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RESUMEN DE ORTEGA Y GASSET
La filosofía de Ortega y Gasset es el intento de solucionar la crisis de la
modernidad ante el reto de entender y transformar el mundo humano, la crisis de
una racionalidad pura, ahistórica y atemporal que se desarrolló desde el siglo XVII
hasta el XX, presente en la racionalidad científico-tecnológica, sin caer en el
escepticismo o el relativismo irracionalista del vitalismo de su tiempo.
Solucionar la dicotomía entre razón (cultura) y vida, que se había
manifestado en el choque entre racionalidad moderna y vitalismo, supone para Ortega
revisar las tradiciones filosóficas anteriores que mostraban insuficiencias en sus
metafísicas (Realismo, Idealismo) y en sus epistemologías (Racionalismo, Idealismo,
Vitalismo). Ortega considerará que la filosofía, como saber universal y radical, debe
atender a la realidad primordial que no es el ser estático y sustancialista de la
modernidad, sino el concreto, particular y cambiante de la vida humana. Su
filosofía no es ni un racionalismo ni un vitalismo, sino un raciovitalismo: una filosofía
que asume la vida como realidad radical en la que se asientan las demás, y una razón
que se asume como función vital, como lo son la respiración y la digestión, una razón
enraizada en la vida y orientada hacia la vida, la razón vital e histórica.
La vida humana es el ámbito en el que se muestra la coexistencia e
interdependencia del sujeto y su mundo, del yo y su circunstancia (teoría del
circunstancialismo). En el Realismo, el mundo se había concebido como una entidad
independiente del sujeto que, pasivo, se dejaba influir por él como una tabla de cera por
un sello. En el Idealismo, el mundo se había convertido en el contenido de la mente
como continente. Frente a estas teorías, Ortega propone una nueva metáfora para
hablar de la vida como la interdependencia del yo y su circunstancia o mundo: la
metáfora de los dioses conjuntos. Ni el yo es independiente del mundo, sino que en él
se constituye, vive en su circunstancia; ni la circunstancia es independiente del sujeto,
sino aquello de lo que éste se ocupa en su vivir. De ahí la famosa frase de Ortega: yo
soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.
El mundo o circunstancia es el entorno vital en el que se desarrolla el vivir
humano. Está compuesto por el mundo físico, cultural (creencias, ideas, usos,
costumbres, arte…), histórico (generaciones), la sociedad (la masa y las élites), el
propio cuerpo y el temperamento. Es algo dado, no elegido, aquello de lo que me ocupo
y a lo que atiendo. El ser del mundo es el sentido que las cosas tienen para el sujeto
que actúa sobre el mundo y en el mundo. El ser humano interpreta constantemente la
realidad. No hay vida sin interpretación del mundo y de sí misma. Nos valemos para
ello del entendimiento, creando esquemas conceptuales, convicciones (creencias e
ideas) que nos permiten orientarnos en una realidad que no es una totalidad racional,
sino más bien un océano en el que nos sentimos náufragos intentando crear tierra firme.
La circunstancia es también la realidad que se rompe en mil caras, facetas o
perspectivas, realidad perspectivística, pues la perspectiva es una condición de la
realidad, un constitutivo de la vida. Este sentido ontológico del perspectivismo
orteguiano será la base del conocimiento humano como punto de vista y de la verdad
como perspectiva sobre la realidad (sentido epistemológico del perspectivismo); y base
de la necesidad de una razón vital e histórica para comprender la realidad humana.
El yo y su circunstancia no pueden ser comprendidos con categorías metafísicas
usuales, estáticas, pues la vida humana no es una cosa, una sustancia, un ente
abstracto, ni siquiera una pura entidad biológica. La vida humana es biografía, es
el conjunto de vivencias propias, es la vida de cada uno. Constituye
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epistemológicamente la verdad indudable, y ontológicamente es la realidad radical
(ser es vivir). A pesar de su carácter concreto y particular, todo vivir humano presenta
dimensiones comunes, lo que Ortega llama categorías de la vida, que entrañan no sólo
una ontología, sino una antropología:
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Vivir es saberse y sentirse vivo, ser para uno mismo, consciente de vivir y
enterarse del mundo en que se vive. Así se manifiesta el apetito vital de verdad.
El hombre es un devorador de verdades, un verdávoro.
Por este sentirse vivo, vivir la propia vida, la vida es algo intransferible, lo cual
supone el imperativo de vivir de forma auténtica, fiel al propio proyecto vital.
Vivir es encontrarse en el mundo, experimentar la inseparabilidad del yo y
su circunstancia, y ocuparse de él (ser para el mundo), tal y como se
manifiesta en la función vital del deseo. El ser humano es un ser anhelante,
deseante.
Vivir tiene una dimensión de fatalidad y de libertad. De fatalidad porque la
vida nos es dada, no elegimos la circunstancia, ésta limita mi acción. Pero
también la hace posible, porque la vida no me es dada hecha. Es libertad en
cuanto tengo que elegir, crear mi guión de vida, proyectar mi vida, asumir mis
proyectos. Por esta dimensión de libertad el hombre no es: el hombre se hace, y
debe hacerse de forma auténtica, lo cual resulta el problema (y el drama)
fundamental que hemos de resolver.
La vida es futurición, proyección temporal hacia el futuro. La circunstancia
es tanto el pasado (lo heredado) como el presente, y tengo que actuar en el
presente, pero al ser decisión, elección y creación de proyectos, la vida es lo que
todavía no es. De ahí que Ortega diga que el hombre no tiene naturaleza: tiene
historia, y que la temporalidad sea una dimensión propia del ser humano. De ahí
también que la dimensión apetitiva y desiderativa en el hombre vaya por delante
del pensamiento: primero queremos, deseamos, y esto dirige lo que conocemos.
Como seres anhelantes, somos “insapiens”, y nos hacemos “sapiens” por el
deseo de verdad (sin ser humano no hay verdad, pero sin verdad no hay ser
humano).
Las consideraciones de Ortega sobre la vida humana conllevan una
epistemología muy diferente de la racionalista e idealista. Las teorías del
perspectivismo (como doctrina epistemológica del punto de vista) y de la razón vital
e histórica enlazan con su concepción de la vida humana, del yo y su circunstancia.
Si la propia realidad es perspectiva, no existe un único punto de vista, una única
interpretación posible. Todo conocimiento está anclado siempre en un punto de
vista, una perspectiva o situación. Toda perspectiva, como forma de presentarse la
realidad ante el sujeto, contiene una dimensión individual (la propia experiencia,
expectativas, deseos…) e intersubjetiva (los aspectos sociales y culturales con los
que cuento o a los que me enfrento). Toda perspectiva, como punto de vista
subjetivo, es insustituible por otra. Y aunque existen perspectivas múltiples y
diferentes ninguna es falsa (la única perspectiva falsa sería la perspectiva que
quisiera ser la única verdadera). Esto no supone caer en el relativismo, ni en el
escepticismo, pues la verdad como perspectiva de cada individuo puede
complementarse con las perspectivas de otros. La verdad universal, como suma de
perspectivas, es posible, incluso deseable (la aspiración a una verdad más universal
forma parte del deseo vital de verdad), y en el campo ético, social y político se
traduce en tolerancia.
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La verdad como perspectiva de cada individuo, época o cultura no es, pues, la
verdad de sujetos atemporales y ahistóricos, y no puede ser alcanzada por una
razón ahistórica, pura, atemporal, sino por una razón vital e histórica. El
raciovitalismo de Ortega, como desarrollo del perspectivismo, vincula la razón
y la vida, los imperativos de la cultura (de la razón: alcanzar la Belleza, el Bien, la
Verdad) y los imperativos de la vida en las tres esferas de la vida humana que
son el sentimiento, la voluntad y el pensamiento (deleite, impetuosidad y
sinceridad).
La razón vital como facultad de conocimiento es irrenunciable, y con ello
sus conquistas culturales. Pero debe estar en contacto con la vida, que no sea una
razón (cultura) desvitalizada, enferma, para no caer en el culturalismo (en la
adoración de conceptos abstractos sin referente vital). Debe aceptar las dimensiones
irracionales de la existencia y enseñarnos a apreciar la vida por sí misma y sus
valores propios.
La razón vital como método para desarrollar una filosofía de la vida
humana es una razón histórica, que permite entender al hombre mediante la
comprensión de sus creencias e ideas. El mundo humano no es un dato empírico
tratable por la razón científico-tecnológica. Es un mundo de sentidos, de
interpretaciones elaboradas desde las creencias, ideas, sentimientos, fantasías,
sueños, deseos. La razón vital como razón histórica es la “cronista” de la vida
humana, de la biografía de los individuos y del conflicto de generaciones que es la
historia.
Comprender el mundo humano, las sociedades humanas como parte de la
circunstancia, del entorno vital y de la historia, es conocer la “sensibilidad vital” de
sus generaciones, y de las masas y élites que se dan en la sociedad. En esta
sensibilidad vital resulta fundamental detectar las creencias en las que vive cada
generación y las ideas que tiene. Las creencias, a diferencia de las ideas, no se
formulan expresamente, se dan por supuestas tanto para el pensamiento como para
la acción. Llegamos a ellas por herencia cultural, por la presión de la circunstancia,
no por persuasión racional. Las ideas se discuten y se cambian, las creencias se
sustituyen por otras. Con nuestro sistema de creencias damos sentido a la vida, y
cada generación puede vivir con creencias distintas y formular ideas diferentes, pues
cada generación está conectada por circunstancias históricas comunes (cada
generación está constituida por un grupo de fechas de 15 años). En cada generación
podemos encontrar masas (hombre-masa, el hombre vulgar que no se exige nada a sí
mismo y lo exige todo de la civilización) y élites (el hombre superior, que se exige
mucho a sí mismo).
Ortega considera que las minorías excelentes deberían dirigir a las masas.
Pero observa en su tiempo que las masas se han rebelado, han alcanzado plenos
poderes sociales y las minorías han desertado de su papel dirigente de la sociedad.
En fenómenos como el bolchevismo, el fascismo y el nacionalismo particularista,
Ortega ve el triunfo del hombre-masa, que no quiere tener razón, sino que la
impone, la razón de la sinrazón. Ello supone la renuncia a la civilización (voluntad
de convivencia) y a la democracia liberal (el mayor logro de la civilización), la
barbarización de Europa, que no deja hueco a los que no piensan como la masa. El
hombre europeo, así, se comporta como un heredero mal criado, como el “niño
mimado”, el “señorito insatisfecho”
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