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HISTORIA BREVE DE LA INDUSTRIA VALENCIANA
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: UN PUNTO DE INFLEXIÓN EN LA
HISTORIA DE LA HUMANIDAD
Puede resultar sorprendente, pero el nivel de vida de un europeo medio a finales del
siglo XVIII resultaba mucho más cercano al de un habitante del Imperio Romano, mil
quinientos años atrás, que al del moderno ciudadano de la Unión Europea.
Especialmente en las zonas rurales, las familias europeas de la época de la reina María
Antonieta se encontraban muy lejos del esplendor de Versalles y, con frecuencia,
peligrosamente cerca del mero nivel de subsistencia. Pero a partir de ese momento el
ritmo histórico se aceleró. Bastaron cien años para que la sociedad y la economía
experimentaran cambios de gran envergadura, que transformaron la forma de trabajar de
la mayor parte de la población y sus expectativas vitales. A continuación, las nuevas
condiciones de vida hicieron retroceder la mortalidad epidémica y trajeron consigo una
expansión demográfica sin precedentes: la población europea se dobló entre 1800 y
1900. Entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del siglo XX, primero el
Reino Unido, y después los diversos países del continente, aunque con desigual ritmo y
fortuna, conocieron un fenómeno que marca un antes y un después en la historia de la
humanidad: la Revolución Industrial. En ningún aspecto los cambios se manifestaron
con mayor claridad que en el alza del nivel de vida, ya que desde 1820 a la actualidad la
tasa anual de crecimiento del Producto Interior Bruto por habitante ha sido en Europa
Occidental del 1,5% anual, siete veces superior a la tasa de crecimiento anual estimada
para los quinientos años anteriores, en que sólo alcanzó el 0,2%. El resultado ha sido
una progresión de los niveles de bienestar sin paralelo por su importancia y rapidez en
ninguna etapa histórica precedente.
La expansión del capitalismo comercial en el siglo XVIII y las mejoras en las técnicas
agrícolas, que permitieron aumentar considerablemente la disponibilidad de alimentos,
habían abierto el camino a cambios profundos en la producción en Gran Bretaña.
Comenzaron a explotarse a gran escala combustibles fósiles, como el carbón, y la
energía hidráulica dio paso al vapor como fuerza motriz de las máquinas. Se inventaron
nuevos artefactos mecánicos, principalmente en la industria textil, que permitieron
aumentar la producción con un menor gasto en energía humana, y a la vez el trabajo
humano pasó a organizarse de un modo distinto mediante la implantación del sistema
fabril, que permitió un grado de especialización y división del trabajo desconocido hasta
entonces. Hubo también un cambio cultural importante, a medida que las nuevas
sociedades científicas, creadas al calor de la Ilustración en los principales países
europeos, empezaron a prestar una atención creciente a aquellos descubrimientos que
podían tener una aplicación práctica en la producción dando paso así a esfuerzos
conscientes y sistemáticos orientados a la mejora de las tecnologías existentes.
La producción en masa de productos manufacturados y el surgimiento de una nueva
estructura de clases sociales, en la que los trabajadores asalariados ocupaban un espacio
cada vez mayor en términos cuantitativos, fueron las principales consecuencias de todos
estos cambios.
Al acabar las guerras napoleónicas el Reino Unido disfrutaba de la hegemonía militar y
comercial, lo que le concedía un acceso privilegiado a los mercados de ultramar. En su
interior las industrias textiles, e inmediatamente después las metalúrgicas, se convertían
en protagonistas de cambios revolucionarios. El telar operado mecánicamente,
inventado por Edmund Cartwright a fines del siglo XVIII se introdujo en la industria
algodonera a partir de 1815, y también el telar francés de Jacquard, que se adaptaba a la
energía de vapor y permitiía la confección de tejidos cada vez más complicados. De este
modo, la producción británica de telas de algodón se multiplicó por diez entre 1785 y
1820, y todavía volvió a multiplicarse por cinco entre 1820 y 1850. Mientras tanto la
producción de hierro en lingotes casi dçse decuplicaba entre 1810 y 1830 y volvía a
triplicarse entre 1830 y 1850, a favor del extraordinario impulso generado por la
construcción de los primeros ferrocarriles. A mediados del siglo XIX, la producción
inglesa de lingotes de acero representaba más de la mitad de la producción total mundial
y los grandes industriales metalúrgicos buscaban ya, activamente, mercados extranjeros
donde colocar su producción.
En el continenete europeo, primero Bélgica, luego Francia y Alemania, y después otros
países fueron incoporándose a la industrialización, siempre con un retraso considerable
respecto a Gran Bretaña. España llego tarde a la primera Revolución Industrial, fue un
late comer como país industrial, pero, como ha señalado un distinguido historiador de la
economía española, el profesor Jordi Nadal, ello no se debió a que faltaran iniciativas y
proyectos en épocas relativamente tempranas, sino a que estos fracasaron o sólo se
consolidaron tardiamente, en definitiva, hubo “un intento, abortado en gran parte, de
figurar entre los first comers… el problema básico consistió en la inadaptación del
sistema político y social a las nuevas realidades económicas planteadas después de la
pérdida de las posesiones continentales de América.
En España, el éxito de la industria algodonera, ubicada mayoritariamente en Cataluña,
no se vio acompañado inicialmente de un auge similar de la producción siderúrgica o de
la de bienes de equipo, que eran industrias con mayores exigencias financieras y
tecnológicas. La transformación industrial del conjunto del país hubo de esperar al siglo
XX, y en especial a su segunda mitad. Sin embargo a lo largo del siglo XIX fueron
apareciendo núcleos industriales relevantes en distintas regiones, aunque sólo en
Cataluña y el País Vasco pueda hablarse de un proceso generalizado de industrialización
en fechas tempranas. Es por tanto el momento de preguntarse: ¿ qué papel ha ocupado
en esa suma heterogénea y desigual de historias industriales locales y regionales la de la
Comunidad Valenciana?
Los Orígenes de Industrialización Valenciana
Con demasiada frecuencia, la historia industrial valenciana del siglo XIX se ha
resumido en una constatación, la crisis de la indutria sedera, y en una tesis explicativa
del retraso con que cuajó la industrialización, basada en la idea de que el esplendor
agrario ahogó a una industria incipiente. Sin embargo la realida fue mucho más
compleja, como se ha ido percibiendo a medida que ha avanzado la investigación
historiográfica, y el panorama del que hoy en día disponemos para interpretar lo
acontecido ofrece muchos más matices. A lo largo del siglo XVIII las condiciones
sociales del campo valenciano, donde aún pesaba la opresión feudal sobre las
condiciones de vida del campesinado y prevalencia de condiciones de fuerte atraso
técnico, habían impedido que se generaran importanes excedentes agrarios disponibles
para ser comercializados. Ello impidió que los agricultores dispusieran de un volumen
significativo de ingresos monetarios, y frenó así la expansión del mercado regional para
las manufacturas, que hubiera requerido de una mayor capacidad de consumo por parte
de la población rural. De este modo apareció una producción manufacturera dispersa,
con técnicas tradicionales, de carácter protoindustrial e incapaz de despegar hacia
horizontes más ambiciosos. En el Norte, en torno a Morella y comarcas aledañas, existe
en aquella época una producción de hilados y tejidos que combina la manufactura y la
producción en bruto. En l’Horta de Valencia se concentra la producción sedera. En las
comarcas de L’Alcoià, el Comtat y la Vall d’Albaida predominan las manufacturas de
lana y la producción de papel, mientras en núcleos como Crevillente y Elche hay una
dedicación a otro tipo de fibras, como el esparto, el cáñamo y el lino. Alcoi es la única
localidad que evoluciona tempranamente hacia un sistema centralizado de producción
fabril, y todavía a mediados del siglo XIX las únicas fábricas, en la plena acepción de la
palabra, se encuentran ubicadas en Valencia, Alcoi, Morella, Segorbe, Enguera y
Onteniente.
En esta primera etapa, la inexistencia de una Revolución Industrial no es, desde luego,
consecuencia de la absorción de capitales e iniciativas empresariales por parte de una
agricultura potente y en expansión, sino que es más bien el resultado de una estructura
social anquilosada, de unos bajos rendimientos agrarios que limitan las rentas de
quienes trabajan en el campo, y de carencias generalizadas en la educación de la
población y en vías de comunicación que contribuyan a articular el mercado. La
emigración a Argelia, colonia francesa, de numerosos jornaleros y pequeños
propietarios agrícolas de la provincia de Alicante a lo largo del siglo XIX- un
contingente que formará parte de los piednoirs que iniciarán el camino de vuelta a
Europa cuando este país norteafricano acceda a su independencia- refleja la dureza de la
vida en el medio rural. La situación agraria irá, sin embargo, modificándose a medida
que avance el siglo. La transformación de tierras de secano en regadío, el uso de la
máquina de vapor para la extracción de aguas subterráneas, la importación de guano
para fertilizar la tierra, la exportación de vino y cítricos, todos estos elementos sumarán
a la hora de mejorar el nivel de vida de la población rural, dotándola al fin de una
importante capacidad de compra de bienes industriales, y pronto imprimirán una nueva
imagen al agro valenciano.
La sedería valenciana parecía poseer un brillante futuro a finales del siglo XVIII, con
nada menos que 3000 telares en funcionamiento y potentes instituciones gremiales. En
su recorrido científico por el Reino de Valencia el famoso ilustrado valenciano Antonio
José de Cavanilles no dejará de anotar en sus Observaciones sobre la Historia Natural,
Geografía, Agricultura, Población y Frutos del Reyno de Valencia (1795-1797) el
espectáculo que ofrece la proliferación de moreras: “forman estas comúnmente filas en
las orillas de los campos, y es tanta su multitud, que suministran alimento a los
innumerables gusanos que fabrican anualmente millón y medio de libras de seda”.
La producción de seda estaba bajo el control de los comerciantes, que proporcionaban
los gusanos de seda a los campesinos y recogían de ellos la seda hilada. El tejido y los
acabados se efectuaban en establecimientos de la ciudad de Valencia o en poblaciones
vecinas, pero la mayor parte de la seda no era tejida en la región, sino que se exportaba
tras haber sido hilada y torcida por los labradores o los artesanos. Fue la exigencia de
una mayor calidad, tanto por parte de los fabricantes de tejidos como por los
exportadores de seda torcida, la que promovió la aplicación de innovaciones y la
mecanización de la hilatura y dio lugar a algunos intentos de concentración del hilado
en factorías. En Patraix, en la actualidad un barrio de Valencia, se instala la fábrica de
hilados La Battifora, que en manos de Santiago Luis Dupuy de Lome contemplará en
1836 la instalación de la primera máquina de vapor de uso industrial en tierras
valencianas, traída expresamente de París. En 1848 cuatro hilaturas movidas a vapor
producen el 85% de la producción mecanizada, que alcanza las 100.575 libras de seda,
doblando los niveles de producción de sólo seis años antes. En cambio, el sector del
tejido estaba mucho más fragmentado y los 1074 telares existentes en esa fecha se
distribuían en buena medida en domicilios particulares, con familias que trabajaban por
cuenta de comerciantes. Algunos de estos eran grandes hombres de negocios, como
Juan Bautista Romero, miembro prominente del Colegio del Arte Mayor de la Seda, y
combinaban la producción en talleres propios con la contratación de artesanos o
pequeños fabricantes a los que suministraban crédito y materias primas. Era este
segmento de la sedería, el tejido, el que se enfrentaba con una fuerte competencia
extranjera, agudizada por el hecho de no disponer siempre de hilo de la suficiente
calidad.
A partir de 1854, una epidemia del gusano de seda, la pebrina, encareció enormemente
la materia prima y provocó cambios drásticos en la sedería valenciana, al agudizar los
problemas estructurales que esta ya padecía. Los tejedores artesanos, los velluters, que
tanta importnacia habían tenido en la Valencia dieciochesca, casi desaparecieron y la
mayoría de los telares supervivientes se concentraron en fábricas. Lyon y Barcelona se
impusieron en la competencia. Las hilaturas subsistieron, aunque con muchas menos
fábricas, y en el campo la morera experimentó una radical disminución, a favor de otros
cultivos, como las citrícolas, que iniciaron entonces su expansión por el regadío
valenciano. Se mantuvo, sin embargo, y se prolongó ya entrado el siglo XX, un sector
industrial de tejidos de seda, reducido pero eficiente, especializado en tejidos suntuarios
de alta calidad del que aún subsisten algunas empresas destacadas en la actualidad.
La crisis de la sedería, el que pudo haber sido y no fue el sector motor de la industria
valenciana del siglo XIX, no creó un desierto industrial. Al contrario, las estadísticas
tributarias muestran que a finales del siglo XIX, el peso de las manufacturas industriales
de la región en el conjunto español es ya algo superior al que representa la población
valenciana sobre la española. Esto es algo que no ocurría cincuenta años antes, y
establece, aún de un modo poco preciso, un perfil de especialización industrial que en la
economía española de la época sólo poseen Cataluña y el País Vasco.
La industria valenciana es por aquel entonces un tipo de actividad generalmente de
pequeño porte, y ampliamente diversificada, tanto desde un punto de vista sectorial
como geográfico. Podemos seguir brevemente la trayectoria de algunos de los focos
principales.
En Alcoy, en aquella época la ciudad industrial valenciana por excelencia, la pañería de
la lana era la principal actividad económica en la segunda mitad del siglo XIX. El
número de empresas crecía o se contraía según los altibajos causados por la coyuntura
económica, pero cada contracción se saldaba con una mayor capacidad productiva
concentrada en un número menor de fábricas. La especialización se orientaba hacia los
mercados de menor poder adquisitivo, principalmente el de Andalucía, dado que los
nichos de mercado que exigían una mayor calidad estaban ya ocupados por los
fabricantes catalanes, y la demanda de vestimenta militar por parte del Ejército se
convirtió pronto en uno de los principales factores de dinamización del sector. Las
décadas centrales del siglo habían contemplado el inicio de la transición de los husos
manuales a los mecánicos en la fase de hilatura, y la difusión del sitema fabril. La
mecanización plena del tejido es más tardía: es en la última década del siglo XIX y en la
primera del XX, cuando se produce la gran expansión de los tejidos con tecnología
moderna: de 142 telares mecánicos en 1890 se pasa a 417 en 1911. El foco industrial
alcoyano no se limitaba, con todo, a la industria textil, ya que además de la industria
papelera, y de la fabricación industrial de chocolate, la ciudad cuenta desde 1858 con
una de las pocas fábricas de cigarrillos que en aquella época existen en Expaña. Sin
duda la elaboración de papel había contribuido a atraer a la industria tabaquera, aunque
sólo temporalmente pues la fábrica fue cerrada en 1870. En el plano de las ideas, los
fabricantes textiles de Alcoy secundarán, especialmente a partir de 1877, las posiciones,
fuertemente contrarias a la rebaja de los aranceles para las importaciones de sus
productos, que habían adoptado los fabricantes catalanes. Los industriales alcoyanos
serán, junto con los productoes de arroz, uno de los bastiones más sólidos de las
posiciones doctrinales proteccionistas en la Comunidad Valenciana, en claro contraste
con los puntos de vista librecambistas adoptados por los intereses más vinculados a la
agricultura de exportación.
Algo más al sur, a lo largo del valle del Vinalopó, el excedente de población generado
por la expansión demográfica del siglo XVIII no podía encontrar por aquel entonces
ocupación suficiente en la agricultura comarcal, que ofrecía pobres rendimientos. La
consiguiente disponibilidad de mano de obra barata y de materias primas, como el
esparto, había estimulado la artesanía local, orientada a la producción de esteras y
alpargatas. Existía, además, cierta especialización en actividades de transporte; arrieros
de Elche, Elda y otros lugares, llevaban a cabo un intenso tráfico entre la Meseta y la
costa mediterránea. El oficio de zapatero- alpargatas de esparto o de cáñamo, zapatos
hechos con cuero procedente del ganado de las montañas de Alcoy y el de cordelero
eran ya bastante frecuentes en la zona en el siglo XVIII. La evolución desde la artesanía
de la alpargata a la industria del calzado se fue dando a lo largo del último tercio del
siglo XIX y solían ser pequeños propietarios agrícolas o comerciantes transportistas que
conocían bien el mercado, localizado principalmente en Madrid y Andalucía, quienes
avanzaban los pequeños capitales necesarios para comprar la materia prima y contratar a
los artesanos del zapato. La manufactura fue desarrollándose y concentrándose en
talleres, a favor de ciertos avances técnicos, como la introducción de la máquina de
coser “Singer” en 1875, el telar mecánico para lonas y la máquina para cortar la suela.
En Elche que había visto hundirse a partir de 1858 la fabricación de sacos y cordeles de
cáñamo, al pasar a importarse yute procedente de la Indias, los dueños de los telares se
plantearon pasar a fabricar trenza para alpargatas, y en 1883, las fábricas empleaban ya
a 760 trabajadores. En Elda uno de los pioneros de la fabricación de calzado fino es
Rafael Romero, quien consigue ganar una medalla en la exposición de calzado de París
en 1902 y acaba siendo proveedor de la Casa Real.
El trabajo de la madera evoluciona, también , a lo largo de la segunda mitad del siglo
hacia la aparición de fábricas de muebles, partiendo de los talleres que albergan la
ciudad de Valencia y determinadas localidades de l’Horta Sud. Los nombres pioneros
en esta industria son los de ebanistas y dueños de talleres como Caselles, Suay, Trobat y
particularmente Albacar, en cuya casa se formarán varios fabricantes de la siguiente
generación.
La Exposición Regional de 1883 permite ya constatar el grado de diversificación de la
producción que se ha alcanzado: mecedoras, sillas de asiento y de rejilla, muebles
curvados, tapizados, etc., y en la Exposición de 1909 los mueblistas valencianos se
siente ya, en cuanto a la calidad del producto, a la altura de sus mejores rivales de Paris
y Viena, cuyos trabajos a menudo les han servido de inspiración. Previamente se ha
generado una infraestructura de aserraderos, que desde la década de los cincuenta lo
mismo suministra madera para cajas de pasas y naranjas y para toneles de vino, que
abastece a los fabricantes de instrumentos musicales como guitarras, bandurrias y
pianos, También desde los años sesenta se desarrolla la abaniquería industrial en Aldaia,
Alacuás y Valencia, en dura competencia inicialmente con los productos franceses. Se
trata siempre de talleres que van incorporando sucesivas mejoras y que, dado que
requieren inicialmente poco capital, permiten que la industria crezca en mancha de
aceite a medida que algunos artesanos emprendedores van independizándose una vez
dominado el oficio y crean sus propios establecimientos.
Las nuevas empresas van proliferando en un número cada vez más variado de
industrias. Poco antes de 1850 arrancan las fundiciones industriales de hierro, que
encuentran un negocio incipiente en la fabricación de norias para el riego y pozos
artesanos. En Valencia, la Primitiva Valenciana, propiedad de un antiguo oficial de
cerrajería, Valero Cases, fabrica en la década de los años setenta norias, prensas para
vino y aceite y para pastas alimenticias, así como máquinas de vapor. En 1884 de la
empresa de su hijo y sucesor saldrá la primera locomotora fabricada en España. De sus
talleres surgirán también los creadores de otras empresas del sector, como La
Maquinista Valenciana, que fabrica estructuras metálicas, ruedas hidráulicas y máquinas
de vapor. En 1891, Miguel Devis y José Noguera fundan, asimismo en Valencia, unos
talleres especializados en calderería gruesa, que serán el origen de los famosos Talleres
Devis, toda una institución en la historia industrial valenciana.
Algo más al norte, en Alcora, la antigua fábrica de loza fina del Conde Aranda
languidece y acaba cerrando en la segunda mitad del siglo, pero no antes de haber
servido de escuela de formación de mano de obra especializada que luego trasladará sus
conocimientos a Onda y Manises. Esta última localidad cuenta en 1896 nada menos que
con 36 fábricas de loza ordinaria, y en el triángulo Alcora-Castellón-Onda crece con
fuerza la producción de azulejos. Por lo que se refiere a la industria de la alimentación,
desde los años sesenta proliferan los molinos de arroz, y aparecen ya sociedades
dedicadas a la fabricación de aguardientes en la Vall de albaida, así como las primeras
fábricas de gaseosas y cervezas. Más tarde comienzan a elaborarse industrialmente
pastas alimenticias en la ciudad de Valencia. En Ibi la tradicional actividad de manejo
de la nieve compactada da paso a la heladería. En 1863 arranca la primera fábrica de
hielo artificial en la ciudad de Valencia, y en 1907 habrá ya siete fábricas de esta
especialidad. La química no se queda atrás, en el último cuarto del siglo la importación
por parte de empresarios valencianos de guano procedente de Sudamérica da paso a la
producción local de superfosfatos, con lo que se pretende atender la creciente demanda
de una agricultura intensiva, que se moderniza para atender a través de la exportación
las demandas del mercado europeo.
A la altura de 1900 la indutria ha cuajado ya claramente en la región. Como ya antes se
ha indicado, este hecho puede constatarse a través del peso valenciano en las
estadísticas de la contribución industrial española, que los historiadores han sacado a la
luz. En el lindar del nuevo siglo la participación valenciana en el total español destaca
especialmente en la industria de la madera y el corcho, con el 18%, papel, artes gráficas,
con el 14%, quimica con el 12% y cerámica y vidrio, también con el 12%. En textiles,
una participación del 4,4% no parece a primera vista muy impresionante, pero sí lo es
cuando se tiene en cuenta que en esta rama de la producción Cataluña representaba el
82% del total, por lo que solamente Andalucía y la Comunidad Valenciana tenían un
peso específico importante en este sector, aparte del detentado por los fabricantes
catalanes. Diversos estudios han puesto de relieve que en la segunda mitad del siglo
XIX tiene lugar en España un proceso importante de concentración de la actividad
industrial en unas pocas regiones. Pues bien, la producción valenciana no sale
malparada de este proceso. Entre 1856 y 1900 la industria valenciana de la madera ha
doblado su ponderación respecto al total español, la industria química casi la ha
triplicado, y se han producido ganancias importantes de ponderación en el caso de las
industrias papeleras, metalúrgicas, de un 2,5% a un 7%, cerámicas y del cuero y
calzado. Dejando de lado el caso del País Vasco y Navarra, por carencia de información
comparable , solamente Asturias y Cataluña, además de la Comunitad Valenciana,
aumentan su peso relativo en el conjunto de la industria fabril española a lo largo de la
segunda mitad del siglo XIX. El 8% genérico sobre la industria española que representa
la región en 1900, aunque quede muy lejos del 38% de Cataluña, ofrece una imagen de
la estructura productiva valenciana que, en una fecha todavía temprana, se aleja ya del
tópico de la región exclusivamente agraria.
En el origen de toda esta actividad se encuentran multitud de iniciativas locales, basadas
generalmente en tradiciones artesanas, y en ocasiones en el aprovechamiento de
materias primas locales, arcillas, fibras textiles o recursos energéticos, pequeños saltos
de agua. Cuando la investigación histórica contemporánea examina los orígenes de la
mayor parte de las ramas de la industria valenciana, el punto de partida inicial de la
actividad resulta en ocasiones remoto, pero siempre se observa la existencia de un hilo
conductor que lo conecta con las transofrmaciones que tuvieron lugar en el último tercio
del siglo XIX y en la primera década del XX.
DE LA GRAN GUERRA AL PLAN DE ESTABILIZACION DE 1959
Las empresas industriales valencianas prosiguen su expansión a lo largo de las dos
primeras décadas del nuevo siglo. Ahora, a una estructura productiva basada en
pequeños negocios comienzan a sumarse algunos de gran dimensión. Entre ellos
ocupará un lugar destacado el complejho siderúrgico saguntino, cuyos antecedentes se
encuentran en un proyecto minero. En 1900 había nacido la Compañía Minera de Sierra
Menera, impulsada por la iniciativa de dos importante capitalistas vascos, Ramón de la
Sota y Eduardo Aznar, dueños de una naviera. El propósito era extraer el mineral de
hierro de las Minas de Ojos Negros, en la provincia de Teruel y exportarlo por mar. Para
ello consiguen en 1902 la autorización del Gobierno para crear un puerto en el litoral de
Sagunto y posteriormente establecen su propia línea férrea para conectar la mina con las
instalaciones portuarias. Aparece así una nueva ciudad industrial, separada físicamente
del núcleo histórico de la población, que pronto recibirá un fuerte impulso de la mano
de una nueva iniciativa de los mismos emprendedores: la instalación en 1917 de los
Altos Hornos del Mediterráneo. En 1924 la fábrica saguntina iniciará la producción de
acero.
El comienzo de la I Guerra Mundial, en 1914, generó una coyuntura excepcionalmente
favorable para la industria valenciana. La neutralidad española y la interrupción de
buena parte del comercio de importación con los países en guerra, unido a las
necesidades de los países beligerantes, van a favorecer extraordinariamente la expansión
de una variada gama de actividades industriales, donde se obtendrán pingües beneficios.
En la industria química a las empresas antiguas que ya venían operando en territorio
valenciano, como Cros y Unión Española, se suman nuevas fábricas que producen
fosfatos, ácidos, y colorantes y otros productos con los que se intetanta paliar el
desabastecimiento de aquellas primeras materias que antes de la guerra se importaban
de Alemania. En el sector metalúrgico, y a pesar del gran encarecimiento del hierro y
del carbón, se crean nuevos establecimientos que producen maquinaria, planchas y
piezas para la marina mercante, entre otros productos. Aumenta también la fabricación
de material eléctrico. En la industria alimentaria destaca la expansión de las
conserveras, que pasan de 16 centros de producción censados en 1916 a 41 en 1922. La
industria de la molinería del arroz vive también momentos de esplendor.
Entre los grandes proyectos que surgen al calor del auge económico se encuentra,
además de la siderurgia saguntina, la empresa Unión Naval de Levante, que surge como
resultado de un acuerdo entre Talleres Gómez, creada en 1878 y especializada en la
construcción y reparación de máquinas, y la Compañís Transmediterránea, nacida en
1917 de la fusión de varias compañías de navegación. La nueva empresa se constituye
formalmente en 1924 e integra diversas fábricas y astilleros de Valencia, Tarragona y
Barcelona. También es digna de mención , la creación en 1917 de la Compañía
Valenciana de Cementos Portland, que arranca con la adquisición de una fábrica de
cemento natural en Buñol, que después es modificada y ampliada. Debe citarse, del
mismo modo, ya que constituye un hecho económico de gran trascendencia para el
futuro, la creación en 1917 de la Feria de Muestras Internacional de Valencia que
servirá como instrumento institucional para potenciar la actividad exportadora de los
diversos sectores de la industria valenciana.
Por su parte, la industria del calzado se beneficia de una demanda en rápido aumento
durante los años de guerra, principalmente por los pedidos del ejército francés. También
durante la Primera Guerra Mundial llegan las máquinas de una gran empresa
norteamericana, la United Shoe Co:, a las ciudades valencianas del calzado, y su
alquiler permite a los fabricantes mecanizar el proceso de montaje y organizar las
primeras grandes fábricas, que se desarrollarán plenamente en los años veinte. La
exportación dará, aunque transitoriamente , un gran salto adelante: de los 50.000 pares
de zapatos exportados de media en los años anteriores, se pasará a los 450000 pares en
1915. En el caso del textil, también la demanda del ejército francés permite un rápido
aumento de los beneficios empresariales mientras dura la guerra, y posteriormente la
guerra de Marruecos permitirá un respiro ante la brusca caída de la demanda externa.
Sin embargo a la altura de 1923 el sector entra ya en una crisis profunda, al no haber
aprovechado el periodo de grandes beneficios para llevar a cabo una renovación técnica
de importancia.
Al fin de la Gran Guerra siguió un periodo de readpatación. Los beneficios
extraordinarios obtenidos al calor de unas circunstancias también extraordinarias
desaparecieron, y con ellos algunas empresas que carecían de un planteamiento sólido o
que se habían creado con una dimensión y unos equipos técnicos insuficientes.
Superada la transición, en general la década de los veinte fue una etapa de prosperidad
económica, en que se generalizó el uso de la energía eléctrica en la industria, y que sólo
se vio interrumpida al final por la crisis internacional que se difunda a partir del
hundimiento de la Bolsa de Nueva York en 1929.
La política de obras públicas de la Dictadura de Primo de Rivera contribuyó a mantener
un nivel importante de actividad en las industrias básicas, ligadas a la producción de
acero, cemento etc., y a la vez el crecimiento de la demanda externa favoreció la
expansión de la producción citrícola valenciana. A favor de la buena coyuntura
económica se produce precisamente en estos años (1927) la adquisición del Banco de
Valencia por un grupo de empresarios valencianos encabezados por Ignacio Villalonga.
También es en estos años, de finales de la década de los veinte, cuando los viejos
Talleres Devis, ahora Cosntrucciones Devis, dan un gran paso adelante adquiriendo una
fuerte especialización en la producción y reparación de material ferroviario, lo que les
permite satisfacer importantes pedidos para la Compañía de Ferrocarriles de Valencia,
desde sus nuevas instalaciones del Camino Real de Madrid, junto a la Estación del
Norte de Valencia. Años más tarde en 1947 se fusionarán con una importante empresa
barcelonesa para dar lugar a Macosa.
En 1931, la llegada de la República coincide con los primeros embates de una crisis
económica que afectará tanto a Europa como a los Estados Unidos, provocando una
importante contracción del comercio internacional. La economía valenciana resistió las
dificultades del momento de un modo relativamente aceptable, por dos razones básicas.
La primera de ellas es que el fuerte proceso de depreciación de la peseta desde 1928 a
1933 permitió mantener el flujo de exportaciones de naranjas, con todo lo que ello
implicaba para el mantenimiento de los ingresos de una parte sustancial de la población
y para el conjunto de actividades económicas-madera, abonos, transporte, papel, que
dependían de la exportación naranjera como proveedoras. Las cosas cambiaron a partir
de 1934 cuando la coincidencia de unas malas condiciones climatológicas y de mayores
barreras proteccionistas en el Reino Unido, provocó descensos importantes en los
ingresos obtenidos por los citricultores, lo que en las circunstancias de la época
representaba un duro golpe para la capacidad de consumo del mercado regional. El
segundo factor que contribuyó a aliviar los efectos de la mala coyuntura general fue la
elevación de la capacidad de compra por parte de la clase trabajadora, a raíz de la
política de mejoras salariales emprendida por los Gobiernos de la República. Buena
parte de la industria valenciana, orientada a la fabricacion de productos manufacturados
de consumo, se benefición de estas circunstancias favorables desde el lado de la
demanda, aunque hubiera de encarar un alza de costes y una reducción en los beneficios
empresariales.
Los años treinta fueron mucho más negativos para las empresas ubicadas en las
industrias básicas. En parte por la caída general de la inversión privada que se registró
en este período y que afectó de manera principal a las industrias productoras de bienes
de equipo o productos intermedios. Y en menor medida también por la voluntad de los
gobiernos republicanos de corregir los elevados déficits presupuestarios heredados del
régimen anterior, con una política de austeridad en el gasto público que intentaba
aplicarse en un momento muy poco propicio, al estar marcado por la debilidad de la
coyuntura económica, y que afectaba de un modo singular a las grandes empresas
vinculadas a la contratación de obra pública. Así la Unión Naval de Levante y la
Siderúrgica del Mediterráneo atravesaron por una grave recesión. La producción y el
empleo disminuyeron drásticamente, en especial en la planta siderúrgica saguntina. La
Guerra Civil constituye un periodo apenas estudiado desde la perpectiva de la historia
industrial valenciana. Se sabe que un fenómeno de muy amplio alcance fue el de las
colectivizaciones de empresas llevadas a cabo por las organizaciones sindicales, y el
control obrero en aquellas de dimensión inferior a los cincuenta trabajadores. También
se llevaron a cabo nacionalizaciones o intervenciones de empresas, como en el caso de
la Compañía Siderúrgica del Mediterráneo o la Compañía Valenciana de Cementos.
Como consecuencia de las circunstancias bélicas, una parte de la producción industrial,
como en Talleres Devis, en la siderurgia de Sagunto, en la Unión Naval de Levante, en
múltiples talleres de pirotecnia y en empresas colectivizadas de la industria juguetera de
Ibi se reorientó a la producción de material de guerra, estimándose en un total de 14000
los trabajadores ocupados en este tipo de actividad. Además de la desorganización
causada por la sublevación militar, los sucesos revolucionarios posteriores y la guerra
en sí , la industria hubo de afrontar problemas permanentes para el acceso a las materias
primas, que se fueron agudizando conforme transcurría el conflicto.
El fin de la Guerra Civil abrió paso a una etapa marcada por el aislacionismo político y
económico. El periodo que transcurre entre 1939 y el Plan de Estabilización del verano
de 1959 representó en el plano económico la implantación en España de un modelo de
industrialización basado en una intensa intervención y regulación por parte del
Gobierno, con altas barreras comerciales que cerraron el mercado interno a la
competencia exterior. Las escasas divisas que las exportaciones permitían ingresar se
racionaban con criterios poco transparentes, muchas veces en función de la proximidad
de quienes las solicitaban a los detentadores del poder político, o se empleaban para
satisfacer los ambiciosos, y frecuentemente poco realistas, planes del Instituto Nacional
de Industria (INI). El crecimiento de la producción responde en estos años al esquema
conocido como industrialización por sustitución de importaciones, lo que impuso un
sesgo fuertemente contrario a la exportación al conjunto de la actividad económica. Este
cierre de la economía española, que se ve restringida a sus recursos propios y a su
mercado interno, es lo que caracteriza en mayor medida esta etapa de dos décadas
conocida como la autarquía. Se trataba en definitiva de un modelo económico de escasa
viabilidad a largo plazo.
En las fases iniciales, mientras sólo se pretendía la sustitución de importaciones por
producción interna en las industrias de bienes de consumo, en las que la dimensión
óptima de la empresa era relativamente reducida, la producción nacional pudo
expandirse sin excesivas dificultades, aún con costes elevados. Más adelante, cuando la
sustitución debió afectar a las industrias que fabricaban bienes de equipo o bienes
intermedios (energía, acero, química básica) las nuevas unidades productivas que se
crearon al amparo de la protección oficial nacieron exclusivamente orientadas al
mercado interno, con lo que incurrieron en escalas de producción antieconómicas por lo
limitadas. Con ello la autarquía sentó las bases de una estructura industrial con
profundas carencias y tecnológicamente atrasada, en que las empresas de mayor
dimensión de la industria básica eran generalmente las peor preparadas para competir en
el mercado internacional, hecho que se pondría repetidamente de relieve en las décadas
posteriores.
La producción industrial española se mantuvo a lo largo de los años cuarenta por debajo
de los niveles ya alcanzados en 1929 y solamente ya iniciada la década siguiente pudo
comenzar a superarlos. Para la industria valenciana los años cuarenta y cincuenta fueron
muy difíciles. En primer lugar ello se debió a la fuerte contracción de los mercados de
consumo que siguió al fin de la guerra. No solamente la destrucción material y las
dificultades de abastecimiento de materias primas y de energía frenaron la recuperación
de la economía, sino que la continua pérdida de poder adquisitivo de los salarios limitó
enormemente la expansión del mercado. En segundo lugar, las ventas al exterior fueron
perdiendo atractivo, a medida que el tipo de cambio de la peseta se hacía más y más
irreal, al mantenerse fijo en un contexto altamente inflacionista que hubiera aconsejado
una importante devaluación. Además, la alta inflación y la dificultad para encontrar
rentabilidad a las inversiones dirigidas a promover la ampliación de la capacidad
productiva orientaron el ahorro de los sectores pudientes de la población hacia la
propiedad rústica y urbana, o la adquisición de bienes suntuarios, en detrimento de la
inversión industrial. El I Congreso Económico Sindical de la Industria Valenciana,
celebrado en 1951 recogerá en sus ponencias algunos de los problemas básicos del
momento: tendencia del ahorro agrícola hacia la inversión rústica, dificultades para la
renovación del utillaje industrial derivadas del total control estatal sobre las divisas que
se necesitan para la imporación de maquinaria, y falta de credito a largo plazo. Como
muestra de la atonía existente en los años más oscuros de la autarquía, baste tener
presente que desde 1948 y hasta 1952, nunca se constituyeron anualmente más de 25
sociedades anónimas en toda la Comunidad Valenciana, mientras que una vez superada
esa etapa, solamente en 1965 se constituyeron 208. El capital, a precios constantes,
representado por las sociedades constituidas en 1965 fue trece veces superior al de las
constituidas en 1950.
La industrialización de base autóctona, en definitiva, atravesó por serias dificultades
hasta bien comenzada la década de los cincuenta. En parte estas derivaban, como ya se
ha señalado, de la rápida saturación de la demanda en un contexto de estancamiento o
retroceso de los ingresos de capas amplias de la población, pero también se debían al
suministro irregular de energía eléctrica, y a las dificultades para conseguir un acceso
normal a las materias primas, aspecto este último que afectó muy negativamente a la
industria del mueble. En cuanto a las iniciativas industriales oficiales, procedentes del
Instituto Nacional de Industria, hay que decir que afectaron en muy escasa medida a la
Comunidad Valenciana. Se ha estimado que en 1955 no más del 2,5% del inmovilizado
total del INI (Instituto Nacional de Industria) se ubica en la región. Debe citarse en todo
caso la instalación de la empresa pública Elcano, que ya contaba con talleres en El
Ferrol y Sevilla, y que comenzó a operar en Manises en 1951. Su especialidad era la
producción de motores y máquinas auxiliares para buques. En Alicante se instaló la
empresa Manufacturas Metálicas, perteneciente al grupo público de Aluminio Ibérico,
que a mediados de la década de los cincuenta ocupaba alrededor de mil trabajadores en
la producción de cables y laminados.
A partir de 1953 comienza una recuperación de la actividad industrial, cuyo pulso se
advierte claramente en la elevación de la curva de creación de sociedades mercantiles.
Una de las nuevas empresas que van a surgir en esta década es Lladró, que acabará
ejerciendo una posición de liderazgo en el sector de la cerámica artística, aunque su
despegue habrá de esperar a los años sesenta. En 1957 veinticinco empresas jugueteras
deciden asociarse para racionalizar su producción y crean la empresa Fábricas
Agrupadas de Muñecas de Onil (FAMOSA), que cuenta por entonces con una plantilla
cercana a los seiscientos trabajadores. También hay inversiones importantes en la
industria textil, principalmente en las empresas orientadas a la confección de prendas de
vestir, y se renueva y amplía la capacidad de producción por parte de las empresas
cementeras. Ahora bien, el proceso de crecimiento industrial de aquellos años estaba
lastrado por importantes desequilibrios. Las crecientes necesidades de importación de
materias primas, energía y bienes de equipo a que obligaba el aumento de la demanda
interna, fruto de la paulatina mejora de los ingresos de la población y del propio
crecimiento de la producción de manufactuas industriales, chocaban con una capacidad
absoluamente insuficiente de generación de divisas por parte de las actividades
exportadores. Sin duda faltaban los incentivos económicos apropiados para que las
exportaciones dejaran de ser un mero recurso de urgencia en momentos de falta de
demanda interna. Fue entonces cuando los elementos más lúcidos de los equipos
económicos del franquismo buscaron el apoyo de expertos del Banco de España y de
instituciones internacionales, como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico y el Fondo Monetario Internacional para imponer un cambio de rumbo.
El cambio de orientación en el modelo de crecimiento de la economía española tuvo su
punto de partida en el Plan de Estabilización Económica de 1959, que frenó la inflación,
devaluó la peseta, liquidó las fantasías autárquicas y fue seguido a continuación de
medidas liberalizadoras de las importaciones. El momento estaba bien elegido, ya que el
contexto internacional era favorable para que un país de nivel intermedio/bajo de
desarrollo se abriera al exterior, puesto que las principales economías europeas, y
también los Estados Unidos, y el Japón, vivían el período más prolongado e intenso de
crecimiento económico de la historia y podían ejercer un importante efecto de arrastre
sobre la economía española a través del comercio y la inversión directa. De este modo
se asenaron las bases del fuertísimo proceso de expansión de los años sesenta y de la
primera mitad de los setenta. Ahora fue posible renovar el equipamiento industrial,
mediante importaciones masivas de bienes de equipo que incorporaban las nuevas
tecnologías disponibles en países mas avanzados. Las importaciones se dispararon, pero
en paralelo se desarrollaron nuevos mecanismos de equilibrio en la Balanza de Pagos,
además de la tradicional exportación hortofrutícola: las remesas de los emigrantes
españoles, que en número creciente buscaban en el exterior oportunidades para una
mejora más rápida de su nivel de vida, las entradas de capital extranjero, atraído por una
economía en expansión y por una legislación de inversiones directas más flexible, el
gasto de los turistas, y con el tiempo, el propio crecimiento de las exporaciones
industriales.
EXPANSIÓN, CRISIS Y RECUPERACIÓN: DE LOS AÑOS 60 A LA
ACTUALIDAD
En 1958, la industria valenciana mostraba un perfil sectorial en el que los coeficientes
de localización más elevados correspondían a los siguientes sectores: muebles y
accesorios, regenerados textiles, calzado, cerámica, loza y alfarería, maquinaria para la
industria de la piel, del caucho y de los materiales plásticos, cordelería, apstas de papel
y cartón, papel, artículos de caucho, derivados del caco y chocolate, turrones, tenerías y
talleres de acabados, planografía y litografía, tapizado y decorado, productos minerales
no metálicos (yesos, cales, etc), vidrio y productos del vidrio, cemtno hidráulico, y otras
industrias fabriles (juguetes, etc). En 1975, tras una larga fase de rápido crecimiento
económico, la mayoría de las ramas industriales citadas mantenían elevados coeficientes
de localización, pero se habían registrado algunos cambios, ya que la fabricación de
artículos moldeados de caucho y las industrias de planografía y litografía habían visto
reducirse su importancia relativa, y en cambio la región había adquirido una mayor
especialización en la industria de la confección, en la joyería y en la fabricación de
material ferroviario. La continuidad en el tipo de industrias que caracterizaban la
estructura productiva valenciana era en cualquier caso bastante sustancial entre ambos
momentos del tiempo, particularmente en el cao de la fabricación de muebles de diverso
tipo (mimbre y junco, madera) y sus accesorios e industrias auxiliares, y en el calzado,
incluyendo el de caucho, y sus industrias complementarias. Se había elevado incluso la
especialización de la industria valenciana en el sector de la cerámica y en ciertas ramas
de la industria de la alimentación (chocolates y turrones).
Todo ello viene a indicar que la oleada de prosperidad que recorrió la economía
española desde el Plan de Estabilización hasta el comienzo de la crisis energética, a
mediados de los años setenta, no alteró algunas de las características básicas de la
industria valenciana preexistente, tales como la orientación hacia las manufacturas de
bienes de consumo, y mantuvo el predominio de un tipo de actividades que hoy
calificaríamos de “maduras”, aunque a comienzos de la década de los sesenta
dispusieran aún de un recorrido sustancial al alza. Las nuevas facilidades para disponer
de crédito y de materias primas, la fuerte mejora en los niveles de consumo de la
población, y la disponibilidad de una mano de obra abundante y barata, contribuyeron a
impulsar un fuerte despegue de la inversión, que modernizó y transformó
espectacularmente la estructura industrial valenciana, aunque sin alterar sus rasgos
básicos en cuanto a la especialización productiva y la localización espacial.
Los sectores tradicionales aprovecharon la coyuntura favorable para absorber
importantes innovaciones tecnolgógicas y hacer uso de nuevos materiales. Uno de los
casos más espectaculares, y en mayor medida coronados por el éxito, es el de la
industria azulejera. Esta actividad industrial había experimentado ya una serie de
inovaciones importantes a finales de los años veinte y en los primeros años treinta,
consistentes principalmente en la introducción del horno de pasajes en la cocción del
esmalte, relegándose poco a poco el antiguo horno árabe a la cocción del bizcocho, lo
que permitió aumentar sustancialmente la producción por unidad de tiempo. Pasadas las
dificultades de la postguerra, la industria comienza a recuperarse en la segunda mitad de
los cincuenta, pero los beneficios obtenidos no revierten en una renovación tecnológica
de las instalaciones, que padecen un retraso técnico considerable respecto a las de los
principales países competidores. En los primeros años sesenta la fiebre constructora da
nuevas alas a esta industria, compensando así temporalmente la debilidad de las
exportaciones, pero será sin embargo la entrada del azulejo italiano a partir de 1965, a
precios muy competitivos y coincidiendo con una recesión en la actividad constructora
en el mercado español, lo que obligue a las empresas a replantearse su futuro. El
resultado fue la introducción, en primer lugar, del horno de cámaras tipo Hoffman y a
continuación de hornos-túnel en el bizcohado y el esmaltado, lo que vino acompañado
de un fuerte aumento de la productividad, una caída de precios y la desaparición de las
empresas marginales. El resultado fue un sector productivo renovado y competitivo, y
dotado de una capacidad exportadora de una dimensión hasta entonces inexistente.
Entre 1967 y 1974 la producción de pavimentos cerámicos se triplico y los 235.000
metros cuadrados de pavimentos cerámicos exportados en 1967 se habían convertido en
1974 en 12.900.000 metros cuadrados. Mientras solamente 2 empresas contaban en
1963 con una capacidad de producción diaria superior a los 1500 metros cuadrados, en
1974 eran ya 41 las que alcanzaban dicho umbral.
Junto a la continuidad en aquellas actividades que habían estado presentes desde mucho
tiempo antes, también fueron apareciendo algunos grandes proyectos, en ocasiones de la
mano de firmas multinacionales. A finales de 1972 la empresa FORD presentó
formalmente su proyecto de construcción de una planta capaz de producir 240.000
automóviles, y en 1976 la factoría de Almussafes comenzaba a operar. IBM se instaló
en la Pobla de Vallbona, aunque años más tarde deslocalizaría su producción, y en
Castellón se consolidó un importante polo de industria petroquímica. La presencia de
estas empresas, especialmente en el caso de la FORD, ha ejercido desde entonces un
papel importante sobre el tejido industrial autóctono. La presión competitiva sobre los
niveles de calidad y la modernización de las pautas de organización del trabajo de las
empresas autóctonas, como requisito imprescindible a efectos de poder convertirse en
proveedores estables de alguna de estas multinacionales, ha constituido un acicate
poderoso para la modernización y ampliación de la industria auxiliar.
En el plano territorial, uno de los rasgos que mejor caracterizan el modelo valenciano de
industrialización es su carácter multipolar. En lugar de contar con un potente foco
inicial, altamente concentrado, a partir del cual irradia posteriormente la actividad
industrial, en la Comunitat Valenciana la industria conoce desde un principio una
amplia difusión terrritorial, que aún pervive en el presente.
Esta difusión territorial va acompañada habitualmente de fuertes dosis de
especialización. Así en la Plana de Castelló y en l’Alcalatén se sitúa la industria
cerámica, en l´Horta de Valencia-incluyendo la capital-, la industria del mueble, en
Alcoy, la industria textil y juguetera, en la Vall d’Albaida, también el textil, aunque con
una especialización hacia los productos para el hogar, a lo largo del eje del Vinalopó
(Elche, Elda) la industria del calzado, la industria turronera en Jijona, las alfombras en
Crevillente, etc. Con el tiempo muchos de estos núcleos y sobre todo la gran
aglomeración del Área Metropolitana de Valencia, han diversificado su base productiva,
pero todavía en la actualidad subsiste, aunque atenuada, una clara identificación entre
sector productivo y espacio territorial local o comarcal. Este fenómeno tiene su origen
en diversas circunstancias históricas, que pueden rastrearse al indagar en los orígenes de
cada rama industrial, pero se ha consolidado al ofrecer la especialización local
importantes economías externas para la implantación de nuevas empresas del mismo
sector o para la atracción de industrias auxiliares. La disponibilidad de mano de obra
preparada y especializada, la faciliad de contacto con proveedores y clientes, la
existencia de una red de servicios y de talleres subcontratistas, todo ello ha contribuido
a favorecer la reproducción de un tejido empresarial altamente vinculado al territorio.
Por citar solamente un caso, el desarrollo de la industria del juguete en Ibi y Onil en los
años sesenta y setenta es inexplicable sin contar con las ventajas competitivas que la
comarca había ido generando, ya que la fabricación de juguetes constituye un buen
modelo de interconexión de elementos procedentes de industrias diversas: talleres de
matricería, talleres de inyección de plásticos, fábricas de engranajes para mecanismos,
especialistas en diseño industrial. Muchas veces estas actividades formaban parte
inicialmente de las secciones de una misma fábrica, pero a medida que aumentaba la
complejidad de la fabricación fueron dando lugar, a través de un proceso de división de
funciones, a nuevas empresas independientes. La dependencia de las fábricas de
juguetes respecto a todo este entramado de talleres, en ocasiones familiares y
emplazados en domicilios particulares, es una de las razones principales que explican la
fuerte concentración en un número limitado de localidades de las empresas jugueteras
valencianas.
La experiencia valenciana en materia de desarrollo industrial es representativa de lo que
en la literatura económica se ha venido conociendo como distritos industriales. Los
distritos -del mueble, de los pavimentos cerámicos, del juguete, del textil-hogar, etc.constituyen buenos ejemplos de una división del trabajo entre empresas que opera a
escala de un territorio específico y concreto- local o comarcal-, y que permite una
especialización funcional de las mismas. Estos sistemas de pequeñas y medianas
empresas, con una clara delimitación geográfica, presentan una serie de
particularidades, además de su carácter altamente especializado, que les otorgan
importantes ventajas competitivas. Entre ellas se cuenta la formación a escala local, que
garantiza una rápida circulación de las novedades relativas a los mercados de consumo
final, a las materias primas y productos semiacabados y a las nuevas técnicas utilizables,
de modo que los conocimientos individuales de los técnicos y empresarios de la zona
acaban convirtiéndose en patrimonio común de quienes operan en ella. Las relaciones
“cara a cara” entre los proveedores y los usuarios de productos intermedios y de
servicios empresariales favorecen la transmisión de las mejoras técnicas y organizativas
entre las empresas, aumentando así la eficacia global del sistema productivo. Existe
además un ambiente de profesionalidad difusa entre los trabajadores, que es el fruto de
la sedimentación histórica de los conocimientos técnicos, y de elevadas tasas de
rotación en el empleo en las empresas implicadas.
Los años sesenta y la primera mitad de los setenta transformaron el paisaje económico
valenciano: en 1978, la dimensión de la producción industrial valenciana era ya muy
superior a la existente a comienzos de los años sesenta, aproximadamente tres veces y
media mayor en términos reales. A continuación llegó la transición política. La nueva
Constitución democrática española abrió el camino para la recuperación de las
instituciones históricas de autogobierno de los valencianos y amplió con ello,
considerablemente, las posibilidades de actuación en materia de política industrial, al
permitir una mejor identificación de las necesidades específicas de la Comunitat
Valenciana y una respuesta descentralizada a estas necesidades.
La coincidencia de una geografía industrial en la que el empleo se encontraba
fuertemente vinculado a escala local a sectores particulares, y la imperiosidad de
reforzar los sistemas de innovación productiva de las pequeñas y medianas empresas
ante una competencia externa que se iba a incrementar con el acceso de España a la
Unión Europea, llevó a los primeros Gobiernos de la Generalitat Valenciana a
emprender en los años ochenta una política industrial adaptada a los rasgos propios del
tejido industrial autóctono, cuyas líneas básicas se han mantenido posteriormente. Así
en 1984 se crea el Instituto para la Mediana y Pequeña Industria Valenciana (IMPIVA),
con la idea de prestar apoyo a las empresas para adaptarse a los cambios tecnológicos y
comerciales, ofrecerles servicios y promover iniciativas de cooperación entre ellas. A
través del IMPIVA se puso en marcha una red de Institutos Tecnológicos, y se crearon
también los Centros Europeos de Empresas e Innovación para apoyar los primeros
pasos de empresas innovadoras. Cada Instituto Tecnológico se orientó a las necesidades
de un sector industrial en particular (calzado, mueble, cerámica, textil, industria
alimentaria, biomecánica etc.) y se constituyó como una asociación de empresas del
propio sector. En la actualidad se estima que alrededor del 70% de las empresas
asociadas cuenta con menos de 50 trabajadores, y que el número total supera las seis
mil. De este modo pudo disponerse de un conjunto de instituciones, dotadas de personal
especializado, organizadas en red y preparadas para prestar servicios a las pequeñas y
medianas empresas industriales valencianas, configurando un verdadero modelo
valenciano de política industrial.
La transformación experimentada por la economía valenciana durante los años que van
desde el Plan de Estabilización de 1959 hasta la crisis energética de la segunda mitad de
los años setenta fue muy profunda, como ya se ha señalado, y el despegue industrial
constituyó el motor fundamental de esta transformación. Entre 1960 y 1973 la
producción industrial creció a una tasa anual acumulativa del 10%, generando empleo a
una tasa del 3,7% anual. El intenso proceso inversor permitió modernizar las viejas
estructuras fabriles, lo que se tradujo en un ritmo extraordinario de aumento de la
productividad, que alcanzó el 6,6% anual. El alto ritmo de crecimiento de la demanda
dio lugar a una ola expansiva de creación de nuevas empresas, operando en una gama de
sectores cada vez más variada. Entre ellas surgieron también muchos establecimientos
marginales, que serían los primeros en desaparecer al iniciarse la crisis de los años
setenta.
Las condiciones de la economía internacional sufrieron un radical cambio de signo a
partir de 1975. De una coyuntura muy expansionista se pasó en poco tiempo a una
recesión que afectó con carácter general a las economías industrializadas, y que se
caracterizó por la combinación simultánea de aumentos del desempleo y de la inflación.
Sobre la base de tendencias fuertemente inflacionistas que venían ya operando en los
mercados de materias primas, la Organización de Países Exportadores de Petróleo,
añadió una sucesión de alzas de precios del crudo que trastocaron las condiciones de
producción y causaron importantes déficits de Balanza Comercial a los países que
dependían energéticamente de las importaciones de petróleo.
Repentinamente, una gran parte de los equipos industriales diseñados en un periodo
previo de energía barata, habían quedado obsoletos. Los excesos de capacidad instalada
aparecieron por doquier, y dieron lugar a costosas, y socialmente dolorosas, operaciones
de reconversión industrial.
Los incrementos de costes, los excesos de capacidad, y la competencia planteada en los
mercados internacionales por los Nuevos Países Industrializados – Taiwán, Corea del
Sur, Singapur, Hong-Kong- se acusaron fuertemente en la industria valenciana. La
coincidencia en el tiempo entre la crisis económica y la transición política del
franquismo a la democracia contribuyó también a que se retrasara la adopción de
programas de ajuste económico en España, lo que ocasionó dificultades adicionales, ya
que hasta los Pactos de La Moncloa no pudo disponerse de un enfoque sistemático y
consensuado que permitiera adoptar medidas para hacer frente a la crisis. De este modo,
entre 1975 y 1984 la produción creció muy lentamente y se destruyeron un gran número
de puestos de trabajo en la industria, como puede verse en el Gráfico 1.
La mayor parte de las pérdidas de empleo y del cierre de empresas fueron el fruto, en el
caso valenciano, de ajustes espontáneos llevados a cabo en condiciones puramente de
mercado, pero también hubo algunas operaciones individuales de reconversion
industrial de gran relieve, con participación de los poderes públicos e intensas
negociaciones sindicales. El más importante afectó a la siderurgia saguntina, donde se
llevó a cabo el cierre de los Altos Hornos y se abandonaron los planes de constituir una
gran siderurgia integral.
Para hacer frente a los efectos sobre el empleo local de estas decisiones, la Generalitat
Valenciana y la Administración Central crearon la Comisión de Promoción Económica
de Sagunto y la zona afectada fue declarada Área de Preferente Localización Industrial.
Como resultado de esta iniciativa entre 1984 y 1986 se instalaron en la zona de Sagunto
28 empresas que generaron 1167 puestos de trabajo, de los cuales 655 fueron
recolocaciones de trabajadores que habían quedado excedentes. La mayoría de estas
nuevas empresas eran de pequeña dimensión, con excepción de Sivesa-vidrio-, Enfersafertilizantes-, y pertenecían a los sectores de la metalurgia, química y construcción.
A lo largo de los años de crisis, la pérdida de empleo industrial fue más intensa a nivel
valenciano que para el conjunto de España, debido al mayor peso en la estructura
industrial valenciana de algunos de los sectores de la industria manufacturera que se
vieron más severamente afectados, como la industria de la madera y del mueble, el
cuero y calzado, y el juguete. Las empresas respondieron a la elevación de los costes
relativos del trabajo y la energía promoviendo planes de reestructuración de sus
procesos productivos tendentes a ahorrar estos factores de producción. Se recurrió
también a la descentralización de los procesos productivos, en ocasiones mediante el
recurso a la denominada economía sumergida que acabó adquiriendo una gran
importancia, principalmente en las comarcas del sur de la región.
A mediados de los años ochenta el panorama económico comenzó a despejarse.
Confluyeron un conjunto de circunstancias que se mostraron muy favorables para la
recuperación de la inversión industrial, tras diez años de fuerte atonía. Debe citarse en
primer lugar el fuerte saneamiento financiero y el ajuste de plantillas que habían llevado
a cabo las empresas a lo largo del período de crisis. En segundo lugar, la adopción de
medidas fiscales que pretendían estimular la inversión al permitir la amortización
instantánea de los equipos productivos adquiridos en 1985 y 1986. Finalmente jugaron
también un papel muy destacado las expectativas optimistas generadas por la firma en
1985 del Tratado de Adhesión de España a las Comunidades Europeas, y el auge de la
inversión directa extranjera que tuvo lugar a continuación. La industria valenciana
registró un importante crecimiento en los años siguientes, que sólo se vería
ensombrecido por la apreciación del tipo de cambio de la peseta a finales de la década
de los ochenta, que creó impotantes dificultades a la exportación. Una serie de
devaluaciones de la divisa española, ya en el marco del Sistema pérdidas registradas de
competitividad en precios e impulsar fuertemente al alza la exportación. De este modo
se saldría de la coyuntura recesiva de 1992-1993 para iniciar un largo ciclo de
expansión que duró hasta 2007. Este ciclo se ha visto potenciado por la reducción de los
tipos de interés, a raíz de la adopción del euro, y por el fuerte influjo de población
laboral de origen inmigrante. Con todo, el protagonista de la fuerte creación de empleo
de los últimos años (hasta 2007) no ha sido el sector industrial sino principalmente el
conjunto de actividades organizadas en torno a la construcción y el sector inmobiliario.
LA INDUSTRIA VALENCIANA ANTE EL SIGLO XXI
A comienzos del siglo XXI la economía valenciana ha completado un proceso de
transformación estructural de gran importancia, que ha tenido su máxima intensidad en
los últimos cincuenta años. La agricultura ha perdido peso relativo de forma continuada,
tanto en términos de producción, media por el Valor Añadido Bruto, como de empleo, a
favor de la industria y los servicios. Se ha seguido en esto un patrón bastante universal
de evolución de la estructura productiva, en virtud del cual durante las fases primarias e
intermedias del desarrollo económico asciende la participación relativa de las
actividades industriales y de los servicios, en detrimento del sector primario, mientras
que posteriormente también declina el peso porcentual de la industria y los servicios
pasan a dominar ampliamente la estructura del empleo y de la producción. Los cambios
en la composición de la demanda, a medida que la sociedad gana en renta y en
bienestar, orientan la modificación de la estructura productiva, y a ello se une el
diferente ritmo de avance de la productividad del trabajo en los tres grandes sectores
para explicar las modificaciones en la estructura del empleo. Es sabido que, por lo
general, el crecimiento de la productividad por trabajador es más lento en los servicios
que en la industria, lo que exige contar con el volumen creciente de mano de obra para
responder al aumento de la demanda, mientras que la industria puede basar en mayor
medida los aumentos e producción en técnicas crecientemente intensivas en capital
(nueva maquinaria). De esta forma la creación neta de empleo se va orientando cada vez
más hacia las actividades de servicios.
En la Comunitat Valenciana, el punto de inflexión que marca la máxima importancia
Histórica de la industria en el tejido productivo se alcanzó en los años setenta.
Posteriormente la formación de capital productivo, es decir la riqueza patrimonial de la
sociedad orientada a la producción, se ha ido decantando en forma creciente hacia los
servicios.
Con independencia de su pérdida gradual de peso en el conjunto de la actividad
económica, lo que constituye una experiencia normal por la que han ido atravesando los
países más avanzados, a comienzos del siglo XXI la estructura industrial valenciana ha
alcanzado un grado de diversidad y madurez importante, y muchos de los retos y
oportunidades a que debe enfrentarse tienen carácter horizontal, o afectan a empresas de
diferentes sectores. Por ello conviene contemplar en este último apartado, siquiera
brevemente, tres aspectos de capital importancia para el conjunto de la industria
valenciana: los efectos de la globalización económica, el excesivo sesgo de la
composición de la estructura industrial hacia sectores maduros, y la necesidad
perentoria de reforzar la capacidad de innovación, aspectos estos dos últimos que se
encuentran fuertemente interrelacionados.
La globalización económica está modificando el entorno en que se desenvuelve la
actividad industrial valenciana. La competencia de nuevos países en vías de
industrialización, los nuevos desarrollos en el campo de la logística y las tecnologías de
la información y las comunicaciones, y la creciente liberalización de flujos comerciales
internacionales plantean un desafío importante. Este desafío se hace notar de modo
particular en los sectores tecnológicamente más maduros e intensos en trabajo de los
países desarrollados, que se enfrenta a un aumento muy rápido de las importaciones de
bienes producidos en áreas del mundo donde los costes salariales son muy inferiores.
Diversos economistas e historiadores de la economía han puesto de relieve que la
globalización económica no es un fenómeno estrictamente nuevo. El grado de
integración económica internacional alcanzado a finales de la época victoriana era muy
elevado, tanto en el terreno financiero, con el patrón oro y Londres como principal
centro de las finanzas mundiales, como en el terreno comercial –proliferación de
tratados de libre comercio-, mientras que tenía lugar el desplazamiento de millones de
europeos en búsqueda de nuevos horizontes laborales- colonización de los grandes
espacios del Oeste de los EEUU, Argentina, Australia y otros países-. Posteriormente,
desde la Gran Depresión que siguió a 1929 hasta finales de la década de los cincuenta
del siglo pasado, la economía mundial asistió a un repliegue sobre sí mismas de las
grandes potencias industriales. Sin embargo, a lo largo del último medio siglo es el
nacionalismo económico el que ha estado retrocediendo, primero con lentitud, y en
forma acelerada en las dos últimas décadas, de modo que hoy en día la globalización
comercial es más amplia y profunda que hace un siglo.
Son varias las razones que avalan la afirmación anterior. En primer lugar, el peso del
intercambio internacional de mercancías sobre el valor de la producción de los bienes
comercializables, como son la mayoría de los productos de la agricultura, la minería y la
industria, es mucho mayor. De hecho, en la actualidad los mercados de materias primas,
de energía y de mercancías agrícolas básicas, como los cereales, están organizados a
escala mundial. En segundo lugar, se está produciendo una gran expansión del comercio
de servicios, y la presión para asegurar la apertura de los mercados de servicios y
dotarlos de reglas jurídicamente seguras está creciendo, tanto en el interior del Mercado
Único europeo, como a escala internacional, en el seno de la Organización Mundial de
Comercio. En la economía norteamericana, que es la que ha llevado más lejos la
internacionalización de sus actividades económicas entre los grandes países industriales,
además de los ingresos obtenidos por servicios derivados de la propiedad intelectual, las
ramas de la exportación de servicios que crecen con mayor rapidez son las relacionadas
con la educación, las finanzas y seguros, las telecomunicaciones, y los servicios
profesionales y técnicos, lo cual representa una novedad relevante respecto a la
composición de las exportaciones que era habitual a finales del siglo XIX, en el
contexto de la globalización actual de las corrientes comerciales es el papel creciente de
las grandes corporaciones multinacionales en el comercio internacional.
Mientras en el mundo anterior a la Gran Guerra la mayor parte de los flujos
internacionales de capital eran inversiones de cartera, o inversiones no relacionadas
directamente con la producción, en la actualidad las multinacionales juegan un papel
muy destacado en lo que atañe a la diseminación internacional de plantas de producción,
el comercio intraempresa y el aprovechamiento de las ventajas comparativas que ofrece
cada localización para cada una de las distintas fases del proceso de producción.
En buena medida el creciente papel de las grandes empresas multinacionales en la
organización de la producción deriva de su capacidad para superar las barreras a los
intercambios comerciales derivadas de las asimetrías en la información.
Tradicionalmente, los consumidores estaban acostumbrados a disponer de mejor
información sobre los atributos de los bienes producidos localmente, y las empresas
nacionales gozaban también de ventajas generadas por su mejor conocimiento de los
gustos y demandas de los consumidores del país. Las multinacionales, casi inexistentes
hace un siglo, se encuentran hoy en día bien preparadas para adquirir y procesar
información de mercados muy diversos y reaccionar en consecuencia.
Una de las peculiaridades de la actual fase de globalización es la fragmentación en los
procesos de fabricación de la industria manufacturera. La fuerte reducción en los costes
de transporte de mercancías ha permitido que las empresas –al menos las que disponen
de una dimensión y capacidad logística apropiadas-, fraccionen el proceso de
producción en múltiples fases que pueden llevarse a cabo en diversos lugares, y
frecuentemente en distintos países. Esto les permite aprovechar las ventajas específicas
que puede ofrecer cada localización para cada fase del proceso productivo, utilizando,
por ejemplo, la mano de obra de bajo coste para las fases más intensivas en trabajo, y la
capacidad local en I+D para las que requieren una mayor capacidad de innovación.
Dado que cada fase suele requerir exportaciones e importaciones de bienes intermedios
y partes componentes, el resultado ha sido un notable estímulo al comercio
internacional de productos industriales. De este modo ha aumentado la proporción que
representa el comercio de productos manufacturados sobre la producción de este tipo de
bienes. Así, por ejemplo en la Unión Europea anterior a las últimas ampliaciones (UÉ15), este cociente muestra un aumento desde el 38% en 1970 hasta el 89% en 2001.
La eliminación de las barreras comerciales con los nuevos países miembros de la Únión
Europea, la incorporación de China a las reglas de la Organización Mundial de
Comercio, y las facilidades ofrecidas por los avances en las tecnologías de la
información y las comunicaciones para multiplicar las posibilidades de deslocalización
de la producción constituyen desafíos importantes para la mauyoría de las empresas que
conforman el tejido industrial valenciano. No sólo China y otros países del Sudeste
asiático, sino también países como Polonia y Eslovaquia en la Europa Oriental, pagan
sueldos muy inferiores a los que reciben los trabajadores valencianos.
Es cierto que frente a estos costes salariales cabe situar las ventajas derivadas de los
mayores niveles de productividad en la Comunitat Valenciana, fruto de una
combinación de capital privado e infraestructuras públicas, de una tecnología y de una
experiencia empresarial de la que aún no disfrutan muchas de las empresas de los
nuevos países miembros de la Unión Europea o del Extremo Oriente, pero las
condiciones están cambiando, rápidamente, como consecuencia de importantes
inversiones de capital extranjero y del propio proceso general de modernización de
dichas economías.
¿ Qué cambios se están produciendo en el tejido industrial valenciano en respuesta a la
transformación del escenario económico internacional? El comportamiento de alguna de
las industrias tradicionales puede suministrar alguna indicación al respecto. En el caso,
por ejemplo, de la industria del calzado, se han sucedido cambios importantes desde los
años setenta, pero la presión a favor de la modernización y la reestructuración que se ha
registrado en la última década es mucho más intensa que con anterioridad. Ello se debe
a la creciente presencia en los mercados internacionales de países asiáticos,
principalmente China y Vietnam, en donde ya se produce las tres cuartas partes del
calzado mundial, mientras que Europa ha pasado de detentar más de la mitad de la
producción mundial a finales de los años ochenta, a menos del 15% en la actualidad.
Entre los países desarrollados es Italia el país de referencia, gracias a su posición de
liderazgo en las gamas altas, de mayor calidad y moda, y en las tecnologías de la
industria de componentes, del cuero, de la maquinaria para el calzado y otros sectores
relacionados. En España, la Comunitat Valenciana alberga alrededor de las dos terceras
partes de la producción, que se orienta preferentemente a la fabricación de calzado de
cuero, que represetnta también el grueso de la exportación, siendo los mercados más
importantes los de Estados Unidos, Francia, Alemania y el Reino Unido.
El sector del calzado valenciano es un buen ejemplo de la importancia creciente del
comercio intraindustrial, es decir aquel en que los flujos de exportación e importación
son importantes dentro de un mismo sector. Mientras se exporta calzado de calidad,
principalmente de cuero o piel para señora, se importa masivamente calzado más barato
realizado con materiales plásticos y textiles, que ejerce una importante presión
competitiva sobre determinados segmentos del mercado, principalmente el de calzado
deportivo y las calidades medias y bajas.
La creciente especialización productiva y exportadora en variedades de mayor valor
unitario ha ido acompañada de cambios en la estructura productiva. Desde los años
ochenta del siglo pasado el sector hubo de responder a los cambios en la demanda, que
exigían productos de moda y con mayor calidad y diversidad. Ello obligó a una mayor
rotación del producto y a elaborar series más cortas, lo que a su vez condujo a una
menor dimensión media de las fábricas: las ventajas competitivas derivadas de las
economías de escala comenzaron a ceder frente a las derivadas de la flexibilidad.
Al igual que en otros sectores industriales valencianos, la división del trabajo fue un
elemento importante en una estrategia de ahorro de costes, y ello permitió una fuerte
expansión de la industria auxiliar y de la externalización de tareas. El aumento del
trabajo a domicilio fue también uno de los mecanismos de respuesta clásicos de las
empresas, a la vez que cada núcleo industrial se esforzaba por reforzar su perfil
distintivo: Elche en calzado de caballero y deportivo, Elda y Petrer en calzado de señora
de gama media y alta, y Villena en calzado infantil y ortopédico. En los últimos años la
industria valenciana del calzado está desarrollando una mayor especialización, para
poder dar respuesta a un mercado que se encuentra crecientemente segmentado.
Paralelamente se han adoptado nuevas tecnologías en el diseño y en el corte, y las
empresas han desarrollado redes de subcontratación y han iniciado procesos de
deslocalización hacia países en desarrollo de Asia y Norte de África, al objeto de
reducir sus costes salariales. Son bastantes las empresas que, hoy en día, complementan
su gama de productos con calzado de importación para las variedades más baratas.
En definitiva, la especialización en la gama alta, el mayor recurso al diseño, la
descomposición en fases del proceso productivo y la subcontratación y deslocalización
de algunas de ellas constituyen elementos del proceso de ajuste que están permitiendo la
superviviencia de esta industria en un contexto fuertemente competitivo. Sin embargo, y
al igual que ocurre en otras actividades industriales valencianas tradicionales, el recurso
a la innovación, la incorporación de nuevas tecnologías y de personal altamente
cualificado que las domine es aún claramente insuficiente. La dependencia de otros
países, en este caso Italia, en la adquisición de maquinaria es manifiesta, y en general el
proceso de ajuste descansa excesivamente en la compresión a la baja de los costes, y
utiliza en cambio menos de lo necesario las redes de cooperación entre empresas y la
colaboración con los Institutos Tecnológicos. La dificultad para generalizar
comportamientos innovadores en materia de procesos industriales, y para dotarse de una
base tecnológica avanzada, constituye uno de los elementos débiles del sector, situación
que puede generalizarse a la mayor parte de la estructura industrial de la Comunitat
Valenciana.
La adaptación de la industria valenciana a la creciente intensidad de la competencia que
registran los mercados donde opera, requiere de un aumento considerable en el esfuerzo
que las empresas llevan a cabo en investigación, desarrollo e innovación. En esta área la
economía valenciana presenta un flanco débil, como fácilmente se pone de relieve
cuando se tiene en cuenta que en 2003, último ejercicio para el que se dispone de
información publicada, el gasto en I+D tan sólo suponía el 0,87% de su Producto
Interior Bruto, cuando era del 1,10% para el conjunto de España, cifra en cualquier caso
notablemente inferior a la de los países más desarrollados.
En cuanto al gasto en innovación, que es un concepto más amplio que el del I+D por
parte de las empresas valencianas, supuso en ese mismo ejercicio el 7,6% del total
nacional, lo que representa un índice de participación claramente inferior al que
corresponde a la dimensión relativa de la economía valenciana, ya se mida por el PIB o
por el empleo.
Las insuficiencias en materia de innovación tecnológica de la industria vlenciana
obedecen a una doble causa. En primer lugar responden al hecho de que en la estructura
productiva valenciana tienen un peso elevado aquellas ramas de la produccion- sectores
tradicionales que manufacturan bienes de consumo-, que habitualmente presentan una
intensidad reducida en cuanto al esfuerzo en innovación y desarrollo tecnológico. Esto
es algo que todavía puede observarse en la actualidad , aunque aún fuera más acusado
en el pasado. En este sentido, la industria valenciana está globalmente menos orientada
a la innovación que, por ejemplo, la del País Vasco o Madrid. Sin embargo, se produce
a la vez otra circunstancia que hace más problemática la posición de la industria
valenciana: cuando se observa sector por sector el esfuerzo en I+D+I de las empresas
valencianas, la intensidad de dicho esfuerzo sigue siendo inferior. Es decir existe un
efecto derivado de la composicion de la industria, y otro diferente derivado de la peor
situación relativa a escala de cada sector. Algunos datos permitirán aquilatar mejor
ambos efectos. Los problemas de composición de la estructura industrial se manifiestan
en la elevada ponderación de aquellas ramas de la industria que cabe clasificar como de
contenido tecnológico relativamente reducido. En 2003 y tomando como referencia
aquellas empresas que podían clasificarse claramente según su nivel tecnológico, las
ubicadas en los niveles bajo y medio bajo ocupaban a 282026 trabajadores, las de nivel
medio alto a 54419 y las de nivel alto, tan sólo a 2992. Una forma de captar el perfil
tecnológico de la industria valenciana es recoger el peso sobre el total de las
exportaciones y expediciones de productos de las distintas ramas de la industria,
clasificadas por su nivel tecnológico. Como puede observarse el peso de las
exportaciones correspondientes a sectores de nivel tecnológico alto es muy reducido, si
bien se observa cierta tendencia a la mejora relativa de las ramas de nivel tecnológico
medio alto y medio bajo en relación a las del nivel inferior. El aumento del peso de las
exportaciones correspondientes a vehículos de motor, productos químicos y otros
productos minerales no metálicos, y la reducción de la ponderación de sectores como
los productos textiles, confección, cuero y calzado, está detrás de esta evolución.
En cuanto a la peor posición valenciana respecto a otras áreas geográficas en materia de
innovación cuando se comparan empresas que operan dentro de un mismo sector
industrial. Se advierte en primer lugar que existen importantes diferencias entre sectores
de cara a la intensidad del gasto empresarial en I+D, calculada como la proporción de
este tipo de gasto sobre la producción (valor añadido) generada por las empresas. Así
las intensidades más elevadas corresponden a la industria de equipos eléctricos,
electrónicos y ópticos, a la industria química, fabricación de material de transporte, y
maquinaria y equipo mecánico, y las más reducidas a la madera, papel , impresión y
edición, alimentacion, bebidas y tabaco e industrias manufactureras diversas.
En segundo lugar, resulta también palpable que la intensidad del esfuerzo es
generalmente inferior para cada sector en la Comunitat Valenciana, excepto en caucho y
plásticos y metalurgia y productos metálicos (excepto maquinaria y equipo), cuando la
comparación se establece con las cifras medias españolas.
En definitiva, lo que los datos ponen de relieve, es que para mejorar la capacidad
competitiva de la industria valenciana, no sólo se requiere un esfuerzo tendente a elevar
los niveles tecnológicos de la empresa media de los sectores más consolidados o
tradicionales, sino también una política de diversificación del tejido industrial que dé
lugar a una mayor presencia de actividades con mayor base tecnológica.
Es el momento de concluir. Al llegar al final de este recorrido por la historia industrial
valenciana a lo largo de dos siglos surge inevitablemente una pregunta: ¿es todavía
importante la industria para el porvenir económico de los valencianos, o va a quedar
definitivamente arrumbada ante el auge del que vienen dando muestras en los últimos
años otras actividades económicas? No cabe duda de que los servicios en general, y las
actividades inmobiliarias en particular, están teniendo un papel protagonista a l largo del
prolongado ciclo expansivo, iniciado en 1994. El binomio formado por la construcción
y los servicios inmobiliarios han atraído un gran número de iniciativas empresariales al
calor del alto ritmo de crecimiento de la población y de los bajos tipos de interés- en la
industria se ha producido cierta reducción del tejido empresarial. Todo ello en el marco
de un peso creciente de las actividades de servicios de muy diverso tipo.
Constituiría un error de perspectiva, sin embargo, el pensar que la dinámica de las
industrias manufactureras y la de las actividades de servicios marchan por caminos muy
independientes. La realidad es que muchas empresas de servicios han surgido a partir de
la creciente división del trabajo practicada por la industria moderna, que ha convertido
en funciones desempeñadas por unidades independientes algunas de las que,
antiguamente, permanecían integradas en la estructura interna de las empresas
industriales. En segundo lugar, resulta evidente que buena parte de los avances de
productividad registrados por el sector servicios es el fruto de innovaciones tecnológicas
que tienen como soporte nuevos productos industriales. Este es el caso de las
tecnologías de tratamiento y trasmisión de la información , que han revolucionado la
prestación de servicios tan distintos como los suministrados por un banco o por una
agencia de viajes a sus respectivas clientelas. No es posible tampoco perder de vista
que, si la sociedad valenciana aspira a disfrutar de puestos de trabajo cualificados y bien
remunerados en el sector servicios, en actividades tales como I+D, ingeniería, diseño,
finanzas, investigación de mercados, gestión de recursos humanos, publicidad, y ciertos
servicios jurídicos especializados, la existencia de un sector industrial potente y
competitivo resulta una condición necesaria.
A la vez, para un gran número de productos industriales el componente material va
cediendo en importancia relativa respecto a la incorporación de valor añadido basado en
los servicios, a medida que aumenta en la actividad de las empresas el relieve de
elementos intangibles, como la cualificación del personal, la gestión de la calidad y de
los impactos medioambientales, y la innovación tecnológica, entre otros aspectos. Los
sectores secundario y terciario no son por tanto antagónicos, sino complementarios,
como muestra la experiencia de los países más desarrollados del planeta, de los Estados
Unidos al Japón, y de Alemania a Finlandia, y la distinción entre producción de
servicios y producción industrial es mucho menos nítida ahora que en el pasado.
En consecuencia, y contrariamente a algunas intuiciones precipitadas, cualquier
escenario de futuro de la economía valenciana que aspire a converger en niveles de vida
con otras economías más desarrolladas incluye un sector industrial. Será un sector que
ocupará un peso relativo en el conjunto de la economía, particularmente en términos de
empleo, menor que el actual. Constará de empresas que deberán estar dispuestas a
aprovechar los diferenciales de costes que unas a otras localizaciones puedan ofrecerles
para determinadas fases de sus procesos de producción. Un sector más orientado a la
innovación y más internacionalizado, que deberá contar con unidades productivas de
mayor dimensión y más profesionalizadas que las actuales, con una mayor proporción
de titulados universitarios en su plantilla, y capaz de desarrollar estrategias de
especialización flexible. Este sector industrial se seguirá enfrentando a una competencia
creciente, ya que todo apunta a que el abaratamiento de los costes de trasporte de
mercancías, las facilidades de transmisión de información y la tendencia, aparentemente
irreversible, a la liberalización del comercio internacional continuarán profundizando en
la dirección de una mayor globalización económica. Pero, como la historia que
acabamos de recorrer nos ha mostrado, ha sido precisamente los momentos de mayor
apertura comercial y más intensa integración económica internacional, cuando las
empresas industriales valencianas han hecho mayores progresos, superando dificultades
que parecían insalvables. Así ocurrió en los primeros años sesenta, cuando hubo que
abandonar un régimen de economía autárquica, y en la segunda mitad de los ochenta,
cuando hubo que hacer frente a la integración en el Mercado Único Europeo. Nada
permite pensar que los nuevos desafíos no puedan ser afrontados con el mismo espíritu
de superación y con las mismas posibilidades de éxito.
Preguntas
1. ¿Cuál es la tasa de crecimiento del PIB desde la edad media hasta la revolución
industrial y desde la revolución industrial hasta nuestros días?
2. ¿Cuáles fueron las primeras regiones en España en industrializarse?
3. ¿A qué se debe el retraso en la entrada de la industrialización en la Comunidad
Valenciana?
4. ¿Dónde está el barrio de Valencia conocido como Velluters, y el de Blanqueries
(esto no aparece en el texto) y a qué crees que se deben estos nombres?
5. ¿Cuál era la industría más importante en Valencia en el siglo XVIII?
6. ¿Cuándo tiene la industría valenciana un peso mayor que la industria en el resto
de España en términos relativos?
7. ¿A qué se debe el origen de la industria del zapato en Elche y Elda?
8. ¿Dónde aparece la industria del mueble?
9. ¿Dónde se fabrica la primera locomotora en España?
10. ¿A qué debe su origen la industria heladera de Alicante?
11. ¿En qué tiene su origen la industria química en la Comunidad Valenciana?
12. ¿A qué se debe la aparición de la industria siderúrgica en Sagunto y quienes
fueron sus creadores?
13. ¿ A qué se debe la aparición de las empresas químicas Cros y Unión Española?
14. ¿De dónde surge la empresa Cementos Portland?
15. ¿Qué impacto tuvo la primera guerra mundial para la industria valenciana?
16. ¿Qué carácterísticas tiene el periodo comprendido entre el final de la guerra civil
española y el plan de Estabilización de 1959?
17. Con el plan de Estabilización de 1959 ¿ Cómo se reequilibró la Balanza de
Pagos?
18. ¿Cuáles fueron las mejoras técnicas en las industrias azulejeras de Castellón?
19. ¿Qué quiere decir que “años más tarde IBM delocalizaría la producción?
20. ¿Qué repercusión tuvo la instalación de multinacionales como Ford o IBM en
Valencia para las empresas locales que actuaban como proveedoras?
21. ¿Cuáles fueron las causas de la crisis de la industria valenciana en los años
setenta?
22. ¿Cuál fue la empresa más importante que se cerró?
23. ¿Cuándo alcanzó la industria valenciana su mayor importancia en la economía?
24. ¿Cómo ha evolucionado el sector del calzado a nivel mundial en cuanto a la
entrada en la producción de los países asiáticos? ¿Cómo ha respondido el sector
del calzado valenciano ante la competencia de los países asiáticos?
FELICES Y PROVECHOSAS FIESTAS