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CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN A LA TEOLOGÍA
INTRODUCCIÓN
El cristianismo es una persona: es Jesucristo. Ser cristiano es aceptar la Persona de
Jesús, confesar su humanidad y su divinidad. Esta confesión se asienta sobre dos datos
originales del cristianismo: el hecho de la Revelación y la realidad de la fe, las cuales, a
su vez, se condicionan mutualmente, pues Dios habla, inicia el diálogo, y el hombre
responde asintiendo con la fe. La fe tiene así una estructura dialogal.
La revelación cristiana tiene sus antecedentes en la revelación del AT. La historia de
Israel, un pueblo pequeño, perseguido y disperso por el mundo durante veinte siglos,
pero que mantiene su identidad y sus creencias, no tiene explicación más que a partir
del hecho de que Dios se manifiesta a Abrahán y le promete ser el inicio de una nueva
realidad histórica. Dios se ha manifestado y ha elegido a Israel con una finalidad
concreta: preparar la venida de Jesús, como salvador del mundo, tal como se predice
ya desde el Génesis. En este sentido, el cristianismo se considera como la culminación
de la revelación de Dios iniciada en el AT.
1. EL CRISTIANISMO, RELIGIÓN REVELADA
La primera originalidad del cristianismo es el dato histórico de la revelación: Dios se ha
manifestado a la humanidad en el tiempo. Él mismo toma parte en la historia humana.
J. Danielou afirma que las religiones universales orientales son producto de una
búsqueda por parte del hombre religioso y, fruto de esa búsqueda, Dios aparece en el
horizonte final. Hablamos así de una revelación natural. Dios responde a la búsqueda
del hombre. Buda y Mahoma son buscadores apasionados de Dios.
Por el contrario, el cristianismo es un fenómeno inverso: no es un proceso de abajo a
arriba, sino de arriba abajo. Hablamos de revelación sobrenatural. Abrahán recibe la
llamada insólita de Yahvé en Mambré, María es sorprendida por el ángel, los apóstoles
son llamados en sus faenas de pesca, y Pablo sorprendido camino de Damasco.
El cristianismo es, pues, una religión revelada, en la que Dios toma radicalmente la
iniciativa; en ella Dios se encuentra con el hombre y el hombre se tropieza con Dios:
«Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otros tiempos a nuestros
padres por el ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló
por su Hijo» (Heb 1,1-2)
San Juan de la Cruz, la describe así «en darnos como nos dio a su Hijo, que es
una palabra suya que no tiene otra, Dios nos lo habló todo junto y de una vez
en esta sola palabra y no tiene más que hablar».
La Constitución Dei Verbum habla de la revelación como un diálogo en el que Dios
mismo se manifiesta con obras y palabras; se revela como amor, en trato cercano a los
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hombres. Es un proceso realizado a lo largo de la historia, que culmina y llega a la
plenitud en la Persona del Hijo, en Jesucristo.
A través de la revelación, Dios se ha manifestado, ha hablado con los hombres. La más
decisiva de estas verdades reveladas es la divinidad de Jesús de Nazaret, desvelando el
misterio de Dios como Trinidad, como amor paternal.
A esa revelación de Dios la persona asiente mediante la fe, que, a su vez, es un don
divino: la fe no es fruto de la razón que piensa, sino efecto de la gracia de Dios que
ayuda a los hombres a acoger libremente la llamada de Dios. En expresión de J.
Ratzinger: «la fe no surge del comprender, sino del escuchar».
Por tanto, el objeto de la teología católica es el estudio racional de estos dos hechos
originarios: le revelación divina y la actitud del creyente. Al ser Cristo la plenitud de la
revelación es clara la centralidad cristológica que ha de tener el discurso teológico.
2. TRES NIVELES EN LA EXPOSICIÓN DE LA FE CRISTIANA
2.1 Evangelización.
Evangelizar es anunciar la primera noticia sobre el hecho y la novedad cristiana. El
objeto de la evangelización es, pues, comunicar lo revelado y tiene como destinataria a
toda la humanidad.
La Congregación para la Doctrina de la fe nos recuerda que evangelización significa
anunciar a Jesucristo con palabras y acciones, hacerse instrumento de su presencia y
actuación en el mundo.
Por esta razón, a la vista de la descristianización de amplios ámbitos de Occidente,
urge a los cristianos la tarea de una nueva evangelización; de comunicar a los hombres
de nuestro tiempo la buena noticia de la fe y del estilo de vida inaugurado por Jesús.
2.2. Catequesis.
Tras la evangelización, la catequesis es la educación de la fe recibida y profesada.
Supone una exposición que explique los contenidos de la fe y la celebración
comunitaria de esa fe (liturgia y sacramentos), para después llevarla a la vida diaria.
De ahí las cuatro columnas sobre las que se asienta la catequesis: la fe creída (las
verdades formuladas en el Credo), la fe celebrada (la liturgia y los sacramentos), la fe
vivida (la moral sobre el esquema del Decálogo), y la fe rezada. Este es el esquema del
actual Catecismo de la Iglesia Católica.
2.3. Sistematización teológica.
Finalmente, la teología pretende fundamentar, de modo racional y sistemático, las
realidades creídas y vividas por los creyentes. Con otras palabras, la teología
profundiza la catequesis recibida. La teología es, pues, la ciencia que tiene por objeto
la exposición racional, rigurosa y documentada de la fe del creyente.
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La definición de la teología como ciencia es larga y controvertida, desde los padres
hasta los teólogos de la liberación. Para Tomás de Aquino la teología es «la ciencia de
la fe» o la fe razonada (scientia fidei) o el «intellectus fidei». Para San Agustín es «el
discurso racional sobre Dios».
La Dei Verbum define la teología como la ciencia que trata de comprender lo más
profundamente posible las verdades reveladas en la Biblia y contenidas en la Tradición
viva de la Iglesia, en comunión con la doctrina del Magisterio.
3. LA TEOLOGÍA, CIENCIA DE LA FE
Ciertamente, la fe es anterior a la teología; pero, de inmediato, precisa de la reflexión
teológica. Al menos por dos razones:
3.1. Por la condición racional del ser humano: La fe es recibida por un ser racional e
inteligente, de ahí la necesidad de comprender aquellos misterios que profesa. Si el
creyente prescinde del conocimiento racional de su fe, actuaría de modo irracional.
3.2. Por la estructura propia de las verdades que se creen: El creyente debe conocer
aquello que cree. El conocimiento profundo de la fe y el saber dar razón de la misma,
garantizan la veracidad de lo que se cree. Por el contrario su desconocimiento puede
conducir a numerosos errores: a reducir la fe a los sentimientos, a adulterar la fe con la
superstición, o aceptar el absurdo irracional de tantas corrientes esotéricas,
aglutinadas en la New-Age.
La teología es, pues, obra conjunta de la fe y de la razón. Es la razón ilustrada por la fe.
Ambas han de actuar conjuntamente: fe sin razón conduce a la herejía del fideísmo;
razón sin fe marca la ruta del racionalismo.
En palabras de San Agustín: «Creo para comprender y comprendo para creer mejor»
(Credo ut intelligam, intelligo ut credam).
La encíclica Fides et ratio, subraya que la fe ilustrada abre nuevos horizontes a la razón
humana y, en lugar de anularla, la eleva y engrandece. Así lo expresa: «La fe y la razón
son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la
contemplación de la Verdad».
Ese intento de comprensión racional de la fe es lo que da lugar a la teología entendida
como «ciencia de la fe» (scientia fidei) o, como la definió el primer teólogo profesional,
San Anselmo de Canterbury, la teología es «fides quaerens intellectum» (la fe que
demanda una comprensión).
La teología, como saber discusivo, se origina, pues, como exigencia de la misma fe
vivida. Es misión del teólogo aunar la fe y la razón.
Tomás de Aquino, subraya que la teología, además de ciencia, es una verdadera
sabiduría: es la «sapientia fidei» o sabiduría de la fe, que está más allá del
conocimiento, pues interpreta todas las realidades a partir de la revelación.
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4. LA TEOLOGÍA ES UNA CIENCIA
Hoy se tiende a calificar como ciencia y aplicar el calificativo de científico sólo a los
saberes experimentales o empíricos, y se niega el carácter de ciencia a otras parcelas
del saber humano. Otros autores como Jaspers y Heidegger, que parten desde el puro
saber racional de la Filosofía, también niegan a la teología el carácter de ciencia.
Aquí nos situamos en un contexto distinto: el que propone Tomás de Aquino: Afirma
que la teología goza de un estatuto epistemológico propio, por lo que cabe calificarla
como ciencia. Pero no es una ciencia al modo como lo son la física o la historia, sino en
cuanto explica, con conceptos y lenguaje humano analógicos, las verdades reveladas.
El lenguaje analógico es el propio de la teología. Es evidente que no podemos hablar
de Dios más que a partir de las cosas creadas. La analogía permite hablar de Dios con
conceptos y lenguaje humanos, a pesar de que Dios trascienda toda realidad creada.
Santo Tomás va más allá y afirma que la teología (Sagrada doctrina) es «superior a las
otras ciencias», porque tanto su certeza (avalada por la revelación) como la dignidad
de su materia (Dios), superan, indiscutiblemente, la certeza y la materia sobre la que
versan las demás ciencias.
La teología es «la ciencia de la fe», en cuanto la inteligencia del creyente se esfuerza en
dar razón del qué, del porqué y del cómo de las verdades que se creen. En este sentido,
la teología es una verdadera ciencia, pues trata de explicar con principios racionales los
contenidos de la fe.
5. PARTES DE LA TEOLOGÍA
Etimológicamente, el término teo-logía deriva del griego «zeós» (Dios) y «lógos»
(ciencia, tratado); la teología es «la ciencia que trata de Dios»; que tiene como objeto
primero a «Dios en sí mismo». Es pues una, y esencialmente teocéntrica.
Sin perder su unicidad, tiene, a su vez, un objeto secundario, y suele dividirse a partir
del XVII en dos amplios campos: la Teología dogmática o estudio de las verdades que
se creen y la Teología moral que expone los principios éticos que deben regir la
existencia cristiana. A su vez, cabe mencionar la teología bíblica, la teología patrística,
la teología espiritual, la teología pastoral, la teología ecuménica, etc.
En la Dogmática se integran las disciplinas: Tratado de Dios, Cristología, Neumatología,
Mariología, Creación, Antropología, Eclesiología, Sacramentos y Escatología.
Además de estos nueve tratados dogmáticos clásicos, existen otras materias como la
Liturgia, la Historia de la Iglesia, etc. Asimismo, en respuesta a problemas más
concretos han surgido a lo largo de los últimos tiempos otras divisiones, tales como
teología del laicado, teología política, teología de la liberación, etc.
Tales divisiones han parcelado de tal forma el saber teológico (en los planes de
estudios de algunas facultades de teología se pueden contabilizar hasta 92 asignaturas)
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que si bien en un principio fomentaron la especialización, en sus resultados últimos ha
creado no poca confusión. De ahí la necesidad de recuperar la unidad de la teología.
6. UNIDAD DE LA TEOLOGÍA
V. Balthasar afirma que existe una unidad estricta entre todos los tratados teológicos.
No hay Cristología sin Trinidad y viceversa… Hay que reaccionar contra esa parcelación.
Queda claro que la fragmentación y la pluralidad de tratados, motivada por la
necesidad de especialización, no debe romper la unidad radical de la teología. Se
impone, pues, retornar a la unidad de la teología, o en otros términos, a cómo
interrelacionar los diversos tratados.
Para la exposición teológica de la fe a un creyente, en una época en la que hay una
evidente crisis de Dios, pero se manifiesta cierta admiración por la Persona de Jesús,
parece conveniente seguir el mismo orden histórico que originó el cristianismo y es el
que sigue este manual de Teología Dogmática:
1º. Se inicia con la Persona de Jesús (Cristología), dado que es el dato primero con el
que, cronológicamente, se inicia la religión cristiana.
2º. Él nos reveló el ser de Dios como Trinidad y Amor (Trinidad) y, fue engendrado por
la acción del Espíritu Santo (Neumatología) en el seno de la Virgen (Mariología).
3º. Dios Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo han obrado el actor creador del cosmos y
del hombre (Creación), al tiempo que la vida de Cristo se comunica al bautizado,
dando lugar al «hombre nuevo en Cristo» (Antropología).
4º. Finalmente, el cristiano, por el Bautismo, se injerta en la comunidad de la Iglesia
(Eclesiología) participando de los sacramentos (Sacramentología). Por fin, el creyente
en Cristo está evocado al encuentro definitivo con Dios (Escatología).
Como señala Juan Pablo II el hilo conductor de la reflexión teológica católica parece
que debe vertebrarse sobre el trípode Dios, Cristo y el hombre, que a su vez tendría el
punto central en el Verbo Encarnado de Dios, Cristo. De este modo se evita el balanceo
entre el teologismo del Dios Uno, cercano a la teodicea, y el antropologismo, tan
señalado en algunas corrientes modernas de la teología.
7. FUENTES DE LA TEOLOGÍA
Como en el resto de las ciencias, es importante determinar las fuentes de la teología.
Melchor Cano hablaba de los lugares teológicos; podemos hablar de los ámbitos, de la
cantera, o de los surtideros de agua de donde manan los datos para construir el
edificio de la teología.
Las fuentes principales de la Teología son: la Escritura, la Tradición y el Magisterio.
Además usa de otras ciencias que le surten materiales, a las que denomina fuentes
secundarias: la historia, la psicología, la medicina, la biología, el derecho, etc.
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7.1. Sagrada Escritura
La Biblia, en cuanto es «la Palabra de Dios, escrita por inspiración del Espíritu Santo»
es la fuente principal de la ciencia teológica. El recurso a la Biblia es inexcusable para
todos y cada uno de los tratados teológicos. En palabras del Vaticano II: «La Sagrada
Escritura debe ser como el alma de toda la teología».
La teología ha de apelar al dato bíblico porque a pesar de ser una ciencia, sin embargo
no consiste en lo que el teólogo diga sobre Dios, sino en lo que Dios ha dicho sobre sí
mismo. El principal cometido del teólogo es interpretar y explicar ese «hablar de Dios».
La tarea no es fácil. La Biblia, libro inspirado, es un conjunto de libros heterogéneos,
compuestos por autores muy diversos, escritos en distintas lenguas, géneros literarios
y épocas. Necesita una interpretación, una exégesis. Para la Dei Verbum, la inspiración
garantiza la verdad bíblica, pero su verdadero sentido lo buscan los teólogos y lo
garantiza el Magisterio.
El teólogo dogmático no puede caer en un biblismo literalista, sino que ha de recurrir a
la exégesis bíblica, para esclarecer con rigor, desde el auténtico sentido de los textos,
las verdades reveladas.
La Pontificia Comisión Bíblica admite la validez de los diferentes métodos de
hermenéutica: el histórico-crítico, el análisis literario, el de la historia de las formas,
etc. Y el recurso a las ciencias humanas –sociología, antropología, filología,…- para
lograr captar el sentido originario de la Revelación.
Es necesario el retorno a una Teología Dogmática más bíblica. El aliento bíblico de la
Teología lleva a que las verdades dogmáticas no sean simples enunciados intelectuales,
sino realidades vivas, animadas por el alma que les infunde la palabra de Dios
contenida en la Biblia.
7.2. Tradición
El término tradición (del latín tradere) significa entrega, poner en las manos y evoca
transmisión. La Tradición es, pues, el conjunto de las verdades de la fe entregadas y
transmitidas y vividas a lo largo de la historia cristiana. No es un mero recibir, sino que,
a la vez, es reinvención y recreación.
La Tradición es como la matriz en la que se han alimentado la fe y la praxis cristiana.
Por ello, la Tradición, en buena medida, se identifica con la vida misma de la Iglesia. En
las primeras comunidades, antes de que apareciese la tradición escrita, subsistió la
tradición vivida por los primeros discípulos y por los primeros bautizados. En este
sentido la tradición es anterior a la cuestión tan debatida entre Escritura y Tradición.
A partir de los escritos del NT, los creyentes fueron profundizando, bajo la acción del
Espíritu Santo, en el misterio de Dios, en la grandeza de la Persona de Jesús y en la vida
cristiana. La tradición conocida y vivida se convierte en tradición escrita.
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Esa tradición escrita, en general, constituye el gran acerbo de los escritos de los Santos
Padres desde finales del siglo I, hasta mediado el siglo VII: comentarios a los libros de
la Biblia, catequesis, homilías, estudios parenéticos y doctrinales, e incluso verdaderos
tratados teológicos.
Además de los Padres, griegos y latinos, la Tradición se encuentra también en otras
lenguas, como el siríaco y el copto, así como en diversas fuentes de la historia, de la
vida moral, de la ascética cristiana y sobre todo en la práctica litúrgica.
La Dei Verbum proclama que Escritura y Tradición no deben separarse, pues, de hecho,
constituyen una sola fuente: son dos testigos del gran acontecimiento de Aquel que es
«la plenitud que lo acaba todo en todo».
También los «textos» de los Santos Padres necesitan una interpretación. En concreto,
se requiere tener a la vista el «pre-texto» (la doctrina que explicitan o el texto bíblico
que comentan) y el «con-texto» en el que exponen su enseñanza. Tal especialidad es la
denominada Teología Patrística.
7.3. Magisterio
La enseñanza magisterial brota de la misión que Cristo confirió a los Apóstoles y, de
modo cualificado a Pedro al hacerle cargo del oficio de enseñar y confirmar en la fe a
los que creen (Mt 16,16-18; Lc 22,32). El Papa y los Obispos tienen el encargo de
enseñar con autoridad a los cristianos en materia de fe y de costumbres.
Al Papa, como sucesor de Pedro, le compete, en razón de su oficio, enseñar a toda la
Iglesia, y en ocasiones puede usar del privilegio de enseñar de modo infalible. Este
modo solemne de enseñar es poco frecuente y se requiere que el Papa lo confirme de
manera expresa.
Ahora bien, el Magisterio no ha de interpretarse como una imposición de la autoridad
de la Jerarquía, sino más bien como un servicio a la verdad y a la seguridad doctrinal de
los fieles. Dado que el cristianismo es una religión revelada, los creyentes tienen el
derecho de que se les garanticen la verdad que profesan y el estilo de vida que
practican. Esta es la razón por la que el Magisterio se ocupa exclusivamente de las
verdades de fe y de la doctrina moral.
La Dei Verbum enseña que en el conjunto de las denominadas tres fuentes, el
Magisterio es la instancia última: «El oficio de interpretar auténticamente la palabra de
Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia,
que ejerce su autoridad en nombre de Jesucristo».
Y el cardenal J. Ratzinger afirma: «Necesitamos una instancia de exégesis autorizada
que, ciertamente, tiene que saber que no está por encima de la palabra de Dios, sino
que por debajo de ella, a su servicio, y que tiene que medirse por ella».
La misma Constitución aclara que la Escritura, la Tradición y el Magisterio se
relacionan entre sí. Se distinguen, pero se posibilitan mutuamente; se condicionan e
integran entre sí.
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8. LA FILOSOFÍA, CIENCIA AUXILIAR DE LA TEOLOGÍA
La finalidad de la teología como ciencia es dar razón de la fe. Necesita expresar, con
conceptos exactos y lenguaje adecuado, el contenido de la fe. La filosofía es el lenguaje
de la teología, de modo similar a como las matemáticas resultan una ciencia auxiliar
imprescindible de la física. Por ello resulta inadecuada la expresión clásica, que
denomina a la filosofía ancilla theologiae.
González de Cardedal describe esta relación como distinta a lo largo de la historia:
indiferencia, enfrentamiento, sometimiento, intercambio, exclusión, perplejidad. Y la
define como la propia entre dos hermanos gemelos: relación casi siempre fraternal y
en algunos casos fratricida.
Urs von Balthasar proclama: “Sin filosofía, no hay teología”. Referido al teólogo, se
repite el dicho clásico: «Nadie es teólogo si no es filósofo». San Agustín y Santo Tomás
fueron tanto teólogos como filósofos.
La Encíclica Fides et ratio expresa que la teología necesita y valora la filosofía, pero no
la instrumentaliza en servicio propio y añade que esa mutua relación entre teología y
filosofía puede ser una ayuda para el diálogo entre fe y cultura:
Pero surge una pregunta: ¿qué clase de filosofía puede ayudar al teólogo a esclarecer
el misterio?
Hasta Descartes, la teología se ha estructurado siguiendo las categorías de la
denominada filosofía aristotélico-tomista y agustiniana; en clara dependencia de la
filosofía griega. Los primeros Concilios Universales (Nicea, Constantinopla, Éfeso y
Calcedonia) elaboraron los dogmas sobre la Trinidad, la Cristología y la Mariología.
En la edad moderna la filosofía Occidental se elaboró entre el empirismo inglés y
racionalismo del Continente. Y en el XX se originaron unas corrientes de pensamiento
próximas al personalismo, fenomenologismo y al existencialismo historicista.
No se trata de abandonar el pensamiento clásico aristotélico-tomista, sino de aceptar
que éste puede enriquecerse con otros sistemas de pensamiento. No existe, como tal,
una única filosofía; todas son incompletas, pero es preciso eliminar cualquier sospecha
contra la razón, porque el Lógos divino revelado necesita de la interpretación del lógos
humano. Posiblemente, en esta clave ha de ser interpretado el esfuerzo intelectual y
magisterial del papa Benedicto XVI.
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