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El Islam que nos hemos inventado. Geopolítica del
terrorismo y la modernidad del Estado Islámico
N
o soy musulmán. Tampoco hablo árabe, la lengua en que está
redactado el Corán. Después de todo, millones de musulmanes
tampoco hablan árabe y aunque recitan los versos coránicos en
árabe, recurren a traducciones que permanentemente se actualizan para
entenderlos. Escribo estas líneas puesto que mi trabajo, bajo una mirada
propiamente antropológica e histórica, ha sido apreciar, reconocer, analizar,
la diferencia cultural. Así aunque gran parte de mi reflexión e investigación
ha girado en torno a los pueblos indígenas mexicanos, creo que el fenómeno
del extremismo islámico (hoy en boga), no me es ajeno y merece nuestra
reflexión. Hablamos de mil trecientos millones de personas alrededor del
mundo, que se rigen por el Islam, desplegados en una franja horizontal
que atraviesa el mundo desde Marruecos en el noroccidente africano, hasta
Indonesia en el sureste asiático, y que se compone de cientos de grupos
étnicos distintos, con lenguas y tradiciones culturales muy diversas, de
manera que lo único que tienen en común es ser islámicos.
No es poca cosa y entender el lugar del Islam se hace en extremo necesario,
sobre todo si con inusitada frecuencia encontramos que la población
musulmana aparece en las noticias permanentemente involucrada en los
eventos más atroces de violencia. ¿Acaso en verdad se trata de un conflicto
religioso? Hay otras líneas de explicación para esta violencia, como la
pertinaz búsqueda de petróleo por las potencias occidentales, pero quizá
esta explicación sea insuficiente. Desde luego que la geopolítica petrolera
detona gran parte de este desastre, pero la religión y las diferencias culturales
también juegan un papel. Debemos entender cuál es. ¿Hasta dónde puede
decirse que los conflictos pasan por el fundamentalismo islámico?
Mtro. Israel Lazcarro Salgado
INAH Morelos / Coordinación Nacional de Antropología
Pese a la profusa gama de noticias, artículos, opiniones, entrevistas y
caricaturas, que circulan en las redes sociales a propósito de las amenazas del
terrorismo islámico, he querido escribir estas líneas ante lo que se presenta
como una de las más grandes amenazas a los “valores de la modernidad”.
Sin embargo, como buscaré mostrar a continuación, el terrorismo islámico,
es básicamente un fenómeno propiamente moderno. No hay nada más
moderno que el terrorismo, y más aún tratándose de ISIS, el terrorismo
institucionalizado.
Quisiera empezar por aquí: la modernidad. Como se ha insistido en todos los
medios, de manera casi pedagógica, a todos nos ha quedado bastante claro
que los recientes atentados terroristas en París se dirigieron precisamente
en contra de lo que se consideran ejes de la cultura moderna occidental: un
bar donde los jóvenes beben y fuman, un auditorio lleno de jóvenes durante
un concierto de metal, un estadio deportivo durante un juego de futbol. Los
“vicios de Occidente”. El llamado “Estado Islámico” castigó así, con muerte
masiva, los pecados de la juventud occidental. Si nos quedamos con esta
información, difícilmente podremos llegar a otra conclusión que no sea la
imposibilidad de la convivencia entre Occidente y el mundo islámico, toda
vez que la yihad de este último, su “guerra santa” contra la modernidad,
hace tal convivencia imposible. Mundos “incompatibles”. De ahí que tome
fuerza la perorata derechista clamando por una lluvia de bombas sobre
Medio Oriente, y “acabar de una vez por todas” con la “amenaza islámica”.
Pero como todo fenómeno mediático, esta visión no sólo es en extremo
simplista, sino también falaz y muy peligrosa. El reflejo también terrorista
(¿acaso “moderno”?) del terrorismo islámico.
Hasta aquí pareciera incuestionable la incompatibilidad del Islam con los
valores propios de la modernidad occidental. Pero si echamos la vista atrás, a
la historia, encontraremos que en las raíces históricas de la modernidad está
nada menos que el Islam. Nuestra visión actual del mundo musulmán, no checa
con la historia. Podremos encontrar que en gran medida, ejes fundamentales
del pensamiento moderno, como el racionalismo y el empirismo que dieron
origen a la ciencia moderna europea, pudieron desarrollarse y prosperar
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gracias al mundo islámico.
El Islam (cuya partícula slm “creencia”, “convicción” da origen al término
muslm, “creyente”), como sabemos, constituye una de las tres grandes
religiones monoteístas junto con el judaísmo y el cristianismo. Su rápida
expansión a mediados del siglo VII d.C., se debió básicamente a tres factores:
primero, el fortalecimiento político de los árabes frente a los imperios bizantino
y persa, permitiendo la unificación árabe con un Dios que hablaba su misma
lengua, y dando fin así a la dinámica de guerras inter-tribales que habían
dominado la península arábiga durante siglos. Segundo, la previa expansión
del Cristianismo, cuyo monoteísmo sirvió de sustrato al mensaje islámico,
al haber debilitado las tradiciones animistas que existían previamente (de
ahí que Cristo figure entre los principales profetas del Islam, después de
Mahoma). Tercero, la conveniencia política estratégica de fortalecer alianzas
comerciales, al controlar el flujo de mercancías entre Europa y Asia. Fue así
que siguiendo las rutas comerciales que articulaban el occidente europeo
con el oriente asiático, así como el norte euroasiático con el sur africano, se
expandió el Islam. Mismas rutas comerciales que hoy parecen ser la causa
de su ruina...
No fueron las guerras ni la violencia lo que permitió la expansión del islamismo.
Por el contrario, mucho se debió a la conveniencia política y comercial de
la conversión. Los historiadores han destacado el perfil “pragmático” de este
proceso, en el que rara vez figuró el uso de la fuerza: las conquistas árabes de
los siglos VIII al XII, instituyeron regímenes de gobierno que se limitaron a
exigir tributos, impuestos y apoyo militar, y no tanto la conversión religiosa.
Ello explica que cientos de comunidades judías y cristianas vivieran sin
grandes problemas al interior de califatos y sultanatos musulmanes. El más
poderoso de ellos, el Califato abásida de Bagdad, dominó sobre gran parte de
Oriente Medio y el norte de África, asistido de vez en cuando por consejeros
judíos y cristianos, cuyas comunidades religiosas eran respetadas como
“hermanos mayores”. De hecho las minorías religiosas cristianas y judías
prosperaron y se mantuvieron durante siglos en virtud del perfil racionalista
islámico, que promovió el carácter reflexivo de toda genuina conversión.
Es importante advertir que el Islam no requirió de un complejo sistema de
dogmas, a no ser el carácter sagrado de Mahoma y su mensaje revelado por
voluntad divina. Fuera de eso, los hallazgos del pensamiento racional tanto
como la experiencia sensible, se postularon como evidencias de la agencia
divina, de manera que la razón se erigió en vehículo privilegiado para llegar
a Dios. De ahí que los eruditos islámicos hayan indagado cada aspecto del
cosmos como si se tratara de un gran libro divino, donde cada conocimiento
obtenido constituye un don entregado a la Humanidad, sea en las áreas de
historia, matemáticas, física, arquitectura, biología o filosofía. De ahí que
estos eruditos hayan conservado gran parte de la filosofía griega, utilizándola
como auxiliar en casos de duda respecto a las ambigüedades contenidas en
el Corán. Se trata de la falsafa, cuya etimología revela el origen griego del
vocablo, escuela en el que se condensa el impacto de la tradición racionalista
y materialista helénica.
El Cristianismo no desarrolló nada semejante sino varios siglos después, con
Santo Tomás de Aquino, y ello gracias a Averroes, el filósofo musulmán que
introdujo a Aristóteles en Europa a través de la España islámica. Recordemos
que fue Aristóteles la fuente filosófica revolucionaria que dio impulso a las
primeras universidades europeas durante la Edad Media, y que derivó en la
crisis del orden cristiano-feudal, dando entrada a lo que se conoció como
el Renacimiento europeo. La obra de Aristóteles había sido prácticamente
desconocida para Europa durante siglos, pues había sido casi totalmente
destruida durante los primeros siglos de la Cristiandad, de manera que
del filósofo griego sólo sobrevivía su fama. Tanto el materialismo como el
racionalismo aristotélicos quebraron el idealismo platónico que dominaba la
teología medieval, y ello fue posible gracias a las traducciones que realizaron
los eruditos árabes musulmanes de los textos en griego.
Mapa: máxima expansión del Islam (siglo XII)
domingo 20 de diciembre de 2015
El legado científico musulmán
Cabe preguntarse por qué a pesar de haber encabezado el desarrollo de la
filosofía, las ciencias y las artes, tanto el Califato árabe Abásida como su
sucesor, el Imperio turco-Otomano, no dieron lugar a la moderna separación
secular entre el Estado y la religión. La respuesta es inherente al Islam: la
materia, las cosas del mundo, no están desprovistas de agencia divina. Tal
es la “sensualidad” islámica que los filósofos europeos de tradición cristiana
aborrecen (como Leibinitz, o el mismo Kant). De ahí que para el Islam sea
imposible divorciar lo material de lo espiritual. En cambio, esa separación
platónica que la Europa cristiana observó, privilegiando el componente
espiritual sobre la pecaminosa materia, es lo que habilitó el desmesurado poder
de la Iglesia Católica, un poder religioso centralizado, vertical y autoritario,
inexistente en el mundo islámico. De ahí que la única forma de resistir a ese
poder sacerdotal en Europa, haya sido la reivindicación de la materia, y un
gobierno limitado al control de los cuerpos, desprovisto de alma. Solución
laica, moderna, y ciertamente aberrante desde una perspectiva islámica.
No obstante, el secularismo occidental sedujo a miles de musulmanes,
que buscaron flexibilizar la doctrina islámica. El Imperio Otomano acogió
el modernismo europeo desde el siglo XVIII, desencadenando resistencias
entre aquellas poblaciones más tradicionales, como fue el integrismo islámico
wahabita (secta que ciertamente nunca gozó de gran aceptación entre la
mayoría musulmana). Con todo, tanto el laicismo como el racionalismo y
la filosofía occidental modernos, dominaron la vida cotidiana musulmana
a lo largo del siglo XIX y buena parte del siglo XX. ¿Cómo es que a
principios del siglo XXI nos encontramos con el inusitado fortalecimiento del
fundamentalismo islámico? Quizá parte de la respuesta esté en el modernismo
mismo.
A mediados del siglo XX, los filósofos alemanes Max Horkheimer y Theodor
Adorno advirtieron el espeluznante espectáculo que podría ofrecer una
Razón ilustrada, desprovista de alma. La conversión simple de la fuerza de
la Razón en la razón de la Fuerza. El nazismo alemán, obsesionado con la
esencia y el origen, desplegó todos los recursos técnicos imaginables en pos
de una razón instrumental para la cual no hay diversidades ni particularismos
que valgan. Todo habrá de reducirse, racional y modernamente, a lo Uno:
un pueblo, una raza, un Estado. Ningún régimen político había llevado tan
lejos, tan perfectamente, el ideal ilustrado. Ante la pavorosa máquina que
instauró la muerte industrializada, al individuo no le quedó más que el terror
extático. Como el mismo Adorno advirtió: la sociedad fascista podrá estar
aterrada y fascinada, pero difícilmente podrá quejarse de estar aburrida. Es
aquí sin duda, que se prefigura el horizonte de la geopolítica terrorista de
nuestros días. De ahí que el fenómeno del terrorismo islámico me parezca
un fenómeno fundamental y esencialmente moderno.
¿Cómo es que el Islam evolucionó de esta manera? En realidad no evolucionó:
lo hemos inventado. Primero demos un breve repaso en torno a la caricatura
del mundo islámico que hoy todos conocemos, algo que el célebre ensayo del
catedrático palestino Edward Said, Orientalismo, habría señalado en 1977:
“Oriente” debe existir, como entidad cultural, religiosa y política reconocible
y unificada, para dar coherencia y legitimidad a las luchas de Occidente. Un
Oriente “exótico” cuyos orígenes Said rastrea hacia finales del siglo XVII
(cuando los monarcas absolutos de Francia se deleitaban con esas imágenes
de ensueño, con déspotas rodeados de odaliscas entregados al placer), y
que se activaron políticamente un siglo después, cuando Napoleón invadió
Egipto, iniciando así la ocupación colonial europea del Medio Oriente. Sin
embargo, esa ficción de “Oriente”, se remonta no sólo a la Edad Media, sino
que hunde sus raíces en la filosofía griega de la Antigüedad grecorromana,
cuando ya se alertaba contra el “despotismo oriental” de los persas, en el
siglo V a. C., más de mil años antes de que surgiera el Islam en Arabia. En
domingo 20 de diciembre de 2015
todo caso, ha sido un espejo “necesario” al poder. Hoy en día una imagen
del Otro musulmán ficticia pero tremendamente eficaz.
Lejos de guardar distancia frente a lo que Edward Said denunciaba en
1977 como una falsificación, la intelectualidad europea y norteamericana,
junto con el aplastante discurso maniqueo de los medios de comunicación
durante los últimos veinte años, asumieron esa caricatura llevándola aún más
lejos, pintando al Islam no sólo con los valores más retrógradas posibles,
sino identificándolo de lleno con la pulsión terrorista. Está perfectamente
documentado cómo esta visión de las cosas, fue promovida entre los
círculos académicos anglosajones a finales de los años 1990, siendo
Samuel Huntington el autor del guion de esta obra macabra, el “Choque
de civilizaciones”, artífice de una neo-Cruzada cuyos desastrosos efectos
estamos presenciando.
No obstante esta caricatura seudo-académica, parece ser aceptada por miles
de personas que comprensiblemente, advierten las diferencias entre el mundo
musulmán y el mundo moderno, como antitéticos. Donde el islamismo se
opone frontalmente a los valores modernos. Los “botones de muestra” saltan
de inmediato colocándose como “evidencias” de este discurso: ¿si no fuera
el Islam retrógrada, violento en esencia, cómo entender a esos suicidas
cargados de explosivos?, ¿cómo entender las ejecuciones de homosexuales?,
¿y la burka?, ¿y la extirpación del clítoris a las mujeres?, ¿y el grito de “Alá
es grande” lanzado por los terroristas en París? Sin duda se trata de tópicos
comunes, que la prensa ha difundido, muchos de los cuales ocultan un
entramado de ignorancias, mentiras, excesos y malos entendidos, en verdad
complejo. No se repara en el hecho de que el estatus de las mujeres en el
mundo islámico, es en extremo variable, ni se advierte que la extirpación
del clítoris responde a tradiciones africanas de origen pre-islámico, presente
tanto en comunidades musulmanas como cristianas y animistas. El paroxismo
de esa imagen terrorífica del Islam se alcanza con las ejecuciones y demás
ataques realizados por ISIS (DAESH por sus siglas en árabe), difundidas
eficientemente en Internet.
Si vemos hacia la historia reciente, podremos advertir que ISIS es una criatura
fundamentalmente moderna. Que los fundamentos y las esencias han sido
ISIS, el espectáculo del terrorismo institucionalizado
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El rey Al Rashid Ibn Saud con Roosevelt en 1933
una obsesión de la modernidad. Basta reconocer que a principios del siglo
XX, la “amenaza” que reconocía Occidente, era la del “terror amarillo”, la
amenaza proveniente del Sol Naciente: Japón. Las películas, caricaturas y
noticias, alertaban del fanatismo nipón y sus samuráis dispuestos a hacerse
el jarakiri por honor. Estas caricaturas preparaban el terreno para la Guerra.
En esa misma época, los musulmanes inspiraban todo, menos miedo: los
árabes musulmanes puestos bajo el dominio del decadente Imperio Otomano
(turcos), aparecían como aliados estratégicos de las potencias europeas, las
que en ánimo presuntamente libertario, buscaban despertar a los árabes
musulmanes de su parsimonia cobarde, y sacarlos de su languidez mística.
Timoratos, melancólicos, derrotistas, cuya suerte dejan a la voluntad de Alá.
Esa era la imagen del mundo musulmán hacia 1920.
Sin duda, se trata de otra caricatura, muy útil cuando el Imperio Británico se
dio a la tarea de desmantelar al Imperio Otomano, detonando guerras civiles
independentistas, para luego convertir esas naciones independientes en
dóciles reinos, bajo la tutela del protectorado británico. Caso emblemático es
Arabia Saudita: Abdelazzis Al-Rashid Ibn Saud, líder de la ultraconservadora
secta wahabita (la que como advertí surgió para combatir el dominio de
los turcos otomanos a finales del siglo XVIII), de pronto fue coronado rey
en 1932 con el aval de Gran Bretaña. Fue así que se fundó la poderosa
monarquía saudí, una petro-monarquía estrechamente vinculada con los
grupos islamistas más radicales que, cosa curiosa, hoy integran gran parte
de los contingentes terroristas de ISIS. En adelante, esta sería la tónica del
vínculo entre las potencias occidentales y los grupos religiosos más radicales
del mundo islámico: aliados estratégicos para derrocar regímenes incómodos.
El patrocinio de Occidente al fundamentalismo islámico (con armas, asesoría
militar y logística), fue generando cada vez mayores resistencias dentro
de las naciones árabes, que empezaron a identificarse con las ideologías
más progresistas y liberales de Occidente: el socialismo. Fue entre 1950 y
1970 que el partido Baaz (“renacimiento”, un partido pan-árabe), que bajo
el grito “unidad, libertad, socialismo” pugnó por la creación de repúblicas
nacionalistas, laicas, “modernas”, con derechos sociales, que acoplaron los
ideales éticos del Islam con el socialismo. Fue el caso de Egipto, Siria, Libia,
Iraq y Palestina. Que en aquellos años dominados por la Guerra Fría, estas
naciones se hayan vuelto proclives a la URSS es perfectamente entendible.
Salvo Egipto (que en 1990 viró hacia Estados Unidos, siguiendo la ortodoxia
neoliberal) todas estas naciones han sido precisamente las que fueron atacadas
e invadidas durante los últimos años: Palestina desmantelada y sometida a un
régimen de terror instaurado por Israel desde hace sesenta años, vio cómo sus
líderes laicos y socialistas (empezando por el fallecido Yasser Arafat), fueron
desplazados por liderazgos pro-islamistas más radicales (como Hamas), cuya
retórica incendiaria se acopla perfectamente a la política militarista israelí.
Luego, como se ha visto, esa guerra se extendió a Iraq, Libia y Siria durante
los últimos quince años.
Pero estas corrientes de izquierda dentro del contexto islámico, no se limitaron
al mundo árabe. Turquía e Irán, también acogieron estos ideales. En el caso
de Turquía, el laicismo fue la columna vertebral del nacionalismo turco. En
el caso de Irán, fueron las universidades el semillero de donde surgieron los
movimientos progresistas, de orientación comunista, que buscaron derrocar
al autoritario régimen del Sha Reza Pahlevi, aliado de Gran Bretaña. Vemos
aquí una vez más la mano de Occidente: el Sha de Irán cayó en 1979, pero
no fue remplazado por los comunistas iraníes, sino por los fundamentalistas
islámicos liderados por el Ayatolá Jaomení, cuya Revolución Islámica fue
apoyada entonces por Estrados Unidos, para contener a la URSS. Vemos
entonces que el integrismo islámico ha sido el principal instrumento de la
geopolítica de Occidente (especialmente de Estados Unidos) en todo Medio
Oriente.
Como los ayatolas de la recién fundada República Islámica de Irán pronto se
distanciaron de Estados Unidos, siguiendo una estricta lógica moral islámica,
fue que inició un segundo asedio contra la nación persa, pero ahora encabezado
por Iraq, liderado por Saddam Hussein, que con armamento estadunidense
invadió su territorio. Luego se conocieron los detalles del plan Irán-contras,
mediante el cual Estados Unidos armó a ambos ejércitos, prolongando una
guerra entre Irán e Iraq durante una década (lavado de dinero que de paso
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sirvió para financiar la guerra contra Sandino en Nicaragua). Esta guerra
mantuvo a sus potenciales enemigos ocupados, al tiempo que Washington
e Israel alentaban la formación de grupos terroristas islámicos en la región
(como los talibanes de Al-Qaeda), especialmente en Afganistán, donde las
tropas soviéticas habían incursionado. El objetivo de todo ello era sembrar
de integrismo islámico las fronteras de la URSS, debilitando a las naciones
musulmanas a fin de controlarlas. Tras el derrumbe de la Unión Soviética en
1991, tanto la OTAN como aquellos grupos integristas islámicos perdieron
su razón de existir. De ahí la necesidad estadunidense por replantear su
geopolítica, y mutar a sus aliados en los nuevos “enemigos”. Como bien
sabemos, fue este el contexto del máximo atentado terrorista sufrido por
Estados Unidos, cortesía de Al-Qaeda, gracias al cual se inauguró una nueva
era global. Desde 2001, la “Guerra contra el terrorismo” (antecedente directo
de nuestra versión mexicana de la “Guerra contra el Narco”) no ha dejado de
fortalecer al terrorismo (y al narco, que parecen ir de la mano).
De esta forma los orígenes de ISIS (nombre que inevitablemente nos recuerda
a la famosa diosa egipcia, pagana, y que los antiguos romanos tuvieron
por intrusa; ideal si pensamos en las añejas caricaturas del orientalismo),
quizá deban buscarse en otro lado: “Lamentablemente […] grupos infames
como Daesh son fruto de los vínculos fracasados con culturas importadas.
Si el problema hubiera sido solo de creencias, entonces deberían haberse
producido fenómenos semejantes en el mundo del Islam antes de la
época colonial, mientras que la historia da testimonio de lo contrario. Los
fidedignos documentos históricos muestran con claridad cómo el vínculo
del colonialismo con un pensamiento radical, dentro de una tribu primitiva,
sembró la semilla del radicalismo en esta región”. Son las palabras del
máximo líder del Islam chiíta en Irán, el Ayatolá Alí Jamenei, en una reciente
carta enviada a los jóvenes occidentales (cuya lectura recomiendo), la que
con innegable lucidez expone los entresijos del terrorismo globalizado.
Desde luego, la geopolítica terrorista sigue de cerca las rutas de comercio
globales, y sobre todo las del mercado petrolero. Teniendo a Arabia Saudita
y a Turquía como aliados estratégicos, Estados Unidos e Israel incentivan el
integrismo islámico, al que fortalecen “combatiéndolo”: como bien se sabe,
las armas enviadas por la OTAN (organización que resucitó de las cenizas de
la Guerra Fría), terminan en manos de los terroristas “islámicos”, que en estos
momentos controlan ya el 20% del mercado petrolero mundial. El caos que
los bombardeos han desencadenado en todo Medio Oriente, parecen hacer
del estado de guerra un modo de gobierno permanente, eficaz y terrible,
que se prolonga indefinidamente al gusto de las potencias occidentales. Sin
embargo cada vez es más evidente que atrás del terrorismo, se encuentran
encubiertas diversas potencias occidentales interesadas en frenar el nuevo
protagonismo de Rusia. Las poblaciones musulmanas se encuentran así
atrapadas en medio de una siniestra guerra entre potencias nucleares que
tomaron por bandera la guerra contra el terrorismo islámico. Se trata de una
“Unidad, Libertad y Socialismo”, emblema del partido Baaz
domingo 20 de diciembre de 2015
La Revolución Islámica de Irán
geopolítica terrorista cuya eficiencia se presta a suspicacia, siguiendo una
lógica comercial impecable, al tiempo que cancela paulatinamente garantías
civiles al imponer su lógica militar en todos lados (Europa incluida), mientras
que su presunta matriz islámica es del todo cuestionable.
Que gran parte de los milicianos terroristas de ISIS sean originarios de Europa
y Estados Unidos, es algo que en sí mismo llama la atención: entre 50 y 70
mil jóvenes de Occidente, pagados como milicianos de ISIS. Al respecto
el Ayatolá Alí Jameneí pone el dedo en la yaga al ofrecer una explicación
imposible de soslayar: “hay que preguntarse por qué aquellos que han nacido
en Europa, cuyo espíritu y pensamiento se ha formado en ese ambiente, se
incorporan a estos grupos. ¿Acaso se puede creer que las personas, con uno o
dos viajes a las zonas de guerra, pueden volverse de repente tan extremistas,
al punto de abrir fuego contra sus propios compatriotas?” Y es entonces
que el líder persa evoca sin decirlo, la Razón instrumental que mantuvo
a las masas en permanente estado de shock durante el nazismo, adictas
al éxtasis sensacionalista que ofrecía el terror bélico: “Tampoco se deben
olvidar los efectos de una vida de mala influencia cultural, en un ambiente
contagiado y generador de violencia. Hay que realizar un análisis integral al
respecto, que descubra los elementos ocultos y visibles de la sociedad”. En
la perspectiva del líder iraní, la causa de ello subyace a las contradicciones
estructurales generadas por el capitalismo, una crisis inherente al sistema
económico global, que exportó sus devastadores efectos al Medio Oriente,
donde intensificó sus más crudas manifestaciones.
“Quizás el profundo odio sembrado durante los años del florecimiento
industrial y económico, debido a la desigualdad y, posiblemente, por
discriminaciones legales y estructurales dentro de las clases sociales
occidentales, haya creado complejos internos que, de vez en cuando, se
expresan de esa forma”. Jóvenes desempleados y sin acceso a la educación
formal, provenientes de suburbios marginados, que parecen “sobrar” al
sistema económico, y que al ser contactados por ISIS y reclutados en línea,
encuentran una manera de reinsertarse en el mundo, bajo los rasgos de
una especie de revanchismo moral que desconoce su propio carácter “de
clase”. Carne de cañón, con la que se dinamiza la maquinaria industrialmilitar occidental. Maquinaria que funciona como en los mejores tiempos
del nazismo. Es evidente que estos jóvenes extranjeros, recién convertidos
al Islam, no siguen una pauta propiamente islámica, al aterrorizar y expulsar
de sus tierras a los pobladores musulmanes de origen.
Quizá este supuesto “terrorismo islámico” tan a modo con los intereses
de las grandes potencias occidentales, así como la miseria de millones de
jóvenes que sobran al sistema, y que terminan siendo devorados por él, nos
ilustre respecto a las verdaderas causas y motivos del narco-terrorismo que
vivimos en México y gran parte de Centroamérica. El modus operandi es
prácticamente el mismo. Los excesos y odios instrumentados también. No
me extraña entonces, que la geopolítica del terrorismo islámico se acople
tan perfectamente a la geopolítica del narcotráfico. Una misma empresa,
aterradoramente moderna.
Órgano de difusión de la comunidad de la Delegación INAH Morelos
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Editorial
Israel Lazcarro Salgado
Raúl Francisco González Quezada
Laura Elena Hinojosa Hinojosa
Coordinación editorial de este número: Israel Lazcarro Salgado
El contenido de los artículos es responsabilidad exclusiva de sus autores