hacerlo, así como por aquellos con poder y propiedades que ven en su autoridad la legitimación de su posición aventajada –por ejemplo, jueces, sacerdotes, monarcas, altos dignatarios y dirigentes partidarios 34 Para Weber, sólo se puede por lo tanto preservar “la pureza del carisma contra los intereses cotidianos” en “ el peligro común de un vivac militar o la mentalidad basada en el amor de un grupo juvenil ajeno al mundo” (Weber, 1976: pp. 660 y ss. [1987: p. 856). (1976: pp. 146, 662-665, 674 y ss., 679 y ss.; 1972Ia: 270 [1987: pp. 202, 858-861, 873 y ss., 879 y ss.; 1998e: 263 y ss.]) 35. Los modelos vistos -afinidad, antagonismo y desarrollo- aparecen a lo largo de todo E&S y contribuyen decisivamente a su rigor, su poder analítico y su singularidad. En tanto que “esquema construido”, cada modelo sólo “tiene el propósito de brindar un medio típico-ideal de orientación” (Weber, 1972If: pp. 536 y ss., énfasis original [1998g: p. 527]). Por ejemplo, en relación a los antagonismos entre órdenes, “los tipos teóricamente construidos de conflictos entre ‘órdenes de la vida’ sólo pretenden mostrar que en ciertos puntos tales conflictos internos son posibles y ‘adecuados’” (ibíd., énfasis original). Sin embargo, al realizar esta modesta tarea, cada modelo permite acceder a una realidad que fluye incesantemente, facilitando así una clara conceptualización de la acción social particular que está siendo investigada. Cada interacción que forma parte de una hipótesis puede ser así verificada a través de una profunda investigación posterior. Al verlos sólo como mecanismos para facilitar el análisis causal, Weber ve como muy probable que estas “construcciones lógicas” se vean “dislocadas” al ser confrontadas con la compleja realidad empírica. Las circunstancias y los contextos concretos “refuerzan” o “debilitan” invariablemente cualquier relación analítica. No obstante, Weber enfatiza que la sociología, a diferencia de la historia, debe incluir un marco teórico riguroso – a través de modelos- del problema investigado. Esto es así aunque más no sea porque para Weber los modelos constituyen el primer paso indispensable para su objetivo primordial, el análisis causal. La ocupación típica de los sociólogos con realidades empíricas, insiste, requiere de esas construcciones para poder identificar orientaciones de acción causal significativas. Esta necesidad se ve reforzada teniendo 35 La atención que Weber presta en este modelo al papel que juegan los intereses pragmáticos revela el “sobrio realismo” también presente en su sociología, no tenido en cuenta en la recepción de su obra influenciada por Parsons. Weber formula también modelos de desarrollo que muestran la limitación a las relaciones sociales y la monopolización de recursos en la economía, en la dominación y en el orden religioso (cfr. Kalberg, 1994b, pp. 120-4). Otros modelos de desarrollo esbozan el ascenso de la racionalidad formal en relación al libre mercado y al estado, y un proceso de racionalización “teórica” en el orden de la religión (cfr. ibíd., pp. 128-40). En los órdenes sociales de la dominación, jurídico, de la religión y de la economía, se trazan, como modelos de desarrollo, “procesos de racionalización” cualitativamente diferentes –en los que la acción social es sistematizada crecientemente-. Al investigar la economía en relación con los órdenes de la dominación, la religión y el derecho, así como la relación entre esas esferas de vida entre sí, E&S formula un amplio marco teórico de racionalización de la acción. Estos modelos de desarrollo ordenan los tipos ideales en un curso analítico de acción social crecientemente racionalizada. en cuenta las características fundamentales de la realidad empírica –para él, un flujo interminable de eventos y acontecimientos- y el permanente peligro de que toda investigación causal tienda a terminar en un conjunto inacabable de aspectos descriptivos. Al construir en E&S una variedad de modelos que conceptualizan la acción pautada con sentido, Weber aspira a separar a la sociología de la centralización exclusiva en problemas sociales delimitados, en teorías macro-evolutivas y en narrativas históricas. Sin embargo, evita firmemente el lado opuesto: fundados empíricamente, sus modelos nunca buscan una generalización amplia y vaga. Más bien, esas herramientas de investigación brindan hipótesis limitadas que pueden ser probadas para casos y desarrollos específicos. Para Weber, lo que es singular del emprendimiento sociológico es siempre el movimiento de ida y vuelta entre la conceptualización –la formulación de modelos - y la investigación detallada de casos y desarrollos empíricos. Si ha de lograrse el objetivo de brindar explicaciones causales del “individuo histórico”, tanto la particularización empírica como la generalización conceptual son indispensables. Fuerzas motrices: la multicausalidad de E&S y el poder Aunque E&S prioriza la tarea de construcción de modelos sobre el análisis causal, es evidente la inequívoca adopción de Weber de modos de procedimiento multicausales. A lo largo de este tratado, como fuera señalado, se centra en la acción social pautada dentro de órdenes tales como el estamental, el de las organizaciones universales, el religioso, el jurídico y el de la dominación. Una variedad de tipos ideales está analíticamente asociada a cada dominio, y cada uno indica la posibilidad empírica de orientaciones de acción regulares con cierto grado de constancia. Por lo tanto, cada tipo ideal tiene un efecto causal y una capacidad de persistencia que le son propios, o, como señala Weber, un aspecto autónomo. Sin embargo, e incluso cuando su sociología está anclada en la acción con sentido de los individuos, la pregunta sobre “en qué grupo portador tiene lugar la acción” sigue siendo para él fundamental. La acción social se convierte en acción sociológicamente significativa sólo en agrupamientos definidos de personas. En cada sociedad, sólo determinadas pautas de acción con sentido -afectivas, tradicionales, racionales de acuerdo a valores y racionales de acuerdo al fin- se convierten en fuertes exponentes y en aspectos importantes de la construcción social. Para Weber, los estamentos, clases y organizaciones son los portadores más prominentes de la acción. Llama la atención, por ejemplo, sobre la “ética estamental” típico-ideal de los funcionarios de las burocracias (deber, puntualidad, la realización ordenada de tareas, hábitos de trabajo disciplinados, etc.; Weber, 1976: pp. 551-579 [1987: pp. 716-752]), sobre el ethos de la organización vecinal (asistencia mutua y una “pragmática ‘fraternidad’ económica que se pone en práctica en caso de necesidad”; 1976: p. 218 [1987: p. 296]) y sobre el ethos de clase de la burguesía (oposición a privilegios basados en el nacimiento y en el estamento, el favorecer la igualdad legal formal;1976: pp. 291 y ss. [1987: pp. 383 y ss.]; cfr. Kalberg, 1985). La atención a este tipo de portadores es característico de la sociología weberiana, y está estrechamente vinculada con su énfasis en el impulso de grupos definidos como causa eficaz de diversos procesos. Como señala Weber, “el concepto de autonomía, para no carecer de toda precisión, está vinculado a la constitución de un círculo de personas delimitable según ciertas características, aunque sean cambiantes” (Weber, 1976: p. 419 [1987: p. 560]). Al introducir los capítulos sobre dominación tradicional y carismática en E&S, por ejemplo, Weber resume sus propósitos: éstos no sólo implican una evaluación sobre en qué grado las “posibilidades de desarrollo” de los más importantes “principios estructurales” de cada tipo de dominación dependen de “determinantes económicos, políticos o cualquier otro de tipo externo”, sino que también una evaluación del grado en el que las posibilidades de desarrollo de los tipos de dominación siguen en cambio “una lógica ‘autónoma’ basada en su estructura técnica” (1976: p. 578 [1987: p. 752]). Insiste en que esta “lógica” debe ser conceptualizada en su capacidad de ejercer un efecto independiente incluso sobre factores económicos (1976: pp. 549, 578, 395 [1987: pp. 705, 752, 509]), y constata muchos casos empíricos en los que lo hace –siempre que un “círculo de personas delimitable” cristalice como su portador social-. Weber es particularmente consciente del grado en el que el atributo de legitimidad propio de la dominación pone en movimiento una fuerza motriz independiente. Por eso, aún sabiendo de la frecuente centralidad de los factores económicos, Weber enfatiza la necesidad de aproximaciones multicausales (cfr. 1976: pp. 201, 537 [1987: pp. 275, 690 y ss.]). Al defender el potencial autónomo de las orientaciones de acción en los órdenes de la economía, el derecho, la dominación, la religión, los estamentos y las organizaciones universales, Weber busca en E&S conceptualizar la acción económica en un amplio marco teórico y tratar “ambos lados” de la cadena causal (cfr. Kalberg, 1994b: pp. 5078). El propio “nivel de análisis” en E&S –una serie de órdenes sociales, constelaciones de tipos ideales específicos de cada esfera y portadores sociales- demuestra también su amplia multicausalidad. También esto queda claro por la referencia frecuente de Weber a la importancia de otra variedad de fuerzas causales: eventos históricos, innovaciones tecnológicas y factores geográficos. Más aún, el conflicto y la competencia, así como los intereses en general y económicos en particular, constituyen para él fuerzas causales efectivas –así como lo es, y no en menor grado, el poder. En su formulación clásica, Weber define de este modo el poder: “Poder significa la posibilidad de imponer, en una relación social, la voluntad propia (individual o colectiva) aún en contra de resistencias a la misma, más allá de en qué se base esa posibilidad” (Weber, 1976: p. 28, énfasis original [1987: p. 43]). Cuando falta el poder y no hay alianzas que lo reemplacen, las nuevas orientaciones de acción frecuentemente se debilitan o son suprimidas por coaliciones que se les oponen. Weber insiste reiteradamente en que los que dominan son particularmente adeptos a formar alianzas con el solo propósito de mantener e incrementar su poder. Buscan, por lo tanto, contrabalancear entre sí clases, estamentos y organizaciones. El poder juega un rol central en el análisis multicausal weberiano de cómo surgen nuevos patrones de acción social, cómo se difunden y cómo ponen en movimiento desarrollos históricos, así como en sus investigaciones de cómo las orientaciones de acción son circunscriptas y pasan a tener menor influencia. Finalmente, E&S también otorga eficacia causal a las ideas. Las ideas religiosas, especialmente aquellas que se ocupan del intrincado problema del sufrimiento humano – frecuentemente aleatorio en apariencia-, pueden ejercer su influencia durante siglos e incluso milenios. Weber sostiene que los intentos de explicar la miseria y la injusticia jugaron un rol significativo en el desarrollo de las religiones: de estar ancladas en la magia, devienen religiones ancladas en nociones de salvación, de acción ética y de un “otro mundo”. Las ideas concernientes a la terca persistencia de las desgracias, articuladas por profetas, sacerdotes, monjes y teólogos, empujaron más este desarrollo que lo que lo hicieron los intereses económicos y prácticos por sí mismos. Se formularon reiteradamente ideas que clarificaron la relación de los creyentes con el reino trascendente –y esas ideas implicaron nuevas acciones con sentido que “complacían a los dioses”. Finalmente, se formularon doctrinas que ofrecían miradas comprensivas del universo, que explicaban exhaustivamente el sufrimiento y definían las acciones necesarias para acabar con él (cfr. 1976: pp. 207 y ss., 245-268, 348 y ss.; 1992a: p. 242; 1972If: p. 537; 1972Ia: pp. 239-248, 251-257 [1987: pp. 282 y ss., 328-355, 452 y ss.; 1998a: pp. 168 y ss.; 1998g: pp. 528 y ss.; 1998e: pp. 234-244, 246-252]; Kalberg, 1990, 2001). En síntesis, E&S se caracteriza por su atención a una diversidad de fuerzas causales, así como por la reticencia de Weber a elevar fuerzas particulares a posiciones de prioridad causal36. 36 La multicausalidad de Weber, así como su modo “coyuntural” de establecer causalidades, es discutida en detalle en Kalberg (1994b, pp. 32-5, 50-77, 143-92). La imbricación del pasado y el presente El intento de Weber de definir y explicar la singularidad de una situación particular del presente da siempre cuenta de los muchos modos en los que el pasado siempre está imbricado con el presente. Esto es así, incluso pese a la capacidad heroica que ve en los líderes carismáticos de quebrar abruptamente al presente del pasado, cuando existe una constelación de condiciones que lo faciliten. Ni las metamorfosis drásticas ni el abrupto advenimiento de “lo nuevo” rompen nunca por completo las ataduras con el pasado: “siempre lo que viene del pasado fue el padre de lo actualmente vigente” (1976: p. 15 [1987: p. 24]; cfr. también 1976: pp. 348 y ss. [1987: pp. 452 y ss.). Ni siquiera las transformaciones monumentales y estructurales producidas por la industrialización pudieron barrer con el pasado. Algunos legados, los que son viables, sobreviven. La orientación de Weber, en E&S, hacia los órdenes sociales y los tipos ideales constituye el fundamento no sólo de su multicausalidad, sino que también de su capacidad de analizar los múltiples y sutiles modos en los que el pasado se entrelaza con el presente. Como se señaló, los diversos órdenes sociales están para él dotados de una capacidad independiente y autónoma cuyas raíces son endógenas –y que se desarrollan en forma no paralela, cada uno a su propio ritmo. El hecho de que cada tipo ideal “documente” patrones de acción con sentido, lleva implícita la posibilidad de que cada uno tenga un poder autónomo que lo sostenga. Además, Weber le atribuye a otras fuerzas –eventos históricos, constelaciones geográficas, poder, portadores sociales, conflicto, competencia y tecnología- una inequívoca capacidad causal. La acción social según pautas de las personas que participan de agrupamientos son conceptualizadas sobre la base de que tienen varios y diversos orígenes. Por eso, E&S brinda una “visión de la sociedad” en la que ésta está constituida por una serie de “partes”, que están en movimiento y que interactúan dinámicamente entre sí. Cualquier corriente de análisis sociológico basado en un “axioma general” y que parte de dicotomías que todo lo incluyen (Gemeinschaft / Gesellschaft, tradición / modernidad, particularismo / universalismo), de grandes temas (la cuestión del orden social) o de suposiciones sobre la “unidad orgánica” y la “existencia de leyes universales de la sociedad”, está en oposición radical al marco teórico “abierto” de Weber, cuyas raíces están en los tipos ideales y en los órdenes sociales. Estas características fundamentales de E&S permiten la conceptualización en todo el espectro de casos empíricos posibles, desde los que se caracterizan sobre todo por el cambio, la competencia, el conflicto, la tensión y la desintegración, hasta los que se caracterizan primordialmente por la unidad y armonía internas. Más aún, conceptos que nos resultan familiares y que están en el centro de muchas teorías sociológicas –“clase”, “el Estado”, “la sociedad”, por ejemplo- nunca son elevados en E&S a una posición particularmente jerarquizada. Incluso la dicotomía que los comentadores frecuentemente interpretan como la que captura la “visión de la historia” de Weber –el contraste entre el carácter estable y rutinario de la tradición y el carácter revolucionario del carisma- no termina de expresar la compleja relación que existe entre el pasado y el presente en su sociología. La amplia pluralidad de fuerzas causales articuladas en E&S, lo analíticamente “abierto” de su interacción y el grado variable en el que confluyen, le permiten a Weber demostrar vehementemente que el pasado y el presente se entrelazan íntimamente de modos diferentes. Las regularidades de acción social de algunos grupos adquieren solidez y cuentan con estratos poderosos como portadores, lo que les permite desarrollarse a partir de sus problemáticas endógenas e influenciar profundamente en épocas subsecuentes; otras no lo logran y muestran su fugacidad; otras dejan vigorosamente una impronta y después se extinguen lentamente. La “visión de la sociedad” que se desprende de esta obra sistemática –construida a partir de diferentes patrones de acción social, que alcanzan efectividad causal y que compiten e interactúan recíprocamente entre sí, plasmados en tipos ideales- permite fácilmente dar cuenta de la “supervivencia” de algunos patrones de acción del pasado y su influencia significativa, en tanto que legados, sobre los patrones de acción del presente. Weber analiza frecuentemente en detalle legados que provienen, por ejemplo, del orden religioso. En los Estados Unidos, por ejemplo, siguen siendo hoy decisivos valores centrales del ascetismo protestante: el trabajo disciplinado y rutinario en una profesión, la donación regular a instituciones de caridad, el permanente planteamiento de metas por parte de las personas, la orientación hacia el futuro y el intento de “dominar” los desafíos que plantea el mundo (Weltbeherrschung), el optimismo en relación a la capacidad de dar forma a los destinos individuales y una fuerte intolerancia hacia el “mal”. No obstante, la mayoría de las personas que actúan referenciándose en esos valores no tienen conciencia de su íntima relación con un legado religioso (cfr. Weber, 1976: p. 709 [1987: pp. 915 y ss.])37. Además, la “administración democrática directa” por parte de la congregación, como la que tenía lugar en las sectas protestantes en los Estados unidos, dejó un legado crucial para el establecimiento de formas democráticas de gobierno, así como también lo dejó la reticencia de los miembros de las sectas a otorgar un halo de reverencia a las autoridades seculares. Los cuáqueros en particular, al abogar por la libertad de conciencia para otros así como para ellos mismos, prepararon el 37 Cfr. también Weber (1923: pp. 314 y ss. [1997: p. 309]; 1972Ic: pp. 55 y ss., 203 y ss., 200n y ss. [1998c: pp. 60 y ss., 198 y ss., 197n]) y Kalberg (1996: pp. 52-4, 62). camino para la tolerancia política actual (cfr. 1976: pp. 721-726 [1987: pp. 932-938]; Kalberg, 1997). La imbricación del pasado y el presente constituye el eje organizativo más importante de E&S. Todos los análisis orientados al presente desde una perspectiva funcionalista son completamente opuestos a la sociología de Weber. Para él, el pasado siempre penetra profundamente al presente, moldeando incluso sus contornos esenciales. Sobre todo, mantiene especialmente su convicción de que la identificación de la singularidad del moderno Occidente y del posible curso de su futuro desarrollo requiere de investigaciones de su desarrollo histórico38. Estos cinco ejes mantienen su centralidad a lo largo de E&S, el tratado específicamente analítico de su sociología comprensiva histórico-comparativa. En esta obra, así como en sus escritos metodológicos, se delimitan su modo de análisis y su estrategia de investigación, aunque esto sea hecho de forma poco organizada. Debido a su explícita atención a “ambos lados de la cadena causal” –ideas e intereses- La ética económica de las religiones universales brinda un mejor ejemplo que EP de esos modos de análisis y estrategias de investigación. Este enorme estudio puede ser discutido aquí sólo sucintamente. 38 Para ampliar sobre la extremadamente compleja relación entre pasado y presente en la sociología de Weber, cfr. Kalberg (1994b: pp. 158-67; 1996: pp. 57-64; 1998: pp. 233-5). La ética económica de las religiones universales Los vastos estudios de Weber sobre China (1972Ib [1998f]), India (1972II [1998h]) y el judaísmo antiguo (2005 [1998i]) se extienden sobre un tema que había sido en primer lugar explorado en EP en 1904: la relación entre las “éticas económicas” de las religiones y el surgimiento del capitalismo moderno39. Después de 1910, Weber buscó definir a través de una serie de rigurosas comparaciones con esas civilizaciones la singularidad del capitalismo moderno y, más en general, del moderno Occidente, y brindar una explicación causal de su proceso particular de desarrollo. Además, mientras que EP, al rastrear los orígenes del capitalismo en el protestantismo ascético, examinó sólo “un lado” de la cadena causal, los volúmenes que componen EERU articulan enfáticamente una metodología multicausal. Al explorar por qué el capitalismo moderno no pudo desarrollarse antes del siglo XX en civilizaciones no occidentales, éstos investigan “ideas e intereses”. En un pasaje central de la “Vorbemerkung”, su introducción a los Ensayos sobre sociología de la religión –que incluye a EERU-, Weber apunta a las complejas formas en las que están entrelazados “ambos lados”: Un intento de explicación como éste debe tener en cuenta, sobre todo, las condiciones económicas, dada la importancia fundamental de la economía. Pero no puede desatender la relación causal inversa. Pues así como el racionalismo económico en su constitución es dependiente de la técnica racional y del derecho racional, también lo es, por completo, de la capacidad y disposición de las personas para un determinado tipo de conducta de vida práctico-racional. Donde ésta estuvo obstruida por 39 EERU incluye también dos ensayos conceptuales: la “Introducción” (1972Ia [1998e] y el “Excurso: Teoría de los estadios y direcciones del rechazo religioso del mundo” (1972If [1998g]). Sólo pueden esbozarse aquí los temas más importantes de EERU. El análisis de Weber, por ejemplo, sobre los orígenes de las religiones de salvación (cfr. Kalberg, 1990, 2001) y la ubicación de ideas y valores en contextos sociales (cfr. Kalberg, 1994b: pp. 39-46, 98-102; 2007), así como su análisis sobre el surgimiento del monoteísmo (cfr. Kalberg, 1994a), el sistema de castas (cfr. Kalberg, 1994b) y el confucianismo (cfr. Kalberg, 1999), deben ser aquí omitidos por completo. El análisis magistral de Weber sobre las tensiones más importantes en las sociedades occidentales modernas es examinado en la sección “Contexto social” que sigue infra. impedimentos de tipo espiritual, también el desarrollo de una conducta de vida racional en lo económico se encontró con fuertes resistencias internas. En el pasado, entre los elementos más importantes que conformaban la conducta de vida se encontraban en todos lados los poderes mágicos y religiosos, y las que se creía eran las obligaciones éticas que en ellos anclaban (Weber, 1972Ie: p. 12, énfasis original [1998b: p. 21]; cfr. también 1976: p. 201 [1987: p. 275]). En este decisivo ensayo introductorio Weber llama la atención sobre una serie de relaciones causales que le resultaban de importancia para entender al capitalismo. Rechaza enfáticamente como aspectos distintivos, por ejemplo, tanto la codicia como el interés material para enriquecerse: esas fuerzas existieron siempre y sin embargo el capitalismo moderno se desarrolló sólo en unas pocas regiones específicas y durante una época histórica particular. Weber deja también de lado la supuesta “evolución general de la historia”, ya que insiste en centrarse en factores empíricos. Aunque reconociendo inequívocamente la importancia de la economía y de las clases, rechaza toda explicación que vea a los sistemas de creencias como la “superestructura” de intereses económicos. Del mismo modo, la existencia de un estrato de juristas con una educación formal no puede ser entendida como la simple cristalización de intereses capitalistas, pues entonces surgiría la pregunta de por qué esos intereses no llevaron al mismo desarrollo en China o India (cfr. Weber, 1972Ie: p. 11 [1998b: p. 20]). Además, Weber sostiene que no todas las organizaciones –aún cuando sean tan extremadamente cerradas como las sectas - conducen uniformemente a los mismos valores: “Vistas desde afuera, numerosas comunidades religiosas hindúes surgieron como ‘sectas’ del tipo de las occidentales, pero el bien de salvación y el modo en el que éste se conseguía, llevaron [a la acción social de los creyentes] a direcciones radicalmente opuestas” (Weber, 1972Ia: p. 264 [1998e: p. 258]). La compleja multicausalidad de Weber no dio tampoco lugar a que saque la conclusión de que el capitalismo moderno no se había desarrollado primero en Asia debido a la ausencia allí del ascetismo intramundano. Aunque su preocupación al analizar el confucianismo, el taoísmo, el hinduismo, el budismo, el jainismo y el judaísmo antiguo, se mantuvo centralmente en la evaluación de en qué medida la práctica religiosa asociaba “recompensas religiosas” a la actividad económica metódica, Weber insistía en que ningún factor en forma individual puede determinar el desarrollo histórico. Son más bien constelaciones de fuerzas las que son siempre determinantes, así como la forma en la que interactúan coyunturalmente en contextos definidos y dan lugar, por esa vía, a configuraciones singulares40. Al “aplicar” el marco teórico desarrollado en E&S, multicausal y basado en órdenes, Weber identifica constelaciones sumamente diferentes de orientaciones de acción relacionadas con la dominación, la religión, la economía, el honor social, la familia y el derecho, para cada civilización41. Weber encontró que los numerosos conjuntos de acciones sociales conducentes hacia el desarrollo del capitalismo moderno en China, India y en el antiguo Israel fueron superados en fuerza por una serie de patrones de acción que se les oponían. Señala, por ejemplo, una variedad de obstáculos no religiosos al desarrollo económico en China, tales como los lazos de linaje extremadamente fuertes y la ausencia de un derecho formal y de una administración y una magistratura racionales (cfr. Weber, 1972Ib: p. 374 [1998f: pp. 367 y ss.]; cfr. también pp. 380 y ss., 389 y ss. [pp. 373 y ss., 382 y ss.]). En India, dichos obstáculos fueron las restricciones, impuestas por el sistema de castas, a la migración, al reclutamiento de mano de obra y al crédito (Weber, 1972II: pp. 54 y ss., 100-104, 111-116 [1998h: pp. 58 y ss., 108-112, 117-122]). Descubre también, sin embargo, una gran cantidad de fuerzas materiales conducentes hacia el surgimiento del capitalismo moderno pero que sin embargo no logran imponerse –como por ejemplo, en China, la libertad de comercio, el crecimiento de la población, la movilidad ocupacional, el incremento de metales preciosos y la presencia de economía monetaria (Weber, 1972Ib: pp. 289 y ss, 339-341, 389 y ss, 529 y ss. [1998f: pp. 282 y ss., 332-334, 382 y ss., 519 y ss.]). Weber estaba convencido de que el capitalismo podía ser adoptado por una serie de civilizaciones orientales –desarrollándose por lo tanto también allí. De hecho, identificó incluso las fuerzas que iban a permitir que esto ocurra (sobre Japón, cfr. Weber, 1972II: pp. 300 y ss. [1998h: pp. 288 y ss.). Sin embargo, insistía en que la adopción implicaba procesos diferentes a los que a él le preocupaban. Su interés estaba puesto en el origen, en una región específica, de un nuevo ethos económico y de un nuevo tipo de economía. Para ello, el análisis weberiano identifica grandes diferencias entre civilizaciones: o bien importantes regularidades de acción 40 Incluso tampoco las grandes figuras carismáticas, como los profetas, son vistos por Weber aislados de sus contextos. Su influencia está “normalmente asociada también a cierta mínima cultura intelectual” (cfr. Weber, 1976: p. 296 [1987: p. 390]). 41 Por eso, la lectura habitual que se hace de EERU -un estudio que utiliza procedimientos de diseño experimental para aislar la centralidad de una ética económica particular en el desarrollo del capitalismo moderno- no corresponde con la metodología que Weber utiliza en realidad en esos volúmenes. Sobre su modo de establecer causalidades, basado en los contextos, cfr. Kalberg (1994b: pp. 98-102, 143-92). social, con fuertes estratos portadores, tendían a alinearse y a “complementarse” entre sí, o, por el contrario, a oponerse. En este último caso, se planteaban conflictos de diverso tipo entre órdenes que se desarrollaban en forma relativamente independiente, así como también una cierta predisposición social proclive al cambio social. Para Weber, este “modelo” distingue claramente al camino de desarrollo seguido por Occidente (Weber, 1976: pp. 713 y s [1987: pp. 920 y ss.]). Sin embargo, estos volúmenes no solamente proveen una explicación causal de por qué el capitalismo moderno surgió primero en Occidente, Weber intenta también delimitar la singularidad de cada civilización de las tratadas en EERU. Define al “racionalismo chino”, al “racionalismo de la India” y al “racionalismo del antiguo Israel”. A partir de eso busca, primero, comparar y contrastarlos con el “racionalismo occidental”, y, segundo, brindar explicaciones del camino particular de desarrollo seguido por cada una de esas importantes civilizaciones. Por esta vía, sus investigaciones permiten definir otros tantos aspectos de la singularidad de Occidente: dio lugar a una ciencia sistemática, basada en el método experimental y desarrollada por personal preparado y especializado; a los funcionarios del Estado y a los gerentes en las empresas –ambos preparados y calificados- , les cupo una importancia social mucho más amplia que la que tuvieron en otros lados; y surgió “el ‘Estado’ en el sentido de una institución política, con una ‘constitución’ racional, un derecho racional y reglas racionales: ‘leyes’ y la administración por medio de funcionarios especializados” (Weber, 1972Ie: pp. 3 y ss. [1998b: p. 13]). Por eso, a través de sus estudios para EERU, Weber alcanzó una comprensión y una claridad esencial en relación a los “raíles” específicos por los que se desarrollaron varias civilizaciones decisivas (cfr. Weber, 1972Ia: p. 252 [1998e: p. 247]). Para él, esos raíles llevaron en Occidente, en el siglo XX, a la dominación de la racionalidad formal en los órdenes del derecho, de la dominación y de la economía; y de la racionalidad teórica en el orden de la ciencia (cfr. infra). Como insistió reiteradamente, de esto surgían importantes consecuencias sobre el “tipo de persona” (Menschentyp) que podía vivir bajo el “racionalismo occidental moderno”. También estos volúmenes le permitieron a Weber contestar otras tres preguntas acuciantes, todas ellas emanadas de su escepticismo en relación al “progreso” de la civilización occidental. En primer lugar, dadas sus características distintivas, ¿cuál es la naturaleza del cambio social que puede producirse en el moderno Occidente? En segundo, ¿cómo formulan un sentido para sus vidas individuos en contextos sociales distintos –y de civilizaciones diferentes? Por último, ¿qué orientaciones pautadas de acción social –racional de acuerdo al fin, racional de acuerdo a valores y tradicional- cobró especial sentido en cada una de las civilizaciones más importantes, y cómo ocurrió esto? Como para Weber la compasión, la acción ética y la reflexión íntima individual entraban ahora en peligro en Occidente, la respuesta a estos interrogantes pasaba a ser especialmente urgente. ¿Continuarían los valores orientando la acción social? El carácter apremiante de estas dudas le sirvió por sí mismo a Weber para permitirle la motivación hercúlea necesaria para llevar a cabo las investigaciones de EERU. Aunque innumerables académicos examinaron en profundidad en las últimas décadas las intensas actividades políticas de Weber, su volátil personalidad, los orígenes intelectuales de sus ideas y sus relaciones con sus colegas, leemos hoy a Weber debido al rigor de sus escritos sociológicos. Sin embargo, EP, E&S y EERU y sus escritos metodológicos son complejos y frecuentemente extremadamente difíciles de comprender. Cada intérprete de Weber pareciera descubrir un “Weber” diferente (cfr. Kalberg, 1998, pp. 208-12). Probablemente este problema sea inevitable en cierto grado, a la luz del inmenso alcance y de la complejidad del proyecto de Weber. Intentó investigar civilizaciones enteras, a través de procedimientos interpretativos, empíricos, multicausales y sin desatender al contexto, para indicar los caminos de desarrollo singulares seguidos por cada una de ellas hasta el presente, y para entender los modos en los que personas viviendo en diversas épocas y circunstancias dieron sentido a sus vidas. Sin embargo, intentó también realizar otra tarea, también desalentadora: quiso definir las herramientas heurísticas, los modos de análisis y los procedimientos de investigación para una sociología histórico-comparativa y comprensiva. De hecho, buscó brindar conceptos y estrategias que pudieran ser utilizadas tanto por sociólogos comprensivos implicados en investigaciones intercivilizacionales como por otros abocados a la investigación de temas más específicos. Como es ya evidente, la sociología de Weber surgió en el marco de un contexto histórico específico. Una aproximación al contexto social en el que vivió y escribió permitirá comprender mejor sus propósitos, procedimientos y alcances. Capítulo III EL CONTEXTO SOCIAL En la Alemania de Weber tenía lugar un proceso muy veloz de industrialización. Además, en comparación con los Estados Unidos, Inglaterra y Holanda ésta había comenzado muy tarde y estaba, por lo tanto, acompañada de una sensación de urgencia. Los alemanes estaban convencidos, sin embargo, que si los potenciales del Estado eran utilizados cabalmente, su nación adelantaría rápidamente a sus competidores. Sin embargo, la “industrialización desde arriba” tendió a poner en movimiento una cantidad de factores que recortaron el desarrollo de una cultura política democrática sobre suelo alemán. Implicó, sobre todo, que las elites empresariales alemanas estuvieran más alineadas con el Estado que en la mayoría de las otras naciones en procesos de industrialización. Así, no pudo surgir una clase fuerte e independiente, capaz de oponerse al poder estatal, como fuerza que se le contrapone y abre así una arena pública de participación y de libre intercambio de ideas. El desarrollo económico tuvo lugar bajo la hegemonía de una casta de funcionarios estatales, a diferencia de lo que había ocurrido en otros lados. Otras tres características de la sociedad alemana caracterizan a este “modelo alemán”. Aunque ya para mediados del siglo XIX era mayormente un país secularizado, perduraba el legado de las ideas políticas de Lutero, ahora en la forma de convenciones y valores comúnmente aceptados, más que en la de creencias religiosas explícitas. Tomaban la forma de un profundo respeto por la autoridad en general y por el Estado en particular, incluso al grado que, en muchas regiones, el Estado, sus leyes y sus funcionarios adquirían un “halo” de confianza y legitimidad. Sumado a esto, el carácter particular del feudalismo en gran parte de la actual Alemania –innumerable cantidad de pequeños principados y reinos- hacían tan directa e inmediata la dominación autoritaria del señor feudal que nunca encontraron suelo fértil las nociones de auto-gobierno, de derechos individuales y de gobierno representativo. Finalmente, y como resultado de todas estas fuerzas, la clase obrera alemana no alcanzó fuerza política. A diferencia de los franceses, los alemanes no pudieron introducir formas modernas de igualdad y de democracia: las tropas prusianas aplastaron la revolución de 1848. Todas estas características de su cultura política erigieron importantes obstáculos a las monumentales tareas que Alemania tenía frente a sí a comienzo de siglo. Mientras que en Estados Unidos existía una democracia estable antes del comienzo de la industrialización, Alemania enfrentó la difícil tarea de cultivar y extender tradiciones democráticas regionales en el medio del proceso de industrialización. En muchos aspectos, estas dos naciones estaban en los extremos opuestos del espectro de la “modernización” (cfr. Kalberg, 1987). Aunque el Canciller Bismarck había conformado, a partir de una variedad de pequeños principados y reinos feudales, una nación unificada en 1871, nunca acompañó a su construcción una “ideología modernizante” –una conjunción de democracia y derechos políticos-. Además, el dominio de Bismarck excluía la posibilidad de que el parlamento juegue un rol sólido e independiente, así como que lo juegue el conjunto de la población. Difícilmente podía surgir una ciudadanía activa y participativa frente a una centralización aplastante del poder. La política estaba bajo el dominio del Canciller, sus funcionarios y una anticuada clase de insignificantes aristócratas agrarios –los Junkers-, motivada exclusivamente por sus estrechos intereses de clase. Aunque exitoso en dar lugar tanto a un rápido proceso de industrialización como a la confianza social basada por un lado en el respeto por el Estado y sus leyes, y por otro en convenciones sociales jerárquicas, casi feudales, el modelo alemán enfrentó todo desarrollo en la dirección de una cultura política democrática. Nunca se desarrollaron en la sociedad ideales sobre la esfera pública que pudieran haber sido alimentados. Hacia el cambio de siglo, importantes segmentos de la población o se habían volcado a esfuerzos introspectivos (academia, educación, arte, música, filosofía)42 o se habían retirado a la esfera privada. Otros condenaban inequívocamente lo moderno, la Gesellschaft “impersonal y severa” y buscaban un retorno a la Gemeinschaft de la época pre-industrial, vista como estable y compasiva. Surgieron así diferentes movimientos románticos orientados hacia el pasado. Otros buscaban amparo cumpliendo con la vieja noción luterana de “vocación”: la realización confiable y sumisa de las obligaciones laborales cotidianas brindaba dignidad y autoestima. La industrialización tuvo lugar en forma veloz, anclada parcialmente en justamente esa diligente ética del trabajo luterana, aunque desprovista de dinamismo interno y de optimismo en relación al futuro. Pese a tradiciones de gobierno parlamentario y activismo ciudadano en ciertas regiones, una esfera cívica severamente restricta evitó en Alemania el desarrollo extendido del concepto de igualdad social y de democracia representativa. No es de sorprender que el “pesimismo cultural” se extendiera en la década de 1890. Desesperación, duda y una sensación de crisis se extendieron a lo largo de gran parte de la 42 No obstante, muchos de los que estaban comprometidos en esos esfuerzos veían sus actividades como en última instancia “políticas” en un sentido amplio: aspiraban a preparar a los alemanes para que se conviertan en ciudadanos (cfr. Jenkins, 1996). sociedad alemana (cfr. Mosse, 1964; Ringer, 1969). Muchos se preguntaban reiteradamente qué valores podían guiar a las personas en las sociedades industriales. ¿Cómo vivir en esta nueva era? ¿Quién va a vivir en el mundo moderno? ¿Cómo pueden sobrevivir las acciones éticas y compasivas? Dilthey se preguntaba “¿Dónde pueden encontrarse los instrumentos para superar al caos espiritual que amenaza con engullirnos?” (cfr. Salomon, 1934, p. 164). Éstas eran también las preguntas que se hacía Weber. Sin embargo, a diferencia de muchos intelectuales de su época, rechazó retirarse de la actividad política y tampoco se convirtió en un pesimista cultural resignado43. Actor incansable a lo largo de toda su vida en la política alemana, Weber probó ser un crítico infatigable –desplegando sus implacables y penetrantes municiones en innumerables discursos y artículos en la prensa, dirigidos por igual contra casi todas las clases y agrupamientos más importantes. Condenó a Bismarck por aplastar toda dirigencia independiente, a la monarquía alemana por evidente incompetencia y diletantismo, a la burguesía por su débil conciencia de clase y su reticencia a luchar por el poder político en contra de la burocracia estatal, a la aristocracia agraria por su militarismo, autoritarismo, por sus intentos de negar los derechos de ciudadanía a la clase obrera y por su incapacidad para poner los intereses de la nación por encima de sus propias preocupaciones sobre sus ganancias materiales, y a los funcionarios civiles por su conformidad casi esclava, por su adherencia obsesiva a las reglas y regulaciones, su docilidad y por su generalizada poca propensión a hacerse responsable de sus decisiones. Weber parecía admirar solamente a los trabajadores alemanes, aunque también los criticaba: mientras que apreciaba sus aptitudes y su 43 Muchos comentadores de su obra se han detenido en las frases famosas con las que Weber concluye algunos de sus trabajos, o en las ideas que están en el núcleo de sus escritos políticos, pintando luego a Weber como un sombrío y desesperado pesimista cultural. Estos intérpretes se han centrado en la imagen weberiana más prominente sobre el futuro: la “jaula de hierro” y la “servidumbre”. De hecho, su pesimismo es inequívoco en un famoso pasaje al final de “La política como vocación”: “Lo que está frente a nosotros no es el florecer del verano, sino que sobre todo una noche polar de helada oscuridad y dureza, más allá de cuáles sean los grupos que ahora puedan triunfar” (Weber, 1992a: p. 251 [1998a: p. 178]). Mientras que Weber no era por cierto un optimista que creía en el progreso sin fin de la civilización, como sí lo eran muchos pensadores sociales norteamericanos e ingleses de su generación, tampoco puede ser caracterizado como un amargo pesimista. Tampoco era alguien que anhelaba volver a un pasado idealizado, como implicó para muchos su frecuentemente utilizada frase –“desmagificación (Entzauberung) del mundo”-: sus análisis sociológicos lo convencieron de que ese camino estaba cerrado. Si hubiera sido un verdadero pesimista cultural o un romántico, se hubiera refugiado en el fatalismo y la pasividad, o incluso en uno de los tantos “cultos de la irracionalidad” alemanes. En lugar de esto, desdeñaba esos cultos, se burlaba de los románticos por ilusorios y permaneció siendo un permanente y combativo comentador y actor político. sentido del deber, lamentaba su pasividad en general frente a las autoridades (especialmente en comparación con sus contrapartes en Francia). Importantes componentes de sus análisis políticos y sociales sobre la modernidad sólo pueden ser entendidos como un intento complejo, incluso enrevesado, de abocarse a las remarcadas debilidades internas de la cultura política alemana y de brindar mecanismos sobrios y realistas para superarlas. Deseaba que se logren un alto nivel de vida y modos eficientes de organizar el trabajo y de producir bienes, y el capitalismo –estaba convencido de esto- brindaba la mejor oportunidad para lograr esos propósitos. Sin embargo eran para él evidentes los muchos componentes deshumanizantes de este sistema económico. Debe analizarse ahora brevemente el minucioso análisis sociológico que realiza Weber de su época, y las formas en las que respondió a sus interrogantes con estrategias de acción. El análisis weberiano Weber sostiene que la racionalidad formal se presenta de forma casi omnipresente en las burocracias de la sociedad industrial. En los órdenes más importantes de esta sociedad –el derecho, la economía y el Estado- la toma de decisiones se da “sin acepción de personas” y por referencia a conjuntos de reglas, leyes, estatutos y regulaciones aplicadas universalmente. El favoritismo queda así excluido de las contrataciones, las promociones y las calificaciones de las personas; la adherencia a dictados surgidos de procedimientos abstractos está por encima de cualquier contemplación a distinciones derivadas de características personales o estamentales. El derecho “lógico-formal” de esta época está implementado por juristas especialmente formados, que aseguran que “solamente son observadas para el derecho material y procesal las características unívocas y generales de los hechos” (Weber, 1976: pp. 376 y ss. [1987: p. 511]). En el orden económico se impone la racionalidad formal, al punto que todos los cálculos técnicamente posibles son llevados a cabo en el marco de las “leyes del mercado”. Aquellos que pretenden una hipoteca son tratados por los especialistas bancarios sólo en referencia a criterios impersonales: informes de créditos, ahorros, ingresos mensuales, etc. (cfr. 1976: pp. 205, 353, 361 [1987: pp. 280, 458, 468 y ss.]; 1972If: p. 544 [1998g: pp. 534 y ss.])44. 44 Weber está formulando aquí tipos ideales. Es perfectamente consciente que la eficiencia asociada a las reglas puede, de diferentes modos, ser socavada por la “red tape” [“red tape”, literalmente Weber ve también el dominio de otro tipo de racionalidad en la vida cotidiana de la época industrial: la racionalidad práctica. Los intereses egoístas y las capacidades meramente adaptativas del individuo cobran aquí especial relevancia, y las estrategias pragmáticas y calculadoras –racional de acuerdo al fin- son empleadas típicamente para poder manejar los obstáculos comunes de la vida diaria del modo más expeditivo. Como consecuencia de sus actividades cotidianas, especialmente los estratos orientados por los negocios muestran una fuerte tendencia a ordenar sus vidas de acuerdo a sus intereses, de modo práctico-racional (cfr. Weber, 1972Ic: pp. 61 y ss. [1998c: pp. 66 y ss.]; 1972Ia: pp. 250 y ss., 256, 265 y ss. [1998e: pp. 246, 251, 259 y ss.]). Por último, para Weber las sociedades modernas están dominadas por la racionalidad teórica. De hecho, la cosmovisión que le es propia –la ciencia- se basa justamente en este tipo de racionalidad. En este caso lo que se plantea es una confrontación abstracta con la realidad, y las herramientas para tratar y dominar la realidad son los experimentos rigurosos, los conceptos precisos y la deducción e inducción lógica. Mientras que los teólogos y sacerdotes de otros tiempos ajustaban y refinaban las inconsistencias de las doctrinas religiosas a través de procesos de racionalización teórica, la misma búsqueda, sistemática y cognitiva, de explicaciones tiene hoy lugar –aunque ahora solamente en referencia a la realidad empírica. La realidad es aprehendida, en ambos casos, a través del pensamiento sistemático y de esquemas conceptuales. Como la religión requiere estar un paso más allá de lo que puede ser observable –“un salto dado por la fe”- pasa a ser definida como “irracional”, al mismo ritmo que la mirada científica del mundo cobra una posición dominante (Weber, 1972If: pp. 563-566 [1998g: pp. 552-555]; 1992b: pp. 107 y ss. [1998: pp. 226 y ss.]; cfr. también Kalberg 2001)45. Weber señala que las racionalidades formal, práctica y teórica juegan invariablemente roles centrales en las sociedades industriales, desplazando vehementemente constelaciones de valores y tradiciones del pasado. Sin embargo, afirma, ninguna de éstas es capaz de dar lugar y sostener conjuntos nuevos de valores que puedan considerarse nobles. El funcionario moderno de las burocracias orienta su acción solamente en base al deber, la prudencia, la seguridad, la conformidad con la autoridad, el orden, la confiabilidad y la puntualidad. Las leyes y regulaciones deben ser implementadas de acuerdo a procedimientos de corrección formal y a los antecedentes correspondientes, más que con referencia a aspectos más sustantivos: justicia, libertad e igualdad. El cálculo de intereses y de ventajas domina la racionalidad práctica de la “cinta roja”, es una expresión coloquial en inglés que fuera introducida por Charles Dickens para referirse al excesivo papeleo en el caso de ciertos trámites (N.deT.)] 45 He trabajado los “tipos de racionalidad” con mayor detalle en otro texto (cfr. Kalberg, 1980). vida cotidiana. Y el científico actual está comprometido en un emprendimiento en el que es preeminente, como lugar de “la verdad”, la observación empírica, la descripción y la síntesis abstracta. Como resultado del trabajo científico satisfactorio surgen, más que valores, el conocimiento, el entendimiento, la claridad: “los métodos para pensar, y las herramientas y la capacitación para hacerlo” (cfr. Weber, 1992b: pp. 102 y ss. [1998: p. 223]). ¿Qué orden de la vida moderna conlleva y cultiva la compasión, la ética fraternal, la valoración de los vínculos, la responsabilidad ética y la caridad? Weber intenta encontrarlo, pero sin éxito. Por el contrario, liberados ahora de constricciones como las que planteaban las religiones de salvación más importantes, las racionalidades formal, práctica y teórica se desarrollan más y más libremente, y sin impedimentos. Para Weber, las relaciones frías, impersonales y no comprometidas cobran cada vez más preeminencia en este “cosmos”. Las relaciones sociales, que en algún momento estuvieron firmemente ancladas y direccionadas por la “devoción a una causa” –la profesión-, que hundían en última instancia sus raíces en configuraciones -coherentes y plenas de sentido- de valores, están ahora en gran medida a la deriva, arrastradas hacia un lado u otro según intereses coyunturales, cálculos estratégicos, procesos cognitivos, el poder, las orientaciones de las autoridades y las interpretaciones de los estatutos y las leyes. Predomina la sucesión ininterrumpida de actividades, y cada vez es menos posible una vida dirigida metódicamente por un conjunto de valores. Mientras que la motivación a sumarse a una iglesia o secta del protestantismo ascético podía ser en algún momento explicada por referencia a una creencia sincera, los beneficios otrora secundarios de la pertenencia a ellas –contar con la confianza de toda una comunidad y por lo tanto con sus negocios- acabó convirtiéndose frecuentemente en determinante (1972Id: pp. 209 y ss. [1998d: pp. 205 y ss.]). En esta época históricamente singular en la que “los bienes externos [adquirieron] un poder creciente y, en última instancia, inevitable sobre la gente” (Weber, 1972Ic: 204 [1998c: p. 200]), los “intereses de la vida cotidiana” adquieren tal poder, sostiene Weber, que incluso les permite normalmente manipular y sacar provecho de los valores. La clara disyuntiva entre valores firmes y prosecución de ideales por un lado, y por otro, el flujo empírico de la vida, se está debilitando. Sin esos criterios, la “aproximación pragmática a la vida” se impone cada vez más, no solamente desplazando a los ideales éticos y a toda noción de responsabilidad, sino que también al tipo de personalidad autónoma, íntegra, “dirigida desde su interior” en base a creencias y a valores (Weber, 1973c: pp. 507 y ss. [1997c: pp. 238 y ss.]; 1972If [1998g]). El resultado será un masivo conformismo y la desaparición de la autonomía individual. Weber insiste en que los ideales, la acción ética y los valores nobles no deben convertirse en meros legados muertos del pasado, ya que en última instancia los cálculos racionales de acuerdo a fines ni brindarán dignidad a las personas en tanto que individuos singulares, ni prevendrán el dominio de la fuerza. ¿Quién va a vivir en el interior de esta “carcasa dura como el acero” de “mecanizada petrificación”?46. ¿Vivirán en este nuevo cosmos sólo “especialistas sin espíritu” y “hedonistas sin corazón” (Weber, 1972Ic: p. 204 [1998c: p. 200])? Como se pregunta Albert Solomon en su clásica interpretación de Weber: “Puede el hombre -... concebido como el producto de las pasiones y tensiones de una noble alma humana- encontrar aún un lugar para sí en el mundo moderno” (Solomon, 1934: p. 153)? ¿De qué formas brindó la sociología de Weber una respuesta a esta “crisis de la civilización occidental”? ¿Qué estrategias de acción siguen estando disponibles para enfrontar a estos peligros e interrogantes fundamentales? La respuesta de Weber Weber deseaba que un conjunto de valores e ideales tengan un lugar en la sociedad desde el que puedan orientar efectivamente la acción, dando así dignidad a los individuos. En tanto que defensor consciente de las tradiciones occidentales, esos valores eran para él la autonomía individual, la responsabilidad, la coherencia personal, la acción ética, la fraternidad, la compasión, la caridad y el sentido del honor. Sin embargo, sus vastos estudios comparativos lo habían convencido de que los valores se extinguen siempre que les sea negado sus medios de sustentación: fuertes portadores sociales y una fuerte competencia con otros valores. En la medida en que personas defienden sus valores escogidos contra otros, esos valores devienen viables y fuertes. Pueden entonces guiar crecientemente la acción y, a partir de esto, permitir que las personas articulen, basándose en ellos, una sensación de dignidad y de honor. También pueden proveer una base firme para la toma de iniciativas y para el liderazgo. Sin embargo, sólo sociedades muy particulares alimentan valores al punto de que éstos se conviertan en vinculantes para las personas, incluso, por momentos, pese a intereses materiales que se les oponen: es decir, sociedades dinámicas y abiertas en las que una pluralidad de valores luchan entre sí. En esas sociedades, las personas se hacen “responsables” en referencia a un conjunto de valores y pueden así devenir en seres éticos. 46 La centralidad del individualismo (más allá de las diferencias con las que éste puede ser entendido) en tres escuelas de pensamiento –el iluminismo francés, el romanticismo alemán y el protestantismo ascético- se hace evidente nuevamente en el análisis de Weber. Weber temía que los espacios de enfrentamiento indispensables para el surgimiento de valores que compitan entre sí y para que pueda existir un reino de libertad, estaban perdiendo sus fronteras distintivas y colapsando debido a la fuerte burocratización de las sociedades industriales y al ascenso de los tipos de racionalidad formal, práctico y teórico. A medida que esto ocurre, las sociedades se hacen más cerradas y el tipo de líder capaz de defender valores se extingue del escenario social. La osificación social, conducida por la dominación gerencial basada en la eficiencia técnica, parecía ser el destino de las sociedades industriales, de forma similar al estancamiento extremo que ya hacía tiempo había afectado a Egipto y a China. De hecho, Weber veía una siniestra “pasión por la burocratización” que sólo podía llevar al “parcelamiento del alma” (Weber, 1988b: p. 414 [No conocemos traducción al español de este texto (N.deT.)]) y a una pasividad del conjunto de la sociedad, en la que las personas serían “gobernadas [...] como un rebaño de ovejas” (Weber, 1996: p. 99 [1982a: p. 397]). ¿Sería “de algún modo todavía posible salvaguardar algún resquicio de libertad ‘individual’ de movimiento, en algún sentido cualquiera fuera” (Weber, 1988c: p. 222, énfasis original [1982: p. 88])? Proclamaba que “nosotros, los ‘individualistas’ y partidarios de las instituciones ‘democráticas’, estamos ‘contra la corriente’ de las constelaciones materiales” (Weber, 1996: p. 100 [1982a: p. 397]), y “en todos lados está lista la jaula [Gehäuse, en alemán. Mantenemos el término de la traducción no literal de Parsons para stahlhartes Gehäuse (N.deT.)] para la nueva servidumbre” (1996: p. 99, énfasis original [1982a: p. 396]; cfr. también 1996: pp. 99 y ss. [1982a: p. 397], 1988c: p. 221 [1982: p. 87]). Sólo puede brindarse aquí un esbozo de las elaboradas y complejas estrategias que Weber propuso al respecto47. Parlamentos fuertes Weber sostenía vehementemente que las sociedades modernas necesitaban instituciones capaces de cultivar en forma regular las cualidades de los líderes. Esto, señalaba, podía realizarse en los parlamentos, ya que ahí la agresiva confrontación de posiciones políticas y la dura competencia entre los partidos políticos son aceptadas como el curso natural de su funcionamiento. En el proceso de debate y de conflictos sobre valores e intereses, y sin embargo también de negociaciones y de compromisos, surgirían líderes con las “tres cualidades 47 Me estoy centrando aquí en el pensamiento sociológico de Weber, más que, como se hace frecuentemente, en su actividad política. En este sentido, Weber era un militante defensor de los derechos individuales (cfr. Coser, 1971, pp. 242-3, 254-6; Beetham, 1974). preeminentes” de los políticos: pasión, responsabilidad y mesura (Weber, 1992a: p. 227 [1998a: p. 154]). Probablemente puedan incluso surgir líderes con “características carismáticas propias” (1992a: pp. 223 y ss. [1998a: p. 151]), o acaso líderes con el sentido de la imparcialidad que habilita a abrir juicios. Por eso, esta institución cultiva un liderazgo caracterizado por una “ética de la responsabilidad” y una “entrega apasionada a una ‘causa’” (1992a: pp. 226 y ss. [1998a: p. 154), y prepara líderes para asumir una tarea indispensable: sobre la base de sus valores y políticas, se les da el poder que les permite oponerse a la racionalidad formal de los funcionarios, gerentes y tecnócratas. Al actuar así, contribuyen a la expansión de un “espacio social de libertad” en el que los ciudadanos pueden debatir, tomar decisiones responsables, poner en práctica sus derechos políticos y defender sus valores. Sin embargo, para que los parlamentos puedan servir como lugares de formación de líderes, esta institución debe enfrentarse duramente a las otras ramas del gobierno. Parlamentos débiles, dominados por un lado por los funcionarios civiles del Estado y por el otro por políticos autoritarios, tales como Bismarck, no pueden atraer a las personas capaces de convertirse en líderes. El apoyo a la democracia Weber creía que las democracias parlamentarias, mucho más que otras formas de gobierno, son capaces de dar lugar al dinamismo social indispensable para la creación de una esfera pública en la que las decisiones puedan ser tomadas en base a valores. Más aún, al igual que los parlamentos, las democracias sólidas permitirían el desarrollo de líderes fuertes. También los ideales democráticos asistirían a ese objetivo: libertad de palabra, derechos individuales, el dominio de la ley y el derecho a reunirse. “Es en realidad un burdo autoengaño”, sostenía Weber, “creer que sin esos logros de la época de los ‘Derechos del Hombre’ podríamos hoy, incluso los más conservadores, seguir viviendo” (1988c: pp. 222 y ss. [1998a: p. 88]). Estaba convencido que es en democracia donde la lucha por el poder y por los monopolios de dominación tiene lugar más efectivamente48. 48 Varios comentadores han sostenido que el compromiso de Weber con la democracia no era de principios sino que se originaba en su mirada sobre el gran peligro de osificación social que enfrentan las sociedades industriales modernas. Es evidente que Weber, al desconfiar de las capacidades democráticas de los alemanes, no era ajeno a la tendencia en la Alemania de aquél momento (cfr. Jenkins, 1996). Creía que iba a ser necesario un largo período de tutelaje en las prácticas de la democracia. El apoyo al capitalismo La actitud de Weber hacia el capitalismo se caracteriza por la ambivalencia. Por un lado lamenta reiteradamente los modos en los que las “leyes del libre mercado” introducen la lucha despiadada, la racionalidad formal y relaciones meramente funcionales, las que no pueden ser realmente influenciadas por una ética fraternal o por ideales de compasión y caridad (cfr. Weber, 1972If: pp. 544 y ss. [1998g: pp. 534 y ss.], 1976: pp. 353, 382-385 [1987: pp. 458, 493-497]). La introducción de asuntos humanitarios en las relaciones económicas que tienen lugar en mercados competitivos lleva casi siempre a ineficiencias económicas y a la ruina –“y esto no tiene sentido desde ningún punto de vista” (Weber, 1976: p. 709 [1987: p. 916]). Por otro lado, la libre competencia y la empresa privada, consustanciales al capitalismo, permiten que surjan empresarios dinámicos y capaces de tomar vigorosamente riesgos: estos actores heroicos, junto con la casi completa falta de reglas y la impredecibilidad de las fuerzas del mercado, dinamizan a la sociedad (Weber, 1988c: p. 222 [1982: p. 86 y ss.]). El socialismo, no sólo que no lo logra, sino que implica por el contrario un gran escalón más en dirección a una sociedad cerrada y estancada. Para manejar la economía, éste da lugar a otra “casta” más, la de los funcionarios y administradores. La necesaria restricción de la ciencia Weber creía que si se le atribuye el poder de prescribir valores, la ciencia amenaza a la autonomía individual y, en última instancia, a la acción ética. Cuando se le da el atributo de poder sancionar un comportamiento como “correcto”, a través de una “casta de expertos” que actúa en su nombre, se está sacando a la toma de decisiones del dominio al que realmente pertenece: la conciencia, los valores y los “dioses y demonios” de cada individuo. La ciencia no puede –y no debe- decirnos como tendríamos que vivir (Weber, 1973a: p. 155 [1997a: p. 46]). Weber señala que las nociones de responsabilidad ética, honor, dignidad y devoción a una causa pueden desarrollarse sólo cuando las personas son claramente concientes de sus propios valores –y esto ocurre solamente cuando los individuos son confrontados reiteradamente con la necesidad de tomar decisiones por sí mismos. Más aún, cuando la ciencia- entendida como prescripción de normas – deviene en institución, la toma de decisiones a cargo de sus “especialistas” amenaza la dinámica social y a la capacidad de la sociedad de resolver conflictos. De ahí que el dominio de la ciencia debe estar circunscrito por límites claros. Sus tareas deben permanecer acotadas a “métodos de pensar, a las herramientas y a la formación para ello”, y a la claridad para evaluar los distintos medios para alcanzar un fin dado (incluyendo un ideal ético) y las consecuencias imprevistas de la acción en relación a ideales particulares (cfr. Weber, 1992b: pp. 102 y ss. [1998: pp. 222 y ss.]). Satisfaciendo estas tareas, por más acotadas que sean, la ciencia puede ayudar a la claridad y a fortalecer el sentido de la responsabilidad con referencia a un conjunto de valores: Cuando se toma tal o cual posición, se deben utilizar, según la experiencia científica, estos o aquellos medios para llevarla a la práctica. [...] ¿‘Santifica’ el fin a los medios, o no? [...] Al decidirse por una posición determinada, sirven, hablando figurativamente, a este Dios a la vez que rebajan a Otro. [...] Podemos así, si entendemos nuestra materia [...], obligar al individuo, o al menos ayudarlo, a dar cuenta por sí mismo del sentido último de sus propias acciones. [...] Estoy aquí tentado a decir que cuando un profesor logra esto, está al servicio de un poder ‘ético’: el deber de lograr la claridad y el sentido de la responsabilidad. (Weber, 1992b: pp. 103 y ss., énfasis original [1998: pp. 223 y ss.]) Por consiguiente, Weber insistía en que los profesores en las aulas universitarias no debían emitir ni juicios de valor, ni visiones personales, ni opiniones políticas. “Siempre que pretendan permanecer como profesores y no convertirse en demagogos” (1992b: p. 103 [1998: pp. 223 y ss.]), deben abstenerse de plantear las conclusiones de sus investigaciones como “la verdad”49. Si lo hacen, debido a su prestigio frente a los estudiantes, se presenta un importante peligro: que los influencien excesivamente y restrinjan de ese modo su poder autónomo de toma de decisiones. Los estudiantes, a su vez, no deben esperar que sus profesores los lideren y 49 Prosigue Weber: “Si, en esta situación, tiene sentido que alguien tome a la ciencia como su ‘profesión’ u oficio, o si ella misma tiene un ‘oficio’ objetivamente valioso, es algo que, nuevamente, implica un juicio valorativo y sobre lo cual nada hay para decir en un aula” (Weber, 1992b: p. 105 [1998: p. 225]). aconsejen, porque la ciencia, a diferencia de la política, excluye la lucha entre valores –que es la actividad sobre cuya base surgen los líderes. El apoyo a un Estado nacional fuerte Es muy conocida la propuesta de Weber sobre la necesidad de un Estado fuerte. Algunos intérpretes lo ven incluso como un obstinado nacionalista que favorecía el poder del Estado alemán como fin en sí mismo. Esta interpretación pone en evidencia una pobre comprensión de la sociología de Weber, de su apreciación de los dilemas que subyacen a las sociedades industriales, y de sus propios ideales y valores últimos50. Como se señaló, Weber percibía que los valores occidentales estaban amenazados por un espectro de estancamiento y petrificación social. Estaba convencido, sin embargo, de que ni los estados más pequeños de Europa, ni Inglaterra o los Estados Unidos, eran capaces de defenderlos. Pera él, un materialismo craso y un comercialismo explotador habían socavado los valores occidentales en esas naciones, en particular la noción de individuo autónomo. Esas naciones, sostenía, habían quedado incapacitadas de movilizarse internamente para resistir con efectividad a las fuerzas amenazantes. Sumado a esto, Weber veía que Occidente estaba siendo atacado desde el este: dados el autoritarismo ruso, y la dominación de los funcionarios públicos y el subdesarrollo económico de ese país, no habían podido desarrollarse ni los valores de la Ilustración –razón y racionalidad-, ni los de los “Derechos del Hombre” de las revoluciones francesa y americana. En esta situación de crisis, Weber y la gran mayoría de sus colegas percibían al Estado alemán como un bastión contra la pérdida de los nobles valores de la tradición occidental. Un Estado fuerte estaría mejor equipado para resistir en defensa de acciones en nombre de esos valores: autonomía individual, responsabilidad, coherencia, acción ética, fraternidad, compasión, caridad y sentido del honor. Por otro lado, en su opinión, de actuar solamente en nombre del nacionalismo alemán, ese Estado no podría desempeñar su “responsabilidad histórica”. Alemania debía, más bien, asumir una tarea mucho más monumental: defender los valores occidentales para todos los países occidentales. Para Weber, el avance de la racionalidad 50 El extremo carácter cosmopolita de su propia familia (cfr. Roth, 1997) habla también en contra de la interpretación que ve en Weber un virulento nacionalista. formal, práctica y teórica, así como la cautela, el conformismo y la aspiración a la seguridad propias del funcionariado, avanzaba en todos los países en proceso de industrialización, incluso en los Estados Unidos51. Weber esperaba que la suma de parlamentos fuertes, una democracia dinámica, un capitalismo vigoroso, una ciencia moderna que carezca de legitimidad para definir cuáles valores son “correctos” para las personas, y un Estado alemán fuerte prevendrían el avance por un lado de la burocratización, y por otro de los tipos de racionalidad formal, práctico y teórico. En la medida que esto ocurriera, una serie de fuerzas cristalizaría para oponerse a la petrificación social y para construir una arena cívica dinámica de la cual tan lamentablemente carecía Alemania. Si esto pudiera darse, se habría dado la precondición fundamental para el desarrollo de valores: una apertura social que permita –y que incluso fomente- conflictos permanentes entre valores (Wertkämpfe). Weber estaba convencido que siempre que existan valores de carácter noble que adquieran una autoridad tal que les permita orientar las acciones, todos los aspectos de Occidente que él apreciaba iban a ser defendidos. El aleatorio ajetreo de los intereses de la vida cotidiana y de las preocupaciones mundanas, y la mera “excitación estéril” (Weber, 1992a: pp. 227 y ss. [1998a: p. 145]) a la que éste daba lugar, se verían así contrabalanceadas. La vida podría comenzar a ser dirigida en nombre de ideales éticos y volvería a renacer la pasión por las “causas”: “Ya que nada tiene algún valor para una persona en tanto que tal, si no lo puede hacer con pasión” (Weber, 1992b: p. 81, énfasis original [1998: p. 193]). Y los individuos podrían pasar a actuar según una “ética de la responsabilidad” y a tener que rendir cuentas por sus propias acciones. Finalmente, y esto tiene crucial importancia para Weber, el propio ideal ético es una fuerza que empuja en dirección a la construcción comunitaria: la “’validez universal’ de la norma ética funda la comunidad en la medida en que [...] el individuo que rechaza éticamente una acción pero a la que sin embargo ve como humana, se somete a esa norma, consciente de su debilidad como criatura” (Weber, 1972If: p. 555 [1998e: p. 545]). Sin embargo Weber mantiene también su pesimismo sobre el futuro, y se abstiene de predecir sus contornos: 51 Aunque en este caso, debido a una serie de fuerzas operantes, a un ritmo más lento que en las sociedades europeas (Weber, 1992a: pp. 210-225 [1998a: pp. 132-152]). Nadie sabe aún quien vivirá en el futuro en aquella jaula y si luego de este enorme desarrollo habrá profetas completamente nuevos o un poderoso renacimiento de antiguos ideales y pensamientos, o, en cambio, si ninguno de ambos ocurre, una petrificación mecanizada, orlada con una suerte de petulancia agarrotada” (Weber, 1972Ic: p. 204, énfasis original [1998c: p. 200])52. Son precisamente estos vastos interrogantes los que dieron la dimensión a sus investigaciones académicas. Sólo las investigaciones comparativas podían asistir a Weber en definir claramente los modos en los que eran singulares las economías, el derecho, las formas de dominación y las religiones de Occidente, en evaluar las posibilidades de cambio social, y en entender mejor las constelaciones sociales que coadyuvan a que la acción con sentido esté anclada en valores y en ideales éticos. 52 En sus escritos sociológicos, Weber casi siempre acompaña sus afirmaciones sobre el futuro con el uso de términos tales como “podría”, “posiblemente” y “potencialidad”.