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Transcript
DEL CRECIMIENTO AL DESARROLLO ECONÓMICO
RESUMEN
En el siguiente texto indagaremos sobre la necesidad que poseen los países
periféricos o semi periféricos, como es el caso de Argentina, de transitar del crecimiento al
desarrollo económico. Nuestro país ha pasado por muchas etapas de crecimiento
económico pero nunca lo ha podido transformar en desarrollo. Durante los gobiernos de
orientación liberal, en los siglos XIX y XX, Argentina solía lograr un crecimiento económico
coyuntural, vinculado a los altos precios de las materias primas, al endeudamiento
externo, a las altas tasas de interés, a los capitales externos golondrinas y a las
privatizaciones, que no se transformaba en el bienestar de la mayoría de la población. El
modelo liberal enfocado en la exportación de materias primas, nunca llegó a consolidar la
producción industrial, el empleo, el consumo, tan relevantes para el fortalecimiento del
mercado interno y el bienestar social general. Igualmente, los gobiernos populares del
siglo XX y XXI han transitado por períodos de crecimiento económico pero, a diferencia de
los gobiernos liberales, con valores aceptables de inclusión social. Empero, como también
le ha sucedido a los gobiernos de índole liberal siempre se han topado con el freno
impuesto por la restricción externa. En el caso de los gobiernos populares, no han podido
completar el desarrollo industrial que hubiera posibilitado diversificar la matriz productiva
para lograr un crecimiento sostenido y así sortear la escasez de divisas. El presente trabajo
tiene por objetivo insistir en el principal problema de la historia economía argentina: el
subdesarrollo. Pues, es imposible logar un crecimiento económico con inclusión social sin
una base de desarrollo económico que lo pueda sustentar en el tiempo.
Palabras claves: Crecimiento/Desarrollo/Subdesarrollo/Geopolítica/globalización/Estado.
El subdesarrollo
Nuestro principal objetivo es resaltar que el principal problema del subdesarrollo
económico argentino (al igual que el de la mayoría de los países de la región) es de
carácter estructural. La historia demuestra que los incipientes Estados-nación, nacidos a
mediados del siglo XIX, surgieron al calor de un modelo económico liberal de índole
agroexportador (valga la redundancia). Aquí tenemos la mancha de origen, que promovió
la dependencia económica en el contexto de la división internacional del trabajo. La
relación comercial con el mundo se basó en la exportación de materias primas
agropecuarias y la importación de productos industriales que no producía el país. La
fragilidad del modelo, que no estaba enfocado hacia el desarrollo del mercado interno,
tuvo su punto culminante con el lamentable Pacto Roca-Runciman firmado en 1933 entre
representantes de Argentina y Gran Bretaña. Aquí Argentina demuestra la crónica
dependencia política-económica que implicaba el sistema liberal agroexportador. Si Gran
Bretaña, principal comprador de carne de Argentina, decidía por algún motivo (Pacto de
Otawa de 1932) no hacerlo más, la economía de nuestro país se derrumbaba por
completo. Como esto sucedió, tuvo lugar la desesperada firma del Pacto, que pone en
1
cuestión las diferencias que existen entre el crecimiento y el desarrollo. Si la economía
está basaba en la exportación de materias primas es imposible pasar del crecimiento al
desarrollo económico. Pues, más temprano que tarde, el crecimiento se detiene por
causas exógenas (baja de precios internacionales de las materias primas y excesivo
endeudamiento externo para poder pagar importaciones) y endógenas (debilidad del
mercado interno para sostener el nivel de producción, empleo y consumo).
Demostraremos con un ejemplo histórico (principios del siglo XX) la fragilidad
económica y social del modelo agroexportador. Panettieri (1983) saca a la luz las críticas
de los principales diarios de la época, La Nación y La Prensa, sobre el exagerado
optimismo de la bonanza coyuntural del modelo: en 1906 la Caja de Conversión
(predecesora del Banco Central) había acumulado 100 millones de pesos oro. Según el
diario La Nación (1906):
[La acumulación de divisas] no la debemos a la sabiduría de nuestros hombres de
Estado, sino, pura y exclusivamente a la divina providencia, que nos ha prodigado
sus favores dándonos abundantísimas cosechas y precios remunerativos para todos
nuestros productos, a pesar de todos los despilfarros y desórdenes económicos y
financieros que han caracterizado a nuestros gobiernos (La Nación, 1906:88).
Y el diario La Prensa (1906) expresaba:
La agricultura y la ganadería, en franco progreso, han disfrutado de los beneficios
de una serie de años excepcionales favorables de los mercados de consumo, en cuyo
fenómeno influyeron las guerras de Sudáfrica y la ruso-japonesa […] Si la situación
del país fuese sana y sólida, el pueblo argentino en este período su mayor
producción lucrativa debiera ser una jauja y gozar de un bienestar amplio sin
sombras. La fortuna distribuida en relación al capital y al esfuerzo personal del
obrero, debiera causar satisfacción y la dicha de todos. No pasan las cosas así
desgraciadamente. Jamás nos perturbaron más que hoy los problemas sociales, cuyo
origen radica en los conflictos económicos. Si la tierra produce maravillosamente y si
el trabajo de los campos trae del extranjero ingentes suma de oro amonedado,
lógico es atribuir el malestar a los errores de los muchos que manejan la nación […]
(La Prensa, 1906:89-90).
De los relatos críticos de los diarios La Nación y La Prensa podemos deducir algunas
cosas. El aumento de las reservas (oro) estaba vinculado a factores externos de la política
gubernamental. Los podríamos relacionar como los denomina el diario La Nación al
milagro de la divina providencia: condiciones climáticas favorables que posibilitaron
buenas cosechas, conflictos bélicos en otros continentes que disminuyeron la producción
de alimentos y un aumento de los precios internacionales de los productos agropecuarios
ocasionados por la disminución de la oferta mundial. La crítica periodística va dirigida al
derroche gubernamental de las divisas acumuladas en períodos de abundancia. Para que
un país agroexportador genere divisas depende de una serie de circunstancias externas
(clima, oferta y demanda internacional, precios de las materias primas) que fluctúan con
el correr de los años. Por lo tanto, si el oro generado vía el comercio exterior no es
invertido para diversificar la matriz productiva, la bonaza financiera será pasajera. Es
decir, hasta que las condiciones externas sean desfavorables. Resaltamos el término de
2
bonanza financiera, que no necesariamente se traduce en bienestar económico duradero.
Pues, en el modelo económico agroexportador los que no participan de los principales
usufructos del sistema (terratenientes, comerciantes, importadores y exportadores)
sufren el desempleo y la pobreza. No resulta paradójico, entonces, que durante el
superávit financiero exista un gran malestar en la mayor parte de la población.
Resulta interesante la exposición de Diamand (1992) acerca de la validez de la
teoría de la división internacional del trabajo:
La argumentación que identifica la eficiencia con el principio de ventajas
comparativas, o, lo que es lo mismo, con la óptima división internacional del
trabajo está en el corazón de la economía neoclásica. Esta argumentación podría
tener validez, pero únicamente si se cumplieran varias condiciones simultáneas: a)
que la capacidad exportadora de los rubros de mayores ventajas comparativas
fuera suficiente para proveer todas las divisas necesarias para el desarrollo del
país, teniendo además en cuenta que todo lo que se dejaría de producir por no
cumplir con los promedios de productividad exigidos tendría que pasar a
importarse, y por este solo hecho el país requeriría muchas más divisas que antes;
b) que las actividades con mayores ventajas comparativas pudieses asegurar por sí
solas la ocupación para toda la fuerza laboral del país; c) que al decidirse la
desaparición de una actividad con desventaja comparativa exista la posibilidad real
de reasignar los recursos productivos a otras actividades con mayores ventajas
comparativas, y d) que las actividades que hoy tienen desventajas comparativas
estén condenadas a tenerlas también en el futuro (Diamand, 1992:204).
Ninguna de las condiciones enumeradas por Diamand (1992) fueron aceptables
para el caso de Argentina donde la ventaja comparativa residía en la producción y
exportación de materias primas. Pensamos, en oposición, que el desarrollo económico
consiste en lograr una matriz productiva diversificada que pueda sostener a largo plazo el
bienestar general de la población. En este sentido, es fundamental el rol activo del Estado
para sostener programas productivos y financieros que permitan obtener amplios
márgenes de soberanía política y económica con respecto a los intereses sectoriales del
mercado. El Estado debe promover las actividades industriales estratégicas, ya sea, para
sustituir importaciones o para ganar nuevos mercados con productos de vanguardia. En
cuanto al desarrollo industrial Diamand (1992:206) apunta:
Lo importante es que se trata de un proceso de acumulación de capital, de
organización y de tecnología que empieza siempre con desventajas comparativas
frente a los sectores primarios, a los que solo supera a través de la industrialización
misma. Exigir como una precondición que cuente con ventajas comparativas
significa de hecho impedir que este proceso se opere (Diamand, 1992:206).
Las desventajas comparativas del sector industrial solo se sortea con más y
mejores industrias. Es decir, con inversión y reinversión en actividades manufactureras,
con financiamiento estatal al desarrollo de ciencia y tecnología, con créditos subsidiados
para el sector, con políticas de compre nacional, con la creación de empresas estatales de
envergadura que guíen el proceso de sustitución de importaciones y generen nuevos
mercados para la exportación de productos de vanguardia internacional.
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Hacia mediados del siglo XX surge, desde una visión periférica (América Latina),
una nueva corriente académica de pensamiento económico que considera los problemas
del subdesarrollo a partir de los intereses de los pueblos que lo padecen. Estamos
hablando del estructuralismo. De Santis (2014) comenta:
El estructuralismo modificó el modelo ortodoxo de crecimiento en diversos
aspectos. En el plano macroeconómico fue el de prestar especial atención a la
limitación impuesta por la disponibilidad de divisas de los países subdesarrollados. El
acceso a las divisas más que el ahorro interno es el factor determinante del
crecimiento económico en los países de la periferia. En estos países, las
exportaciones son poco diversificadas y predominantemente de origen primario y,
por ende, los ingresos derivados de éstas, insuficientes para comprar las
importaciones necesarias para el crecimiento. Seguir los lineamientos clásicos del
comercio libre con especialización en los productos primarios sería menos eficiente
que desarrollar un sector manufacturero interno. La estrategia de industrialización
traería consigo la incorporación de tecnología nativa y capacitación de la fuerza
laboral, además de conseguir un desarrollo independiente y evitar el deterioro en
los términos de intercambio…El Estado debe planificar, gobernar la acumulación de
capital y dirigir la inversión productiva tanto en infraestructura como en grandes
proyectos industriales. El estructuralismo es una teoría latinoamericana de
desarrollo a largo plazo, pero que también dio respuesta a problemas de corto
plazo, como la inflación, enfoque en el cual se distanció de la doctrina neoliberalmonetarista que propugna la disminución de la emisión monetaria. Para los
estructuralistas, la reducción de la demanda inducirá reducciones primordialmente
en el producto y no en los precios (De Santis, 2014:35-36).
Antes de continuar con el debate por el desarrollo entre las doctrinas económicas
estructuralista y neoliberal, deberíamos realizar una breve aclaración de índole semántica
que será de gran utilidad para verificar la preferencia del Poder: grandes corporaciones
económicas, financieras y mediáticas. El estructuralismo posee un pensamiento
económico “heterodoxo”, término de origen griego que significada “otro”, (opinión)
“diferente”. En cambio, al pensamiento económico neoliberal se lo define como
“ortodoxo”, cuya etimología significa “correcto”, (opinión) “recta”. Entonces, el
neoliberalismo sería la opinión o creencia tenida por correcta y verdadera; en oposición a
la heterodoxia, tenida por falsa, en ambos casos desde la perspectiva de la autoridad del
Poder, que define qué ideas o prácticas son admitidas por el establishment.
La doctrina económica estructuralista focaliza el problema del subdesarrollo en la
cuestión deficitaria de la balanza de pagos (déficit externo), mucho más que en el
problema del déficit fiscal (gasto público), la estabilidad de precios (inflación) y el tipo de
cambio (devaluación). Pues, el ajuste fiscal y una brusca devaluación ocasionan una
disminución de la demanda, que achica el sistema productivo y puede producir un
estancamiento de la economía con inflación. Lo cual, causaría un aumento del desempleo
y un empeoramiento de las condiciones de vida de los sectores trabajadores.
4
Restricción externa
La restricción externa (escasez de divisas) es un problema estructural de la
economía nacional. Siempre estuvo presente, salvo cortos períodos de abundancia de
reservas. El fenómeno es recurrente, retorna una y otra vez, lo cual impide transformar el
crecimiento económico en verdadero desarrollo. En este sentido, es muy interesante la
narración de Scaletta (2014a):
[…] En “El péndulo argentino ¿hasta cuándo?”, un texto de absoluta
actualidad a pesar de que fue escrito hace casi tres décadas, dato que lo ratifica
como clásico, Diamand explicó las razones que conducen a este agotamiento, tanto
bajo lo que denominaba la “corriente popular”, la que el kirchnerismo representa en
esencia, como bajo la ortodoxia neoliberal […] El punto central es que en ambos
extremos del movimiento pendular, aunque con distinto costo para los trabajadores
en el trayecto, se encuentra el agotamiento de las reservas. Ambas corrientes, por
distintas razones, encuentran un problema en el sostenimiento de largo plazo. El
desafío para cualquier hacedor de política, entonces, es cómo evitar la redundancia
de estos ciclos.
Siguiendo la perspectiva de Diamand, entonces, el estadio actual del péndulo se
ubicaría sobre el fin del ciclo de la “corriente popular”. Los objetivos principales de
esta corriente, el crecimiento, conducido por la demanda, y el aumento del empleo
y el nivel de salarios, se cumplieron durante la última década. Ya son un haber de la
actual administración. Si bien en toda América latina el proceso puede relacionarse
con la mejora en los términos del intercambio, en el país existió también una
voluntad de ir más allá en políticas activas, lo que se manifestó en tasas de
crecimiento más altas que en el resto de la región y, también en salarios en dólares
más elevados. La puja distributiva generada motorizó lo que Diamand, empresario al
fin, llamaba “excesos sindicales” y la consiguiente inflación.
El problema de largo plazo no reside, sin embargo, en esta puja distributiva, sino
en la ampliamente citada Estructura Productiva Desequilibrada, con diferentes
productividades entre agro e industria, que tras períodos de crecimiento sostenido
conducen al estrangulamiento de divisas. La sustentabilidad de largo plazo de la
corriente popular demandaba combatir este problema desde el minuto uno del
modelo, estructuralmente con la sustitución de importaciones vía la integración de
cadenas industriales y aumento de las exportaciones y coyunturalmente con
ingresos de capitales en todas sus formas.
No fue así como sucedieron las cosas. El crecimiento industrial de la post
convertibilidad fue, en una primera etapa, esencialmente cuantitativo sobre la base
del uso de factores productivos ociosos. Aunque luego de esta recuperación se
registró un aumento de la inversión, faltó integración de las cadenas de valor.
Además, tras la cesación de pagos del fin de la convertibilidad y la reestructuración
de la deuda, el flujo de capitales fue negativo. A ello se sumaron las remesas de
utilidades consecuencia de la extranjerización de los ’90 y, ya sobre el fin de la
década, el déficit, energético […]
Regresando a los escenarios pendulares descriptos por Diamand, el ajuste parece
inevitable. Las alternativas inmediatas podrían ser dos. Un reacomodamiento
moderado realizado por la actual administración, que quizá ya comenzó, con
búsqueda del financiamiento externo que permita impulsar la demanda, por
ejemplo, no restringiendo importaciones, o llevar el modelo al límite, dejando que el
freno de la economía agote las reservas y dejando el terreno libre para que la
administración post 2015 pueda legitimar un ajuste ortodoxo clásico, con culpas “al
5
populismo y la heterodoxia”, acuerdo con organismos internacionales, deuda al
viejo estilo, fuerte devaluación y baja de salarios (Scaletta, 2014a).
En primer lugar, tendríamos que reafirmar que durante los gobiernos populares los
trabajadores la han pasado mucho mejor que durante los gobiernos neoliberales. Esto no
es algo menor. Si ambas administraciones han desembocado en la clásica restricción
externa habría que buscar una solución sustentable al problema sin descuidar el bienestar
de la clase trabajadora. Aunque Diamand no culpa a la puja distributiva entre trabajadores
y empresarios como el primordial problema a largo plazo, muestra su faceta de
empresario al relacionar directamente a las conquistas sindicales (“excesos”) con la
inflación, sin mencionar el traslado del aumento salarial a los precios por parte de los
empresarios. Diamand sostiene acertadamente que la Estructura Productiva
Desequilibrada es la base del subdesarrollo argentino. Por lo tanto, la principal solución al
desequilibrio productivo consiste en incrementar la productividad industrial. La actividad
agropecuaria ya cuenta con ventajas comparativas con respecto a otras regiones del
mundo. Entonces, necesitamos fomentar el desarrollo industrial y tecnológico para
fortalecer el mercado interno (demanda), sustituir importaciones y exportar manufacturas
con la mayor cantidad posible de valor agregado. Solo deberíamos recurrir al crédito
externo para importar los bienes que necesitamos para sostener y hacer crecer a la
actividad industrial (especialmente los sectores de mano de obra intensiva) y realizar las
obras de infraestructuras que nos permitan generar una balanza comercial altamente
positiva, y así poder solucionar el inconveniente estructural del agotamiento de divisas.
Si no apostamos al desarrollo volvemos a la “solución” mágica de siempre: el
ajuste vía una significativa devaluación. Por un período corto de tiempo despejamos el
“cuello de botella externo” (por la fuerte caída de las importaciones) aunque a un costo
social altísimo (caía de la demanda, desempleo, aumento de la pobreza, conflictos
sindicales). Cuando los trabajadores con el tiempo logran recomponer sus salarios a través
de conquistas políticas y sindicales, sin que el gobierno haya equilibrado la estructura
productiva, volvemos al mismo problema de siempre.
No obstante, la solución imaginaria a la escasez de divisas a través del
endeudamiento externo siempre vuelve a resurgir ante el recurrente problema de la
restricción externa. Sería muy bueno recordar la opinión que se le atribuye al patriota
Mariano Moreno frente al proyecto de creación del Banco Nacional en reemplazo del
Banco de Descuentos en el año 1825:
Los autores del proyecto del banco no podían ignorar que no había en el país ni la
mitad de metálico necesario para cubrir las acciones […] Introducirlo del exterior no
era un arbitrio suficiente para conservarlo dentro pues nada puede contener la
corriente irresistible que lleva el dinero de un país sin industria al que la tiene; y tan
quimera idea está ya desterrada de la imaginación de todos los economistas
(Moreno?, 1825).
Pareciera ser que la idea de pedir préstamos al exterior para cubrir la falta de
divisas no es una idea desterrada por todos los economistas. Sigue siendo uno de los
pilares fundamentales de la teoría económica ortodoxa de los países periféricos. Ya en
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1825 los economistas realistas y conscientes de la condición de subdesarrollo del Estado
nacional preveían que la solución no era el endeudamiento. Un país sin industria, es decir,
agroexportador nunca podrá responder estructuralmente al inconveniente de la
restricción externa si en primer término no cambia la matriz productiva. Empero, estamos
en el siglo XXI y todavía insistimos con las recetas quiméricas.
Camino al desarrollo
El camino hacia un desarrollo económico que sea capaz de proporcionar impulso y
fortaleza a la estructura productiva del mercado interno y generar exportaciones con
mayor valor agregado, depende de una serie de factores fundamentales. Por ejemplo, del
financiamiento. Sacaletta (2015a) expone:
La pregunta fundamental es si el actual sistema financiero puede ser quien
financie el desarrollo […]
En las últimas tres décadas […] se produjo una transición desde los préstamos a
las empresas para la producción a los préstamos a las personas para el consumo.
En términos generales, el camino seguido por el sistema financiero local no fue
distinto del transitado por el resto del mundo. Librados al mercado y sin ninguna
otra regulación, los bancos en tanto empresas buscaron los nichos de mayores
ganancias y menor riesgo.
Todos los países de industrialización tardía siguieron recetas heterodoxas. Corea
del Sur nacionalizó su banca. India no lo hizo al principio, pero debió hacerlo ante el
fracaso del sistema de mercado. En China el Estado controla prácticamente la
totalidad del crédito. En el mercado local, la nacionalización de la banca no está en
la agenda [política]. No forma parte del debate político. Sin embargo, el mercado
demostró con hechos que si no son obligados por el Estado, como comenzó a ocurrir
tras la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, los bancos prefieren no
prestarle a la producción. No lo hacen por razones estrictamente económicas; es
más riesgoso y menos rentable. La conclusión preliminar es que, si se quiere
financiar un proceso de desarrollo, será necesaria una intervención más activa del
Estado. También que la orientación de recursos crediticios debería contar
previamente con un plan de desarrollo, algo inexistente hasta el presente. Si tal plan
existiese, no es necesario recurrir indefectiblemente a una nacionalización completa
de la banca, pero sí debería profundizarse el rol de la banca pública. Un paso posible
sería la creación de un Banco de Desarrollo siguiendo las mejores experiencias
regionales, como el caso del Bndes brasileño, y descartando las malas experiencias
locales, como fue el caso del Banade (Scaletta, 2015a).
Por lo tanto, el gobierno debería orientar el crédito hacia los sectores productivos
estratégicos, que generan mayor valor agregado y/o de mano de obra intensiva, al mismo
tiempo que financiar vía el tesoro nacional las obras de infraestructura necesarias para
que la economía argentina sea más competitiva y emancipada. En este sentido, sería
conveniente lograr el autoabastecimiento energético y aumentar el transporte de cargas
por vía ferroviaria. No hablamos de devaluación, la mágica receta para generar
competitividad y “desarrollo”. Ningún país en la historia de la humanidad ha pasado a
pertenecer al club privilegiado de las naciones desarrolladas a través de un plan
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económico basado en el ajuste y la devaluación monetaria. Entonces, ¿por qué el Fondo
Monetario Internacional y las usinas de pensamiento económico ortodoxo insisten con la
misma fórmula? Por lo pronto, resulta bastante sospechoso.
Sería bueno analizar el discurso realizado por el Presidente Juan Domingo Perón
ante la Cámara de Senadores de la República Argentina el 1 de mayo de 1954, en
referencia a la necesidad de lograr la soberanía energética:
[…] El déficit de petróleo argentino ha sido un permanente factor negativo en la
negociación de nuestras carnes, ya que Gran Bretaña, con todo derecho, solo nos
vendía petróleo según su propia necesidad de carne. ¡Los negociadores británicos
siempre han sabido que el pueblo inglés, como cualquier otro pueblo puede vivir sin
carne! ¡Pero que ningún país puede desarrollarse sin petróleo! […] Cada cuatro
dólares que gastamos en importaciones, uno debemos dedicarlo a la adquisición de
combustibles. Preferiríamos gastarlo en la creación de nuestra industria pesada,
centro de gravedad de nuestros planes industriales […] El gobierno ha llegado a la
conclusión de que es necesario extraer rápidamente todo el petróleo de nuestro
subsuelo, por cualquier medio que pueda ser conciliado con la Constitución que
nosotros mismo propusimos a la aprobación del pueblo, y que nos asegura la
propiedad del petróleo y su comercialización en el mercado interno o en el
internacional […] La Nación Argentina emplea la mitad del valor de sus
exportaciones para adquirir hierro y sus derivados, inclusive maquinarias, y para
comprar los combustibles que tiene reservados en razón de un falso nacionalismo
que no termino de entender […] ¡como no he comprendido jamás a los que se
mueren de hambre con la caja fuerte llena de dinero! (Malgesini y Álvarez, 1983:7475).
Los conceptos del General Perón hacen referencia al problema estructural de
nuestro país: pasar del crecimiento al desarrollo económico. El déficit petrolero de
principios de la década de 1950 atentaba contra el progreso industrial. Las naciones
industrializadas pueden subsistir con escasez de carne vacuna pero no con falta de
petróleo. Perón propone lograr el autoabastecimiento energético a través de un contrato
de explotación con una empresa norteamericana. De esta forma, una vez alcanzado el
objetico se liberarían los dólares utilizados para la importación de petróleo, y se
emplearían para importar equipamiento y tecnología para la creación de la industria
pesada. Aquí advertimos la clave del modelo económico peronista que pretende utilizar
las divisas del Banco Central (el ahorro de la nación) para completar el desarrollo
industrial. El propósito no era utilizar las reservas para pagar las importaciones de la
mayoría de los productos industriales que no se fabricaban en el país, como lo hicieron
todos los gobiernos liberales que le precedieron y le sucedieron. Muy por el contrario, el
proyecto era crear la industria pesada para conseguir sustituir la mayor cantidad de
manufacturas importadas. Los gobiernos liberales no pretenden terminar con la
dependencia económica y financiera que tenemos con los países centrales. La ideología
liberal agroexportadora siempre estará subordinada al neocolonialismo económico. Este
modelo productivo para un país como Argentina, con más de 40 millones de habitantes y
con una posición geopolítica periférica (analizaremos en el próximo apartado la
importancia del status geopolítico en la economía), lo condena a constantes crisis
económicas, financieras y sociales.
8
Encontramos un paralelismo entre la escasez de combustible que frena el
desarrollo económico en la década de 1950 y la crisis del sector energético que ha sufrido
Argentina en los últimos años. La reestatización de YPF en el año 2012 y la puesta en
marcha de la explotación del yacimiento de combustible no convencional de Vaca Muerta
en asociación con la empresa estadounidense Chevron, están en la misma senda
desarrollista de la segunda presidencia del general Perón.
En la actualidad, la economía mundial está sufriendo una crisis originada,
principalmente, por problemas de demanda. Esto se ve reflejado en el escaso crecimiento
del comercio mundial. Reparemos en el informe de la Unctad (Organización para el
Comercio y el Desarrollo de las Naciones Unidas) transcripto por Zait (2015):
[…] El comercio internacional no se ha desacelerado o casi estancado a causa de
mayores barreras al comercio o de problemas de la oferta, sino que su lento
crecimiento es el resultado de la débil demanda mundial. No ha sido necesario
establecer barreras de proteccionismo para blindar a las economías de la inundación
de productos importados. El derrumbe del modelo financiero basado en las
exportaciones lo hizo en la práctica. Esto demuestra que ya no se trata solo de una
crisis financiera, sino que es una crisis estructural que involucra a toda la economía
mundial. En ese contexto, señala que estimular las exportaciones mediante
reducciones salariales y/o una “devaluación interna” sería inútil o incluso
contraproducente, en especial si son varios socios comerciales los que persiguen esa
estrategia al mismo tiempo. “La mejor manera de expandir el comercio mundial es
mediante una sólida recuperación de la producción a nivel nacional impulsada por la
demanda interna. El cambio estructural debe apelar a una nueva estrategia de
crecimiento que favorezca el desarrollo interno y apele al factor más clave y central
(y que es el más olvidado en las cumbres, debates y análisis de la situación actual),
que es la creación de empleo”. El documento destaca que a diferencia del
crecimiento impulsado por las exportaciones, las estrategias de demanda dirigidas
pueden ser realizadas por todos los países al mismo tiempo y sin efectos de
empobrecer al vecino. Si muchos países en desarrollo logran coordinadamente
ampliar su demanda interna, sus economías podrían convertirse en los mercados de
la otra y estimular el comercio regional. Por lo tanto, cambiar el enfoque de las
estrategias de desarrollo de los mercados internos no significa minimizar la
importancia del papel de las exportaciones. Indica que el fomento de la capacidad
adquisitiva de la población es un elemento clave (Zait, 2015).
En resumidas cuantas, la economía mundial necesita cambiar hacia un paradigma
heterodoxo que fomente un aumento general de la demanda. No hay demanda si hay un
fortalecimiento del mercado doméstico. Para que haya un mercado interno consolidado
se necesita impulsar el pleno empleo y que los salarios no pierdan la capacidad de
compra. Asimismo, el crédito y las inversiones deben estar direccionados hacia
emprendimientos productivos. Si los Estados nacionales no coordinan con el sector
privado políticas de crecimiento con inclusión social será muy difícil incrementar la
demanda global y así aumentar sustancialmente el comercio mundial. El fortalecimiento
del crecimiento endógeno de los países no solo beneficiará a sus residentes sino también
a los socios comerciales. Pues, el apalancamiento del mercado interno beneficia tanto a
las exportaciones como a las importaciones. Una vez logrado el incremento de los
intercambios comerciales sería conveniente que los Estados nacionales y las
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organizaciones supranacionales coordinen políticas para desarrollar un comercio que
beneficie a todos los Estados intervinientes, evitando los desequilibrios de las balanzas
comerciales.
La geopolítica cuenta
El crecimiento de la economía argentina a través de una matriz productiva poco
diversificada desemboca siempre en el problema de la restricción externa. A ello hay que
agregarle la dificultad para financiar el déficit de cuenta corriente, que impide seguir por
la senda del crecimiento económico y transformarlo con inclusión social en desarrollo. La
explicación de este inconveniente habría que orientarla, también, en la cuestión
geopolítica. Ya que, Argentina no posee una posición de privilegio en la constelación del
Poder internacional, como así sucede, por ejemplo, con otros países: Australia, Corea del
Sur, Canadá. Scaletta (2014b) comenta:
Un trabajo presentado recientemente en la Universidad Nacional de Moreno por
los economistas Eduardo Crespo y Nicolás Bertholet, “El desarrollo económico de
Argentina, Australia y Canadá a la luz del contexto internacional”, destaca que los
últimos dos países pertenecen a la órbita anglosajona en general y al
Commonwealth en particular. Hasta la Segunda Guerra fueron socios privilegiados
del imperio británico y en el presente, un dato significativo más, son parte del
sistema de seguridad planetaria liderado por Estados Unidos. “Este rol dentro del
sistema interestatal, señalan los autores, les garantiza condiciones financieras y
militares muy distintas a las que debe afrontar un país en la posición geopolítica de
Argentina. Pertenecer tiene sus privilegios también en materia de desarrollo
económico.”
Las consecuencias económicas de esta pertenencia son especialmente
comprensibles desde la perspectiva local: se trata de países que no tienen
problemas de balanza de pagos. Australia, por ejemplo, tiene déficit de cuenta
corriente desde la década del ’60. Solo tuvo un breve superávit de un trienio
durante los ’70 y jamás tuvo problema para financiarlo. El caso de Canadá no es tan
marcado, pero también tuvo largos períodos de déficit durante la etapa. Se trata de
situaciones similares a las de Estados Unidos, con déficit externo permanente desde
los ’80 o del Reino Unido también en déficit crónico desde entonces. Estos países
pueden darse este lujo porque, en distinta medida, son emisores de moneda
internacional y sus títulos de deuda se colocan fácilmente en los mercados, no
precisamente por el estado de sus [variables económicas] “fundamentales” o sus
instituciones, sino por su posición relativa en el escenario global. En concreto, en el
ranking de monedas utilizadas como reservas internacionales por los bancos
centrales de todo el mundo, el dólar canadiense ocupa el quinto lugar y el
australiano el sexto. En cuanto a su uso en el comercio mundial, la moneda
australiana ocupa el quinto lugar y la canadiense, el séptimo (Scaletta, 2014b).
El cambio de la política económica de Corea del Sur que permitió el tránsito de una
estructura productiva y exportadora de materias primas, a otra basada en la elaboración y
exportación de bienes industriales, estuvo también acompañada por el contexto
geopolítico de la Guerra Fría. Estados Unidos, luego de la Segunda Guerra Mundial
consideró a Corea del Sur un importante aliado en contra de la expansión asiática del
10
comunismo. Por lo tanto, la nación coreana gracias a la ayuda de los estadounidenses
pudo sortera la restricción externa y así lograr el desarrollo de la incipiente industria.
Toussaint (2014) expresa:
Entre 1945 y 1961, Corea no se endeudó ni recibió inversiones extranjeras […] En
cambio, durante el mismo período, recibió en forma de donaciones de los Estados
Unidos más de 3.100 millones de dólares […] El monto es considerable: es más del
doble de lo que el trío Bélgica-Luxemburgo-Países Bajos recibió durante el Plan
Marshall, un tercio más de lo que recibió Francia, un 10 % más que el Reino Unido.
Las donaciones recibidas por Corea entre 1945 y 1961 son superiores al total de los
préstamos otorgados por el Banco Mundial al conjunto de los países en desarrollo
que han logrado su independencia (excluidas las colonias). A partir de 1962, Corea
se endeudó, pero modestamente. Entre 1962 y 1966, las donaciones de los Estados
Unidos constituían aún el 70 % del total de capitales ingresados al país,
representando los préstamos el 28 % y las inversiones extranjeras el 2 %. Fue a
partir de 1967 que los ingresos de capitales tomaron principalmente la forma de
préstamos de bancos extranjeros, en su mayoría japoneses. Y las inversiones
extranjeras no fueron importantes hasta finales de los años ochenta, cuando Corea
ya había logrado su industrialización.
No hay manera, entonces, de asociar a la reciente industrialización de Corea del
Sur con un milagro. Las suculentas donaciones estadounidenses permitieron al país
asiático disipar el inconveniente del déficit de cuenta corriente e iniciar un proceso de
industrialización sin interrupciones. Posteriormente, los préstamos bancarios, las
inversiones extranjeras directas, la apertura de los mercados a sus productos industrialestecnológicos y la “vista gorda” de las potencias occidentales a sus políticas comerciales
restrictivas, posibilitaron continuar el círculo virtuoso del crecimiento industrial
planificado estratégicamente por el Estado. Seguimos analizando la situación geopolítica y
el nivel de desarrollo en el siguiente estudio:
[…] Siguiendo una reciente investigación de Daniel Schteingart y Diego Coatz
publicada en el Boletín Informativo Techint N349: “¿Qué modelo de desarrollo para
la Argentina?”. La pregunta supone indagar si efectivamente existe tal modelo
cuando en realidad se trata de procesos fuertemente idiosincráticos signados por
contextos geopolíticos […] El trabajo agrupa en un cuadro a 61 países que
representan el 95 por ciento del PIB mundial en base a la combinación de dos
factores principales: el contenido tecnológico de las exportaciones, en el eje vertical,
y las capacidades de innovación tecnológica, en el eje horizontal. De la combinación
surgen cuatro cuadrantes: al suroeste (SO) se encuentran los países no innovadores
primarizados, entre los que se ubican los petroleros y, cerca de uno de los bordes,
Argentina. Al noroeste (NO) los ensambladores, como Filipinas y México. Al sureste
(SE) los innovadores en base a recursos naturales, como Australia, Noruega y Nueva
Zelanda, y el noreste (NE) los innovadores industriales, como Alemania, Japón,
Finlandia, Suecia y Estados Unidos. Luego, cuando estos mismos países se ordenan
en función del Índice de Desarrollo Humano se encuentra que el paraíso debe
buscarse en el este (E) […] [Un caso paradigmático fue] Corea del Sur, que partiendo
del SO llegaron en pocas décadas bien al NE con una decidida planificación estatal y
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una fuerte promoción industrial exportadora, que primero los llevó rápidamente al
cuadrante NO, pero que sobre esta base adquirieron rápidamente capacidades de
innovación tecnológica propia. Pero con un dato normalmente omitido; durante las
dos largas décadas de su expansión industrialista más fuerte Corea del Sur registró
déficit de cuenta corriente, un déficit que su situación geopolítica evitó se
transforme en restricción externa. Aquí fue clave el rol asignado a la nación asiática
en el contexto de la Guerra Fría. El caso australiano es similar. Si bien Australia se
mantuvo siempre en el cuadrante SE, logró desplazarse significativamente hacia el E
sobre la base del desarrollo de la complementariedad y el eslabonamiento con su
sector primario y, en particular, a pesar de su constante déficit de cuenta corriente,
situación que primero su pertenencia al Commonwealth y después al contexto
geopolítico de la Guerra Fría le permitieron superar. China, en tanto, siguió una
trayectoria similar a la de Corea del Sur, pero con un delay de 15 años y sumando la
potencia negociadora con la inversión extranjera directa en su gigantesco mercado
interno […] (Scaletta, 2015b).
La ayuda financiera de los Estados Unidos no solo fue dirigida hacia Corea del Sur,
sino también hacia Hong Kong, Taiwán y Singapur. Los cuatro países conforman el
colectivo denominado “tigres asiáticos”. Todos comparten el eje geopolítico
estadounidense: la lucha contra el comunismo. Tanto los Estados Unidos como Europa
occidental y Japón han estimulado, en aquellas naciones, el desarrollo de un capitalismo
industrial con fuerte participación del Estado. Los “tigres asiáticos” han regulado el tipo de
cambio, han promovido el desarrollo de nuevas actividades industriales, han formado
grandes empresa estatales, han restringido la fuga de capitales y han favorecido el compre
nacional (De Santis, 2014). Las medidas económicas implementadas estaban en contra de
las recetas globales impartidas por el FMI. Empero, en estos casos había algo más
importante que el cambio de rumbo económico de algunos países periféricos, estaba en
juego la supervivencia de la hegemonía capitalista ante la insistente amenaza del
socialismo.
La geopolítica es, entonces, un factor a tener en cuanta cuando estudiamos los
procesos económicos. Si observamos como votaron algunos países en la Asamblea
General de la ONU, ante el proyecto impulsado por el gobierno argentino que
recomendaba una serie de principios básicos sobre los procesos de reestructuración de la
deuda soberana, es posible comprobar la coherencia histórica y geopolítica de estos
Estados. Estados Unidos, Inglaterra y Canadá votaron en contra. Mientras que Australia y
Corea del Sur se abstuvieron. Recordamos que la propuesta nacional, aprobada por
amplia mayoría, empodera a los Estados nacionales frente al asedio de los grandes fondos
(buitres) de inversión que especulan sobre la deuda soberana de los países. El imperio del
siglo XIX en manos de Inglaterra y el actual encabezado por los Estados Unidos, siguen
marcando la agenda geopolítica y económica de sus países aliados.
Gracias al status de imperio, los Estados Unidos pueden obtener grandes
beneficios económicos y financieros. Por ejemplo, el dólar es la moneda más importante
del mundo. Es utilizada como medio de pago, de ahorro, de reserva y de inversión a nivel
planetario. Lo cual implica que los norteamericanos pueden financiar sus déficits fiscales y
de balanza de pagos con gran facilidad: ya sea emitiendo deuda soberana a baja tasa de
interés o expandiendo la base monetaria sin mayores peligros inflacionarios. Por lo tanto,
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al no tener problemas de financiamiento, el gobierno puede orientar el crédito hacia las
inversiones que puedan derivar en bienes y servicios innovadores y permanecer a la
vanguardia de la industria y la tecnología a nivel mundial. Los desarrollos científicos y
tecnológicos poseen así una gran cantidad de recursos financieros para fortalecer la
primacía de los Estado Unidos en cuanto a las innovaciones y patentes que permiten ser
exportadas hacia todo el mundo. Cuando la gente se pregunta ¿por qué Estados Unidos
trata de inmiscuirse en los temas estratégicos de las naciones a lo largo y a lo ancho del
planeta?, debiéramos responder por necesidad imperial. Si Estados Unidos dejaría de
ejercer su poder imperial, a través de las armas, los medios masivos de comunicación, las
embajadas, las corporaciones industriales y financieras, los organismos internacionales de
crédito, perdería su posición hegemónica y disminuirían los privilegios económicos y
financieros que le permiten vivir con bienestar. Por lo tanto, la única razón de seguir
siendo imperio está relacionada con la supervivencia como potencia global. O sigue
avanzando en todos los frentes u otro imperio lo reemplazará. Es una cuestión de vida o
muerte en términos imperiales. Y si perece el imperio, con él mueren todos los privilegios
y monopolios. Para decirlo de una forma coloquial: mientras sea un imperio, por ejemplo,
puede vivir de prestado sin que la deuda sea un problema. Ya que tiene la máquina de
hacer dinero y el dólar posee una aceptación planetaria. Es decir, tiene el monopolio de la
fabricación del dinero de uso global.
Aunque nuestro país no tenga una situación geopolítica de privilegio puede hacerla
valer con los aliados comerciales estratégicos. Es más, ya lo está haciendo con la República
Popular China a través de convenios bilaterales, de los cuales se destaca el intercambio de
divisas (swaps de monedas) entre los dos bancos centrales. Como la argentina posee un
intercambio deficitario de bienes y servicios con la República Popular China, el swaps de
monedas le permitirá ahorrar reservas del Banco Central (dólares) en el comercio con
dicho país. Por otra parte, es posible que una vez recibidos los yuanes del swap, sean
cambiados por alguna moneda de reserva en los mercados donde ya cotizan. Por ejemplo,
por yenes en el mercado de Tokio. Y así lograr engrosar con yenes (moneda convertible)
las reservas del Banco Central. El mismo sistema de intercambio de divisas lo podría
implementar Argentina con Brasil, su principal socio comercial, que también en este caso
es deficitario. Es más, sería importante que los países miembros del UNASUR utilicen este
instrumento financiero para el comercio intrarregional y así reforzar la soberanía nacional
y regional frente a la dependencia y hegemonía del dólar estadounidense. La unión de
América Latina debe utilizar el poder geopolítico para avanzar hacia políticas económicas y
financieras concretas (swaps de divisas, Banco del Sur) que permitan desarrollar
solidariamente a los países miembros.
El subdesarrollo, entonces, no tiene nada que ver con asuntos culturales, ni está
determinado por cuestiones geográficas (tamaño de la nación, cantidad de recursos
naturales, número de habitantes), sino que está estrechamente vinculado a las políticas
económicas implementadas y a la situación geopolítica en el contexto del mundo
globalizado. Este factor está, en general, deliberadamente invisibilizado. Las ventajas y
desventajas que derivan de la posición estratégica en la constelación de las naciones
pueden ser clave para poder explicar el desarrollo de Unos y el subdesarrollo de Otros.
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CONCLUSIONES
Finalmente, debemos estudiar los problemas del subdesarrollo a partir de dos
grandes modelos económicos. El neoliberal que promueve la inserción al mundo como un
apéndice del mercado internacional, aprovechando las ventajas comparativas: utilización
intensiva de la mano de obra barata manufacturara y/o la producción agro minera. En
cambio, el modelo desarrollista propone la viabilidad de un proyecto nacional y soberano,
basado en el fortalecimiento del mercado interno a través de la expansión industrial y el
pleno empleo. Lo cual no significa estar aislado del mundo. Empero, la integración debe
implementarse no solo por medio de las ventajas naturales competitivas sino también a
través de productos industriales y tecnológicos. En concordancia con el modelo
desarrollista Ferrer (2007) resalta la importancia del despliegue de los recursos naturales y
financieros propios. Todas las fuerzas productivas y financieras de la nación (ya sean
estatales, privadas o de composición mixta) deben estar subordinadas al proceso de
desarrollo endógeno. “En definitiva, los países se construyen desde adentro hacia afuera,
no a la inversa. Cada cual, tiene la globalización que se merece en virtud de la calidad de
sus respuestas a los desafíos y oportunidades de la globalización. Argentina no es una
excepción” (Ferrer, 2009:37). Aunque, coincidimos con Ferrer (2009) que los países se
construyen desde adentro hacia afuera, nosotros remarcamos en este trabajo la
importancia de la geopolítica imperial en el desarrollo de algunas naciones.
Proporcionamos como ejemplo destacado el papel que desempeñó la Guerra Fría en la
expansión industrial de los países del sudeste asiático.
Por último, si el principal problema de la economía mundial actual está por el lado
de la débil demanda, es imperioso que todas las naciones fortalezcan sus mercados
internos. Es necesario avanzar, desde los Estados nacionales y las organizaciones
supranacionales, hacia un nuevo paradigma económico. Pasar de una globalización de
carácter imperial, dominante, hegemónica, a otra de talante solidaria que fortalezca a
través de políticas económicas heterodoxas (expansión de la demanda) el desarrollo
endógeno de los países.
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