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1 IV ENCUENTRO PATAGÓNICO DE CIENCIAS SOCIALES I ENCUENTRO DE EDUCACION NO FORMAL E INTERVENCION COMUNITARIA INSTITUTO SUPERIOR DE FORMACIÓN DOCENTE Nº 809 Sarmiento 940 C.P. 9200 Esquel – Chubut- Rep.Argentina Título: Pilotos, pasajeros y despojos. La marginalidad como exclusión. Autor/es: María Reta Expositor/es: María Reta Institución a la que pertenecen: Facultad de Derecho y Cs. Sociales, Universidad Nacional del Comahue; GEHiSo. Dirección Postal: Gelonch 2375 (8332) Gral. Roca, Río Negro. Dirección electrónica: [email protected] Autorización para su publicación en CD: Si Resumen Una perspectiva seria de análisis sobre la pobreza, la exclusión y sus prácticas sociales y modos relacionales no puede obviar la conjugación entre cultura, economía y política. No hay manera de encontrar explicación a la cuestión si no se hace referencia a la afirmación de tendencias neoconservadoras, que entienden lo político desde una visión restrictiva que asegura la defensa de la propiedad, el mercado, la familia, la ética del trabajo como reproductores del modelo que mantiene a pilotos y pasajeros dentro del cuerpo social, mientras que “caen” los despojos. En este marco es posible comprender la emergencia de la protesta social y las respuestas que desde el Estado se han procurado al problema. Los movimientos de protesta en la Argentina actual son protagonizados en su mayoría por excluidos o por miembros de sectores medios empobrecidos. Han generado innumerables prácticas de acción que en algunos casos trascienden lo rupturista respecto de la matriz ideológica hegemónica y se centran en la creación de modelos relacionales y prácticas sociales basadas en la solidaridad y la igualdad de oportunidades. A su vez se han conformado nuevos liderazgos a partir de las acciones disruptivas de la protesta. Frente a la movilización generada por estos nuevos movimientos sociales, el Estado ha generado comportamientos que oscilan entre el reconocimiento de las causas reales de la protesta, la política de asistencia por medio de planes sociales y la represión material y judicial. 2 Pilotos, pasajeros y despojos. La marginalidad como exclusión. “Tanto en el Occidente como en el Oriente estamos embarcados en una sociedad formada por tres grupos: los pilotos, grupo poco numeroso de aquellos que si bien no mandan, responden a las incitaciones del mercado y del ambiente en general; los pasajeros, que son consumidores al igual que los miembros de la tripulación y, finalmente los despojos, que han sido empujados por la tempestad o lanzados al mar como bocas inútiles”. A. Touraine, 1995: 180 Ser marginal en las sociedades contemporáneas va mucho mas allá de haber sido privado del goce o de la garantía de la satisfacción de las necesidades que aseguran la sobrevivencia física. La marginalidad adquiere tonos mucho más profundos que condenan a numerosísimas personas a una exclusión sociocultural y política. Por eso, tal vez una perspectiva seria de análisis sobre la pobreza, la exclusión y sus prácticas sociales y modos relacionales no puede obviar la conjugación entre cultura, economía y política. No hay manera de encontrar explicación a la cuestión si no se hace referencia a la afirmación de tendencias neoconservadoras, que entienden lo político desde una visión restrictiva que asegura la defensa de la propiedad, el mercado, la familia, la ética del trabajo como reproductores del modelo que mantiene a pilotos y pasajeros –de acuerdo al epígrafe- dentro del cuerpo social. En este marco es posible comprender la emergencia de la protesta social y las respuestas que desde el Estado se han procurado al problema. Los movimientos de protesta en la Argentina actual son protagonizados en su mayoría por excluidos o por miembros de los sectores medios empobrecidos. Han generado innumerables prácticas de acción que en algunos casos trascienden lo rupturista respecto de la matriz ideológica hegemónica y se centran en la creación de modelos relacionales y prácticas sociales basadas en la solidaridad 3 y la igualdad de oportunidades. Esto de ninguna manera implica la ausencia de nuevos liderazgos conformados a partir de las acciones disruptivas de la protesta ni una visión romántica o ingenua de esos nuevos mediadores. Frente a la movilización generada por estos nuevos movimientos sociales, el Estado ha respondido con comportamientos que oscilan entre el reconocimiento de las causas reales de la protesta, la política de asistencia por medio de planes sociales y la represión material y judicial. I Es indiscutible que la cuestión social ha sufrido en las ultimas décadas una profunda metamorfosis.1 Varios de los supuestos que habían sido la base de la condición salarial han caído en desuso. El siglo XX se caracterizó por encontrar soluciones ilusorias a la clásica dialéctica capital-trabajo que subyace a la naturaleza del sistema capitalista. El modelo del Estado de Bienestar keynesiano favoreció las condiciones para la creación de un estatuto de las clases trabajadoras que las hacía partícipes de ciertos beneficios de la sociedad industrial a través del consumo y la seguridad social. Por supuesto que el consumo legítimo del trabajador se reducía a lo necesario para que reprodujera su fuerza de trabajo y mantuviera la estabilidad de la producción. Este había sido uno de los descubrimientos del fordismo que a lo largo de todo el siglo fue usado para asegurar la continuidad del sistema. El crecimiento económico, la distribución y la seguridad fueron los temas indiscutidos del Estado de Bienestar. Este se presentó como un modelo de “inclusión” que permitía una apropiación del excedente y un disciplinamiento de la mano de obra poco conflictivos, ya que en general, las instituciones socialmente legitimadas eran partícipes de las convicciones que sostenían al modelo. Sindicatos y partidos políticos fueron los actores colectivos dominantes que subrayaban los valores de la movilidad social, la vida privada, el consumo, la prosperidad individual. Dicho de otro modo, “la hipótesis sociológica implícita que subyacía en los acuerdos constitucionales del Estado de Bienestar liberal era la de que los patrones vitales privatísticos, centrados en la familia, el trabajo y el consumo, absorberían las energías y aspiraciones de los individuos y que la participación y el conflicto con la política pública solo tendrían una importancia marginal en la vida de los ciudadanos”.2 Todo lo anterior era posible en una situación de pleno empleo en la que por intermediación del Estado, los 4 trabajadores urbanos eran incorporados a los derechos sociales, la protección social y la estabilidad laboral. Este fue –a grandes rasgos- el modelo que asociado a la industrialización por sustitución de importaciones se impuso en la Argentina durante varias décadas. El contrato salarial fordista, el Estado como administrador de la demanda y los sindicatos como mediadores formales fueron el sostén de esa asociación que con el advenimiento de la última dictadura militar sería reemplazada por otros supuestos ideológicos y otras prácticas socioeconómicas, políticas y culturales. Hasta entonces, Argentina aparecía como país atípico en el contexto latinoamericano, se presentaba como una sociedad poco polarizada, y con cierto grado de integración. Quizá las nuevas condiciones que se generaron a partir de mediados de los ‘70 en Argentina, permitan hablar de lo que Castel denominó derrumbe de la sociedad salarial. En primer lugar, entre ellas, la desaparición del estatuto de las clases trabajadoras propias del modelo de acumulación fordista asegurado por el Estado de bienestar o de semibienestar. La sucesiva adopción de políticas económicas neoliberales produjo la desindustrialización, la generalización del desempleo, la institucionalización del empleo precario, la descentralización de los servicios de educación, vivienda y salud. A esto se sumaba, en los ‘90 la privatización de las empresas del Estado, grandes generadoras de empleo y de seguridad social. En definitiva, Argentina quedaba situada frente al abandono de las funciones de contención que el estado había cumplido en la etapa anterior. Con todo ello se producía la desaparición de ciertos márgenes de consumo, el disfrute de ciertos niveles de educación y de vivienda que permitían la inclusión ilusoria. Así, los “pasajeros” empezaron a ser cada vez menos. Para los ’90 los sindicatos y los partidos políticos como mediadores instituidos y legitimados entre los individuos y el Estado perdieron preponderancia porque no supieron o no quisieron cumplir un rol disruptivo frente al modelo que se imponía. Muy por el contrario, desde el movimiento obrero organizado, al menos, se aceptó mas la cooptación de los nuevos sectores dirigentes que la ruptura con ellos.3 Así la precarizacion laboral con sus distintas vertientes de la flexibilización y el trabajo informal se hacían moneda corriente en la sociedad argentina y la renuncia de los sindicatos a asumir una defensa activa de sus afiliados los condujo al descrédito y a la deslegitimación. 5 El corolario previsible de este proceso económico fue la creciente desigualdad social, que se expresó en muy diversas manifestaciones de segregación vertical, de “exclusión”. Lo que en décadas anteriores en los sectores populares se había expresado como un esfuerzo por lograr la movilidad social ascendente, a partir de los noventa asumía la forma de articular mecanismos para asegurar la inclusión, para superar las fronteras físicas y socioculturales que devenían muchas veces infranqueables. Para miles de argentinos la inclusión comenzó a ser utopía frente a una realidad en la que cada vez mas crecían los índices de pobreza y de indigencia de personas y hogares, los índices de deserción de los distintos niveles de la educación formal, el número de trabajadores en negro dentro y fuera del estado. II Las transformaciones económicas y sociales de las últimas tres décadas adquirieron tal magnitud que el escenario del desempleo y el empleo precario comenzó a instalarse como una lamentable realidad permanente. Estos cambios estructurales modificarían la acción colectiva. Las luchas sociales adquirirían nuevos modos, nuevos contenidos, nuevos símbolos y rituales y nuevas formas organizacionales. En el marco de la Argentina de la desindustrialización, la movilización sindical y los mecanismos que a lo largo del siglo XX habían asegurado la obtención de la ciudadanía social de los trabajadores perdieron protagonismo.4 La huelga, la toma de fábricas, los sabotajes quedaron como formas de beligerancia obrera, es decir, como cosa del pasado. En definitiva, como acciones reivindicatorias de los afiliados a una condición salarial “a la criolla” que tendía a desaparecer. El problema central se situó entonces en el desempleo y la precarizacion de las relaciones laborales de quienes aún conservaban trabajo. A esto se agregaron las acciones de los grupos que, estando aún en el sistema de empleo, temían por “caer” de la estructura de la inclusión. Dentro de ellos, son numerosos los actores sociales pertenecientes a los sectores medios empobrecidos que se incorporaron a los nuevos repertorios de la beligerancia. De esta manera, la aplicación sistemática de políticas neoliberales haría que en la Argentina de los ‘90 la protesta social tomara un protagonismo inusitado. Se produciría un 6 estallido de la acción contenciosa. Este fenómeno tiene ciertas particularidades. En primera instancia se presenta como el resultado directo de la pauperización de los sectores populares y del empobrecimiento de los sectores medios. Los emergentes mas visibles de este proceso como el desempleo, la pobreza, los salarios impagos del sector público, la retención de los depósitos bancarios aparecerían como condición suficiente de la protesta., que respondería primordialmente a estímulos de carácter económico. Pero, en un análisis mas profundo, puede encontrarse una verdadera transformación de lo político. En este sentido, interesa el aporte de Auyero cuando afirma que “la protesta, el conflicto, la violencia, no son respuestas directas a las tensiones producidas por el deterioro de las condiciones de vida que surgen de las macrotransformaciones políticoeconómicas, sino que fluyen de procesos políticos específicos”. 5 Las nuevas formas de acción colectiva muestran un renovado repertorio de rutinas beligerantes: piquetes, fábricas recuperadas, cacerolazos, asambleas barriales, escraches expresan los reclamos. Deliberadamente nombramos juntas estas formas de acción, aunque es necesario distinguir la notable heterogeneidad de actores, reivindicaciones y formas de protesta que encarnan. Las nuevas formas de protesta encarnaron en sus comienzos una interesante multiplicación de los espacios políticos, “precondición de toda transformación realmente democrática de la sociedad”.6 En este sentido, parecía que estábamos asistiendo a reclamos políticos que buscaban una real ampliación democrática, a planteos que desde los nuevos movimientos sociales demandaban un engrosamiento de los márgenes de la democracia. La obtención de una ciudadanía real era reivindicada por los sectores populares, que se oponían desde sus acciones al funcionamiento de los mecanismos de democratización limitada en términos de Habermas, en el que los sistemas de participación política y social restringen la capacidad de decisión a sectores favorecidos de la sociedad. La crisis social del 19 y 20 de diciembre de 2001 que devino política en escasas horas, aparecía con consignas que aunaban los reclamos pero que prontamente mostrarían su ineficacia. “Piquete y cacerola, la lucha es una sola” y “que se vayan todos” parecieron aunar momentáneamente intereses de los sectores medios que se sentían estafados por la retención de sus depósitos y de los grupos de desocupados victimas del ajuste. Esta alianza social mostraría prontamente su fugacidad. A poco de andar, los sectores medios derivaron su reclamo al ámbito del barrio. Los cacerolazos fueron 7 expresiones casi circunstanciales y las asambleas barriales, aunque perduraron por mas tiempo, se mostraron como formas de movilización social, que hacían del “barrio” una instancia de transición entre lo privado y lo publico. La protesta se territorializó. Ambas manifestaciones pusieron a ciertos actores en un estado de democracia permanente, en una acción deliberativa e impugnatoria constante del poder del Estado y de sus decisiones. Después derivaron en marchas de ahorristas apoyadas mediáticamente y mas tarde en reclamos judiciales individuales. III Otro rumbo tomarían los reclamos de los sectores populares. Primero hay que pensar en la transformación de trabajador desocupado en piquetero. En segundo lugar, en el fuerte componente comunitario que irrumpe en algunas de las acciones colectivas de estos sectores. Piquete, pueblada, acampes en las plazas o frente a edificios públicos, fábrica recuperada no pueden ser entendidos desde una lógica individualista. Las mediaciones, el tipo de liderazgo que pudieron constituirse o las apropiaciones de esos fenómenos son una cuestión aparte. Para rastrear la transformación del trabajador desocupado en piquetero es necesario retrotraer la mirada a mucho tiempo antes de los paradigmáticos 19 y 20 de diciembre. El hito fundacional del piquete como forma de reclamo son sin duda las manifestaciones de Cautral-Co y Plaza Huincul en Neuquen y de General Mosconi y Tartagal en Salta de 1996 y 1997. El corte de ruta es introducido como metodología de protesta; es llevado a cabo por desocupados que han perdido su empleo en el contexto de la privatización de las empresas del Estado y se presenta como forma impugnatoria de la inacción del Estado frente a la urgencia flagrante del desempleo. De ahí que, en general, cada vez que se implementen cortes de ruta, puentes o calles, el reclamo sea dirigido al Estado. Parece que desde lo simbólico el ámbito público fuera tomado como instrumento de manifestación disruptiva a lo Público. Así, “piquetero” deviene una identidad que se define positivamente y no como resultado de la carencia de trabajo: no es un desocupado. En el marco de las representaciones, esto genera un autorreconocimiento del valor de la acción de protesta. Ese 8 actor reconoce que sus practicas impugnatorias van mas allá del desempleo y tienden al reconocimiento de que su experiencia de vida trasciende su condición de trabajador.7 Mientras que “la categoría de desocupado produce aislamiento y pasividad, ... la de piquetero representa un espacio de reconocimiento y construcción común basado en una reivindicación de la dignidad y en un descubrimiento de ‘otras capacidades’ de organización, de movilización y de presión política”.8 Reconocerse piquetero es hacerlo en términos de trabajador desocupado, pero también en la propia condición de actor social en conflicto y capaz de hacer públicos sus reclamos. Además de la cuestión identitaria, es interesante analizar los lazos comunitarios que se generan en torno a la protesta. A propósito es pertinente considerar la idea de Alejandro Grimson9 acerca de la constitución de una verdadera “selva organizacional” en ciertos barrios del conurbano bonaerense que bien podría trasladarse al análisis de otros escenarios. La multiplicación de organizaciones de desocupados, comedores escolares, clubes de trueque y otras formas de organización populares, remiten a viejas tradiciones organizativas o al surgimiento de otras nuevas. Mas allá de esa discusión, lo que parece subyacer es el surgimiento de una nueva subjetividad que reclama la preeminencia del valor de los lazos comunitarios y la organización antes que el de la acción individual. De esta manera se configura una intensa “vida organizacional”, que va mas allá del agrupamiento formal de un conjunto de habitantes con cierta inscripción territorial. Trasciende a los ámbitos informales en las zonas urbanas pobres que afrontan colectivamente la solución a sus problemas urgentes: vivienda, trabajo, salud, alimento o seguridad. Esos lazos comunitarios están además basamentados en la concepción de que nadie puede ser liberado o emancipado por otros y que no puede hacerlo sin los otros. En parte es esta la concepción que sostiene la dinámica asamblearia de la mayoría de los movimientos piqueteros. Conformación identitaria y afianzamiento de lazos comunitarios en los movimientos de desocupados, no deben impedir ver la constitución de nuevos liderazgos y mediaciones en torno a la protesta social. Es cierto que las nuevas modalidades de protesta han generado espacios deliberativos que antes no existían -que alarman a muchos- y que eso da muestras talvez de una maduración política después de dos décadas de democracia. Pero también es cierto que se ha producido alrededor de la cuestión el surgimiento de nuevos liderazgos personalistas. En algunos casos, los nuevos lideres han sido encumbrados en los momentos 9 de resistencia; en otros, son antiguos referentes de las políticas clientelares anteriores al movimiento piquetero.10 De cualquier manera es interesante ver como se produce la pervivencia del modelo de matriz populista (por ejemplo el FTV de Luis D’Elia y aún en las expresiones provinciales del MPN o el Partido Radical en Río Negro), sobre todo en la pervivencia de prácticas clientelares expresadas en lo que Svampa y Pereyra llamaron acertadamente la “cultura del subsidio”. En este punto es necesario hacer una digresión importante. Desde la óptica del analista, la “cultura del subsidio” no se trataría de otra cosa que de la institucionalización de la búsqueda de soluciones paliativas a la cuestión social por la instauración de vínculos personalizados de tipo asimétrico, que en ciertas ocasiones requieren -exigen- reciprocidad. Pero desde el punto de vista de quien padece la necesidad acuciante de alimentos, salud o vivienda, el subsidio es una vía inicial para resolver el hambre y los problemas cotidianos. Tal vez este sea uno de los principales problemas que afectan a la cuestión del clientelismo en torno a la protesta social actual. De cualquier modo, que un paliativo sea institucionalizado como política social es un síntoma paradojal de las nuevas democracias latinoamericanas. En torno al tema de los liderazgos en los movimientos de protesta actual, es necesario considerar también otras matrices ideológicas presentes, sobre todo las de neto corte anticapitalista, contestatarias del reclamo de “inclusión” de muchos de los movimientos de desocupadas (CCC–PCR ). Otro es el caso de grupos autónomos que proponen una reconstrucción de lo popular a partir de formas de economía solidaria (UTD General Mosconi, Coordinadora Aníbal Verón). En lo referente a este punto es notable la fragmentación interna de los movimientos de protesta. A pesar de esto sus logros fundamentales consisten en que de lo reivindicativo social han devenido interlocutores de la realidad política, lo que muestra un avance de una política construida “desde abajo”... o “desde afuera”.11 En este último tiempo esa interlocución ha sufrido aún más fragmentaciones internas. La división que últimamente resuena en los medios con el nombre de “piqueteros duros” y “piqueteros blandos” da muestras de eso. 10 IV Agenda de cuestiones. Agenda abierta. Así deberíamos llamar a la etapa conclusiva de estas reflexiones. El tema de la protesta social en la Argentina actual es tan fecundo que más que intentar abarcarlo en su complejidad es necesario sectorizar su análisis reconociendo que hay muchas mas lecturas y ópticas diversas de la que uno intenta. ¿Cuáles serían esos temas pendientes? Creo que podrían agruparse en algunas categorías diversas: - En primer lugar, cuál es la representación que de sí mismos hacen los actores. Dentro de esto, reconocer y mencionar las divergencias, la heterogeneidad y el conflicto al interior de la protesta social. Esta es una realidad que no puede desconocerse. Las distintas relaciones con el poder, la radicalización de la lucha, la permanencia o no de cierta matriz peronista y sindical. En suma, la diversidad interna de prácticas, discursos, símbolos. - En segundo lugar, la pormenorización de los alcances y expresiones de los nuevos repertorios de confrontación en los ámbitos regionales. Las respuestas generadas por el sector publico y el sector privado a fin de achicar el riesgo que genera la protesta. Desde la política del subsidio de ciertos gobiernos provinciales a la generación de becas o subsidios de desempleo de las grandes empresas enquistadas en las economías de enclave características de ciertas regiones. - En tercero lugar, las formas en que los medios se ocupan de la beligerancia popular. Esto oscila entre la sordera y la contribución a generar una opinión pública adversa a “los sospechosos de siempre”, y sus matices intermedios. La reconstrucción mediática de la protesta, en general solo contribuye a engrosar los fundamentos de la criminalizacion y los discursos conservadores acerca de la seguridad. A veces abiertamente y otras no los piqueteros por ejemplo son tratados de delincuentes, saqueadores y otros motes peyorativos. - En cuarto lugar, un rastreo histórico de las formas en que la acción disruptiva de estas organizaciones ha preocupado al Estado. Cuáles han sido las respuestas generadas desde el poder. Desde el clientelismo y la asistencia a la represión en sus distintas formas o la judicialización de la protesta. En este sentido, adquieren relevancia por su actualidad, la cuestión de la criminalizacion por parte del sistema estatal y los intentos que oscilan entre 11 la demagogia y la reacción indiscriminada de quienes identifican seguridad con ausencia de conflictividad social. - En quinto lugar, creo que es fundamental el papel de los intelectuales y la comunidad académica frente a este proceso de la Argentina actual. Es muy abundante la producción reciente sobre el tema. ¿Cuánto hay de moda y cuánto de compromiso social en lo que se hace? ¿Cuánto hay de intentos genuinos de análisis y cuánto de oportunismo para vender o figurar con las propias producciones? ¿Cuánto de dar respuesta a instituciones extranjeras que financian investigaciones en busca de exegetas de la crisis que expongan sobre “las propias ruinas”?12 De 2003 a esta parte asambleas, ahorristas, piqueteros ya no tienen la misma visibilidad. En algunos casos por desmovilización. En otros por una demanda de normalidad de parte de la sociedad, que en todo caso admite integrarlos como excluidos desarrollando emprendimientos o aceptando planes sociales, pero al interior de sus barrios pobres. La barbarización de la protesta está basada en prejuicios de los sectores medios que identifican la irrupción de los pobres en la calle con la invasión del espacio público. Mas allá de esta agenda de temas posibles, es fundamental la discusión que se está produciendo al interior de las organizaciones piqueteras acerca del agotamiento o no de los cortes como forma de protesta. Si esta discusión resulta fructífera, tal vez asistamos al surgimiento de nuevas expresiones de la acción disruptiva popular, con nuevas “rutinas beligerantes”.13 Como se ve, la protesta social en Argentina actual puede ser leída desde cánones interpretativos diversos. Lo que es indiscutible es que la complejidad de la problemática debe ser tratada desde la historia reciente, la sociología, la antropología social, la sicología. Un campo de interdisciplina que una vez más muestra como lo social no puede ser abordado desde perspectivas disciplinarias acotadas ni desde discursos explicativos reduccionistas. Notas: Uso deliberadamente el mote elegido por Robert Castel (1997) para señalar, de acuerdo a su criterio, la naturaleza cambiante de la situación de vida – no solo laboral- de los sectores populares . 2 Offe, Claus (1992) La gestión política, Ministerio de trabajo y seguridad social, Madrid, p. 221. 1 12 3 Cfr. Svampa y Pereyra (2003), Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras, donde los autores realizan un interesante análisis sobre las diferentes posturas que el sindicalismo argentino adoptó frente a la puesta en marcha de las medidas económicas neoliberales durante el menemismo. P 21-22 4 Ver Suriano, Juan y Mirta Lobato: La protesta social en Argentina, Bs. As., F.C.E. 5 Auyero, Javier(2002): La Protesta. Retratos de la beligerancia popular en la Argentina democrática, Centro Cultural Rojas, UBA, Buenos Aires, p 14. 6 Barbetta, Pablo (2002): “Algunos sentidos de la protesta del 19 y 20 de diciembre”. En: Entrepasados. Revista de historia, n 22, p 150. 7 En esta dirección hacer mención a las categorías de “mundo del trabajo” y “mundo de los trabajadores” de Falcon (1999) parece inevitable. 8 Svampa, M y Pereyra, S (2003): Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras, Biblos, Bs. As, p.135 9 Cfr Grimson, A y otros (2003): La vida organizacional en zonas populares de Buenos Aires. 10 Piénsese, por ejemplo, en las “manzaneras” del conurbano bonaerense durante el Duhaldismo que se han transformado en quienes consiguen los subsidios de Estado nacional o provincial para los comedores comunitarios en la actualidad. 11 En este punto deberíamos hacer referencia a los distintos posicionamientos de los propios actores acerca de la “inclusión” en términos capitalistas, su aceptación o su rechazo. Lo que permitiría, a su vez, toda una discusión acerca del uso del concepto de “exclusión” tan extendido en el campo del análisis de la protesta en la Argentina actual. 12 ver Ana Laura Perez, “Con los ojos en la protesta” en Clarin, 21 dejunio de 2003. 13 Ver “La protesta social bajo la lupa” en La Nación, 20 de junio de 2004.