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Universidad Católica de Santiago del Estero Licenciatura en Psicología Asignatura: Introducción a la Sociología Unidad IV: El comprensivismo de Max Weber Clase 8: El sistema teórico elaborado por Weber Como se ha planteado en la clase anterior, Weber supone que la realidad social es infinita. En su opinión, la mente humana finita sólo puede intentar comprender algo que viene tocado por el hálito de la infinitud a condición de tornarlo finito. Es decir, a condición de recortar esa inconmensurabilidad y convertirla en limitada. ¿Con qué criterio producir el recorte?, se pregunta. Sobre la base de los intereses de conocimiento de cada investigador (que, por lo común, se encuentran modelados por la atmósfera cultural dentro de la cual aquél se desenvuelve). En definitiva, sobre la base de los juicios de valor de quien investiga. Producido el recorte debe procederse en absoluta conformidad con el quehacer científico: con rigor, precisión, sistematicidad, respeto por la información empírica, consistencia lógica, etc. No obstante estas ineludibles exigencias, la también ineludible exigencia del recorte determina lo que Weber llama la condicionalidad del saber. Lo producido en términos de conocimiento en el interior de un espacio delimitado está condicionado por los puntos de vista que presidieron el recorte. Si éstos se modificasen, obviamente debería modificarse lo producido en el interior de un campo que ahora estaría recortado de otra manera. La realidad social es para Weber también histórica, singular, concreta, como se ha mencionado precedentemente. ¿Significa esto que supone que lo repetido, lo común, lo que se presenta con características de regular carece de relevancia? En absoluto. Weber cree que la realidad social presenta regularidades y que éstas son relevantes. En clases anteriores, por ejemplo, se mencionó su coincidencia con Marx y Durkheim sobre el papel jugado en la determinación de lo social por la obligatoriedad humana de organizarse para proveer los recursos con los que atender a sus necesidades, tanto físicas como espirituales. Ésta es una regularidad postulada sobre lo real que, conforme a las propias palabras de Weber, constituye “el hecho fundamental al que se ligan todos los fenómenos que caracterizamos, en el sentido más lato, como económico-sociales” (OC, p. 53). Que regularidades de este tipo existan no quiere decir que en el ámbito de lo social exista una estructura unívoca de la realidad regida por leyes. Que el fenómeno del poder se presente con cierta regularidad en las diversas sociedades no implica que deba haber una ley rigiendo ese fenómeno del mismo modo que la ley de gravedad rige la caída de los cuerpos. Significa, simplemente, que un hecho se repite. Como son también hechos repetidos la acción social, la producción, la oferta, la demanda, etcétera. Entre el abordaje individualizado, historiográfico, concreto, de los fenómenos sociales y las regularidades empíricamente observables, Weber ubica una teoría tipológica sobre la realidad social. No es una teoría sustantiva en el sentido en que se la ha definido más arriba. No postula leyes fundamentales ni se arroga una función explicativa. Simplemente toma esas regularidades, las sistematiza, las examina en sus desarrollos y desdoblamientos, establece conexiones lógicas. No tiene ninguna pretensión explicativa; su cifra es, en cambio, como bien hace notar Saint Pierre, la probabilidad (y no la conexión causal)1. “La sociología construye conceptos-tipo [...] y se afana por encontrar reglas generales del acaecer. Esto en contraposición a la historia, que se esfuerza por alcanzar el análisis e imputación causales de las personalidades, estructuras y acciones individuales consideradas culturalmente importantes, escribe Weber (ES, p. 16). Es decir, la elaboración de conceptos-tipo a partir de regularidades observables tenidas por “merecedoras de ser conocidas” es útil para la organización del abordaje de la realidad social con una intención explicativa. Esto último es una tarea de la historia, aunque también puede serlo de la sociología. La sociología, sin embargo, considerada en su dimensión generalista, sólo prepara el terreno para una imputación causal. Dirá, por ejemplo, dada esta situación s, el comportamiento probable típico- de los actores será c. O, también, “poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera sea el fundamento de esa probabilidad” (ES, p. 43). Nada afirma de lo que efectivamente ocurre en una situación concreta y específica; sólo dice: típicamente, o en términos generales, cuando se configura un cuadro del tipo s tiende a ocurrir una conducta c. De aquí que Weber reconozca que “sus conceptos tengan que ser relativamente vacíos frente a la realidad concreta de lo histórico” (ES, p. 16). Es decir, que no es posible teorizar sustantivamente sobre lo social. La teorización tipológica, no obstante, tiene cosas favorables para ofrecer: fija conceptos de manera unívoca, evita repeticiones de lenguaje, orienta búsquedas, señala cuál puede ser eventualmente el camino de una indagación sobre lo real, ayuda a ordenar el flujo de la información empírica, etc. Los componentes de este tipo de teorización son los tipos ideales, esto es, conceptos abstractos y en este, sentidos ideales -no en el de que deban ser tenidos por ejemplares- en los que se fija algunos significados. No son la realidad sino construcciones nominales2 que posibilitan un acercamiento a ésta; son por tanto un medio, un recurso para poner en marcha un proceso de conocimiento, no un fin en sí mismos. De entre las regularidades observables en el plano de lo real que Weber considera significativas en el sentido de “merecedoras de ser conocidas”, por lo tanto motivo de recorte y de teorización tipológica, la más importante es la acción social, al punto que la convierte en el objeto central de la sociología, como ya se ha mencionado. En lo que sigue nos ocuparemos de ella. La acción social Para Weber, el objeto de la sociología es la acción social. Podría decirse que, a su modo de ver, el inevitable desacople que se produce entre, por un lado, las necesidades humanas (tanto 1 “La teoría de la acción weberiana es una teoría tipológica desarrollada en términos de probabilidad y, como veremos más adelante, todos los conceptos de su teoría política también son definidos en estos términos”. Véase H. Saint Pierre, Max Weber. Entre a paixao e a razao, Editora da Unicamp, Campinas, 1991, p. 109. 2 Nominalismo: doctrina filosófica que sostiene que los conceptos generales y los objetos o procesos a los que aquéllos se refieren pertenecen a órdenes diferentes de la realidad y no deben confundirse. El concepto de mesa, por ejemplo, pertenece a un registro; las distintas mesas realmente existentes, singulares y únicas, a otro. físicas como espirituales) y, por otro, unos recursos que siempre resultan escasos, torna ineludible la acción social. Este desacople es, como se ha señalado ya, lo que convoca a la asociación entre los hombres, a la planificación y al trabajo, y a la lucha contra la naturaleza. Según las propias palabras de Weber: “Que nuestra existencia física, así como la satisfacción de nuestras necesidades más espirituales, choquen en todas partes con la limitación cuantitativa y la insuficiencia cualitativa de los medios externos necesarios para tal fin, y que tal satisfacción requiera la previsión planificada y el trabajo, al par que la lucha contra la naturaleza y la asociación con otros hombres, he ahí expresado del modo más impreciso- el hecho fundamental al que se ligan todos los fenómenos que caracterizamos, en el sentido más lato, como económicosociales.” (OC, p. 53) Así, desde la remota noche de los tiempos, la acción social se presenta como una regularidad empírica, como un hecho repetido, cuyo motivo (o fundamento principal) es la satisfacción de necesidades. Por más imprecisa que resulte la exposición weberiana -según él mismo lo consigna- previsión, trabajo, lucha contra la naturaleza y asociación, todo ello tiene como sustrato la acción social. Que es la Acción y Acción Social?. Acción es, para Weber, toda conducta a la que el/los actor/es enlaza/n un sentido subjetivo, por ejemplo, pescar por diversión. Mientras que acción social es una acción cuyo sentido está referido a la conducta de otros, orientándose por ésta en su desarrollo, por ejemplo, pescar para vender: aquí el sentido de la acción está ligado con el comportamiento de otros, de quienes se espera estén interesados en comprar lo que se ha pescado. El sentido, a su vez, puede ser entendido de dos maneras según cuál sea la clase de sujeto que se tome en consideración. Manera a): puede estar referido (dicho sentido) a un sujeto existente, históricamente dado, o a uno construido como promedio (o de forma aproximada) a una masa de casos. Manera b): puede referirse a actores construidos de modo típico ideal ubicados en un cuadro también definido por la misma vía. Conforme a la manera a) puede intentar caracterizarse, por ejemplo, el sentido de la acción de un candidato a presidente en campaña electoral. Asimismo, puede atribuírsele sentido, como promedio o de forma aproximadamente común, al voto de quienes deciden votar por él. Conforme a la manera b) puede imaginarse de modo estrictamente típico-ideal cuál es el sentido de la acción, por ejemplo, de los cuadros directivos de empresas transnacionales, en el marco de un sistema económico también definido de manera típico-ideal. Podría ser el caso de los directivos de grandes empresas en la época de la globalización. La acción, entonces, siempre es motivada, es decir, posee un sentido. Weber define el motivo como “la conexión de sentido que para el actor o el observador aparece como el ‘fundamento’ significativo de una conducta” (ES, p. 10). (Nótese que aquí Weber introduce el punto de vista del observador, quien es, en rigor, alguien “externo” a la acción social, que atribuye sentido a las acciones -sociales o no- que observa. Obviamente, un científico social -un sociólogo, economista o lo que fuere- se instala en el punto de vista del observador.) Ahora bien, además de alguien que actúa, están las acciones de los otros a las que, en el caso de la acción social, se enlaza el sentido de la acción de quien actúa en ese marco. Esas acciones -dice Weber- pueden ser pasadas, presentes o esperadas como futuras; en tanto que dichos otros pueden ser individualizados y conocidos o constituir una pluralidad de individuos desconocidos. En este último caso y especialmente con referencia a acciones esperadas como futuras -es decir, acciones que todavía no ocurrieron- el actor construye categorías típico ideales de acuerdo con lo que “cabe esperar” respecto de terceros que, por desconocidos, también están típicamente construidos. Es el caso de los “otros” que construye idealmente un pescador profesional que elige, por ejemplo, intentar extraer pejerreyes en el entendido de que obtendrá para ellos una buena demanda y un buen precio: imagina clientes interesados. Weber comienza el punto que denomina “Concepto de la acción social”, en el capítulo I de su libro Economía y sociedad, de la siguiente manera: “La acción social (incluyendo tolerancia u omisión) se orienta por las acciones de otros, las cuales pueden ser pasadas, presentes o esperadas como futuras (venganza por previos ataques, réplica a ataques presentes, medidas de defensa frente a ataques futuros). Los ‘otros’ pueden ser individualizados y conocidos o una pluralidad de individuos indeterminados y completamente desconocidos (el ‘dinero’, por ejemplo, significa un bien -de cambio- que el agente admite en el tráfico porque su acción está orientada por la expectativa de que otros muchos, ahora indeterminados y desconocidos, estarán dispuestos a aceptarlo también, por su parte, en un cambio futuro.” (Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1964, t. I, p. 18.) La acción social, entonces, se orienta por las acciones de los otros. Por eso es social y no acción a secas; tiene al accionar de los otros como referencia. Pero tiene, también, un fundamento motivacional, es decir, un sentido para el actor. Desde este último punto de vista, es decir, mirando desde el fundamento que da forma al sentido, acción y acción social son lo mismo. Weber lo dice claramente cuando introduce los tipos ideales de acción social: “La acción social, como toda acción, puede ser: [La aclaración “como toda acción” iguala una con otra, lo que significa que están abordadas estrictamente desde el fundamento del sentido.] 1) racional con arreglo a fines: determinada por expectativas en el comportamiento tanto de objetos del mundo exterior como de otros hombres, y utilizando esas expectativas como ‘condiciones’ o ‘medios’ para el logro de fines propios racionalmente sopesados y perseguidos. 2) racional con arreglo a valores: determinada por la creencia consciente en el valor -ético, estético, religioso o de cualquier otra forma como se lo interprete- propio y absoluto de una determinada conducta, sin relación alguna con el resultado, o sea puramente en méritos de ese valor. 3) afectiva: especialmente emotiva, determinada por afectos y estados sentimentales actuales, y 4) tradicional: determinada por una costumbre arraigada.” (Weber, M. Economía y sociedad, op. cit., t. I, p. 20.) Con el objeto de favorecer el abordaje del análisis de la acción social, Weber ha construido cuatro tipos ideales. Reconoce que rara vez la acción social concreta, desarrollada por actores de carne y hueso, está fundada exclusivamente en alguno de estos tipos. Pero confía en que resulten útiles para ordenar el flujo caótico de los acontecimientos y para organizar una aproximación sistemática que favorezca su estudio. Esta tetralogía tipológica está encabezada por la acción racional con arreglo a fines. En este caso el actor fundamenta su acción en la evaluación racional de fines, medios y consecuencias que se implican en aquélla. Para lograr la correcta adecuación de todos los elementos involucrados en la acción, el actor tendrá que ponderar racionalmente los medios con los fines, los fines con las consecuencias implicadas y los diferentes fines posibles entre sí. Por otra parte, la elección de uno entre varios fines posibles y las consecuencias inevitables de priorizar uno y postergar otros puede estar fundada en valores. En tal caso, dice Weber, “la acción es racional con arreglo a fines sólo en los medios” (ES). La acción racional con arreglo a valores presenta una elaboración de los objetivos últimos y un consecuente planeamiento de la acción tendiente al logro de los mismos. Tiene, sin embargo, de peculiar el hecho de que el sentido de la acción -los motivos- no está en los fines sino fuera de ellos. En esta clase de acción, el actor se desempeña conforme a sus convicciones, sin considerar las consecuencias que pudieran seguirse de su accionar. La acción tradicional se encuentra en la frontera con el simple hábito y queda, a veces, fuera del ámbito de lo que Weber denomina “acción con sentido”. Por lo mismo, estaría en el límite de lo que el sociólogo alemán ha definido como acción social. Incluye las costumbres y los hábitos; pero desde el punto de vista sociológico importan especialmente los comportamientos y/o actitudes arraigadas, esto es, formas de hacer cuya motivación original quizá se ha desvanecido o extraviado y su fundamento de sentido presente se halla en que “siempre ha sido así”. La acción afectiva, finalmente, está también en el límite de la “acción con sentido” y muchas veces queda fuera de éste. Es típica de las situaciones amorosas (relaciones de pareja o entre padres e hijos), pero involucra también maneras de actuar motivadas por el despecho, la búsqueda de revancha o los deseos de venganza. Relación Social La acción social es la piedra fundamental de la teorización tipológica de Weber. Es un concepto base que se desdobla de diversas maneras y se despliega en diversas direcciones. Un primer desdoblamiento sumamente importante es el que alcanza en el tipo denominado por Weber relación social. Entiende por ésta “una conducta plural -de varios- que, por el sentido que encierra, se presenta como recíprocamente referida, orientándose por esa reciprocidad. La relación social consiste, pues, plena y exclusivamente, en la probabilidad de que se actuará socialmente en una forma (con sentido) indicable, siendo indiferente, por ahora, aquello en que la probabilidad descansa” (ES). Es decir, es una forma de la acción social, pero específica: alude a una conducta de varios -o sea, queda descartada la posibilidad de considerar acciones individuales- que se toman recíprocamente en referencia. Esta última es la clave del concepto. Un mínimo de recíproca bilateralidad debe estar siempre presente para hablar de relación social: aun la mínima bilateralidad de dos queda contenida en el concepto. El contenido de la acción puede ser diverso: amor, amistad, conflicto, piedad, interés mercantil, o lo que sea. Lo importante es que haya referencia recíproca. También el concepto típico-ideal de relación social se desdobla -como el de acción social- en diversas direcciones. Es el sustrato de los conceptos de orden y de validez, que a su vez concurren a especificar el concepto de legitimidad. Y es también el fundamento de los conceptos de sociedad, de comunidad y de asociación. Como puede verse, retomando una temática anteriormente expuesta, la teorización tipológica se despliega conforme a una sucesión de conceptos abstractos que se encuentran relacionados entre sí. Poder, dominación y Estado En el desarrollo de su articulada teoría tipológica, Weber otorga un lugar destacado a las cuestiones del poder y la dominación, lo que lleva implícito que dichos fenómenos, considerados en el plano de lo real, le han parecido “merecedores de ser conocidos”. Como se ha señalado más arriba, pero conviene quizá recordar nuevamente aquí, define al poder como “la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad”; y a la dominación como “la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas”. Como puede apreciarse, nos encontramos siempre en el terreno de la acción social y bajo la égida de clases de acción social del tipo relación social: en el caso del poder, Weber lo menciona explícitamente; en el de la dominación es obvio que si hay un mandato y ocurre una obediencia hay comportamientos recíprocamente referidos. Inmediatamente después de anotar esas definiciones Weber escribe: “El concepto de poder es sociológicamente amorfo” (ES). De donde se desprende que entiende que, a los efectos de la sociología, el análisis del poder es menos relevante que el de la dominación. A su modo de ver, la del poder es una dimensión escasa en relieves y matices, sensiblemente menos rica que la de la dominación. Ésta, en cambio, como tiende siempre a contener “un mínimo de voluntad de obediencia, o sea, un interés en obedecer”, le parece una problemática mucho más significativa (en eso, justamente, radicaría una de las claves de la relevancia sociológica de aquélla). Este mínimo de voluntad de obediencia remite a la problemática de la legitimidad, que está en el centro de la cuestión de la dominación. Weber no pierde de vista que la obediencia puede ser el resultado de diversos motivos: interés económico, costumbre, conveniencias de diverso origen, etc. Pero tampoco se le escapa que un grado de conformidad está regularmente presente en las relaciones de dominio. Según sus propias palabras: “De acuerdo con la experiencia, ninguna dominación se contenta voluntariamente con tener como probabilidades de su persistencia motivos puramente materiales [...] Antes bien, todas procuran despertar y fomentar la creencia en su legitimidad” (ES). ¿Qué significa “creencia en la legitimidad”? Que los actores concernidos aceptan ciertas disposiciones o cierto estado de cosas. Es decir, aceptan un orden y lo reconocen como válido. En las propias palabras de Weber: “[...] llamamos: a) orden cuando la acción se orienta (por término medio aproximadamente) por “máximas” que pueden ser señaladas. Y sólo hablaremos b) de una validez de este orden cuando la orientación de hecho por aquellas máximas tiene lugar porque en algún grado significativo (es decir, en un grado que pese prácticamente) aparecen válidas para la acción, es decir, como obligatorias o como modelos de conducta.” (ES) O sea, que la legitimidad está referida a cierta constelación normativa (“máximas”) y ocurre cuando dicha constelación es aceptada y elevada a la posición de obligatoria y/o ejemplar. Según Weber, pueden distinguirse tres tipos puros de dominación legítima, tomando en consideración el fundamento de su legitimidad: a) racional; b) tradicional; c) carismática. “Existen tres tipos puros de dominación legítima. El fundamento primario de su legitimidad puede ser: 1. De carácter racional: que descansa en la creencia en la legalidad de ordenaciones estatuidas y de los derechos de mando de los llamados por esas ordenaciones a ejercer autoridad (autoridad legal). 2. De carácter tradicional: que descansa en la creencia cotidiana en la santidad de las tradiciones que rigieron desde tiempos lejanos y en la legitimidad de los señalados por esa tradición para ejercer la autoridad (autoridad tradicional). 3. De carácter carismático: que descansa en la entrega extra cotidiana a la santidad, heroísmo o ejemplaridad de una persona y a las ordenaciones por ella creadas o reveladas (llamada) (autoridad carismática).” (M. Weber, Economía y sociedad) En el caso de la dominación racional, rige un orden impersonal cuyas normas están legalmente estatuidas. En el límite, podría decirse que se obedece a las normas y no a las personas. Al revés, en el caso de la dominación tradicional se obedece a la persona del señor llamado por la tradición a ejercer el mando. En el caso de la dominación carismática se obedece al caudillo, en el cual se confía en mérito de la fe, la revelación, la heroicidad o la ejemplaridad que se le atribuye. Weber señala que en su forma genuina la dominación carismática es de naturaleza específicamente extraordinaria y fuera de lo cotidiano, y encarna en un haz de relaciones sociales rigurosamente personales -es decir de cada uno con el caudillo- que se convalidan por la santidad o ejemplaridad de las cualidades personales de aquél, es decir, por el reconocimiento que de su gracia -sea cual fuere el fundamento de éstahacen sus seguidores, y complementariamente por la corroboración. Ésta es una forma compleja de dominación a la que Weber dedica especial atención. Normalmente, entre el mandante y los que obedecen se interpone un cuadro administrativo, que obviamente está al servicio del mandatario. Los diversos tipos de dominación tienden a poseer un cuadro administrativo determinado. La dominación racional se vale de un aparato burocrático, compuesto por funcionarios individuales que: a) son personas libres que se deben exclusivamente a su cargo; b) están organizados sobre la base de una jerarquía administrativa rigurosa; c) poseen competencias rigurosamente establecidas; d) se rigen por un contrato (en un sentido amplio) preciso, conforme al cual reciben una retribución en dinero; e) ejercen el cargo como su única o principal profesión; f) tienen ante sí la posibilidad de hacer una carrera; g) se desempeñan estableciendo una separación clara entre los medios administrativos a su disposición, y sus respectivos patrimonios personales; y h) están sometidos a vigilancia administrativa. La dominación tradicional puede, según Weber, desarrollarse con o sin cuadro administrativo. En caso de que sí exista cuadro administrativo, el mismo puede estar reclutado de modo tradicional o por la vía de un reclutamiento extrapatrimonial. En el primer caso, por parentesco (linaje), pertenencia al funcionariado doméstico, esclavitud, etc. En el segundo, por relaciones personales de confianza (favoritos) o por pacto de fidelidad (vasallaje), entre las formas más importantes. La dominación carismática presenta un cuadro administrativo errático o de forma imprecisa. El profeta reconoce discípulos, el señor de la guerra posee lugartenientes y el jefe en general suele tener un séquito, etc. No hay allí ni jerarquía, ni carrera, ni competencia alguna. Tampoco reglamento ni preceptos jurídicos abstractos. El profeta, el caudillo o el jefe crea o exige nuevos mandamientos por la vía que distingue al carisma: la fuerza de la revelación, la fe o la inspiración. Weber sostiene que la dominación carismática es “específicamente irracional en el sentido de su extrañeza a toda regla” (ES). Y que es la gran fuerza revolucionaria de las épocas dominadas por la tradición. En el plano de lo real, toda relación social en la que se comprueba la presencia de un jefe o de un soberano implica una situación de dominación. El tipo ideal construido en el plano conceptual debe hacerse cargo de esa diversidad. Debido a ello el concepto de dominación posee una versatilidad que permite que sea aplicada a muchas clases diferentes de situaciones. Weber reconoce que es posible encontrar relaciones de dominio en diversos ámbitos: la escuela, la familia, el ejército, los partidos políticos, el gobierno y la moderna empresa capitalista, entre otros. Su interés personal se orientó especialmente hacia el campo de la política en general. Una regularidad empírica a la que Weber prestó especial atención y convirtió en objeto “merecedor de ser conocido” es el Estado, cuya delimitación conceptual elaboró dentro de los límites establecidos por los tipos “acción social”, “relación social” y “asociación”. En Economía y sociedad ofrece una primera definición, en la que se destacan los rasgos de territorialidad y coacción. Dice: “el Estado es aquella comunidad humana que en el interior de un determinado territorio -el concepto de territorio es ‘esencial’ a la definición reclama para sí (con éxito) el monopolio de la coacción física legítima” (ES). Aquí Weber destaca la cuestión de la coacción: la asociación política que se denomina Estado desempeña una serie muy diversa de actividades, al punto de que es difícil mencionar alguna tarea que no haya tomado alguna vez en sus manos. Sin embargo, hay un medio específico que le es privativo: el ejercicio de la coacción física. Destaca que si bien hay otras asociaciones a las que se les concede el uso de la coacción física (por ejemplo, la familia), esto resulta de una delegación o autorización que el propio Estado efectúa. “Éste se considera, pues, como fuente única del ‘derecho’ de coacción”, afirma (ES). Ahora bien, unos renglones más adelante ofrece una segunda definición: “El Estado -dice- lo mismo que las demás asociaciones políticas que lo han precedido, es una relación de dominio de hombres sobre hombres basada en el medio de la coacción legítima (es decir, considerada legítima)” (ES). Esta segunda versión está conceptualmente más elaborada, más en línea con sus construcciones tipológicas previas. Y acentúa la cuestión de la legitimidad: es obvio que lo menciona explícitamente. Pero, además, se preocupa por especificar sobre qué se monta dicha legitimidad. Explicita que es una asociación que involucra una relación de dominio, esto es, una forma particular de dominación. Vale la pena destacar que el concepto de “asociación”3 implica el de “orden”, por lo cual se da por sentada la existencia de una estructura normativa (o de “máximas”) que ha sido consentida por los partícipes en la misma. Es decir, una vez más, hay una legitimidad que se deriva de ese consentimiento. Weber cree que en Occidente se desarrolló de manera exclusiva una forma de Estado que denomina “Estado racional”, resultante de la conjunción del derecho racional y la burocracia profesional. El primero se funda, a su juicio, en principios jurídicos formales. Y da como resultado un cosmos abstracto y universal, que carece de lagunas y/o discrecionalidades. La burocracia profesional, por su parte, deriva de la afirmación de formas racionales de dominación, que, como se ha visto más arriba, se acompañan de un cuadro administrativo típico: la burocracia administrativa, dos de cuyos rasgos salientes son, precisamente, la profesionalidad de su gestión y la especialización. Según Weber, existen lazos estrechos entre el desarrollo del Estado moderno (racional) y el desarrollo del capitalismo. Para garantizar su desenvolvimiento éste necesita “una justicia y una administración cuyo funcionamiento pueda calcularse racionalmente, por lo menos en principio, por normas fijas generales con tanta exactitud como puede calcularse el rendimiento probable de una máquina” (ES). Pues como es sabido, la empresa capitalista moderna descansa sobre el cálculo, es decir, sobre la búsqueda de un beneficio en función del cual se sopesan riesgos y oportunidades, inversiones, costos y lucros. El Estado racional, en tanto asociación de dominio, ofrece un orden, cuyo fundamento es el derecho racional. Ofrece garantías sobre las reglas de juego imperantes y, por tanto, permite una calculabilidad que resulta preciosa para la gestión empresarial capitalista. Racionalidad y racionalización El concepto de racionalidad -con sus variaciones: racional/racionalización- es uno de los menos determinados de la teorización weberiana. Esta imprecisión, rara en un autor celosamente atento a no dejar ni cabos sueltos ni vaguedades, puede ser no obstante abordada conforme a un ordenamiento que facilite su comprensión. Aquí se propone distinguir, por un lado, su uso en el plano típico-ideal es decir, su utilización en el plano estrictamente conceptual. Y, por otro, la postulación sustantiva que realiza el gran sociólogo alemán. En el terreno típico-ideal, la noción de racionalidad participa de la especificación de los distintos tipos de acción social, como se ha visto precedentemente. Se vincula, en consecuencia, con la problemática madre de la sociología (la acción social, según se ha mostrado más arriba) y en tanto está ubicada en el antedicho terreno típico-ideal, le cabe sobre todo un papel heurístico. En la acción racional con arreglo a fines, la racionalidad consiste en la capacidad de adecuar medios, fines y consecuencias de la acción. En sopesar adecuadamente todos estos “ingredientes”. En la acción racional con arreglo a valores, la racionalidad consiste en orientar la conducta conforme a los dictados de un marco axiológico, sobre la base del cual se seleccionan tanto los fines como los medios. Esto significa que dicho marco axiológico 3 “Por asociación [Verband] debe entenderse una relación social con una regulación limitadora hacia afuera cuando el mantenimiento de su orden está garantizado por la conducta de determinados hombres destinada en especial a ese propósito: un dirigente y, eventualmente, un cuadro administrativo que, llegado el caso, tienen también de modo normal el poder representativo” (Weber, M., Economía y sociedad). impone límites a las posibilidades de elegir o seleccionar, y que el actor está dispuesto a asumir las consecuencias de su modo de actuación valorativamente fundado. Siempre en el plano típico-ideal, Weber también encara el análisis de dos formas de acción social en el plano económico. Surgen de allí dos modalidades de la racionalidad, que son probablemente las más reconocidas de su teorización. “Llamamos racionalidad formal -escribe- de una gestión económica al grado de cálculo que le es técnicamente posible y que aplica realmente. Al contrario, llamamos racionalmente material al grado en que el abastecimiento de bienes dentro de un grupo de hombres (cualesquiera que sean sus límites) tenga lugar por medio de una acción social de carácter económico orientada por determinados postulados de valor (cualesquiera que sea su clase), de suerte que aquella acción fue contemplada, lo será o puede serlo, desde la perspectiva de tales postulados de valor. Estos son extremos diversos.” (ES) La formulación es farragosa pero, en el fondo, relativamente sencilla. La racionalidad formal tiene su centro en el número y, especialmente, en el cálculo. Mientras que la material lo tiene en exigencias éticas que moldean la acción, sean estas políticas, axiológicas, hedonistas, utilitaristas o de cualquier otra clase. Si bien se mira, entre los dos juegos de tipos ideales que se acaba de presentar no existen diferencias. La gestión económica sobre la base de la racionalidad formal es, en rigor, acción racional con arreglo a fines, desarrollada en el plano económico. Mientras que gestión económica sobre la base de racionalidad material es acción racional con arreglo a valores. Como toda construcción típico-ideal, las apuntadas sólo pretenden ser caminos de acceso hacia la realidad histórica, y no principios de explicación de algo. Es por eso que se sostiene que poseen, exclusivamente, un carácter heurístico. Weber ofrece también una postulación sustantiva acerca del modo en que percibe que la racionalidad se fue (y va) abriendo camino en Occidente. Frecuentemente denomina a esta tendencia proceso de racionalización o, simplemente, racionalización. En el comienzo de La ética protestante y el espíritu del capitalismo se pregunta: “¿que serie de circunstancias han determinado que precisamente sólo en Occidente hayan nacido ciertos fenómenos culturales, que (al menos, tal como solemos representárnoslos) parecen marcar una dirección evolutiva de universal alcance y validez?” Claramente se refiere acá a un proceso que se da en el plano de lo real, lo que constituye una de las pocas referencias sustantivas de toda su obra. Como un ethos4 que permea todo el desenvolvimiento histórico de Occidente la racionalización se va abriendo camino en diversos campos. Weber enumera: sólo en Occidente hay ciencia, en el sentido de utilización de abstracciones, de fundamentación matemática, demostración consistente y, también, preocupación por la corroboración empírica. Sólo en Occidente hay derecho racional (en el sentido ya apuntado de cosmos abstracto pero formalizado, de validez universal, lo que excluye lagunas y discrecionalidades) y teoría del Estado fundada en conceptos racionales. En el campo artístico, sólo en Occidente 4 Ethos: carácter común de comportamiento o forma de vida que adopta un grupo de individuos que pertenecen a una misma sociedad. hay música basada en la armonía y el contrapunto (en los que ve manifestaciones del mencionado ethos racional) y pentagrama (lo que hace posible la composición y la perduración de las obras en el tiempo). Sólo en Occidente hay universidades, caracterizadas por el cultivo sistemático de disciplinas científicas y la formación de especialistas, y Estado como organización política regida por una constitución, un derecho racional y una administración por funcionarios especializados. Finalmente, sólo en Occidente hay capitalismo en el sentido moderno de la expresión5: como sistema económico movido por el lucro, cuyo rasgo distintivo es, empero, la organización racional del trabajo formalmente libre. El listado precedente no es exhaustivo -en diversos textos Weber se ha ocupado de éstas y de otras manifestaciones de la racionalización (especialmente sorprendente y erudito es el capítulo final de Economía y sociedad, denominado “Los fundamentos racionales y sociológicos de la música”)- pero permite atisbar hacia dónde apunta nuestro autor. Una de las cuestiones asociadas con el proceso de racionalización en curso en Occidente lo preocupaba especialmente: la de la burocratización. “El futuro es de la burocratización [...]”, escribía en Economía y sociedad (ES). Le temía particularmente al futuro uniformizado y en cierta medida autoritario que podía llegar a derivarse del avance de la burocratización en diversos campos, especialmente el estatal. Avizoraba la sombría posibilidad de que el porvenir acarreara una sujeción de los hombres a la maquinaria de los especialismos, los saberes profesionales y la distribución de competencias: le parecía poco deseable que esa maquinaria -a la que no dejaba de reconocerle aptitud técnica- pudiera llegar a ocupar un lugar preponderante en la toma de decisiones sobre los rumbos de los asuntos humanos. “¿Cómo es posible en presencia de la prepotencia de esa tendencia hacia la burocratización salvar todavía algún resto de libertad de movimiento individual en algún sentido?”, se preguntaba. Y añadía: “¿Cómo puede darse alguna garantía, en presencia del carácter cada día más imprescindible del funcionarismo estatal -y del poder creciente del mismo que de ello resulta- de que existen fuerzas capaces de contener dentro de límites razonables, controlándola, la enorme prepotencia de dicha capa, cuya importancia va aumentando de día en día?” (ES). En la parte final de Economía y sociedad (véase especialmente el capítulo IX, punto 3) desmenuzó la problemática articulación que se plantea, en los estados modernos, entre dirección política y burocracia. Prefería la primacía de la política, es decir, que se asumiera la responsabilidad política de las decisiones y no que éstas se amparasen, falsamente, en la presunta sacrosantidad del saber. Cerraba, así, el círculo que había abierto años atrás con sus reflexiones metodológicas: una cosa es la ciencia y otra la política. Ésta puede valerse de las herramientas que le acerque la primera. Pero el conocimiento no puede ocupar el lugar que corresponde a los juicios de valor. Una cosa es conocer y otra juzgar. En el límite, la ciencia no puede decirle a la política qué debe elegir. Del mismo modo, la política no puede decirle a la ciencia qué y cómo debe trabajar. 5 “Para nosotros, un acto de economía ‘capitalista’ significa un acto que descansa en la expectativa de una ganancia debida al juego de recíprocas probabilidades de cambio; es decir, en probabilidades (formalmente) pacíficas de lucro” (Weber, M., La ética protestante y el espíritu del capitalismo, p. 9). Weber recomendó y practicó una estricta demarcación de territorios entre la ciencia y la política. Era, ¡qué duda cabe!, un científico social. Tenía, sin embargo, el mayor de los respetos por la actividad política. Llegó a cerrar una de sus últimas conferencias con estas estremecedoras palabras: “Es una verdad probada por la experiencia histórica que en este mundo sólo se consigue lo posible si una y otra vez se lucha por lo imposible. Pero para esto el hombre debe ser tanto un dirigente como un héroe. E incluso los que no son ni dirigentes ni héroes deben armarse con esa fortaleza de corazón que capacita para tolerar la destrucción de toda esperanza; en caso contrario, ni siquiera se logrará realizar lo que es actualmente posible. Sólo tiene vocación para la política el que posee la seguridad de no quebrarse cuando, en su opinión, el mundo resulte demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece. Sólo tiene vocación para la política el que frente a todo esto puede responder: sin embargo.” (M. Weber, “La política como profesión”, en: Política y ciencia) Porque era un científico desconfiaba de las proyecciones políticas de quienes, en tanto burocracia profesionalizada, provenían del campo del saber y se desempeñaban como funcionarios especializados. Veía esta posibilidad como una intromisión indebida y miraba con recelo el alma fría y parcelada de los especialistas. Por eso, en el fondo, prefería que las decisiones fundadas en juicios de valor fuesen tomadas, precisamente, por los políticos. Clase elaborada en base a la CT de Ernesto Lopez.-